La Tierra

Fleur intuyó los pensamientos de Maila por su expresividad, sabía que aquello la enfadaba y en cierto modo eso solo podía animarla por tener alguien a quién le importaba de verdad. Maila era su salvavidas, preparada para ponerla a flote en cualquier momento.
-Gracias- correspondió el abrazo con ganas, viéndose sorprendida por notar a la hawaiana mojada y por tanto, ahora ella- te sigo.

El camino fue apacible pero el sol pegaba fuerte por lo que Fleur terminó por ponerse la muda de Maila que siempre llevaba cuando hacía surf. Se veía extraña, pues los ropa de tirantes le quedaba más grande y desde su estancia en Hawaii nunca desvelaba tanta piel, blanca y vulnerable al sol. Si su tía la viera no dudaría en reprenderla.
Fleur escuchaba divertida las discusiones de los hermanos de Maila sin intervenir en lo que ella haría para encauzarlos, pues no debía meterse en vidas ajenas, o eso es lo que le habían enseñado. Con Sor Clara sí se explayó, sabía que a Maila le divertía las mañas de aquella mujer para escapar a la ira divina de Célestine.

Cuando la figura del faro eclipsando el fuerte sol se presentó la francesa se sintió más segura, como en casa. Bien cierto era que no frecuentaba demasiado el lugar pero siempre sería más hogar que el convento, una prisión fría tan diferente a la calidez que la familia de Maila ofrecía. Se descubrió no echando de menos su casa en Francia, aunque sí su cuarto y las dos criadas gemelas, Charlotte y Cosette.
-¡Mana!- y la estrujó fuerte contra sus brazos, esnifando su olor natural a mar y oceáno. La apretó con ganas, conteniendo lágrimas tímidas cuando la chica se aferró a su cuello. Era el amor lo que más echaba de menos en su vida, el mínimo afecto la hacía sentir especial. Intentó tranquilizar a la niña entre risas, sin dejar de mirar a Maila- claro que sí, cielo, enseguida juego contigo. ¿Me dejas llevar unas cosas a arriba? ¿Sí?- le acarició el cabello negro- en seguida estoy contigo. ¡Buenas Api! ¡Qué grande estás Junior!- les saludó conforme se alejaba. Cuando se quedó con Maila a solas la detuvo poniendo su mano levemente en el hombro- ¿Sabes? Es igual que tú- suspiró- Mana, digo. No tengo ninguna duda, de mayor va a ser un maremoto- casi podía verlo si cerraba los ojos, la familia de Maila tenía la pequeña peculiaridad de comerse el mundo a su paso, tanto si te subías a su barco como si no.

Maila se  alegraba de la reacción  que provocaba Fleur en sus hermanos. Pasaban la mayor parte del tiempo en el faro o en los alrededores y siempre agradecían la compañía de la francesa. En especial Mana y Arthur que la recibieron con más entusiasmo que Api. Juntas subieron a la habitación de la hawaiiana, un cuarto pequeño con fotos y pósters de playas, arrecifes y surfistas coronando grandes olas. En la mesita de noche había varios colgantes y  una foto de Maila con su madre, en una casa blanca y acogedora que recordaba a tiempos mejores.

-Tienes toda la razón.-Dijo entre risas.- Mi hermana es un mini maremoto, aunque espero que sea menos desastre que yo. Ya es más madura que Api, ¿sabes? Pero aún no es consciente de lo que será capaz. Me recuerda a alguien.- Afirmó Maila mientras le cogía la mano a la francesa.

-¡Bajad ya, porfi! Me pido los dinosaurios y vosotras sois los exploradores, ¿vale?-. Vociferó la pequeña desde las escaleras. Las dos chicas bajaron sonriendo con el plan de masacre que les preparaba  Mana. Juntas vieron películas, jugaron todo el día y armaron tanto jaleo que hasta Api y Arthur tuvieron que apuntarse a la fiesta. Cuando se hizo de noche su padre los acompañó en la cena y Maila habló de por qué creía que el ballet y el surf tenían  ciertas similitudes en algunas técnicas.

Cuando se hizo tarde la hawaiiana y la francesa salieron al exterior y se tumbaron en una zona alejada y solitaria de la playa. A esa hora nunca había nadie por allí y le otorgaba al lugar un aspecto espiritual, con el sonido del oleaje como telón de fondo. Las dos chicas conversaron un buen rato sin saber lo que estaba por venir.

Fleur pasó el resto de la tarde haciendo de exploradora a punto de ser asesinada por la gran T-rex Mana, disfrutando de alguna película en compañía y apartando todos los pensamientos que pudieran devolverla al convento. Un día en el faro podía suplir todos los que pasaba con el hábito y aquel hecho se colaba en su mente con la misma facilidad con la que aceptaba dar un paseo junto a Maila.

