Bahía de los Naufragios

-¿Qué?- gritó Taro mástil abajo, ya que con el ruido del viento y del mar no había entendido bien lo que había dicho Shaco desde abajo.
Obvió repetir la pregunta dado que el ruso estaba trepando también el palo mayor, y se apartó para dejarle sitio en la cofa. La forma en que estaba formulada la siguiente pregunta del ruso le confundió un poco, pero se encogió de hombros igualmente.
-Igual que abajo, compañero- dijo en respuesta, imitando el apelativo de Shaco-. ¿Quieres?- le ofreció el bollo por el lado que no estaba mordido.

No hubo tiempo a que el ruso le respondiese, ya que en ese momento un pajarraco intentó interceptarlo. Taro lo conservó en la mano por los pelos, pero en ese momento más gaviotas volvieron a echárseles encima. El carabés maldijo mientras trataba de quitarse de encima a las que fueron a por él.

"Así no hay manera de bajar". Constatando por el rabillo del ojo que Shaco estaba en una situación similar, tiró el bollo en dirección al cúmulo de gaviotas con la intención de distraerlas lo suficiente para ganar tiempo y trepar mástil abajo.
-Que os aproveche- bufó. Intercambió una mirada cómplice con el aprendiz y empezó a descolgarse por el palo.

El aprendiz iba a declinar la amable oferta del Carabés, alegando que todavia tenian que comer y que no querria quedarse sin hambre pero de pronto unas pesadas gaviotas comenzaron a acosarles, haciendo varias acometidas desde el aire. El joven ruso blandió su bõ cual cachiporra intentando espantarlas, dando golpes al aire. Aun así, las gaviotas no cesaron y apenas logró rozar a una. Cansado, el humano rugió y descolgó su escudo.
-¡Esto es Esparta!-gritó, dando golpes más certeros con este para finalmente situarlo por encima de su cabeza y así aislarse de la ira de las gaviotas. Dirigiendose hacia Taro murmuró, usando para ello su mejor impresión de Silvester Stalone.-¡Ohdiosmioestoesuninfierno!-gimiteó con voz grave y ronca.

Pero así no podrian bajar. Taro finalmente sacrificó su bollo para empezar a descolgarse por el mástil.
-Ojalá se atraganten con ello.-dijo el aprendiz a modo de respuesta mientras seguia al carabés, mástil abajo.

Mientras descendía Taro pegaba la cara todo lo que podía al mástil para evitar que también se convirtiera en el blanco de los picotazos. Tener que agarrarse para trepar impedía que pudiera defenderse de cualquier forma, así que se centró en bajar lo antes posible.
Estaba a mitad del mástil y se planteaba cubrir de un salto la distancia que le quedaba cuando dos gaviotas le embistieron a la vez. Para esquivarlas Taro tuvo que separar el cuerpo de la superficie que estaba trepando, lo que le expuso a un brusco tirón a sus espaldas que no vio venir a tiempo.

Y perdió el equilibrio. Su centro de gravedad se desplazó fuera y el carabés cayó de espaldas la distancia que le faltaba.

Si los que acampaban en la bahía no habían sido alertados por la conmoción que habían formado las gaviotas, con toda seguridad tenían que haber oído el juramento a gritos que soltó Taro en ese momento. El chico atravesó la cubierta y el casco de la pequeña embarcación abriendo sendos boquetes en la madera podrida. En un principio el carabés luchó con uñas y dientes para parar su caída, pero el segundo de los impactos, contra la madera más gruesa, le dejó fuera de combate.

Tardó un lapso de tiempo no identificado en desembarazarse de la repentina niebla que inundaba su cerebro. Le zumbaban los oídos y estaba mareado. Se dio cuenta de que estaba tragando agua y por acto reflejó empezó a toser.
Aún bajo los efectos de la soberana hostia que acababa de encajar Taro intentó nadar, pero una puñalada de dolor le recorrió en cuando intentó mover el brazo derecho. Podría tener el hombro dislocado, o roto, o ambas cosas. Sentía el resto del cuerpo magullado de diferentes formas y la sal le picaba en la multitud de pequeñas heridas que le habían abierto las astillas.

