Sede de los Taumaturgos

La charla con Guille y Eitne se había alargado lo suficiente para obligarlos a preparar sus disfraces a toda prisa. Nime estaba convencida de que los iba a impresionar y quería que todo saliese lo mejor posible, así que a la hora de repartir la pintura roja trató de no pensar en lo tarde que se había hecho. Si se la echaba por encima de cualquier manera nadie iba a entender el disfraz.

Tras dejarse el pelo suelto por delante de la cara y vestirse de chico, es decir, con una falda corta y una camisola rota que le diese aspecto de haber sido asesinada y abandonada en una zanja, fue a por la joya de la corona: la pintura roja. Cuando se la había pedido a los mayores les había tenido que asegurar que no iba a hacer ninguna trastada con ella. Allí donde emergían cristales repartió la sangre falsa de forma que pareciese que manaba de ellos, y se esforzó sobre todo con los de la cabeza, manchándose el pelo de pintura espesa y pintando borbotones que le caían por la cara desde estos.

La última parte del disfraz era un buen trozo de cuerno que se había partido jugando como una bruta con sus amigos. Ya le había vuelto a crecer, pero lo había guardado igual que guardaba sus dientes de leche. Lo empuñó y corrió a mirarse en el espejo del cuarto de baño de la sede, asegurándose de que nadie la viese antes de tiempo. Probablemente ya estaban casi todos en la sala de entrenamiento. Se sonrió a sí misma con satisfacción y dio varias vueltas ante su reflejo. «¡Pues ya está!».


La puerta de la sala de fiesta improvisada volvería a abrirse de golpe, abriendo paso a una Nime que entró cabizbaja, con el pelo tapándole la cara y las manos escondidas detrás del cuerpo, arrastrando los pies hacia los grupitos que se estaban empezando a formar. Se detuvo cerca de Adru y Neil y dirigió el cristal hacia ellos con un movimiento rápido.
—¡¡Me vengaré!! ¡¡Moriréis ampalados como yo!! —chilló, tratando de aterrorizarlos con su expresión. Lo que más lamentaba de aquella entrada dramática era no poder detenerse a mirar los disfraces de quienes estaban ya en la sala.

Tayron estaba claramente emocionado con todo lo que ocurría a su alrededor, que eran entradas bastantes chulas y diferentes, se sorprendió de ver lo bien vestidos que iban todos. Después de realizar una última reverencia para Adru como aceptación de que se uniría a su tripulación y harían buenas migas le respondió a Rena.
—¡Coco! ¡Sí! La vi unos pocos días antes de llegar a la ciudad, si en algún momento te apetece llorar a mares es la puta película indicada —cuando la irrense le felicitó el belga volvió a echar un último vistazo a como iba disfrazada, reparando esta vez más en los detalles como por ejemplo en la araña de su sombrero— gracias, tú vas echa una fiera —y además, impresionaba ver a una bruja tan mazada y fuerte.

El lémur se vio claramente sobrepasado sin saber a quien admirar con detalle por momentos, desde Neil tan mono vestido de calabaza o Nime siendo especialmente macabra, aunque su favorito de todos fue el de Eitne. Iba a contestarle a Rox pero no pudo al quedar impresionado por sus alas de murciélagos y en general el look de infarto que llevaba, solo pudo guiñarle un ojo a Milo con una sonrisa cuando le vio aparecer en muestra de agradecimiento por la guitarra, aunque no se dio cuenta de las tuercas que cayeron desperdigadas. Finalmente se acercó a Sinceridad, o al menos creía que era ella por la máscara de antes de ojos saltones, en una de esas la roquense asomó la cabeza.
—¡Perdona monstruo indeseable! Pero creo que te has zampado a una amiga mía enterita —dijo riendo, él tampoco sabía el nombre exacto de la criatura pero la había reconocido. Cambió el tono de voz a uno más confidente y menos teatrero— tía, ¿lo has hecho todo tú? qué cojones, como mola.

