Acantilados

Cuando Kin se enteró de que aquello era cosa de Giz, por un lado dejó de preocuparse por la presencia de aquel mastodonte, pero por otro se incrementó su curiosidad. El goliat hacía cosas de lo más peculiares siempre, y esa vez parecía habérsele ido la mano tremendamente.

A Archi no se le escapó que su cara había cambiado al escuchar el primer trueno en la distancia. El raigaurum le quitó importancia al tema.
—No creo que haga falta. Estoy acostumbrado, es lo que hay. —Pero lo cierto era que por muchos años que pasaran, seguía siendo una experiencia dolorosa. Aquella noche, con la Luna en el cielo, no podía evitar recordar su transformación, cómo al dolor de sus cambios se había sumado la parálisis y el sufrimiento tras ser alcanzado por un rayo en el patio del torreón—. ¿Debería proteger el comunicador? Tal vez podría romperse.


Al cabo de un rato llegaron a la costa. Aquella distancia era suficiente para observar bien la forma del animal volador, pero no se detuvieron, atajando por los acantilados, hasta que se toparon con un conocido allí.
—¿Ese no es…? —comenzó Kin, entrecerrando los ojos—. Sí, sí es. Es Heraldo. ¡Hey! —Levantó un brazo para hacese notar, y cuando acortaron la distancia que los separaba del ominario le preguntó, señalando al cielo—: ¿También estás aquí por esa cosa?

Notó de forma instintiva que algo había sucedido cerca del lugar hacia el que los llevó la búsqueda del cetáceo gigante. Se fijó en la figura que se alejaba en dirección al castillo, sin duda tratándose del tesorero real, inconfundible por sus vendajes, y dedujo que la momia tenía algo que ver con aquella súbita e inesperada recarga mágica. Kin le sacó de sus cavilaciones al hacer notar la presencia de alguien conocido, y el kairós no dudó en seguirle para reunirse con otro de sus amigos. El ingeniero seguía sin contar con una buena habilidad leyendo los gestos y sentimientos de los demás, pero incluso para él fue evidente que el ominario observaba la ballena voladora con fascinación. Tras un escueto “buenas noches” se colocó al lado de sus dos amigos para continuar contemplando aquel extravagante ser. Volvió a hacer uso de la niebla mágica para poder ver más de cerca la fascinante criatura.
—La genemagia, sin duda alguna. Giz y el resto de mercenarios de la brecha se encuentran sobre su lomo, por lo que ha de tratarse de uno de los experimentos de Giz —respondió a la pregunta de Heraldo Rocuo.

Los tres observaban el cielo, escuchando el cántico de la ballena. Kin nunca había visto un animal tan grande, y mucho menos volador, por lo que le resultaba imposible quitarle los ojos de encima. Al parecer era un mamífero acuático en su base, ya que la genemagia estaba detrás de su creación, como le explicó Archi a Heraldo.

—Qué cabrones —soltó al escuchar que los de la Brecha estaban allí arriba, aunque su sonrisa delataba que la envidia era soportable. Al cabo de unos segundos se dirigió al ochrorio de nuevo—. ¿No están los demás contigo? Antes parecía que había alguien más aquí —quiso saber. No había visto a los de Serpentaria esa noche, pero se había figurado que estarían juntos.

La bruja deambulaba por las calles sin saber qué hacer. Quería festejar y estar con sus amistades pero también quería festejar y estar sola con sus onyces... Pero también quería estar a solas y en calma. Sin embargo, todo su cuerpo y su dominio, su magia y toda su alma, toda ella pedía rendirse al influjo de la Luna Roja y soltarse un poco —o mucho— aquella noche, desahogarse, romper con estos meses de duelo, de desasosiego, de estar recluida en su habitación. Su magia vibraba en su interior y parecía querer salir por los poros y hasta las onyces danzaban y gritaban a su alrededor, ávidas de hundir sus colmillos y garras en donde pudieran. Cada Luna le rodeaban más y más, y aún más si daba rienda suelta a sus ansias de violencia, sin contar las nuevas que se unían en algunas ocasiones sin buscarlo ella misma.

Fueron ellas quienes le avisaron de que una gran criatura volaba oscureciendo partes de la ciudad. Se habían visto atraídas a la ciudad por una pelea en un callejón y habían avistado a la enorme ballena mientras investigaban qué era ese imán que tanta atracción ejercía sobre ellas: la bruja. A las nuevas nunca les sentaba bien el yugo que aparecía alrededor de sus cuellos al entrar en la ciudad y en ocasiones se peleaban con las veteranas o montaban escándalo. Pero la bruja ya estaba acostumbrada y solía dejar que se desahogasen entre ellas o de cacería poco deportiva en los túneles de la ciudad.

