Sede de los Taumaturgos

<< ¡Maldita sea, Neil!>> pensó la irrense con fastidio. Su advertencia había hecho que el sinhadre disimulase su risa incluso peor. Como los encontrasen por su culpa pensaba hacerle cosquillas hasta que se mease encima.

Fue una suerte que no fueran los primeros en ser descubiertos. Se oyó algo de escándalo en la lejanía y luego silencio. ¿Hacia dónde había ido Milo? ¿Estaría cerca? Rena había dejado de reír de puros nervios y se había agazapado aún más en su escondite, expectante.

A Milo se le escapó la risa cuando se acercaba a la puerta, pues la advertencia en voz alta del lémur tenía gracia, pero logró contenerse lo suficiente como para que no resonara por toda la planta y se limitó a negar con la cabeza en la dirección del belga.
—Más te gustaría, vaquero. —le replicó en voz alta, pues en la oscuridad era difícil que hubiera visto el gesto.

Antes de salir de la sala de entrenamiento se había detenido unos segundos a valorar sus opciones, pues el desliz de Eitne no se le había pasado por alto y ahora sabía que el pequeño estaba cerca, pero como no quería desilusionarle había decidido dejar al daeliciano para el final.
—¿Si yo fuera un león de sombras dónde me escondería? —se preguntó en un susurro audible con aire pensativo, alejándose de la posición del susodicho con una sonrisa divertida para pasar por fin bajo el umbral de la puerta.

El brujo ni siquiera había llegado a dar un paso hacia el centro del pasillo cuando una risa contenida delató a la que sería su próxima víctima, señalando la posición de la misma a apenas un metro de distancia.
—¡Te pille! —exclamó, adelantándose con ambos brazos extendidos para que la persona con incontinencia risil no se le escapara. Hizo bien, porque en cuanto rozó las orejas del pillado en cuestión supo que este le ganaba por goleada en velocidad—. ¡Al Capitán Huesitos le ha traicionado su propia risa! —anuncio en voz alta con una sonrisa, rodeando los hombros del gamusino con su diestra para dar un par de vueltas en el sitio con él—. Temed grumetes, pues ni siquiera vuestro líder ha podido escapar… —añadió con tono malévolo, soltando al sinhadre mientras se perdía en la oscuridad.

Desde allí no tuvo problemas en decidir la dirección a tomar, pues aún tenía presentes los estornudos que se habían escuchado desde la sala de entrenamiento, así que el brujo empezó a caminar despacio hacia su objetivo para no tropezar con nada. Una leve pulsación de su dominio, sin embargo, le advirtió que su novio se encontraba en una de las habitaciones vacías que había de camino, y queriendo sorprenderle apoyó la mano derecha en la pared buscando el marco de la puerta.
—¿Toc, toc? —se anunció en voz baja, rozando con los nudillos el umbral de la habitación para sobresaltar al cambiante.

Estaba seguro de que el chico se había olvidado del anillo que llevaba encima, así que debería sorprenderse cuando Milo se aproximara a su posición con paso firme. Para lo que le tenía preparado el humano, sin embargo, el brujo no estaba mentalizado.

Eitne consiguió no hacer más ruido tras aquel breve desliz y se sorprendió gratamente de que Milo no lo hubiera escuchado. Se estaba poniendo casi tan nervioso como cuando salían a la calle durante la cosecha, pero sin miedo ninguno, y tuvo que contenerse para no ponerse a repiquetear con las zarpas traseras o la cola en el suelo. Todavía semisólido, intentó espachurrarse aún más en la pared, con miedo de salir por si se delataba. Su cuerpo nocturno era grande y ya se daba golpes con las luces encendidas, no quería imaginarse cómo de mal le saldría a oscuras.

<<Píllalos, píllalos, píllalos>> pensaba para entre sí.

Sin embargo, tuvo que contener un "¿Quién es?" cuando escuchó el "toc, toc" de Milo y se le escapó una leve risilla, tras la cual volvió a taparse el morro con las zarpas.

«Pero que gilipollas es» pensó mientras se mordía el ahora roto y seco labio para contener la risa y no caer en la jugarreta del lémur. Si alguien le iluminara su imagen tenía que ser aún más terrorífica, pues con la sonrisa tonta aquel rostro solo empeoraba.

