Sede de los Taumaturgos

Acomodado entre sus amigos, con poca luz y la magia de la noche flotando en el ambiente Tayron se encontraba en su elemento. Al principio iba escuchando las historias sin más pero poco a poco fue pensando que en una ciudad como Rocavarancolia aquellos sucesos tenebrosos no serían para nada descabellados. El poder de Halloween y las gominolas se estaba apoderando de él y notó como su postura iba cambiando a una más encorvada y de escucha. Los relatos que más le erizaron la piel fueron los de Nime y Rena, por alguna razón.

El lémur aplaudía tras cada historia y por fin rompió su silencio cuando Sinceridad habló sobre el espíritu de su mundo.
—¡Sí que le conozco! —bramó, dejando claro con su tono y muecas lo que opinaba de él— se hace llamar Eterno, si alguna vez os pregunta por mí contadle que me he muerto entre horrible sufrimiento y que lloré como un bebé cuando me torturaban.

El grupo parecía querer pasar a otra cosa pero el belga pidió contar una
última historia de terror. Inspiró aire dramáticamente antes de hablar.
—Dejando de lado la tremenda falta de respeto por parte de Rox al contar historias de fantasmas en mi presencia aún hay algo que no habéis escuchado —comentó con una sonrisa— pero esta vez... yo no soy el portavoz —Tay se giró casi de espaldas, dejando que su cola enfundada en el calcetín con ojos, lengua y bigote de cartulina  cobrara vida propia. Distorsionó la voz a una más grave después de acercar la cola de manera misteriosa a la luz de las velas— antes de nada debéis saber que esta leyenda pertenece al hogar natal de Panda Gris... debemos remontarnos a la antigua Bélgica... —se interrumpió, como si estuviera discutiendo consigo mismo. Aquello era elevar su nivel de estupidez y hacer el payaso a límites no explorados, pero así era él, idiota por naturaleza— ¡te dije que me mantuvieras en el anonimato!... ¡SSSSSilencio! —agitó la cola, e hizo un sonido lastimero— de acuerdo... prosiga Amo... . Bien, como iba diciendo debemos remontarnos a la antigua Bélgica, concretamente a la de 1978. Lucy era una niña de vuestra edad... —la cola se acercó a los más pequeños, danzando entre los presentes— a la que le encantaba jugar con muñecas. Uno de esos días fue al mercado y una anciana se acercó a ella, tendiéndole una envuelta en un trapo sucio, era un regalo, le susurró. Pues no pedía nada a cambio, la única regla era que debía peinarla y cortarle las uñas todos los días, o pasaría algo terrible. Lucy aceptó encantada y volvió a casa más contenta que una florecilla de verano pensando que aquella mujer de arrugado rostro solo quería ganarse unas risas al aprovecharse de su inocencia. Sin embargo y durante mucho tiempo Lucy obedeció sin pensarlo, y aseaba a la muñeca y le cortaba las uñas sin reparar en que no era normal que un objeto necesitase de esos cuidados. Por desgracia no fue así para siempre, la pequeña se fue haciendo mayor y un día olvidó la tarea. Al volver de la escuela el panorama era desolador, su madre yacía en el suelo de la cocina en medio de un charco de sangre y con heridas en el cuello, y su padre andaba muerto en la granja, pues decían los vecinos que su caballo se había vuelto loco y se había caído del sillín con un mal desenlace. En medio de todo el desastre Lucy encontró a la muñeca, sus uñas eran largas y afiladas y estaban cubiertas de sangre, sus tobillos estaban manchados de estiércol y barro.

De vez en cuando Tayron, o mejor dicho su cola tomaba una pausa.
—Nadie creyó su historia y la niña fue llevada a un orfanato pues no tenía a nadie con quién quedarse. Durante meses pudo olvidar su vida pasada, sintiéndose a salvo entre los muros fríos y húmedos del orfanato. Pero una noche todo cambió para siempre. La oscuridad era total y la niña solo podía escuchar los jadeos del resto de pequeños que dormían con ella en la habitación. Algo llamó a la puerta. "Lucy... déjame entrar" —Tayron imitó una voz fina, que en él sonaba bastante ridícula— el pomo de la puerta se giró... "Lucy... no tengas miedo solo quiero jugar contigo" Poco a poco iba escuchando sus pasos acercarse... "Lucy... ¿no éramos amigas?" —antes de acabar Tayron dejó unos momentos de silencio para crear suspense, recuperó su voz natural antes de girarse con un movimiento rápido y gritar— ¡¡¡LUCY DÉJAME MATARTE!!! —después se destornilló de risa sin poder a esperar la reacción de todos. El único motivo de montar toda la historia era el susto final de manera sonora pero no sabía si había terminado pasándose.