Fue en busca de la nueva maravilla de la ciudad y sus pasos la llevaron al Acantilado. Iba pensando en la de sorpresas y misterios fantásticos que encerraba Rocavarancolia cuando vio a varios de sus amigos a lo lejos. No pudo evitar emocionarse: el mejor tesoro de la ciudad, además de la magia, eran sus amistades, su nueva familia... los que quedaban, pero también el recuerdo de quienes ya no estaban. Se detuvo para secarse los ojos antes de acercarse.

Y llegó al grupo con un coro de sombras a su espalda cuyas voces podían rivalizar con el cántico de la criatura. Habían visto a la ballena desde lejos y lo menos violento que querían hacer con ella era despedazarla viva. Pero por suerte para el grupo, se callaron con una mirada de reojo mientras les saludaba con la mano.
—Están a tope esta noche, como todo el mundo, pero prefiero escuchar a esa ballena... Es relajante. ¿Qué tal vosotros? —les sonrió.

«El genemante asreniano, por supuesto». Dentro de sus conocidos en la ciudad, él era el único al que creía capacitado para hacer algo así. No entendía cómo no se le había ocurrido antes.

―Vine solo hasta aquí, no sé dónde estaba el resto ―contestó a Kin―. A quien has visto es a Gapiccio Garoni. El recaudador de impuestos del consejo ―aclaró.

Cuando iba a proseguir, oyó un nuevo conjunto de voces que le resultaban familiares. No tuvo que girar mucho la cabeza para comprobar que, efectivamente, se trataba de la australiana y sus sombras. Dejó que acallara a estas y pronunciara ella el primer saludo.

―Justo ahora les estaba contando algo que me acaba de ocurrir, Onyx ―respondió―. Me ha venido a ver Gappicio Garoni. El anterior pregonero del consejo, Miseria Nombre, ha se ha exiliado hoy mismo, así que me ha ofrecido ejercer a mí sus funciones. He aceptado.

No pudo evitar, tras pronunciar las últimas dos palabras, sentirse un poco orgulloso de sí mismo.

El raigaurum no tuvo tiempo de sorprenderse por la revelación de Heraldo, ya que la llegada de Alice le interrumpió. ¿Por qué motivo se había puesto a hablarle uno del consejo?
—¡Hola! —saludó a la bruja cuando la detectaron—. Igual con un poco de tiempo se planta aquí toda la ciudad por culpa de esa cosa —bromeó, al imaginar que la había atraído a la costa lo mismo que a los demás.

Entonces Heraldo continuó contando lo que había dejado a medias. Kin abrió bastante los ojos al escucharlo.
—¡Hostia! —soltó. Conocía a Miseria porque todo el mundo lo hacía. Habían escuchado sus pregones muchas veces por la ciudad—. Supongo que no se lo pensaron mucho al ver que compartís transformación. Enhorabuena, supongo. No creo que sea mal trabajo, pero a saber qué te hacen decir. —No especificó más porque estaba bastante seguro de que al ominario y a él le molestaban cosas bastante diferentes, con todo de no conocerle demasiado bien—. ¿Tienes que hacer algo más que dar pregones?

El kairós ya había visto a la momia alejarse por lo que no le sorprendió lo que Heraldo Rocuo comenzó a contarles, pero antes de poder saber de qué había hablado con el miembro del Consejo apareció otra persona amiga.
—Buenas noches, Onyx. Yo me encuentro bien.
Tras responder a la bruja y observar el comportamiento de su dominio durante unos instantes, volvió a fijar su vista en el océano y el gran cetáceo volador.

El ominario les explicó finalmente el porqué del encuentro con el tesorero real. Lo cierto era que el kairós también había presenciado aquella noche como Miseria Nombre atravesaba el portal de Nubla y había oído retazos de la conversación, pero no había bastado para deducir que el ominario pregonero del Consejo pretendía exiliarse de por vida. A Archime le parecía una decisión lógica, por lo que ya había expuesto Kin, pero consideró apropiado ofrecer algunas palabras a su amigo.
—Enhorabuena, Heraldo Rocuo. Por lo que yo sé, el anterior ominario también ejercía de mensajero del Consejo cuando era necesario —dijo tras la última pregunta del demonio raigaurum para después girarse hacia el ochorio—. Desconozco si realizaba más funciones, no obstante.