-Tu sentido del humor me agrada, viejo bucanero, accedo a una tregua y a compartir una jarra de ron contigo -le respondió a Adru, riendo -O de refresco mejor.

Le agradeció a Tayron su cumplido y rechazó amablemente su propuesta de película. ¿Por qué coño iba a querer llorar a propósito? ¿Es que la ciudad no daba bastantes razones como para buscar otras en tu tiempo libre?

-¿Y si mejor me dices de alguna peli de tu mundo que no sea de llorar? ¿Tenéis de esas? -preguntó.

Rox hizo su gran entrada y, cómo no, tenía que lucir palmito delante de su recién revelado novio. Rena no podía culparle, aunque tuvo que hacer grandes esfuerzos para no echarse a reír, especialmente tras la reacción del susodicho novio.

-¡Eh, Milo! ¿Te traigo un cubo para las babas? -se burló.

Los rezagados no tardaron mucho en llegar y pronto estuvieron todos vestidos y dispuestos para la fiesta. El de Eitne fue algo impresionante, le encantaba su forma nocturna, le daban ganas de transformarse ella también y darle cabezazos o echar carreras. Se tuvo que contentar con chocar los cinco y llenarse la mano de purpurina dorada. Rena dio gracias por la magia porque pensar en tener que barrer todo lo que estaba dejando el daeliciano por la habitación.

-¡Nime, cómo mola tu disfraz! ¡Das todo el yuyu! -le dijo a la libense cuando la vio. Y no mentía, durante una fracción de segundo sus ojos reaccionaron antes que su nariz y su sentido común y creyó que la niña se había hecho daño. -Si me prometes que no ampalas a la Capitana y a Neil te doy chuches. Oye, ¿podemos coger las chuches ya? -preguntó buscando a Rox con la mirada, ya que era el maestro de ceremonias -No he comido en todo el día para poder ponerme las botas y el hambre aprieta.

Los disfraces de los demás le encantaron... Había un montón de cosas que no conocía y por las que quería preguntar, mucho colorido y variedad y... Todos se habían esforzado mucho, se notaba. Y ella en cambio se avergonzaba del suyo. Se había tomado muy literalmente lo de vestirse como un monstruo o algo que pudiera dar miedo, pero al menos esperaba que pudiera arreglarlo con el apaño de asomar su propia cabeza por fuera del disfraz, las flores y la máscara de ojos saltones.

Tay por ejemplo se le acercó comentando eso mismo, y la roquense se rió con su broma. Se le acercó y adoptó un tono serio, como de historia de miedo.
—Esta mañana seguía sin disfraz... Paseando por la playa me atraparon unos tentáculos. Me arrastraron mar adentro y tuve una fea pelea bajo el agua... Fue una locura y al final... El bicharraco este llegó a tragarme pero... ¡Conseguí abrirme paso desde dentro! —exclamó todo lo seria que pudo fingir, pero acabó riéndose—. Compré los tentáculos y la "piel" esta rara en el Mercado y le pedí ayuda a la alquimista de mi trabajo para que no se pudriera y no huela mal, y está muy conseguido, sí... Pero creo que me he pasado con el realismo del disfraz —se rascó la nuca con la misma vergüenza que le había despertado fijarse en el resto.

Al menos llevaba los bolsillos llenos de caramelos y la corona de flores del cuello y la máscara de ojos saltones podrían arreglarlo? ¿Otra vez había vuelto a pensar en eso? ¿Por qué se tenía que agobiar tanto por un disfraz? Sacudió la cabeza e intentó alejar esa preocupación.
—Bueno, es mi primer Jalobuin, el siguiente me irá mejor. Tu atuendo me encanta, y si tienes más canciones me gustaría escucharte—le sonrió antes de acercarse a la mesa—¿Se puede picotear ya por aquí?

Neil no paró de aplaudir y felicitar a sus amigos a medida que iban entrando en la sala y luciendo sus disfraces, avergonzándose un poco por el piropo generalizado de Rox, que iba increible como demonio. Todos estaban realmente guapos y felices, lo que contagiaba el entusiasmo del brujo, haciendo que al final incluso estuviera dando saltitos en el sitio.