Miró hacia arriba. Le pareció ver que Shaco seguía colgado precariamente del mástil.
-¡Llama a alguien para que me levite ahí arriba!- le gritó al ruso. Taro no estaba muy lúcido y no recordaba que ya no estaba en Carabás. Pataleó y manoteó como pudo con el otro brazo para retroceder y salir de la poza de agua salada. Retrocedió de espaldas dentro del casco de la embarcación, recuperando el aliento. El interior estaba oscuro y maldijo no poder convocar una luminaria mágica para orientarse hacia la salida.
¿Era su imaginación o el agua se movía demasiado?

Las gaviotas no cesaron en su acoso constante. El aprendiz se acordó entonces de las semanas que pasó en Copenhagen y no pudo evitar sino reirse internamente ante la ironia. Pero no le duró mucho la risa, pues las gaviotas lograron arrancarle un par de picotazos dolorosos en las mejillas y manos. Una herida especialmente dolorosa en el dedo índice le hizo llevarselo a la boca y chuparlo, para aliviar el escozor. Y entonces es cuando vio a Taro más abajo descolgarse, casí a cámara lenta, le vió caer. Extendiendo su brazo en un intento futil de alcanzarle, gritó, por encima de sus pulmones antes de verle caer y romper la cubierta.
-¡GAAAAAAAAAAANDAAAAAAAAAAAAAAALF! ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOO!-

Le vió atravesar más de un piso del barco hasta que se internase en la oscuridad. Con las gafas, no podia apreciar si se movia bien, pero como mínimo sabia que debia de haber dolido un moton. En su postura descubierta, una gaviota le arremetió hasta hacerle soltarse de manos, todavia sujeto por las piernas cruzó estas en un nudo sobre el mástil y comenzo a descender usando las nalgas mientras se defendia como podia con su bõ del acoso de las ratas marinas logro llegar a una altura minima en la cual no se haria demasiado daño al caer o, como mínimo, no atravesaria el piso como lo habia hecho Taro. Se tiró e intentó rodar con la caida, pero algo fue mal pues al caer con todo el peso sobre la cubierta, uno de sus pies atravesó la podrida madera, enganchándole al sitio, haciendo que la voltereta se transformase en una aparatosa caida de bruces. Frotándose la barbilla, dolorido, contempló como Ri habia aparecido en la cubierta tambien, probablemente habria visto como Taro se habia caido. Con un gruñido de dolor, arrancó la pierna de la madera podrida, dejando un pequeño agujero en el lugar. Le dolia, era un dolor intenso, como de fuego. Probablemente se habia torcido el tobillo. Numerosas astillas habian perforado su tobillo y pierna y de ellas manaba sangre. Maldijo por lo bajo y señalo al agujero que habia abierto Taro al caer, mirando para Ri.
-¡Toro...!-logró musitar, abrazándose el tobillo. Con un hechizo de curación simple, logró detener el sangrado y entonces alcanzó a Ri que estaba estudiando alguna forma de bajar. Al alcanzarla, cojeando levemente, la vio mover sus labios y hablar, pero con el ruido de las gaviotas, la adrenalina y un pitido constante en sus orejas, no entendió gran cosa, pero parecia que pretendia saltar al agujero.
-Asi que ese es el plan.-dijo, definitivo antes de dar un salto y zambullirse por este.

