Clínica y taller de biomecánica

Antes de ponerse el abrigo para salir Milo dio un último repaso a la mesa de recepción, anticipándose al trabajo del día siguiente y dejándolo todo listo para cuando llegara por la mañana. Era un paso más de la rutina diaria y en cuanto terminó su jornada laboral el brujo se despidió de su jefe con una voz y salió por la puerta en busca de Rox.
—Hola —le saludó en cuanto le vio a pocos metros, acercándose mientras se arrebujaba en la chaqueta—. Bien, ha sido un día tranquilo… —respondió, inclinándose para recibir el beso con una sonrisa.

Este no llegó, sin embargo, pues un ruido fuerte en las proximidades alteró al cambiante que apartó la mirada. El irrense, confundido, se giró en la misma dirección que su novio, pero no encontró nada con el primer barrido y devolvió su atención al rubio.
—¿Qué es lo que hay? —le preguntó preocupado, tentado a ponerse en marcha cuanto antes mientras Cobrecito les orbitaba en ademán protector.

La respuesta del humano fue silenciada por un nuevo sonido, uno mucho más reconocible que el anterior y que transformó completamente la inquietud del norteño.
—Eso ha sido un maullido, ¿verdad? —dijo en voz baja, agarrando la mano del australiano mientras estiraba el cuello para ver algo entre tanto escombro.

—No lo sé —respondió sin apartar la vista.

Dio un paso adelante por si veía algo, y fue un sonido familiar el que les sacó de dudas. Sus hombros cayeron y la tensión se convirtió en mera curiosidad. Sonaba como un felino, a no ser que fuera alguna criatura del averno con la capacidad de imitar sonidos…

—Creo que sí… —en vez de quedarse ahí tiró suavemente de Milo para acercarse al montón del ladrillos y piedras, asomando la cabeza con prudencia para tener margen de reacción con lo que hubiera detrás.
Primero vio un montoncito peludo de un color rosa palo que se camuflaba bastante bien con la tierra y el polvo. Estaba tumbado de espaldas a ellos y tenía una pata trasera malamente atrapada entre dos rocas y el suelo.

—¡Es un gato! —uno… rosa, pero un gato. Le soltó la mano al brujo para acercarse más y el animalito giró la cabeza hacia ellos, mirándoles con un solo ojo verde. El otro lo tenía cerrado por una mucosa del mismo color con mal aspecto. Echó las orejas hacia atrás y se sacudió sin energía, intentando huir en vano al tener el peso encima—. Ay, ¡espera, espera…! No será una invocación ni nada, ¿no? —preguntó a Milo mirándole con apuro.

El gato no forcejeó mucho más. No era pequeño pero parecía más cachorro que adulto, su pelaje estaba raído y sucio, tenía un extraño color verdoso en el interior de las orejas y posiblemente llevase horas ahí metido, moviendo las piedras a su alrededor y atrapándose más sin quererlo. El frío cortante no ayudaba nada. Profirió un maullido suave y asustado que llenó de pena al australiano.

—Uf, como tiene la pata… Vamos a quitarle esto de encima tío.

Milo siguió a Rox hasta el montón de escombros del que había salido el maullido, dejándose llevar con algo de reticencia por si les esperaba algún tipo de peligro y tenían que salir por patas. Sus temores se esfumaron cuando el cambiante identificó el origen de los ruidos: un gato de color rosa palo que había quedado atrapado entre los escombros y que intentaba liberarse sin demasiada fuerza.
—Oh… —susurró el moreno, preocupado al ver que el pequeñín trataba de escapar sin demasiado éxito—. No lo sé, pero me parecería muy raro que un invocador abandonara a su criatura de esta manera. —respondió, devolviéndole a pesar de todo una mirada cargada de dudas. Había leído sobre invocación de demonios, pero tampoco era un experto en el tema y no estaba seguro de lo que acababa de decir.

