Clínica y taller de biomecánica

La operación procedió con normalidad y ambos irrenses pudieron dar por terminado el proceso quirúrgico sin haber encontrado ningún inconveniente. Limpiaron a Rena con un hechizo y Archi le indicó a Milo que podía llevarla al cuarto de ingreso, todavía dormida, para colocarla en la cama. Normalmente hubiese dejado al paciente en el propio quirófano hasta que se despertase para evitar moverlo justo tras la operación, pero en esa ocasión tenían que hacer pasar a un nuevo paciente y de todas formas gracias a la magia no era peligroso transportarla tan solo unos pocos metros completamente inmovilizada. Dejó que el brujo del cobre se ocupase también de hacer pasar al daeliciano cuando lo creyese conveniente mientras él preparaba el quirófano para el niño.

Una vez Milo y Eitne entrasen de vuelta volvería a pasarle el documento de consentimiento y a explicarle qué hechizos iban a utilizar sobre él.
—No sentirás nada —le aseguró al pequeño.

Gracias a Milo, Eitne estaba manteniendo los nervios a raya, más o menos. El susto de su cambio de forma se le pasó rápido, en cuanto el brujo del cobre le aseguró que Archi lo tenía todo controlado. Se fiaba del kairós no porque supiese que trabajaba incansablemente, sino de rebote, porque Milo trabajaba con él. Asintió con la cabeza en señal de entendimiento y habló en voz bajita, a pesar de que solo su amigo podría oírle.

—Menos mal, se lo preguntaré cuando venga...

Intentó distraerse pensando en la fiesta de después. Sin embargo, cuando Archi volvió con Rena dormida como una tronca en otra camilla, a Eitne le entraron en el cuerpo mariposas de las malas. Tardó un par de minutos en serenarse, durante los cuales, Milo y Archi verían que su boca se movía y no surgían palabras. Al igual que durante las noches de cosecha, Eitne estaba hablándose a sí mismo.

—Venga, que no pasa nada. Rena está bien y está dormida y viva y tú también lo estarás —se dijo para sí antes de dirigirse a Archi. Mientras tanto, avanzaban a la sala de operaciones —. Milo me ha dicho que no pasa nada aunque me transforme, ¿es verdad? —El niño no se preocupó por leer los documentos y los firmó casi sin mirar—. Portate bien conmigo, ¿vale? —añadió, como últimas palabras antes de caer redondo.

La intervención de Rena fue muy bien, sin ninguna complicación, y cuando terminaron la limpiaron con un hechizo y Milo se la llevó levitando a la habitación donde aguardaba el pequeño daeliciano. Cuando el brujo la dejó sobre su cama con su flamante brazo nuevo la ursántropa seguía durmiendo plácidamente, y para asegurarse de que siguiera siendo así el moreno la arropó con las sábanas y bajó la intensidad de las luces antes de salir con Eitne al pasillo.
—Todo va a ir bien, ya lo veras.—le dijo a la bestia del crepúsculo con una sonrisa tranquilizadora.

Notaba el nerviosismo del niño perfectamente, pues al regresar con la irrense lo había visto enmudecer de forma repentina, pero mientras se calmaba a sí mismo con la voz trató de transmitirle confianza revolviendole el pelo con suavidad.
—En cuanto despiertes te estará esperando un chocolate caliente, ¿de acuerdo? —murmuró con ojos chispeantes mientras tejía el conjuro de sueño, sonriendo ante sus últimas palabras antes de caer redondo.

A partir de entonces el norteño volvería asumir el papel de ayudante con diligencia y se le notaría mucho más serio que en la operación anterior. Milo se consideraba responsable de la cojera de Eitne, pues había sido el encargado de amputarle la pierna al niño, así que aquello era de suma importancia para él también. Todo debía salir a pedir de boca y tenían que terminar antes del anocher.

Rena despertó algo desorientada. Tardó algunos segundos en darse cuenta de dónde estaba, pues la sala estaba en penumbra. Lo primero que pensó fue que el techo estaba impoluto, era con diferencia el techo más limpio de Rocavarancolia. Lo siguiente que pensó fue que la boca le sabía a mierda. Notaba el nuevo brazo, algo más pesado que el anterior, aunque puede que fuera por todo el tiempo que había pasado manca. No sentía ningún dolor ni picor, aunque sí tenía los ojos secos y los párpados pesados. Miró a un lado y vio una bandeja con una taza humeante y un sandwich. No tenía ni pizca de hambre pero estiró el brazo para alcanzar la taza, a ver si lo que fuera que hubiese dentro le quitaba el mal sabor de boca. Le fue imposible incorporarse, así que al final decidió quedarse tumbada y mirar al techo hasta que Milo apareciese.

