Sede de los Taumaturgos (Archivo III)

Recuerdo del primer mensaje :

El ataque de risa de Tap fue tal que su cuerpo se sacudió en el aire como si sufriera espasmos. El aparato fonador emitió ruidos incomprensibles que no eran más que el poltergeist intentando hacer ver al idrino lo gracioso que había sido verle la cara en plena descarga eléctrica. Cuando por fin se calmó, Saren le preguntó sobre su cuerpo y Tap comenzó a hablar tan rápido que las palabras se trababan y no salían. Tuvo que coger aire antes de intentarlo de nuevo, esta vez más despacio que la anterior.

—Es de metal irrense y plástico—explicó—. Fabricado por dama Hálito, demi… demiur… demiurga—se le atascaba la palabra. La mención a la violeta le hizo sentir algo de pena. Perder a los pocos gigantes que merecían la pena nunca era divertido. Continuó su charla moviendo cada una de las secciones en las que se dividía y haciendo una mención obvia al aparato que le permitía hablar—. Además lo estoy armando. Como lo de la electric… electricicicicidad—de nuevo se le atascaron las palabras y Tap sacudió la cabeza de manera inútil—. Electricidad. Todavía me que-queda hasta que… aprenda del todo. Pero bueno.

Tap estaba tan eufórico por su nuevo cuerpo que le daba igual las trabas que su ponía. Valoraba la mejora y lo veía todo un pelín más positivo. Un pelín suficiente como para que no quisiera matar al gigante que tenía enfrente en ningún momento. Era probable que el hecho de que fuera Saren y no otro, como Pablo, por ejemplo, también tuviera que ver. Pero lo importante era que, en aquellos momentos, el poltergeist se encontraba a gusto.

—Y tú, ¿Q-qué eres? ¿Y qué haces? Sales muy a menudo de la Sede—Tap estaba realizando esas mismas preguntas a todos los gigantes que decidía que eran dignos de relacionarse. Sobre todo porque según las respuestas, así sabría si lo seguían siendo, si era mejor alejarse de ellos o, simplemente, sabía si podía alegrarse porque la Luna Roja les castigaba con algún aspecto injusto de sus transformaciones. Sabía lo felices que fueron muchos gigantes cuando descubrieron que como poltergeist no podría hablar, así que no pensaba esconder la diversión que le producía saber que ahora a algunos les mataba el sol o que estaban catatónicos durante todo el día en la cama.

Milo se había dejado caer sobre una de las sillas de la cocina tras registrar la Sede con los demás sin lograr dar con los niños, visiblemente de los nervios aunque no se tuviera en pie. Nadie dormía demasiado bien desde hacía días y por eso no habían tardado mucho en darse cuenta de que los enanos no estaban en sus habitaciones, pero ya era tarde cuando quisieron salir en su busca. Sin decirle nada a nadie se habían fugado en medio de la noche para ir sabía la Luna donde, y ahora no sabían muy bien que hacer aparte de morirse de ansiedad.

Se estaban planteando organizar una expedición de rescate cuando oyeron como se abría la puerta de entrada. Rena fue la primera en dirigirse hacia el salón, seguida de cerca por el resto, y cuando el irrense se asomó a la estancia se topó con una escena poco agradable de ver. Confirmar que no les había ocurrido nada malo era una suerte, pero las voces de la ursántropa eran un eco de lo mal que les había sentado a los adultos aquella travesura y quitaban las ganas de añadir nada al rapapolvo. Pam, Zob y Rox aún encontraron más cosas que decir, sin embargo, pero el brujo fue incapaz de abrir la boca y guardó un silencio incómodo. Su enfado se había convertido en decepción tras el alivio inicial, y la mirada con la que repasaba a los niños dejaba claro lo defraudado que se sentía.

¿Y todo por una panal de abejas que podían haber recogido en cualquier momento del día y acompañados de los adultos? El norteño se había enterado por Rox de la aventura del primer día en el cementerio y estaba al corriente de la primera negativa del cambiante al respecto de llevarse las abejas, pero estaba seguro de que una conversación amigable habría sido una alternativa mejor al lío que habían montado, y que se hubieran puesto en peligro por algo así le dejaba frío.

