Prisión (Archivo VI)

Recuerdo del primer mensaje :

A pesar de estar caminando entre la vigilia y el sueño, el agradable vaivén de la hamaca impedía que Sekk despertara del todo, reteniéndolo en el mundo onírico. Los chillidos de las gaviotas en la distancia, meras trazas de un recuerdo reciente, fomentaban dicha ilusión de descanso y provocaban que la pereza se extendiera por su cuerpo. El goteo incesante del agua, sin embargo, era demasiado molesto y al final el intara despertó del todo, encontrándose con un techo de piedra que no conocía de nada.

Trató de enderezarse demasiado rápido, visiblemente alarmado, pero haber vivido toda tu vida en alta mar pasa factura, y sin las pastillas para el mareo este le asaltó con fuerza, haciendo que se tambaleara. Apenas acertó a apoyarse en una de las frías paredes del calabozo antes de que las rodillas le fallaran. Todo le daba vueltas, estaba confuso y el pitido que taladraba sus tímpanos le impedía concentrarse. <<¿Donde demonios estoy?>>, se preguntó el chico tratando de recuperar la vertical. Solo el rostro borroso de una mujer bailaba en su cabeza, el último recuerdo que conservaba de antes de caer dormido, y no era capaz de asociarlo a nada. Le costaba pensar con claridad y le empezaba a doler la cabeza. Necesitaba salir de allí.

Con esfuerzo, el ulterano consiguió echar un vistazo a su alrededor y lo que su borrosa visión le permitió distinguir no le gustó nada. Estaba en una habitación polvorienta, bastante sucia y con humedades en las paredes, la cual tenía toda la pinta de ser una mazmorra. Un puerta hinchada por la humedad le separaba del pasillo, pero cuando logró alcanzarla le sorprendió que no estuviera atrancada y cediera con un ligero empujón. Si aquello era una prisión, sin duda era una muy extraña, pero Sekk no le dio mas vueltas y empezó a buscar la salida, avanzando renqueante por los corredores de piedra.

Por suerte estaba en la planta baja y al doblar una esquina encontró la puerta de salida. El aire del exterior estaba menos viciado que en aquel edificio, pero el intara acusaba la ausencia de salitre en el mismo y, aunque no faltaba humedad en el ambiente, sabía perfectamente que estaba lejos de casa. Estaba rodeado de ruinas y escombros, y los edificios que se mantenían en pie no parecían demasiado fiables. De haber tenido la cabeza mas despejada el ulterano se habría preocupado de averiguar donde se encontraba, pero no era el caso y, viendo una plaza a lo lejos, echó a caminar haciendo eses hacia ella. Necesitaba agua.

Continúa en la Plaza de la Fuente.

Un sonido metálico itnerrumpió las cavilaciones del carabés, haciendo que girara la cabeza hacia aquel rincón. Numerosas posibilidades comenzaron a agolparse en su mente, situaciones que Maineim se encargó de resumir más o menos eficazmente en la libreta. A continuación la desconocida pareció meter el turbo y se llevó a la más alta, no tardando en ser seguida por la cara de animal.

Hal se quedó un momento atrasado, mirando entre ambas direcciones, sin saber bien qué hacer. Aquel sonido podía ser mil cosas distintas, quizás una indicación de que debían avanzar, o... o... «¿Habrá alguien en peligro...?» se preguntó, dubitativo. La verdad es que tenía de miedo, y tras dar un par de pasos hacia atrás le siguió seguir la estela de las anteriores "interlocutoras" a un ritmo más apresurado. Interiormente se sentía algo miserable: ¿y si aquel sonido había sido producto de un forcejeo, o una pelea, o un ataque o algo así? Aun así su instinto de supervivencia era demasiado grande. No se atrevía a quedarse solo en aquel sitio mugriento y oscuro.

Sus puños, ahora liberados de la bufanda que descansaba sobre los hombros, sufrían un leve tic. Los tenía cerrados, pero los dedos apretaban y aflojaban su cierre al azar.

Sigue en la Plaza de la Fuente.

Mientras estaba escondido por el ruido metálico se escuchó un golpe seco y una voz que no logré entender quejándose seguramente del golpe que se habría llevado. Por esta razón, la curiosidad puede conmigo, me asomo para seguir espiando a esa chica, cuando ella gira la cabeza hacia mi dirección y se asusta de tal manera que casi se cae al suelo. “ Esta tía tiene que estar mal de la cabeza, no hace más que cagarla”.

