Discurso 6ª Cosecha

―Ah... Vale... ―Rasqa asintió no muy convencido ante la explicación de Sekkeh, pues no creía que ser hembra tuviera por qué eximirla de no ser venenosa. Sin embargo... <<Bueno... Si lo dice será porque tiene conocimiento de causa>>―. Perdona, es que pensé que eras como las sapas ―se aseguró de nombrar al animal en femenino, por si acaso. Una nueva tanda de lectura lenta y tortuosa le sirvió para conocer mejor los motivos que le habían llevado a querer tocarle. <<Qué extraños son todos estos bichos>> ―. Supongo que puedes, sí. Y solo muerdo a quienes se lo merecen ―añadió, extendiendo los labios en una falsa sonrisa maliciosa, y soltó una risotada áspera y aguda.

Sin embargo, el sonido de un batir de alas claramente más poderosas que las suyas cambió las prioridades del parqio, que sintió un fuerte miedo por unos breves instantes. Breves y suficientes para que saltara de la fuente y echara a volar raudo hacia uno de los tejados aledaños. <<Qué de alas. Qué envidia>>. Aquella cosa debía de ser una máquina de volar. Más interesado en la bestia que en los miembros del consejo, Rasqa escuchó el discurso en silencio. Todavía estaba algo acobardado por aquella estampa tan grotesca y extraña, pero tan solo resoplaba mosqueado porque les habían molestado para darle a la lengua. <<¡Qué pesados! Como todos los bípedos estos sean así, voy tener que meterme piedras en los conductos auditivos>> se quejó mentalmente. Entre Roaxen no sé qué de la familia vil organte y estos se llevaban un premio.

Rasqa no conocía el verdadero alcance de las palabras de Siloco y dama Gato, de ahí que considerara toda aquella información como obvia. <<Estaba claro que teníamos que buscar refugio y comida>> se dijo. <<Me pregunto a qué sabrán los espantapájaros>>. Creía que eran la comida y no quienes la servían. <<Si cómen pájaros pueden ser peligrosos para mí...>>. Al fin y al cabo no era más que un pájaro con piel de lagartija.

Suspiró aliviado cuando aquellas tres criaturas se fueron y saltó del tejado para planear hasta la fuente y posarse, esta vez, sobre uno de sus bordes. <<Así podrá quitarse la curiosidad sobre mis escamas>>. Cabía destacar que Rasqa no había conocido a nadie mudo y no sabía siquiera lo que significaba serlo.

En cuanto al resto de seres, Rasqa apenas se había quedado con un par de nombres y, en general, evitaba el contacto visual con ellos.

A Twixy's no le dio tiempo a emocionarse ante la perspectiva de un mundo lleno de gente pez de pieles plateadas, pues una sombra cubrió momentáneamente la plaza. Pertenecía a una bestia horrible y grotesca, que llevaba a dos jinetes en el lomo. << ¿Más rary's? >> se preguntó. Pero estos daban mucho más miedo que los niños de la plaza.

Hablaron, y ella escuchó, clavada en el sitio. La emoción de sus ojos se había disipado, y ni siquiera había sitio para mostrar miedo; todo lo que había era incredulidad. El cerebro de Twixy's no alcanzaba a comprender del todo el significado de las palabras de los consejeros, o al menos no las relacionadas con la muerte. Tenía una noción vaga de que era algo malo, algo horrible, pero no en toda su extensión. Los extraños se fueron con su bestia, y Twixy's tragó saliva. Era amarga y asquerosa, así que fue a la fuente a enjuagarse la boca. Se quedó sentada en la fuente, tensa y muda, abrazándose a sí misma.

<< Superno me van a dar lo que quiero... Al menos no ahora... Esto es hiperchungy's de la total...>> Tendría que volver a pasar un infierno, pero esta vez en terreno desconocido; un terreno mugriento lleno de gente rara y fea. Sus dudas no duraron mucho, a Twixy's no se le daba bien quedarse mucho tiempo pensando en algo que no le serviría para nada. La inquietud se apoderó de ella, y en seguida quiso ponerse en marcha.

-Superhay que moverse- dijo a nadie en particular- Pero ya.

Ya les habían dicho lo que el del pelo divino aseguró que dirían, no tenía sentido quedarse en aquella plaza asquerosa.

