Torreón Silente

Le repobladore no sabría decir cuánto tiempo pasó desde su huida al armario y hasta que escuchó pasos en las plantas superiores. No le pesaba esperar, acostumbrade ver los días pasar en su refugio. Se agachó más aún si cabe y esperó... Por fin, en efecto, apareció une Gigante. La visión de la lanza le congeló en el sitio pero se relajó en cuanto reparó en quién cogía la nota.

Fue entonces cuando se incorporó y se dirigió al borde del mueble. En otras circunstancias habría saltado encima de sus Gigantes pero aún estaba recelose de la situación.
—¡Buen día nos traiga la Flora, Kalna! —le saludó agitando sus manos superiores.

Le había hablado de sopetón por el nerviosismo, ¿pero quizás demasiado? Aunque eran compañeres de refugio desde hacía tiempo, su Gigante no dejaba de ser alguien que iba armade y que no se esperaría que le hablaran de repente. Y era Kalna. Lo mismo acababa como pinchito, de desayuno.

Tal vez hubiera reaccionado con más violencia si la voz no fuese conocida y si no hubiese usado una expresión que sólo le había oído a una persona (¿planta?) en toda la ciudad. Oír su nombre también había ayudado a que le pobre Tawar no acabase ensartado, y es que la libense solo se giró con un poco de brusquedad de más en dirección a la voz. Subide a un armario estaba le repobladore, con un lacito al cuello como bien había dicho Mara en aquella tonta nota.

El primer pensamiento de la libense fue egoísta, y es que ya que el demonio iba a “regalarle” un compañero, hubiese preferido mil veces a Rick, con quien se llevaba bastante mejor. El segundo no era menos interesado, y es que no se olvidaba de que Tawar era de los mejores magos del torreón. Iba a venirle bien tener alguien que pudiese hacer magia, aunque el miedo que le tenía al exterior sería un problema.
—Tawar —saludo, sin demasiada emoción, aunque con perfecta educación, algo normal en ella—. ¿Cómo has llegado aquí?

Tenía muchas más preguntas. Por qué elle, si el resto le recordaba o le había hecho Mara lo mismo que a ella, por qué elle sí se acordaba de ella. Pero si no podía responderle a esa primera, dudaba que el resto fuera a tener respuestas. Acercó la mano al mueble, para que le repobladore se subiera si quería, y le ayudaría a quitarle el lacito del cuello.

No creía en que la Flora fuera a darles un buen día, pero se conformaba con que fuera mejor que el anterior.

Le repobladore se vació de aire un poquito por la espalda a modo de silbido-suspiro cuando Kalna le saludó. ¡Un problema menos! Y unas cuantas incógnitas más, por supuesto. Brotaban en su cabeza como si fuera la temporada de las flores.

¿Que cómo lechugas había llegado allí? Se cruzó un par de brazos, pensative, y al final se encogió de hombros. De pie como estaba en el borde del mueble, se dejó caer y se sentó con los pies colgando.
—Pues... no tengo ni idea, anoche me dormí como siempre y esta mañana desperté en esa cesta —la señaló—, pero no recuerdo nada de cómo ha pasado todo. Solo desperté aquí, vi la nota y me asusté y trepé... ¡Ah! ¿Pero quién es Mara y por qué me trajo como "regalo" para ti? ¿Está aquí también o es tu amigue? ¿Y por qué estás aquí, dónde estamos? —inquirió.

Seguía llevando el lazo al cuello, pero la verdad era que le gustaba cómo le quedaba y jugaba con el nudo entre sus dedos mientras miraba con atención a su Gigante. Ese otre, Mara, debía ser alguien que tuviera a la libense en alta estima. Si no, ¿para qué tanta parafernalia? Debía ser eso.

Dejó que Tawar se quedase en el mueble sentade, y le dejó también con el lazo visto que no parecía incomodarle. Escuchó con curiosidad lo que le repobladore tenía que decir, aunque sus sospechas de que no sabía nada no tardaron en confirmarse. Contuvo una mueca de frustración, sin querer exteriorizar que la falta de información le resultaba especialmente molesta.
—No es mi amigo —aseguro, tal vez con más firmeza de la necesaria, pues quería dejar muy claro que aquel ser no tenía la más mínima relación con ella—. Es un demonio. Ayer cuando los otros vinieron al torreón hicieron algo para invocarle y me trajo aquí tras matar a Aria.