El felino parecía agotado y presentaba un aspecto lamentable, como si llevara horas allí atrapado, por lo que la sugerencia del humano le pareció de lo más razonable. La habría hecho él mismo si el rubio no se le hubiera adelantado, pero no sabía cómo proceder sin asustar aún más al animal.
—¿Cómo lo hacemos? —le preguntó, moviéndose despacio para no sobresaltar al pequeño y poder ver mejor el trozo de escombro que lo mantenía retenido—. Hay que intentar no hacerle más daño.

Por suerte no parecía una piedra muy pesada, así que aprovechando que estaba más cerca el brujo la levantó con la ayuda de Cobrecito y todo el cuidado del mundo. En cuanto quedó libre el gato hizo amago de huir, pero tenía la pata en muy mal estado y no llegó a moverse. Solo acertó a hacerse una bolita temblorosa que empezó a maullar lastimosamente haciendo que el corazón de Milo se encogiera de pena.
—Tenemos que curarle, Rox… —le dijo a su novio, acuclillándose despacio para no alterarlo aún más.

Suponiendo que estaría sediento el norteño hizo que su bola de cobre tomara la forma de un cuenco y se apresuró a llenarlo de agua con un hechizo sencillo, deslizándolo por el suelo en su dirección. La sustancia reseca que le cubría el miembro herido debía de ser sangre, pero tenía un extraño tono verdoso similar al color de su ojo sano y el del interior de sus orejas.

Rox se puso a un lado para evitar que el gato huyera o la cayera cualquier cacho de escombro al levantarlos. No se dio ni lo uno ni lo otro, y es que con lo débil y mal que estaba el animalito a ningún lado iba ir. Hacerse una bola parecía su último y único mecanismo de defensa ahora mismo.

—Ya… No podemos dejarlo aquí —le acercó el dorso de la mano para que se la oliese antes de hacer ninguna otra cosa, aunque el animal estaba demasiado nervioso como para hacerle caso. Al cuenco de agua, sin embargo, no le hizo ningún asco. Después de olfatearlo unos segundos bebió de él como si llevase días sin probar agua. Rox se apartó para darle espacio. Nunca había tenido un gato, pero tenía entendido que bebían poco; así de seco estaría.

—Bueno, ya es un paso —sonrió ligeramente—. Tío, ojalá estuviera Eitne aquí y lo afinidara. ¿Si lo levitamos se asustará mucho…? —el tono de su pregunta se fue volviedo retórico según la hacía, respondiéndose a sí mismo mentalmente.

Alargó las mangas de su abrigo hasta cubrir la mitad de sus manos para así protegerse de cualquier arañazo sin perder toda la movilidad. Cuando acabó de beber, con cuidado y dándole pequeños empujoncitos se fue echando al gato en los brazos. El animal maulló con más insistencia, y aunque la pupila de su ojo bueno estaba dilatada a más no poder no hizo ni el ademán de bufar. Rox tuvo especial cuidado con la pata rota, dejándola al aire para no aplastársela por error con su propio peso.

—No parece que haya sangre pero… ¿la tiene infectada o algo? —hizo una mueca de desagrado por la lesión. Desde ahí se veía de un verde más brillante, pero al cambiante no se le ocurriría que eso fuera su sangre—. Joder que puto frío —lo pegó un poco más contra su cuerpo para infundirle calor—. Vamos a llevárnoslo a la Sede y ahí vemos que hacer.

Cuando el pequeñín empezó a beber con ganas Milo asintió complacido, dejándole un poco de espacio para que se hidratara a gusto mientras lo observaba mejor y empezaba a apuntar mentalmente todos los problemas que parecía tener. Rox tenía razón, abandonarlo a su suerte no era una opción, pero aunque los dos disponían de magia ninguno era experto en sanación de animales extraños e iba a resultar complicado tratarlo.
—Ojalá estuviera, si, pero va a tener que conformarse con tu arrebatador encanto y mi aterciopelada voz. —replicó con suavidad, quedándose en silencio cuando anticipó las intenciones del cambiante para no sobresaltar aún más al felino.

