Torreón Maciel (Archivo V)

Recuerdo del primer mensaje :

El único que comentó fue el insectoide, mientras que tan solo se ganó las miradas reprobatorias de los demás. No tardó en contestar al clinger.
-Quizás no será agilidad en tu planeta, Kamen Rider. Pero en mi planeta la agilidad es lo que te permite, por ejemplo, minimizar el daño de una caida, el accionar ciertos aparatos, abrir algunos temas de conversacion o el poder cargar con más o menos peso... Eso solo en ocasiones, claro que luego está la fuerza.-meditó unos instantes.- Luego tambien, a veces, el tener agilidad, implica que puedes potenciar tu velocidad, pero solo si no sabes decir otra palabra que el nombre de tu especie... Es un concepto bastante raro...-
Tanto Lara Croft como el clon de geonosiano tuvieron una breve discusión sobre que camino tomar. Aunque le doliera, el clinger tenia razón sobre el tema, pero la propuesta de Lara Croft era ampliamente más interesante y divertida. No vaciló en aquella ocasion y tomó la inciativa, mientras todavia tenian la discusión reciente.
El joven ruso abrió el camino del grupo. Aunque el insecto alienigena habia desbaratado sus planes la otra vez, él ya sabia a donde se dirigian y el guiar al grupo no le costó mucho, sobretodo teniendo en cuenta que en cuanto se habia callado, todos habian decidido unanimemente pasar de él.

-Estupidos Heart Ratings...-dijo en voz baja, al comprobar lo bajos que estaban. La tabla se extendia en siete columnas y, más abajo de cada una, una cara simpática dibujada que representaba a cada uno de los miembros del grupo. Justo debajo de esta, habia un número. Las columnas se llenaban de corazoncitos palpitantes dependiendo de este y, en estos momentos el número en todos era cero o cercano a este.

>> ¿Por que no me quieren? Soy adorable hasta el estandar de adorabilidad mortal -3-
>> Parece que va a llevarte un tiempo el entender el porque.

Pronto logró vislumbrar, en la lejania, el que era su objetivo actual, a donde les estaba llevando. Era un lugar algo desolado y tétrico. El último piso parecia estar construido con huesos de algun animal gigantesco. Aquello le dio un escalofrío. Unos olores le llegaron a la nariz. Una mezcla de olores que no podia distinguir unos de otros, pero que no olia igual que el resto de la ciudad. Algo perplejo, se fijó en las múltiples aves que sobrevolaban el torreón.
-Hay un nido de pajarracos.-les señaló, para indicarles que la cantidad de aves que iban y venian al torreón no era normal. Un mal presentimiento se acogió dentro de él. No le gustaban los pájaros negros.

Atravesaron los muros, franquearon el portón roto y finalmente llegaron a la puerta. Por el patio, habia huesos enormes repartidos. Algo le decia que fuera lo que fuera que hubiera pasado en aquel lugar años atrás, habria merecido más de una historia buena y graciosa. Se apoyó en la puerta de la entrada, como para intentar forzarla de alguna manera, para descubrir que en verdad estaba abierta. La pesada puerta se abrio con un chirrido y les abrio al que seria su nuevo hogar durante los próximos meses.
El joven atravesó el umbral con la mandibula colgándole y una expresión de pasmo increible, al contemplar lo que contenia la primera sala. Casi sin pararse a respirar, agarró las escaleras de caracol e intentó escalar de ellas, extasiado por aquel lugar. El metal rechinó y le hizo quedarse congelado con un pie sobre la barandilla. Quizás no seria muy sabio subir las escaleras del modo divertido. Lentamente, bajó el pie y subió las escaleras, al principio con un poco de duda pero luego aceleró el paso, hasta que se convirtió en una carrera, otro juego más.
Se paseó por la segunda planta, explorándolo todo, las camas y el escritorio con la silla a toda velocidad, emocionado por descubrir aquel lugar, dejó escapar una risilla divertida. Corrió de vuelta por las escaleras y llamó a los demás por la escalera para que subieran tambien para, a continuación, volver a retomar la subida por las escaleras como un crio que iba a abrir sus regalos de navidad.
Llego al tercer piso y no pudo hacer otra cosa que dar saltitos y retozar de felicidad. Aquella parecia ser un piso dedicado a entrenamiento. Asi que dedujo que pensaban, como mínimo, darles las herramientas para entrenar. Feliz, no tardó mucho en explorar el resto de aquel piso, porque de verdad tenia ganas de subir a la cuarta y última planta.
Cuando llegó, vio lo que esperaba ver. Infinitud de pájaros negros apuntando sus pares de ojos hacia el enclenque joven, intentando analizarle para saber si era una amenaza. Dejó escapar un grito ahogado de una mezcla de sorpresa y terror para entonces retroceder sobre sus pasos.
Bajó las escaleras, positivamente más feliz de poder alejarse de aquella cuarta planta cuanto antes y avisó a todos los que encontró que no debian acercarse a la cuarta planta, para luego describirles lo que vio.
Finalmente, de nuevo en la planta baja, se giró hacia los que estaban ahí presentes.
-¡Tenemos camas y un piso de entrenamiento! ¡Y hasta puede que un remake malillo de una peli de las de Hitchcock! ¿Habeis encontrado algo interesante por aquí abajo?-