Me doy cuenta de que empieza a observarme “como si fuera el momento apropiado para fijarse en mi ropa”. Decido que ya que me ha descubierto  debería acercarme a ella pero se me adelanta y empieza a hablarme en un idioma que no entiendo, como me quedo callado ante esas palabras indescifrables solo puedo mirarla con un aire de confusión.

La chica no es que sea muy agradable a primera vista, pero al menos es el único habitante que he encontrado en este lugar del que no recuerdo ni su nombre. Ahora que esta más cerca puedo observarla mejor y hasta confirmo que es guapa y todo. “Que más da”. Lo que de verdad me sorprende es su siguiente reacción: se marcha por un pasillo hacia abajo con intención de irse. Así que como no quiero estar solo en este lugar de espanto, decido seguirla allá a donde vaya.  






Sigue en la Plaza de la Fuente

El joven avanzó por los pasillos de piedra sin prisas, acariciando las piedras con las puntas de los dedos como si éstas fuesen a indicarle algo. No tardó mucho en descubrir que aquel sitio era enorme y necesitaría valerse de su sentido de la orientación si quería salir de ahí.

Se encontró con unas escaleras, y optó por bajarlas. Su primera impresión del sótano había sido equivocada, pero le satisfizo comprobar que su idea del castillo era acertada con las antorchas que enmarcaban las paredes. Una vez en el piso inferior, oyó ruidos y se refugió en una esquina en sombras. Había alguien, varias voces, de hecho, hablando en varios idiomas que desconocía… salvo uno. Alguien hablaba inglés… se acercó con cautela, pero un ruido a su espalda lo sorprendió y se escondió en una esquina en sombras. Era una chica, árabe o similar, que pasó por delante de él sin notar su presencia. Ya llevaba una, más el del inglés y por lo menos dos más… ya eran cuatro los que habían caído en la trampa del estrafalario de verde. Las voces extrañas se fueron amortiguando, posiblemente por la lejanía. La árabe se giró y se sobresaltó un momento, pero después salió detrás del grupo que Sigrún no había llegado a ver. Y, poco después, salió un chico, con cara de miedo, dispuesto a seguirla, bajando a trompicones el espacio que los separaba… La visión del chaval casi le hizo reír. Empezaba a pensar que le estaban gastando una broma… el chico vestía un uniforme deportivo, presumiblemente fútbol, y tenía el cabello, medio rubio, de punta… << ¿Pero éste pretende emular al fuego o qué?>>

Una vez se hubo asegurado de que estaba lo suficientemente lejos como para que no le viesen, decidió seguir al futbolero llamitas.

Sigue en Plaza de la Fuente

Kimbra despertó sobre aquella superficie blanda y mullida. No sintió ninguna respiración bajo ella ni se vio rodeada de pelaje áspero por la suciedad. Aquello la desconcertó. Se levantó de un salto y miró su lecho dando un paso atrás. El objeto sobre el que había dormido era del todo extraño. Se trataba de una estructura similar a un recinto en miniatura, fabricado con madera de mich y cubierto por una especie de paca de lana de feerik compacta. O una bolsa de forma extraña y grande rellena de algo blando. O a saber qué. Kimbra rodeó, observó y analizó el objeto, pero no logró deducir su utilidad. Aquello desconcertó a la engendro. “Incluso los Nombrados, que utilizan varios objetos inútiles, no sabrían que hacer con este extraño artilugio. ¿O acaso será uno de esos bancos extraños que Ekatechs me describió y en los que comen ellos?” Kimbra no encontró ningún alimento o cocina a su alrededor, por lo que su confusión aumentó.

La Hija de Lunas se percató en ese momento de la estancia en la que se encontraba. Las paredes eran de piedra al igual que el techo, pero aquella formación rocosa también resultaba extraña. Kimbra sabía de la existencia de cuevas en el exterior, aunque no había estado en ninguna, pero tenía entendido que su interior se asemejaba más al interior de Bakaiar en una versión más pequeña que a lo que estaba viendo. El lugar no dejó de sorprenderla al ver que lo que cubría la aparente salida era un árbol de extrañas líneas regulares y con imposibles brotes de desconocido nyx.