El gatito seguía aterrado, pero no tenía fuerzas para resistirse y se limitó a maullar con más ahínco mientras el humano lo aupaba con todo el cuidado del mundo. Vista más de cerca la pata que había estado atrapada tenía muy mala pinta y la extraña sustancia que cubría la herida parecía infecciosa, pero lejos de toda lógica no desprendía el mal olor característico de la enfermedad.
—Me parece que no está infectada, creo que sí que es sangre aunque tenga ese color tan raro —contestó, señalando el interior de las orejas con un gesto. En los gatos de sangre roja esa zona era de color rosado—. Pero ese ojo sí qué me preocupa… —añadió, lanzando sobre ambos un hechizo térmico cuando el rubio se quejó del frío.

Milo asintió a la sugerencia de Rox y ambos echaron a andar juntos en dirección a la Sede, intentando mantener un ritmo que no perjudicara al pequeño pero que les permitiera llegar cuanto antes a la seguridad del hogar. Cobrecito, olvidado entre las piedras, recuperó su forma habitual a sus espaldas y los siguió de cerca, patrullando por el aire en la retaguardia con ademán protector.
—¿A ti no te huele a verdín? Como cuando machacas una planta… —le comentó a su novio en cierto momento, mirando embobado al gatete mientras avanzaban. El brujo estaba enamorándose por segunda vez en su vida y en aquella ocasión todo iba mucho más rápido.

Sigue en Lenteja.

Una vez la casa de Kin estuvo lista para vivir no tuvo más que echar un vistazo a sus ahorros para decidir que era el momento de endeudarse con Archi por segunda vez. Tal como había hecho la obra, la reducción de costes había dado sus frutos, y podía hacerle el primer pago al biomecánico sin quedar pelado.

Sus nuevos brazos también llevaban tiempo planificados, de hecho era un proyecto al que estaba dándole vueltas desde que se había transformado. No era precisamente un experto como Archi, y cada vez que viajaba a Irraria se descargaba varios documentos sobre mecánica de prótesis para descartar o pulir ideas. También había consultado a su amigo en más de una ocasión, y por eso ya estaba parcialmente familiarizado con el proyecto.

El raigaurum se acercó a la clínica de su amigo por la mañana con unas pastas hojaldradas del mercado, en parte para celebrar su mudanza y en parte para asegurarse, ahora que viviría al lado, de que este no se saltase el desayuno.
—¡Buenos días, soy el nuevo vecino! —dijo levantando la voz tras llamar a la puerta, y añadió riendo—: ¡Traigo galletitas!

Tras la operación de Rena y Eitne no había vuelto a tener muchos encargos, por lo que el ingeniero estaba enfrascado en proyectos propios cuando llamaron a la puerta. Para asegurarse de que se enteraba, un aviso llegaba directamente a su cabeza, por lo que, tras dejar el instrumental que tenía entre manos y apagar la pantalla de su brazo, se traslocó enseguida frente a la puerta de entrada y la abrió, habiendo reconocido la voz de su amigo, a pesar de su extraña forma de presentarse. Suponía que se trataba de alguna clase de broma, así que no le dio más vueltas.
—Buenos días, Kin —le dijo mientras le invitaba a pasar—. Gracias por tu amabilidad —añadió refiriéndose a las galletas que afirmaba traer consigo.
Se adentró en dirección a la cocina, ya que no quería que manchasen sus espacios de trabajo de migas incluso si era muy fácil limpiarlo con magia.
>>¿Tu nueva casa ya está completamente habitable? —Suponía que así era, al haberse referido a sí mismo como “vecino”. En realidad le alegraba que el demonio raigaurum hubiese elegido reconstruir un edificio cercano a su clínica—. Tengo algunas ideas y propuestas que mostrarte acerca de tu encargo —no tardó en añadir mientras cogía una galleta.

