Clínica y taller de biomecánica

El irrense podría haber tardado una micra de segundo o tres minutos en responder. Daba igual. El ínfimo lapso de tiempo entre el saludo y la explicación dio alas a la idea de que la operación podía haber ido mal y se preparó para aguantar una sarta de excusas <<Toima tenía algo de razón al maldecir a los novatos...>> Pero lo que escuchó le dejó sin habla.

—Que... No. Venga, joder... Va en serio —dijo, más para sí que para nadie más. Claro que iba en serio, ¿qué podría ganar el irrense bromeando con algo así? ¿Pero cómo?

<<¿"Ha fallecido"? Asesinada, más bien, no me jodas. ¡Pero vamos a ver!>> Parpadeó varias veces, casi como Krono hiciera hace un momento, y miró a su alrededor. Allí no había ni rastro de un atentado contra la vida de nadie. Y conocía de sobra a Xiandra. Habría opuesto resistencia y el sitio habría sufrido lo suyo. Necesitaba más detalles. <<Pero joder, que se la han cargado>> ¿Y si había sido otro eslabón de esa cadena de asesinatos que estaba sufriendo la ciudad? <<Maldita sea>>

Se pasó las manos por la cara antes de volver a hablar. No se lo creía. Hasta ahora las muertes le habían quedado lejos y aquella, aunque no tan cercana, le rozaba bastante. <<Céntrate. A lo mejor se puede averiguar algo>> Ya tendría tiempo de lamentarse después. O de creérselo, porque no terminaba de encajarlo. Tendría que ver el cuerpo para creerlo, porque la clínica parecía en perfecto estado y no le cuadraba en absoluto. <<¿Y qué es eso de "accedió"? ¿Se les coló un energúmeno hasta el quirófano y la mató? A lo mejor estaba sedada... ¿Y quién será ese médico que lo vio? Krono no estaba, pero como si importase>>

Pero todo aquello no servía de nada.

—¿Cómo ha ocurrido? No veo ni un solo rastro de pelea por aquí. ¿Me puedes dar los detalles mientras me enseñas el cuerpo? Imagino que tienes defensas instaladas aquí...

—Sí, acompáñame —respondió a su pregunta mientras salía del mostrador para dirigirse hacia las escaleras al sótano—. Al parecer el asesino entró rompiendo la pared, aunque desconozco por completo qué método empleó para hacerlo: mi ayudante es un doctor irrense que tan solo he traído para que me ayude durante un corto periodo de tiempo, no sabría reconocer un hechizo ni ningún otro tipo de forma esotérica. Como mi ausencia pretendía ser breve decidí mantener a Xiandra sedada para evitar cualquier tipo de problema, tanto por su bien como por el de mi ayudante. —Hizo una pausa al llegar a la puerta de la sala donde se encontraba el cadáver y la abrió—. Tardé tan solo unos pocos minutos más de mi estimación debido a un encuentro inesperado, pero lo cierto es que incluso aunque hubiese tardado horas no creo que pudiera haber previsto algo como lo sucedido. —Se apartó a un lado para que el vampiro pudiese ver la ropa de cama en la que estaba envuelta el cadáver—. Habrás notado que no hay signos de ninguna pared destrozada, no obstante. Según el testimonio de mi ayudante, el atacante se disculpó cuando se encontró con él, una vez hubo cometido el asesinato, y procedió a reparar la pared antes de irse. Todo apunta a que se trataba de algún tipo de venganza.