-¡Sí, Eitne! ¡Eres un universo! -exclamó tras Adru cuando vio al daeliciano tan brillante y bonito.

Como ya era costumbre, las mejillas de Neil enrojecieron con el halago de su edeel a su comida y se dispuso a confirmarle que cuando todos estuvieran podrían empezar a comer, cuando el aliento se le quedó atascado con la aparición de Nime. Al shock le siguió un chillido acompañado de un salto e instintivamente se escondió detrás de Adru y las velas encendidas por toda la habitación se reunieron frente a su edeel de forma defensiva apuntando sus llamas encendidas hacia la demonio mineral. El corazón de Neil iba a mil cuando se percató de que era Nime, momento en el cual las velas volvieron a su sitio sin ceremonia.

-¡Nime! ¡Qué susto! -exclamó todavía casi sin aliento.

Y ahí estaba el brujo, que había decidido ser el monstruo de Frankestein pero en guapo. Rox se le quedó mirando para apreciar no solo su disfraz sino sus reacciones, las cuales por cierto no le decepcionaron. Su sonrisa se ensanchó hasta mostrar la totalidad de sus colmillos cuando el chico perdió parte del disfraz.

—Tráete dos, uno para las babas y otro para los tornillos —dijo sin guardarse las risas, dándole un toque con el dorso de la mano a su amiga antes de echar a andar hacia Milo. Gracias a los tacones era un pelín más alto que él—. Buenooo... ¡quien me iba a decir a mi que un medio muerto iba a estar tan bien! —ladeó la cabeza para verle mejor. Hasta que llegasen los enanos se cebaría un poco con él—. Me gusta verte bien vestido, perooo... a ver si va a ser mejor que lleves la ropa rota —se rio, moviendo la cola con malicia e inclinándose brevemente para besarle. Mientras, con discresión y asegurándose de estar de espalda al resto, el cambiante desabrochó un par de botones más de su camisa.

Los niños entraron en el momento justo para salvar a Milo de perder todas las tuercas. Rox se apresuró en cubrirse el torso como una señora mayor que se cubre del frío con la prenda medio abierta, no habiéndose esperado una entrada como la de Nime. El abrazo de Guille le pilló con la guardia baja, pero respondió tan pronto como pudo, lanzando una mirada de circunstancias a su novio con la risa a media garganta.

—¡Muchas gracias Guille! Nosotros también te queremos mucho —le estaba estrujando un hombro cuando Eitne, que ahora era incluso más bonito a la vista, se unió al abrazo con sus enormes patas. Rox apachurró a los (no tan) peques hasta que vio como le caía purpurina por el flequillo. Pensó que se trataba de un efecto del disfraz del león galáctico, pero no: era purpurina de verdad—. ¿Eh? —se quitó una poca con los dedos. Cuando se separaron tenía las alas llenitas de ella—. ¡Eitne! —lejos de ser un regaño el demonio rompió a reír.

Rox sacudió las alas y se revolvió el pelo haciendo una bonita lluvia de purpurina a su alrededor.

—¡Pues claro! —respondió a Rena—. Si el chef Calabaza no muere apulañado primero. Estaría feo comer mientras hay un asesinato en la sala.

La puya de Rena hizo que el brujo volviera a la realidad rápidamente, apartando la vista del cambiante un segundo para replicarle algo a la ursántropa, pero cuando Rox secundó la misma y empezó a avanzar hacia él Milo volvió a olvidarse de cómo se articulaban las palabras. Su disfraz estaba muy currado, pues la elección de vestuario resaltaba los significativos cambios físicos que se había hecho, y su forma de caminar con tacones era hipnótica. No era un tipo de calzado al que un irrense estuviera muy acostumbrado, pues tenían toda la pinta de no ser muy cómodos, pero lo cierto es que su novio sabía desenvolverse muy bien con ellos y el efecto le hacía mucho más llamativo.
—¿Y qué pasa con el frío… ? —replicó con tono denso, esbozando una sonrisa estúpida que se deshizo cuando el otro le dio un beso. Que se desabrochase un par de botones más de su camisa le hizo enrojecer, pero por suerte su maquillaje ocultaba el rubor de sus mejillas evitando que pareciera aún más lerdo.