La pierna le dolia a rabiar. Aunque podia manejarla con cierta libertad, todo apuntaba que era una torcedura. Se dió cuenta de esto cuando el dolor le impactó de nuevo, con más fuerza al nadar para mantenerse a flote.
-¡Tarro! ¿Estás bien? ¿No te ha arrastrado el barlog hasta los confines de la montaña?-dijo preocupado, mirando al Carabés. Tampoco es que le diese mucho tiempo a contestar, puesto que la mente del aprendiz iba más rápido de lo que podia pensar.- Esto está más oscuro que el trasero de Alf... Tiene que haber una salida aquí abajo...-dijo, antes de encender con magia una pequeña y débil luz.
Gracias a esta, avistó lo que parecia ser una escalinata que les llevaria al siguiente nivel, donde el agua no cubria.
-¡Mira! ¡Ahí! ¡La salida!-exclamó, señalandoselo. Dirigió una mirada nerviosa a Ri que estaba al borde del agujero y luego de vuelta a Taro.-¿Puedes nadar por tu cuenta hasta ahí?-le preguntó, mientras sentia un latigazo intenso de dolor en la pierna herida.
De nuevo, el nerviosismo del aprendiz, le impidió tener la paciencia para dejarle contestar y le fue arrastrando mientras nadaba en la dirección a la escalera. A mitad de camino, le planteó una pregunta, mientras se le erizaron los pelos de la nuca.
-Oye Tarro... tú... ¿no estarás moviendo el agua por casualidad?-dijo, al ver los patrones de las ondas en la débil superficie del agua iluminada por la tenue luz.

"Desventajas de comer como pobres" pensó Nero como respuesta, pero no llegó a decir nada en voz alta. Los ojos de Ri abriéndose como platos fue lo que hizo que el edeel se girase a mirar. Taro caía en ese momento contra el barco y desaparecía bajo su superficie.

- Parece que están de fiesta sin mi. - Arrancó las dos dagas de la arena, muy cerca de donde antes habían estado posadas las garras de la chica. Ri ya las tenía en las manos, y se las abrochaba mientras corría hacia el barco. Ella se detuvo a los pies de este, más a o menos al mismo tiempo que Nero se detenía metros mas atrás, donde aun veía la maraña de pájaros como para lanzarles una piedra. - Ri, para principiantes, la idea es alejarse del agua no correr hacia ella.

Apedreó el cielo, buscando atraer parte de la atención. Anriel estaba trepando hacia la cubierta en ese momento.
- Shaco! ¿Estas bien? ¿Ves a Taro?
La albina se abrió paso como pudo hasta el hueco que había abierto el chico en la cubierta.El chico parecía dispuesto a tirarse a pesar de sus heridas en la pierna, pero lo detuvo unos instantes.
- Yo no necesito luz como tu, dejame bajar a mi.
Casi creyó que lo había convencido cuando lo vio saltar. El mismo momento en el que las gaviotas decidieron acosarla, y tuvo que defenderse como pudo. Cuando volvió a mirar, le pareció que iban a subir. El agua que rodeaba la embarcación tembló.

- Salid. De ahí. AHORA.- le gritó al hueco  Se deslizó hacia abajo, para tender una mano a ambos chicos. Le latía el corazón tan fuerte que le dolía el pecho.- Shaco, vamos a tener que correr, si puedes curarte el tobillo rapido, este es el mejor momento. Si no, pisa como si lo hubieras hecho y ya te arrepentirás de ello más tarde.

Lo cierto era que Xalkoth ya había visto a las gaviotas molestar a los mamíferos que estaban subidos en aquella nave rota, pero lo había clasificado como eso, solo molestar, y no le había dado importancia alguna, olvidando por completo que no todos tenían un exoesqueleto para protegerse de picotazos.
Se dio cuenta demasiado tarde de su error cuando el carabés cayó. Como movido por un resorte se levantó, tiró la comida y salió a la carrera hacia el lugar, pero a pesar de haber sido probablemente el primero en reaccionar, no fue el primero en llegar. 

Los clingers eran muy resistentes y también ágiles, pero de rápidos tenían poco, y en una carrera simple como la que estaba haciendo no tardó en ser adelantado y dejado atrás por los dos sinhadres, y poco después el irrense también le pasó, así que no tuvo más remedio que conformarse y llegar el último, o más bien penúltimo, ya que la condición física de archi le impidió alcanzar una velocidad óptima.
Una vez allí, las aves no tardaron en echárseles encima, algo a lo que el clinger respondió a cuchilladas directamente, no logró matar a ninguna, pero sí que logro alcanzar a un par. Aunque las aves no pudieran atravesar su exoesqueleto, eso no podía aplicarse a sus alas, ojos y antenas, los cuales defendió sin mostrar la menor piedad.