Rox se rió con ganas de las reacciones -y más concretamente de la de Milo- al son de las risas de Nime y Sinceridad, enseñando colmillos según volvía en sí. A modo de disculpas le dio un torpe y breve abrazo al chico, removiendo su pelo como si de un niño se tratase.

—¡Esa es la gracia, que el marido se acojone un poco por haber sido tan rata! —se sentó de nuevo, aún con la risilla en la garganta—. No me odies, es que eras la víctima perfecta.

Optó por un rol inocente apoyando su cabeza contra Milo, acurrucándose cual gato mientras le robaba palomitas y escuchaba al siguiente narrador, Eitne. Los peques le estaban sorprendiendo bastante con sus formas de narrar, pues aún con su edad y a su manera lo hacían muy bien. Por desgracia el relato resultó ser más deprimente que otra cosa, y para el final en vez de miedo lo que había en su rostro fue una expresión triste digna de un emoji.

—Ha sido bonita... a su manera. Y es verdad, la has contado súper bien Eitne.

Tay tomó el relevo. Ante su primera queja el cambiante respondió acorde: despatarrándose en su asiento con el mejor aspecto de “chúpame un pie, me la suda” posible, falseando sacarse un moco de la nariz para lazárselo después. En cuanto el belga se giró para dejar que el calcetín hablara se reincorporó lo justo para estar cómodo y no perder el glamour, conservando eso sí, el aparente desinterés. Tanto que aunque prestase atención a los ojillos del calcetín no se le quitó la cara de aburrimiento.

En realidad la historia estaba chula, pero el pique natural que tenía con el belga haría que no lo admitiese. Ante el obvio final pensaba acabar con un sonoro bostezo, estirando alas, cola, brazos y piernas, y así lo habría hecho de no ser por el berrido del chaval.

—¡Cooolega! —exclamó echando la cabeza para atrás en el puf, agarrando el brazo de Milo con los ojos bien abiertos—. ¡Grita más alto, que creo que en la bahía no te han oído! —cogió una palomita y se la lanzó a la cocorota—. ¡Básico, que eres un básico!

Milo refunfuñó cuando Rox se metió con él, ignorando las risas que había provocado su reacción con gesto altanero mientras se revolvía bajo la mano del humano. No le hacía mucha gracia ser el blanco de las bromas en un momento como aquel, pero al final terminó ablandándose bajo el toque del cambiante y se arrebujó en su asiento mientras pasaba el brazo sobre los hombros del chico.
—No soy la víctima perfecta, solo la que más cerca tenías… —murmuró aún así, metiéndose un puñado de palomitas en la boca con un último resoplido mientras dirigía su atención hacia Eitne.

El relato del pequeño empezó muy bien, o al menos todo lo bien que puede empezar una historia de miedo, pero a medida que el daeliciano avanzaba en su narración el cuento comenzó a tener un tinte muy triste. Fue la propia bestia del crepúsculo la que se dio cuenta de ello, haciendo un mohín y quejándose de que solo estaba dando pena, pero a pesar de todo continuó hasta el final.
—Esos aldeanos eran unos desgraciados, si que se merecen que todos los monstruos de las otras historias vayan a por ellos —secundó tras las palabras de sus amigos, asintiendo con vehemencia después de las declaraciones de Sinceridad y de Rox—. Estas hecho todo un cuentacuentos, Eitne, y a pesar de que es triste en el fondo es una historia preciosa. —le alabó, dedicándole una sonrisa al león desde el otro lado del círculo de cojines.

En ese momento la roquense preguntó si habían planeado algo más, pero antes de poder responderle Tayron declaró que quería contar una última historia de miedo y el silencio se extendió de nuevo por la habitación. Milo había decidido abstenerse de relatar nada, pues el listón estaba bastante alto y lo cierto es que no tenía muchas ideas, pero aplaudió internamente la decisión del belga mientras prestaba atención. Cuando el lemur sacó a escena su cola-calcetín, sin embargo, una sonrisa divertida agrieto la cara de expectación del brujo. Aunque el relato era bueno no podía tomárselo en serio si el narrador era una marioneta que discutía con su dueño, y cuando llegó el gran final no pudo evitar soltar una carcajada a coro con la del exmacielero.
—Pero eso ha sido un respingo, ¿verdad? —le susurró al australiano con una sonrisa burlona cuando lanzó la palomita al peliverde, pinchándole el costado con suavidad en venganza por lo de antes.