Le acompañó mientras le atendía y tomó nota mental de todo. Por lo visto el asesino entró por la fuerza, por el muro... No sabían qué hechizo había usado, lo cual tenía sentido, pero podía intentar descubrirlo si se fijaba en la pared cuando llegasen. De alguna forma, el otro irrense seguía vivo aunque lo hubiera visto todo. <<Sería algo personal con Xía... Limpio y sin daños colaterales>>

Y tan limpio. <<¿Qué...? No puede ser>> Cuando entraron, allí no había ni rastro de explosión alguna ni el más mínimo signo de violencia. Si uno de los dos vampiros se hubiera vengado de alguien allí abajo, habría sangre por todas partes. Pero allí solo había un cuerpo tapado con la cabeza fuera de su sitio. <<¿Con quién te has metido esta vez, Xía? Menudo buenazo>>

Y como bien dijo el irrense, Jack estaba a punto de preguntar por aquello. Pero "aquello" era surrealista. <<Absurdo. Alguien derribó la pared, asustó al doctor, decapitó a Xia, se disculpó, y se fue tras arreglar el muro. ¿¿Pero qué carajo??>>

Le dio la risa. Se tapó la boca con una mano, pero no pudo evitar la risa. Solo faltaba que le sacasen la cámara oculta y que la sinhadre saliera de algún escondite. ¡Estaban en Rovacarancolia! ¡Nadie mataba de forma tan limpia y encima arreglaba los desperfectos y se disculpaba con los dueños del local! Se tuvo que reír, pero se apresuró a aguantar la risa como pudo y se disculpó con el irrense.

—Lo siento, lo siento, es demasiado absurdo. Ella se estaría riendo si hubiera sido yo el cadáver, créeme. ¡Por favor! Es que es de locos.

Se acercó a la sinhadre y le quitó la sábana para ver las heridas... Nada, solo el corte del cuello. No tenía sentido, no se lo encontraba. A lo mejor era un simple encargo sin móvil personal, porque allí no había nada que indicase "venganza". No lo que entendía el vampiro como venganza. Y mucho menos si estaba sedada. <<No te cobras la vida de alguien que está roncando por esas... ¿Un trabajo? ¿Cabreó a alguien demasiado y la querían liquidar sin llamar la atención?>> Se tendría que pasar por su casa si quería indagar más, pero tampoco quería que le salpicase por aparecer allí y que le relacionasen con ella más de la cuenta.

—Venganza seguro, que andaba metida en muchos líos. Pero es demasiado limpio... ¿Y de verdad se disculpó? La leche. Llevo aquí varios años y estoy alucinando.

Lo peor es que se la podía imaginar riéndose a carcajadas si fuera él quien hubiera muerto así. <<Sedado. Un cortecito en la cabeza y adiós, a seguir durmiendo. Y encima me disculpo y te arreglo la pared. ¡No me jodas!>> Indagaría mientras no le resultase demasiado arriesgado. Quería saber qué demonios había llevado a alguien a actuar así.

—En fin... Tendré que llevarme el cuerpo y librarme de él. Tienes... ¿Tienes alguna bolsa para cadáveres? —le preguntó. Después se reclinó sobre la cabeza, le apartó un mechón de la cara y habló en voz baja—: Tanto bromear con estrenar y arrancarte el brazo nuevo... Y al final pierdes la cabeza. Si esto fuera una broma, te mataba yo mismo.

Pero ya no reía. Se le escapó un puñetazo a la pared. En otras circunstancias le habría hecho gracia el gesto de disculparse ahora él con el irrense, pero no. Tan solo gruñó un "joder". Sabía que tanto detrás como después de tanta broma vendría tanta rabia como impotencia. Tanto sus amigos de la Brecha como Xía le recordaban por qué había decidido alejarse de las "aventuras" y los conflictos: le tenía demasiado aprecio a la vida, por muy irónico que fuera dada su longevidad natural. Para colmo, ahora la sinhadre estaba muerta. Y siempre tendría reciente que sus amigos se las habían visto varias veces con la muerte desde cerca. Resopló. <<¿Y ahora qué hago contigo?>> Más de una vez habían bromeado sobre qué harían si se la encontraba muerta alguna vez, pero no le parecía adecuado. Ya se había reído bastante, si perduraba su fantasma no podría quejarse si simplemente quemaba sus restos.