Las lágrimas de Neil, sin embargo, le ablandaron un poco, y ver al aurva en aquel estado le provocó un nudo en el estómago. ¿Acaso los padres se sentían así al regañar a sus hijos? Milo no habría sabido responder a aquella pregunta, pero se le escapó un suspiro de resignación y habló por fin.
—No se vosotros, pero yo tengo un poco de hambre. ¿Seguimos esta conversación en la cocina con una taza de algo caliente? —preguntó, a sabiendas de que tal vez su actitud conciliadora no sentara bien a sus compañeros—. Voy preparando algo entonces. —añadió antes de recibir respuesta, echando otro vistazo a los niños antes de volver por donde había venido.

Sin pensárselo demasiado el irrense puso un cazo al fuego y empezó a calentar chocolate, reuniendo también ingredientes para hacer unas tortitas. Una cena tardía no era quizás lo mejor después de semejante trastada, pero todos necesitaban calmar los ánimos, y su madre siempre decía que un castigo dulce era mejor que uno amargo. No pasó demasiado tiempo antes de que un olor delicioso empezara a deslizarse desde los fogones, inundando la cocina antes de escaparse por la puerta.

Aunque sabía que iban a tener que enfrentarse a los demás tarde o temprano, no esperaba que fuese tan temprano. La sinhadre creía que podrían mantener las abejas en secreto unos días y luego explicar cómo no pasaba nada porque Neil lo tenía todo bajo control. Era consciente de que lo más probable fuese que se engañaba a sí misma como solía hacer cuando llegó a la ciudad, pero encontrarse de frente con los gritos de Rena, Rox y las posteriores regañinas de todos los demás le hizo recibir el puñetazo de realidad en toda la cara. Agachó la cabeza avergonzado ante las palabras de cada uno de ellos, especialmente las de Rox. Le habían desobedecido directamente y no había ninguna excusa ante eso. La decepción en el rostro de Milo, que no había dicho nada, fue suficiente para sentirse regañada también por él y no fue capaz de responder directamente a su pregunta.

Reaccionó cuando Neil comenzó a llorar, alzando la mirada hacia su aurva primero y dirigiéndose a los mayores después.
—Es… ¡Es culpa mía! —Gesticuló apresuradamente mientras cubría al brujo de la cera con su cuerpo—. Yo no… Yo no hice caso y no impedí que nos fuéramos. Se supone que debo protegerlos a todos y ser una buena Capitana… Es mi culpa. Neil solo quería la cera igual que Milo tiene el cobre… Es… Es… Dejaremos el panal fuera, se han escapado varias abejas por el camino de todos modos, ¿verdad? Pero… uhm… Eitne tiene un animal herido. ¡Tenemos que curarlo! No es peligroso, de verdad. Enséñaselo, Eitne.
La edeel había comenzado a hablar de forma atropellada hilando una cosa con otra casi sin pausa, tratando de distraer la atención sobre su aurva. Cuando no supo cómo seguir simplemente se quedó delante de Neil y volvió a agachar la cabeza, sujetando un brazo con el otro en pose rígida.

El plan terminó de decidirse tras un pequeño debate, y Nime ayudó a recoger flores al no poder hacer ninguna otra cosa por ayudar. Trató de ignorar a los muertos –solo sabían criticar–, pero su compañía solo hacía aquello todavía más extraño. Tenía un ramo un tanto pobre cuando decidieron irse, pero tampoco se podía conseguir mucho más en el cementerio.

El descubrimiento que hizo Eitne poco después la dejó encandilada. Nunca había visto una criatura como aquella, y además daba mucha pena. Aunque no fue necesario insistir para que Eitne pudiese llevársela en aquel momento, a Nime le preocupaba que a los mayores no les hiciese gracia. Luego recordó que menos gracia les iban a hacer las abejas y, aunque la preocupación la sobrevino de repente, era algo de lo que no tendría que preocuparse hasta el día siguiente. O eso creía.

Cuando llegaron los más mayores los estaban esperando despiertos, preocupados, y cabreados. Era exactamente con lo que ya contaban, solo que los habían descubierto en plena faena. Toda la determinación que tenía se desplomó de repente. Lo peor casi era la decepción que les habían causado. Pero Nime era terca y, ante todo, aquellos eran sus amigos, no sus padres.
—Bueno, pero no ha pasado nada. No somos tan tontos —protestó, aunque con la mirada clavada en el suelo. Las verdaderas dudas no la asaltaron hasta que vio a Neil llorar y a Adru echarse la culpa—. No... Pero… —balbuceó, no encontrando palabras para justificarse.