Hal sabía perfectamente lo que estaba viendo, y por eso precisamente todo lo que había pensado hasta el momento acababa de dar un brusco giro de ciento ochenta grados sin tan nisiquiera necesitar oír a los dos monstruos que iban a hablarles. La historia siempre era algo que le había provocaod una moderada curiosidad, más para alegrarse de haber nacido en el presente y enterarse de curiosidades que por otra cosa. Eso, junto con el hecho de que siempre había sido alguien más bien carente de valor, provocaba que la aberración que estaba viendo le dejase congelado de terror.

«¡Pero qué hacéis! ¡alejaos de ellos!». Eso es lo que quiso gritar al ver que algunos se acercaban a los monstruos que bajaban de allí. «¡Insensatos, insensatos!». Fue una sorpresa que aquellos dos no los matasen al momento para usar sus cadáveres o algo por el estilo, pero a Hal el contenido del discurso no le sorprendió. Si acaso le pareció incluso "suave" para lo que ahora se esperaba de Rocavarancolia. Era una ciudad muerta capaz de cruzar al clarísima línea que había en la magia, capaz de crear un espanto perverso como aquella quimera. Naturalmente desconocían los más básicos principios de la moral, cosa que se plasmó en aquel discurso demente.

«No. Nonononono». Esa fue su respuesta mental al hombre enfermizo. No pensaba morir, de ninguna manera iba a acabar siendo una repugnante marioneta nigromántica.

«¿Y esta es la ciudad capaz de sacar todo mi potencial?» se preguntó, con un punto de histeria. Esa había sido la sencilla promesa de Trazo, y por eso se había sentido tan abatido al pensar que su valor era el de unas ruinas cochanbrosas. Pero ahora sólo sentía miedo y enfado. La promesa de su cosechador significaba que su lugar era el de los enfermos y locos. «No, no puede ser. Me ha mentido, mehamentido, mehamentidomehamentido». Intentó autoconvencerse de ello, imprimírselo a fuego en su mente. Rocavarancolia no era el lugar donde odía encajar, de ninguna manera.

«Una aberración. ¿No la has visto?». Cuando se fijó comprendió que aquella chica tenía alguna clase de problema en la visión. No pudo sino mostrarse de acuerdo mentalmente con el tal Lemus. Desde luego era mejor que no lo hubiese visto, aunque saber la calaña de los rocavarancolenses podía ayudar a prevenirse mejor.

Asintió furiosamente ante las palabras de Twix, sin siquiera preocuparse de su extraña forma de hablar. No era momento para eso: debían salir de ahí cagando leches antes de que más monstruos aparecesen.

Sekk se quedó paralizado en cuanto oyó el batir de alas y sintió el viento revolviéndole el pelo desde la nuca. No se atrevió a girar la cabeza y en cuanto los extraños empezaron a hablar, los nervios se le pusieron de punta. Era plena y crudamente consciente de que por muy horribles que fueran sus palabras, aquellos dos estaban diciendo la verdad, y al intara no le cabía duda. <<¿Donde demonios te has metido, Sekkeh Reikayame?>> pensó angustiado, tratando de controlar el impulso que le pedía que corriera y se alejara de allí a toda prisa.

Solo acertó a ver a la quimera y sus ocupantes cuando esta alzó el vuelo, y poseer dicha información visual no mejoró mucho sus nervios. El ulterano realizó un par de ejercicios de respiración, forzándose a recuperar la calma y, obviando las conversaciones a su alrededor, se puso en pie con cuidado, comprobando sus límites. La migraña aún seguía ahí, pero por el momento el pitido en su oído había remitido y su sentido del equilibrio no era un completo desastre. El intara volvió a rellenar su odre y se lo colgó del cinturón, alejándose de la fuente y del concurrido grupo.

Su paso era inseguro al principio, tentativo, pero pronto ganó en seguridad y en unos instantes estuvo lo suficientemente alejado de los demás como para que sus voces no le impidieran escuchar el silencio de la ciudad. Sekk se había tomado al pie de la letra las instrucciones de los miembros del Consejo y ya estaba tratando de localizar “las voces de los espantapájaros”, fuese lo que fuesen. En cuanto escuchara algo se pondría en marcha, buscando la comida prometida y los refugios de los que les habían hablado. No pensaba morir en aquel lugar.

