- GiniroryuGM
Ficha de cosechado
Nombre: Rägjynn
Especie: mjörní
Habilidades: memoria, buen oído y don de lenguasPersonajes :
● Noel: Draco de Estínfalo de origen sueco.
● Archime/Krono Rádem: Kairós irrense.
● Irianna/Dama Enigma: Nebulomante idrina lacustre.
● Adrune: Gamusino sinhadre, edeel.
● Lethe: Horus, enderth.
● Rägjynn: mjörní.
● Naeleth: Bruja del Hielo, nublina.
Unidades mágicas : 8/8
Síntomas : Aumenta su resistencia progresivamente. El sangrado de sus ojos se detonará con más frecuencia.
Armas :
● Noel: hacha de dos manos y espada bastarda.
● Archime/Krono Rádem: sus monólogos sobre biomecánica avanzada.
● Irianna: arco y estoque.
● Adrune: lanza, espadas cortas y arco.
● Lethe: arco y lanza.
● Rägjynn: jō.
● Naeleth: arco, sai y báculo.
Status : Gin: do the windy thing.
Humor : REALLY NOT FEELIN' UP TO IT RIGHT NOW. SORRY.
La Cosecha de Noel
01/06/14, 09:12 pm
Halloween era la única celebración anual que tenía algún interés para él. Había preparado durante buena parte del mes de octubre su disfraz de nigromante, que consistía principalmente en una túnica negra con capucha, además de una capa, una máscara que cubría media cara y un báculo con el mango irregular cuyo extremo lo adornaba una calavera que tenía gusanos de pega a través de las cuencas de los ojos y la mandíbula abierta como si estuviese gritando. Se había pasado los últimos días hablando de lo que haría aquella noche, la cantidad de dulces que aspiraba a conseguir y los niños pequeños a los que quería asustar. Además iba a ser la primera vez que le permitirían quedarse fuera hasta tan tarde y pensaba aprovecharlo.
Cuando sus padres le dijeron que querían hablar con él, visiblemente nerviosos a pesar de que se esforzaban por aparentar normalidad, ya tenía el disfraz puesto. Le había podido la impaciencia y se había cambiado con más de una hora de antelación. A pesar de que pasaba calor dentro de casa con el disfraz, cosa que su madre le había advertido en cuanto se lo vio puesto, era demasiado inquieto y tozudo como para quitárselo. Después de corretear por la casa, impaciente por la espera, había acabado sentándose en el salón jugando a la videoconsola nueva que le habían regalado en su último cumpleaños mientras canturreaba por lo bajo una melodía acorde al día en el que se encontraban.
—¡Un momento! Que tengo que guardar la partida —pidió sin alzar la vista de la pantalla.
Cerca de un minuto después, tras apagar y guardar la consola porque de todas formas ya no faltaba demasiado para la hora tal y como comprobó una vez más en el reloj que llevaba bajo las amplias mangas de la túnica, fue cuando se dio cuenta por primera vez de la extraña actitud de sus padres. Tanto uno como otro no parecían decidirse a hablar, tras titubear varias veces antes de empezar, y Noel frunció ligeramente el ceño.
—¿Qué pasa? —El chico no comprendía el por qué de tanta vacilación, no había ocurrido nada en los últimos días fuera de lo normal y era la primera vez que los veía actuar de aquella manera para decirle algo—. ¿Es que voy a tener un hermano o algo así? —Se rió. No lo decía completamente en serio pero se le había pasado por la cabeza aquella posibilidad y a lo mejor podía facilitar las cosas… Por un breve instante, de hecho, creyó que había dado en el clavo, porque sus padres intercambiaron una mirada significativa tras haberles formulado la pregunta.
Finalmente, su padre se aclaró la voz.
—No, pero tenemos que contarte algo que se podría decir que guarda cierta relación…
Noel inquirió a su padre con la mirada, confundido por su respuesta, pero no tardó demasiado en entenderlo. Su intervención parecía haber sido el empujón que ambos necesitaban para empezar a hablar, y fue entonces cuando se lo contaron todo.