Kimbra intentó rememorar como había llegado hasta ahí y entonces le llegaron algunas imágenes a la cabeza: Ámarok y ella saliendo de la ciudad Kievek, el camino al exterior, la extraña kepryna que resultó no serlo, sus palabras, su promesa, su oferta y su corta despedida de su kerlax. Luego le había dado la mano a la tal Diurna y finalmente nada. Kimbra no entendía qué había ocurrido. ¿Estaría realmente en otro mundo como ella le prometió? ¿Encontraría ahí la meta que buscaba, el sentido que quería? ¿Quería realmente ese sentido? Ekatechs la había convencido de que así era, de que toda vida requería un sentido y que la suya no iba a ser menos, pero ella se había pasado la vida cumpliendo órdenes sin más compañía que la de su kerlax. Le habían enseñado que la vida era servir, pelear o morir, ¿qué sentido podría caber en ello? Ekatechs le había prometido que lo descubriría cuando se colocara el amuleto, cuando consiguiera ese conocimiento. La sabiduría le daría respuestas a todas las preguntas y le enseñaría que no tenía por qué resignarse. Y aunque Kimbra no había encontrado ninguna razón para creerle, había aceptado unirse a los Nombrados y en un impulso también había aceptado seguir a Diurna. ¿Sería lo mismo? ¿Realmente le darían ese fin? Kimbra se veía a sí misma echándoles en cara a esos dos que nada hubiera cambiado. La vida era servir, pelear o morir y así seguiría siendo siempre.

La Hija de Lunas no sabía qué hacer. El lugar en el que se encontraba la confundía y, aunque sabía que si la habían metido en aquel lugar también podría salir, no veía por donde ni como. La domadora repasó todas las paredes y el suelo, pero no encontró hueco alguno por el que cupiera. Al llegar al extraño árbol se preguntó la especie y comenzó a palparlo y olerlo en un intento de identificarlo. En seguida se percató de que se trataba de madera muerta y de que no salía del suelo, sino de la pared. Sorprendida por el hallazgo, se apoyó contra la madera y esta cedió. La confusión de Kimbra aumentó. Ante ella se abría una cueva similar a la que dejaba, pero alargada y llena de trozos de ese extraño árbol muerto a los lados.

Recorrió la cueva despacio, observando todos los rincones y detalles. Todavía no lograba deducir donde se encontraba y comenzó a preguntarse qué era ese lugar. En mitad de la cueva encontró una pendiente poco pronunciada con salientes regulares y completamente de piedra. “Todo es tan extraño” pensó deslizándose por la pendiente con prudencia. A través de la pendiente escarpada se accedía a otra de esas cuevas extrañas, solo que esta tenía en su interior mesas, aunque diferentes a las que ella conocía.

Kimbra empujó la madera muerta que cubría lo que parecía la salida al exterior como había hecho la primera vez. Lo que se abrió ante ella nunca se lo hubiera imaginado: piedra hasta donde alcanzaba la vista, tanto en el suelo como en estructuras verticales de líneas pseudoregulares, y cielo sobre ella. Rápidamente, la engendro fue en busca de su cinta de crin de tunder para cubrirse los ojos y entonces se percató de que algo faltaba entre sus posesiones. Su arco, sus flechas y sus dos machetes habían desaparecido. Kimbra sabía que no se las había dejado en la cueva, pues había sido demasiado observadora en el escrutinio de la estancia en la que había despertado como para  haberlo pasado por alto, y no entendía por qué la extraña habría querido quitárselas. Pero no pudo pensar mucho en ello porque al momento se percató de que algo no encajaba. Todavía no tenía la venda sobre sus ojos y la luz le daba de lleno y aun así veía a la perfección, su vista no se dañaba. Experimentando con aquel extraño suceso, la engendro se quitó la capa de plumas de zedim y tampoco sufrió nada destacable. Kimbra nunca había podido quitarse ninguna de las dos prendas en el exterior a no ser que fuera protegida por los arboles del bosque y por poco tiempo.

“¿Donde me han traído?” Aquello no se parecía a ningún lugar que la Hija de Lunas conociera ya que, aunque nunca había estado dentro de una cueva, si que conocía las montañas y la entrada de las cuevas. Aquello no era Krabelin. Ella tenía razón, había despertado en otro mundo.

Tras la desorientación inicial, en cuanto abrió los ojos comenzó a plantearse qué nivel de estupidez habría alcanzado al aceptar la propuesta de Miseria Nombre. Irianna se revolvió en aquel camastro desvencijado y comenzó a incorporarse mientras se frotaba un ojo lentamente con el puño. Una vez se encontró sentada sobre aquel fardo de relleno incómodo al que difícilmente se podía llamar cama, la chica dedicó largos segundos a analizar lo que veía. En realidad tan solo alargó dicho acto para posponer el momento en el que tendría que comenzar a arrepentirse de haber tomado una decisión tan precipitada.