Por suerte lo que hizo Milo le ayudó a darse cuenta de que la situación podía arreglarse. Cuando los mayores dejaron de estar tan alterados se dio cuenta de que la preocupación era lo que los había puesto así, y lamentablemente no era injustificada. Pero lo hecho, hecho estaba, y Nime estaba dispuesta a defender a las abejas y al animalito de Eitne hasta el final.

La misión había sido un éxito, Guille vino pegando saltitos de la emoción, y no solo venían con las abejas, sino también con otra mascota que había rescatado Eitne.  Pero cuando fueron entrando se dieron cuenta que les habían pillado, existía esa posibilidad, pero Guille esperaba que no se dieran cuenta, pero ahí estaban con las luces encendidas y esperándolos.

Guille intento soportar la regañina lo mejor que pudo sabia por experiencia que estas cosas eran mejor dejarlas ir, los adultos se tranquilizaban regañando, Ketchup le consolaba. Pero no pudo aguantar ver las lágrimas de Neil.

-Oyeeeeeee, que todo a salido bien, no iremos más, pero no hace falta gritar…. y salimos juntos no iba a pasar nada, sabíamos muy bien el camino y teníamos los poderes y a las manos- no se esperaba que Rox se pusiera del Rena y Pam, se suponía que era guay…

Gracias a Milo, Guille también se detuvo, la discusión no iba a ningún lado. Y se dirigieron a la cocina donde tomar algo caliente y concentrarse a curar a su nuevo amigo.

La noche había ido bien, tanto que el palo al llegar dolió el doble. Eitne había esperado que pudieran irse a dormir sin que nadie se preocupara, al día siguiente habrían contado con su aura para aliviar el golpe y los adultos habrían visto que eran capaces de más cosas ahora.

La bestia del crepúsculo se sentó sobre sus cuartos traseros y agachó su cabeza melenuda. Todavía había un par de avispas revoloteandole, pero ya no sentía miedo por ellas. Especialmente porque le daba más pavor ver la decepción en los rostros de sus amigos, algo que dolía mucho más que un picotazo. Resultaba irónico ver a una criatura tan enorme tan sobrepasada por la situación.

—Lo siento, ha sido sin querer... —no sabía qué decir después de todo—. Bueno, sí queríamos. No sabíamos que era tan importante avisar... No parecía muy difícil.

En su forma nocturna, las lágrimas eran humo también. Poco después de escapar de sus ojos se deshacían en el aire y le nublaban la vista, literalmente. La intervención de Adru le sirvió para cambiar el tema, con suerte, a uno mejor. El ratón-jilguero flotó desde detrás de él y pasó al frente. El león se enjugó las lágrimas de inmediato.

—Lo que dice Adru es verdad... Mirad. Estaba llorando en unos matorrales.

Hizo levitar al pequeño grifo lo más cerca posible de los adultos con la esperanza de que su visión les diera algo de pena, como a él; aunque después de la intervención de Milo, el ambiente ya se había relajado un poco.

—¿Me podéis ayudar a curarlo? No quiero ponerlo peor...

El niño conocía magia curativa, pero solo la había usado con rasguños. No sabía curar un ala rota.

El aroma que provenía de la cocina hizo que su hocico se ensanchara. Olía tan bien que por un segundo se olvidó de lo mal que estaba saliendo todo.

Rena se masajeó el puente del hocico y contó hasta diez. Las lágrimas de Neil y Eitne y las palabras de Adru la habían ablandado, no es que le gustase gritar, simplemente no sabía expresar su preocupación de otra forma; pero luego llegó Guille y a la irrense solo le entraron ganas de repartir collejas.

-¿Es que después de todo lo que ha pasado todavía no eres consciente de donde estamos? No tenemos poderes, tenemos habilidades mierda que no sabemos controlar todavía, y los veteranos ya nos dijeron que tuviésemos cuidado. ¿Qué cojones habríamos hecho si os llega a pasar algo? -Pasó sus ojos oscuros de un niño a otro y luego a los sinhadres -No sabíamos dónde estábais, si llega a pasar algo no os habríamos podido ayudar y joder yo no me lo perdonaría nunca…

Si las miradas matasen Milo habría muerto siete veces por lo menos. << Joder, tío, estoy intentando sonar seria, no les des chocolate>> Rena bufó, resignándose a que su regañina de persona responsible se hubiese ido al garete. El susto había pasado, y aunque aún estaba enfadada podía dejarlo estar por el momento, era hora de un dulce y calmarse.