Se había mantenido en silencio durante todo el tiempo. La expresión de su cara había pasado de la alegría producida por la ilusión del día que era a la completa incredulidad. No porque creyese que le estaban mintiendo, sino porque eran demasiados datos que asimilar de pronto. Alguien lo había abandonado en la puerta de un orfanato, dentro de una cesta para bebés, envuelto en mantas y con un pijama azul algo pequeño para su tamaño, cuando apenas contaba con escasas semanas de vida, sin ningún tipo de documentación ni ningún indicio que explicase quién era y por qué estaba allí. Al parecer nadie lo sabía. Y él no sabía absolutamente nada de todo aquello. Lo habían adoptado cuando tenía escasos meses y por eso había fotografías lo suficientemente antiguas como para que jamás hubiera sospechado nada. Su madre tenía el pelo oscuro, como él, y su padre un color de ojos parecido al suyo. Noel pensó en lo cómodo que debió haber sido para sus padres, que no habrían tenido que preocuparse de que sospechase nada en todo aquel tiempo. En los catorce años que llevaba viviendo en aquella casa.
Durante todo el relato había tenido la capucha bajada y la máscara sobre la cabeza. Fue entonces, en medio del inevitable silencio incómodo que se había producido, cuando llamaron al timbre. Lo primero que hizo, tras observar a sus padres sin mediar palabra, fue colocarse ambas en su sitio y darse la vuelta. Aferraba el bastón con fuerza, tanta que sus nudillos se habían puesto blancos.
—¿Y habéis tardado catorce años en decidir que podíais contarme todo eso? —Dijo finalmente de forma inexpresiva—. Vale… Hasta luego.
No hizo caso alguno a su madre, que lo llamó varias veces mientras se dirigía hacia la puerta de salida ni se molestó en atender a lo que estaba tratando de decirle su padre al mismo tiempo. Salió de casa cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria y saludó con un escueto “hola” mientras seguía caminando sin detenerse, a los dos chicos disfrazados de zombi y vampiro que eran los amigos con los que había quedado.
—¿Qué le pasa a este? ¿Qué le has hecho, Börje? —El chico disfrazado de vampiro interpeló al otro justo antes de tratar de alcanzar a Noel con una breve carrera.
—¿Y por qué asumes que es culpa mía? —Se quejó el mencionado, siguiendo a ambos pero a paso lento.
—Hombre, pues eras tú el que siempre le llamaba “friki de mierda” y te burlabas de…
—¡Oye, que ya no hago esas cosas! No es justo que recuerdes algo así hoy —resopló Börje.
—Pues camina más rápido, joder, que Noel en vez de de nigromante parece que se ha disfrazado de Flash.
—¿Es que no ves que soy un zombi? Tengo que meterme en el papel…
El otro volvió a resoplar, con clara intención de replicar nuevamente, pero fue entonces cuando Noel detuvo sus apresurados pasos. Había permanecido durante todo ese tiempo ajeno a la conversación entre sus amigos ya que su cabeza seguía en el salón de su casa y las revelaciones de sus padres.
—Déjalo, Ulrik, que camine como quiera —se dirigió hacia el que iba de vampiro, con un tono completamente frío que hizo que ambos chicos intercambiasen una mirada de extrañeza. Al fin y al cabo su amigo siempre parecía estar de buen humor y aquel tono resultaba antinatural en él—. No me encuentro muy bien. —Se anticipó a las preguntas con las que probablemente fuesen a bombardearle—. Voy a volver.
Y echó a andar en dirección contraria. Los otros dos volvieron a mirarse con cara de pasmo y enseguida comenzaron a seguirlo y a preguntarle qué pasaba.
—No tengo ganas de hacer nada hoy. —Fue toda la respuesta que consiguieron sacarle—. Ya nos veremos el próximo día de clase. Pasadlo bien.