El brujo se puso en pie de un salto, esquivando cualquier posible represalia de parte de su novio con elegancia mientras aumentaba un poco la iluminación de la sala con una suave palmada.
—¿Jugamos entonces a tinieblas? Lo digo porque como pase un rato más ahí sentado me va a entrar sueño… —comentó—. ¿Cuáles son las reglas exactamente? —preguntó. Tenía una idea aproximada, pero un buen repaso serviría para refrescar la memoria y para que los que no conocían el juego no estuvieran muy perdidos.

Eitne se había quedado con mal sabor de boca por culpa de su propio cuento. No era que le hubiera dado miedo, sino que sintió que no estaba a la altura de los que habían contado antes. Asintió con carita de pena a Adru, empatizando con la pobre Aldias, y por suerte su expresión se alegró enseguida, conforme sus amigos le decían que, aunque no había dado miedo, lo había hecho bien.

—Jo, gracias… —dijo el león con timidez a Sinceridad, Rox y Milo—. ¡Y sí! —se animó tras Nime y el resto—. Esos pueblerinos se merecen unos fantasmas vengativos, la verdad —dijo, inconsciente de que quizá estaba feo delante de Tayron.

Después vino la historia del propio Panda Gris, o bueno… ¿De la cola de Panda Gris? Al principio, al niño le estaba haciendo muchísima gracia ver a Tayron representando las desventuras de la pobre Lucy con su muñeca asesina, pero justo por eso, se llevó el mayor susto de todos. Tayron había conseguido que bajara la guardia antes del tremendo grito de lémur que pegó. El león semisólido dio un respingo, estiró la cola y los pelos de la melena se le erizaron a la vez que gritaba:

—¡Ay, joder! Digo… ¡Jolines! —Joder era una palabra muy fuerte para Eitne. O, más bien, muy fuerte como para que los mayores la oyeran salir de su boca.

Por suerte, después de aquel susto venía un nuevo juego de Halloween sugerido por Milo tras una pregunta de Sinceridad. Sin embargo, Eitne sabía poco de las tinieblas, a pesar de que ahora mismo algunas formaban parte de su cuerpo.

—Me suena que había que esconderse, pero no sé más... —reconoció.

E inmediatamente pensó que necesitaría ayuda de Guille para quitarse el disfraz, o lo iban a ver todos toditos a cinco kilómetros de distancia.

Neil mantuvo sus oídos fuertemente tapados con sus manos, pero incluso así el grito de Tayron pasó a través de esa barrera dandole un susto.

-¡Ah! -gritó sorprendido dando un respingo.

Durante unos instantes, el aurva pensó que su corazón iba a salirse de su pecho por el susto y quiso mirar con enfado al lémur, pero no pudo porque su risa se le contagió muy rápido y terminó riéndose también con todos.

Por suerte para el brujo, la historia de Tayron había sido la última y ya no tendría que volverse a tapar los oídos porque iban a pasar a jugar a las tinieblas, como habían sugerido anteriormente.

-Es esconderse a oscuras, o algo así, ¿no?

Ya comenzaba a emocionarse ante la idea de pasar a la siguiente actividad mientras seguía comiendo los deliciosos dulces de Neil cuando Tayron anunció que tenía una última historia que contar. No tenía ningún problema con ello, pero el gamusino ya había entrado en “modo actividad física” y se revolvía nerviosamente en el sitio teniendo que esforzarse considerablemente por prestar atención al lémur. Al final no le resultó tan difícil gracias a las payasadas de este con su cola y fue la única historia que no solo no le dio miedo si no que le hizo estallar en carcajadas.

Cuando el belga se giró y gritó de pronto dio un pequeño respingo por lo súbito de la acción, pero enseguida recuperó la compostura y volvió a reírse. Se acercó a Neil, que a pesar de haberse tapado los oídos había podido escuchar el grito de Tayron, y le dio unas palmaditas en la espalda.

—¡Sí! Eso creo… —respondió a su pregunta—. ¿Cómo vamos a hacer? ¿Nos escondemos en toda esta sala? ¿Quién tiene que buscar?
Daba pequeñas palmadas y se revolvía en el sitio con anticipación: no creía que se le fuese a dar especialmente bien aquel juego si era como el escondite (salvo que le tocase buscar) pero aun así tenía muchas ganas de jugar.