Tuvo que reírse con el comentario de Kin.
—Media ciudad está pendiente de la ballena, o eso dicen las onyces, pero espero que no vengan o el acantilado se caerá con tanta gente y tanto terremoto —bromeó.

Y es que era verdad. Toda la noche había estado salpicada de temblores tanto en el suelo como desgarros de tormenta en el cielo. Había sido consciente de ello, pero como quien era consciente del viento o del piar de los pájaros en la Tierra. Ya era "normal" para ella que pasase eso en noches de Luna Roja.

Después de los saludos, Ozz les dio una noticia. Una muy buena noticia. La bruja dio un salto y todo al escucharlo.
—¡Qué bien! Ya tengo ganas de escuchar tu pregón para los nuevos cosechados. Podré decirles "el que dio el pregón es uno de mis mejores amigos" —volvió a reír mientras se acercaba al ochrorio—. Estarás orgulloso, oye. El Consejo no ofrece trabajo a cualquiera. Enhorabuena —y le dio una palmadita en el hombro.

Luego, esperó a que respondiera a los demás, pero le costó quedarse quieta en el sitio y empezó a tamborilear el suelo con los pies. Su ritual del bosque y la presencia de la Luna estaban surtiendo efecto. Dos onyces bajaron a sus hombros. Alice dio dos pasos hacia atrás y dio la espalda un momento a sus amigos.
—¡Vamos a bailar con sangre y fuego!
—¡Lo estás deseando! ¡La Luna lo exige!
—Esperad, diantre. Amistades primero, ese era el trato. ¡Esperad un poco! —y volvió a mirar a su gente—. Disculpad, ya estoy —reía. Tenía ganas de reír.

—Bueno, sea lo que sea que te manden hacer, cuídate de esa pandilla —dijo el raigaurum, refiriéndose al consejo. Él no sabría si estaría tan tranquilo como Heraldo con aquella incertidumbre de haber firmado para hacer tareas misteriosas en un futuro.

Kin estaba distraído escuchando retazos sueltos de conversaciones entre las onyces. Normalmente no le gustaba escuchar, pero era mejor eso que los ruidos que provenían del propio mar. Precisamente otro ruido que no pertenecía a los monstruos marinos agitados llamó su atención: un zumbido familiar, que provenía de algo que pasó a toda velocidad no muy lejos de donde se encontraban, a la misma altura que había pasado anteriormente la ballena.
—Y ahí va Xalk. Por supuesto —soltó, sin un ápice de sorpresa en su voz. Era de esperar que fuera de los tantos atraídos por la ballena, solo que él no era de los que se conformaría con mirar desde tierra.

La bruja sonreía durante la conversación con sus amigos y las explicaciones de Ozz. La ballena se perdía en el horizonte y pensó que quizá volvería a reunirse con otras en el mar. Quizás. ¿De dónde había salido, si no? La curiosidad pudo con ella y, como ellos habían llegado antes, les preguntó en un inciso... Y fue peor. <<Ojalá (nunca) conocer a Giz en un ambiente no hostil como lo de aquella vez... Si puede crear criaturas, la vieja Alice terrícola se volverá su fan número 1>>

De nuevo, las onyces la distrajeron. Se habían fijado en lo mismo que Kin. ¿A dónde diantre iba Xalk? ¿No se cansaría al intentar volver, no?
—¡Persigamos a ese insecto!
—¡Démosle caza!
—Si os hubiera conocido durante la cosecha... —recordaba el incidente con Kora, aunque le era todo muy lejano—.Pero no. No está en el menú, chicas.
—¿Pero entonces?

La bruja miró a sus amigos de brazos cruzados, pensativa.
—¿Tenéis planes esta noche? Estas quieren liarla parda y yo necesito desmelenarme, la verdad... —No quería decirlo, pero estaba cansada de arrastrar tanta tristeza. Había vuelto a tamborilear el suelo con una pierna. Se le ocurrió algo y lo dijo en voz alta—: Si alguien quiere ir a bailar a la taberna, que hable ahora o calle hasta la próxima Luna. Necesito música.
—¡Y sangre! —exclamó una serpiente oscura enroscada en su brazo derecho. La bruja rió. Les estaba dando más libertad esa noche.
—La Bodega se sale de mi presupuesto, ¿eh? —rió.
—¡Niña tonta, no te burles de nosotras! —le mostró más colmillos de los que tenía ninguna serpiente terrícola, pero la amenaza no pasó de ahí. Alice la ignoró de todas formas.
—Pues eso, chicuelos, nos vamos a otro sitio o me voy por libre y os veo más tarde. ¡Venga, decid algo, porfa! —les animó con las manos.