-Por mi podéis quedaros con el bicho ese mientras no sea peligroso -dijo reajustándose la camiseta. -Pero no lo convirtáis en costumbre, que vivimos con más gente y no es plan de llenar esto de animalejos.

Tampoco iba a pedirles que dejase a un animal herido en la calle, ni ella misma lo haría. Aunque no lo admitiera le gustaban esos gestos que tenían los enanos.

La mona del quedo en algún momento se cruzo de brazo implorando paciencia, calma y tranquilidad, cosa que se ayudo de las lagrimas de Neil, las disculpas de Adru y la clara culpabilidad que sentían Eitne y Nime. Viendo que se había dado al menos cuentas de el desastre que casi provocaban de forma tan tonta  el genio de Pelusa fue descendiendo de a poco. Solo un poco.

Pero lo que hizo que la paciencia que Pelusa había logrado obtener por la disculpas de los aventureros, se fuera al demonio fue escuchar a Guille. Una venita en el cuello de Pelusa quiso explotar por unos momentos. No se lo podía creer. ¿En serio estaba escuchando lo que estaba escuchando? El rapapolvo de Rena no tardo en llegar y Pelusa no pudo mas que contribuir con una mayor acidez que la ursantropo. Guille era de los pequeños el que mas dolores de cabeza le había provocado desde siempre por las totaneras que hacia sin cesar y por tener siempre la cabeza en un mundo de colorines.

-Pero vamos a ver...-Pelusa descruzo los brazos claramente enfada esta vez, ni calma ni frialdad, ni leches. Se paso las manos por el rostro claramente frustrada, no alzo la voz pero su mosqueo era mas que evidente- ¿Eres tonto Guille? Llevo pensándolo mucho tiempo ¿Que tienes en la cabeza? Por favor explicámelo- dijo la mona del queso, mirando de forma fija al niño incrédula a mas no poder- ¿De donde narices sale toda esa confianza de creerte capacitado de protegerte ahí afuera, así de buenas a primeras, como si llevase toda la vida en este sitio? - la niña es que estaba literalmente alucinando pero de verdad, porque si al menos el resto se había dado cuenta del error y de como se había preocupado por ellos, Guille parecía estar en la inopia absoluta y estaba harta de que no se enterase de nada. ¡No era un bebe! Que no estaban en su parque de juegos, joder- Rena lo ha dejado bien claro, no preocupábamos por ustedes, no solo porque seáis niños, sino porque ninguno aquí tiene la suficiente habilidad de cuidarse solo por su cuenta, también nosotros no sabríamos que hacer de perderos por ahí. Llevamos demasiado poco tiempo como transformados como ir a las bravas por ahí y aun menos sin avisar, sobretodo, sin avisar...- dijo la niña frunciendo el ceño.

- Y por la suerte Guille, ¿no aprendiste nada de cuando eramos cosechados? La ciudad no ha cambiado de como era aunque nosotros lo hayamos hecho. - dijo la niña con frustración antes de mirarlos a todos- Estoy bastante decepcionada, especialmente contigo Guille- dijo suspirando profundamente medio ahogada de hablar tanto y con tanta frustración acumulada. la niña suspiro de nuevo intentando calmarse, profundamente decepcionada y de mal humor. Nunca se había enfadado seriamente con los niños porque bueno, era niños, pero aquello le aprecia un poco el colmo. Y especialmente estaba molesta con Guille por el ser el único que no había recapacitado sobre lo que habían hecho.

Dicho eso la niña se calló, le dolía la cabeza ya por tanto estrés, solo quería de verdad tomarse ese chocolate que había mencionado Milo, que parecía la mejor idea del mundo e intentar dormir. Aunque antes de eso, se acercó a Eitne, para ver al extraño pájaro que levitaba, no teniendo intención de quitárselo.