Poco podía hacer para ayudar Taro. Nadar no era su punto fuerte, sabía mantenerse a flote y poco más, y de todos modos si bajaba solo entorpecería al resto, por lo que decidió dedicarse a cubrir a Ri tan bien como pudo, ya que era la persona que más cerca tenía de las que intentaban rescatar al chico.

Archime había comenzado a preparar hechizos de protección para protegerse de las gaviotas pero estas no tardaron en desistir en su empeño ante la intervención de Xalkoth. Nada podía hacer por ayudar al carabés, por lo que dedicó el inicio de la operación de rescate a recoger la comida que habían podido salvar de las aves con el fin de aligerar el regreso al torreón.

No obstante, la situación se complicó en una medida inversamente proporcional al tiempo que tardó en hacerlo. El irrense observó como emergía aquel descomunal ser con toda la alarma que su inexpresividad podía transmitir. Durante unos instantes el biomecánico podía equivaler su estado al efecto del hechizo de parálisis, incapaz de moverse en absoluto debido a que en su cabeza se libraba una lucha interna entre el miedo a acercarse al océano y la responsabilidad de actuar para ayudar a sus compañeros. El ingeniero se movió, finalmente, primero para retorcerse las manos con nerviosismo y luego para echar a correr, trabajosa y lentamente pues era todo lo que le permitían sus piernas, en dirección a la orilla.

Se acercó todo lo que pudo, jadeante, evitando pensar en el mar como la gran masa de agua que era y el peligro que representaba para él y tan solo centrándose en los hechos que tenía ante sí. El nerviosismo se apoderó de él mientras contemplaba todas las posibilidades y evalúaba los riesgos y las opciones que tenía. Repasó mentalmente todos los hechizos y su dominio sobre ellos lo más rápido que pudo y tuvo en cuenta las circunstancias presentes, incluyendo distancias. Al ver los tentáculos acercarse a la orilla, lo primero que hizo fue lanzar un par de hechizos de corte en cada uno de ellos viendo que no eran demasiado gruesos. Pero los que seguían en el agua corrían un grave peligro.

La conclusión a la que llegó finalmente le aterraba. Dirigió una rápida mirada al mar mientras se mordía el labio inferior antes de actuar de nuevo. No podía perder más tiempo. Se acercó jadeante hacia el resto del grupo y anunció sin más.
—Es preciso que realice con al menos tres de vosotros un traspaso de energía mágica cuanto antes.
Su tono de voz denotaba cierta urgencia dentro de su habitual monotonía. No se explayó más como hubiese sido su costumbre ya que tiempo era lo que no tenía y miraba hacia el grupo y el océano alternativamente.

—La ciudad entera es vieja. No sabemos gran cosa, pero la Rocavarancolia de los cuentos irrenses conecta con muchos mundos y lo hacía desde hace... bueno, montones de años. Se ve que los cuentos eran verdad —respondía Cío al clinger mientras rebuscaba en la cesta hasta dar con una fruta de sabor ácido y dulzón. Aunque ni siquiera pudiera ponerle nombre, se había convertido en su favorita.

Sin embargo, al final el picnic tuvo poco de tranquilo. Más allá, donde se encontraban Taro y Shaco, los pajarracos que vivían por la zona costera empezaron a rondarlos. Pudieron ver el cuerpo de Taro desplomarse cuando descendían por el mástil, y varios saltaron como un resorte. Desde allí era difícil saber a cuánta altura había caído, pero se escuchó al chico maldiciendo y un buen golpe. Cío también se levantó, resbalando un instante en la arena, y trató de alcanzar a los demás. Si bien su presencia no era útil para ayudar a los dos del barco, también quería comprobar de primera mano qué había pasado. De hecho, solamente pudo quedarse parado en la orilla, sin saber cómo trepar hasta el barco donde estaban, motivo por el que lo había descartado antes, cuando había terminado en el navío clinger. Desde allí prácticamente solo escuchaba las palabras que intercambiaban los que estaban en el barco para salir de él, y por eso sabía que había heridos. Se volvió buscando a Archi con la mirada y lo vio acercándose todavía. Le hizo un gesto con la mano para que fuese más rápido «vamos, desempolva tu magia, que hay heridos».

