Taberna del Mago Tuerto

Zmey aceptó la propuesta de Karime con la condición de que se separasen a mitad de camino. Su maestra de normal no era muy fan de que revelase la localización de su casa y ahora lo era aún menos. << Tengo que mudarme pronto. >>

Mientras salían Karime hizo una de esas cosas que Karime solía hacer y el piromante deseó tener una piedra para meterse debajo. Le lanzó una rápida mirada de apuro y disculpa al hado, rojo hasta las orejas, y se dejó arrastrar por la loba hasta la salida.

-No se te puede sacar a la calle -se quejó en susurros de reproche.

Claro que no hicieron falta más que unos pocos metros de paseo para que se le olvidase el bochorno y retomase la conversación, que continuó durante todo el camino de vuelta.

El entusiasmo de Irianna era contagioso y el hado sonreía mientras la escuchaba hablar, asintiendo ante lo de usar un nombre rocavarancoles a modo de seudónimo. Él no era ningún experto en el tema, pues nunca se había molestado en buscarse uno, pero entendía lo útil que resultaba en muchos aspectos de la vida en la ciudad disponer de otro nombre. Si la nebulomante le daba además aquel uso adicional eso que se llevaba.
—¿Y tienes pensado ya alguno? —inquirió con la curiosidad pintada en el rostro, desviando el tema hacia aquel punto por no saber muy bien que responder a lo de mudarse de Serpentaria.

Vac nunca había tenido problemas de dinero gracias a su transformación, pero era consciente de que para la gran mayoría de rocavarancoleses no era todo tan fácil y no creía que fuera de buena educación opinar sobre aquel punto en concreto dada su situación.

La respuesta que fuera a darle Irianna acerca de lo del nombre fue interrumpida por la aparición de la libense y sus extrañas declaraciones. Con mirada confusa el griego se limitó a observar como la licántropo se alejaba, consciente del bochorno de Zmey y sin entender muy bien lo que acababa de pasar.
—Quizás lo de “un poco” se queda corto —rió incómodo en respuesta a las palabras de la idrina, apurando su jarra de un solo trago con gesto nervioso—. Creo que se llama Karime y es amiga de Saren, pero no se ha que ha venido eso —le dijo a su amiga con sinceridad—. ¿Deberíamos estar asustados? —preguntó con una mueca de preocupación, dejando claro con un gesto idrino de su mano derecha que solo estaba bromeando.

Rio más libremente al comprobar que el hado tampoco se sentía cómodo con lo que acababa de ocurrir.
—Tal vez, aunque su acompañante tampoco parecía a gusto,  así que imagino que sus amigos son mucho más razonables y estamos a salvo —bromeó. No sabía quién era Saren, aunque el nombre le sonaba de algo—. Bueno, respecto al nombre… —decidió que lo mejor sería volver al tema—. Lo cierto es que no mucho. Es decir… había pensado en tener un nombre alternativo de negocios y para mis futuras novelas y también que me gustaría seguir la tradición del dama. Me resultaría demasiado pretencioso utilizarlo si me cambiase el nombre por completo como hace alguna gente, pero como no es el caso creo que puede ser bastante adecuado. Le daré vueltas hasta que se me ocurra algo, la próxima vez que nos veamos seguramente ya lo habré decidido —afirmó.

Estaba segura de que su cabeza no iba a darle mucho respiro hasta que así fuera, porque a la nebulomante no le gustaba dejar cabos sueltos y una vez decidía algo se volcaba en ello. Además, pensar un nombre era algo que hacía habitualmente para los personajes de sus novelas, así que era un ámbito familiar para ella. No obstante, en aquella ocasión no podía ser algo arbitrario o una simple combinación de letras que sonasen bien como bastaba a menudo para sus historias. Tenía que ser lo más adecuado posible.

No tardaron mucho más en terminar sus bebidas y decidir que ya era hora de irse. La idrina regresaría a Serpentaria con un sentimiento muy satisfactorio: la sensación de tener una meta y un propósito mucho más claros. Ese mismo día empezaría a organizarse, pues tenía mucho trabajo por delante.