-Hay que hacer algo con esa ala. Pero Eitne, no vuelvas esto un refugio de animales, por favor. Rena tiene razón, no vivimos solos aquí ¿lo entiendes, no? Ya tendrás tiempo de eso mas adelante- le pidió al enorme león negro de forma atenta, con un tono mas tranquilo que antes de mirar con cuidado al pájaro levitador- Por ahora habría que meterlo en algún lugar donde este cómodo hasta que sepamos como tratar su ala sin que acabe peor de como esta, estando herido no va a intentar moverse mucho de todas formas. También hay que intentar que beba y coma algo- añadió la niña con un tono suave, se sentía bastante cansada como para seguir discutiendo-Aunque antes ¿alguno aquí sabe curar un ala de pájaro? -pregunto al resto de mayores, pues ella ciertamente no sabía y tampoco tenia mucha cabeza para ello. La idea de Milo del chocolate la parecía cada vez mejor y el aroma que llegaba desde la cocina realmente invitaba que fuese allá y calmase su estrés en una buena taza.

Las lágrimas, la culpabilidad y las cabezas gachas bastaron para que Rox tuviese ganas de volver a ellos y decirles que no pasaba nada, que estaba todo perdonado, pero contuvo el arrebato (al menos de momento) pensando que entonces de poco serviría el castigo. No se arrepentía de sus palabras y las veía suficientes, pero sí tuvo que morderse la lengua cuando Nime y Guille respondieron, especialmente por parte del segundo. Suspiró fuertemente para tragarse su enfado. No se consideraba una figura de autoridad al nivel de Rena, Pam y Milo, así como sospechaba que para los críos tampoco lo era, y aunque en situaciones como esa aquello le picaba sobremanera, esa noche ya no tenía ganas de ser algo más que el “hermano mayor enrollado”. El rapapolvo final de la irrense y la mona era suficiente para poner en tierra al pequeño brujo y, por partida doble, cerrar cualquier duda en general sobre el porqué del regaño. El australiano se alejó hacia la cocina en pleno, intimidado por las fuertes palabras de Pam y con otro al que regañar en mente. Fulminó a Milo con la mirada aunque este le estuviera dando la espalda, situándose al lado suya para darle una colleja en la nuca con claras fuerzas contenidas.

—¿Y en serio a ti te hacen más caso que a mi? —bufó. Se cruzó de brazos, apoyándose de espaldas en la encimera sin quitarle ojo de encima al moreno—. No puedes recompensar a los críos mientras les estamos echando la bronca, macho. ¡Y si lo vas a hacer al menos espérate a que se la hayamos armado, no lo sueltes ahí, coño!

No podía admitir que él mismo había tenido unas ganas enormes de darle un abrazo a todos y quitarles las lágrimas de la cara, que el chocolate y los dulces era la mejor idea tras el mal trago, pero sí se permitió relajar la pose, mucho más a gusto tras haber soltado la sal que le quedaba con el brujo de las tortitas. Dejó caer la vista en lo que cocinaba profiriendo un bostezo cansado, alzando momentáneamente la cabeza con la pregunta de Pam sobre el animalito herido.

—Ni idea —respondió en voz alta para que se le oyera desde ahí. Se masajeó el puente de la nariz para quitarse el sueño de encima—. ¿No sirve un hechizo de sanación? Vaciad alguna caja y traéroslo dentro.

Dos gotas de lagrimas enormes salieron de los ojos de Guille, que se intentaba contener, pero no pudo más y salió corriendo a su habitación, las lágrimas caían sin para por sus mejillas. Las Pendicularias que se habían reunido debido a la discusión y la curiosidad, salieron disparadas detrás de Guille algunas desaparecieron para aparecer directamente en la habitación preocupadas.

-No dejéis pasar a nadie! - ordenó a las Pendicularias, que no dudaron en acatar la orden.

Guillermo había intentado soportar la regañina, pero las palabras de Pam pudieron con él, no quería decepcionar a nadie, no quería molestarlos, no quería que se enfadaran, el tenia que hacerlos felices, tenían que reírse con las cosas que hacia, con las bromas, con los juegos, con sus ideas...

Cerró la puerta de golpe, se tiró en la cama llorando todo lo que podía y apretaba la almohada con todas sus fuerzas.

