Agencia de investigación Nifelyre

La nebulomante hizo un gesto con la cabeza para asegurarle a Tayron que no pasaba nada.
—Es normal que no lo pensases. Tú estás aquí y puedo tomar tus huellas para descartarlas, además… —mientras hablaba empezó a nuscar el material que había usado con Amira en la visita de los neotransformados y lo colocó sobre el escritorio—. Si no te importa, coloca tu mano encima de la hoja. Saldrán tus huellas dactilares muy claramente sobre él. Solo las necesito para comparar: luego podemos destruirlo o puedes quedártelo de recuerdo si quieres.
A juzgar por su lenguaje corporal, a la otra chica parecía no haberle hecho especial gracia cuando le pidió sus huellas a pesar de que no puso impedimento, por lo que le aseguró al lémur lo mismo que le había dicho a ella.

Lo que explicó a continuación sobre los fantasmas… No hacía si no añadir más leña a la suposición de que las cosas no pintaban nada bien.
—Por supuesto: toda información me es útil, Tayron —le aseguró con una leve sonrisa—. ¿Crees que algunos podrían mentirte? No conozco del todo bien qué tipo de relación tiene un lémur con los fantasmas, pero si se parece en algo a los dominios de seres vivos diría que es una posibilidad…

No pudo añadir nada más a aquello, porque su atención fue a parar por completo a la argos, quien de pronto se había puesto extremadamente nerviosa. La idrina se preocupó incluso antes de que empezase a hablar, viendo en su lenguaje corporal un malestar considerable. Se levantó del asiento y rodeó el escritorio rápidamente para acercarse a ella y ponerle una mano sobre el hombro.
—¡No, no, cálmate, Sinceridad! No has causado ningún problema —le dijo con suavidad pero en tono claro y firme—. Es muy posible que solo con las huellas de Tayron ya sea capaz de encontrar las de Mónica. Las tuyas ni siquiera pueden generar dudas: no eres humana así que son muy diferentes. Mira: te explico todo el proceso para que te quedes más tranquila. Vamos a ver qué encuentro.

A continuación hizo lo mismo que en su primera visita y sacó la solución que permitía que las huellas se viesen sin empelar el hechizo, explicándoles también que gracias a este ella las veía con mucha más claridad. Lo echó por todas las pertenencias y encontró enseguida las huellas de Tayron por comparación.
—No sé si para vosotros es fácil de ver a simple vista, pero estas son tus huellas —le dijo al lémur colocando el papel donde había impreso las suyas cerca de una de las marcas que había en las pertenecías de Mónica—. Veo también lo que deben ser las huellas de Sinceridad —señaló algunas—. Y no hay muchas más. De hecho, creo que solo hay otras huellas humanas, y además aquí en la parte posterior del cuaderno... —señaló las huellas de hasta siete dedos que se veían con claridad en ese lugar—. Estas son de Mónica seguro, porque así es como habrá sujetado el cuaderno muchas veces —hizo ella misma una demostración, con sus guantes puestos—. Las seguiré comparando con las de las otras prendas porque si puedo tener sus diez huellas con la mayor claridad posible, mejor. Pero solo con esto ya sería suficiente.

Esperaba que con eso la roquense se calmase.
>>Si no os importa, ¿podríais dejarme sus pertenencias para que las examine y os las devuelvo en cuanto haya sacado todo lo que pueda ser útil de ellas?

Ver a su amiga tan afectada provocaba sentimientos negativos en Tayron, quien a pesar de estar intentando mantener la calma desde que Mónica había desaparecido... veía su ímpetu truncado. Se sentía impotente, incluso torpe e inútil. Agradeció las palabras de Dama Enigma y su sonrisa leve ante cualquier tipo de ayuda, pero aquello no le consoló todo lo que hubiera querido.

Era la misma pregunta una y otra vez que se pronunciaba con eco en las esquinas más recónditas de su mente. ¿Para qué servía él? ¿Por qué tenía algún tipo de control sobre los fantasmas cuando sus amigos podían transformarse en cualquier cosa, controlar metales o volverse de piedra? No deseaba tener ninguna jurisdicción con las personas que se quedaban atrapadas entre dos planos. Demasiado tenían encima como para que llegara un niñato a mangonearles.