Se sentía a gusto con los ojos cerrados y el rumor de las olas de fondo, tan oscuras que a penas podían distinguirse del cielo nocturno y estrellado. La arena fría se arremolinaba en torno a su vestido veraniego blanco y dejó que sus pies descalzos jugaran con la sensación húmeda de los granitos entre sus dedos. Echó la cabeza hacia atrás, visiblemente relajada.

Pero algo la distrajo, Fleur abrió los ojos lentamente, refregándoselos por el paronama de un patito sin cuerda andando hacia ellas.
-¿Es tuyo?- fue su primer pensamiento, pero la respuesta no tardó en llegar en forma de una mujer negra que les sonreía. La francesa se incorporó, alejando su mano de la de Maila y arrugando su vestido pero sin adoptar una postura tensa. Pronto otras criaturas las rodearon con curiosidad y no supo por qué pero no sintió miedo alguno. La chica llamada Akeyo les dijo que las estaba buscando y casi pensó que podía tratarse de unas de las artimañas de su tía. Sin embargo, algo en sus gestos la tranquilizaba y no parecía querer hacerles daño- sí, ¿qué quieres?- contestó, quería escuchar la historia. >>¿Qué es lo que solo nosotras podemos hacer<<?.

-¿Qué es mío el qué?- Preguntó confundida mientras se incorporaba un poco. Era un patito de madera que por alguna razón desconocida andaba sin cuerda alguna ni mecanismo.- No, no es mío.- Respondió la hawaiana mirándolo más de cerca. El patito no iba solo, ya que apareció justo después una mujer alta y  de piel oscura. Pronto se vieron rodeadas de más figuritas de madera.

<<Akeyo Kau... ¿De dónde viene esta?>> Pensó  Maila. Desconfiaba de la mujer, pero por alguna razón esa sensación empezaba a remitir. Para cuando la chica habló sentía más curiosidad que recelo por la extraña.

-¿Buscándonos? ¿Por algo que solo nosotras podemos hacer?-.La hawaiana secundó a Fleur con evidente interés. -Si, eso mismo. Somas todo oídos-. Maila se acomodó con las piernas cruzadas, ajena al humo verde que expulsaban las figuritas de madera y al efecto que estaba causándole.

Fleur escuchaba con atención la historia que Akeyo les contaba, en otra situación probablemente se habría mostrado más escéptica ante la extraña pero la francesa seguía atenta, ensimismada por sus palabras y viéndolo todo con un velo verdoso y agradable.
>>¿Milagros?<<. Su familia le había recordado todo el tiempo que era una desgracia, su presencia mancillaba el apellido Camus como una mancha oscura de tinta en el papel más blanco. Escuchar lo contrario no solo le gratificaba, la acercaba a Dios. >>Soy un milagro<<. Se repitió, contemplado el traqueteo de las criaturas. >>Y necesitan mi ayuda<<. ¿Cuándo no había respondido a una llamada así?.
-Libre...- murmuró, notando ajena la palabra y susurrándolo tan bajo que ni siquiera Maila podría escucharlo. Debía ser un sueño, uno demasiado bueno para ser real. Estaría dormida en el faro, o quizá lo hacía en el convento y había soñado todo el día, despertaría pronto, incapaz de contestar a su tía como lo había hecho. Y aquello le aterrorizaba más que acudir a esa tal Rocavarancolia.

Giró su rostro hacia la hawaiana, con los sentidos embotados y una sonrisa estúpida en la cara, de pronto tenía ganas de reír y al mismo tiempo una sensación de que la decisión que estaba a punto de tomar era importante se abría paso.
-No suena nada mal ¿no?- preguntó, soñadora.

<<Rocavarancolia>>.  Pensó con una media sonrisa la hawaiana. Sonaba a gloria y canciones sobre hazañas prodigiosas. Sin duda Mana y Api estarían encantados de ir y no se lo pensarían dos veces. Aunque no era de extrañar, teniendo en cuenta como eran los dos, tan parecidos a ella.