El aprendiz epgó un bote de sorpresa.
-¡A-Ah! ¿Me escuchaste hablar con Rin?-
No fue hasta que formuló la pregunta que no se dió cuenta de lo estúpido y obvio que era en verdad y entonces soltó un.-Ah claro.-por debajo de su aliento, para terminar de escuchar lo que tenia que decir. Por cuarta vez consecutiva en aquel día, el aprendiz se llenó de júbilo y sorpresa, para descubrir que hasta el irrense le habia perdonado. Sin poder controlarse, soltó otro chillidito de emoción.

Como si le hubiesen dado cuerda, el joven ruso soltó un grito de victoria, alzando el puño el aire, para despúes batirlo enérgicamente. Con inercia, acabó por abrazar tambien al chico y marcarse unos últimos saltos de alegria, antes de salir al patio de nuevo, sin saber muy bien porque, compartir las buenas noticias con la ulterana de que habia llegado a un entendimiento con todos.
Pasó un rato con la chica afuera y, cuando esta decidió entrar finalmente, el joven ruso permaneció fuera, mirando al cielo sin estrellas. Era algo triste y oprimente. Navegar por aquel cielo sin estrellas seria lo mismo que una barquita en el mar sin faros. Por algún motivo, esto le puso algo melancólico. Sus últimos pensamientos del día fueron sobre Taro y en el cabezazo que le daria por preocuparles a todos, pero luego acabaria echando otra carrera con él, como solia hacer.

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SALTO
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Y así habian pasado dos semanas. El aprendiz habia mantenido sus promesas. Por las mañanas entrenaba con Cio y Keiria, enseñandoles más o menos lo que conocia de tecnicas físicas. Al principio solo habian sido él y la ulterana pero pronto se les unió el irrense, interesado. Sobretodo les enseñó a entrenarse el cuerpo y la mente, con varias series de ejercicios que procuraba que cumpliesen, sin terminar de forzarles fuera de su zona de comfort, con el objetivo de que cultivasen un cuerpo robusto y preparado para lo que fuera que les echase la ciudad encima.
Cumplió tambien su promesa con Ri. En cuanto la chica se lo pedia, salian afuera y le enseñaba diferentes trucos a la hora de moverse con facilidad por los tejados. Estudiaron distintas formas de caida, saltos y sobre el reconocimiento del terreno. La chica estaba bastante más preparada físicamente que los otros dos a los que le enseñaba y las clases resultaban bastante fluidas y el tiempo solia acabar pasando volando siempre. Solia aprovechar tambien a charlar de cosas nimias con ella durante los viajes, sobretodo para intentarse olvidar de la ausencia del carabés tambien.
Entre sus obligaciones para con el torreón, estaban las salidas, notablemente marcadas por la ausencia de Taro pero con la nueva añadición de Cio haciendolo todo diferente. El clinger no es que fuese exactamente la mejor persona para charlar, pero con el irrense si que pudo tener ocasionales charlas y compartir de las experiencias de la ciudad, sin contar que las manos extra a la hora de de llevar las cestas. El vacio que Taro dejaba, sin embargo, era bastante grande para el joven ruso y de vez en cuando durante las salidas no pronunciaba ni palabra.

Siempre que podia, hacia tiempo para ayudar a Lara en sus quehaceres y practicar algún hechizo con ella. Y la magia en general, se dedicó bastante a su estudio y en cuanto descubrió que era capaz de hacerse levitar, solia usarlo para todo tipo de situaciónes. En más de un caso, los macieleros pudieron comprobar que lo usaba para alcanzar cosas a las que podia llegar con un simple salto o tan solo estirando el brazo. Que decir que una vez golpeaban las calles, solia emplear el hechizo para subirse a sitios altos donde solo antes podria haber subido trepando un largo rato. Seguia moviendose por los edificios, con tal de no malgastar magia, pero no dudaba de recurir al uso de la levitación cuando estuviese en orden de hacerlo. Entre otros hechizos, el aprendiz avasallaba a Archi a preguntas y dudas sobre cada hechizo en el que estuviese trabajando en ese momento. El chico era claramente aventajado en el campo y para el aprendiz, aprender del ejemplo era bastante más fácil que con un libro. Así, poco a poco, el aprendiz se fue haciendo más fluido en su uso de la magia y, cuando Archi estaba ocupado tratando algo, él era el primero en prestar una mano ayudante a quien lo necesitara.