Aunque, ¿qué otra cosa podía hacer? La Irianna que esperaba con el corazón en un puño a las orillas del lago y que rescató de su mente unos instantes había temido el momento en el que la encontrasen. La había estado carcomiendo la ansiedad por la incertidumbre de lo que habría pasado a continuación, las consecuencias de todo lo que implicaba su acto desaforado, producto de la desesperación a la que la había conducido aquella situación de la cual no veía nunca el fin. ¿Realmente debería culparse por haber actuado precipitadamente en aquellas circunstancias? Por desgracia, al menos para ella, la respuesta era sí.

La idrina dejó escapar un leve suspiro mientras se alisaba distraídamente la falda antes bajar de la cama de un pequeño salto. Frunció los labios al comprobar que no había parte de la estancia que no estuviese llena de suciedad y decidió probar suerte empujando la desvencijada puerta con el pie porque no le apetecía demasiado ensuciarse los guantes. Para su no tanta sorpresa, ya que la estructura mostraba signos visibles de no encontrarse en sus mejores momentos, la puerta cedió sin que tuviese que insistir demasiado, aunque emitiendo un desagradable chirrido que le hizo fruncir ligeramente el ceño mientras atisbaba el exterior.

La penumbra no facilitaba la tarea, pero pudo distinguir un pasillo en las mismas precarias condiciones que la estancia que acababa de abandonar, y una luz trémula que se colaba a través de un ventanal enrejado. <<Estupendo, Irianna, ¿dónde Reflejo te has metido?>>. Pero el alivio que sintió al recordar que Veril se encontraba muy lejos y, si el ominario no había mentido, la había olvidado completamente, era una sensación demasiado reconfortante como para que no justificase su relativa despreocupación respecto al lugar dónde se encontraba. Pues, aunque en su mente no paraba de reprenderse, estaba segura de que debería sentirse mucho más aterrada y preocupada de lo que se sentía.

Quien abrió los ojos primero fue Eara. Sintió que despertaba de una pesadilla que no recordaba, porque lo hizo con un sobresalto, con la certeza de que algo no iba bien. Tuvo claro a qué se debía una vez hizo contacto con la realidad, ya que su mente no se había quedado tranquila tras aceptar la propuesta de aquel extraño de pelo morado. Aun en la penumbra de una habitación sin iluminar se dio cuenta de que aquel lugar no era algo lujoso, precisamente. En ningún momento les dijeron que los meterían en celdas de piedra, con camastros incómodos de paja, pero tampoco lo contrario.

La sinhadre puso los pies en el suelo, frío y punzante, y rodeó el camastro para tratar de despertar a su edeel, que dormía profundamente. Su voz suave no era suficiente para despertarlo, así que le puso la mano en el hombro y lo zarandeo con cuidado.
―Ayne, despierta ―lo urgió.

El chico abrió los ojos aún al cabo de varios segundos, confuso y desubicado.
―¿Qué, qué? ―No estaba acostumbrado a ser despertado por la fuerza por Eara, lo que lo alarmó. Después recordó todo lo que había pasado en el bosque y se irguió de golpe―. ¿Qué luces es esto? ―preguntó, sobresaltado. Eara calló, dejó que lo examinara por sí mismo. «No… no, no, no… Nos han engañado, seguro» pensaba. Ahora, cuando lo recordaba, ni siquiera sabía por qué había aceptado exactamente. Estaba decidido a desconfiar de aquel extraño y de pronto sus demostraciones habían sido más que suficiente para convencerlo. Les hizo creer que tenían elección, que no les haría daño, pero esa era una táctica muy simplona «¿cómo no me he dado cuenta?». Se frotó los ojos y suspiró. Su aurva todavía lo miraba con expectación.

Lo primero que hizo Ayne fue tratar de abrir la puerta, asegurándose de que no eran prisioneros. Que esta cediera era, en parte, tranquilizador, pero al otro lado no los esperaba nada mejor que aquel cuarto.
―Ven, no te alejes. Vamos a ver qué hay ahí fuera. ―Tomó de la mano a Eara y salieron a recorrer el pasillo, sin apenas despegarse el uno del otro. Parecía que solamente encontrarían antorchas iluminando el camino hasta que, ambos a la vez, se fijaron en una ventana al fondo. También en que no estaban solos.

Eara sintió como su edeel se tensaba, pero tras examinar a aquella persona durante unos segundos, reanudaron sus pasos hacia allí. De cerca, era evidente que no era sinhadre. Piel plateada, brillante, una ropa extraña. Se detuvieron a escasos metros, ¿sería aquello cosa de magia? ¿de criaturas de cuento? No parecía peligrosa.
―Perdona, ¿podríamos saber dónde nos encontramos?