Irianna no había decidido un nombre aún, pero estaba claro que llevaba tiempo dándole vueltas y ya tenía unas cuantas conclusiones que habían encauzado la que sería su decisión definitiva. El hado nunca había entendido esa extraña tradición de la ciudad que implicaba poner un Dama delante del nombre que hubiera escogido una transformada, pero conocía a varias personas que habían adoptado dicha costumbre y nunca se le había ocurrido preguntar al respecto.
—Seguro que sí —sonrió ante su afirmación—. Seguro que tu experiencia como escritora te tiene que dar alguna ventaja para tomar una decisión de este tipo, ¿no es así? —añadió.

El griego estaba disfrutando con la nebulomante y se resistía a que acabara aquella quedada improvisada, pero ambos tenían cosas que hacer y cuando la muchacha se terminó su bebida decidieron que era un buen momento para irse.

Vac se despidió de Irianna en la puerta de la taberna y enfiló el mercado con una sonrisa relajada, canturreando por lo bajo una canción vieja que acababa de venirle a la cabeza. Charlar con la idrina era muy agradable y el hado siempre acababa de mejor humor tras pasar un rato con ella.

Sinceridad y Tayron después de haber buscado a Mónica en el Faro

Cuando el chaval reaccionó con tanta energía, sinceridad se lo agradeció mentalmente. Le habría dado otro abrazo, pero le gustó ver cómo actuaba para y cómo le contagiaba el buen humor. Sí que lo necesitaba. Hacía tiempo que no descansaba ni disfrutaba bien, y la taberna tenía el ambiente ideal para dejarse llevar por un rato.

Cuando llegaron, usó su visión para localizar una mesa alta desocupada en unos instantes, y guió a Tay hacia allá. Estaban cerca del escenario y de la barra, y habían pillado a un grupito tocando en estricto directo. No entendía el idioma en que cantaban, pero la música le traía sensaciones de su mundo, su tribu y la naturaleza. Cerró los ojos y empezó a moverse suavemente al ritmo mientras se dirigía a la mesa.

Al llegar, no se sentó en el taburete directamente sino que señaló a la barra.
—Bueno, señorito Tay, a esta ronda invito yo y no aceptaré excusas; pórtate bien. ¿Qué te pido? —y se terminó riendo por la fingida seriedad.

El burdel había sido lo más parecido hasta ahora a un local festivo que había pisado desde su breve estancia en la ciudad. ¡Era de vergüenza con lo que le gustaba salir de marcha! Así que allí se encontraban, en un sótano oscuro ambientado por velas y con un grupo tocando una canción, que si bien en un inicio pensaba que no era de su tipo, ahora se encontraba dando golpecitos con el pie en el suelo. Sinceridad se movió un poco y cerró los ojos, como disfrutando de la melodía y dejándose llevar. Tay sonrió inmediatamente, alegre por avistar un atisbo de calma en su amiga quien momentos antes lo había pasado fatal.

Él sí se sentó en el taburete, advirtiendo que ni siquiera parecía sentir fantasmas que les cortaran el rollo. Aquello iba de maravilla.
—¿Perdona? —dijo clavando sus ojos amarillos en cualquiera de los de la roquense, fingió falsa indignación en su tono de voz ronco para continuar con la seriedad fingida de su amiga— Pero si soy la viva imagen de portarse bien... —agitó la cola a su espalda, con aire travieso—. De hecho... yo inventé el concepto —rio, antes de responderle de verdad—. ¡Pídeme lo que mismo que tú, aunque con el doble de alcohol! ¿Y sólo la primera ronda? ¡Si estoy tieso!

Sinceramente, la roquense necesitaba aquello. No podía pasarse los días desesperada buscando, investigando, preguntando, y perder la vida prácticamente intentando dar con su amiga sin más. Ni siquiera se dedicaba ratos de pasarlo bien, ya fuera volando por la ciudad o con sus amistades y compañeros. Necesitaba distraerse, y todo su cuerpo se lo pedía desde el momento en que había cerrado los ojos y se había lanzado a seguir la música.

También necesitaba reírse, y lo hizo con ganas cuando Tay le respondió. Era verdad que no estaba muy pendiente de sus amigos y que ella tenía la suerte de tener un trabajo.
—¡La primera ronda de bebidas sin parar hasta que alguno se quede tieso, quiero decir! —le devolvió entre risas.

