Sede de los Taumaturgos

Se estaba riendo con sorna gracias al cojinazo de Sinceridad y el pequeño gran insulto de Eitne cuando Milo le pinchó. Rox hizo una mueca, amenazando con lanzarle una palomita (bueno, todo lo amenazante que pudiera ser eso) a él también por picarle.

—Cuidado con el bando que eliges, hackerman, no te conviene estar en mi contra —le respondió entre dientes con una sonrisa de advertencia, dando un coletazo en su dirección. Luego recuperó la compostura y volvió a Tay, divertido—. Venga hombre, ¡que eres el niño del Sexto Sentido! ¡Tenía más espectativas en ti!

La ronda de historias parecía haber acabado así que tocaba pasar a la acción. Le sorprendió que fuera el único que conociera las reglas entre los humanos, las tinieblas era uno de sus juegos favoritos desde crío, pero precisamente por eso no le importaba explicarlo.

REGLAS!:

Estaba claro que muchos podían hacer trampas a su manera, eso no tenía remedio ni le convenía que lo tuviese. A lo mejor él no tenía la ecolocalización de Sinceridad o la visión nocturna de los sinhadres, pero se aseguraría de que reconocerle no fuese fácil.

—Retiro lo de las espectativas, no hace falta que traigas amiguitos —le respondió a Tayron con una risa nerviosa—. Pues... yo diría que sí. Si usamos solo esta sala nos van a durar las rondas un suspiro. Pero mejor lo limitamos a la misma planta, que sino vamos a liarla mucho.

Eitne se encargó de elegir primer buscador, y cuando su zarpa se detuvo en Milo la sonrisa del cambiante se ensanchó. Le dio una palmadita en la espalda, con mucha más mofa que condolencias.
—Buena suerte topillo.

A Rox le gustaban más los escondites simples como el de Eitne, así que al salir de la sala lo único que hizo fue meterse tras la puerta de una habitación abierta y vacía. En el hueco entre puerta y pared le dedicaría más tiempo a la segunda parte del plan: ponerse la cara de cierto lémur verde.

Las tinieblas parecía un juego bastante sencillo según las instrucciones de Rox y Neil no pudo evitar reir cuando Nime se quejó de que Adru y él tenían ventaja, pero sí estuvo de acuerdo con que Sinceridad la tenía, por lo que no entró en el sorteo que hizo Eitne y en el que salió Milo como el primero que tendría que contar y buscar.

En cuanto se dio la orden, Neil salió corriendo de la habitaciones metiéndose rápidamente por la puerta más próxima, que resultó ser otra sala de entrenamiento, en la que no perdió tiempo en esconderse tras un muñeco de prácticas. Al brujo le pareció desde el principio un escondite perfecto, pero entre las risitas que no podía reprimir y lo abultado de su disfraz, en realidad no sería extraño que fuera el primero en ser encontrado.

Le parecía bien que fuesen a utilizar toda la planta en vez de solo la sala: así sería mucho más divertido e interesante. Las reglas parecían simples y estaba seguro de que no iba a olvidarlas.
—¡No podemos ver realmente en oscuridad absoluta! —le replicó a Nime entre risas cuando esta se quejó sobre su visión.

A continuación Eitne eligió a suertes el que buscaría y el gamusino siguió su dedo con mucha atención, deseando que aterrizase sobre sí misma al final… Pero no ocurrió. Dejó escapar una pequeña exclamación y un gesto de fastidio mientras se señalaba a Milo como el responsable de buscar, pero cambió enseguida a una gran sonrisa para echar a correr en una dirección aleatoria. Por supuesto tuvo que volver, porque aún no se habían apagado las luces y el irrense les estaba viendo así que no tenía sentido esconderse todavía.

Cuando finalmente estaba todo listo, salió de la sala intentando ser lo más silenciosa posible y se coló en el primer cuarto con el que se topó, que resultaron ser los baños. Se metió en una de las duchas y, aunque podía dificultarlo más cerrando la puerta de la misma, prefirió dejarla abierta.