A Archime le había sorprendido la reacción de Jack, ya que echarse a reír en aquella situación no creía que fuese muy habitual, pero no hubiese mencionado nada al respecto y tampoco entendía por qué el vampiro se disculpaba. Él no tenía ningún vínculo con Xiandra más allá de una breve relación profesional, por lo que, aunque no era agradable el hecho de que hubieran asesinado a una persona y más en su propia clínica, sus sentimientos al respecto eran bastante neutros.
—Es lo que afirma mi ayudante —respondió directamente a su pregunta acerca del modus operandi del asesino—. Considero que no tiene motivos para mentir y, aunque sus explicaciones resultan confusas debido al shock, veo improbable que malinterpretase algo tan inesperado como una disculpa.
Ante la siguiente pregunta del vampiro, el kairós permaneció pensativo unos instantes.
>>No dispongo de algo tan específico, planeaba emplear la propia ropa de cama atada con una cuerda para transportar el cadáver a algún lugar. ¿Es suficiente para ti?
Si la respuesta era afirmativa, el irrense comenzaría a preparar el cuerpo de Xiandra para que Jack pudiera llevárselo.

El rubio se encogió de hombros. Sería suficiente.
—Me sirve. Te puedo devolver la sábana otro día, si quieres —le respondió mientras volvía a tapar el cadáver.

Le ayudaría a terminar de envolverlo y cerrar con la cuerda.
—Ah, y no te preocupes: lo de tu doctor es demasiado surrealista en estándares rocavarancoleses, es decir, nadie pensará que semejante testimonio sea inventado. Aunque tampoco creo que se pase nadie más a preguntar... Esa es la parte de su herencia que me toca —bromeó sin ganas.

Era de sus amistades más cercanas, así que le tocaría hablar con los que conocía. <<Y podríamos vender lo que tenga en la casa... si no la han saqueado ya, claro>> Que, por cierto, era bastante ambiguo hablar de "saquear" en "estándares rocavarancoleses" desde el punto de vista del vampiro, pues mejor que vender cualquier cosa podría quedarse algo... <<Mejor yo que cualquier rata, ¿no?>>

Subió el fardo a la planta principal, se lo echó al hombro y se encaminó a la salida.
—En fin, espero vernos en otras circunstancias. Que te vaya bien, Krono.

No le hacía ni pizca de gracia salir de allí cargando algo que era claramente un cadáver, como si fuera un mozo de la clínica que fuera a enterrar a un cliente que hubiese muerto en una operación. Aunque... bueno, sí que le hacía gracia, pero muy, muy, muy poca. Unos metros más adelante reía para sus adentros por un chiste al respecto, pero cada paso se le fue alargando más y más.

Llevaba el cadáver de una amiga. Xiandra, él y todos sus conocidos sabían que podía acabar así algún día. Pero llevaba un cadáver a cuestas. Él. El cuerpo de su amiga. Envuelto en una sábana. Surrealista o no, había perdido todo el humor que un rato antes le despertara la situación. Habían matado a su amiga.

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—Puedes deshacerte de ella, pensaba adquirir otro juego de ropa de cama nuevo —le respondió al ofrecimiento de devolverle la sábana. Asintió ante su siguiente afirmación, pero habló tras unos segundos de silencio—. Vuelve si necesitas ayuda: el asesinato ha ocurrido en mi clínica, a fin de cuentas, y no soy completamente ajeno al suceso. Interrogaré de nuevo a mi ayudante cuando se encuentre más calmado por si es capaz de proporcionar algún detalle más.
Ayudó al vampiro a recoger el cadáver ya atado entre la ropa de cama y lo siguió de vuelta a la planta baja.
>>Igualmente, gracias —respondió a su despedida.