A continuación, se movió con soltura hacia la barra. Podía ver cualquier obstáculo sin problemas y pese a su envergadura no le costó esquivar a los demás clientes, incluso a quienes bailaban o tropezaban presas del alcohol. Pidió y pagó por cervezas. Volvió a la mesa con unos vasos largos como un brazo con un pequeño soporte de madera para la mesa. Mate, rojiza, de espuma cremosa que se pegó en el plumón de su cara cuando le dio un trago antes de sentarse (y que no se limpió). Al trabajar en la Bodega, se estaba volviendo algo curiosa con los distintos tipos de bebidas alcohólicas (o derivadas sin alcohol) y, para deshonra de su jefe, con mucha broma de por medio, le gustaba más la cerveza.
—Que no se diga que no te cuido bien, bribonzuelo. Pero ten cuidado que pica un poco al tragar. ¿Por qué brindamos, por cierto?

La canción había acabado hacía rato y aunque se había distraído de la siguiente, ahora podía escuchar otra a dos voces que parecía hechizarle.

Tayron rio a carcajadas con la respuesta de su amiga y le dio un mini golpecito en el hombro con el puño teniendo mucho cuidado de no tocar uno de sus ojos.
—¡Estás fuerte, cabrona! —le diría a esta cuando comenzó a alejarse a pedir las bebidas. La envergadura de la argos era mucho mayor tras la Luna y el lémur no creía poder acostumbrarse nunca a los reflejos que presentaba a pesar de ser tan grande. Esquivó con habilidad pasmosa a todos los obstáculos posibles y además con aire resuelto. Cómo se alegraba de estar allí en ese momento.

Durante aquellos segundos en los que se encontraba solo se fijó en la gente que bailaba y danzaba de un lado a otro, algunos un poco borrachos. Sonrió apresado por una punzada melancólica al pensar que ojalá la Dafne de carne y hueso estuviera con ellos, pero se sorprendió al notar que sintió menos tristeza de la que debería. La ciudad no cesó de darle golpes en la espalda desde que llegó a la prisión como un tonto inconsciente que solo quería aventuras, un poco lo que seguía siendo. Pero merecía disfrutar y pronto esperaba unirse al tumulto de mejillas encendidas.

—Buah, tu sí que sabes —le dijo a Sinceridad, cogiendo uno de los vasos de cerveza en forma de tubo, sus dedos negros se aferraron a la bebida con brío y sus ojos amarillos casi brillaban en la oscuridad con la poco iluminación que la estancia ofrecía—. ¡Brindemos por no terminar tan pedos que acabemos despertando en un mundo vinculado al azar! —y chocó un vaso con el otro, dejándose llevar por las voces que hechizaban el lugar y el tono rojizo de la bebida—. Nah, es coña, brindemos por... seguir vivos, que no es poco, y por que este día sea un día de la hostia imposible de olvidar. Tú se lo contarás a tus hijos mientras el tío Tay les visita para colmarlos de regalos —entonces sí que bebió, vaya si lo hizo. Tragó con ansia varios buches y cuando consumió un tercio del vaso se limpió el bigote espumoso que se le había quedado—. PUTA, sí que picaba.

Poco a poco empezó a tamborilear la mesa y de manera casi imperceptible la cola a su espalda comenzó a moverse con lentitud de un lado a otro, casi como si tuviera vida propia y quisiera imitar a un péndulo.
—Oye ahora controlas más... ¿desde que trabajas en ese sitio?  —acarició el soporte de madera con aire distraído.

Sinceridad no podía dejar de reír con las ocurrencias del lémur. Brindó a carcajadas y luego le costó silenciarlas cuando el chaval hizo el brindis sobre la juerga y pasarlo como nunca.
—Bueno, bueno, no adelantemos acontecimientos porque con mis pintas dudo mucho que me emparente con nadie, y aún no vi a ningún desplumado haciéndome ojitos —siguió riendo.