Roaxen Tenvrai

Roaxen Tenvrai contempló la escena con cierto pasmo. No era solo que cabalgasen abominaciones andantes cual grandes heroes en sus rocines legendarios. Era como una parodia, su prosa, sus palabras, vocabulario y el significado tras estos, les resultaba ofensivos. Inconscientemente, habia vuelto a posar su mano en la cartuchera vacia, hasta que, con otra maldición entre dientes, se acordó. Se quedó, por supuesto, con todo lo que se dijo, palabra con palabra y, mientras les daba vueltas, intentando encontrar algún significado oculto a lo que parecian tonterias, el capellán no pudo sinó sentirse ofendido, especialmente con las palabras del bizarro ser que acompañaba al xeno felino.

-¡O a lo mejor yo te hago tragar mi bota Inquisitorial, atrevida y biliosa criatura xenoide!-le gritó de vuelta, mientras se iban con cierta prisa.

Era un desastre. Todos los andamios que habia construido, por todas las razones que se le podria haber imaginado que le secuestrarian de esa manera. Se podria haber imaginado de todo. Trabajos forzados, espionaje de coerción e incluso sacrificios ritual pero aquello... Aquello era intolerable.
-No somos más que un entretenimiento...-musitó entre dientes, visiblemente furibundo.-¡Un espectaculo para criaturas de horror!-añadió, para más enfasis.

Cogito Ergo Sum escribió:♚ ¡Engaños! ¡Mentiras! ¡Ultranzas! ¡Tendre la cabeza de los responsables servida en bandeja para cuando acabe esto!

No fue hasta entonces que se dió cuenta que el intara habia retomado el paso por su cuenta. Con algo de duda, apresuró el paso tras él. No sabia de sus intenciones, pero sabia que le necesitaba para sobrevivir. Él no tenia el entrenamiento adecuado para aquella situación, aún de tener su armadura mecanizada, sin repostaje, estaria con igual de posibilidades. Y, al sentirse débil, el capellán se desesperó por dentro.

-Sekkeh Reikayame.-dijo a modo de saludo apresurado, hacia donde se habia detenido, alejado del grupo.-No creo que en tu estado sea recomendable andar solo, incluso si es para tomar el aire un rato. Estos demonios mencionaron unas bestias y no contamos con ningun arma.-dijo, como haciendo un preambulo a su oferta que, le costó bastante poner en palabras.-Creo que puedo ayudarte a desplazarte, si me dejas. Vivi más de un "paseo de marino" en mi época y lo que necesitas es descanso y una buena solución de hierbas contra el mareo. Te irá bien si encontramos algo así. Pero por el momento, hemos de permanecer juntos con los demás xenoides. Por separado dudo que ninguno tengamos oportunidad...-dijo algo pesimista.

Entonces, le ofreció la mano, no sin antes dudar un poco.
-Cooperemos juntos tambien.-le dijo, consensuador.

Cogito Ergo Sum escribió:♚ Espero que se haya lavado la mano en las últimas cuarenta y ocho horas o muy a mi pesar voy a tener que deshacerme de uno de mis guantes favoritos.

Había estado tan concentrado en sus pensamientos que la voz de la virgen Fátima le había llegado como en la lejanía, sin llegar a comprender del todo su significado.

Se trataba de un monstruo al que iban subidas un par de figuras un tanto… extrañas. La primera parecía una mujer, aunque tenía rabo, y de rasgos algo felinos… ¿significaba eso que la gatita era de ese sitio y no una alien como los demás?

El otro, en cambio, era una figura humanoide y extravagante, algo asexuada, pero que juraría que se trataba de un hombre. Si bien sus palabras eran inquietantes, él le ponía más nervioso que la mujer gata. Esperaba que su gatita no se hiciese así, le gustaba más de pequeña. El grupo habló de una luna roja... a él le daba un poco igual, la verdad. Sabía que había de vez en cuando lunas rojas en La Tierra, pero le era indiferente. Si la gente de allí la adoraba como a una diosa, con él que no contasen. Al fin, el trío desapareció.

La última frase del estrafalario lo enfureció. << ¿Cederte nuestros cadáveres?>>

―Cédeme tú el tuyo, pedazo de…―refunfuñó. Había hablado muy bajo, y esperaba que ni marcianos ni humanos le hubiesen oído.

<<Aunque habría un par que podría quedarse>> pensó, <<El corazoncito malhumorado y el vikingo surfero. Puede venir a recogerlos cuando quiera>>.