En ese momento los enanos entraron en la sala y Guille se les acercó corriendo, pillandoles por sorpresa con un abrazo que les hizo intercambiar una mirada de circunstancias.
«Será mejor que dejemos esto para más tarde… » pensó para sí, apretando a los dos humanos entre los brazos con una amplia sonrisa.
—¡Eso, eso! También te queremos un huevo —respaldó al australiano, soltando una exclamación de sorpresa cuando un enorme león estrellado se unió al achuchón y les llenó de purpurina—. ¡¿Pero de dónde has sacado tanta brillantina?! —le preguntó riendo, soplando con fuerza para expulsar la que amenazaba con metérsele en la boca antes de que fuera demasiado tarde.

Ahora que se había acostumbrado al disfraz del coreano el brujo pudo fijarse mejor en los de sus compañeros, dándose cuenta de lo currados que estaban también y de lo aterradores que eran algunos. Los de Sinceridad y Nime se llevaban la palma en lo de provocar miedo, pues uno era sumamente inquietante y el otro casi le provoca un infarto al pensar por un segundo que la libense se había hecho daño de verdad.
—Estáis todos fantásticos, chicos —les felicitó mientras se acercaban al grupo. Aprovechando que Rena estaba distraída con lo de la comida el norteño le pasó una mano llena de purpurina por la espalda en venganza por el comentario de antes—. Y tu araña es un pasote, tía. —añadió para la ursántropa con una sonrisa muy poco inocente.

Lo cierto era que el irrense también empezaba a acusar el hambre, así que se giró hacia el chef Calabaza con expresión entusiasmada.
—Si alguien tiene que ser apuñalado para contentar al espíritu vengativo me ofrezco voluntario, que yo ya estoy medio muerto —dijo tras el cambiante, llevándose la mano al pecho y cerrando los ojos con solemnidad—. Pero como última voluntad me gustaría atiborrarme primero a dulces, por favor.

Eitne les liberó del abrazo enseguida porque en el fondo no les quería manchar tanto y sonrió a al diablillo y al muerto con tornillos, enseñandoles los dientes semigaseosos de su cuerpo nocturno.  

—¡Es culpa de Guille! —dijo enseguida, para lanzarle la culpa a la marioneta que era Guille.

Aprovechó para ponerse a dos patas, medio encorvado por miedo a toparse con el techo y espachurrarse de forma vergonzosa, y recibió con orgullo los halagos de los sinhadres, que le hicieron sonreír de nuevo de una forma entre infantil y temible.

—¡Gracias! ¡Esto también es culpa de Guille! —dijo con alegría. No solo quería echarle en cara lo malo, también quería que todos supiesen que le había ayudado mucho con el disfraz. De hecho, en el fondo, hasta la purpurina le pegaba un poco—. ¡Tened mucho cuidado de que no os devore con mi inmensidad! RAEORRR —dijo agravando su voz, como si no fuera ya lo suficiente en esa forma, y fingiendo un rugido.

Los ruidos animales se le daban regular. En general, su forma nocturna se le daba regular. Se sentía ridículo la mayor parte del tiempo, juzgado por todo ciudadano que le viera y no fuera de su grupo. El niño sentía que, en comparación a Rena, por ejemplo, no estaba a la altura de su forma más despiadada, así que lo intentaba suplir de alguna manera con rugidos (lastimeros) y comentarios sobre dar mordiscos y zarpazos que, en realidad, no tenía intención de llevar a cabo nunca. La bestia del crepúsculo solo tenía la forma, no el instinto, y quizás mucho teatro. Eso siempre.