Pero no contenta con eso, dio un pisotón en el suelo. La orden no necesitaba gesto o palabra alguna, pero qué más daba? Un buen número de sombras se abrazó a su espalda y sus extremidades y la alzaron del suelo unos centímetros.

Atendió con interés a la explicación de Heraldo Rocuo y asintió cuando finalizó. Estaba seguro de que su amigo haría un trabajo impecable como pregonero. Vieron pasar a Xalkoth, lo cual distrajo la conversación inmediatamente. El irrense observó al insecto volar hacia el cetáceo, pero pronto no fue capaz de seguir observándole.
—Yo me encontré con él antes y le hablé de la ballena voladora, imagino que ha venido a verla también —comunicó.
El kairós no juzgó necesario explicar en qué circunstancias se había encontrado con la plaga aproximadamente una hora antes: estaba seguro de que Xalkoth precipitándose y sufriendo algún percance por ello no se trataba de algo novedoso para nadie. Por suerte, el insecto contaba con una gran resistencia dada por su tansformación.

Permaneció en silencio largos segundos ante la propuesta de Onyx. La última vez que había acudido a una fiesta en un local no se había encontrado demasiado cómodo, y tenía claro que no volvería a probar ninguna bebida alcohólica. No obstante, su clínica se encontraba cerrada hasta el día siguiente y aquella era una noche especial. La Luna Roja también provocaba un efecto en el aparentemente sempiterno neutro kairós, aunque no lo exteriorizase. Prefería permanecer rodeado de sus amigos y disfrutar de su compañía: aquella noche podía permitirse hacer una excepción, sin duda.
—Os acompaño a donde vayáis.

Heraldo escuchó la advertencia del Raigarum. Por supuesto, era consciente que debía tener cuidado. Pasaba igual con cualquier desconocido (e incluso conocidos) en aquella ciudad. Aun así, el consejo le ayudó a poner los pies en la tierra. Asintió mirando a Kin cuando este finalizó y escuchó la pequeña discusión de Onyx con sus sombras. No prestó mucha atención al clinger, le parecía claro por su personalidad curiosa que iba a ver a la ballena.

―Creo que este puede ser un buen momento para pasar con vosotros un rato en la taberna tal y como te dije que haría ―respondió a la propuesta rememorando la suerte de promesa que le hizo cuando trabajaron en la reconstrucción de las dragoneras.

Tras la breve aparición de Xalk –que no pareció ni reparar en ellos–, se empezó a hablar de los planes a tener en cuenta a continuación. La taberna sonaba bien, Kin empezaba a cogerle el gusto a la música tradicional, y si el ambiente no era agradable por lo que fuera, podía marcharse sin más.
—Me apunto a la taberna. Últimamente estaban mejorando la variedad de productos, hasta tenían bebidas energéticas irrenses. Además Keiria estará allí, como tiene que trabajar al menos podemos hacerle compañía un rato.

Aparte, estaba gratamente sorprendido de que ni Archi ni Heraldo se fuesen. Especialmente era raro en Archi, o eso pensaba, ya que a Heraldo no lo conocía tan bien.
—Mejor vamos a paso ligero, porque esta lluvia no tiene pinta de ir a parar pronto —añadió, al ponerse en marcha. Prefería ponerse a cubierto mientras durase la tormenta.

Al final todos se apuntaron a acercarse a la taberna. ¡Por fin! Le extrañó que se apuntasen, pero aplaudió la decisión, literalmente. Además, podría haber más gente allí, mucha más, y le vendría bien darse un baño de sociedad, aparte del que ya se estaba dando bajo la lluvia. Necesitaba aquello como quien necesita una buena ducha después de un duro día de trabajo.

Con eso decidido, hizo (o, más bien, las onyces le hicieron) una cabriola en el aire que acabó con ella bocabajo, en vertical sobre el suelo. Estiró el brazo y un dedo hacia la ciudad mientras exclamaba lo siguiente:
—¡A la Taberna!

Volvió al suelo, del derecho, para dirigirse hacia allí. Pero antes de iniciar la marcha, escuchó a su amigo y no se lo pensó dos veces. Mandó a unas onyces sobre su cabeza y un poco a los lados para cubrirle del agua viniera en la dirección que viniera.
—Puedo poneros paraguas al resto, si queréis. O podría imitar a esa ballena y hacer que nos lleve en la boca —bromeó.
—¡Eso, eso, mete a tus amigos en nuestras fauces! ¡Estarán cómodos!

No sabía si la sombra del brazo bromeaba, pero se rió bastante con la ocurrencia.

Sigue en La Taberna.