Miró la nota de nuevo, como si fuera a encontrar respuestas de por qué había secuestrado también a Tawar. Ninguna de sus acciones tenía ninguna lógica para la libense, pero al menos ella tenía algo más de información que le repobladore.
»Ha hecho que todos nos olviden y que no podamos volver a Sendar, pero en contraparte no puede entrar aquí si no se le da permiso, y puedes tener por seguro que no pienso dárselo.

Su cabeza no dejaba de pensar en cosas. Dónde estarían exactamente, si habría algo de utilidad en ruinas cercanas, cuál sería el punto de abastecimiento más cercano. Deberían salir a por comida cuanto antes, además.

Indignación y más dudas. Una criatura misteriosa les había llevado allí por puro capricho... ¿Pero para qué? ¿Y por qué tanta parafernalia de regalos?
—¿Cómo que no sois amigos? Ese demonio se lo pierde, que...

Se le habría escapado un gruñido de indignación pero se calló cuando escuchó lo de Aria. ¿Muerta? ¡¿Otra pérdida más?!
—Pe-pero... Por la Flora, ¿cómo me he podido perder tantas cosas? ¿Y encima nos han olvidado?

Se volvió a levantar y empezó a golpear el techo del armario con uno de sus pies. No le hacía ni pizca de gracia lo que estaba pensando pero no les quedaba otra. No sabían nada prácticamente y el edificio no les iba a resolver las dudas. Ni podían comer piedras en las horas venideras. Y tenían que encontrar a sus Gigantes, por si fuera poco, en un lugar tan grande y espantoso como Rocavarancolia.

Suspiró por todo el cuerpo y se resignó. No le costó mucho decidirlo, pero no quiso darle muchas vueltas.
—Estamos soles y sin información... Tendremos que salir, entonces, ¿no? Ya sea a buscar el camino de vuelta o al menos saber dónde estamos o buscar información... Hace mucho que no voy fuera, ¿puedo ir en tu hombro? Prometo intentar ser útil —le quiso asegurar, aunque no le vendrían mal indicaciones o herramientas para poder ayudar de verdad—. ¿Hay más armas o viste si hay cristales para dones en este sitio?

En el peor de los casos, Kalna siempre podría lanzarle contra alguna fiera como cebo... Pero era demasiado pequeñe como para que cualquier bestia se quedara a gusto. Tenía que ponerse al día en términos de salir del torreón y poder aportar... «¿Y si llevo pinchos en cada mano y una cuerda en la cintura para volar de une Gigante a otre cuando haya monstruos? Sería como ir con las lianas o ramas en casa»

La sorpresa de que Tawar no se hubiera enterado de la conmoción del día anterior le duró poco, y es que rápidamente achacó a Mara que no se acordase. Al fin y al cabo, elle también debería haberla olvidado a ella del todo. Y eso le daba una pizca de esperanza. Si Tawar podía haberse acordado de ella de nuevo, Rick podría hacerlo también en el fututo, cuando pudiera encontrarse con él. Claro que aquello no era relevante en aquel momento, pero era un detalle que se quedaría en el fondo de su cabeza.

—Tenemos más información de ellas que ellas de nosotras, así que por ahora tenemos ventaja. Si no saben que existimos no pueden atacarnos ni quitarnos la comida, y debemos aprovecharnos de eso todo lo que podamos. Por otro lado, este torreón es similar al otro, tiene armas y los cristales… —sonrió con autosuficiencia, quitándose los collares y pasándoselos a le repobladore—. Pero encontré estos por ahí. No necesitan sangre, y según Mara son talismanes mágicos también.

Era un comienzo. Ahora necesitaban libros que contuvieran hechizos, seguir con el nuevo mapa y, con bastante más urgencia, comida. Las sorpresas de aquel día no paraban de venir, y es que Tawar se estaba ofreciendo a salir. No recordaba salidas con elle desde muy al principio, y en parte aquel apoyo no vendría mal. No era como que con su altura pudiera operar el mecanismo del puente, así que claro que era bienvenido en las salidas que tuvieran que hacer, y más con su habilidad mágica.
—Claro, sube. Buscaremos el punto de abastecimiento más cercano por ahora, y deberíamos explorar las ruinas cercanas por si encontramos algo útil.

Si Tawar no tenía más dudas, la libense optaría por ponerse en marcha cuanto antes. Se pensaba mejor cuando no faltaba comida en el plato.

Le repobladore escuchó a Kalna con atención, asintiendo cada vez que decía algo que le pareciera ventajoso. La libense, como solía pasar con sus Gigantes, no hacía más que acertar. Todo parecía un designio perfecto de la Flora, un paréntesis entre tantas desgracias.
— Pues entonces... ¡lo tenemos todo a favor! Bueno, aún tenemos que explorar la zona.