En cuanto que Jack abandonó la clínica, el kairós se puso en movimiento de nuevo. Gracias al vampiro ya no tenía que pensar en cómo deshacerse del cadáver, por lo que podía continuar con el resto de tareas pendientes. Lo primero que haría sería comprobar que efectivamente no había más desperfectos en la clínica que no se hubieran visto a simple vista y colocar la ropa de cama de repuesto en el cuarto de pacientes. Confiaba en que el doctor se sobrepusiese durante aquel tiempo y trataría de averiguar más sobre el asesino, tal y como le había dicho a Jack. Una vez hubiese caído la noche, el kairós pediría al doctor que volviese a hacer su maleta y saldrían para llevar a cabo el borrado de memoria. La siguiente parada sería Irraria.

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Era todavía muy temprano cuando volvió a Rocavarnacolia, por lo que decidió que tal vez lo idóneo sería descansar hasta la hora de apertura de la clínica, siendo una de aquellas raras ocasiones en las que era consciente de que llevaba demasiadas horas despierto. Mientras se dirigía a su cuarto con la intención de meterse en su cama no podía evitar recordar el momento en el que había devuelto al doctor a Ío: lo había tenido que transportar dormido hasta atravesar el portal, y despertarlo en pleno bosque para comprobar que el trabajo del mentalista no había fallado. Confuso al principio, el kairós le dijo que probablemente se había desorientado al traspasar el portal y Marrcen no tardó en darle la razón mientras parloteaba acerca de las maravillosas instalaciones mágicas en las que había tenido oportunidad de trabajar durante aquel tiempo. Lo había acompañado hasta el ascensor que descendía a Ío y allí Archime le dio las gracias por su trabajo. El doctor le respondió con un entusiasta:
—¡No, gracias a ti por esta oportunidad única! Ahora tendré más caché que nunca entre los cirujanos de implantes.
El ingeniero se había mantenido en silencio unos instantes hasta que, finalmente, asintió y se despidió de Marrcen. En realidad se alegraba de no volver a necesitar hacer algo como aquello. No se sentía bien con lo que le había hecho pasar al doctor.

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Basilisco llegó temprano, aunque Archi ya se había despertado veinte minutos antes y había dedicado aquel tiempo en redactar una oferta de empleo para después repetirla sobre varios papeles. No estaba acostumbrado en absoluto a la escritura a mano, pero gracias a la precisión que le había otorgado su don pudo conseguir un mensaje presentable en simples mayúsculas.
El encuentro con el ulterano no resultó más agradable que el del día anterior, pero el irrense se limitó a responder sus dudas técnicas y tomar nota de lo que le pedía, mientras ignoraba por completo cualquier provocación. El encargo que le hizo, no obstante, sí resultó interesante al irrense. El ulterano quería un implante cuya mano fuese desmontable, así como varios modelos de manos diseñados con propósito diferentes en mente, y que incluso permitiese acoplar con facilidad otros a posteriori. El ingeniero explicó que tardaría bastante más y costaría mucho más que un implante estándar, pero que estaba seguro de que podía llevar a cabo lo que le pedía. Por suerte la clínica no disponía de más clientes por el momento y hasta que el kairós no decidiese expandir su negocio podía trabajar con mayor rapidez en el pedido del ulterano. Así pues, decidió que pospondría sus planes hasta que hubiera concluido con el encargo de Basilisco. Con suerte durante aquel tiempo también encontraría un ayudante: era menester, sobre todo, disponer de alguien que pudiese estar en la clínica en horario de apertura en caso de que el propio kairós estuviese ausente. Una vez el ulterano se fue, el ingeniero salió de la clínica con sus carteles de oferta de empleo en el bolsillo. Pensaba colocar uno en la taberna y pedir a sus compañeros que colocasen alguno en los refugios.