—Venga, hombre, no me dirás que ya vas a encerrarte en tu cuarto como de costumbre. Con tus pintas y esa actitud nunca conseguirás novia —dijo Börje dejando escapar una risilla.
—¿Eso es todo lo que se te ocurre decirle? —le reprendió Ulrik, con incredulidad en el tono.
—Tío, era una broma… ¡Si él es el primero que dice chorradas en cualquier momento! Por relajar un poco el ambiente, ¿no ves que cara de funeral nos trae? Bueno, al menos va a juego con su disfraz pero…
Con la conversación entre sus dos amigos cada vez más lejana, regresó a casa. Maldiciendo interiormente la falta de confianza de la que él creía que habían hecho gala sus padres y la pobre consideración que debían tener de él si en todos aquellos años nunca habían creído conveniente contarle absolutamente nada. Pero sobre todo se maldecía a sí mismo, porque en el fondo, muy en el fondo, sabía que no había auténtica necesidad de sentirse así. No obstante, en aquel momento Noel hizo caso omiso de aquella parte de su conciencia que le decía que se arrepentiría de regresar a casa.
Sus padres le preguntaron por qué había vuelto y solo obtuvieron un “por nada” como respuesta. Subió las escaleras a toda prisa y entró como una exhalación en su cuarto, en donde empezó a quitarse el disfraz que tiró sobre la cama, tras cerrar la puerta de la habitación. El bastón rodó estruendosamente por el suelo sin que el chico le dirigiese una sola mirada mientras se sentaba en la silla de su escritorio tras coger el libro empezado que tenía sobre la mesilla. Pronto lo dejó, abierto sobre la cama, tras haber intentando leer la misma línea diez veces sin ser capaz de concentrarse en la lectura y encendió sistemáticamente su ordenador. Permaneció con los codos apoyados sobre la mesa mirando fijamente el monitor mientras el ordenador arrancaba y manejó el ratón con desgana una vez se cargó el escritorio, ejecutando el acceso directo de un juego que había comprado recientemente. Sin embargo, antes de que este llegase a iniciarse del todo siquiera, Noel chasqueó la lengua con fastidio y decidió que tampoco tenía ganas de jugar. Probablemente lo único que le hubiese apetecido en aquel momento hubiese sido desaparecer en el interior de las historias que contaban sus libros o sus juegos.
Con el ordenador ya apagado y sentado en el suelo del cuarto junto a la cama, tras rechazar varias veces los intentos de su madre que llamó repetidas veces a su puerta intentando convencerle de que saliera, de brazos cruzados y mirando fijamente el báculo del disfraz que estaba tirado justo enfrente de él, fue como lo encontró Doce Punto.
Noel se sobresaltó cuando lo que empezó como un murmullo se había transformado en un jaleo considerable. Se levantó de un salto para poder ver a través de la ventana y vio a aquellos extraños pájaros que recordaban a cuervos… No pudo fijarse mucho más en ellos, porque de pronto había un desconocido en su cuarto. El chico dio un bote en el sitio y recogió el báculo del suelo, empuñándolo por delante de sí mismo sin quitarle ojo a aquel hombre joven que había sacado una pipa del bolsillo en el tiempo que tardó en recoger el bastón.
—¿Quién… quién eres y cómo has entrado? —Preguntó moviéndose nerviosamente con cautela, siempre con la vista fija en el desconocido.
—Tranquilo, no he venido a hacerte daño —le aseguró con una leve sonrisa—. Me llamo Doce Punto —se presentó mientras encendía su pipa sin ningún mechero o cerilla a la vista.
¿Qué clase de nombre era aquel? ¿Cómo se había encendido aquella pipa? Esos fueron los primeros pensamientos que cruzaron por la mente del chico, pero enseguida volvió a centrarse en lo que de verdad importaba: en la presencia de un extraño en su habitación.