—Sí... —respondió de manera escueta, y encogiéndose de hombros en un gesto que dejaba claro lo poco orgulloso que estaba de sus propios avances en la investigación—. Supongo que sí, no dejan de ser personas. Así que pueden mentirme perfectamente. Quizá podría haber ordenado que me dijeran la verdad pero... mierda, no se me ocurrió.

Llegados a ese punto el lémur acataría todas las peticiones de la detective sin rechistar, quería dejar todos los cabos atados en sus manos, porque era una profesional y porque una parte de eso le hacía sentirse más aliviado. Así que aceptó dar sus huellas, y más tarde asintió con la cabeza ante darle las pertenencias de la española para que le echara un vistazo.

Sintió algo de lástima por la chica, quizá estaba acostumbrada pero lidiar con un misterio y dos chavales apesadumbrados a la vez era un coñazo.

—Gracias —se sinceró, escuchar todas las explicaciones paso a paso de lo que la bruja hacía era agradable, así podía centrarse en algo que no fuera el incesante martilleo de la desesperación.

La roquense no se calmó ni fue capaz de volver a serenarse hasta después de que Irianna hubiera terminado de hablarle. Había sido consciente de la mano en su hombro y se lo había agradecido apretándole su mano con la suya, pero le tomó tiempo y esfuerzo escuchar a la idrina por completo en los minutos siguientes. Aún se demoraría un poco más en tranquilizarse mientras ella les hablaba y les enseñaba las huellas. Cuando llegó el turno de las suyas, asintió en silencio. Estaba recuperando la respiración pausada a la que estaba acostumbrada y el nerviosismo iba menguando. Fue capaz de hablar, por fin, a la hora de pedirles los objetos personales de Mónica. ¿Los echaría de menos? ¿O quizás le vendría bien para empezar a coger distancia?
—Puedes, sí, claro. Coge lo que necesites. Y cuenta con nosotros en todo momento. Y Tay, si tus fantasmas te vacilan... puedes amenazarles con obligar a mi paisano Tesón a perseguirles —le dijo al chico, más en broma que otra cosa, para animarle también. Le palmeó una pierna mientras se dirigía a él—. Estamos juntos en esto y puedes apoyarte en mí, Tay, pase lo que pase; no lo olvides. Y muchas gracias por todo, Enigma. Siento lo de antes... pero gracias por escucharnos y explicarnos.

Asintió ante la respuesta de Tayron: tenía mucho sentido.
—Es lógico que no pensases en ello. De todas formas imagino que te sería difícil saber si te están mintiendo u obligarles a decir la verdad. Existen pócimas de alquimia que permiten sonsacarle a alguien la verdad, pero dudo mucho que funcionen con fantasmas. Las que yo conozco no, al menos —explicó con un gesto que pretendía decir algo como “lo siento, es lo que hay”.

Les sonrió a ambos cuando le dieron las gracias, notando que realmente sentían esa gratitud en su lenguaje corporal. Estaba aliviada también de haber conseguido calmar un poco a la pobre Sinceridad. Incluso hizo un chiste acerca de cierto roquense fantasma con el que había compartido criba. Le había impactado mucho conocer los detalles de su fallecimiento en su día, pero no había vuelto a encontrarse con él y la verdad era que hasta que no lo mencionó la argos en ese mismo instante, prácticamente no se había acordado más del asunto.

Notaba que Sinceridad dudaba un poco al pedirle si podía quedarse con las pertenencias, pero de palabra aceptó sin reservas.
—Te las devolveré muy pronto: no me llevará mucho extraer la poca información que puedo sacar de ellas —le aseguró para tranquilizarla todavía más—. Gracias a vosotros por confiar en mí… No estoy segura de si obtendré realmente algún resultado, pero voy a dar lo mejor de mí —añadió con absoluta sinceridad.

Les acompañaría hasta la puerta y les despediría deseándoles suerte. Después ella seguiría con su trabajo, empezando por examinar las pertenencias de Mónica para poder devolvérselas a la argos cuanto antes.

Tayron torció el gesto ante las palabras de Dama Enigma, no porque le hubieran molestado o algo si no más bien porque con su estado de ánimo no se encontraba bien para explicar que a él no le hacía falta pócimas de la verdad con fantasmas. Suponía que su poder era capaz de obligar a responder lo que él deseaba saber. Aunque la verdad es que nunca lo había probado, y tampoco es que tuviera prisas por estrenarse.