Había comenzado a buscar en sus bolsillos su cuaderno y su pluma, ya que recordaba que los conservaba antes de aceptar la propuesta del ominario, y los había extraído de su chaqueta con alivio cuando dio con ellos.

Eran extraños, se parecían en cierta medida a Miseria Nombre, pero las diferencias eran visibles. Lo único que estaba claro es que no eran idrinos. A Irianna le llamó poderosamente la atención los vivos colores de sus cabellos y el tono de su piel, tan blanquecino. Estaba claro, a pesar de tratarse de alienígenas, que eran un chico y una chica y el primero fue el que le habló.

Miseria Nombre le había hablado en su idioma, pero las palabras de aquel chico de pelo violeta le resultaron totalmente incomprensibles. Había podido notar cierta tensión en sus gestos, especialmente antes de dirigirse a ella, pero eso era toda la información que había podido obtener de su lenguaje corporal. O quizás no, ya que la idrina se dio cuenta de que ambos parecían encontrarse tan desorientados como ella.

—No comprendo lo que dices —respondió haciendo un gesto negativo tanto con los brazos como con la cabeza para intentar transmitir con más claridad lo que quería decir.
Tras dedicar una breve mirada a ambos, la chica apartó la vista de ellos por educación y volvió a posarla sobre su cuaderno. Tras pensárselo durante unos segundos, destapó su pluma utilizando sus dientes, manteniendo la tapa de la estilográfica sujeta con ellos, y buscó una hoja en blanco al final de la libreta.

Tras esbozar rápidamente un tosco dibujo, ya que lo suyo era escribir y no dibujar, se lo mostró a los dos desconocidos. En el centro de la hoja había una esfera dentro de la cual había colocado una marca que cualquier idrino reconocería como de señalización, aunque no estaba segura de si los dos chicos la podrían interpretar correctamente. Justo encima de esa primera esfera había otros dos círculos dibujados y dentro de ellos uno y dos monigotes respectivamente. De los monigotes partían unas flechas hacia el círculo central y a la derecha de todo el dibujo había una interrogación, aunque tampoco confiaba en que comprendiesen el signo. Es por ello que decidió acompañar la muestra del cuaderno de una interrogativa musitada, mientras tapaba de nuevo la pluma.
—¿Hm?

Era una locura, pero tanto Miseria Nombre como aquellos dos chicos no podían ser idrinos. Y a la chica le había asaltado de pronto la duda de si el ominario no los habría visitado también a ellos y no se trataba de habitantes del lugar llamado Rocavarancolia como había supuesto en un principio. Por ello trataba de preguntarles si procedían de otro mundo para acelerar aquel proceso de incomunicación.

Se sintieron observados por la extraña, pero no tardó en responder. Hablaba un idioma incomprensible, y sus gestos de negación parecían significar que tampoco les entendía, tal vez que tampoco entendía nada. Los sinhadres cada vez estaban más confusos ante todo aquello.

La chica plateada empezó a garabatear en una hoja, quizá en un intento por comunicarse. La pareja se miró sin decir nada y esperaron a ver el resultado sobre papel. Entre tanto, sus miradas se desviaban hacia la ventana. Fuera era de día, tal vez se acercaba el anochecer o el amanecer, porque aunque había luz no era cegadora. No se podía ver mucho más, salvo piedra y ventanas, un edificio abandonado al otro lado de la calle.

Cuando la chica les tendió el garabato lo miraron con atención. Entre símbolos extraños se podía entender una cosa: tres mundos y tres personas. Lo de los mundos no fue algo que entendiesen de primeras, pero a juzgar por sus diferencias, lo que había afirmado Jack, y la posición de las esferas, era la teoría más plausible. Ayne comenzó a sentirse mareado mientras que Eara miraba a la chica y al papel ojiplática. El sinhadre del bosque no les había dicho que quienes se fuesen a encontrar allí no iban a ser como ellos. Pero era otro mundo, a fin de cuentas. Debían de haber traído a más como ellos, más incautos. ¿De dónde? Quién lo sabía.

Ayne volvió a tomar la iniciativa, asintiendo dubitativo. Señaló a las puertas, entreabiertas o cerradas, del pasillo y no supo cómo seguir. ¿Había más como ellos? Eso era lo que se preguntaba.
―Jack, ¿conoces a Jack? ―comenzó entonces. Tal vez el nombre sí le sonase a la chica.
Eara se liberó en ese momento del agarre de su mano y se acercó a curiosear en la puerta más cercana. Estaba vacía, como lo parecían todas las entreabiertas. El edeel la miró, visiblemente preocupado, y la siguió hasta quedar a su espalda. Señaló al corredor, hacia allí donde se volvía más luminoso y miró a la extraña. Lo mejor sería buscar también una salida.