Una vez más la operación se llevó a cabo sin incidentes. Aquella había sido más delicada, al ser mucho más complejo el sistema del implante de la pierna de Eitne, que debía poder quitarse y ponerse con facilidad. Para ello tuvo ya había inscrito un sistema rúnico en el implante, pero aun así la primera conexión iba a ser complicada. El irrense no podía saber al cien por cien que los nervios del niño no fuesen a rechazarlo, aunque confiaba en que la probabilidad fuese baja. Así fue, para su alivio, y entre su precisión y la gran concentración de la que estaba haciendo gala Milo pudieron realizar un trabajo impecable.

Poco después de que se despertase Rena accederían al cuarto con Eitne para dejarle sobre su cama, completamente dormido.
—Ya has despertado —se fijó en la irrense entonce—. ¿Te duele algo? ¿Notas alguna molestia? —En cuanto supo la respuesta asintió—. Evita mover el implante por el momento, aunque puedes empezar a realizar algunos ejercicios de adaptación esta noche. Milo se encargará de atenderte mientras limpio el quirófano.
Salió para hacer lo que había dicho, cerrando suavemente la puerta para no molestar al daeliciano.

La operación de Eitne fue mucho más complicada que la de Rena, pues la delicadeza de la misma sumada a la complejidad del sistema rúnico eran un quebradero de cabeza, pero al igual que la de la ursántropa todo fue como debía y antes del anochecer el daleiciano tenía su pierna nueva en posición.
—Menos mal que no ha habido complicaciones… —murmuró para sí al acabar, sonriéndole a su jefe con expresión aliviada.

Con una sonrisa tonta el brujo siguió al kairós por el pasillo de vuelta a la habitación de recuperación, reuniéndose con la peliverde que ya estaba despierta. Milo no dijo nada mientras Archi evaluaba a su amiga, revisando el estado de Eitne mientras el biomecánico aconsejaba a la irrense que no moviera el brazo por el momento, y cuando el rubio salió por la puerta sin hacer ruido el moreno se permitió por fin relajarse.
—¿Como estás, Rena? —le preguntó a su amiga con una media sonrisa, manteniendo un tono bajo para no despertar al pequeño. Su pregunta era de carácter más personal que la que acababa de hacerle el kairós.

Mientras esperaba su respuesta el hacker movió una de las butacas hasta situarla entre las dos camas y se dejó caer con un suspiro de cansancio, estirándose en el sitio con movimientos exagerados sin vergüenza evidente.
—¿No has comido nada? —se interesó, echándole un ojo a la bandeja intacta que le había dejado a mano a su compatriota horas atrás.

Rena no se percató de que se había quedado medio adormilada pensando en tonterías hasta que oyó el traqueteo de la camilla acercándose. Se giró todo lo que pudo y evaluó con rapidez las caras de los dos irrenses para ver si todo había salido bien. Parecían normales y Eitne dormía plácidamente, eso era bueno.

-La boca me sabe a mierda y estoy algo mareada pero por lo demás bien -le dijo a Krono -No me duele ni me pica nada. Tampoco he movido el brazo, he sido una osa buena -dijo con una sonrisa.

El biomecánico no se quedó mucho más, y pronto quedaron Rena y Milo solos con un Eitne durmiente. El burjo se desplomó en un sillón a su lado. Parecía agotado.

-¿Yo? Cojonuda. ¿Cómo estás tú? Tienes cara de necesitar una siesta de doce horas. -le preguntó. -¿Eitne está bien? No puedo verlo desde aquí pero parece bien.

Rena se calló un momento como si pretendiese averiguar el estado del daeliciano por el sonido de su respiración. Cuando Milo le preguntó por la comida hizo una mueca.

-Me la has puesto muy lejos y tampoco tenía tanta hambre -le dijo, estirando el brazo bueno para demostrárselo -Pero ahora sí que tengo así que levantame el respaldo para que pueda comer sin tirármelo todo encima, anda.

El chocolate ya debía estar frío pero a Rena le daba un poco igual, el chocolate estaba bueno en todas sus formas.

—O una de un día entero, la verdad —replicó con una mueca, bostezando descaradamente mientras se apoltronaba en el sillón—. La operación fue muy bien, ambas en realidad, pero a nivel mental han sido agotadoras… es como si llevara una semana programando o jugando a videojuegos —rió por lo bajo, moderando la voz para no alterar el sueño del pequeño—. Pero ha merecido la pena… —murmuró al final, sonriendo ligeramente con expresión ensimismada. Durante unos instantes ambos guardaron silencio mientras escuchaban la respiración pausada de Eitne, pero inevitablemente la conversación volvió a ponerse en marcha.