El lémur esgrimió un bufido acompañada de una sonrisa triste ante la mención de Tesón. Que Sinceridad se esforzara en hacerle sentir mejor aún cuando ella misma debía estar peor decía mucho de ella. Era una amiga de verdad.
—Tesón está mejor fuera de la órbita, créeme —murmuró en voz bajita, no obstante la mirada de Tay pareció recuperar un poco el brillo, quizás porque ya tocaba despedirse y no deseaba estar mucho tiempo más allí sintiéndose impotente—. Estamos juntos en esto... —reafirmó, apretando el antebrazo de la roquense con cariño—. No lo olvides, yo también estoy para ti.

Llegó el momento de alzar el vuelo. El chico se giró con un gesto de la mano antes de hablar en dirección a la bruja.
—Gracias por todo —dijo, echando un último vistazo a la estructura del edificio—. Creo que ahora estamos los dos mucho más tranquilos tras venir a verte.

Aquello no era del todo cierto pero tenía su parte de verdad. No dudaba de sus capacidades.

—En serio, gracias, tienes toda la pinta de ser una crack —y se marcharon por dónde habían venido.

Le estaba enseñando en ese momento a Tayron sus notas sobre todo el proceso de investigación. Mientras el lémur leía, en su cabeza pasaba una imagen tras otra de lo sucedido a lo largo del día anterior. Una vez todo había terminado y se había asegurado de hablar brevemente con sus clientes… No se quitaba una sensación terrible de la cabeza. O más bien, varias.

La más evidente era aquella obvia realidad de que, de la larga lista de desaparecidos, tan solo había podido salvar a muy pocos de ellos. No era el momento de acosarlos a preguntas y se había limitado a confirmar muy brevemente lo que les habían contado los chicos secuestrados a sus amigos después de que se los llevasen a la Sede de los Taumaturgos, pero por la historia de Mónica no parecía haber duda alguna. Su trabajo ya había concluido, no quedaba nadie a quién buscar. Su vista se posó sobre la libreta que el humano tenía prestada en ese momento, justo en la larga lista de nombres… Le había llevado mucho tiempo y ese era todo el resultado.

Pero incluso ese resultado era… No sabía con qué palabra definirlo, pero era otra de las sensaciones que no era capaz de sacudirse de encima. Algo no había ido bien el día anterior. ¿Por qué de pronto, tras semanas sin una sola pista, encontraba información valiosa? No es que no se hubiera planteado que es que no había buscado en el lugar correcto hasta ese momento (y si simplemente se trataba de eso, no era precisamente alentador), pero la verdad es que cuanto más lo pensaba más extraño le parecía. Especialmente el que hubiesen llegado justo a tiempo para detener el ritual de Yukael. Era demasiado conveniente.

¿Habían sido manipulados de alguna forma? ¿Cómo y por qué? Suspiró para sí. O eso creía, pero una parte de su cansancio sería audible.

Tayron mantenía una expresión preocupada mientras leía con detenimiento las notas de investigación de la bruja. Los ojos amarillos del lémur parecían ausentes, casi absortos en alguna especie de recuerdo vívido y nada agradable, pero lo cierto es que no cesaban de analizar cada hoja de la libreta que la detective le había ofrecido de buena fe.

Todo le parecía muy útil y detallado. Incluso se había topado con datos que no esperaba, como la presencia de una caronte entre los supervivientes. Sin embargo... allí olía a gato encerrado. Era como si pudieran entretenerse con los maravillosos cuadros de un museo al tiempo que alguien trataba de hacerse con los tesoros que guardaba la cámara secreta.

El suspiro de la idrina rompió su mutismo taciturno. Puede que no fuera la persona más perceptiva del mundo pero podía imaginarse qué clase de hilo de pensamientos albergaba la chica. Al fin y al cabo estaba seguro de que ella había llegado a su misma conclusión con anterioridad.

—Dama Enigma... —Tayron le tendió el cuaderno, con un asentimiento de cabeza en señal de gratitud. Aquel gesto duró poco tiempo, pues todo el lenguaje corporal del belga indicaba que deseaba abrir un tema de conversación espinoso. Primero se abrochó la chaqueta con naturalidad, tapando un poco los lametones morados que trepaban del pecho hasta la clavícula, heridas de magia mortífera que su triste camiseta blanca de tirantes no era capaz de ocultar. Luego carraspeó—. ¿A ti esto también te da mala espina, verdad?.