Irianna estudió todo lo discretamente que pudo las reacciones de ambos y constató que efectivamente no se trataban de habitantes de aquel lugar. Le devolvió la mirada a la chica cuando la contempló con aquella expresión que denotaba sorpresa y la idrina asintió levemente casi de manera inconsciente. Se había fijado en que los ojos de la desconocida tenían un tono similar al suyo, a pesar de que los de su acompañante tenían un color que no existía en su especie. Siguió a ambos cuando el chico comenzó a caminar y a hacerle señas. A aquellas alturas Irianna comenzaba a sospechar que el espectro gestual de aquella pareja de alienígenas era mucho más limitado, ya que le costaba más de lo normal leer sus gestos. No obstante, no parecían representar ningún peligro ya que evidentemente estaban igual de perdidos que ella y, de todas formas, la idea de quedarse completamente sola en un lugar tan lúgubre la hacía estremecer.

Comprendió que lo que pretendía el muchacho era comprobar si había más gente en aquellas celdas, por lo que Irianna comenzó a inspeccionar el otro lado del pasillo. Todas las estancias en las que echó un vistazo se encontraban igual de vacías y la monotonía parecía ser la tónica de aquel lugar. Además de la suciedad, claro.

Se giró hacia el chico cuando volvió a hablar, pues parecía dirigirse a ella, pero se limitó a volver a gestualizar una negativa, no comprendiendo por qué había vuelto a intentar comunicarse verbalmente y sintiéndose ligeramente frustrada porque estaba segura de que se le escapaba algo.

Una vez finalizó aquella breve e improvisada inspección de los cuartos cercanos, Irianna creyó comprender de nuevo lo que señalaba el chico y asintió antes de comenzar a caminar. Se acercó a ambos, procurando permanecer más cerca de la chica en la medida de lo posible sin que se notase que lo había hecho a propósito y echó a andar en busca de una salida. Mientras caminaban observó de reojo las ropas que vestía, tan diferentes a lo que estaba acostumbrada pero que, en cierto modo, le gustaban.
—Se ve luz —anunció unos cuantos pasos después, sin darle demasiado pensamiento a la barrera del lenguaje en aquel momento.
Se dio cuenta inmediatamente, no obstante, y esta vez fue ella la que señaló la dirección que debían seguir, girándose hacia la pareja.

Pronto se probó que el motivo de que hubiese tanta luz era que la puerta de salida estaba completamente abierta de par en par. Pero ello no fue lo que captó su atención, decididamente, ya que allí se encontraba otra chica. Aquella era incluso más singular que los otros dos pues, aunque tenía un tono de piel semejante, su cuerpo presentaba características decididamente extrañas. A Irianna le recordó a una marioneta sin hilos, aunque era una comparación que, tal y como se dio cuenta enseguida, se guardaría para sí misma puesto que, aunque lejos de su intención, podría resultar ofensiva.

En cuanto estuvieron frente a ella pudo comprobar que su extraña piel, la cual no parecía ni tener una textura normal, no era el único rasgo distintivo de aquella muchacha. La idrina dedicó un fugaz instante a observar aquellos ojos con una heterocromía de colores ciertamente llamativos, los cuales también adornaban su pelo. Irianna decidió probar suerte por si acaso aquella chica conocía su idioma, como Miseria Nombre, pero en cuanto no recibió una respuesta inteligible tras saludarla tentativamente le quedó claro que no.

La chica volvió a apartar la mirada de aquellos alienígenas, ya que no quería parecer una maleducada, a pesar de que en su cabeza comenzaba a imaginarse qué clase de historias podría escribir tomando como modelos a aquellas personas que se diferenciaban considerablemente de los idrinos. Irianna se recogió distraídamente el pelo del lado derecho tras la oreja mientras observaba en la distancia.
—¿Oh? —musitó de pronto. Parecían distinguirse una buena cantidad de figuras a lo lejos, en lo que tenía todas las papeletas de tratarse de una plaza o similar.
Se lo señaló a los otros tres e hizo un gesto con la cabeza que pretendía preguntar si se ponían en marcha. Alguna de aquellas personas, por fuerza, tenía que saber algo. Al menos las probabilidades eran altas. O eso quería pensar.

La extraña se unió a la búsqueda, y no encontró a nadie al igual que ellos. La mención de Jack no pareció decirle mucho. Quizá se le había presentado con otro nombre, o quizá sencillamente había muchos como él, ensalzando por los bosques los misterios de un mundo desconocido. Tenía que haberlos hechizado, no había otra solución, y ambos estaban bastante convencidos de ello.