Nime directamente se echó a reír cuando vio que Tayron quería hacer un teatrillo de marionetas. Estaba segura de que aquello no iba a dar ningún miedo, pero poco a poco se dio cuenta de que se equivocaba. Tayron estaba consiguiendo un ambiente bastante lúgubre a pesar del comienzo, y cuando chilló, Nime se sobresaltó en el asiento, pero de nuevo intentó disimular el gesto cambiando la postura de su cuerpo, como si necesitase cambiarla para estar más cómoda.
—¡Que nos rompes los oídos! —protestó la niña, como si nada más hubiese pasado. Aquella noche, intentando dormir, seguramente sería muy consciente de cómo le habían afectado todas aquellas historias, pero por el momento solo quería seguir divirtiéndose.

—¿Pero Sinceridad puede jugar a eso? —preguntó mientras se preparaban para el escondite a oscuras—. ¡Bueno! Y Adru y Neil también tienen ventaja. ¡Que busque otro!
La demonio mineral examinó la habitación con un vistazo rápido y se dio cuenta de que había demasiados pocos huecos para esconderse. Aquel iba a ser un juego bastante corto.
»¿Y si nos escondemos por toda la sede? —sugirió tras Adru. Que podían molestar al resto de compañeros de la sede ni siquiera se le pasó por la cabeza.

Cuando Tay respondió, la roquense tuvo que intentar no ahogarse de la risa.
—¡Se lo diré, no te preocupes!—consiguió responder entre carcajadas. El fantasma era inofensivo pero era un verdadero pelmazo, y entendía la reacción de su amigo pero no podía dejar de reírse.

Luego pidió turno para contar su historia, así que le puso toda su atenció. Lo intentó, al menos, porque le hacía demasiada gracia la cola parlanchina con el calcetín. En más de una ocasión se tuvo que tapar la boca con el cojín por culpa de las intervenciones de la cola que discutía con su amo; y porque tampoco quería romper el ambiente.

La historia le resultó inquietante. Muñecos malditos que se rebelan contra los niños que los consideran un tesoro... Le dio repelús. Temía el destino fatal de la chiquilla protagonista, pero no se esperaba para nada el grito que pegó el humano. Sinceridad le tiró el cojín con ganas y luego se rió.
—¡Pero será posible el susto que nos has metido con ese grito! ¡Una muñeca como esa te voy a coser! —se metió con él, pero no haría tal cosa.

A los demás también les había sorprendido y se rió con ellos. Después de recomponerse, hablaron sobre el juego aquel, "Tinieblas", y Nime tenía razón en algo.
—No os preocupéis, mi único interés es darle a Tay un susto con mis tentáculos a oscuras...—les dijo a propósito fingiendo como si el chaval no pudiera escucharles. Luego se rascó la nuca—Pero sí, mejor que busque otro porque en cuanto dé un barrido con la vista os veré a casi a todos los que estéis delante —se lamentó. No sabía explicarlo bien, tampoco. No es que viera en la oscuridad, pero vería las ondas del campo magnético alrededor de cada uno de ellos y eso le bastaría para saber dónde estaban aunque no les viera con claridad.

Sí que lo iban a tener difícil para jugar allí, y la idea de los jóvenes era buena, pero podrían molestar también al resto de sus residentes. Ella con sus alas y su disfraz abultaba bastante y le costaba moverse rápido, además, jugaran donde jugasen. ¿Quizás podía quitárselo en mitad de la oscuridad y echárselo por encima a su próxima víctima? Se le estaba ocurriendo algo...

La respuesta que obtuvo de su berrido animal fue la placentera para el lémur, causando un poco de caos entre risas y respingos. Solo se sintió un poco mal por haber asustado a Neil y Eitne, aunque también terminaron contagiándose de la risa, con lo cual se quedó más tranquilo.
—¡Eh eh! ¡Pero bueno! —gruñó fingiendo molestia ante las palomitas y el cojín que Rox y Sinceridad respectivamente le habían arrojado. Se mantuvo con los brazos erguidos a modo de escudo unos segundos más antes de volver los ojos en blanco cuando el cambiante le llamó básico. Un poquito sí que lo era—¡pero si todos sabéis que si yo fuera el director de una peli de miedo todos los sustos serían a partir de efectos sonoros evidentes! ¿esperabais un miedo ominoso y antiguo?.