A partir de que Milo se presentó en su clínica y aceptó la oferta de empleo, Archime invirtió la mayor parte de su tiempo en formar al brujo. Le explicó detalladamente cuáles serían sus funciones y utilizó hologramas interactivos para simular cirujías simples y que fuese adquiriendo práctica. Aparte de eso le transfirió sus archivos de cuentas para que el hacker pudiese encargarse de llevar la contabilidad del taller mediante bases de datos de uso intuitivo. Milo aprendía rápido, por lo que tenía confianza en que para cuando llegase un cliente, si es que tenían uno antes de tener que ocuparse de los propios compañeros del brujo del cobre, podrían operar sin incidentes.

Aquella madrugada el kairós seguía trabajando, como era costumbre en él. Había comenzado a diseñar el proyecto de brazo adaptable para Rena, pues ya no le faltaba mucho para terminar el complicado encargo de Basilisco. Su visión se empañó de pronto y el irrense estaba a punto de decidir que quizás necesitase dormir cuando aquella torre inundó sus pensamientos. Su presencia era tan fuerte que incluso dejó de escuchar el tic-tac de su cabeza hasta que finalmente perdió el conocimiento.
Se despertó tirado en el suelo de su cuarto. Había una extraña neblina, tenue pero visible, de color morado cubriéndolo todo. Comenzó a incorporarse, totalmente desconcertado por aquella extraña sensación. No era capaz de darle nombre a lo que sentía, pero creía que se parecía bastante al miedo. Pero, ¿de qué tenía miedo? No lo sabía, era irracional. Quizás aquello que flotaba en el ambiente era alguna clase de gas que manipulaba los sentidos, por lo que tal vez debería despejarlo cuanto antes. Fue entonces cuando se dio cuenta de que era incapaz de moverse, cuando intentó conjurar un hechizo de ráfaga de viento. Los brazos no le respondían, ni tampoco era capaz de emitir palabra. De algún modo se encontraba de pie, a pesar de que no recordaba haberse levantado y de que no parecía poder moverse.

Aquello era ilógico, totalmente carente de sentido. El kairós permaneció observando la puerta por la que no dejaba de colarse aquella sustancia, que se espesaba por momentos e impedía ver más allá incapaz de hacer nada. Probó a realizar un hechizo mental, pero sus pensamientos, de algún modo, también se habían bloqueado. En lo único que era capaz de pensar era en su incapacidad de moverse. El tic-tac había desaparecido por completo, por lo que no podía plantearse comparar tempos e intentar teletransportarse.

No supo cuánto tiempo permaneció de aquel modo. Gritaba por dentro sin emitir sonido, ni siquiera se oía en su cabeza pero sabía que gritaba, notando como la impotencia le consumía. Finalmente la sensación comenzó a desvanecerse y de pronto ya no estaba en su cuarto.

Sigue en el Salón del trono.

Vivir con un solo brazo era un soberano coñazo. Había conseguido domar su transformación de manera bastante aceptable pero la parte de aprender a luchar era otra historia. Estaba deseando tener su implante nuevo, y los nuevos descubrimientos de magia, historia raruna de la ciudad y demás le habían llenado la cabeza de ideas locas. Al principio se había limitado a cosas prácticas, lo típico que tendría en Irraria pero adaptado a su nueva forma doble, pero ¿cómo podría ser si se le añadía el factor magia? Seguro que era una pasada.

El día acordado para visitar la clínica solo hizo estiramientos y se puso ropa cómoda. Eitne la acompañaba, pues él también tenía que hablar con Krono sobre su propio implante. Por el camino le estuvo preguntando cómo quería que fuese su nueva pierna, si quería decorarla de alguna forma.

-Tengo un colega allí en Irraria que es artista y hace cosas chulísimas con los implantes. Puede ponerte lo que quieras -le dijo. Ella tenía pensado pedirle un par de diseños en cuanto les dejasen cruzar el portal.