—¿Cómo has entrado aquí? Ni la puerta ni la ventana se han abierto —insistió Noel, aferrándose a su “arma” y desviando la vista momentáneamente del rostro del tipo para dirigirla al extraño humo verde que emanaba de su pipa.
—Simplemente lo he hecho. Porque puedo hacerlo —explicó enigmáticamente—. Y estoy seguro de que a ti también te gustaría poder.
—¿De qué rayos hablas? —le increpó el chico con vehemencia—. Si estás fumando alguna clase de droga extraña, apártala de mi cara…
—Creo que te gustan las historias de fantasía, ¿no es así?
Noel observó de reojo su estantería llena de libros con aquella temática.
—¿Alguna obviedad más que quieras señalar, Sherlock Holmes? —resopló dejando que cierto sarcasmo se abriese paso en su tono.
Doce Punto tan solo sonrió por toda respuesta mientras continuaba dándole caladas a aquella pipa. El chico estaba a punto de volver a increparlo, cuando el hombre hizo algo inesperado. Comenzó a realizar unos gestos, que volvieron a ponerlo alerta y le hicieron alzar el bastón, y a hablar en un idioma extraño que estaba seguro de que no había oído jamás. Poco después y de repente, su habitación se llenó de llamas de colores que se desplazaban sin dañar lo que tocaban por las paredes y los muebles. Noel dejó caer el báculo de la sorpresa y permaneció extasiado durante casi un minuto observándolas. Lo que no sabía en aquel momento, era que la picadura de Morfeo había empezado a hacerle efecto.
—En el lugar de donde vengo —comenzó a hablar de nuevo Doce Punto—, verás muchas más cosas como esta. De hecho esto es solo una muestra pobre de lo que puedes llegar a experimentar. Y de lo que podrás hacer. Eres especial —le dijo de pronto clavando su mirada en él y adquiriendo de pronto un tono grandilocuente—. Y estás destinado a conseguir grandes cosas en Rocavarancolia.
—¿Rocaqué? ¿Qué… qué es eso? —Noel hizo una mueca, le estaba empezando a costar pensar con claridad—. ¿Has hecho tú… el truquito ese de las llamas?
—¿Te gustaría saber hacerlo? ¿Te gustaría ser capaz de realizar proezas que dejarían en ridículo a las de cualquier protagonista de tus libros?
El chico le devolvió una mirada penetrante, seria.
Hasta que rompió a reír. Sin duda, debía estar alucinando. Ahora que se sentía tan extraño estaba bastante seguro de ello. Había enloquecido, no había otra explicación.
—¿Cómo has dicho que se llamaba el sitio ese… Rocanve…?
—Rocavarancolia —repitió el hombre.
No mucho después y tras las explicaciones pertinentes, Noel firmó el contrato. A lo mejor habían sido sus ganas de olvidarse de la conversación con sus padres, o las promesas que aquel que decía ser un “cosechador de Rocavarancolia” le había hecho. O tal vez solo la picadura de Morfeo hubiera podido convencerlo. Un año más tarde, nada de eso importaría.
Cuando sus padres le dijeron que querían hablar con él, visiblemente nerviosos a pesar de que se esforzaban por aparentar normalidad, ya tenía el disfraz puesto. Le había podido la impaciencia y se había cambiado con más de una hora de antelación. A pesar de que pasaba calor dentro de casa con el disfraz, cosa que su madre le había advertido en cuanto se lo vio puesto, era demasiado inquieto y tozudo como para quitárselo. Después de corretear por la casa, impaciente por la espera, había acabado sentándose en el salón jugando a la videoconsola nueva que le habían regalado en su último cumpleaños mientras canturreaba por lo bajo una melodía acorde al día en el que se encontraban.
—¡Un momento! Que tengo que guardar la partida —pidió sin alzar la vista de la pantalla.
Cerca de un minuto después, tras apagar y guardar la consola porque de todas formas ya no faltaba demasiado para la hora tal y como comprobó una vez más en el reloj que llevaba bajo las amplias mangas de la túnica, fue cuando se dio cuenta por primera vez de la extraña actitud de sus padres. Tanto uno como otro no parecían decidirse a hablar, tras titubear varias veces antes de empezar, y Noel frunció ligeramente el ceño.