“No...no… no soy tonto… se lo que hay que hacer… se que era peligroso… pero no quería ver llorar a Neil… pero no ha pasado nada… se que este lugar es malo y me da mucho miedo...mucho… se que ha muerto gente… se que nos atacaron… se que soy débil… pero si vivimos encerrados la ciudad habrá ganado… estoy entrenando para ser fuerte… como los  veteranos… Pam no tiene razón… no la tiene…”

Neil siguió llorando mientras Adru se echaba las culpas, mientras Rena y Pelusa le echaban la bronca a Guille, y mientras Eitne pedía si podían quedarse con el animalito y si podían curarlo. Siguió llorando incluso cuando Guille se fue corriendo afectado por la bronca sin que la perspectiva de bebida caliente de Milo pudiera consolarle. Él no había querido que las cosas terminaran así. Él solo había querido tener un panal. La cera era buena para él y sí conseguía que las abejas se quedaran con él, ellas le harían cera y miel y él las cuidaría con mimo. Él solo había querido que le dejaran tener cera. ¿Tan malo había resultado ser en realidad su dominio?

- Lo siento, lo siento mucho. Lo siento...

Milo encajó la colleja de Rox y la mirada de Rena en silencio, encogiéndose de hombros ligeramente mientras cocinaba. Entendía que los niños habían hecho mal y él estaba tan enfadado como el resto, pero también estaba cansado, e irse a dormir con una bronca y una regañina se le antojaba imposible. Los castigos podían esperar un día perfectamente, una noche de sueño reparador que les ayudaría a pensar con claridad.
—Hmmm... —masculló en voz baja como única respuesta al comentario del cambiante, sin entrar al trapo mientras revolvía el chocolate con una cuchara de madera.

Desde la cocina oía la conversación a media voz perfectamente, por lo que se enteró de todo lo que estaban diciendo, y cuando el niño humano intentó justificarse el irrense puso los ojos en blanco y estuvo a punto de soltar las varillas con las que estaba batiendo la masa de las tortitas. Todos se habían mostrado arrepentidos por lo sucedido en mayor o menor medida, lo que había calmado un poco los ánimos de los adultos, pero el brujo de las pendicularias optó por defender su causa indefendible y volvió a caldear el ambiente.
—No me jodas, Guille... —maldijo el norteño para si, pasándose una mano por la cara con gesto de agotamiento.

La respuesta de Pam llegó rápida como una serpiente y afilada como un cuchillo, haciendo mella en el humano hasta el punto de que salió corriendo con lágrimas en los ojos a encerrarse en su cuarto. El norteño creía que la spriggan se había cuatro pueblos aunque en el fondo tuviera razón y su primer impulso fue ir tras el niño, pero el gesto de Rox de tomarle del brazo le hizo replanteárselo. No necesitó mirar al coreano ni escuchar sus palabras para saber que estaba pensando:  Guille tenía que pensar en lo ocurrido y no era buena idea ir tras él para consolarlo
—Ya lo sé. —dijo antes de que el otro hablara, dándose la vuelta para encarar los fogones de nuevo sin demasiadas ganas de hablar de lo que acababa de ocurrir.

Se centró en preparar la comida, en cambio, y mientras el chocolate se calentaba a fuego lento empezó a pasar la masa a la plancha. El irrense trabajaba rápido y en silencio, lanzando las tortitas al aire con un golpe de muñeca antes de apilarlas una a una sobre un plato, y tras unos pocos minutos ya tenía una torre considerable.
—Ya está, Neil, ya sabemos que lo sientes... —le dijo al aurva con suavidad—. Id sentándoos, por favor —añadió para todos con voz apagada, llenando varias tazas y dejándolo todo sobre la mesa de la cocina. El despliegue de habilidad del que acababa de hacer gala le habría hecho reír con suficiencia cualquier otro día, pero ahora ni siquiera lograba sonreír—. Espero que os gusta... —murmuró, dejándose caer en una silla mientras observaba la criatura que se había encontrado Eitne.

La idea de usar el hechizo de curación con el polloratón era buena, pero el irrense guardó silencio dejando que fuera otro el que se encargara. A él no le iba a salir por culpa del gilipollas que les había enseñado el conjuro y seguía sin tener ganas de llamar la atención sobre aquel dato, pero además no se encontraba de humor. Pensar en Guille le preocupaba y enfadaba a partes iguales, pero no podía hacer nada de momento, así que se dedicó a beber de su taza con expresión taciturna mientras pensaba sobre si sería buena idea o no llevarle algo cuando el niño hubiera reflexionado un poco sobre lo ocurrido.