Siguió con paciencia los anuncios y pequeños pasos de Milo, cambiando el peso de una pierna a otra sin moverse del sitio. Con los estornudos inapropiados y las risitas de fondo era un verdadero reto no contagiarse y más de una vez tuvo que taparse la nariz y la boca para no soltar un bufido que le delatase, pero finalmente tuvo al brujo cerca. Ignoraba que el irrense había sido atraído hacia él por el anillo que le había regalado, pero a su vez este ignoraba que justo eso iba a ser su perdición. Con el corazón agitado por la espectación, levantó las manos como buen fantasma a punto de atacar y, calculando a tientas gracias al “toc, toc”, se las puso de nuevo bruscamente sobre los hombros. Puesto que la visión no era el punto fuerte, Rox había alargado sus dedos para que fuesen casi tan largos como los de un murciélago sin membranas, algo monstruoso y reconocible. Si quería podía rascarle media espalda con un gesto. Para callarle un grito primero le besó brevemente.

—¿̷D̸ó̶n̴d̵e̴ ̷h̸a̸s̵ ̷t̵o̸c̶a̴d̶o̶ ̸a̷ ̴T̸a̴y̷r̴o̶n̵?̸ —murmuró con la mejor voz de ultratumba que le salía, con altibajos como si le costase hablar, pegándose a él para rozarle con su pelo ridículamente largo. Aún así, se notaba que le costaba no reírse—. ¡¿DÓOOoNDeeEE?!

Aunque era improbable que fuese a ser la primera persona que encontrase Milo, Adru no pensaba salir corriendo cuando el brujo se acercó finalmente a su posición, sin duda comprometida por sus risas mal contenidas. Ese había sido su objetivo desde el principio, por lo que tan solo fingió una risa malvada ante el comentario del irrense.
—El Capitán Huesitos se ha delatado solo o nunca lo hubiesen encontrado en su elemento: cerca del agua.

Recuperó su tono normal para seguir riéndose y entrar en la sala.
—¿A quiénes ha pillado ya? ¿Yo no soy el primero, verdad? ¡Pero yo me cambio con quien quiera si queréis!

En ese momento se escuchó un grito de una voz que reconoció solo porque la había oído minutos antes durante las historias de miedo. Se rio.
—Bueno, parece que Milo ha encontrado a su esposo, o igual su esposo le encontró a él.

A pesar de saber donde se encontraba en todo momento a Milo le sorprendió que el australiano le pillara por los hombros, haciéndole dar un respingo. El beso del chico suavizó bastante la impresión, pero en cuanto sintió el tacto de aquellos dedos anormalmente largos en la espalda y el cambiante hizo gala de su voz gutural al irrense estuvo a punto de salírsele el corazón por la boca.
—¡Yo que sé, estaba muy oscuro! —intentó justificarse a media voz, revolviéndose inconscientemente bajo su abrazo con más miedo del que más tarde reconocería haber pasado. Entre el pelo largo y sus extremidades estiradas era como estar atrapado en una red—. ¡Rox pillado! —exclamó para el público que aguardaba en la oscuridad, cambiando de táctica huidiza al notar como al otro le costaba aguantar la risa.

Haciendo de tripas corazón le devolvió el beso con ímpetu, tragándose el terror por las malas para no quedar aún más en ridículo.
—Eres un cabrón… —le susurró dándole un ligero mordisco en el labio a modo de venganza, logrando liberarse lo justo para que su novio no notara su pulso acelerado contra la piel. Aún le temblaban las rodillas cuando volvió al pasillo, dejando al pelimorado atrás para que se reuniera con los capturados en la sala de entrenamiento mientras él se iba en busca del resto.

Los pasos del brujo ya no eran tan seguros como al principio, sin embargo, pues seguía teniendo el susto metido en el cuerpo, y cuando se aproximaba a la sala donde había oído risitas no pudo evitar frenar un poco. «Como alguno de estos también me la juegue al final me va a dar un infarto de verdad… » pensó para sí con cierta autoburla, pasándose la mano derecha por la cara con un suspiro antes de atravesar el umbral de la habitación.
—¿Alguien por aquí necesita un pañuelo? —preguntó hacia la nada, extendiendo las manos por delante mientras se adentraba en la oscuridad y aguzaba muy bien el oído—. Ese estornudo de antes parecía que traía moquillo. —añadió con la esperanza de hacerles reír, no muy seguro de quiénes se habían escondido allí.