Como era habitual, Archi era la persona más rápida abriendo la puerta que había conocido. Mientras le devolvía el saludo le enseñó la bandeja de galletas, para asegurarse de que no pudiera pensar que solo había sido una broma. Aunque, tratándose de él, probablemente no lo pensase.

De camino a la cocina empezó a responder a sus preguntas.
—Ayer mismo me mudé. Por fin. Se me ha hecho raro dormir allí sabiendo que no hay nadie alrededor. —Ya en la cocina puso la bandeja sobre la mesa y abrió una alacena para coger un par de vasos, pero antes de que volviese a decir nada el kairós se adelantó sacando el tema que Kin quería comentarle—. ¿En serio? Venía justo a hablarte de eso. Traigo aquí todas las ideas definitivas y algunos esquemas —explicó, dándole unos toquecitos al ordenador de su brazo—. Pero deberíamos desayunar antes de nada. Tú no lo has hecho, ¿no? —Antes de poner los vasos en la mesa esperó a ver qué le respondía.

El kairós asintió, sin saber muy bien qué decir, aunque suponía que se alegraba de que Kin hubiera podido mudarse, a pesar de los inconvenientes que mencionó. A él le daba igual dormir solo o con alguien más cerca, siempre que fuesen compañeros silenciosos.
—Sí, suponía que querrías hablar de ello —le explicó—. Todavía no he desayunado, pero puedes transferirme esos archivos mientras lo hacemos.
El biomecánico se levantó para acercarse a la nevera.
>>¿Quieres leche? —ofreció.
Él se llenaría el vaso que el raigaurum había sacado y la calentaría un poco con un hechizo térmico.

El raigaurum sonrió de medio lado cuando escuchó que Archi aún no había desayunado y dejó ambos vasos en la mesa. Era temprano y este ya estaba con su ropa de trabajo, por eso había llegado a dudar.
—Ah, gracias —respondió ante su ofrecimiento de leche. Le habría valido cualquiera cosa para bajar las galletas, aunque fuese agua, pero algo caliente era de agradecer—. Bueno, podría haber venido simplemente a saludar —protestó cuando Archi supuso que la visita era por negocios—. Si quieres podemos comer juntos más veces ahora que estamos al lado.

Mientras el kairós calentaba la leche encendió su ordenador y empezó a transmitirle archivos por la red local que solían usar.
—Los apuntes están en sucio, pero te puedo explicar un poco por encima —le dijo después de tragar un bocado de galleta.
Proyectó con su ordenador una serie de bocetos en sucio que había hecho por encima de la imagen tridimensional de una prótesis irrense. La estructura base no cambiaba apenas, y la gran mayoría de detalles dependerían de Archi y Milo, pero sí había algunas diferencias notables. Lo primero que saltaba a la vista era la forma de los dedos, más alargados y puntiagudos, similares a los que habría tenido ahora de haber conservado alguno de sus brazos. La prótesis derecha, además, aparecía con el guantelete de Valek incorporado en algunas imágenes. Quería que ambos artefactos se pudiesen acoplar perfectamente.
»El sistema de refrigeración nuevo imagino que debería tener más rejillas de ventilación, algo así —dijo, señalando a unas pequeñas aberturas dibujadas en la parte del hombro—. Pero los detalles del diseño os los dejo a vosotros. Por lo demás es más o menos lo que ya habíamos hablado: que pueda conducir mi electricidad por la mayoría de la superficie, que tenga medidores nuevos de sobrecarga y un cable de conexión externa con voltaje regulable para poder ponerle adaptadores de otros mundos.
El diseño tenía cierta complejidad, ya que las zonas conductoras que quería incorporar debían estar conectadas a su cuerpo directamente y aisladas de la mecánica interna del brazo, pero se había asegurado de que nada de lo que pedía fuese excesivamente complicado.

Ante su afirmación, echó leche también en el vaso de Kin y dejó que se lo calentase él mismo a su gusto. Al ofrecimiento, tan solo parpadeó tres veces rítmicamente, pero no necesitó analizar la propuesta.
—Sí, eso sería agradable —le dijo con su tono que si no le conociera parecería que estaba siendo sarcástico de forma monótona.