Aunque había estado preparado para ello, el discursito le inquietó un poco, pero no se preocupó. Él era Sigrún Ingimarsson, e iba a sobrevivir. Miró a sus contrincantes. El vikingo, que hasta ese momento había estado sentado en la fuente, se levantó y echó a andar, alejándose de sus compañeros. El bomboncito lo siguió. <<¿Se van solos? Es peligroso... mejor. Dos pájaros de un tiro>>. Pero, justo parecía que iban a internarse por una de las calles, el surfero se detuvo, obligando al de morado a detenerse también. <<Demasiado bonito para ser cierto>>.
efectivamente, la de azul era ciega, pues le preguntó al pelanas qué habían visto.

<<Fantástico>> se dijo. Que a él no se la endorsaran, pensaba tirarla por el primer precipicio que encontrase…

Kirés había pasado todo aquel tiempo en silencio observando a todos los presentes, intentando obtener toda la información posible de ellos, y su primer dato útil le llegó del que tenía pelo amarillo, dándole la información que necesitaba para distinguir entre machos y hembras, que parecía mantenerse de forma similar en la mayoría de las especies sin plumas.

Su investigación silenciosa se vio interrumpida sin embargo por la llegada de aquella criatura gigante. Por un momento se puso tenso, pero al localizar a dos personas sobre aquel ser dedujo qué era lo que estaba pasando. Esperaba que el discurso le diera alguna información sobre lo que estaba pasando, pero no fue así en absoluto. La mayor parte de lo que contaban lo consideraba obviedades, como el asunto del peligro y sobrevivir, no sabía que era esa luna roja de la que hablaban así que guardó el dato para investigarlo más adelante. Lo que sí le llamó la atención por encima de lo demás fue lo de los espantapájaros. “Vale, con la fuente tengo agua y ahora lo que necesitaba era comida”
El ave no sabía qué podía ser un espantapájaros, pero por el nombre supuso que podría reconocerlos porque le espantarían.

En cualquier caso ya había quedado claro que tenían que moverse. “¿Debería ir yo solo o con el grupo?” Moverse en grupo era lo seguro, pero no parecía que el de aquella plaza fuera uno muy organizado. En cualquier caso tampoco iba a largarse y dejarlos tirados a todos. “Hmmm ¿cómo logro que se muevan? Mejor, primero debería saber a dónde movernos. Busquemos” Se quitó el poncho y se lo ató a la cintura tras doblarlo, lo que dejaba la ballesta a la vista pero tampoco se le ocurrió pensar que eso fuera a llamar la atención. Después trepó por el edificio más cercano, y una vez en la azotea observó los alrededores.

La mayor parte de lo que veía eran ruinas, pero había varias construcciones que llamaron su atención. La que más lo hizo fue un inmenso edificio rojo que destacaba más que cualquier otro, pero no parecía un buen lugar hacia al que ir. Finalmente localizó un edificio alto y que parecía estar bastante más entero que el resto. “¿Será uno de esos refugios? En cualquier caso no parece un mal lugar para pasar la noche”

– ¡Ehhh los de abajo! Por aquí hay un edificio en buen estado. Tal vez sea uno de los refugios ¿Vamos?

Al pobre roquense le dio poco tiempo a tranquilizarse pues una gran sombra cubrió la plaza, enervándole. Se levantó del borde de un salto y quedó petrificado ante la estremecedora visión. Dos monstruos sobre un tercero alado. No cabía duda de que los dos primeros estaban vivos, pero la otra criatura era... demasiado... Monstruoso era un término que ya había empleado demasiadas veces en tan breve espacio de tiempo y se negaba en rotundo a abusar de él, así que dejó de pensar en cómo definir a esa criatura. Además, hizo bien, ya que los otros dos empezaron a hablarles. ¿Quizá responderían a sus tantas preguntas? Escuchó y analizó.

La primera criatura que habló dijo cosas a las que les dio la razón: poca ilusión, ambición, deseo... Y miedo, aunque menos del que decía. Mentalmente le respondió, alegando que no había venido a esa ciudad para morir.

La segunda criatura, aún más rara que la anterior, dio información más útil y que respondía a varias de sus preguntas. Refugios, comida, cuidado con la noche y las bestias... y de los demás de la plaza. Con su última palabra, una idea asomó a su mente: ¿quizá tenía que superar esa prueba antes de iniciar su misión? ¿O la prueba era compaginar su misión durante el periodo de supervivencia? Tenía sentido en tanto en cuanto si sobrevivía y llevaba la Voz a ese mundo, se demostraría que la Voz es la única divinidad. La idea de ser una especie de "campeón" de su fe le hizo sonreír para sus adentros. ¡Podía ser más útil que todos los miembros del Coro juntos! Si resultaba exitoso, volvería con todos los honores a Roca Sagrada.