Milo sabía que el implante de Rena estaba en algún punto de la sala, pero las armas que había desperdigadas por la misma confundían sus sentidos y no lograba ubicarla con precisión. Quizás si se concentraba lo suficiente...

Neil, a medida que iba escuchando el alboroto de la gente siendo encontrada y pillada, iba consiguiendo dominar más y más sus risitas, de manera que para el momento en el que Milo entró en la habitación en la que se encontraba, el aurva estaba siendo lo más silencioso de lo que era capaz, incluso si todavía mantenía una sonrisa en la cara.

Ante la broma del brujo del cobre, Neil reprimió un bufido de mofa y se encogió un poco más sobre sí mismo, esperando que el irrense no viera en la oscuridad de la habitación su voluminoso disfraz y deseando que, aunque esperaba que si Milo tenía que encontrar a alguien, fuera a él antes que a Rena o a Nime, decidiera que la habitación estaba vacía y fuera a buscar a otra parte.

Ahora que Neil había conseguido contener las risas era ella la que luchaba tapándose la boca con ambas manos. Adru había caído, y también Rox, aunque este último había conseguido al menos pegarle un susto a Milo de camino y eso y la frase de Tayron al ser capturado habían sido los principales detonantes de su risa.

Cuando oyó, o más bien olió a Milo entrar en la habitación se le quitaron las ganas de reírse, incluso aguantó la respiración. Tal vez tendrían suerte y la cantidad de cobre que tenían alrededor lo despistaba lo bastante. << No, sabe que estoy aquí… >> pensó con fastidio. Al sentir cómo el otro irrense se acercaba cada vez más a los maniquíes Rena retrocedió un paso por inercia, con tal mala suerte que le dio al maniquí que tenía justo detrás y lo volcó. En un segundo se produjo un efecto dominó y un gran estruendo de madera y metal.

-Mierda -dijo, dándole a igual si la pillaban o no. No había oído más gritos así que al menos ni Nime ni Neil habían sido víctimas del derrumbe.

Nime se acurrucaba cada vez más sobre sí misma, apretujándose la boca para no emitir ni un sonido. En ocasiones debía contener un intento de carcajada que llevaba atascada en su garganta bastante tiempo a medida que escuchaba lo que pasaba a su alrededor. Pero se había propuesto no emitir ni un sonido y ser la última, y por eso intentaba hacerse una bolita y no pensar.

La tensión se hizo mayor cuando Milo entró en el cuarto, refiriéndose precisamente a ella. Se apretó con más fuerza la boca y optó por no respirar directamente, o se le acabaría escapando algún sonido, muy a su pesar. Entonces un caos inesperado se desató en medio de la oscuridad, y Nime cogió aire de pronto, emitiendo un pequeño sonido de susto cuando los maniquís empezaron a caer. Estaba preocupada por el accidente, pero no sabía si abrir la boca o no. ¿Había sido un truco de Milo para que revelaran su posición? Al menos Rena lo había hecho, maldiciendo.

—¡Te he pillado yo a ti, no tergiverses!
El segundo beso le pilló por sorpresa y sonriendo como un tonto, sobre todo por la intensidad tan discordante del mismo. Lo habría disfrutado más de no haber estado partiéndose la caja de pensar en las pintas que tenían que tener, un frankenstein guapete morreando a una señora decrépita medio muerta vestida como un modelo de perfumes.

—Y tú eres idiota —murmuró, devolviéndole el mordisco con más torpeza, todo entre risas.

En cuanto Milo se separó de él sacudió la cabeza para recomponerse, dejándole ir no sin antes rascarle la espalda como recordatorio de lo que era. En el rellano de la puerta esperó a que se alejase para no interrumpir su búsqueda, pero claro que la diversión del cambiante no acababa ahí. Guiándose por la pared buscó la sala donde estarían los pillados, y más concretamente su siguiente víctima: Tayron.

—Milo es mÍooOOo... —dijo con voz grave mientras arrastraba los pies descalzos hacia él, arañando la pared para que el ruido de sus uñas largas añadiesen efecto—. Voy a... —calló. La cosa fue especialmente terrorífica cuando un estruendo retumbó desde las habitaciones distantes, y el “espíritu” pegó un brinco acorde al de su corazón—. Coño. Yo no he sido —se apresuró en decir. Luego se giró y gritó desde ahí a la oscuridad, como si pudiera ver algo—. ¡¿Estáis bien?!