Nime se partía al escuchar la cancioncilla de Eitne. Tras haber recibido explicaciones de cómo jugar estaba dispuesta a encontrar el escondite perfecto, aunque todavía no se le había ocurrido cuál. Se frotó las manos al ver que el escogido era Milo y salió corriendo de la habitación. Ahora sabía que los sinhadres no tenían realmente ventaja en oscuridad total, pero muchos de sus amigos podían usar algunas de sus habilidades para ayudarse. Por ejemplo, Milo podría sentirlos si llevaban algo de cobre encima, y Nime se alegró de que no fuese así.

Se metió en la otra sala de entrenamiento con una idea en mente. Había un armario con armas y escudos de práctica, y con un salto se agarró al borde y empezó a patalear hasta conseguir subirse encima. Olía a polvo y podía sentir las pelusillas entre los dedos, pero trató de ignorar aquel pequeño inconveniente.

En aquella habitación había alguien más, y la niña no tardó en identificarlo por las risillas que se le escapaban.
—Shhhhh, vas a hacer que venga directo hacia aquí —le dijo en voz baja. Luego estornudó.

Entre tanto sobresalto fue un milagro que Rena no esnucase a nadie con el bol de palomitas. Le sorprendieron las habilidades narrativas de los más pequeños y lo crudo de algunas de sus historias; aunque ella misma hubiese crecido con un tipo distinto de crudeza, el abandono por parte del grupo era algo que la aterrorizaba a un nivel más profundo que los fantasmas.

El plan siguiente fue jugar a las tinieblas, algo que podía salir muy bien o muy mal. En cualquiera de los dos casos Rena estaba convencida de que iba a ser una risa. Le dio pena no ser la primera en buscar, habían vetado la magia pero no el resto de habilidades y le hacía ilusión poner a prueba su olfato, además iba a ser difícil para ella esconderse, ya que era la más grande del grupo después de Eitne en su forma leonina.

Tras dar varias vueltas por las salas disponibles se parapetó entre los maniquíes de entrenamiento que habían apilado en una esquina de una sala de entrenamiento para que no estorbasen. Con suerte las juntas y detalles metálicos de algunos confundían la percepción del dominio de Milo lo suficiente como para que pasase de largo, con no tan mala suerte la pillaba por haberse contagiado de la risa de Neil, que se había escondido cerca de donde ella estaba.

-¡Neil, no te rías! -susurró, con las mejillas doloridas de reprimir la sonrisa.

La sonrisa de Tayron se ensanchó de manera pícara ante las palabras del australiano pero por una vez decidió no añadir nada ingenioso, pues su mente ya se estaba concentrando de manera vertiginosa en encontrar un buen escondite. Era competitivo por naturaleza, incluso para jugar a las tinieblas. Algunos tenían posibilidades de apoyarse en sus habilidades pero para él no era lo mismo. Ya que estaban en Halloween le habría encantado usar su poder al menos para atraer a un fantasma y asustar un poco, pero no detectaba a Ancas (el espíritu que de vez en cuando le visitaba en su habitación haciendo cabriolas) y Dafne estaba descartada, no la llamaría para eso y además la noruega ya le había dejado claro muchas veces que no acudiría al encuentro.

Con lo cual el lémur se centró en la situación presente. Aún sabiendo que podía quedar como un estúpido ante Milo no soltó su guitarra echa de cobre por el mismo brujo a posta mientras apagaban las luces y empezaba el juego. Su idea consistió en no salir de la habitación, y esconderse en cuclillas debajo de una de las mesas que habían retirado a una esquina para que nadie se hiciera daño. Así lo hizo, manteniendo la mirada gacha para no establecer contacto visual con el irrense y que  viera el brillo nocturno de sus ojos. Llevó acabo una última acción. Levitó la guitarra con el hechizo propio y lo hizo flotar en la otra punta de la habitación como un señuelo de sí mismo por si acaso. De vez en cuando lo agitaría un poco a los lados como si fuera una persona nerviosa. No sabía si era una estratagema con sentido, pero no perdía nada por intentarlo.