Solo hubo un problema: Taro. Durante la primera semana, el aprendiz se habia empeñado a encontrarle, a cualquier precio sobre él. Participó, o mejor dicho, propuso la mayoria de las salidas a buscarle, pero, después de toda una semana sin frutos, ni vagas pistas, ni rastros, hasta el coraje del chico comenzó a flaquear. La siguiente semana, comenzó a surgir una idea en su mente. Una idea siniestra que, como la ponzoña, poco a poco fue invadiendo su mente. Taro podria estar muerto, junto a las demás vidas que se habia tragado la ciudad. El joven ruso procuraba no pensar en ello, pero su ausencia general en su rutina diaria, en los entrenamientos con Ri, las salidas, los momentos esporádicos en los que le iba a buscar expresamente acababan haciendole mella. Solia deprimirle en gran medida y tan solo siguió buscandole con el corazón ignorando lo que le decia su mente y el sentido común. Por desgracia, no podia decirse de lo mismo de los demás. Unos ya le habian dado por muerto o, por lo menos, concluido que la búsqueda era inutil. Lo fuera o no, el aprendiz no descansaria hasta encontrar a Taro. Vivo o muerto. Esto le consumia tanto, que en las dos últimas semanas desde el incidente de su segunda personalidad, no se le habia oido reir ni una sola vez y, las sonrisas, siempre eran fugaces que casi parecian un mito en él.

Se levantó aquella mañana como de costumbre y, antes de salir por la puerta, les dió los buenos dias a todos con susurros y bajó a la cocina a prepararse su desayuno. Revisando su libro de magia mientras devoraba un melocotón, esperó a que los demás se despertasen sentado en el salón, leyendo.

Ri lo dejó marcharse, sin molestarse en aclararle que no se había referido a eso con lo de quedar él. Con una uña, hizo girar una pieza de fruta por la mesa. Más allá Nero escuchaba con preguntas acumulandose en el parte de atrás de su cabeza. 
- Sí -añadió al comentario de Cio, por pura cuestión social. No estaba solucionado, pero el ratón había pasado de ser algo pequeño que chillaba de más a ser algo mas divertido e interesante. Estaría atento igualmente, por si resultaba una amenaza.

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Y pasaron las semanas. No hubo noticias de Taro. 
Ri estaba tranquila. Distante como de costumbre, parecía rehuir el tema del carabés a pesar de haber salido a buscarlo cada vez que se había propuesto. Nada había vuelto a hacer saltar sus fusibles, y mantenía la coraza todo lo que le era posible. Shaco la enervaba menos. No había risas histéricas y quizás por la seriedad nueva en él, la dejaba más tranquila. En las salidas, que hizo con una periocidad exacta y ordenada, lo dejaba hablar y tomar el peso de las conversaciones, incluso si eso significaba oir cosas que no entendía y hacer como quien  oye llover. A las preguntas nunca daba respuestas muy largas, pero agradables. Y esto mismo se aplicaba al resto del torreón. Ri no era una entusiasta de las tonterías, pero nunca había sido una mala oyente. Si alguien se le acercó a conversar, le ofreció los puntos de apoyo justos para continuar, aunque siempre en la línea de la educación y rara vez del interés real.
Nero en cambio, cuando no leía o iba fuera del torreón en las salidas, daba conversación a alguien de forma agradable y rara vez desviandose a temas profundos o pesados, aunque no se negaba a escuchar anecdotas personales.
A mediodía, ambos estaban levantados y ocupados en sus tareas.

Lara hizo algún comentario antes de que Shaco se fuera acerca de lo feliz que se había puesto al saber que no tendría que cambiar pañales. Se le había pasado el enfado por completo y es que no podía durar mucho si el causante era el cabra loca del humano. Acabó de cambiar los pañales y volvió a subir con sus bebés al rincón de estudiar. De vez en cuando fisgoneaba por los agujeros de la pared de hueso y piedras y observaba las estirges. Ya había descartado la idea de que fueran guardianes de nada bueno, tal y como les había contado a sus bebés los primeros días, y cada vez que asomaba el ojo por allí lo tenía más claro.

Las dos semanas siguientes fueron minando poco a poco sus ánimos. La preocupación por Taro dejó de pertenecer solo al carabés y se fue extendiendo, abarcando progresivamente al resto. Seguía saliendo a las partidas de búsqueda, pero sin la misma positividad del primer día. Cuando estaba fuera le preocupaban sus hijos, y ella misma, cuando se quedaba en Maciel, los compañeros que salían. Y el no encontrar a Taro solo podía ser interpretado como una señal negativa. Un augurio de esos que a veces lanzaba su madre al aire entre los inciensos de su tienda. La sensación de impotencia que la invadía era cada vez más fea y más real.

Y esto le llevó a tomar dos decisiones.

Una vez que le cogió el tranquillo al hechizo de levitación, limitó sus estudios mágicos a hechizos curativos, protecciones y conjuros que sirvieran para aliviar su impotencia, aunque fuera solo refugiandose en una falsa sensación de seguridad. Había muchos que se le escapaban a ella y no a Archi, pero se convenció de que no sería sano tener envidia: lo que sabía le valía para sentirse unos pellizcos más fuerte que cuando había llegado.