Así que se puso en marcha. Miró a los demás y a la ciudad a su alrededor, pero le vino de golpe una duda. ¿Qué era un "espantapájaros"? Su significado literal era bien obvio, ¿pero quién querría espantar pájaros y para qué? ¿Y qué tenían que ver con la comida? "Os darán la comida"... ¿Acaso no se la darían a los que tuvieran aspecto de pájaros? ¡No se atreverían a compararlo con...! ¡Sobre su cadáver!

No podía pensar con claridad así que se limitó a ver qué hacían los demás. El otro emplumado se llevó su atención al avisar de un posible refugio, así que reaccionó sin pensarlo. Mientras tanto, su forma de ser de no dejar nada a medias le dio una palabra para definir a la criatura sobre la que vinieron y se fueron las dos parlantes: esperpento. Sin duda era adecuada.

—¡Emplumado!—se dirigió al otro—. Si lo que habéis visto es cierto, es menester que vayamos allá cuanto antes. ¡Y, cuando puedas, me haría bien saber vuestro deseo!

Ese volador bien podría escucharle y atenderle, bien bajar y atacarle... Por ello decidió ser amable. No podía empezar a las malas con aquellos esperpentos andantes.

Al niño el discurso le sonó a información repetida; él sabía que aquello era un reto del que no siempre se volvía. Le interesó lo de la comida y los refugios y le pareció una buena noticia. En ningún momento se planteó que pudiese temer a los oradores. Estos eran estrafalarios, sus monturas eran feas y parecían peligrosas, pero cuando se pararon a hablar ya no le parecieron una amenaza. No pensaba en los rocavarancoleses como una amenaza, en general.

Arik estaba nervioso, sin miedos: era absurdamente positivo.

- Pues ea, andando.

El tipo de la cara cubierta fue quien se encargó de decir lo que sabía, pero no sabía nada. Eran más bien sus conjeturas, ya que estaba en la misma situación que todos los demás. Sencillamente se daba muchos aires, tal vez estaba acostumbrado a mandar allí de donde venía. A ninguno de los dos sinhadres se les ocurrió pregunta alguna que formular, ya que todas las que se agolpaban en sus pensamientos no podían ser respondidas por aquel extraño… y aparentemente tampoco por ningún otro, por lo que no continuaron intentando averiguar nada. El nombre de Jack no despertó reconocimiento en ninguno de los desconocidos.

Apenas había terminado de hablar el de la máscara cuando una mujer, probablemente la más voluptuosa que había visto nunca cualquiera de los sinhadres, se acercó a Irianna. Su ropa rozaba lo ridículo, si es que a lo que llevaba en la parte superior se lo podía considerar tal. Era inevitable fijarse en sus pechos cuando caminaba, y solo Eara fue capaz de apartar la mirada por educación antes de que comenzase a hablar con la plateada. Tampoco su forma de hablar era normal. Además de ser una excéntrica parecía estar incomodando a Irianna, que reculaba, y Eara pensó que solamente ella se había dado cuenta. No se atrevió a intervenir, sin embargo, ya que la mujer voluptuosa de piel oscura no pretendía hacer nada malo, sencillamente no parecía afectarle demasiado conocer especies de otro planeta, probablemente lo disfrutaba.

No hubo que darle más vueltas al asunto, tampoco. Una criatura grotesca que horrorizó a ambos sinhadres ensombreció la plaza antes de tomar tierra. A lomos de aquella montura monstruosa viajaban dos figuras, menos grotescas pero igualmente inquietantes, que comenzaron a hablar para todos los allí reunidos. El tipo de la máscara parecía haber estado en lo cierto.

El primero en hablar dio un discurso desalentador, una clara prueba de que habían caído en una trampa. ¿Crueldad? ¿Morir? Jack no había dicho nada de eso. La segunda en hablar dijo lo mismo, pero de forma más esperanzadora, quizás. No mucho, tampoco. «Nos ponen facilidades, pero hay que sobrevivir. Entonces pocas facilidades son esas» pensaba el edeel. «¿Qué peligros puede haber en una ciudad ruinosa?» era lo que le pasaba por la cabeza a la aurva, sin apartar los ojos de aquel monstruo domado. El último grito del primero en hablar pesó como una losa para ambos. ¿No los había traído Jack con la promesa de aprender magia, desarrollar su potencial? ¿Por qué les deseaba la muerte aquel personaje, entonces?