Saltó al hombro de la chica y cogió los collares con cautela.
—¿Más regalos de la Flora para sobrevivir en la ciudad? No sé si con mis dones podremos hacer mucho pero lo intentaré —le aseguró.

No tenía ni idea de cómo defenderse con lo poco que sabía, pues se había acercado a las explicaciones pensando en aplicarlo todo a sus plantas, de vuelta en casa... Cortar y preparar esquejes o podar las plantas enfermas o invasoras, atar tutores aquí y allá con el nudo aquel, o llevar agua de un sitio a otro con facilidad o incluso recuperar las colonias frente a inundaciones con el don que permitía drenajes... Se acarició los brotes de la cabeza, pensative. Seguro que los demás Gigantes lo veían claro pero le costaba pensar en los dones como herramientas para hacer daño.
—¿Salimos, pues? ¡Te sigo! —bromeó, agarrándose a su ropa con sus patas.

Sigue en el Bosque Fantasma

Kalna agradeció el silencio de Tawar por motivos bastante diferentes a los que elle agradecía el suyo. Para ella, el silencio significaba oír cualquier cosa que se acercase y evitaba una emboscada. Solo había visto las charlas en las salidas como un incordio, y que ahora lo único que interrumpiera el silencio fueran sus propias pisadas era algo nuevo pero bienvenido.

La vuelta al torreón sucedió sin más incidentes, aunque Kalna volvió a revisar su nuevo refugio de arriba abajo antes de subir el puente por si se había colado algo. Requería tiempo, pero prefería asegurarse antes de quedarse encerrada con cualquier cosa allí dentro, donde maniobrar con un arma entre muebles era más complejo. Iba a ser una molestia explorar dejando aquel sitio tan vulnerable, pero aquello era un problema para el futuro; de momento tenían comida y un problema mayor.

Kalna no tenía ni la más mínima idea de cómo cocinar.

Cuando llegaron al refugio, Tawar se separó de la chica. Trepó a la mesa de la cocina y se dejó caer de espaldas en la superficie áspera de madera. Había sido su primera salida en mucho tiempo y para colmo había sido bastante intensa. Se había ido angustiando más y más según hacían el camino de vuelta y ahora por fin podía desfogar. ¿Cómo? Hinchándose al máximo y exhalando varias veces por todos sus poros, silbando sin quererlo. ¿En qué estaba pensando al acompañar a Gigantes al exterior? ¿Por qué se había ofrecido a lanzarse como arma arrojadiza contra un monstruo depredador? No era nada normal en elle, ¿quizás fuera por su deseo de sentirse útil? Le había dejado agotade y confuse, pero más aún lo último porque sabía que debía enfrentarse más al exterior. No sabía cuánto tiempo seguirían soles, por su cuenta, les dos, así que tenía que seguir en esa línea, por muy trabajoso que fuera.

Poco después, Kalna volvió de explorar el torreón y ya con el puente izado. Organizaron la cocina un poco y luego se dieron cuenta de que ningune sabía cómo hacerla "funcionar". Sabían encender un fuego, pero... ¿cómo se mezclaba todo? ¿Qué debía calentarse y qué se mezclaba bien con qué? A Tawar le valían sus botes de insectos "crudos" y ofreció compartir, pero obviamente la chica rechazó la invitación. Al final, la dejó probar suerte y algo apañó para sí misma. Le repobladore se conformaba con no salir corriendo de un torreón en llamas.

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Los siguientes días fueron muy diferentes a lo que se había acostumbrado con el grupo entero. Ahora todo lo que les pasara dependía completamente de elles dos, por lo que no le quedaba otra que arrimarse a Kalna. Tuvo que adaptarse a una rutina nueva, más disciplinada y orientada a la supervivencia, más marcial. Para colmo, como ningune se apañaba con la cocina, tuvieron que salir muy a menudo a buscar cestas para ir tirando mientras se sucedían los experimentos frente a los fogones.