La segunda decisión fue la de retomar las costumbres ordesas que le habían inculcado: Todas las noches se hacía dos preguntas. Una la respondían los dados y otra la moneda y, en función de qué dijeran en dicha noche, Lara dormía bien o no conciliaba el sueño hasta que un llanto silencioso mitigaba. A veces la Suerte la confundía y le daba respuestas contradictorias y entonces rememoraba el dichoso sueño tan real que tuvo y se decía a sí misma que no había contradicciones, que simplemente el futuro fluctuaba con cada decisión que tomaban en Maciel. O fuera.

Y de esa decisión nació una tercera, un extra. Lara había mirado por encima el libro de las runas y había llegado a la conclusión de que si alguien había creado aquellos símbolos tiempo atrás, ella podría crear magia nueva. La idea era recién nacida y la ordesa no habia intentado ponerla en practica al principio. La amasó mientras cuidaba a los pequeños, que cada vez eran más grandes y peludos, hasta aquella mañana temprano.

Lara había dormido mal, pues la moneda le había dicho que Taro estaba muerto, de nuevo, y los dados no le habían dado esperanzas para volver a casa con sus cinco niños. Para evitar verse en una espiral de pensamientos dolorosos, la ordesa subió al estudio y decidió llevar a cabo su primer experimento de invencción. Formó un círculo con cristales y talismanes y se metió dentro con el libro de mapas. Lo dejó cerrado en su regazo y sacó la moneda para fabricar el conjuro, que acabó siendo formado por varios fragmentos del hechizo de búsqueda, el de amplificación sensorial, el de protección básica y el de traspaso.

La ordesa puso ambas manos con las palmas abiertas unos centímetros sobre el libro y comenzó a pronunciarlo varias veces. Entre intento fallido e intento fallido, rezaba a la Suerte.

No pasó mucho más en el torreón aquel día, aparte de la alegría de Shaco y que al final acabaron, si no perdonándolo, al menos sin ganas de querer matarlo, cosa que no sorprendió al insecto. “Si no ha pasado nada no hay necesidad de molestarse” Algo así habría pensado Xalk seguramente.


Durante los días siguientes siguieron las búsquedas de Taro, algo que el insecto consideraba inútil porque no podía estar vivo a estas alturas. Aun así asistió a todas ellas.
En cuanto a Cio, el clinger comenzó sus entrenamientos con él tan pronto como pudo. Se centró principalmente en combate con armas pequeñas, y al final también comenzó a enseñarle a manejar las arrojadizas. No tenía piedad, y aun siendo entrenamiento con palos, Cio acababa lleno de moratones que a veces parecían fruto de golpes con saña. -¿No quieres llevarte golpes? ¡Pues impídemelo! La única forma rápida de aprender es que sufras para que tengas que centrarte enteramente en buscar formas de evitar el dolor.
Seguramente esto influiría positivamente en las habilidades del Irrense, pero así mismo sería directamente proporcional al odio que le tendría al clinger.

En el apartado mágico, esta vez centró sus esfuerzos en la defensa. Aprendió el hechizo de protección básica, y tras decidir mirarse los de curación terminó por dominar la sanación superficial, que tenía algo oxidada, y  aprendió el vigorizante hasta cierto punto.


Se despertó relativamente pronto, algo raro en él. En consecuencia se aburrió pronto y decidió solucionarlo moviéndose por todo el torreón buscando alguna actividad interesante... sin éxito.

Los grititos de alegría de Shaco lo confundieron. Estaba a punto de soltarle alguna pulla sin perder la sonrisa, cuando el chico lo descolocó totalmente dándole un abrazo antes de salir pitando hacia el patio. Cío negó con la cabeza y volvió a repantigarse en el sofá y cerrar los ojos. Seguía cansado pero su humor había mejorado notablemente.

En los días que siguieron a ese se repitieron más salidas en busca de Taro, pero para Cío era evidente que no iban a encontrar nada. Pensaba que, cuanto antes se hiciesen a la idea, probablemente mejor sería para todos. Aun así participó en muchas de las búsquedas. Si no lo hizo en todas fue porque el comienzo de sus entrenamientos no tuvo nada de ligero. Le sobraban horas y horas al día, por lo que siempre se unía a Shaco y Keiria independientemente de los entrenamientos con Xalk. El primer día con el humano había padecido agujetas, pero eso tenía poco que ver con lo que sufría con el clinger: cardenales y magulladuras eran el pan de cada día. Además, empezó a salir con ellos para traer las cestas al torreón, siendo aún más una carga que otra cosa, pero al menos era capaz de cargar varias cestas él solo.

Los entrenamientos con Shaco y Keiria habían seguido la tónica del primer día, con espadas de madera para practicar. En cambio, con el clinger, usaban palos que simulaban ser armas cortas como con las que él solía luchar, y además se incluyeron algunas lecciones de arrojar cuchillos. Para el irrense los entrenamientos eran frustrantes y, a la vez, lo mejor que había hecho desde que había pisado el torreón. Una vez perdió la vergüenza por no tener ni idea empezó a centrarse de verdad en lo que hacía, y si bien aprendía despacio, al menos no se podía decir que fuese mal alumno. Hacía lo que se le decía, y por eso terminó dejando de tomarse tanto en broma a sus maestros. Para sí mismo reconocía que tenía que haberle pedido suavidad al clinger, pero como por otra parte ya se esperaba que no fuese precisamente suave decidió aguantar el ritmo. Lo que más preocupado lo tenía respecto a eso era provocar una lesión irreparable en los brazos o desgastarlos demasiado rápido, pero terminó llegando a la conclusión de que era mejor lamentarlo solo si llegaba a suceder.