—¿Qué pasa? —El chico no comprendía el por qué de tanta vacilación, no había ocurrido nada en los últimos días fuera de lo normal y era la primera vez que los veía actuar de aquella manera para decirle algo—. ¿Es que voy a tener un hermano o algo así? —Se rió. No lo decía completamente en serio pero se le había pasado por la cabeza aquella posibilidad y a lo mejor podía facilitar las cosas… Por un breve instante, de hecho, creyó que había dado en el clavo, porque sus padres intercambiaron una mirada significativa tras haberles formulado la pregunta.
Finalmente, su padre se aclaró la voz.
—No, pero tenemos que contarte algo que se podría decir que guarda cierta relación…
Noel inquirió a su padre con la mirada, confundido por su respuesta, pero no tardó demasiado en entenderlo. Su intervención parecía haber sido el empujón que ambos necesitaban para empezar a hablar, y fue entonces cuando se lo contaron todo.
Se había mantenido en silencio durante todo el tiempo. La expresión de su cara había pasado de la alegría producida por la ilusión del día que era a la completa incredulidad. No porque creyese que le estaban mintiendo, sino porque eran demasiados datos que asimilar de pronto. Alguien lo había abandonado en la puerta de un orfanato, dentro de una cesta para bebés, envuelto en mantas y con un pijama azul algo pequeño para su tamaño, cuando apenas contaba con escasas semanas de vida, sin ningún tipo de documentación ni ningún indicio que explicase quién era y por qué estaba allí. Al parecer nadie lo sabía. Y él no sabía absolutamente nada de todo aquello. Lo habían adoptado cuando tenía escasos meses y por eso había fotografías lo suficientemente antiguas como para que jamás hubiera sospechado nada. Su madre tenía el pelo oscuro, como él, y su padre un color de ojos parecido al suyo. Noel pensó en lo cómodo que debió haber sido para sus padres, que no habrían tenido que preocuparse de que sospechase nada en todo aquel tiempo. En los catorce años que llevaba viviendo en aquella casa.
Durante todo el relato había tenido la capucha bajada y la máscara sobre la cabeza. Fue entonces, en medio del inevitable silencio incómodo que se había producido, cuando llamaron al timbre. Lo primero que hizo, tras observar a sus padres sin mediar palabra, fue colocarse ambas en su sitio y darse la vuelta. Aferraba el bastón con fuerza, tanta que sus nudillos se habían puesto blancos.
—¿Y habéis tardado catorce años en decidir que podíais contarme todo eso? —Dijo finalmente de forma inexpresiva—. Vale… Hasta luego.
No hizo caso alguno a su madre, que lo llamó varias veces mientras se dirigía hacia la puerta de salida ni se molestó en atender a lo que estaba tratando de decirle su padre al mismo tiempo. Salió de casa cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria y saludó con un escueto “hola” mientras seguía caminando sin detenerse, a los dos chicos disfrazados de zombi y vampiro que eran los amigos con los que había quedado.
—¿Qué le pasa a este? ¿Qué le has hecho, Börje? —El chico disfrazado de vampiro interpeló al otro justo antes de tratar de alcanzar a Noel con una breve carrera.
—¿Y por qué asumes que es culpa mía? —Se quejó el mencionado, siguiendo a ambos pero a paso lento.
—Hombre, pues eras tú el que siempre le llamaba “friki de mierda” y te burlabas de…
—¡Oye, que ya no hago esas cosas! No es justo que recuerdes algo así hoy —resopló Börje.
—Pues camina más rápido, joder, que Noel en vez de de nigromante parece que se ha disfrazado de Flash.