En la fiesta, sin embargo, se sentía libre de hacer todo el tonto del mundo e intentó mantenerse al tanto de todas las cosas que pasaban a su alrededor. Escuchó con atención la historia de Sinceridad con un gesto de verdadera sorpresa anclado en su rostro leonino: se había creído del todo que la habían arrastrado bajo el mar. El terreno acuático de la ciudad seguía siendo un misterio para el niño, aunque con el resto de la historia comprendió que no era verdad (o no del todo). También puso el oído el tiempo suficiente para enterarse de que se había abierto la veda de la comida.

—Si alguien le pone un dedo encima al Chef Calabaza me lo comeré y no dejaré ni los huesos —amenazó a los presentes de broma, antes de intentar cazar un caramelo con sus estúpidas zarpas torpes y gigantes. Tras varios intentos fallidos, tiró por tierra su pequeño teatrillo y se quejó—. ¡Jolines! ¿Alguien me ayuda?

No solo no había pescado el caramelo, sino que estaba llenando el plato y la comida de purpurina. ¡Estúpido Guille!

—¡Jo, jo, jo! ¡Brindaremos con refresco de burbujas por esta poderosa alianza! —continuó con la broma de Rena—. ¡La tripulación aumenta cada vez más!

Eitne les explicó que su disfraz lo había hecho Guille, en parte al menos, y les rugió de una forma muy graciosa
—¡Cuidado, no queremos ser presas del unvierso entero!

Cuando notó la presencia de algo acercándose se giró rápidamente en su dirección y tardó un breve instante en distinguir qué, o más bien quién, era exactamente. Mientras su aurva se escudaba con su cuerpo e interponía todas las velas que pudo reunir entre ellos y su “atacante”, Adru se echó a reír.
—Qué pasada, Nime: has conseguido asustar a Neil —la felicitó—. Jolín, es que todos los disfraces son chulísimos.

Sinceridad comenzó a contar una historia acerca del suyo. No tardó en darse cuenta de que no era una historia real, pero le pareció divertido. La verdad es que el criterio del edeel no sabía distinguir demasiado bien si se había “pasado” o no, para el gamusino su disfraz era genial.

Se rió todavía más con las diversas bromas de sus amigos y se frotó las manos cuando tuvo varias confirmaciones de que se abría la veda de la comida.
—Por mi barco que nadie va a apuñalar a Neil ni a Milo, pero podemos cumplir su última voluntad igual.
Se dirigía a probar lo primero que se le pusiese delante cuando la bestia del crepúsculo tuvo el pequeño incidente. Adru cogió un par de caramelos del plato que estaba intentando manipular Eitne y se puso en pose de lanzarlos.
>>¡Entrega especial para el universo procedente de Isla Azúcar! ¡Abra sus planetas y estrellas, por favor!

Nime se echó a reír a carcajadas, arruinando la actuación, en cuanto consiguió la reacción esperada de Neil. Se apartó el pelo de los ojos para enjuagarse las lágrimas, haciendo que la pintura roja ya se le empezase a correr por toda la cara en el primer minuto disfrazada.

Cuando abrió los ojos, ya sin la cortina de pelo tapándolos, fue cuando empezó a curiosear los disfraces que todavía no había visto, abriendo mucho la boca con lo logrados que estaban y lo originales que eran (sabía que el suyo no destacaba precisamente en aquel departamento).
—¡Ah…! —los halagos se le atascaron en la garganta cuando empezó a recibir algunos por su disfraz, algo que la hizo más feliz de lo que era capaz de reconocer—. ¡Gracias! ¡Vosotros estáis genial también!

La demonio mineral empezó a dar vueltas en torno a los presentes para examinar sus disfraces y hacer preguntas, aunque a tal velocidad que apenas daba tiempo a responderlas antes de cambiar de víctima. El hambre no tardó en ganarle a la curiosidad, ya que muchos de sus amigos ya estaban hablando de abrir la veda para comer, así que dejo de hacer preguntas y se acercó de nuevo a la mesa.
—No voy a ampalar a nadie —les prometió—, y especialmente a Neil, que es el que mejor cocina. —Acompañó aquella afirmación de una mirada a medio camino entre una disculpa y risa hacia el brujo de la cera.