Le hizo mucha gracia la respuesta de Tayron y si estuviesen las luces encendidas le habría dedicado una mirada de complicidad a la argos.
—Si las normas lo permiten yo si quieres te cambio el sitio para buscar en la próxima… Solo si quieres —le ofreció al lémur, sobreentendiendo que él no hubiese querido ser encontrado.

Le iba a decir que no quería que Milo y Rox se divorciasen cuando el segundo se acercó a ellos con todavía aquella apariencia perturbadora y empezó a meterse con Tayron. Un súbito estruendo interrumpió la escena que hizo que incluso el gamusino saltase en el sitio de la sorpresa.
—¿Qué ha pasado? ¿Necesitáis ayuda? —gritó después del cambiante.

Con los brazos extendidos Milo dio un par de pasos titubeantes hacia el interior de la habitación, entornando los ojos en busca de alguna sombra que pareciera más corpórea que el resto de la oscuridad, pero el repentino estruendo a apenas unos metros hizo que diera un salto en el sitio. Con el corazón de nuevo a punto de salírsele del pecho en apenas unos minutos el irrense encendió su linterna por pura inercia, apuntando hacia el origen del ruido con rapidez. El leve temblor del haz de luz era una señal inequívoca de lo sobresaltado que estaba.
—¡¿Rena?! —preguntó con preocupación en cuanto la enfocó en medio del desastre, acercándose con cuidado para no patear nada y armar más revuelo. Había escuchado su maldición un segundo antes de alumbrarla—. ¿Estás bien? —inquirió, buscando alguna señal de que se hubiera hecho daño.

Estaba tan centrado en su amiga que se había olvidado de que estaban jugando a un juego que tenía sus normas, normas que él acababa de infringir flagrantemente. Aún no había visto a Neil y a Nime, sin embargo, pues al contraste con la luz las sombras se habían hecho aún más densas.

Las voces de sus amigos llegaron con claridad desde la sala de entrenamiento que hacía las veces de punto de reunión, y por su tono de preocupación los golpetazos tenían que haber resonado con mucha fuerza. El irrense no sabía qué pensar, pero alzó la voz para que se tranquilizaran.
—¡No os alarméis! ¡Creo que estamos todos bien! —informó sin apartar la mirada de la ursántropa, esperando que ella también lo confirmara.

Neil estaba decidiendo cómo se movería para no hacer ruido cuando Milo se acercara, cuando se oyó el estruendo de metal y madera y a Rena maldecir. El aurva jadeó sorprendido, tanto por el ruido, como por la luz que de repente apuntaba a la irrense y que sostenía Milo, quien le preguntaba preocupado si estaba bien.

Por lo poco que podía ver, Rena estaba bien, sobre todo si se hacía caso al grito de Milo en el que lo confirmaba para los que se encontraban esperando fuera. Nime tampoco parecía haber sido afectada por el caos, aunque el sinhadre había escuchado el pequeño sonido de sorpresa que había hecho desde lo alto y él mismo se había salvado por un maniquí que ya había estado previamente en el suelo y que había evitado que la avalancha llegara a él.

Con cuidado, Neil intentó asomarse sobre el maniquí que le cubría para ver bien a Rena, pero sin que la luz le alumbrara. Una cosa es que siguieran jugando y otra que no estuviera preocupado por sus amigos.

Rena se cubrió la cara con el brazo para protegerse del foco de luz repentino.

-¡Argh, que me vas a dejar ciega! -se quejó. -Estoy bien, anda, baja eso.

Puso atención para cercionarse por segunda vez de que nadie había salido herido por culpa de su torpeza y comenzó a escalar los maniquíes para ir hacia Milo.

-¡ESTOY BIEN, NO HA PASADO NADA! ¡EL JUEGO CONTINÚA! -gritó para el resto.

Cuando llegó hasta Milo le puso la mano en el hombro y lo empujó hacia la entrada de la habitación con ella.

-Y tú has roto las normas así que tienes que volver al punto de partida. Venga, arreando -dijo con una sonrisa. Sabía que su amigo solo había querido asegurarse de que estaba bien, pero quería darle una oportunidad a los otros dos enanos de ganar y así compensar haber metido la pata.