No le preocupaba ese asunto, en cualquier caso, ya que no se veía criando en aquella ciudad. Si ya debía ser un riesgo tener seres queridos y protegerse entre sí, no quería ni imaginarse tener descendencia. Pero sí que había gente que se relacionaba en pareja. Sin embargo, cuando llegaba a este punto siempre recordaba que no había más roquenses y que el resto de ciudadanos eran tan diferentes que no quería ni pensar en las compatibilidades. No quiso ahondar en el tema y tampoco le devolvió el comentario a Tayron porque le imaginaba dolido aún. Prefería seguir con la fiesta y no desanimar al chico, le encantaba verle así y verse a ella misma tan disfrutona.

Le vino bien el cambio de asunto y entonces asintió vigorosamente después de dar un buen trago.
—Pues sí, sí. Resulta que el encargado nos deja cotillear la producción de vinos y su gente nos explica lo que queramos. Podría pedir que vinieras un día de visita, creo... O bueno, qué plumeces, también podría avisarte si hay alguna vacante y así me puedes invitar en el futuro —se rió, pero lo decía en serio—. Al tipo le gusta contratar gente recién transformada o con varias Lunas en su haber y tú manejas magia así que... oye, sí, lo mismo me voy a la barra a hacer una lista de cosas caras para pedirte otro día —remató de nuevo entre risas.

Mientras, vinieron a traer más bebidas. Las había pedido por adelantado antes. Eran todo cervezas de distintos colores, brillos, más o menos viscosas y algunas incluso de colores cambiantes, humeantes o sabores muy dulces. Había al menos tres distintas para cada uno.
—Esto sí es una cata para no portarnos bien y acabar al amanecer. Y hoy están a tope con la música, me encantan estas voces.

Tayron se alegraba de que Sinceridad siguiera riendo con sus chorradas, lo cierto es que la roquense también era muy divertida y molaba que te cagas, ya lo había comprobado en alguna ocasión. Por eso se atrevió a hacer un último comentario al respecto tras comprobar que su amiga no quería ahondar mucho en el tema. Y la verdad, él tampoco.

—Oye no te eches mierda, que sabes mover las caderas —dijo guiñando uno de sus ojos amarillos y refiriéndose al grupo de baile, en el cual tuvieron la oportunidad de ver de qué pasta estaban hechos.

El lémur por poco no escupió el trago que en aquellos momentos se encontraba acumulado en las mejillas. Tragó de manera algo asquerosa y luego se quedó embobando mirando a Sinceridad.
—Tía... ¿Lo dices en serio, harías eso por mí? —en un inicio y debido a las risas de por medio le había parecido coña, pero si de verdad existiera una vacante estaría más que dispuesto. Estaba harto de mendigarle dinero a sus amigos y quería ser una persona de provecho, por una vez. Además no pintaba mal si el jefe les dejaba cotillear la producción de vinos. Con una visita habría bastado, pero que se lo ofreciera de corazón de darse la oportunidad significaba mucho para él, hacía tiempo que no le ocurría algo bonito y por unos segundos se emocionó con los ojos empañados. Tras los segundos siguientes se esforzó en que no se le notara y volvió a retomar su retahíla habitual de sandeces—. ¡Cómo si pides el bar entero porque te lo voy a devolver todo con creces! Y TÚ TRANQUILA porque te debería la vida y ningún puto fantasma del pasado te molestará mientras yo ande cerca, o bueno, del pasado no sé, a mí me vale con que estén muertos de verdad para mandarles al carajo —parpadeó, incrédulo por la rapidez con la que se le soltaba la lengua—. De acuerdo, eso último ha sido un poco raro.

Entre risas y disfrutando del cambio de música Tay observaría llegar la siguiente tanda de bebidas repleta de colores y texturas diferentes. Estaba siendo una puta pasada. Escogió una cerveza de color azulado y con aspecto humeante y cuando su lengua tocó el líquido se quedó maravillado por su sabor dulce. Algo acalorado aprovechó para deshacerse de su chaqueta de cuero y la colocó tras su asiento mientras observaba con ojos brillosos como un nublino le hacía ojitos a lo lejos. Aquel día, en cambio, le pertenecía solo a Sinceridad y él.
—Ni siquiera sé cual elegir de todas, es un flipe —después cruzó los brazos sobre la mesa y apoyó la cabeza sobre estos mientras se dirigía a su amiga con los sentidos cada vez más embotados—. ¿Cómo cuanto del uno al diez tienes ganas de portarte mal hasta el amanecer? Y oye... ¿Qué es lo más loco que has hecho en tu mundo? Me he dado cuenta de que en realidad sé un mojón de ti de antes de coincidir juntos.