Nime ya tenía varias chuches en las manos cuando vio que Adru se acercaba a echarle una mano a Eitne.
—¿Se los vas a tirar? ¿Los vas a coger al vuelo, Eitne? —preguntó cuando se puso a su lado. Parecía a punto de echarse a reír solo de imaginárselo. En aquel momento Eitne parecía una mascota a la que iban a dar de comer, ya que su forma nocturna no acababa de imponerle demasiado a la libense. Le conocían demasiado bien como para eso.

Rena se llevó las manos a la espalda en cuanto sintió la palmada de Milo, no se fiaba un pelo. E hizo bien.

-¡Capullo! -le gritó, aunque no hizo amago de ir a devolvérsela. Tenía otras prioridades.

Prácticamente el grupo al completo había acordado que apuñalar a Neil era una mala idea y a Rena le alegró ver que los críos tenían las prioridades en orden incluso cuando bromeaban. Era el momento de zampar. Cogió uno de los pastelitos con forma de araña lo primero por ser lo que mejor combinaba con su disfraz.

-¡Joder, Neil, esto está buenísimo! -dijo tras dar el primer mordisco. Cogió otro con la intención de ayudar a Adru a alimentar al pobre león purpurinoso que no se apañaba con sus zarpas -Eitne te voy a tener que dar una clase de comer sin manos -dijo riendo.

Le hicieron gracia los comentarios sobre asesinar y defender al chef, y quiso aportar su parte aunque estuviera claro que la mayoría querían defenderle. Volvió a ponerse la cabeza del disfraz un momento y alzó los brazos mientras se le movían los tentáculos bajo la cara.
—El Chef Calabaza cuenta con mi protección, que tiene que enseñarme mucho todavía!

Una cosa brillante llamó la atención a la roquense. Salía, o caía del pelo de Eitne, y llenaba su visión de diminutos reflejos que ahora estaban por todas partes, allá por donde se moviera el chico. ¿Qué era eso? Había dicho que era cosa de Guille, así que Sinceridad se acercó a preguntarles. Bueno, al final no se dirigió a nadie en concreto, ya que el otro estaba intentando coger dulces con sus zarpas y no quería interrumpirle ni a él ni a quienes se afanaban en ayudarle. Al principio había pensado que podía ser magia, pero quería investigarlo. Se volvió a quitar la cabeza del disfraz antes de preguntarles, por supuesto.
—Oíd, ¿qué es eso que brilla tanto que sale de nuestra bestia nocturna favorita? Se podría seguir el rastro de por dónde se ha movido Eitne con esos colorines por todas partes —se rió.

Estaba tentada de recogerlo del suelo, pero le iba a costar con las manos del disfraz. Es más, cayó en la cuenta de que los guantes que se había hecho también le hacían difícil coger comida de los cuencos. Tuvo que coger las cosas más pequeñas usando los dedos o las palmas de ambas manos, por ejemplo. Consiguió pegar bocado, pero los primeros los hizo entre risas por lo torpe que le resultaba. Pero qué rico estaba todo, el esfuerzo merecía la pena con creces.
—¡Esto está de muerte, deberíamos tener fiestas así más a menudo!

Neil tardó un poco en recuperarse del susto, pero en cuanto lo hizo miró con el ceño fruncido a Nime, pero en seguida la mueca se deslizó de su cara y con una sonrisa que se le plantó en la cara cuando todos empezaron a llamarlo "Chef Calabaza" les animó a comer dulces.

-Sí, sí, empezar a comer, por favor. Los dulces están para eso.