Todo iba bien. Hasta que sufrió una traición considerable. Tayron se había metido tanto de lleno en el juego que no había calculado el nivel de amenaza que suponía Sinceridad. Una puñalada le habría dolido más.
—¿¡QUÉ!? —el belga fue incapaz de contener el grito de susto cuando la argos magnética le echó su propio disfraz desde atrás. El sobresalto fue tal que cuando estaba siendo absorbido por la roquense se golpeó la cabeza con la parte inferior de la mesa. La guitarra de cobre cayó al suelo con estruendo debido a la pérdida de concentración— ¡mierda! —musitó intentando contener las carcajadas a duras penas y rascándose la nuca. Puede que estuvieran perdidos.

Milo se limitó a sacar la lengua en respuesta al coletazo y a la advertencia de Rox, ignorando el mote de hackerman con cierta elegancia mientras el australiano picaba aún más a Tayron. El pelimorado le había hablado de aquella película y le hacía gracia el concepto que tenían en la Tierra de su antigua profesión, pero que le comparara con aquel señor era un poco ofensivo. Él era mucho mejor por descontado.

Su sugerencia de empezar con las tinieblas fue bien recibida en general y el primero en perfilar las reglas fue Eitne con una suposición bastante acertada. Con una leve sonrisa el brujo observó el debate en torno a quién tenía o no ventaja en aquel juego, obviando deliberadamente sus propias capacidades, y al final fue el cambiante el que se encargó de aclarar el reglamento al cien por cien.
—Si os tropezáis con alguien aseguraros de pedir disculpas, ¿de acuerdo? —añadió cuando se extendió el área de juego a toda la planta, dirigiéndose sobre todo a los más pequeños de la sala.

Fue la bestia del crepúsculo la que se encargó de elegir al “afortunado” que buscaría primero, haciendo un corrillo con los participantes y cantando una curiosa cancioncilla mientras les iba señalando con una de sus enormes zarpas. No se esperaba que al final le tocara a él, sin embargo, y cuando el daeliciano se detuvo en su posición se le quedó cara de tonto. Por suerte consiguió reponerse con bastante rapidez y tras la mofa de su novio dió una palmada fuerte para indicar el inicio de la cuenta atrás.
—¡Cuento desde cien para atrás! —advirtió cuando se apagaron las luces, cerrando los ojos firmemente sin moverse del sitio mientras empezaba la cuenta regresiva.

A pesar de hacerlo en voz alta y no ver nada a su alrededor, al moreno le llegaban susurros y roces de todas partes. Al estar todo en silencio los sonidos pequeños se amplificaban, dándole pistas leves de qué direcciones habían tomado todos, y por si fuera poco su dominio le indicaba con precisión dónde se situaban algunos de sus compañeros. La cuenta atrás, de hecho, se le pasó volando.
—¡Cero! —exclamó, abriendo los ojos a una oscuridad casi insondable—. Quien no se haya escondido tiempo ha tenido… —canturreó, entornando la mirada para intentar enfocar alguna cosa mientras se dirigía con los brazos extendidos hacia su primer objetivo: Tayron.

El lémur le había engañado con el truco de la levitación, por lo que en realidad simplemente estaba caminando hacia un trozo de cobre flotante, pero el escándalo que montó el belga en la dirección opuesta segundos después le hizo percatarse de la estratagema tras unos segundos de confusión.
—Ya te vale... —murmuró con una sonrisa afilada, recuperando su dominio con un fuerte tirón mientras se daba la vuelta y avanzaba a paso rápido hacia donde el humano intentaba contener las carcajadas.

Anunció su proximidad con una voz profunda y ominosa con la que pretendía o bien ponerle nervioso o bien hacerle reír de una vez.
—Se te ha caído la guitarra, caballero —comentó en cuanto intuyó la silueta del humano, alargando su mano derecha para sujetarlo por el hombro al atisbar por fin el brillo de sus ojos—. ¡Tayron pillado! —anunció en voz alta para que todos lo supieran. A su lado, agachada por haber tropezado con algo al intentar alejarse, se agitaba otra figura debido a la risa reprimida—. ¡Y Sinceridad también! —añadió en cuanto rozó sus plumas, confirmando la identidad de la roquense antes de girarse hacia la puerta de la sala de entrenamiento.