Echaron a andar hacia donde se atisbaba luz natural. Ayne creyó que la extraña no debía de sentirse muy segura entre dos desconocidos que sí podían comunicarse entre ellos. Eara, en cambio, no tuvo la sensación de que fuese tan desconfiada. No sabían qué podía haber allí afuera si lograban dar con una salida, pero como mínimo esperaban encontrar alguna respuesta

En vez de eso, encontraron otra pregunta, en forma de chica pálida, de marioneta tallada en una madera más clara que las conocidas. Tenía una mirada muy llamativa, clara también, con un ojo dorado y otro plateado que sorprendieron a los sinhadres. El pelo era negro, a excepción de dos mechones, o tal vez adornos. Era una joven muy extraña, más que la primera con la que se habían encontrado, pero por suerte se parecían en algo: no eran violentas.

Ayne había captado el gesto de la chica de verde al apartarse el pelo de la cara, y se había quedado mirando sin poder evitarlo ese apéndice anfibio que le salía del lateral de la cara. Aquel era, con diferencia, su rasgo más extravagante. Eara, en cambio, seguía con los ojos clavados en la chica articulada, y fue al apartarlos para no incomodarla cuando también divisó la reunión de siluetas que en ese momento comenzaba a señalar la plateada. A Ayne le costó un poco más distinguirlos porque apenas había apartado los ojos de la oscuridad. Los dos sinhadres asintieron y se pusieron en marcha. «Tiene que ser una broma de mal gusto». El edeel volvió a tomar a Eara de la mano, preocupado por lo que se pudieran encontrar más adelante. La cercanía de su aurva le ayudaba a sobreponerse, pero estaban en un lugar desconocido, rodeados de seres extraños y a pleno día. El sol estaba en lo alto, o debía estarlo, porque había una densa capa de nubes. La luz al salir los obligó a avanzar con los ojos entrecerrados un buen trecho, hasta que sus pupilas comenzaron a adaptarse.

Eara, por su parte, sentía una curiosidad que hacía tiempo que no despertaba en ella. En aquel lugar extraño todo captaba su atención. Las ruinas no eran alentadoras, las palabras de Jack no debían de haber sido sinceras, pero estaban viviendo una historia imposible. Era paciente, y prefería no juzgar aquella vivencia hasta saber un poco más.

Sigue en la Plaza de la Fuente.

Desandar el camino fue más fácil que recorrerlo por primera vez, pero aun así estuvieron a punto de perderse un par de veces, y en más de una ocasión Kirés se encontró maldiciendo mentalmente al imbécil que decidiera diseñar aquel lugar como un laberinto. “En serio, ¿Cuál es la razón por la que diseñarías una ciudad así? Debería ser justo al revés.

Antes de llegar a su destino, el primer lugar cercano que encontraron fue la fuente, y tras parar un minuto, y beber quienes quisieron, ya no llevó nada presentarse delante del primer edificio que habían visto de aquella ciudad. “Bueno, aquí estamos.

La puerta estaba cerrada, de modo que primero dio un par de golpes a la misma para llamar, y tras no recibir respuesta probó a llamar con su propia voz. – ¿Hola? ¡¿Hay alguien?!– De nuevo silencio, así que se volvió al resto. –Si estuvieran aquí creo que ya los habríamos notado, pero si queréis entramos.

El roquense respiró aliviado cuando el grupo decidió dar la vuelta y probar suerte por otro camino. Suficiente se había espantado al ver tantos huesos apilados al fondo de esa enorme grieta como para encima tener que pensar en intentar cruzarla. No quería acabar ahí abajo.

Los pasos del grupo les llevaron a una zona conocida: el edificio ruinoso del que salieron. Quizá los del otro grupo habían vuelto ahí, por ser lo único que conocían de la ciudad. Esperaba acertar y lo demostró acelerando el paso y llegando a la puerta junto a Kirés. El otro llamó física y verbalmente, pero no respondió nadie... Tesón frunció el entrecejo y se cruzó de brazos ante las palabras de su compañero.
—Ojalá...—empezó, pero no pudo acabar.

La puerta se había abierto y una monstruosidad les había hablado. La mera visión de una calavera hablando le había congelado. Pero en cuanto esta se cubrió de llamas, su cuerpo se "reactivó", profirió un grito y echó a correr. Sin embargo, al estar cerca de Kirés seguramente se chocaría con él por la brusquedad de sus movimientos.