Aunque ya se le había ido el susto, su corazón todavía iba un poco acelerado y se mantuvo un poco apartado mientras su pulso se estabilizaba. Entre la apariencia de Nime y de Guille, que eran los dos disfraces que más le asustaban, posiblemente estaría un poco nervioso durante toda la velada, pero supuso que entre el dulce y el ambiente feliz podría ignorar el miedo subyacente, por lo que no tuvo problema en reincorporarse a sus amigos sacándole la lengua a Nime cuando dijo que no iba a ampalarlo porque era el mejor cocinero. Además, por mucho que le inquietaran sus disfraces, los halagos de sus amigos por su cocina siempre le dejaban calentito por dentro y compensaba cualquier susto.

Rox movía la cola inconscientemente de un lado a otro como si hubiera nacido con ella, contento por cómo pintaba la noche. Siguió a Milo con la tentación de sumarle brilli-brilli al disfraz de Rena, pero valoraba más no perder la mano.

—¡Eh, eh, tú tampoco te sacrifiques tan pronto! —reprendió al irrense dándole un toque con la rodilla—. Solo yo puedo empal... —su voz perdió fuerza y un bufido le interrumpió antes de terminar la frase. Carraspeó para correr un tupido velo y aprovechó la pregunta de Sinceridad como vía de escape—. ¡Es purpurina! —respondió tan casual, deshaciéndose de los restos que tenía entre los dedos frente a ella—. Solo sirve para decorar cosas y para dar por saco. No creo que sea bueno comérsela —se rió al ver como Eitne sufría justo por eso.

Cogió uno de los pastelitos con forma de calabaza que la bestia había espolvoreado sin querer y lo sopló para deshacerse de los restos; siendo un hechizo lo mismo no pasaba nada por ingerirla, pero ante la duda mejor evitarlo. Al darle un bocado casi se le derriten las alas con el sabor.
—Joe. Que rica está la diabetes, de verdad —dijo con un moflete lleno. Ahora se arrepentía de que el fuerte de mantitas y cojines estuviera apartado de la mesa, cuando fueran a repantingarse quería tener la despensa cerca—. Bueno y, —le dio otro bocado, buscando con los ojos su siguiente golosina. No había acabado el pastelito que ya tenía otro en la mano— aparte de hincharnos habrá que dar miedo, ¿no? ¿Qué vamos a hacer, contamos historias de terror? ¿Jugamos a las tinieblas?

Su cola se curvó con malicia junto a su sonrisa, mirando por el rabillo del ojo al pobre chef que ya había tenido su ración de sustos. Aquella noche no era solo para merendar.

Milo sonrió socarronamente cuando Rena le insultó, pero su fachada de suficiencia se desmoronó al recibir un suave rodillazo por parte de Rox que le hizo trastabillar. Lo que el cambiante dijo a continuación, o casi dijo, desbarató cualquier respuesta inteligente que el irrense pudiera haberle replicado y, sin poder evitarlo, se limitó a boquear como pez fuera del agua durante unos segundos.
«Qué cabrón que es… » acertó a pensar, esbozando una ligera sonrisa mientras el humano con aire casual le explicaba a Sinceridad que era la purpurina.

No sabía si alguien más había llegado a pillar su pulla, pero él no iba a facilitar que nadie lo hiciera con sus reacciones, así que se apresuró a alcanzar una magdalena cubierta de chocolate con glaseado en forma de calavera y se la metió en la boca con expresión decidida. El buen sabor le hizo estremecer y empezó a masticar a dos carrillos, alcanzando un vaso de refresco de naranja con cara de satisfacción.
—¡Está delicioso! —alabó a Neil con una sonrisa salpicada de migas, palmeando la espalda del chef calabaza con la mano libre mientras le daba un trago a su bebida.

Eitne tenía algunas dificultades para disfrutar de los aperitivos en su forma nocturna, pero Adru se ofreció a ayudarlo seguido por Rena. La ursántropa tenía algunos consejos para el daeliciano sobre cómo comer sin manos que sin duda serían algo digno de oír, pero la pregunta de su novio atrajo la atención del brujo por completo.
—¡Yo voto por las historias de miedo primero! —exclamó—. Se puede comer mientras tanto y también hay palomitas —aclaró, recordando repentinamente que había preparado boles de distintas variedades y que los había dejado entre los cojines—. ¿Me ayuda alguien a abastecer el fuerte? —preguntó, imitando a Nime y empezando a recolectar dulces a dos manos sin ningún tipo de vergüenza.