Salía de expedición con ella al exterior todo lo que podía o entrenaban juntes, ella con sus armas y Tawar, en un principio, únicamente con su hechizo de corte y una cerbatana que tendría que aprender a usar. En el otro torreón ya le había costado un gran esfuerzo siquiera el hecho de asir con sus manos un arma, la que fuera, y en este nuevo, donde tenía que aprender a usarla... se tuvo que tragar sus dilemas morales. No le quedaba otra. Debía aprender a defenderse, ya fuera con magia o armas. De todas formas, quiso convencerse al principio de que con las cerbatanas podía ayudar a Kalna, bien hiriéndoles en zonas blandas o desprotegidas, o bien llamando su atención para que fuera la otra quien asestara los golpes mortales... o para poder huir a la carrera, sencillamente. Y al menos, también podía distraerse a sí misme fabricando dardos nuevos con cachos de muebles de madera que encontraban en las calles. Además, igual que su compañera tomaba notas de las zonas que visitaran y calles que recorrieran, también elle llevaba un cuaderno con apuntes sobre criaturas con las que se toparan más a menudo.


Como necesitaban todo el apoyo posible, se afanaron en explorar mucho y dar con algo que les sirviera en días venideros. Acabaron encontrando la Biblioteca Mágica y allí, no gracias a la ayuda del extraño espíritu que la guardaba, la Flora les entregó nuevos dones. El arte de Traducir Dones era algo que se le escapaba aún, pero los practicaban y los desentrañaban juntes. ¡Quién les viera, una guerrera acérrima y une granjere, haciendo filigranas con los dedos y haciendo levitar las sillas de la cocina! Bueno, solo elle, pero Tawar aplaudía todos los intentos de la chica con fe en que algún día la Flora la haría partícipe de controlar los dones.

Con la llegada de los nuevos dones y, sobre todo, su confianza en aumento según los conjuraba más y más, la rutina cambió un poco a mejor. Con la práctica y el paso del tiempo, dejó de verse como un apoyo secundario para Kalna y más como su compañera de tribu, obrando sus dones desde sus hombros en las calles de la ciudad. Les vinieron bastante bien a la hora de cazar, ya que habían visto cestas saboteadas y decidieron buscarse la vida en otra parte. Esto había sido idea de Kalna pero había solucionado prácticamente el dilema moral que Tawar arrastraba en las expediciones: cazar para comer y hacerse con provisiones no le parecía tan inmoral y podía aportar mejor a su tribu de dos. Ponía su gran granito de arena con sus dones para defenderles a ambes, para sanarles a la vuelta al torreón, calentar ingredientes o para dañar a las bestias (con dones o la cerbatana, ya que cuando se le agotaba la energía, y si no era una emergencia, se negaba a usar las energías de Kalna aunque tuvieran los medios para hacerlo, y entonces ponía en práctica las clases de tiro con su compañera). En los últimos días, además, dieron con una forma más segura de dejar el torreón, gracias a sus dones: tan solo tenían que dejar el puente izado y entrar, elle trepando y a continuación obrando sus milagros para levitar a la Gigante al interior. ¡Hacía volar a Gigantes! ¡Y era capaz de atravesar el Fuego sin miedo! Por la Flora, le costaba volver a imaginarse la vida sin sus dones, escondide en un cajón a la espera de que pasaran los días sin pena ni gloria. Ni hablar.

Con todo esto vivido a sus espaldas, recibía cada mañana con un nuevo ánimo. Otro día más para demostrarle a esa ciudad infestada de monstruos y Gigantes perverses que una criatura tan diminuta como elle y una tribu de dos podría sobrevivir. Un nuevo día para calentarse unos bichos para desayunar y decidir junto a Kalna qué harían hasta la noche. Adoraba su nueva rutina y su tribu de dos, y todo lo que había aprendido junto a ella. Vaya dos s'abían juntao.

Kalna no había tenido que cocinar en su vida. Era tarea de hombres, e incluso en Sendar se las había arreglado para evitar los fogones y hacer otras tareas como limpiar, así que ahora que se enfrentaba a la cocina por primera vez, las cosas no pintaban bien. Encender un fuego era sencillo, que la comida quedase comestible no tanto. Las cosas quedaban quemadas por fuera y crudas por dentro; muchas veces se limitaba a comer queso, fruta y cualquier cosa que no requiriera ninguna preparación. Al menos el torreón era de piedra y sabía que no ardería hasta los cimientos. Las salidas a por las cestas eran más comunes de lo que deberían, pero poco a poco fue consiguiendo que la carne fuera comestible y poder cocinar cosas sencillas a base de prueba y error. Y si no, siempre podía abusar de aquellas especias picantes a las que había encontrado tanto gusto para disimular los peores platos.