Miró hacia Tayron cuando le llamó y recogió de vuelta el cuaderno que le tendía, volviéndolo a poner frente a ella. Sentía una compulsión por volver a seguir repasando sus páginas una y otra vez, pero sabía la futilidad de aquel gesto. Evitó también mirar directamente hacia las heridas del lémur al notar que se abrochaba la chaqueta. Aun se sentía culpable por todo lo que había conllevado el culmen de su investigación el día anterior, las consecuencias que pesaban en su mente como si fuesen responsabilidad suya.

Sabía que no lo era, racionalmente lo sabía. Pero la sensación de que había arrastrado a otras personas a algo peligroso no iba a desaparecer tan rápido. Y mucho menos cuando Ares… Necesitaba creer que iba a volver o no sabría cómo podría volver a mirar a Jace a la cara. Lo cual era irónico teniendo en cuenta que se trataba de un dullahan. El chiste involuntario solo provocó una risa desganada en su mente que no exteriorizó. No solo no era el momento, es que no tenía ganas ningunas de reír.

—Muchísima —respondió a la pregunta del lémur sin rodeos—. No había absolutamente nada, ni una sola pista. Estuve buscando semanas. Y, de repente en el mismo día, doy con la clave de todo para llegar en el momento justo. Bueno, eso si obviamos todas las personas que ya es imposible salvar, claro —añadió con un gesto cansado—. Y el Consejo sin duda también estaba investigando el asunto o no hubiesen aparecido… Estoy razonablemente convencida de que no dispongo de más recursos y experiencia que ellos —ironizó con agotado sarcasmo.

Si algo le gustaba al lémur era la gente que no se andaba con rodeos. El chico permaneció de pie después de tenderle el cuaderno, satisfecho con que la idrina se mostrara transparente ante las dudas que albergaba en su interior. No cualquier investigador le daría acceso a sus propias perturbaciones pero puede que por la propia personalidad de la bruja, porque llevaba poco tiempo en el negocio, o porque temía que de no compartirlas estuvieran todos en peligro, así era.

Se esperaba una conclusión mucho más coherente e hilada que la suya, pero no con tanta claridad como para que un escalofrío le recorriera la nuca. Tayron desvió la mirada hacia un punto indeterminado, mientras reflexionaba con pesar el cansancio que la propia detective parecía tener. Torció el gesto antes de hablar.

—Bueno, con más o menos recursos tú llegaste antes —le concedió—. Y quienes nos dimos de hostias contra esos dos pavos para que el Consejo pusiera la moña final fuimos todos nosotros —había cierto resentimiento en su voz, pero no tenía claro a quién estaba dirigido. El belga cruzó los brazos sobre el pecho, un ademán que en realidad nada tenía que ver con el temor que anidaba tras su caja torácica—. Pero tienes razón en que fue demasiado conveniente... y además... si los de arriba... —hizo un gesto con sus dedos negros, señalando a los poderosos—. Se han metido en esto, es que huele a mierda de verdad.

Había algo que tampoco le parecía justo. Incluso que le tentó para apoyar una de sus manos en el hombro de la nebulomante. Pero se frenó así mismo antes de parecer imprudente. Puede que hubieran combatido codo con codo pero el tiempo le había demostrado que no todo el mundo eran tan cercano en el plano físico como él. Y además, aunque le caía bien había acudido a ella en un inicio en calidad de cliente.

—Dama Enigma —carraspeó—. La verdad, odio a la gente que da consejitos súper positivos sacados de una taza de autoayuda... pero aunque no se ha podido salvar a todo el mundo... gracias a tus servicios Mónica vive —un temblor en la garganta le traicionó, uno al que venció inspirando fuerte por la nariz—. Eso te lo agradeceré todo lo que dure mi vida, que siendo realistas —bromeó, quizás para quitar hierro a su propia vulnerabilidad—. Tiene pinta de durar poco.

La idrina sonrió y asintió con pesadez ante el consuelo que trataba de ofrecerle el lémur. No se trataba de que no lo agradeciese, pero realmente sentía que incluso si era así… El propio Tayron no tardaría en expresar lo que más pesaba sobre la balanza en aquellos momentos: demasiado conveniente.