Observó con consternación como Guille corría escaleras arriba, sabiendo que no era aquel el momento de ir tras él y mucho menos lo haría con Neil en el estado en el que estaba. Las cosas se fueron calmado, pero las lágrimas de ambos brujos habían dejado un regusto demasiado amargo para la sinhadre. Llevó a su aurva de la mano fuera de la sede con el pretexto de dejar allí el panal y poder hablar con él a solas. Una vez se hubieron hecho cargo de dejar a las abejas lo suficientemente alejadas para que nadie se quejase, el gamusino colocó las manos sobre los hombros de Neil y lo miró a la cara.
—No llores más, no ha pasado nada, ¿verdad? —Compuso una leve mueca de inconformidad—. Tampoco hacía falta que nos gritasen uno tras otro, en realidad. Pero estaban preocupados por nosotros porque nos fuimos sin avisar. Y  encontraré la forma de que puedas tener a las abejas de manera segura y que estén de acuerdo. Además pronto empezaré a trabajar y cuando paguemos el brazo y la pierna de Rena y Eitne ahorraré para que puedas tener tu propia granja de apicultura.
Esbozó una sonrisa e instó al brujo a regresar a la sede, no quería que volviesen a enfadarse porque tardasen demasiado.

Una vez dentro se dirigió hacia la cocina siguiendo el olor de lo que estaba preparando Milo y sentándose a la mesa sin soltar la mano de Neil.
—Hum… Me preocupa Guille —dijo al cabo de unos instantes—. ¿Qué hacemos?
El sinhadre no tenía claro qué era lo mejor, pero al verlos a todos excepto al brujo de las pendicularias sentados tomando chocolate y cuidando del animal que había recogido Eitne le hizo volver a pensar en lo angustiado que se le había visto cuando desapareció escaleras arriba.

El efecto de las palabras de Guille se notó al momento. Nime se dio cuenta de que el brujo había echado más leña al fuego, y ella solo quería tener la fiesta en paz, pero también sintió lástima por las cosas que le dijeron, especialmente Pam. Cuando salió a toda velocidad escaleras arriba llegó a llamarlo diciendo su nombre, pero el niño ni respondió ni se volvió a mirarlos.

Por una vez, Nime se alegraba de tener piedras por ojos, o el llanto de los demás se le habría acabado contagiando. Se aprovechó de eso para intentar parecer menos afectada por las broncas. El animalito de Eitne era una distracción estupenda, pero no se podía quitar de la cabeza la tristeza de Guille y Neil.
—Acabarás siendo el mejor abejero de Rocavarancolia, ya verás. Ya se tragarán sus palabras —le susurró a Neil antes de que se fuese con su edeel a mover el panal.

Luego aceptó la taza que le tendió Milo y se sentó en la cocina. Se quedó pensativa hasta que regresaron los sinhadres, y ante la preguna de Adru dijo:
—Vamos a hablar con él, porfa. Y le llevamos chocolate.

Eitne se sintió un poco mal por Guille. Es verdad que lo habían hecho mal, pero en el fondo compartía con el niño la idea de que ahora era diferente. Él se sentía libre desde que había salido la luna, e incluso poderoso de noche, que podía correr y era de humo. ¡Si ni siquiera se hacía daño cuando tropezaba! No supo muy bien cómo afrontar la situación y se limitó a agachar la cabeza con pesar cuando el brujo echó a correr.

Cogió el pañuelo que le tendió Zob con sus garras y, con cierta torpeza, lió al animalillo. Arrugó la nariz cuando el nublino le pidió que no le pusiera nombre, porque ya había empezado a pensar en varios, pero supo que tenía razón y asintió.

—Vale, vale —dijo a Rena y Pam, que aunque aceptaban al animal no querían que Eitne recogiera más. El niño les dio la razón, pero en el fondo sabía que probablemente lo volvería a hacer. ¿De qué le servía la afinidación si no la usaba?—. Quizá sirva el hechizo, pero ¿y si no funciona igual? ¿Podemos preguntarle mañana a uno de los viejos? —se refería a transformados más veteranos.

La bestia del crepúsculo depositó con cuidado al animal encima del sofá, liado con muchísimo cuidado para que el pañuelo no le hiciera daño en el ala. Volvió enseguida con una cajita de cartón donde guardó al animal y la hizo flotar frente a él para no tener que cargarla, que de noche le costaba mantener el equilibrio a dos patas.