No era el único implante que le preocupaba, porque aunque era improbable que necesitase ser cuidadoso, seguía mirando su frecuencia cardíaca concienciudamente durante y después de cada entrenamiento, guiándose más por el gráfico que por ninguna de las cifras incomprensibles para él. En general procuraba evitar las preocupaciones y se limitaba a vivir, y sin darse cuenta de cómo, aquel estilo de vida empezó a sentarle bien. Esas dos semanas habrían sido mucho mejores de no ser porque las caras largas aún eran algo frecuente, y la ausencia de un plato en la mesa era insalvable cada vez que se reunían a comer.

Solo hubo una cosa más que Cío intentó en un par de ocasiones. Ver a sus compañeros mejorar con la magia era frustrante, así que preguntándose si algo habría cambiado ahora que estaba cansado de observarlos, probó de nuevo aquel primer hechizo que aún conservaba en su ordenador, cuidando de no ser visto por sus compañeros. Por supuesto no pasó nada, ni él se frustró como las primeras veces, pero frunció el ceño, molesto por no entender aquella injusticia.

Aquel día se despertó algo tarde, pero bastante repuesto. Los tirones de las agujetas ya no eran el mayor de sus problemas, sino básicamente los moratones que le dejaban los entrenamientos con el clinger. Bajó a la cocina y picoteó de las cestas.
—Buenos días —saludó de buen humor.

El tiempo transcurría lento para Ippon, quien había pasado las dos últimas semanas entre hechizos y pequeñas salidas al patio. Se había convencido de que el exterior no era tan horrible, que sus compañeros habían salido decenas de veces y no había pasado nada.  Salía cuando había alguien entrenando durante intervalos de tiempo que oscilaban entre unos pocos segundos y varios minutos. «En el patio no pueden hacerme daño —se decía una vez fuera, mientras repetía por lo bajinis el hechizo de protección básica— . Además, están entrenando, si pasa algo no estoy solo» . Esta vez, ni siquiera la desaparición de Taro había podido evitar que saliera. Había una pequeña probabilidad de que siguiese vivo y el irrense se aferraba a esa idea con fuerza.

En cuanto a la magia, había aprendido a invocar la luz mágica y a esculpir llamas con hechizos, y había pasado buena parte de los días intentando aprender algún hechizo más. Sin embargo, no conseguía hacer ni un cuarto de los hechizos que probaba, olvidándose de la mayoría de estos, convencido de que en un futuro podría hacerlos aunque no fuese un futuro cercano.  El carboncillo de los dibujos de la pared se había ido borrando con el paso de los días, por lo que el niño aprovechó para seguir dibujando sobre la piedra. No eran dibujos tan enrevesados como el primero que había hecho, de la plaza de la fuente, pero el resultado final le gustaba mucho más.  Había mejorado durante su estancia en la ciudad, lo que le alegraba algo. No todo era tan horrible.

Aparte de por Taro, Ippon estaba preocupado por Shaco y su trastorno de personalidad. No sabía muy bien qué era aquello, por qué aquella segunda personalidad había decidido aparecer en aquel momento o si volvería hacerlo. Simplemente le preocupaba la salud mental del humano, que ya parecía bastante tocada de por sí. Sin embargo, al no entender casi nada sobre aquello, intentaba no darle muchas vueltas y preocuparse mucho por algo que tal vez no tuviese tanta importancia.

Aquella mañana se quedó en la cama hasta tarde, dando vueltas con tranquilidad hasta que decidió que ya había remoloneado bastante. Bajó a la cocina y tras coger algo para desayunar se sentó en una silla, saludando a los que andaban por allí.

Archime asintió a Cío casi al mismo tiempo que Nero realizaba la afirmación. No mucho después de eso, ya que la conversación había concluido, el biomecánico subió al estudio como todas las tardes para volver a sumergir el hocico en los libros de magia y el de runas.

Y buena parte del tiempo durante las dos semanas siguientes lo pasó así, además de saliendo en casi todas las ocasiones que se organizaba una búsqueda rutinaria de Taro. Tras los primeros días, Archime tan solo salía porque se sentía responsable de la seguridad del grupo, pero el ingeniero consideraba que respecto a su desaparición ya no cabía otra posibilidad que no implicase la muerte del carabés.