A continuación atendió a la explicación sobre los implantes, observando detenidamente los archivos que el otro irrense le había enviado. En su cabeza ya empezaba a hacerle algunos cambios a aquellos bocetos para mejorarlos y acomodarlos a lo que su amigo quería. Movió los documentos en la pantalla holográfica para verlo desde todos los ángulos, hizo alguna anotación y marcó cosas de forma que solo él comprendía el significado.
—Ni la ventilación ni todo lo demás será un problema —le aseguró—. Si quieres que tenga algún diseño estético concreto puedes esbozarlo y se lo hago saber a Milo. Sabes que yo no entiendo de esa parte, pero él deja satisfechos a los clientes con sus ideas, así que confío en su criterio.

Siguió examinando un poco más lo que le había pasado junto con los datos que ya tenía él, haciendo cálculos en su cabeza.
—Te puedo dar un presupuesto aproximado ahora mismo, aunque dentro de unos días te daré el definitivo cuando el proyecto esté completamente definido. Las cifras no variarán demasiado, previsiblemente—. A continuación escribió una nota en su ordenador con una cifra y se la transfirió al demonio raigaurum.
Había un descuento de amigo, aunque no lo había reflejado en el documento y simplemente había puesto cifras más bajas de lo normal en conceptos como “componentes extra” o “cirujía”.

Kin le dio a entender a Archi con un gesto que le tomaba la palabra en lo que a comer juntos se refería y pasaron a hablar del implante. No le sorprendió en absoluto que ya empezara a tomar notas mientras desayunaba, pero tampoco esperaba que fuese a ponerse a trabajar en ello tan rápido. La parte de que no había problema con ninguna de las cosas que pedía le alivió enormemente, aunque el diseño les pudiese dar algún quebradero de cabeza.
—Hablaré con Milo también para explicarle en persona lo que había pensado —le dijo—. Igual me dejo caer por la sede esta noche después de trabajar, de paso los invito a venir a ver la casa cuando quieran. Tú también deberías venir—añadió, señalando al kairós con una galleta.

Cuando tuvo el presupuesto en su ordenador le sorprendió que fuese algo menos de lo que esperaba. De cualquier manera era un gasto considerable, pero uno que tenía previsto desde hacía mucho tiempo.
—Ahora mismo tengo reunido lo suficiente para pagarte una buena entrada, ya me dirás cuando tengas el presupuesto definitivo cómo prefieres dividir los pagos.

El raigaurum no podía quedarse hasta que llegase Milo porque tenía que irse a su propio trabajo. Cuando se fijó en cuánto había ascendido el sol se terminó la leche de un trago. Aún le quedaba una buena caminata hasta el granero.
—No me puedo quedar mucho más, pero si surge cualquier problema con el diseño déjame un mensaje en la red o llámame por el comunicador cuando sea. Aunque a lo mejor me vuelvo a dejar caer por aquí mañana. Te aviso si eso.

El kairós miró brevemente a la galleta con que le había señalado antes de alzar la cabeza hacia Kin.
—Iré cuando me digas, si no estoy ocupado —le respondió—. Me gustaría ver tu casa —añadió al cabo de unos instantes, dubitativo.

El raigaurum terminó de examinar el presupuesto y el biomecánico no tardó en responder a su pregunta.
—Puedes pagarme de la forma que te resulte más conveniente; no desconfío de ti, como es lógico, ni tengo necesidad de dinero inmediato.

Terminaron de desayunar y el otro irrense anunció que debía irse, a lo que Archime asintió y se levantó de la silla mientras, mediante magia, limpiaba los restos del desayuno.
—Te haré saber cualquier detalle que sea necesario comunicarte —le aseguró—. Nos vemos mañana, o el próximo día —se despidió.
Le acompañaría a la puerta, pero casi antes de que Kin saliese, el kairós ya se habría teletransportado a su taller.