La vuelta al edificio ruinoso del primer día no fue tan rápida ni sencilla como cabía esperar. Si de algo no se podían quejar era de la ausencia tanto de insectos gigantes como de bolas malolientes de restos, porque por todo lo demás estaba siendo un paseo bastante poco agradable. Ayne empezaba a sentir los pies doloridos, aparte del frío, y deseaba volver cuanto antes. El pavimento de aquellas calles no estaba hecho para pies descalzos, y empezó a pensar que debía ir planteándose utilizar alguna prenda, como las que tenían los antropomórficos de otros mundos, al menos para salir.

Él no se acercó tanto a la puerta como Kirés o Tesón porque quería asomarse a alguna de las ventanas de la planta baja. Todavía no se había alejado más que unos pasos cuando empezó a escuchar el chirrido de la puerta, y retrocedió, quedándose por detrás de sus compañeros. Creía que los que abrían desde el interior eran los compañeros perdidos, pero si había alguien más que quien movía el portón, no estaba saliendo. Antes de terminar de abrirse, pudo ver algo en la penumbra del interior. «¿Es un farolillo?». No recordaba que nadie tuviera un farolillo entre los extraviados.

La presencia repentina del monstruo hizo que el corazón le diese un salto que malamente su pecho podía soportar. Las llamas lamían su calavera, pero no por eso estaba muerto. Que fuese cosa de magia o no, o un misterio más, poco le importaba en ese momento. Invadido por el miedo irracional, solo podía pensar en alejarse. De un traspiés al girarse llegó a tocar el suelo con las manos, pero se puso en pie de nuevo y echó a correr como si le fuese la vida en ello. Sus compañeros no estaban en desacuerdo con él, les había visto por el rabillo del ojo.

Sin previo aviso la puerta comenzó a abrirse, y por un momento Kirés pensó que habían acertado y que sus compañeros perdidos estaban allí… pero solo por un momento. A medida que se iba abriendo la puerta, el enderth se dio cuenta de que había cosas que no encajaban. Una de ellas la extraña lentitud con la que se fue abriendo, pero la más llamativa fue que no hubiera nadie detrás: la puerta se estaba abriendo por si sola.

Le habría gustado decir que, como único integrante con experiencia en situaciones peligrosas, había podido mantener la calma o algo parecido, pero lamentablemente no fue así. La única  diferencia fue que, poco después de ser golpeado por Tesón, se volvió para buscar muestras de apoyo por parte de los demás, y al encontrarse a todos huyendo en desbandada no tuvo problemas en reconocer que él no iba a ser menos.

Sigue en el Torreón Maciel

Poco a poco, la realidad fue volviendo a materializarse, y aún con los ojos cerrados, Ziack comenzó a sentir que ya estaba despierto.
Estaba tumbado en una especie de camastro más cómodo que cualquier otro lugar en el que hubiera dormido en mucho tiempo, pero tuvo que levantarse antes de ser consciente de donde estaba. Solo tenía clara una cosa: si antes tenía hambre y sed, ahora también tenía frío, mucho frío.
Ziack observó a su alrededor mientras caminaba buscando la salida de las mazmorras. No sabía qué lugar era ese ni por qué estaba allí. ¿Sería verdad lo que había pasado en Dryfus? ¿Aquel extraño ser y sus palabras no eran solo productos de su delirio? En cualquiera caso, no se sentía seguro en aquel lugar.
Al salir de la habitación, vio un largo pasillo que terminaba en unas escaleras hacia abajo. Las recorrió y alcanzó la puerta de salida. Aquello que tenía ante sus ojos era increíble.

Jamás había visto nada semejante a aquella ciudad, pero su instinto le avisaba que no se trataba de un lugar seguro. Miró a las fachadas de los edificios y a las ventanas en busca de cualquier cosa que estuviera viva, pero no vio nada.
En ese momento la vio: Una fuente.
Los ojos del enderth se abrieron como platos.

"A...gua... ¡Agua!"—Pensó. Sin embargo, no había sobrevivido tanto tiempo en los lindes de los bosques fronterizos de Dryfus lanzándose sin pensar sobre cualquier resquicio de alimento que tuviera ante él—"Recuerda, recuerda... Evita lugares estrechos, evita toda superficie en la que un depredador pueda esconderse, y en una zona amplia, mira bien al cielo y al suelo, y busca resguardo si ves algo volar cerca."
Caminó hacia la fuente evitando acercarse a cualquiera fachada, y cuando se acercaba a zonas más vacías, empezó a observar el cielo con precaución.


Sigue en Plaza de la fuente

Sigue en Plaza de la fuente