En alguna ocasión no salió, delegando en Lara y Shaco la protección del grupo mediante medios mágicos, porque se encontraba excesivamente agotado. Las propias salidas lo dejaban exhausto y además había retomado sus prácticas de tiro. Para ello solía unirse a su peculiar forma a los entrenamientos que llevaban a cabo sus compañeros, practicando con la ballesta algo alejado del grupo. El biomecánico, además, se empeñaba en colocarles protecciones mágicas por si sucedía algún accidente. Había sopesado el practicar cuando no hubiera nadie más en el patio, pero era un hecho innegable que ver a los demás esforzarse era la mejor forma de motivación. Su mejora fue lenta pero notoria y al cabo de las dos semanas acertaba en el blanco más del cincuenta por ciento de las veces a la distancia con la que había comenzado.

Otras prácticas que siguió llevando a cabo en el patio fueron las de levitación. Le pidió a Cío comenzar con él el primer día de las dos semanas y descubrió que a pesar de que era más pesado que Lara ya no requería un proceso tan lento de práctica. Por ello, tras dos días solo con él, pidió entonces a Keiria que también le ayudase para poder realizar las mismas maniobras pero manejando a dos individuos al mismo tiempo a parte de sí mismo. Ello fue algo más complicado ya que requería mucha más coordinación, pero a lo largo de las dos semanas el irrense sentía bastante confianza con aquella práctica.

En cuanto a sus estudios mágicos, continuó probando más hechizos y de todos los que probó, hubo alguno más que no le salió, aunque eran muy pocos en comparación con los que sí. Este hecho reconfortó en gran medida al programador, aunque todavía seguía tratando de pensar el por qué de aquello o de la aparente incapacidad para la magia de algunos de sus compañeros. Tras haber leído el libro de runas prácticamente entero y practicado sus diseños, hizo algunas pruebas con ellas pero sin entrar todavía en circuitos complicados ni establecer utilidades concretas, aunque ya tenía en mente llevar a cabo algunas ideas en los próximos días.
Lo que sí llevó a la práctica fue un hechizo anclado. Se trataba de una idea que había tenido cuando colocó el hechizo térmico en el poncho de Xalkoth y que, entre unas cosas y otras, lo había aplazado. Vació de restos un armario que encontró en las mazmorras y lo limpió mediante magia, además de lijar un poco la madera desgastada. Moviéndolo mediante el uso de levitación, lo traslado a la cocina y allí le ancló un hechizo térmico para que conservase una temperatura baja. De este modo servía como una nevera y, tal y como les explicó al resto de sus compañeros, podían acumular comida de las cestas si realizaban salidas consecutivas para aprovechar la circunstancia y así los alimentos aguantarían más.

Finalmente, los últimos días se dedicó a desmontar sus gafas de sumersión en el ambiente para poder continuar con el proyecto del táser. Había esperado a que se le acabase la batería, ya que el cargador no lo había llevado con él debido a que ni siquiera se había dado cuenta de que llevaba las gafas colgando del cuello cuando abandonó a toda prisa su taller de Ío la noche de cosecha. Pronto le propondría a Cío desmontar de nuevo su brazo para colocarle los cables que había extraído, además de realizar el mantenimiento en su brazo izquierdo.

Aquella mañana bajó a la cocina casi al mismo tiempo que Ippon y saludó a sus congéneres con un “buenos días” sin modulación alguna antes de comenzar a seleccionar algunos alimentos de la improvisada nevera.
—Cío, ya tengo los cables para continuar con el proyecto —le comunicó mientras se sentaba a la mesa con su desayuno—. Cuando quieras puedo acoplar los cables en tu brazo y realizar un mantenimiento en él.

El aprendiz no tardó en salir corriendo en dirección al torreón, dispuesto a disculparse con todo el mundo. Keiria permaneció sentada, sonriendo levemente y ensimismada de nuevo. No tenía muchas ganas de moverse, y así permaneció hasta que el humano regreso pegando botes un rato después. Al parecer había tenido cierto éxito y había conseguido arreglarlo con los demás. La pelirroja seguía creyendo que de ser un caso de trastorno de múltiple personalidad no podía tener la culpa, pero el chico se había empeñado en disculparse, y había actuado según sus convicciones, algo bastante admirable. Continuaron hablando un rato mas, pero la ulterana terminó entrando al torreón a cenar algo, hacía horas que no comía nada.

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Durante las siguientes dos semanas, Keiria fue alterando poco a poco su rutina. Empezó a entrenar por las mañanas con el humano, y poco después se les unió Cío. El pelinaranja era un profesor algo extraño, pero poco a poco iba aprendiendo a defenderse. También ejercitaba su cuerpo por cuenta propia, pues además del entrenamiento matutino, la muchacha continuó practicando los ejercicios de estiramientos y resistencia similares al taichi que había aprendido de su padre. Estas sesiones la ayudaban a relajarse, y siempre que acababa estaba algo mas habladora.

Por otra parte empezó a leerse todos los libros que había por el torreón, escogiendo siempre los que nadie estaba usando. Su momento de lectura preferido era de madrugada, cuando apenas había nadie despierto, y aunque Archi se quedaba siempre hasta tarde, y Ri y Nero paseaban por el torreón habituados a su horario sinhadre, casi nunca fue interrumpida. La única pega era que se pasaba bastante frío, pues al ser una sala de piedra bastante grande, apenas se acumulaba el calor.