Eitne le dedicó una sonrisa agradecida a Adru y, en cuanto entendió lo que quería, dio un par de pasos hacia atrás y se irguió sobre sus cuartos traseros. Nime le preguntó si la iba a coger al vuelo y el niño se indignó un poco.

—¡Pues claro que sí! —rechistó antes de responder a Adru—. ¡Abriendo compuertas espaciales para recibir paquete alimenticio! —añadió antes de abrir la boca tanto como podía, en lo que probablemente habría quedado como la peor foto de la historia para la bestia del crepusculo. Por suerte, el gamusino era un experto tirador de chucherías y Eitne logró coordinarse lo suficiente como para que no cayera nada al suelo. El primer caramelo entró limpiamente y el segundo le rebotó en la nariz, espachurrándola levemente, y saltó a la boca en un movimiento que Eitne no podría repetir ni aunque le suplicasen—. ¿Has visto? —le sacó la lengua a Nime en un gesto socarrón y luego contestó a la ursántropa, que se ofrecía para darle clases—. ¡Vale, Rena! O espera... ¿Sin manos quiere decir con zarpas o garras, o solo con la boca? Porque lo voy a llenar todo de babas si no... —<<¡Jolines, y de purpurina!>>.

No le pasaron por alto los comentarios sobre precisamente eso y el niño sintió una enorme vergüenza que no se podía manifestar en su curpo leonino. En cuestión de minutos, Eitne tuvo claro que Guille se merecía una broma de las gordas en respuesta a la que todavía sufría la bestia del crepúsculo. Cuando Rox propuso contar historias de terror, el niño pensó que tal vez podría sacar una idea divertida de ellas, para asustar a Guille en otra ocasión. ¿Qué podría salir mal, aparte de todo? Mientras esperaba la respuesta de Rena, ayudaría a Milo levitando un par de platos de comida hacia el fuerte y buscaría un espacio cómodo para dejar caer su cuerpo nocturno.

—¿Y si el fuerte es débil y se asusta de las historias? —bromeó, haciendo un juego de palabras más flojo incluso que el hipotético fuerte asustadizo.

—Me complace que comprendáis la importancia del cocinero en una tripulación, ¡jo, jo, jo! De este modo nadie tendrá que enfrentarse a mí en combate porque no pienso dejar que el miembro más valioso del barco sufra ningún daño —bromeó tras todos los comentarios al respecto.

Adru se alejó varios pasos y lanzó los caramelos en dirección a Eitne con la lengua a un lado de la boca. A pesar de su considerable fuerza, se le daba sorprendentemente bien calcular la distancia y no se pasó de largo. Aplaudió con ganas a la bestia del crepúsculo ante sus maniobras para recoger con éxito los dulces.
—A lo mejor puedes usar el hechizo de levitación para comer. ¿O no podías usar magia siendo el universo?

El gamusino se llevó a la boca entonces sus primeros dulces de la noche, que estaban deliciosos, por supuesto, y se rio con las distintas bromas de sus amigos.
—¿Qué son diabetes? Neil, ¿has hecho diabetes sin preguntar? —No tenía ni idea de lo que significaba aquella palabra, pero le hacía gracia.

La propuesta de las historias de miedo le hizo saltar en el sitio de la emoción.
—¡Sí, sí, sí! A ver, a ver… —decía sin dejar de moverse mientras ayudaba a Milo con su petición de abastecimiento—. ¡Neil! Préstame algunas velas tuyas cuando me toque para dar efecto. —A continuación adquirió una pose pensativa, con un brazo cruzado y el otro en dirección a su boca, mientras tamborileaba en el suelo con uno de sus pies—. No quiero ser el primero: necesito pensar un poco.