Cuando divisaron el edificio a Rena le pareció… soso. Se había acostumbrado a las casas rocavarancolesas, tan recargadas, dispares y a veces hasta absurdas. Estaba claro que Krono se había traído un poco de su casa a la ciudad. Llamaron a la puerta y esta se abrió en seguida. La recepción era tan sosa como podía esperarse por el exterior del edificio e hizo sentir a la ursántropa una especie de nostalgia incómoda.

-¡Eh! ¿Hay alguien? -llamó.

Eitne flotaba a ras del suelo, lo necesario para no tener que cojear, pero lo justo para mantener la diferencia de altura entre Rena y él. Estaba acostumbrado a que los mayores fueran mayores e, inconscientemente, también tomaba la decisión para reforzar la imagen que transmitía su aura. Pasó todo el camino fantaseando con el aspecto de su nuevo apéndice, a pesar de que tenía a Rena y Milo dando ejemplo visual de cómo podría ser, y cuando vio el edificio al que tenían que entrar, compuso una mueca de decepción.

—Es un poco triste, ¿seguro que sabrá ponernos el brazo y la pierna? —preguntó, proyectando su voz únicamente hacia Rena, que acababa de llamar al señor de los apéndices.

El niño había juzgado a Krono por el aspecto del edificio en el que vivía, que era algo muy daeliciano pero también muy feo, aunque en ese momento no lo supiera.

El aviso sonoro que había instalado les advirtió de que habían accedido a la clínica. Milo y él se encontraban administrando los últimos retoques a los implantes de quienes sin duda acababan de entrar al edificio teniendo en cuenta la hora que era. Intercambió una mirada con su ayudante para confirmar que también estaba preparado para recibir a sus compañeros y se teletransportó a la planta baja, apareciendo tras el mostrador.
—Buenos días, bienvenidos —les dijo al daeliciano y la irrense mientras se encaminaba hacia ellos—. Seguidme, el taller se encuentra en la planta superior donde podréis comprobar que todo se encuentra en orden antes de comenzar con la cirugía.

Condujo a sus clientes escaleras arriba y pronto alcanzaron el cuarto donde Milo había colocado los implantes en unos stands especializados para que se pudieran observar desde todos los ángulos o mover cualquiera de las articulaciones si las tenían. Un brazo y una pierna respectivamente, además de una pieza con forma circular que había que instalar en el brazo de Rena.
—Los implantes están listos para ser colocados. Cualquier cambio estético se hará después de su colocación y podría no ser competencia de este negocio —les explicó con su tono monótono de siempre mientras esperaba a que se acercasen a su trabajo más reciente.

Cuando el aviso sonoro que Krono había instalado resonó en la estancia avisándoles de que tenían compañía, Milo alzó la mirada del implante que estaba retocando con cierto sobresalto, saliendo del trance en el que entraba cuando estaba trabajando con algo de dificultad.
—Seguro que son... —empezó a articular justo antes de que su jefe se desvaneciera en el aire dejándole con la palabra en la boca—… ellos. —concluyó, negando con la cabeza antes de volver a su tarea. Seguía sin acostumbrarse a las idas y venidas del kairós, pero había terminado aceptándolas como otras de las numerosas particularidades del biomecánico y no merecía la pena darle muchas vueltas.

Mientras Archi se reunía con Rena y Eitne en el piso de abajo, el brujo dispuso ambas prótesis sobre unos stands especializados y aprovechó para pasarles un paño por última vez. No había participado mucho en su creación, pues a fin de cuentas solo era un aprendiz, pero se sentía muy orgulloso del trabajo de su maestro y del resultado final era una pasada.
«Seguro que quedan encantados» pensó para sí, sonriendo satisfecho mientras daba un par de pasos hacia atrás para admirar mejor los implantes.