Por otro lado, la vida era distinta. No había compañeros, para lo bueno y para lo malo. Nadie a quien entrenar (aunque Tawar empezaba a utilizar la cerbatana y la magia), nadie para hablar (quitando a le repobladore), pero tampoco nadie con quien chocar en creencias. Podía ser una vida más dura, pero era una que resonaba con ella mucho más que una tranquila. Entrenamientos, estrategias, valorar cuándo salían y por cuánto tiempo para no arriesgarse de más. La libense trataba de recopilar toda la información posible, tanto en su mapa nuevo como en las notas. Si podía sacarle el más mínimo de información a Mara, era bienvenida, aunque pensaba recordarle todas las veces que no podía entrar al torreón.

Tawar resultó mejor compañere de lo que hubiera esperado en un inicio. Su habilidad con la magia resultaba genuinamente útil, y a medida que le perdía el miedo a luchar se sentía más cómoda con elle encima. Las cosas, por supuesto, no eran tan fáciles. En algún momento empezaron a encontrar las cestas saboteadas, lo cual era un problema. Siendo dos, y comiendo Tawar insectos, no tenía por qué ser un impedimento, pero no sabían quién o por qué lo hacía. Kalna dudaba que fueran el objetivo, porque nadie se acordaba de ellos, pero nada evitaba que les hubiera visto alguien. Podían ser los del grupo del calamar, pero la libense no descartaba otras posibilidades. Fuera quien fuera, encontrar una manera de abastecerse que no dependiera de las cestas no era mala opción. Recordaba las técnicas de supervivencia que le habían enseñado en el ejército, y aunque no las hubiera puesto en práctica cazar se le antojaba una buena opción que les hacía menos dependientes de ir y encontrarse solo la miel tóxica. Lo bueno de aquel bosque, aunque fuera de mentira, era que la fauna era real. Preparó alguna trampa simple con cuerda, y si hacía falta utilizaba su lanza y alguna jabalina.

El bosque no fue lo único que conocieron. Exploraron más lejos, llegando hasta una biblioteca. El ser que parecía administrarla era tan o más rarito que Mara, y sus normas eran una tontería. ¿Sólo un libro por persona? Kalna necesitaba más. Quería un atlas de la ciudad, tal vez algo sobre las pruebas…y sobre todo un libro sobre demonios.  Quería saber con exactitud qué era Mara y todo lo que pudiera sobre su clase, pues tenía demasiadas preguntas. Pero con esa limitación, se tendría que conformar con el diccionario para poder traducir la magia, pues era lo más útil. Al menos se llevó plumas y tinta, y alguno de esos bolígrafos, que eran más cómodas que los cutres lápices que tenían en el torreón.

Traducir la magia no era fácil, pero poco a poco ella y Tawar fueron teniendo capacidad de hacer hechizos. O al menos le repobladore, pero que no le salieran no impedía que Kalna practicase. El que permitía curar era especialmente útil, y más cuando la libense había empezado a notar que su sangre era distinta. Nunca le había sido ajeno el carmesí de la sangre, pero sí lo era que de repente fuera más naranja de lo que debiera, y con una consistencia distinta. Era incapaz de recordar ninguna enfermedad que cambiase la sangre, pero bien podía ser de ese mundo, o mágica, y aunque no notase más síntomas, no sabía qué pasaba para aquel cambio.

Otro hechizo especialmente útil era el de levitación, ya que les permitía dejar el puente cerrado y levitar sobre los muros del patio. Ahora sí, podían explorar con mayor seguridad, pues no tenían un problema de seguridad dejando la puerta abierta. Silente era ahora el torreón que prometía su exterior. Y aunque a Tawar no le gustase hacer el traspaso de energía, la hija de Mánide estaba siempre dispuesta a ello, sobre todo porque era la mejor manera de volver a entrar al torreón si le repobladore tenía que hacer uso de la magia a lo largo del día.

Habían pasado unas cuantas semanas, y cada día valoraba más lo que Tawar aportaba a la vida en su nuevo torreón. Cada día que seguían vivos era un día que estaban más cerca de ver la Luna Roja y demostrar que eran dignos, y se sentía mucho más agradable cuando eso significaba cerrarle la boca a Mara y sus “estadísticas”. Kalna no se consideraba una superviviente, porque eso le quedaba demasiado abajo. Kalna era una ganadora, y las pruebas solo eran una cosa más en la que triunfar.