Maila escuchó a Akeyo mientras observaba a las criaturas de madera. Ahora sí se había dado cuenta del humo verde que expulsaban, pero en vez de desconfiar se limitaba a mirar aquella bruma con mucha curiosidad y asombro. <<¿Magia? ¿Criaturas milagrosas?>> Maila no pudo evitar echar un vistazo a Fleur cuando la extraña pronunció las últimas frases, era como si conociera la situación de la francesa. Y ella misma se vio algo reflejada en esos comentarios. <<¿No es cierto que mi padre no me entiende?  Y más de una vez he sentido la necesidad de salir de casa y sentirme libre surfeando... Y aún así...>>

-No suena nada mal, Fleur-. Le respondió a la francesa con una sonrisa y los ojos llenos de esperanza. Esta vez se dirigió a la mujer con un torpe giro de cuerpo para acomodarse que la desequilibró.-Pero me gustaría saber si mi familia puede venir conmigo, no querría que se preocuparan por mí-. Maila deseaba de veras ir, lo necesitaba... o eso creía al menos.

Por un momento Maila arrojó algo de lucidez a la francesa, si se marchaban estaban dejando cosas atrás. Su amiga tenía una familia de la que cuidar, pero ¿y ella?. Absolutamente a nadie, y descubrió que aceptaría incluiso si la hawaiana negaba la invitación. ¿Qué mas daba?, se despertaría pronto y nunca tendría un sueño igual de lúcido.
-Pero...- fue hablar la mujer negra y en seguida sus palabras la impregnaron dándole sentido- solo nosotras- dijo mirando a Maila, sus hermanos no tenían cabida en ese sitio. >>¿Acaso no lo entiendes?<<. Se preguntó, ¿por qué cargar con ellos a ese lugar tan especial?.

Fleur recibió el pergamino asombrada por la demostración que la joven acababa de hacer y lo leyó con rapidez. >>¿Estoy haciendo lo correcto?<<. Si era capaz de realizar milagros como ese la seguiría a donde fuera.
Como si del destino se tratase se le calló el rosario que llevaba en la muñeca al incorporarse para firmarlo, un pequeño destello lunar producto del azar pareció deslumbrar el objeto por un segundo, pero Fleur no necesitaba más señales.
>>Guíame<<.
-Está bien, Akeyo Kau, iré contigo- y firmó. No sabría decir quien lo hizo primero de las dos pero exclamó un pequeño “¡Ay!” cuando la pluma pareció morderle en el dedo. Lo último que recordó fue como la gravedad hacía de las suyas y su cuerpo caía desmadejado sobre la arena blanda. Sus ojos se tiñeron de tinieblas.

En silencio la escuchó, miró al suelo, el cigarro en su mano se iba consumiendo. La voz de Akeyo parecía retumbar en el desierto parque.

“¿Mi potencial? ¿Yo… tengo un destino? Puedo abandonar este lugar… Hay otro camino…”

Sarah había pensado mucho en la muerte, pensar en ella la tranquilizaba, si un día todo se volvía demasiado pesado, si un día no podía cargar con todo ese vacío, simplemente podía desaparecer cualquier día, incluso un día como hoy. Pero ahora ante ella se abría otra posibilidad, temblaba, tembló viéndose en esa ilusión creada para ella. Temblaba, aunque imperceptiblemente, pues ese nuevo camino le abría una nueva posibilidad. Dejo caer el cigarrillo al suelo. Algo dentro de ella se descongelo.

“No quiero morir, no quiero morir… Solo quiero dejar de vivir así, solo quiero dejar de vivir como ahora…”

Con una mano se echo el pelo por detrás de la oreja, levanto la cabeza y solo tuvo ojos para mirar una única cosa, el pergamino que se aparecía ante ella. Le daba igual su familia, sus amigos, su colegio, su planeta, su vida… y por primera vez tomo una decisión pensado solo en ella misma. Cogió la pluma con fuerza y escribió, con una letra limpia y clara:

Sarah Wildes

–¡Naomasa! ¡Me muero de la risa!–
–¡Qué idea más ridículamente divertida!–
–Pues así puestos me gusta como quedan…–
–¿Verdad? Los anillos son todo monos.–
–No sé si llevar la heráldica encima de nosotras a todas partes es lo más inteligente.–
–Ay, ven aquí Nobuna, la pequeña cascarrabias siempre.–
–Shhh solo está estresada porque Sanada le bajó la media ayer. Le vi suplicándole después de clase.–
–¡Nara, yo te mato! ¡Ven aquí!–

Las risas del grupo juvenil se podían oír en todo el sector, por ello, acabaron pasando a un cuarto privado dentro del club. La música se oia detrás de las paredes pero no había que gritar para ser oído.
Las bebidas corrían libertinamente. Varias botellas vacías de vodka, cerveza y sale posaban vacías sobre la mesa.
Dos cigarros y una hookah encendidos y varias conversaciones simultáneas hacían difícil seguir todo lo que se decía, pero siempre había sido así con aquel grupo de chicas. Así habían pasado incontables noches de fiesta cómo está, tan solo que en aquella ocasión el tema era Halloween e iban las cinco disfrazadas. Cuatro de los hermanos Dalton y una quinta de Lucky Luke.