—¿Es que no ves que soy un zombi? Tengo que meterme en el papel…
El otro volvió a resoplar, con clara intención de replicar nuevamente, pero fue entonces cuando Noel detuvo sus apresurados pasos. Había permanecido durante todo ese tiempo ajeno a la conversación entre sus amigos ya que su cabeza seguía en el salón de su casa y las revelaciones de sus padres.
—Déjalo, Ulrik, que camine como quiera —se dirigió hacia el que iba de vampiro, con un tono completamente frío que hizo que ambos chicos intercambiasen una mirada de extrañeza. Al fin y al cabo su amigo siempre parecía estar de buen humor y aquel tono resultaba antinatural en él—. No me encuentro muy bien. —Se anticipó a las preguntas con las que probablemente fuesen a bombardearle—. Voy a volver.
Y echó a andar en dirección contraria. Los otros dos volvieron a mirarse con cara de pasmo y enseguida comenzaron a seguirlo y a preguntarle qué pasaba.
—No tengo ganas de hacer nada hoy. —Fue toda la respuesta que consiguieron sacarle—. Ya nos veremos el próximo día de clase. Pasadlo bien.
—Venga, hombre, no me dirás que ya vas a encerrarte en tu cuarto como de costumbre. Con tus pintas y esa actitud nunca conseguirás novia —dijo Börje dejando escapar una risilla.
—¿Eso es todo lo que se te ocurre decirle? —le reprendió Ulrik, con incredulidad en el tono.
—Tío, era una broma… ¡Si él es el primero que dice chorradas en cualquier momento! Por relajar un poco el ambiente, ¿no ves que cara de funeral nos trae? Bueno, al menos va a juego con su disfraz pero…
Con la conversación entre sus dos amigos cada vez más lejana, regresó a casa. Maldiciendo interiormente la falta de confianza de la que él creía que habían hecho gala sus padres y la pobre consideración que debían tener de él si en todos aquellos años nunca habían creído conveniente contarle absolutamente nada. Pero sobre todo se maldecía a sí mismo, porque en el fondo, muy en el fondo, sabía que no había auténtica necesidad de sentirse así. No obstante, en aquel momento Noel hizo caso omiso de aquella parte de su conciencia que le decía que se arrepentiría de regresar a casa.
Sus padres le preguntaron por qué había vuelto y solo obtuvieron un “por nada” como respuesta. Subió las escaleras a toda prisa y entró como una exhalación en su cuarto, en donde empezó a quitarse el disfraz que tiró sobre la cama, tras cerrar la puerta de la habitación. El bastón rodó estruendosamente por el suelo sin que el chico le dirigiese una sola mirada mientras se sentaba en la silla de su escritorio tras coger el libro empezado que tenía sobre la mesilla. Pronto lo dejó, abierto sobre la cama, tras haber intentando leer la misma línea diez veces sin ser capaz de concentrarse en la lectura y encendió sistemáticamente su ordenador. Permaneció con los codos apoyados sobre la mesa mirando fijamente el monitor mientras el ordenador arrancaba y manejó el ratón con desgana una vez se cargó el escritorio, ejecutando el acceso directo de un juego que había comprado recientemente. Sin embargo, antes de que este llegase a iniciarse del todo siquiera, Noel chasqueó la lengua con fastidio y decidió que tampoco tenía ganas de jugar. Probablemente lo único que le hubiese apetecido en aquel momento hubiese sido desaparecer en el interior de las historias que contaban sus libros o sus juegos.
Con el ordenador ya apagado y sentado en el suelo del cuarto junto a la cama, tras rechazar varias veces los intentos de su madre que llamó repetidas veces a su puerta intentando convencerle de que saliera, de brazos cruzados y mirando fijamente el báculo del disfraz que estaba tirado justo enfrente de él, fue como lo encontró Doce Punto.
Noel se sobresaltó cuando lo que empezó como un murmullo se había transformado en un jaleo considerable. Se levantó de un salto para poder ver a través de la ventana y vio a aquellos extraños pájaros que recordaban a cuervos… No pudo fijarse mucho más en ellos, porque de pronto había un desconocido en su cuarto. El chico dio un bote en el sitio y recogió el báculo del suelo, empuñándolo por delante de sí mismo sin quitarle ojo a aquel hombre joven que había sacado una pipa del bolsillo en el tiempo que tardó en recoger el bastón.