Por fin pasaron a jugar a las tinieblas y Tay secundó las palabras de Milo.
—Sí... ¿Cómo se jugaba? —tras quedarle claro que trataba de esconderse a oscuras procedió a deshacerse de toda su pintura fluorescente tanto en la cara como el antebrazo con pesar, le quitaba belleza a su disfraz pero el juego era el juego— ¡Atrévete! —le contestaría a la argos magnética, que amenazaba con impresionarle con sus tentáculos— yo puedo llamar a los fantasmas... —dijo con tono espectral— para que os encuentren por mí si quiero... —se tiró el farol con las manos en los bolsillos— ¿Quién la queda primero? —preguntó con una risilla tras escuchar a Nime, a él también le encantaría jugar por toda la Sede y se quedó en silencio a posta por si el resto de los mayores decidían hacer un poco el gamberro.

Entre varios, le explicaron qué era lo que había que hacer para jugar a las tinieblas. Era el escondite a oscuras, sin ver, y Eitne sabía exactamente qué era lo que debía hacer primero: pedirle a Guille que disipara el disfraz. Era una pena, porque a Eitne le encantaba ser un cachito de universo, pero jugar con posibilidades de ganar era muchísimo más importante que ir guapo media hora más. O eso pensó en ese instante. Lo siguiente que debían hacer era elegir al que le tocaba buscar a oscuras, para lo cual, tocaba echar un plon para ver qué dictaba la suerte.

—¡Eso, eso! Lo echo a suertes —dijo tras Tayron, antes de proceder a cantar una cancioncilla dulce—. Una vhadkha santurrona se cagó en una tumbona y llamaron a un tipejo pa limpiar con trapos viejos: uno, dos y... ¡TRES!

Sinceridad no contaba, claro, y  aun así jugaría con ventaja, pero como solo quería asustar a Panda Gris no le daba mucho miedo jugar con la argos.

Tirada:

El miembro 'Yber' ha efectuado la acción siguiente: Número Aleatorio

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'Dado de 100 caras' : 41

La suerte eligió al brujo del cobre, acabando el canturreo del león con su zarpa señalándole.

—¡Te toca, Milo! ¡Ahora a contar y esconderse!

En cuanto pudiera, la bestia del crepúsculo se acercaría a una pared, se pegaría a dos patas y se aplastaría con su cuerpo semisólido tanto como pudiese. No contaba, eso sí, con que Guille no había deshecho el hechizo de la purpurina y, cuando acabara el juego, su silueta quedaría enmarcada con brillibrilli. Se preguntó también si no sería divertido utilizar el hechizo de intangibilidad para que no le pillaran. Una pena que en su forma nocturna no pudiese esconder su propia voz...

Se estaba riendo con sorna gracias al cojinazo de Sinceridad y el pequeño gran insulto de Eitne cuando Milo le pinchó. Rox hizo una mueca, amenazando con lanzarle una palomita (bueno, todo lo amenazante que pudiera ser eso) a él también por picarle.

—Cuidado con el bando que eliges, hackerman, no te conviene estar en mi contra —le respondió entre dientes con una sonrisa de advertencia, dando un coletazo en su dirección. Luego recuperó la compostura y volvió a Tay, divertido—. Venga hombre, ¡que eres el niño del Sexto Sentido! ¡Tenía más espectativas en ti!

La ronda de historias parecía haber acabado así que tocaba pasar a la acción. Le sorprendió que fuera el único que conociera las reglas entre los humanos, las tinieblas era uno de sus juegos favoritos desde crío, pero precisamente por eso no le importaba explicarlo.

REGLAS!:

Estaba claro que muchos podían hacer trampas a su manera, eso no tenía remedio ni le convenía que lo tuviese. A lo mejor él no tenía la ecolocalización de Sinceridad o la visión nocturna de los sinhadres, pero se aseguraría de que reconocerle no fuese fácil.

—Retiro lo de las espectativas, no hace falta que traigas amiguitos —le respondió a Tayron con una risa nerviosa—. Pues... yo diría que sí. Si usamos solo esta sala nos van a durar las rondas un suspiro. Pero mejor lo limitamos a la misma planta, que sino vamos a liarla mucho.

Eitne se encargó de elegir primer buscador, y cuando su zarpa se detuvo en Milo la sonrisa del cambiante se ensanchó. Le dio una palmadita en la espalda, con mucha más mofa que condolencias.
—Buena suerte topillo.

A Rox le gustaban más los escondites simples como el de Eitne, así que al salir de la sala lo único que hizo fue meterse tras la puerta de una habitación abierta y vacía. En el hueco entre puerta y pared le dedicaría más tiempo a la segunda parte del plan: ponerse la cara de cierto lémur verde.