Aún quedaba un león de sombras allí escondido, pero eso el irrense no lo sabía y desde más allá del pasillo, en cambio, le llamaban muchos estímulos. Un estornudo apagado, una risita contenida y el repiqueteo característico que producía su dominio eran los más significativos.

Eitne estaba muerto de nervios porque sentía que la cuenta atrás desde cien a cero se le estaba haciendo larguísima, el tiempo a veces funcionaba raro y en ese instante se alargaba hasta la eternidad. Por suerte, cuando acabó de contar, varias artimañas lo distrajeron del lugar en el que estaba Eitne. El león seguía pegado a la pared y bastante deshinflado, pero estaba seguro de que Milo podría identificar su cuerpo etéreo si lo tocaba, así que no podía confiarse. Le costó la vida misma no reírse ante los ruidos que provenían de fuera, como el estornudo, las risas o directamente los gritos del lémur.

Sin embargo, fue traicionado por su propio subconsciente. Cuando Milo habló en alto para comunicarles que había pillado a Tayron y a Sinceridad, el niño le dio refuerzo positivo:

—¡Bien! Digo... Uy.

Apretó con fuerza los ojos y pidió por favor que el brujo estuviese lejos, o por lo menos más pendiente de los demás.

Mientras el oído se le hacía al silencio Rox pudo oír los murmullos de sus amigos en las habitaciones cercanas. Era difícil que las risas tontas no se le contagiaran, en parte por la tensión del juego. Hasta que Milo saliese apoyaría la espalda contra la pared para pasar desapercibido, o así habría hecho si Tayron no hubiese delatado su posición a 0’5 segundos de empezar. Seguido de su discreto grito llegó el anuncio de su captura y la de Sinceridad, y al cambiante que había decidido ponerse su estúpido careto se le quedó cara de idiota.

Pensó en hacerse pasar por Adru o Rena, pero ahora que no existía el riesgo de ser el primer pringado pillado al australiano se le ocurrió otra cosa. Salió de su escondite para quedarse en el marco de la puerta, transformándose poco a poco en la señora muerta de su cuento. La ropa rompía su disfraz pero a oscuras poco importaba. En cuanto Milo diese con él le pegaría otro repullo.

Neil puso todo su esfuerzo en dejar de reir tras las quejas y advertencias de sus amigas que se habían escondido en la misma sala que él, pero el estornudo de Nime y la risa de Rena no le permitían parar.

-Jo, lo siento. No puedo evitarlo -susurró entre risas contagiado por Rena, a quien aparentemente él había contagiado en un principio.

Con fuerza, Neil cerró de forma exagerada la boca hinchando los mofletes y reprimió todo lo que pudo la risa, pero lo único que consiguió es empezar a ponerme colorado por el esfuerzo y que resoplidos salieran de los laterales de su boca.

Cuando escuchó la exclamación de Milo de haber pillado a Tayron y Sinceridad, el brujo se alegró bastante de, a pesar de ser incapaz de reprimir la risa, no haber sido el primero en ser pillado. Esperaba que, al menos, si no era capaz de silenciarse, cuando Milo le pillara considerara que era el único en la habitación y así Rena y Nime tendrían la oportunidad de ganar.

A juzgar por el tiempo que llevaba esperando en la oscuridad y el ruido que estaba haciendo cada vez que se movía en el sitio con impaciencia, se había escondido demasiado bien para su propio beneficio. Empezó a hacer más ruido a propósito, golpeando con sus pies en suelo de la ducha. Salió de ella varias veces y anduvo por el baño… Milo no aparecía.

En realidad no había pasado tanto tiempo, pero para alguien como Adru parecía una eternidad y se estaba aburriendo demasiado. Decidió salir del todo y, guiándose por la pared y las voces que oía, acercarse a la sala donde estaba ocurriendo la diversión. Una vez alcanzó la puerta de la misma decidió quedarse allí, pegada al umbral y apenas pudiendo contener la risa.