Justo en ese momento entraron sus amigos acompañados del kairós y Milo se giró para saludarles, dedicándoles una amplia sonrisa cargada de buenas vibraciones. La bata que llevaba puesta era tan simple como la de su jefe, pero debajo de esta su conjunto compensaba con creces la sobriedad propia de la Clínica. Llevaba una camisa hawaiana que era como un reclamo de neón entre tanto metal desnudo, unos vaqueros ceñidos arremangados a la altura de los tobillos y unas zapatillas Vans amarillas que Rox le había conseguido.
—¡Hola chicos! —dijo entusiasmado, acercándose a ellos para darles un abrazo. Estaba estúpidamente feliz de que aquel día hubiera llegado por fin.

Rena

-Claro, este tío ya era super puntero antes de que lo cosecharan y ahora encima tiene magia y tecnología de un montón de mundos. Seguro que lo hace genial -respondió a Eitne para tranquilizarle. Y no lo decía por decir, de verdad confiaba en las habilidades de su compatriota.

Aun así cuando se apareció se acordó de toda su familia.

-¡La madre que te parió! -exclamó Rena llevándose la mano al pecho.

No se acostumbraba a la manía de Krono de teletransportarse sin previo aviso. Viviendo en una ciudad como Rocavarancolia tenía suficientes sobresaltos en su día a día, no necesitaba más. Le saludó de manera escueta, sin molestarse en intentar un saludo irrense ya que había aprendido que Krono era un tipo más de distancias, y lo siguió hasta el piso superior junto con Eitne.

A Milo sí lo saludó de forma efusiva. Chocó puños con él y le revolvió el pelo con no demasiado cuidado. Parecía un cartel de neón con tantos colorinchis entre todo el gris.

-¡Ey! ¿Rox ha vuelto a elegirte la ropa? ¿O por fin se te está pegando algo de buen gusto? -se burló. Las piezas de los expositores le llamaron inmediatamente la atención y no tardó en acercarse para examinarlas -¡Joder, molan un montón! ¡El trabajo es cojonudo! -exclamó con admiración, dando toda la vuelta alrededor de su brazo. -¿Qué dices, Eitne, te gustan?

Esperaba que al daeliciano no le decepcionase la monocromía de los implantes irrenses y tuviera en cuenta su promesa de hacía unos minutos.

—Menos mal… —susurró.

El miedo, sin embargo, solo se fue del todo cuando el Kairós se manifestó frente a ellos. A Rena le dio un susto y a Eitne también, aunque primó más la risa cantarina al escuchar a la irrense. Sin embargo, para variar bien poco, lo que más causó Archi fue admiración. Cuando fueran más amigos del ingeniero, le pediría que le teletransportara a consigo a algún sitio chulo.

Subió las escaleras bastante tranquilo, saludó con la mano a Milo nada más entrar y le dio un abrazo a la vez que buscaba su pierna con la mirada.

—¡DEMIURGO! —profirió, incapaz de contenerse, de forma que todos le oyeran. Luego volvió a la conversación brevemente y añadió, exclusivamente para Milo—. También vas guapo cuando Rox no te elige la ropa, no te preocupes.

Soltó el abrazo y se acercó al stand con los ojos bien abiertos y llenos de una ilusión que no había sentido en… Bueno, en días, probablemente. Desde que había salido la Luna se sentía inusitadamente bien todo el rato y costaba acotar las sensaciones buenas, pero eso no quitaba que ese instante fuera especial. ¡Estaba conociendo a su pierna!

—Es super bonita —dijo para todos—. ¿Cuándo me la ponga seré un poco irrense? —preguntó curioso—. ¿Tendré que pensar muy fuerte las cosas para que funcione o me saldrá solo? ¿Se me puede caer?

De repente tenía muchas preguntas. Algunas más serias que otras.