Cuando Archi le pidió ayuda para practicar el hechizo de levitación, aceptó algo recelosa. No porque no se fiara del irrense, pero que la mantuvieran en el aire sin que ella pudiera controlarlo se le antojaba un tanto incómodo. La experiencia, aunque rara al principio, resulto divertida al final, y aunque siempre estaba preparada para sujetarse a cualquier cosa si el hechizo se rompía, la pelirroja ayudo al biomecánico todas las veces que se lo pidió.

Las salidas para buscar a Taro se siguieron sucediendo, pero poco a poco las esperanzas fueron decayendo, y aunque seguían saliendo, aquellas expediciones les dejaban mal cuerpo: la ausencia del carabés era dolorosa, y la frustración al no obtener resultados les abrumaba. Muy en el fondo todos sabían que a aquellas alturas posiblemente era demasiado tarde, pero se negaban a admitirlo.

Aquella mañana despertó temprano y bajo a la cocina a desayunar con los demás, saludando a los presentes. Se sirvió un par de tostadas y se sentó a comerlas en silencio, atendiendo a medias a la conversación.

Poco a poco, gente se fue despertando y reuniendose en la planta de abajo, a discutir el día. Desayunaron, hubo alguna que otra charla y pasaron a discernir sobre la salida de aquel día en la búsqueda de Taro. Al aprendiz no le hacia mucha gracia pensar tanto en el tema, aún una parte de él queria toparse con Taro de pronto por la calle como quien no queria la cosa y lo dejarian pasar como una tonteria, una jugarreta o una broma. Pero debian hablar de ello, si es que querian encontrarle de verdad y no andar en circulos. Se sugirió expandir el territorio de busqueda, teniendo en cuenta que el carabés tenia un mayor rango de movilidad por la ciudad que la persona media, decidieron empezar al norte de la avenida, cerca de unas secciones de casas deshabitadas, como lo marcaba el mapa.

El aprendiz preparó toda su indumentaria y demás equipo y se dispuso a salir junto a los demás. Queria infundirles parte de su espíritu, de su esperanza pero, aparte de ser imposible, su propia voluntad habia empezado a resquebrajarse y, lentamente, como un virus, se habia hecho paso en su esperanza de encontrar a su amigo sano y salvo.

Sigue en la Casa Gamides.

La gente iba apareciendo cuando él ya había apartado lo que quería comer esa mañana. Les había ido devolviendo el saludo a todos con un simple movimiento de cabeza. No había un ambiente muy festivo esa mañana, pero aquella era la tónica de las últimas semanas. El comentario de Archi, por otro lado, sí fue capaz de darle una alegría. Se había tomado muy en serio su petición, no le había puesto pegas a pesar de que las tenía y resultaba que ni siquiera había olvidado el tema. Por otro lado estaba el mantenimiento, incluso él sentía que le iba haciendo ya mucha falta, sensación que se había incrementado desde el comienzo de los entrenamientos.
—¿Sí? Pues cuando te venga bien. Al volver de la salida, mañana, o cuando te de por ahí. —Después le tendió el brazo derecho, mostrándole un par de zonas peliagudas que se había golpeado entrenando, para preguntarle si creía que tenía algún riesgo por recibir nuevos golpes.
Mientras hablaban unos de unas cosas y otros de otras, llegó la hora de salir de nuevo a la ciudad. Cío calculaba que ya no harían muchas salidas más con aquel propósito, pero ya que ampliaban el rango de búsqueda no quería perdérsela. Con su alfanje aún más a modo de amuleto que de otra cosa, salió con el resto del grupo y se echaron a andar en dirección norte.

Sigue en la Casa Gamides.

Lara había pasado toda la mañana enfrascada en sus intentos de creación de magia. Todos habían fracasado y así se sentía Lara: fracasada. Y así se reflejaba en su cara: ojos rojos, mirada ausente y gesto serio, afectado. No entendía por qué no funcionaba. Se suponía que eran mágicos, especiales, poderosos... pero cada día que pasaba la impotencia se acrecentaba y Lara solo se sentía triste, torpe e inútil. Quizás fuera por Taro, quizás por todos los muertos en Letargo o quizás fuera solo que la ordesa sabía descifrar las señales que les había ido mandando la ciudad durante este mes y pico. <<Esto es una mierda...>> y lo que más le preocupaba de todo era que la mierda amenazaba con princar a sus pequeños.

Abrió la puerta al resto de macieleros con el mismo ánimo que había pasado el resto de la mañana. Esbozó una sonrisa alentadora (y falsa) y se dirigió a ellos con el mejor tono que sabía tocar con sus cuerdas vocales en aquel momento.

—Nada, ¿no?—su mejor tono resultó ser menos creíble que la sonrisa que se había calzado. La ordesa estuvo a punto de sugerir que abandonaran la idea, pero un resquicio de su tozudez interna se lo impidió.