Rena también estaba en aquella habitación, en algún lado, y Nime empezó a ponerse nerviosa. Aunque el polvo hacía que le picase la nariz, se la tapó con los dedos y esperó que nadie se chivase o diese pistas de su posición, ya que era más probable que Milo mirase dentro del armario que sobre él.

Poco después les llegaron los sonidos apagados de la sala de entrenamiento contigua, donde Milo parecía haber encontrado ya a Tayron y Sinceridad. La sede estaba en silencio, así que era fácil identificar sus palabras desde allí. Nime se alegró al menos de no haber sido la primera.

Estuvo a punto de pedirles silencio de nuevo a sus compañeros de cuarto, pero decidió que era mejor no hacer ni un sonido, ya que probablemente Milo estaría dirigiéndose allí. «Si me quedo muy muy quieta seguro que no mira aquí encima» se dijo, apretando aún con más fuerza su nariz. «¿Acabo de oír otra risilla cerca o lo he soñado?».

<< ¡Maldita sea, Neil!>> pensó la irrense con fastidio. Su advertencia había hecho que el sinhadre disimulase su risa incluso peor. Como los encontrasen por su culpa pensaba hacerle cosquillas hasta que se mease encima.

Fue una suerte que no fueran los primeros en ser descubiertos. Se oyó algo de escándalo en la lejanía y luego silencio. ¿Hacia dónde había ido Milo? ¿Estaría cerca? Rena había dejado de reír de puros nervios y se había agazapado aún más en su escondite, expectante.

No
Era
Justo.

Tayron no sabía si ser mayor de edad y tener mal perder aún podían ir de la mano, pero así era. Cuando la proximidad de Milo no le dejó ninguna salida no pudo reprimir la risa, pero en el fondo sabía que también estaba muy picado. ¡Sinceridad se las pagaría en algún momento! No sabía cuando, quizá incluso meses después cuando la roquense no se esperara una venganza, pero llegaría.

El belga por fin estableció contacto visual con el brujo y se resignó a que le tocara el hombro, aceptando la derrota.
—¡Ehh, cuidado donde me tocas vaquero! ¿Lo has oído, ROX? ¡Tu novio me ha tocado en la oscuridad! —dijo fuerte para que allá donde estuviera el australiano lo escuchara, a sabiendas de que él no había tenido la culpa de su súbito juego. En aquel preciso momento le daba igual, todos eran enemigos— no me hagas caso, Milo —murmuró con una risilla conforme el irrense se iba alejando en busca del resto de participantes.

Solo le quedó salir de debajo de la mesa, quitarse el pesado disfraz de su amiga y esperar a que terminara la ronda. Intentó afinar el oído sin mucho éxito, ya que no veía ni torta.

A Milo se le escapó la risa cuando se acercaba a la puerta, pues la advertencia en voz alta del lémur tenía gracia, pero logró contenerse lo suficiente como para que no resonara por toda la planta y se limitó a negar con la cabeza en la dirección del belga.
—Más te gustaría, vaquero. —le replicó en voz alta, pues en la oscuridad era difícil que hubiera visto el gesto.

Antes de salir de la sala de entrenamiento se había detenido unos segundos a valorar sus opciones, pues el desliz de Eitne no se le había pasado por alto y ahora sabía que el pequeño estaba cerca, pero como no quería desilusionarle había decidido dejar al daeliciano para el final.
—¿Si yo fuera un león de sombras dónde me escondería? —se preguntó en un susurro audible con aire pensativo, alejándose de la posición del susodicho con una sonrisa divertida para pasar por fin bajo el umbral de la puerta.