Al acabar el discurso el silencio se había hecho en la plaza, desapareciendo el rebumbio de conversaciones anterior a la llegada del monstruo. Ambos sinhadres se sentían aturdidos, y Eara notó que su edeel la agarraba con más fuerza, sin decir nada. Un par ya se habían alejado de la plaza, y la rarita de los pechos al aire estaba sugiriendo ponerse en movimiento. También llegó un grito, de uno de los emplumados –el menos extraño–, que se había subido a lo alto en algún momento.
―Vamos nosotros también ―terminó por decir la chica viendo que Ayne seguía mudo. Él asintió, recuperando cierto aplomo, y comenzaron a caminar en la misma dirección que todos los demás.

La criatura era difícilmente descriptible. En otro momento aquello hubiera supuesto un reto para la mente de escritora de Irianna, pero en aquella situación no podía hacer otra cosa que observar anonadada el cuadro que conformaban la criatura y sus jinetes. La mujer tenía rasgos felinos, mientras que la primera palabra que se le vino a la mente para describir al hombre fue “estrafalario”.

Nada de lo que dijeron le aclaró mucho cuál era el propósito de aquella especie de congregación interplanetaria, excepto que, por lo visto, los dejaban completamente a su suerte entre aquellas ruinas que, por si albergaban dudas al respecto, se habían molestado en aclararles que eran peligrosas. Frunció visiblemente el ceño, pues no tenía por qué ocultar su desagrado ante semejante comentario cargado de mala intención, cuando el hombre les dedicó su particular despedida.

Irianna no se preguntaba si la habían engañado, ya que en realidad había accedido a acompañar a Miseria Nombre de forma completamente consciente y premeditada. Quizás no tan premeditada, se corrigió, puesto que el ominario dio con ella en un momento en el que hubiese tomado aquella decisión incluso si le hubiese explicado lo que aquellos dos extraños les habían dicho. Probablemente.

Lo que no podía hacer era permanecer quieta en aquella plaza como una estúpida, por lo que no dudó en seguir a los que ya se habían puesto en marcha. El pájaro que se había subido a un edificio había creído ver uno de los refugios mencionados y, viendo que no disponía de nada mejor, decidió seguir sus indicaciones por el momento.

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Cuando Armonía despertó, le costó varios minutos ubicarse. No estaba en casa, sino en una habitación de piedra a la que le faltaba media pared. Aferrada a la flauta que se había llevado consigo, observó la ciudad a través del hueco. «Un momento... ¿Qué hora es? ¡Me he quedado dormida, maldita sea!», pensó al ver el sol, acostumbrada a madrugar; a sus ojos era demasiado tarde. Pensó en lo  que había pasado la noche anterior. ¿Qué había aceptado exactamente? Le habían despertado y le habían hablado de una ciudad...pero ella estaba más ocupada pensando en la voz de su interlocutor que en sus palabras. Le había gustado tanto que ni lo había pensado: aceptó loq ue fuera que hubiera dicho sin pensárselo. ¿Aquella visita misteriosa había tenido algo que ver con su repentina aparición en aquel sitio? No tenía respuestas, y de momento no le importó. Desplegó las alas y echó a volar por la abertura en la pared para bajar al suelo.


Observó las ruinas a su alrededor, perdida. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí? Se elevó unos metros es el aire, para buscar algún sitio al que dirigirse desde las alturas. Vio una fuente y un grupo de gente, por lo que se bajó al suelo y echó a andar en esa dirección. No tardó demasiado en llegar, aunque se quedó algo rezagada del grupo a propósito, escuchando lo que decían los seres que iban montados en aquel bicho volador, ladeando la cabeza al ver que no entendía nada. Observó al resto de seres, que, exceptuando al roquense y a otro ser emplumado, no se parecían en nada a nada que hubiera visto en Roca Sagrada y le resultaban curiosos. No tenían alas, ni plumas...«¿Estarían bien vistos por el Coro?», se preguntó, antes de darse cuenta de que los demás se habían puesto en movimiento. —¡Eh, esperadme! —les gritó, para darse cuenta de que le molestaba la garganta. Decidió beber algo de agua antes se seguirles, y en cuanto lo hizo se dio cuenta de que el idioma que hablaba había cambiado. «¿Pero qué...?» . Aquello no tenía sentido alguno. ¿Por qué había olvidado su idioma? No se paró mucho más tiempo a pensarlo, pues no quería perder de vista al grupo.

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