—¿Quién… quién eres y cómo has entrado? —Preguntó moviéndose nerviosamente con cautela, siempre con la vista fija en el desconocido.
—Tranquilo, no he venido a hacerte daño —le aseguró con una leve sonrisa—. Me llamo Doce Punto —se presentó mientras encendía su pipa sin ningún mechero o cerilla a la vista.
¿Qué clase de nombre era aquel? ¿Cómo se había encendido aquella pipa? Esos fueron los primeros pensamientos que cruzaron por la mente del chico, pero enseguida volvió a centrarse en lo que de verdad importaba: en la presencia de un extraño en su habitación.
—¿Cómo has entrado aquí? Ni la puerta ni la ventana se han abierto —insistió Noel, aferrándose a su “arma” y desviando la vista momentáneamente del rostro del tipo para dirigirla al extraño humo verde que emanaba de su pipa.
—Simplemente lo he hecho. Porque puedo hacerlo —explicó enigmáticamente—. Y estoy seguro de que a ti también te gustaría poder.
—¿De qué rayos hablas? —le increpó el chico con vehemencia—. Si estás fumando alguna clase de droga extraña, apártala de mi cara…
—Creo que te gustan las historias de fantasía, ¿no es así?
Noel observó de reojo su estantería llena de libros con aquella temática.
—¿Alguna obviedad más que quieras señalar, Sherlock Holmes? —resopló dejando que cierto sarcasmo se abriese paso en su tono.
Doce Punto tan solo sonrió por toda respuesta mientras continuaba dándole caladas a aquella pipa. El chico estaba a punto de volver a increparlo, cuando el hombre hizo algo inesperado. Comenzó a realizar unos gestos, que volvieron a ponerlo alerta y le hicieron alzar el bastón, y a hablar en un idioma extraño que estaba seguro de que no había oído jamás. Poco después y de repente, su habitación se llenó de llamas de colores que se desplazaban sin dañar lo que tocaban por las paredes y los muebles. Noel dejó caer el báculo de la sorpresa y permaneció extasiado durante casi un minuto observándolas. Lo que no sabía en aquel momento, era que la picadura de Morfeo había empezado a hacerle efecto.
—En el lugar de donde vengo —comenzó a hablar de nuevo Doce Punto—, verás muchas más cosas como esta. De hecho esto es solo una muestra pobre de lo que puedes llegar a experimentar. Y de lo que podrás hacer. Eres especial —le dijo de pronto clavando su mirada en él y adquiriendo de pronto un tono grandilocuente—. Y estás destinado a conseguir grandes cosas en Rocavarancolia.
—¿Rocaqué? ¿Qué… qué es eso? —Noel hizo una mueca, le estaba empezando a costar pensar con claridad—. ¿Has hecho tú… el truquito ese de las llamas?
—¿Te gustaría saber hacerlo? ¿Te gustaría ser capaz de realizar proezas que dejarían en ridículo a las de cualquier protagonista de tus libros?
El chico le devolvió una mirada penetrante, seria.
Hasta que rompió a reír. Sin duda, debía estar alucinando. Ahora que se sentía tan extraño estaba bastante seguro de ello. Había enloquecido, no había otra explicación.
—¿Cómo has dicho que se llamaba el sitio ese… Rocanve…?
—Rocavarancolia —repitió el hombre.
No mucho después y tras las explicaciones pertinentes, Noel firmó el contrato. A lo mejor habían sido sus ganas de olvidarse de la conversación con sus padres, o las promesas que aquel que decía ser un “cosechador de Rocavarancolia” le había hecho. O tal vez solo la picadura de Morfeo hubiera podido convencerlo. Un año más tarde, nada de eso importaría.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.