La réplica de la ursántropa a su pregunta sobre la comida tenía bastante sentido, pero debía comer para recuperar las fuerzas y que ahora tuviera ganas era buena señal.
—Dicho y hecho —respondió, cogiendo el mando que controlaba los elevadores de las camas y pulsando el botón adecuado para que la irrense se enderezara—. El sandwich es de salmón ahumado y queso de untar, por cierto. —señaló, alcanzando la mesilla auxiliar sobre la que reposaba la bandeja y deslizando sus ruedas debajo de la cama de la peliverde.

Mientras su amiga daba cuenta de la cena el brujo cogió su bola de cobre y empezó a juguetear con ella de forma distraída, haciendo que adoptara formas fractales que recordaban a cristales de bismuto.
—Deberíamos pensar un saludo secreto antes de que se despierte, ¿no? —dijo de repente, recordando lo que Rena le había dicho antes de la operación a la bestia del crepúsculo.

Por muy agotado que pareciese Milo también se le veía feliz, y eso tranquilizaba a Rena. Podía identificarse con el alivio de un trabajo bien hecho, por muy difícil que hubiese sido, y sabía lo importante que era para su amigo que Eitne hubiese recuperado su pierna, tal vez más que para el resto.

-¡Buah, mi favorito, gracias! -exclamó cuando por fin pudo poner sus manos (o más bien su mano) sobre el sandwich.

Lo devoró con ganas. Hasta el primer bocado no se había dado cuenta del hambre que tenia en realidad. Acabado el sandwich se bebió el chocolate de un trago, porque total, ya estaba frío, y se valió de la lengua de oso para rebañarlo.

-Tío, llevo todo este rato pensando en el saludo secreto de los cojones y no se me ocurre nada -dijo, apurada. En cierto modo era gracioso que después de una operación su mayor preocupación fuera un saludo secreto -¿Qué le vamos a decir?

Milo no pudo evitar reír ante el apetito de su amiga, pero se las apaño para no hacer demasiado ruido y consiguió no despertar a Eitne. Cuando la ursántropa reconoció que aún no se le había ocurrido nada con respecto al saludo secreto el brujo guardó silencio unos instantes, pensativo mientras seguía jugueteando con su dominio.
—Pues no lo se… —murmuró al final en respuesta a su pregunta, intentando dar con una solución al problema—. El choque de puños vamos a tener que descartarlo por lo obvio, pero quizás podamos chocar codo con codo… o con rodilla en su caso. ¿Qué opinas? —sugirió con una sonrisa divertida.

La escena que imaginaba era bastante ridícula, pero estaba seguro de que a la bestia del crepúsculo le encantaría, y si le añadían algún detalle empezaban a tener el esqueleto de algo.
—También podemos elaborarlo un poco más con... ¿algo sútil para iniciar tal vez? —planteó, pasándole una pelota imaginaria a su compañera para que ella también empezara a lanzar ideas.

Rena dejó el plato y la taza vacíos sobre la mesita auxiliar y se relamió los restos de chocolate antes de volver a su hocico irrense. Torció el morro, no muy convencida con las propuestas de su amigo.

-Seguro que alguien va a acabar en el suelo -dijo. La escena que se imaginaba era muy ridícula y seguro sería divertida pero no lo podían usar como saludo. << Algo sutil, ¿eh? >> pensó. Tal vez algo que pudieran hacer desde lejos -Eh, ¿qué tal algo así? -preguntó, y a continuación hizo pistolas con la mano señalando a Milo y le guiñó el ojo -Pero con dos manos. Parece secreto ¿verdad? -rio.

La ursántropa tenía razón, su primera propuesta sonaba demasiado aparatosa y alguién podía caerse al suelo en mitad de la ejecución.
—Seguramente… —murmuró en respuesta, sonriendo a pesar de todo al imaginarse la escena.

No era apropiado reírse por muy divertido que le pareciera, así que se contuvo, y en aras de la seguridad del pequeño el brujo intentó buscar una alternativa. Sus esfuerzos, sin embargo, fueron en vano, pues el cerebro le iba lento. Las horas de quirófano pasaban factura y notaba sus pensamientos con una consistencia similar a la de la melaza.

Por suerte para él fue Rena la que pensó por los dos y su idea sonaba muy bien. La “sutileza” de aquel saludo secreto era digna de admiración.
—Super secreto —rió de vuelta, llevándose una mano a la boca para ahogar el sonido—. Seguro que le encanta. —replicó, echándose hacia atrás en el asiento mientras le dedicaba el nuevo saludo secreto a su amiga con una sonrisa. Tras el guiño de ojo el hacker incluso soplo la punta de sus dedos para darle aún más dramatismo.