La roquense se lo estaba pasando bomba como les había escuchado decir a los terrícolas. Tenían que hacer más salidas así, tanto ellos dos como con el resto de sus amistades. Y claro que preguntaría al vampiro, en cuanto volviera a verle por allí le molestaría un poco para investigar cómo estaba el tema de la plantilla.
—¡No me lo tienes que agradecer tanto, yo con una buena juerga me conformo! Y siempre y cuando no las mezcles, haz lo que quieras —se reía.

Después, le tocó hacer memoria. Aventuras en su mundo... tenía unas cuantas, la verdad. Sí que era cierto que nunca había hablado de su pasado en detalle, por miedo, y no sabía qué pensarían los demás en general y en ese momento el chaval en particular, pero... qué diablos. No entendía cómo, pero la música le invitaba a dar pasos en adelante que no habría tomado sin ese ambiente a su alrededor. Además, la percusión le recordaba a cómo se preparaban para ciertas cosas en su hogar.
—Pues... lo más fuerte que se me ocurre eran las incursiones en las ciudades del Coro para rescatar a compatriotas que habían hecho prisioneros bien por su orientación o por su ideología. En las capitales reina una policía muy extremista y yo conseguí huir y después me sumé a los grupos que intentaban sabotear a esos monstruos y rescatar a nuestros hermanos. La vida allí es una mierda si no eres hetero y no crees en su religión, la verdad. Y yo ni lo uno ni lo otro. Por eso, lo más loco que pude hacer allí fue irme con unos refugiados y enamorarme de una de ellas.

>> Con ese grupo sí que viví verdaderas locuras, tanto de festejos en nuestros campamentos con música parecida a la que están tocando, o aventuras en la naturaleza o ataques contra las ciudades...

Se detuvo. Se había perdido en los recuerdos, la amargura y la nostalgia... y no se había dado cuenta de la cara de Tay. Hasta ese mismo instante. «Ups. Creo que no se refería a algo tan... así»

Tayron asintió complacido por las palabras de su amiga sin poder responder verbalmente ya que en aquel momento se encontraba dando un gran sorbo de su bebida levantando la copa de manera exagerada. Luego jadeó, exhalando todo el aire contenido por la boca y relamiéndose los labios, sin querer hacer mucho caso al nublino con aire travieso que a lo lejos no parecía quitarle ojo de encima.
—¿Buena juerga es lo que pides? ¡Eso te lo puedo dar!

La música ambiente cambió a su alrededor y pareció proporcionarle a Sinceridad cierta introspección. El lémur alzó las cejas, intrigado y obligándose a no interrumpirla para hacerle más preguntas al respecto. A medida que la roquense contaba su historia la expresión del belga mutaba, tornándose en una más seria y terminando con la boca completamente abierta del asombro. No sabía qué le sorprendía más, que hubiera luchado contra un sistema corrupto, o saber que se había enamorado de alguien.
—Joder, está claro que no sabía un mojón de ti... ¿Y perseguir a la gente hetero? ¿Es que esa peña todavía existe? —dio un trago, y luego otro y otro más. Con los ojos brillosos prosiguió—. Pensaba que mi grupo era molón pero ninguno hemos combatido contra algo así. Yo lo máximo que he hecho fue tirarme a un matón reprimido en el instituto y robar botellas en un supermercado. ¡Aunque también escapé de una madre histérica por pretender follarme a la pija de su hija! —oh, aquellos sí que eran buenos tiempos, cuando se mezclaba con sus integrantes del Club del Escorpión y recorrían las calles de Bélgica con sus bicicletas sin saber qué aventuras les esperaba. Se preguntó que tal estarían, mientras se miraba el tatuaje de su antebrazo con aire nostálgico. Ahora tenía su propio grupo de amigos en la ciudad, y al igual que en la tierra estaba seguro de que sus colegas no le fallarían.