–De todas maneras, creo que Nobunita tiene razón. Chicas, llevarlas solo a nuestras quedadas por si acaso, como pruebas de nuestra Amistad.–dijo la que iba disfrazada de vaquero, de apellido Naomasa.
Hubo un cierto acuerdo verbal con gruñidos y encogidas de hombros.
–Eso es mucho más precavido y conmovedor, bien dicho, Shinobu.– Comento la más alta de las seis, disfrazada de Dalton.
–Además, a algunas de nosotras no nos convendría que nos vieran relacionadas con alguien de clases del este. Sin ofender, eh.–
–Lo entendemos, Moritada. Yo no querría tener a tu abuela en mi familia tampoco.–

La que habían llamado Nobuna se levantó con un puchero y se acercó a la hookah, actualmente sin dueña. A través del vao de las cristaleras que había por ventana podían ver la vida noctura de Osaka, con tanta luz que uno necesitaba mirar al cielo regularmente para recordarse que el sol se ha puesto.

A medida que latas de abrían, los ceniceros de llenaban y las botellas se descorchaban, las chicas comenzaron a desvariar un poco más y dos de ellas se separaron y comenzaron a compartir la Hookah por su cuenta mientras hablaban en voz baja. Una ocurrencia un tanto común ya que ninguna de las otras tres pareció importarle.

Se tocaban las manos y fumaban lentamente, compitiendo entre ellas para hacer formas con el humo, con la intención de hacer a la otra reír. Cuando Nobuna fue derrotada ampliamente, su humor amargo mejoró al golpe de carcajadas que trajeron lágrimas a sus ojos.
–¿Ves? Mucho mejor así. No te preocupes, Sanada es un gilipollas, y he oído que siempre gradúa a las chicas más duramente.– dijo la mujer alta a la bajita.
–Carcamal machista… cuándo sea un anciano y le estemos pagando las pensiones voy a acordarme mucho de él, el muy cabron…– Musitó enojada la otra.

–Eh, eh… mírame.– Le respondió enseguida. –No te estreses, ¿Qué le vas a hacer, mujer? Céntrate en la fiesta ahora, y no te preocupes por las notas, al menos no esta noche.– Siguió hablando, tirando de la chica más pequeña hacia su pecho hasta entrar en un punto de contacto físico un tanto indebido. No que le importase a alguien dentro de la sala.
–Mírame, Nobu.– Siguio, cogiéndola suavemente de la cara y obligándola a mantener contacto visual.

La otra se dejó hacer, y con algo de comedimiento le hizo caso. Pronto un sonrojo decoró sus mejillas. Un sonrojo que tan solo se hizo peor cuando la otra habló de nuevo.
–Te quiero, Nobuna.–
Se hizo de rogar pero la mujer pequeña acabó por responder.
–...y yo a ti, Reina.–

Entre nubes de humo con olor a sandía, las dos chicas intercambiaron un beso corto pero lleno de significado.

Aunque hubieran decidido besarse durante más tiempo habrían descubierto un final abrupto para sus afectos, pues en cuestión de segundos entraría a la sala sin cerrar la puerta detrás de si Shinobu Naomasa, quién muchas veces se las daba de líder.
–Chicas, acaban de abrir la pista de baile.–
El sonido apagado entró claramente en el cuarto con ella. Era Thriller de Michael Jackson y las ebrias jóvenes no necesitaban más convencimiento para dejar el cuarto atrás.

Nobuna y Reina salieron del cuarto de la mano, pero el vínculo de rompió al poco por la segunda.
–Ah, me acabo de acordar que tengo que ir al baño… He bebido demasiado... bueh…–
–Te puedo acompañar si quieres…” respondió algo comedida la bajita.
–Eres un cielo, pero no hace falta. Ve con las otras y enseguida, vuelvo, ¿De acuerdo?–
La rubia asintió lentamente y Reina le dedicó una sonrisa para después dar media vuelta e ir al fondo del pasillo, hacia el baño.

Justo al entrar le vibró la falda. Era su móvil, se estaba quedando sin batería. Empujando la puerta del aseo, apagó el aparato y lo empujó, junto a sus numerosos talismanes y colgantes de vuelta al bolsillo. Seria un problema quedarse sin batería y no poder volver a casa.

A medida que se adentraba en el cuarto, lo hacía distraída. La batería del móvil le recordó la de los airpods y fue a su otro bolsillo para comprobarla. Aún se estaban cargando, por suerte, pero la caja aún tenía bastante reserva así que no se preocupó en absoluto por ellos al final.