No sabía muy bien qué decir al respecto cuando notó la vacilación del humano. Miró hacia él cuando se dirigió a ella por su nombre profesional. Qué poco se sentía merecedora de él en aquel momento. Pero el agradecimiento del lémur era sincero, así como las emociones que le atenazaban y amenazaban con contagiarle también. Al igual que su interlocutor, reprimió los signos externos.    

—Yo… —quería “protestar”. Y decirle que no tenía nada que agradecerle a ella.

Pero se tragó las ganas de flagelarse. No era eso lo que necesitaba ninguno de los dos en aquel momento, y hubiese sido terriblemente descortés por su parte. Había notado en qué dudó Tayron hacía tan solo unos instantes, por eso le ofreció sus manos, con las que cogería una de las suyas si se lo permitía, para que supiera que sí tenía permiso para gestos de apoyo como aquel. A fin de cuentas, era cierto que a pesar de lo poco que se conocían, una experiencia como la que habían vivido la tarde anterior hacía como que el tiempo pareciese pasar mucho más rápido y fuesen más cercanos de lo que en realidad eran. O quizás solo era la maraña de sentimientos girando en su cabeza que le hacía estar mucho más sensible. Daba igual.

—Gracias. Por haber estado allí, y por apreciar lo que se pudo conseguir.
A continuación negó con la cabeza y dejó escapar una risa triste apenas notable. De lo que podía percibir de su lenguaje más sutil, tenía bastante certeza de que el lémur arrastraba más que las heridas visibles del resultado de la lucha; pero ni era psicóloga ni pretendía echarle la bronca por un comentario que, al menos eso esperaba, era una broma para quitar hierro al asunto.
>>Pero yo no creo que vaya a durar poco. A fin de cuentas, los que no pudieron volver a levantarse ayer fueron otros.

Dama Enigma parecía tener intenciones de protestar, pero para el alivio del lémur la detective decidió contentarse con su pobre consuelo. Parecía afligida de verdad y podía llegar a entender por qué. Aún así le resultaba increíblemente triste que se sintiera culpable de tal modo. Después de hacer todo lo que estaba en su mano no se le ocurría persona que se hubiera implicado más que ella en todo aquel asunto, aunque sí se le venía a la mente alguien más perjudicado, si pensaba en el tipo sin cabeza que perdió a su ave-montura-mascota.

El gesto de la idrina al tocar su mano con las suyas prolongó su silencio. Tayron esbozó una sonrisa triste, dejándose reconfortar por aquel gesto tan humano entre ambos. Sí, no tenía claro si había acudido allí en busca de más información o para lamerse las heridas, pero tanto daba. La experiencia tan cercana a la muerte los unía, así como la desagradable imposición de no querer permitir que la peña siguiera palmándola. Que encima le agradeciera su presencia le hizo abrir más sus ojos amarillos, carraspeando antes de hablar y recuperando su mano hasta sus vaqueros con delicadeza.

—¡Que va! —se quitó color así mismo con un movimiento de la mano—. Si la verdad es que acudí por mero egoísmo —aunque no lo había hecho tan mal... ¿no? Casi se cargó al esqueleto él solito al estamparlo contra la pared—. De no ser porque Mónica estaba apresada... no habría salvado a toda esa gente —el tono de voz del chico se hizo un poco más grave, alcanzado una gama reflexiva—. Aunque ahora puedo llegar a entender por qué montaste esta agencia. Ayudar a desconocidos se siente... ¿bien? —qué pena que la ciudad le hubiera hecho tan desconfiado como para percibir aquel sentimiento tan ajeno.

Tras una risotada, la última frase de la nebulomante le arrancó una expresión orgullosa.

—¡JA! ¡Y que lo digas! La única forma que tienen de levantarse ahora es retornando como un fantasma y... —levantó los brazos en alto—. Mierda, espero no tener que cargar también con eso —sus pequeñas risas de nerviosismo porque eso fuera tan solo una posibilidad se perdieron al agachar la barbilla para buscar algo en los bolsillos de su cazadora. Cuando lo encontró sus dedos negros depositaron un saquito de terciopelo azulado en la mesa con un ruido metálico—. Se me ocurre algo para quitarnos las malas caras —su cola a rayas danzó tras su espalda, antes de cuadrarse y cruzar los brazos por encima de su pecho malherido—. Toma, tu parte.