Permaneció en silencio y a una distancia prudencial mientras dejaba que los clientes examinasen los implantes a su gusto, satisfecho con las primeras impresiones que demostraron sus palabras positivas. Parpadeó dos veces rítmicamente hacia Eitne cuando formuló aquella pregunta. Supuso que era demasiado joven para comprender que su primera pregunta carecía de sentido, pero no le sorprendió demasiado la segunda siendo que procedía de una sociedad mucho menos avanzad tecnológicamente que la irrense.
—El implante irá conectado a tus nervios y responderá como si fuese tu pierna original una vez superes el proceso inicial de adaptación. Tu cuerpo debe adaptarse a la extremidad externa, ya que si bien puede reemplazar a la original a la perfección no deja de ser diferente. No debería desprenderse por sí misma salvo que se dañe. Está diseñada para poder desmontarse con facilidad, no obstante, ya que cuentas con una forma alternativa no controlable.

Cuando Rena le revolvió el pelo con fuerza el brujo no pudo evitar una mueca, pues su amiga solía olvidar la fuerza que tenía, pero decidió no tenérselo en cuenta y le devolvió el abrazo a Eitne con una sonrisa.
—Se me estará pegando algo de buen gusto, si… —le replicó a la ursántropa con un encogimiento de hombros, obviando el detalle de que el cambiante le había conseguido las zapatillas mientras le guiñaba un ojo agradecido al daeliciano por su cumplido.

Mientras sus amigos echaban una ojeada a sus nuevos implantes el norteño se mantuvo a un lado con las manos a la espalda, como el kairós le había instruido para no molestar a los clientes, pero en el fondo tenía ganas de saltar de alegría por la sala. Que sus compañeros por fin fueran a recuperar sus extremidades perdidas le llenaba por dentro y aligeraba la culpa que sentía por haberle tenido que cortar la pierna a la bestia del crepúsculo.

Las preguntas del peliazul lo devolvieron a la realidad y tuvo que disimular la risa ante sus ocurrencias con el dorso de la mano.
—Archi tiene razón, es todo un proceso de adaptación, pero Rena y yo estaremos ahí para ayudarte en todo momento. No hay porque preocuparse, Eitne. —aseguró tras las palabras del biomecánico con una sonrisa, alzando los pulgares en dirección al pequeño con los ojos brillantes por el entusiasmo.

A Eitne le gustaba su pierna. Bien, una preocupación menos. Dejó que los expertos respondieran a sus preguntas salvo por una:

-Síp, cuando te pongas la pierna serás ciudadano honorífico de Irraria y hermano de Milo y mío. Te enseñaremos el saludo secreto, seguro que los demás se mueren de envidia.

Ahora solo tenía que inventarse un saludo secreto y ponerlo en común con Milo mientras Eitne no mirase.

-La adaptación es un poco rollo pero dicen que con las piernas es más fácil que con los brazos. Si quieres voy yo primero, así ves que es una chorrada.

A Rena no le preocupaba lo más mínimo el periodo de adaptación. Ya había pasado por ello una vez (dos veces si contaba con el reemplazo del brazo que se cargó) y en realidad se sentía bastante cómoda al saber que era un proceso médico normal llevado por profesionales. Además estaba deseando probar su nuevo brazo.

Las preocupaciones de Eitne eran leves y escuchar al kairós, pero sobre todo a Milo y Rena, no hacía sino devolverlas al segundo plano en el que debían estar. La ilusión ganaba el pulso y no por poco.

—Gracias, señor Archi —le dijo por pura educación antes de girarse a sus amigos—. Ala, no sabía que teníais un saludo secre… AHHHH… ¡Claro, claro! —se rió no solo con la boca sino con la cara entera.  Ellos guardaban los secretos mejor que él, por lo visto, lo cual no estaba mal teniendo en cuenta lo que pasó con el Huésped—. Vale, Rena, ve tu primero y luego voy yo. Pero yo no tengo que mirar, ¿verdad?

No estaba muy nervioso por la cirujía porque Milo y Rena ya le habían hablado de ella. No le iba a doler, ni se enteraría, al contrario que lo que le había traído hasta la clínica en primer lugar. Pero tampoco quería ver cómo se hacía, claro.