Eitne soñaba con un banco. Un banco sobre el que se sentaba una señora, que era su abuela. Su subconsciente le traía aquella imagen a menudo y Eitne aprovechaba para ponerla al día de lo que le ocurría: le había contado lo del Huesped, y lo del lagarto, y lo de su recuperación, y cuando aprendió a caminar a la pata coja o a subir solo las escaleras; también le había contado lo que pasó durante la Luna, las cosas que vio y la cosa que fue. Esta vez, sin embargo, abuela y nieto compartían el espacio en silencio, soplaban burbujas iridiscentes que contenían así mismo otras burbujas que, de nuevo, contenían más burbujas.

Explotaron todas de golpe cuando se despertó, pero el proceso de aclimatación a la realidad de la clínica fue lento. Al principio simplemente tenía los ojos cerrados, como si quisiese volver a dormirse, y todo lo que oía le sonaba a frivy cerrado. Luego abrió los ojos poco a poco y los entrecerró porque le molestaba la luz. Finalmente abrió la boca e hizo ruiditos pastosos saboreando la nada. Debía de tener el aliento de un ghoul madrugador.

Miró a los lados y no sonrió hasta que dio con sus amigos.

—Hola —dijo en voz muy bajita, aunque sonó clara en los oídos de Rena y Milo.

Le daba miedo hacer las preguntas importantes, por eso mismo tampoco intentó mover nada. Si algo había salido mal, seguir siendo cojo no sería tan grave. Prefería no ilusionarse mucho.

Rena se cubrió la boca con la mano para no soltar una carcajada. Visto en práctica el saludo le pareció perfecto, lo bastante ‘’serio’’ como para que pareciese convincente pero igualmente ridículo. Estaba deseando enseñárselo a Eitne.

Como invocado por sus pensamientos, Rena oyó la vocecita diminuta de Eitne saludándoles. Se inclinó en su camilla para verle mejor y le devolvió el saludo con una gran sonrisa.

-¡Hola pequeñajo! ¿Cómo te encuentras? Milo ha hecho chocolate.

Con el saludo secreto decidido Milo se permitió relajarse aún más, repantingándose en su asiento con una sonrisa complacida mientras esperaban a que Eitne despertara.
«No debería tardar mucho en hacerlo…» pensó para sí entrecerrando los ojos. Aún faltaba un rato para que anocheciera y el daeliciano cambiara de forma, pero debían enseñarle a quitarse el implante antes de que eso ocurriera.

Como para confirmar sus suposiciones la voz diminuta del pequeño resonó con claridad en los oídos de ambos irrenses, haciendo que el hacker recuperara la vertical con rapidez inusitada.
—¿Te duele algo? ¿Tienes hambre? —preguntó tras Rena, levantándose del sillón y acercándose a la cama del niño para apartar la cortina y comprobar que estaba todo bien.

Abrió la boca para responder, pero le sobrevino un bostezo largo y sonoro, acompañado de cascabeles que parecían hacerle un poco de burla al niño. Cuando acabó, volvió a saborear ruidosamente, arrugó el gesto como si hubiese encontrado un matiz desagradable entre sus dientes y luego se encogió de hombros con muy poca seguridad.

—Creo…. Creo que estoy bien. ¿Me véis bien? ¿Mi pierna… ? —Notaba el muñón pesado, como si la ligereza que le daba la extremidad faltante hubiese desaparecido. ¿Eso debía de ser bueno, no? Sin poder evitarlo, levantó la sábana de la camilla y el gesto le cambió de golpe. Abrió los ojos como platos y se mordió los labios (los dos, a la vez, como succionando para contener un chillido de emoción). Quería reírse o llorar o las dos cosas, pero todavía le daba repelús hacer algo que no debía con el... ¿Uy? ¿Había movido algo ahí abajo o era la sensación de extremidad fantasma?—. Me da un poco de miedo pensar que quiero mover el pie y moverlo sin querer. ¿Es normal? ¿Pasaría algo? ¿Estoy bien de verdad? ¿Cómo estás tú, Rena?

Hablaba rapidísimo, sin trabarse, como si la poca energía que retenía en el cuerpo la hubiera almacenado en la lengua y ahora la descargara eficientemente. De hecho seguía tumbado y no pareciera que fuera a enderezarse en un rato. Y aun así...

>>¿Puedo beber un poco de chocolate, porfa?

Le hacía falta para quitarse el mal sabor de boca, pero también para digerir aquel miedo súbito.

Ya había terminado de ordenar y dejar el quirófano limpio, preparado para la próxima intervención que tuviese qué hacer. Confirmó primero mediante la niebla mágica si, tal y como esperaba, el daeliciano ya se había despertado, pues no quería entrar y salir varias veces del cuarto de ingreso sin motivo. Como ese era el caso, entró.
—Eitne, ¿cómo te sientes? ¿Notas molestias o dolor? —le preguntó a la bestia del crepúsculo acercándose a él—. Evita mover la pierna por ahora, por favor. Antes del anochecer volveré para explicarte bien el proceso de desacoplamiento.