Lo sorprendente fue que los pájaros, después de todo lo que habían causado, se retiraron. Cío buscó la cesta con la mirada, abandonada ahora, por si era eso lo que buscaban y ya se lo habían llevado, pero vio que no era así. Y eso no daba muy buena espina, aunque se debía, mayormente, a las advertencias que había empezado a proferir Ri. Lo que quiera que se imaginase que podía estar pasando no tenía nada que ver con lo que realmente sucedió a continuación. Se quedó sin palabras al ver el monstruo que emergió del agua, a excepción de un insistente “salir cagando leches” que se hacía eco en su cabeza. Los tentáculos no se limitaban a sujetar los barcos, también atacaban hacia el arenal. No sabía qué hacer, pero empezaba a ser evidente que solo podía correr tierra adentro cuando Archi les pidió un traspaso mágico. Lo miró aterrado un solo instante, pero logró recomponer su máscara de inmutabilidad, retado a no ser menos por el otro irrense sin que este fuese consciente de ello.
—Toda tuya, pero haz algo —aceptó rápidamente antes de cederle energía.

Archime asintió tan vigorosa como nerviosamente a Cío mientras inciaba el traspaso de energía con él. Una vez terminó, no perdió el tiempo y el mismo proceso se llevó a cabo con Nero y Xalkoth, respectivamente. Aquella era la parte sencilla.

Había llegado el momento de llevar a acabo la parte intrínseca de lo que pretendía y el irrense se encontraba aterrado. Tras quitarse la bata y dejarla al cuidado de Cío, se acercó tembloroso a la orilla del océano, una parte de él deseando darse la vuelta en aquel mismo instante. Pero ya disponía de la energía mágica, se dijo, no había tiempo que perder. Un vistazo a Shaco y Taro le confirmó que lo lógico era seguir adelante. Corrían grave peligro si no les ayudaba.

Así fue como el biomecánico comenzó a caminar hacia el interior del mar. Temblando como un flan, jadeante y fijando su mirada en su objetivo, avanzó penosamente unos metros con el agua llegándole cada vez más arriba. Se repetía a sí mismo una y otra vez que estaba haciendo algo lógico y que no se podía ahogar porque el agua no llegaría a cubrirle. Solo era preciso acercarse un poco más para evitar que el hechizo no alcanzase a su objetivo debido a la distancia. Eso era todo, ejecutaría el sortilegio y podría volver a tierra firme.

El ingeniero detuvo su patético avance, tratando de no pensar en que se encontraba sumergido en el mar hasta casi la cintura. A aquella distancia las posibilidades de fallar eran muy reducidas. Se concentró en el hechizo y, evitando que le fallase la voz, Archime conjuró un sortilegio de parálisis con toda la potencia que sus energías aumentadas fueron capaces de emanar. El objetivo era de gran tamaño y por ello había calculado insuficiente la potencia estándar y, como consecuencia de ello, la energía de la que disponía por sí mismo.

El hechizo fue lanzado y Archime, tras comprobar que había tenido efecto, tan solo pudo desplomarse entre las aguas. Intentó desesperadamente levantarse, pero no era capaz. La realización de aquel sortilegio habían agotado todas sus fuerzas. Tan solo podía tratar de evitar sumergir la cabeza bajo el agua, cosa que cada vez conseguía más dificultosamente. Boqueaba desesperada y ruidosamente cada vez que conseguía que su rostro saliese a flote, en pleno ataque de asma. No aguantaría mucho más de aquella forma.

Gritarle a Shaco había hecho que le doliese la cabeza. La planta de abajo estaba encharcada en su mayor parte, y Taro retrocedió torpemente de espaldas en el suelo hasta que una punzada de dolor en el hombro que no estaba apoyando le informó de que acababa de dar contra una pared.