Lo primero que intentaba hacer Tawar por las mañanas era bajar a beber agua y zamparse algunos bichos o prepararse una fruta, así que allá fue en cuanto se despertó. Esa vez, sin embargo, aprovechando que estaba a solas en la cocina, intentó ser algo más creative. Cogió una manzana y escarbó desde el rabito hacia dentro, sacando las pepitas. Le había estado dando vueltas a los usos de los dones, ¿por qué no aplicarlos a la cocina? Así que rellenó la manzana con varios de sus insectos y a continuación la calentó con el hechizo térmico. Le gustaba cómo sabían sus bichos, pero quería probar a darles otro toque... ¡y funcionó! Lo que no se esperaba era que la manzana se había ablandado al calentarse y estaba más apetitosa... Así que preparó otra para la libense, ¡pero sin sorpresas! Se la dejó en un plato para cuando bajara y elle se fue con la suya un poco más apartade, ya que, aunque para elle olía bastante bien la receta recién inventada, seguro que para ella no tanto.

Mientras desayunaba, le echaba una ojeada al mapa que Kalna había ido dibujando. No sabía qué les depararía el día, pero había dormido como una roca y tenía ganas de aprovechar las horas de sol.

Kalna no tardó demasiado en bajar a desayunar tras vestirse. La ropa de Silente era igual de cutre que la de Sendar, y echaba de menos su vestido, por impráctico que fuera para salir. No era como si pudiera volver a por él, de todas formas, así que pensar en ello era una pérdida de tiempo. El día era como todos los demás, y es que la rutina era aún más repetitiva siendo solo dos, pero aquello no era un problema. Toda su vida había estado bien reglada, y ahora solo cambiaban las circunstancias y los motivos.

Saludó a Tawar con una mano mientras observaba la manzana con cierta curiosidad, observando que la que le repobladore comía una con bichos. Nunca había sido picajosa con la comida, pero aquel era un límite que no pensaba cruzar.
—¿Es para mí? —preguntó, y tras la afirmativa le dio un bocado con hambre. Era menos sofisticada que alguna de las manzanas asadas que había probado en Libo, pero estaba buena, y no era como si fuera a rechazar comida hecha; estaba harta de tener que hacer algo tan indigno como cocinar, por mucho que al menos ya pudiera hacer cosas comestibles —Gracias.

Echó una ojeada al mapa que miraba Tawar. Era una lástima no haber podido sacar un atlas decente de la biblioteca, porque no podrían explorar todo, y estaba eso de que no podrían acercarse a Sendar sin perderse por Mara y sus hechizos.
—¿Quieres salir hoy? Podemos investigar otra zona a ver si hay algo interesante —ofreció. Dependía de Tawar para entrar y salir levitando, al fin y al cabo, así que no estaba de más planificar juntes.

Cuando la chica bajó, respondió afirmativamente con la cabeza y la boca llena a su pregunta sobre el desayuno. Elle estaba devorando la suya, fascinade por la textura de la manzana con el calor. Definitivamente repetiría la receta. Después, se esmeró en tragar bien con los carrillos llenos y entonces pudo responder sin peligro a su compañera.
—¡Sí! Vaya, estaría bien. Podemos aprovechar las horas de luz. Por ejemplo... por aquí abajo no hemos visto mucho, ¿qué habrá por ahí o más allá? —preguntó mientras señalaba en el mapa, al sudoeste. Giró el mapa para dárselo.

Con suerte encontrarían algo interesante o recursos nuevos para el refugio. O alguna cueva de esas gigantes con más libros o alguna cosa que les fuera útil. O no, pero con poner en práctica sus dones ya era feliz. Le iba a costar dejar de tener escalofríos cada vez que hacía levitar a su compañera u obraba otro milagro con sus dedos.

Kalna apreciaba el entusiasmo de Tawar por salir y explorar. La gracia de todo aquello era demostrar lo que valían, y el “modo fácil” de quedarse encerrado en el torreón y no salir no era para ella, así que las respuestas positivas a salir y explorar eran totalmente bienvenidas.

Estudió la zona vacía que sugería Tawar, como si pudiera distinguir calles en el blanco del papel. Ni siquiera en su otro mapa habían completado esa zona, así que ni siquiera tenía una referencia de haber pasado por ahí como podía tenerla de las cercanías de Silente.
—Coincido en que estaría bien ver qué hay en esa zona —tal vez solo eran ruinas como aquella zona de la ciudad donde estaba Sendar, pero las posibilidades de otra biblioteca, o de algo que les fuera de utilidad estaban ahí, y no iba a desaprovecharlas. Incluso si lo único que había era una prueba, Kalna la aceptaría con los brazos abiertos.

»Iré a por las armas y podemos ponernos en marcha.