El baño era lujoso con cañerías decoradas con filigranas de oro, pilas de mármol, toallero de caoba con mil productos de limpieza e higiene gratis para los clientes. El club era, después de todo, para élites.
Se adentro en uno de los baños cerrados y se alivio. Al cabo de un par de minutos salió un tanto distraída y se dirigió a la pila. Abriendo el grifo, comenzó a lavarse las manos y, para cuando se miró en el espejo, vio una sombra de alguien desconocido en una esquina del baño.
Se giró de súbito y al instante se tensó, sus manos mojadas pero su mirada llena de agudeza.
Aquella persona no era otra cliente. Quién quiera que fuera, le había estado esperando. Y ahora que estaba sola, tan solo podía dejar la imaginación volar.
–No hace falta que te presentes, no me importa ¿Qué quieres de mí?– Preguntó Reina con un tono frío.

Reina

La nipona guardaria la compostura ante todo. Abriendo y cerrando sus palmas, podia comprobar la sensación ya seca de estas con una sorpresa que no se manifestó en los caracteres faciales de la chica. Sus experiencias le llevaban a pensar que algo así de raro podría llegar a existir, sin embargo, la situación presente era cuanto menos siniestra. Una extraña la acorrala en el cuarto de baño de un club privado para hablarle de destinos, de titulos reales. Debido a que la otra persona habia decidido mostrar cierto respeto y hasta se introdujo, también lo hizo la chica.
-Yo soy Tomoe Rena.-mencionó, con una pequeña reverencia que tardó menos de un segundo en desaparecer.
Lo molesto de la situación, además de ello, era que las criaturas animadas que presentaba no le dejaban respirar a Reina. Muy discretamente, fue a pellizcarse la nariz.
—Señora Kau... Ese es su apellido, ¿no es así?— comenzó a responderle. —No se que, o quien te manda por mi, ya que hemos establecido que yo soy un objetivo, debe de haber una orden o una serie de superiores que te han movido a, ¿convencerme? No se, todavia no estoy segura si me estas secuestrando o intentando convencer.—
El humo verde era verdaderamente molesto. Necesitaba aire limpio después de haber estado encerrada en un cuarto con cuatro fumadoras empedernidas, no más humos y mucho menos estos de un desconocido.
-El tipo de truco que has usado, admitiré, es interesante cuanto menos, pero no tengo manera de saber cuales son tus intenciones. O las de ese consejo real que has mencionado. No hay realeza que mande sobre mi, salvo una. Y se que ellos no te han mandado.-
Las extrañas criaturas hechas de partes le llamaron la atención unos segundos. Suspicaces ojos analizaron los materiales y posibles mecanismos que estos escondian, pero cuanto más lo pensaba más preguntas le originaba, no menos.
—Así que me gustaria una explicación con menos pompa...—tosió suavemente y se llevó la mano a la boca para toser una vez más.—... y más sentido.—
El maldito humo le estaba mareando.

Un leve tintineo de la bombilla asumió en la más absoluta de las oscuridades la zona de la calle donde reinaba la farola, lo que tuvo de absoluta lo tuvo de fugaz. Este pequeño movimiento de luz le hizo posar la vista sobre el cristal de la ventana, obligándole a retirarla por un segundo del libro.

Desde que tuvo potestad para elegir, Toni prefería, a esas horas, la compañía de un libro a la misma charla repetida de su padre: ancestros imperiales, bastardos, fortunas pérdidas y familiares lejanos que hacían honorables los mil apellidos que pesaban en él como losas. Había aprendido a disfrutar de aquellos libros en secreto, pequeñas burbujas de paz que abrazaba con ansias cada vez que caía la noche.

"Todo esto te daré si postrándote ante mí me adoras".
Había leído la misma frase tantas veces que era capaz de recitarla al revés. Pero en esa ocasión había algo especial en el uso de la frase, la forma en que aquella escritora la había girado, truncado y machacado, moldeando su significado, producía en Toni una sensación de dolor que no supo explicar.
Cerró los ojos instintivamente.

Al abrirlos de nuevo, sobre la silla que se enfrentaba a su cama, una mujer alta de piel oscura, cabello negros y ojos marrones lo observaba con una mezcla de ternura y lo que parecía ser un apetito voraz.

—Hola Toni, soy Akeyo Kau— Unas rastas recogidas en una coleta corta  se caían en cascada por el lateral del vestido amarillo.

—¿Aquello qué?— Con la impresión de la aparición, Toni observó la puerta cerrada de su cuarto— ¡Mamá hay una negra en mi cuarto!