En ese momento Shaco apareció de la nada. "¿Se teletransporta?", se preguntó Taro haciendo uso de sus no muy lúcidas en ese momento capacidades mentales. Luego vio el boquete del techo y ató cabos.
-Una escalera...- dijo un poco ido ante la mención de una salida por parte de Shaco. No se acordaba muy bien, pero antes de empezar a retroceder de culo estaba buscando una, así que tenía que haberla. Sí, eso era. Por eso quería luz. Pero no la tenía. Anda, Shaco acababa de encender una. Qué majo.
-¡Au!- el latigazo de dolor en el hombro cuando el ruso empezó a tirar de él le devolvió la lucidez momentáneamente. "Creo que voy a pedir la baja por lesión cerebral."

En algún momento tuvo ante sí la cara de Ri, quien les urgía que se diesen prisa. Taro se las arregló para articular un "sí" en el momento adecuado e hizo todo lo que pudo para no estorbar demasiado mientras subían las escaleras en dirección a bajar por donde habían venido. Era mejor bajar el accidentado camino de rocas que remolcarle a él por el agua, porque desde luego no tenía el brazo en condiciones de nadar. Por cierto, ¿el suelo de las embarcaciones temblaba o era impresión suya?

Cuando vio desde lejos al cetáceo paralizado en la playa a Taro se le escapó la risa floja.
-Veo doble en dos colores -anunció con una risilla. Luego se calló y añadió-. Creo que me he dado en la cabeza.

-Tienes que estar de broma.-dijo, incrédulo al ver al enorme cetaceo a tan poca distancia. Contemplando los tentáculos con una cara amarga, prosigió.-¡He visto suficiente hentai para saber lo que le pasa a un shota en una ecuación con tentáculos!-chilló, histérico.
Ri apareció y le sugirió que se curase el tobillo, pero el aprendiz negó con la cabeza.
-Soy demasiado manco con magia de restauración... No puedo hacer esto sobre la marcha...-
Y entonces procedió a forzar el tobillo mientras aquella enorme criatura intentaba acabar con ellos. Habian logrado alejarse un poco, pero no lo suficiente cuando, de la nada, una hechizo de parálisis golpeó al cetaceo. Siguiendo el trazo de este, el ruso logró identificar a Archi metido hasta la cintura. No se detuvo ahí y lograron escapar finalmente del barco y de la enorme criatura paralizada. Contemplandolo en la distancia, mientras se acercaban a la playa suspiró.
-¡Buff! ¡No me puedo creer que Willy haya intentado matarnos! Ha estado cerca, ¿no?-comentó con una risotada palmeando la espalda de Taro casi demasiado fuerte. Con sus propias heridas, se arrastró hacia un lado de Taro se pasó su brazo por encima de su propio hombro, ayudándole a llegar hasta la playa con él. Nero se estaba encargando de llevar a un exhausto Archi a la playa tambien. Entonces se lo agradeció de un grito.
-¡No te mueras, Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, que queda mucho para el sexto libro!l-le dijo con una risotada, que murió a los pocos segundos mientras se quedaba cabizbajo y apenado.-Y ahora me he puesto triste yo solo...-

Una vez alcanzaron la playa, ayudó a todos los que pudo y se tiró sobre la arena que arañaba la piel y se curó el tobillo con más cuidado. A los pocos minutos estaba ya de pie y sanote. Entonces se giró hacia el grupo.
-El episodio de playa casi acaba en desastre.-comentó con una nota entristecida.

Nero miró suspicaz a las gaviotas cuando se apartaron sin más. A eso siguió una palabrota. Retrocedió sin dejar de mirar al monstruo que había surgido del agua extendiendo sus tentáculos. Lo único que estaba en su mano por ahora era prestar su energía a Archime, confiando en que lo que hiciera serviría para sacar a su idiota temeraria del barco. Y lo hizo. Ri
apareció junto al dúo del bosque (puesto que había decidido que Shaco era claramente un roedor por cuestión de gritos y tamaño) descendiendo por las rocas con la cara descolorida por el miedo. Él estaba ocupado entonces en arrastrar al chico-bestia fuera del agua. Archi no estaba entre la lista de la gente a la que dejaría morir, y no era el momento de verlo chapotear alegremente.
- Y ahora salimos de nuestro exitoso picnic antes de servir de aperitivo a nuestro amigo el monstruo. - dijo sin dejar de servir de apoyo al irrense. Anriel asintió unos metros más allá.

