Segundo sueño de Tap

A Tap empezaba a asustarle la idea de que su particular y viscosa barca se hundiera en el fuego líquido, que había empezado a mecerla hacia los lados. El dolor seguía ahí, desde su cola hasta casi el cuello, y cada vez que exhalaba aire por la espalda sentía ganas de morirse. De vez en cuando el vaivén le salpicaba con pequeñas gotas del líquido ardiente, a las que Tap respondía mordiéndose más y más los labios. Poco después de comenzar su viaje por el mar de fuego, la savia le chorreaba por la comisura, pero una herida en el labio dolía menos que si chillaba con la espalda quemada.

El viaje se le hizo eterno y, cada vez que remaba con el hueso, los pensamientos de Tap insultaban a un gigante diferente. No sabía dentro de quién estaba, así que lo mejor era arremeter contra todos. Cuando acababa la lista, volvía empezar. Y así hizo, renqueante, hasta que el hueso tocó tierra de tal manera que la desgarró. No tenía ni idea de dónde se encontraba, no había visto nunca a un gigante por dentro hasta ahora, pero lo que fuera que había roto debía ser importante. Tanto que su anfitrión se sacudió.

Y de forma tan brusca que Tap salió despedido de su barca y cayó sobre una charca del mismo líquido que le había abrasado la espalda. Sintió como sus rodillas y los dedos de sus pies hervían antes de que un movimiento reflejo lo levantara y, el chillido que había contenido con las salpicaduras, esta vez salió solo. Esperando que su propio aire le calmara, se permitió unos instantes para soplarse las heridas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba hiperventilando. El miedo seguía acompañándole pero, aún con todo, una sonrisa de cierta satisfacción suicida asomaba sus labios ahora. <<Esto le ha dolido>>. Vislumbró el conducto que le seguía. <<Y más que le va a doler>>.

De alguna manera, se acordó de algo que no había tenido en cuenta hasta hora: llevaba el veneno, los dardos y la cerbatana. Tiró esta última, que solo sería una molestia ahí dentro, y gastó todo el somnífero en empaparse las manos. Sin tocar los dardos, se metió por el agujero dispuesto a envenenarlo desde dentro.

Era estrecho, demasiado para su gusto. Tanto que a ratos le obligaba a agacharse para no darse con la cabeza o rozar las quemaduras con el techo. Las paredes estaban cubiertas de sangre en ascenso, siguiendo una lógica diferente a la del resto del mundo. <<Así les va a los imbéciles estos...>>. Pensó con odio mientras plantaba las manos envenenadas en el líquido rojo con ahínco. Tap se sentía hecho mierda, apenas podía mover los pies sin gritar. Le dolían partes del cuerpo que ni recordaba que tenía y, aún así, consiguió arrastrarse en la dirección que marcaban las protuberancias en las paredes.

Por alguna razón, el cambio de color de la sangre agradó al repoblador. Era como una garantía de que su veneno funcionaba. Además, el contacto con el líquido le aliviaba los dolores. Tap se relajó y se dejó llevar por él. No se preguntó como respiraba, ni trató de buscarle la lógica al descontrol que había poseído las paredes del conducto. Simplemente dejó que la sangre envenenada tirara de él.

Cuando el líquido acabó de arrastrarlo, Tap emergió en lo que parecía un panal hecho de músculo despellejado. No era como letargo, le recordaba más al Libro gigante en el que se había topado hace meses con los flotantes. Lo único es que este no tenía nombres escritos en las paredes de piedra, sino dibujos en el techo carnoso. <<¿Pájaros?>>. Tap se embobó mirándolos sin saber muy bien cómo sentirse. Por un lado el lugar le asqueaba y por otro le parecía aterradóramente maravilloso. <<Los gigantes son como plantas carnívoras mal estructuradas>> pensó algo desconcertado. Tap no le encontraba ningún sentido a tener algo así escondido dentro del cuerpo.

Ahora que las quemaduras apenas le molestaban, el repoblador se dejó mecer por el sonido que producían las paredes externas al contraerse y se hizo un ovillo en el suelo bajo el tabique, procurando no apoyar las partes heridas. <<¿Son latidos?>>. No lo sabía con seguridad, pero el ritmo que llevaban le resultó tristemente alentador. Su impulso suicida, provocado por el ataque de rabia inicial, casi había desaparecido y ya no estaba tan seguro de qué era lo que quería realmente. Ahora que los latidos le calmaban, lo único que sentía era envidia. Muchísima envidia. En el fondo, desde el primer momento, Tap solo había querido una cosa. Incluso cuando había estado seguro de todo lo contrario.

-No quiero morir. No quiero morir. No quiero morir...-sollozaba.

El primer pensamiento de Tap al ver que la sangre inundaba el sitio en el que estaba fue dejar de nadar. Pero no era tan valiente y al final, cuando el líquido subió y dejó de tocar el suelo, el repoblador pataleó como si no hubiera un mañana. Más tarde, cuando fue succionado por fuerzas desconocidas y volvió de nuevo a ser tragado por los conductos, recordó que habría dado igual. Por la razón que fuera no se ahogaba.

Después de un viaje vertiginoso en el que hubo ratos que Tap pasó una claustrofobia horrorosa, fue escupido a una nueva estancia. Era toda blanca; solemne como había sido la anterior, pero totalmente distinta. Era más amplia el sonido de una vibración se colaba. Una piedra se alzaba en el centro como único adorno y, sin embargo, lo primero que Tap hizo fue alzar la vista hacia el techo, esperando encontrar más dibujos.<<No sé qué esperaba..>>. La decepción de no ver nada fue lo que le hizo encaminarse hacia la piedra en segundo lugar.

Y no entendió nada. <<¿Una espada?>>. Ya no le resultaba raro que hubiera una roca dentro del gigante, después de ver un panal antes, y aún así el arma le pilló por sorpresa.. Tap la examinó durante varios segundos y no supo qué pensar. ¿Era un regalo? ¿Un milagro? La verdad es que, en el fondo, al repoblador le importaba un pimiento si era alguna de esas dos cosas. Lo importante en sí era el arma, cuya visión le inundó de cierta esperanza, probablemente vana. <<Todavía no estoy muerto..>> y, con cada vez menos dudas, agarró el arma por la empuñadura con sus manos inferiores y la alzó en el aire, para comprobar su peso.

Tras pasar un dedo por el borde y comprobar de primera mano que estaba afilada, Tap tuvo que contenerse para dar botes de alegría. Todavía podía escapar, tenía una esperanza. <<Una espada...>>. No sabía demasiado sobre su manejo, pero había visto a los gigantes jugando con ellas durante cinco meses en el patio. <<Algo se me habrá quedado>>. Se acercó a una de las paredes y pegó una de sus manos libres. Notaba la vibración al otro lado. Era aire. <<Voy a salir de esta>>. La simple idea agitó su respiración e iluminó su cara. Su espalda empezó a silbar de alegría de manera instintiva. <<Puedo salir de esta>>. Blandió la espada con toda la fuerza de sus cuatro brazos y la dejó caer sobre la pared blanca.