El brujo ni siquiera había llegado a dar un paso hacia el centro del pasillo cuando una risa contenida delató a la que sería su próxima víctima, señalando la posición de la misma a apenas un metro de distancia.
—¡Te pille! —exclamó, adelantándose con ambos brazos extendidos para que la persona con incontinencia risil no se le escapara. Hizo bien, porque en cuanto rozó las orejas del pillado en cuestión supo que este le ganaba por goleada en velocidad—. ¡Al Capitán Huesitos le ha traicionado su propia risa! —anuncio en voz alta con una sonrisa, rodeando los hombros del gamusino con su diestra para dar un par de vueltas en el sitio con él—. Temed grumetes, pues ni siquiera vuestro líder ha podido escapar… —añadió con tono malévolo, soltando al sinhadre mientras se perdía en la oscuridad.

Desde allí no tuvo problemas en decidir la dirección a tomar, pues aún tenía presentes los estornudos que se habían escuchado desde la sala de entrenamiento, así que el brujo empezó a caminar despacio hacia su objetivo para no tropezar con nada. Una leve pulsación de su dominio, sin embargo, le advirtió que su novio se encontraba en una de las habitaciones vacías que había de camino, y queriendo sorprenderle apoyó la mano derecha en la pared buscando el marco de la puerta.
—¿Toc, toc? —se anunció en voz baja, rozando con los nudillos el umbral de la habitación para sobresaltar al cambiante.

Estaba seguro de que el chico se había olvidado del anillo que llevaba encima, así que debería sorprenderse cuando Milo se aproximara a su posición con paso firme. Para lo que le tenía preparado el humano, sin embargo, el brujo no estaba mentalizado.

Eitne consiguió no hacer más ruido tras aquel breve desliz y se sorprendió gratamente de que Milo no lo hubiera escuchado. Se estaba poniendo casi tan nervioso como cuando salían a la calle durante la cosecha, pero sin miedo ninguno, y tuvo que contenerse para no ponerse a repiquetear con las zarpas traseras o la cola en el suelo. Todavía semisólido, intentó espachurrarse aún más en la pared, con miedo de salir por si se delataba. Su cuerpo nocturno era grande y ya se daba golpes con las luces encendidas, no quería imaginarse cómo de mal le saldría a oscuras.

<<Píllalos, píllalos, píllalos>> pensaba para entre sí.

Sin embargo, tuvo que contener un "¿Quién es?" cuando escuchó el "toc, toc" de Milo y se le escapó una leve risilla, tras la cual volvió a taparse el morro con las zarpas.

«Pero que gilipollas es» pensó mientras se mordía el ahora roto y seco labio para contener la risa y no caer en la jugarreta del lémur. Si alguien le iluminara su imagen tenía que ser aún más terrorífica, pues con la sonrisa tonta aquel rostro solo empeoraba.

Siguió con paciencia los anuncios y pequeños pasos de Milo, cambiando el peso de una pierna a otra sin moverse del sitio. Con los estornudos inapropiados y las risitas de fondo era un verdadero reto no contagiarse y más de una vez tuvo que taparse la nariz y la boca para no soltar un bufido que le delatase, pero finalmente tuvo al brujo cerca. Ignoraba que el irrense había sido atraído hacia él por el anillo que le había regalado, pero a su vez este ignoraba que justo eso iba a ser su perdición. Con el corazón agitado por la espectación, levantó las manos como buen fantasma a punto de atacar y, calculando a tientas gracias al “toc, toc”, se las puso de nuevo bruscamente sobre los hombros. Puesto que la visión no era el punto fuerte, Rox había alargado sus dedos para que fuesen casi tan largos como los de un murciélago sin membranas, algo monstruoso y reconocible. Si quería podía rascarle media espalda con un gesto. Para callarle un grito primero le besó brevemente.

—¿̷D̸ó̶n̴d̵e̴ ̷h̸a̸s̵ ̷t̵o̸c̶a̴d̶o̶ ̸a̷ ̴T̸a̴y̷r̴o̶n̵?̸ —murmuró con la mejor voz de ultratumba que le salía, con altibajos como si le costase hablar, pegándose a él para rozarle con su pelo ridículamente largo. Aún así, se notaba que le costaba no reírse—. ¡¿DÓOOoNDeeEE?!