- Yo diría que aun esta a tiempo de acabar en desastre. ¿Puedes caminar bien, Taro?

El golpe había sido tremendo y el aurva no estaba muy lucido.

Los pájaros se apartaron tras recibir uno o dos golpes, algo que Xalkoth asoció a que tenían miedo a sus armas. Pronto se daría cuenta de que no.

Cuando aquella... cosa gigante apareció en el océano.  No había nada más que planear. No podían con eso, así que tan solo quedaba salvar a tantos como pudieran, y por desgracia, ni Shaco ni taro iban a lograrlo a tiempo.
El clinger se disponía a llevarse a la sinhadre de allí cuando Archi le pidió energía. No le gustaba la magia, eso no era ningún secreto, pero tampoco se encontraba en una situación en la que fuera sensato anteponer sus preferencias a su vida, y si el irrense tenía un plan B, le creería.

“Bravo por el plan B”. El insecto conocía bastante bien el hechizo de parálisis, ya que lo había sufrido en sus carnes, pero verlo detener a semejante ser resultaba impresionante como poco. Por desgracia fue demasiado  para él, y se desplomó en el agua. Sopesó el tirarse a ayudarle, pero Nero se adelantó, así que se lo dejó y volvió a centrarse en los dos heridos.
En ese tiempo Shaco se había curado el tobillo, y ahora cargaba con Taro, que parecía aun atontado por el golpe. No estaba seguro del todo, pero parecía estar sufriendo una conmoción cerebral.

-Por si acaso que no camine. ¿Puedes llevarlo tú Shaco?- Si la respuesta era afirmativa se movería a donde se encontraba Archi.
No había guardado los cuchillos en ningún momento, ni pensaba hacerlo hasta que estuvieran a salvo en el torreón.

Era raro ver a Archi demostrando nerviosismo de aquella manera, pero desde luego no contrastaba para nada con la situación. Sintió ese extraño y odioso cansancio tras cederle energía, y se limitó a respirar agitadamente mientras le veía repetir el procedimiento. Después, sin casi darse cuenta, acabó sujetando la bata del biomecánico entre sus manos, mientras veía a este caminar vacilante adentrándose en el mar. Conjuró un hechizo, uno que le sonaba vagamente, pero esta vez el objetivo no era un clinger huidizo, sino aquel ser descomunal vagamente parecido a una ballena. Pero funcionó, se quedó completamente paralizado y pudo ver como los otros comenzaban a salir por fin del barco. Se permitió respirar tranquilo, pero solo duró unos segundos, porque Archi se estaba ahogando. En el tiempo que dio unos pasos titubeantes hacia la orilla, alarmado y aturdido, Nero había logrado avanzar rápidamente hacia el otro irrense. Una ola rompió sobre las botas de Cío, pero ni siquiera se apartó. Tenía la mirada clavada en las hazañas que acababa de ver, en las cosas que no había tenido ni idea de cómo hacer, aunque le gustase tanto dárselas de valiente.

Fueron llegaron a la orilla todos, ayudados unos por otros. Cío había retrocedido de nuevo unos pasos en la arena, preguntándose cuánto tardaría en moverse aquella mole paralizada, hasta que se dio cuenta de que aquello no era la prioridad. Había olvidado que era él quien sujetaba la bata de Archi, y el chico estaba en pleno ataque de asma. Rebuscó rápidamente con manos torpes en los bolsillos que tenían peso y le tendió el inhalador a la altura de la boca.
—Joder, te has lucido —«no volveré a menospreciar a este chaval»—. La próxima vez intenta no matarte en el intento, ¿eh? —quisiera o no, en su voz todavía se notaba el mal rato que acababa de pasar.