Las tinieblas parecía un juego bastante sencillo según las instrucciones de Rox y Neil no pudo evitar reir cuando Nime se quejó de que Adru y él tenían ventaja, pero sí estuvo de acuerdo con que Sinceridad la tenía, por lo que no entró en el sorteo que hizo Eitne y en el que salió Milo como el primero que tendría que contar y buscar.

En cuanto se dio la orden, Neil salió corriendo de la habitaciones metiéndose rápidamente por la puerta más próxima, que resultó ser otra sala de entrenamiento, en la que no perdió tiempo en esconderse tras un muñeco de prácticas. Al brujo le pareció desde el principio un escondite perfecto, pero entre las risitas que no podía reprimir y lo abultado de su disfraz, en realidad no sería extraño que fuera el primero en ser encontrado.

Le parecía bien que fuesen a utilizar toda la planta en vez de solo la sala: así sería mucho más divertido e interesante. Las reglas parecían simples y estaba seguro de que no iba a olvidarlas.
—¡No podemos ver realmente en oscuridad absoluta! —le replicó a Nime entre risas cuando esta se quejó sobre su visión.

A continuación Eitne eligió a suertes el que buscaría y el gamusino siguió su dedo con mucha atención, deseando que aterrizase sobre sí misma al final… Pero no ocurrió. Dejó escapar una pequeña exclamación y un gesto de fastidio mientras se señalaba a Milo como el responsable de buscar, pero cambió enseguida a una gran sonrisa para echar a correr en una dirección aleatoria. Por supuesto tuvo que volver, porque aún no se habían apagado las luces y el irrense les estaba viendo así que no tenía sentido esconderse todavía.

Cuando finalmente estaba todo listo, salió de la sala intentando ser lo más silenciosa posible y se coló en el primer cuarto con el que se topó, que resultaron ser los baños. Se metió en una de las duchas y, aunque podía dificultarlo más cerrando la puerta de la misma, prefirió dejarla abierta.

Nime se partía al escuchar la cancioncilla de Eitne. Tras haber recibido explicaciones de cómo jugar estaba dispuesta a encontrar el escondite perfecto, aunque todavía no se le había ocurrido cuál. Se frotó las manos al ver que el escogido era Milo y salió corriendo de la habitación. Ahora sabía que los sinhadres no tenían realmente ventaja en oscuridad total, pero muchos de sus amigos podían usar algunas de sus habilidades para ayudarse. Por ejemplo, Milo podría sentirlos si llevaban algo de cobre encima, y Nime se alegró de que no fuese así.

Se metió en la otra sala de entrenamiento con una idea en mente. Había un armario con armas y escudos de práctica, y con un salto se agarró al borde y empezó a patalear hasta conseguir subirse encima. Olía a polvo y podía sentir las pelusillas entre los dedos, pero trató de ignorar aquel pequeño inconveniente.

En aquella habitación había alguien más, y la niña no tardó en identificarlo por las risillas que se le escapaban.
—Shhhhh, vas a hacer que venga directo hacia aquí —le dijo en voz baja. Luego estornudó.

Entre tanto sobresalto fue un milagro que Rena no esnucase a nadie con el bol de palomitas. Le sorprendieron las habilidades narrativas de los más pequeños y lo crudo de algunas de sus historias; aunque ella misma hubiese crecido con un tipo distinto de crudeza, el abandono por parte del grupo era algo que la aterrorizaba a un nivel más profundo que los fantasmas.

El plan siguiente fue jugar a las tinieblas, algo que podía salir muy bien o muy mal. En cualquiera de los dos casos Rena estaba convencida de que iba a ser una risa. Le dio pena no ser la primera en buscar, habían vetado la magia pero no el resto de habilidades y le hacía ilusión poner a prueba su olfato, además iba a ser difícil para ella esconderse, ya que era la más grande del grupo después de Eitne en su forma leonina.

Tras dar varias vueltas por las salas disponibles se parapetó entre los maniquíes de entrenamiento que habían apilado en una esquina de una sala de entrenamiento para que no estorbasen. Con suerte las juntas y detalles metálicos de algunos confundían la percepción del dominio de Milo lo suficiente como para que pasase de largo, con no tan mala suerte la pillaba por haberse contagiado de la risa de Neil, que se había escondido cerca de donde ella estaba.

-¡Neil, no te rías! -susurró, con las mejillas doloridas de reprimir la sonrisa.