El ambiente en general seguía bastante alicaído y el niño se sentía un poco mal, porque en el fondo estaba utilizando al ratón-pájaro para distraerse a sí mismo de sus propias ganas de llorar.

—A lo mejor sobra una habitación que le podamos dar a las abejas… —dijo un poco para todos, pero en concreto para Neil—. Aunque sea hasta que encontremos otro sitio. Quizás no haga falta echarlas, son unas abejas muy buenas…

Eitne entró a la cocina y se sentó frente a la mesa, pero en el suelo. Llegaba igual de bien y era mucho más cómodo que usar una silla que no cuadraba mucho con su cuerpo nocturno. Impaciente como él solo, ya había metido la lengua en la taza de chocolate y se había manchado el morro cuando Adru y Nime volvieron a hablar de Guille.

—¿Puedo ir con vosotros? —pidió.

Rena bufó con frustración por la rabieta de Guille pero no hizo ademán de seguirle. No iba a servir de nada, lo mejor sería dejar que se desahogara primero, además ella también necesitaba calmarse primero.

Robó un par de tortitas del montón y se sentó con su plato y su taza de chocolate a la mesa, soltando un largo suspiro. Estaba cansada, quería dormir, no quería tener que lidiar con eso, no quería tener que reñir a alguien. Se pasó la mano por la cara, volvió a levantarse y sacó una bandeja donde colocó una de las tazas y otro plato con tortitas.

-Si vais le lleváis esto -dijo sin mirar a nadie. -Y creo que hay libros sobre tratar fracturas con y sin magia en una de las salas de entrenamiento, a lo mejor os ayudan. Si no mañana podemos preguntar a algún veterano como dice Eitne.

Parecía que una vez pasado el enfado y la subida de adrenalina todo el cansancio se le había echado encima de golpe. Tampoco tenía ganas de tortitas.

Apuró el chocolate de un trago y dejó la taza en la pila después de enjuagarla.

-Me voy a dormir, estoy reventada. Mañana hablamos de lo que sea.

Tenía que buscar otra camiseta de pijama que no estuviera rota y al día siguiente pedirle a Pelusa que le remendara esa. Esperaba que le quedase alguna en los baúles de su habitación.

El calor y la pesadez del chocolate aumentó más aún su sueño. Ya podía tener las pesadillas más hardcore que su subconsciente le pudiera ofrecer, que iba a caer muerto en la cama tan pronto la tocase. Picoteó una tortita, más por gula que por hambre real, pero terminó desmigajando el trozo sobrante para ponerlo en la caja del animalito. El mini grifo era adorable, y de estar de mejor humor posiblemente hubiera mostrado el triple de entusiasmo por él. Rox apenas habló, sin fuerzas para debatir la sarta de malas ideas de aquella noche.

Un suspiro sonoro escapó de sus labios cuando dijeron de ir a hablar con Guille, frotándose los ojos en un intento por despejarse una vez se puso en pie. El chico no estaba de humor para nada, con su molestia y cansancio solo quería dejar al español reflexionando toda la noche, pero sabía que eso sería una tortura para el pobre y él mismo tenía un buen cargo de consciencia por ello. Echó un vistazo rápido a los mayores (y la mona) para comprobar su posición en el asunto, encogiéndose de hombros con sutileza.

No tardó en llegar a la conclusión de que lo mejor sería una tregua, hacerle ver lo que pasaba con suavidad, sobre todo ahora que existía la posibilidad de que les viera como a los malos del cuento. Sin embargo ahí no acababan sus motivos por participar en la visita: no se fiaba de los ánimos que pudieran infundirle los pequeños y lo último que necesitaba es que le dijeran “no pasa nada, es que son tontos y no hemos hecho nada malo”. No quería dejar correr la chispa de la rebeldía entre los tres terremotos tan pronto.

—Venga, vamos —dijo sin demasiadas ganas—. Descansa Rena. Si necesitas pijama pilla uno de mi cuarto.

Esperó a que alguien cogiese el plato de tortitas para Guille y salió de la cocina, dando las buenas noches una vez más a Rena y a Pelusa al llegar a las habitaciones. En lo que estuvieron frente al cuarto del español tocó la puerta dos veces.

—¿Guille? — se pegó a esta para hacerse oír—. ¿Nos abres, campeón? Milo ha hecho tortitas con chocolate.