Después de encontrar la salida tras tener que vagar de habitación en habitación solo sabía que no habían encontrado nada y además habían perdido al saltimbanqui. Tuvieron que esperar como idiotas a que encontrara la salida y, entre unas cosas y otras, se les había hecho tarde y ya tenían que volver al torreón.

Al llegar les abrió Lara y, ante su pregunta, respondió con una simple mirada. Bien se entendía.
—Hemos estado en la casa que dijo la otra que te cambiaba de sexo —comentó con tono desenfadado. El cotarro no estaba animado precisamente, pero la curiosidad que habían encontrado ese día era un tema bastante más amable—. Tenías que vernos las pintas. Nero estaba más reluciente que de costumbre. Le faltaba brillar para poder salir en su libro. —Le dirigió al sinhadre una mirada burlona, pero se rio. Era imposible no hacerlo al recordar aquel espantajo de papel.

Nero también se rió.
- Me declaro culpable de haber nacido entre telas suaves y cosas caras. Quizás tendría que buscar al autor para que me saque en la secuela. Entre que lo buscamos, me aseguraré de brillar cual Adonis Romeo.
Aunque bueno. no sé que se le dice al creador de semejante obra ¿Gracias por las risas o te perseguiré y forraré el libro con tu piel para igualar nuestros sufrimientos? Es posible que queden secuelas de por vida.
"Creo que las noto." pensó Ri, pero dijo monocorde - Escoge la segunda, entonces.
Otra risa, que dejó una sonrisa alegre y burlona después.
- ¿Segura de que no quieres leerlo entero? Es enriquecedor.
- Bueno. He probado la riqueza y me parece sobrevalorada. Estaré haciendome algo de comer.- con esa frase y una mirada a su edeel por si la contradecía y debia quedarse, se excusó de aguantar sus gilipolleces.

—Vaya...—Lara apartó la mirada del grupo, no quería que la vieran mal—. Me alegra que os lo hayáis pasado bien—en el tono se notaba cierto resentimiento. Una parte de ella quería reprocharles que no habían salido a divertirse sino a buscar a Taro, pero al final ella también daba por perdido al carabés y no quiso quejarse en alto de algo tan tonto. <<No podemos traer a los muertos de vuelta...>>—. Yo no he tenido suerte aq—uno de los bebés rompió a llorar en ese momento, interrumpiendo a su madre.

Lara suspiró y sacó a Rica del marsupio. La acunó y echó a andar hacia el salón meciéndose y chasqueando la lengua al ritmo.

—Ya pasó, cosita mía. Ya pasó...—su tono era parecido a ternura apagada.Se quedó allí, dando vueltas en círculos mientras el llanto de la pequeña cesaba poco a poco. La ordesa se preguntaba si sería normal que lloraran tanto.

Todavía tuvieron que atravesar varios cuartos más, cada cual completamente diferente del anterior hasta que dieron con la salida. Aún tuvieron que esperar a que Shaco la encontrase por su cuenta, pues tras la sala de las baldosas fluorescentes lo habían perdido de vista. Archime no hizo comentario alguno al respecto, ni siquiera estaba molesto con el humano por haberse perdido. Si acaso acusaba la pérdida de tiempo que podría haber empleado en el torreón practicando hechizos.

Y eso hizo cuando regresaron a Maciel. Tras responder negativamente a Lara con la cabeza, el irrense comió algo y subió al estudio. Probablemente propondría que cesasen en la búsqueda del carabés a partir de ese día, a aquellas alturas no quedaban demasiadas dudas acerca de su destino.

El ingeniero sumergió el hocico en uno de los grimorios y comenzó probando algunos hechizos con utilidades menores como el reflectante o el de atracción según pasaba las páginas. Vio un hechizo que al parecer servía para reforzar otros que se anclasen a él y decidió que trataría de dominar ese como meta a corto plazo. Más tarde le tocaría a las runas.

Ante la respuesta de Nero, al principio, no pudo evitar poner los ojos en blanco, pero al terminar en conversación con Ri se alejó un poco para dejar las botas cerca del sofá, tenía ganas de quitárselas. La respuesta de Lara tenía un tono alejado de lo que realmente estaba diciendo, pero tampoco lo entendió. Parecía desanimada, y su intento por suavizar las cosas tal vez se había alejado de ayudar. «Más no puedo hacer».
—Empieza a tentarme el “enriquecerme” con ese libro —le dijo a Nero mientras se sacaba la segunda bota —. Entonces te ayudaría con la parte peletera.
Se volvió hacia Lara, que estaba con una de sus crías, y esperó un momento para preguntarle.
—Um... ¿hay algo hecho para comer?

- Leetelo. Siempre es agradable comentar libros comunes.- dijo Nero con simpatía. - Además Anriel es demasiado seria para eso.

Ri estaba efectivamente en la cocina y captando una mirada de Nero, se puso a cocinar con rapidez. Al poco tenía un plato frente a él. Como quien no quiere la cosa, dejó uno delante de Cio también. Una de las comisuras de Nero se torció con diversión.