Dio una palmada y después se frotó las manos, no permitiría que los ánimos decayesen.
—¡Así que eres una proscrita! ¿¡Pero las rebeldes también se enrollan con otras chicas guapas, no!? —bromeó, intentando picarla.

La roquense escuchaba con atención a su amigo y se reía con lo que le contaba, aunque también abría mucho los ojos. También se había metido en problemas, aunque de otra índole. También le sorprendía la rapidez con la que bebía... y decidió no quedarse atrás mientras le relataba sus aventuras. ¡Qué plumas, estaban de fiesta! Habían cambiado de canción a algo más movidito, de hecho, así que les acompañaba.
—¡Uy, una proscrita! Si volviera, irían a por mí en masa con picas y tridentes. ¡Y claro que ligo, faltaría más, bribonzuelo! Pero no te tenía yo por un desviado como yo, volviendo loco a todos los géneros por igual, ¿eh? —le picó de vuelta. No se le había pasado por alto que había hablado de tener relaciones con tíos y tías... y que había alguien en la taberna interesado en él también.

Dicho aquello, se terminó la copa de un tirón y exhaló un cacareo.
—Ya está bien de música tranquilita, vais a ver. Sígueme si te atreves —le dijo y luego le guiñó un ojo.

Se levantó de un bote y se fue hacia el escenario sin mirar atrás. No había perdido su oído musical y reconocía similitudes en las palabras entre canciones. Sabía que la clientela podía pedir temas, pero Sinceridad quería más. Intercambió unas palabras rápidas con la banda y después se frotó las manos mientras buscaba al lemur con la mirada. Lanzó un par de cacareos y se lanzó a acompañar al cantante con la siguiente. Esta la había escuchado otras veces y además le habían explicado lo que significaba, así que le resultaba poética.

—¡Bueno si volvieras lo más probable es que los reventaras a todos! —dijo, riendo al imaginarse el poder que su amiga podría desplegar ante sus enemigos. Luego alzó mucho las cejas y parpadeó varias veces profiriendo una carcajada con un golpe de la bebida sobre la mesa—. JA ¡Yo no discrimino géneros! En la Tierra siempre se empeñan en hacerte caminar por una acera u otra, pero digo yo que para algo está el paso de cebra.

—Claro que me atrevo —el lémur daría un último trago para acabarse su consumición antes de seguir a la roquense con expresión curiosa, esquivó a la gente como pudo, le guiñó el ojo a aquel nublino al pasar por su lado, y se acercó a la banda dónde Sinceridad estaba tramando algo—. ¡QUÉ COJONES, TÍA! —jamás esperó que se uniera a la canción, y menos que aquel registro fuera tan grave y fuerte. Tayron comenzaría a entrar de lleno en el ambiente, saltando un poco en el sitio y moviendo la cabeza de un lado a otro. Algunas personas de su alrededor hacían lo mismo mientras sus oídos eran deleitados con la melodía tan rockera—. ¡Cómo mola! —les vitoreaba.

Cantando era quizás cuando más a gusto se sentía con sus ojos. Podía transmitir muchísimo abriendo y cerrando los ojos aquí y allá repartidos por su cuerpo, hacer muecas, componer caras con ellos juntando sus extremidades o sus manos... Incluso agitaba sus alas de vez en cuando, para añadir a los golpes de puño o de cadera o cuando daba pasos fuertes. Todo su cuerpo le iba como anillo al dedo a los estilos que más le gustaban, de hecho.

Por supuesto, no perdía ojo del lémur ni de lo mucho que le había impresionado. Era el primero de sus amistades con quien se atrevía a revelarle uno de sus pasatiempos desde hacía poco, y es que cantar era algo que añoraba desde que la cosecharan y el grupo aquel de la taberna le había ayudado a recordar y mejorar. Aún tenía que seguir, pues solo podía unirse a ellos en dos o tres canciones.

En la pausa entre temas, pudo ver que estaba levantando pasiones en su público. Guiños y gestos que le invitaban a acercarse a ciudadanos de toda índole, pero nadie le interesaba en ese sentido. Cuando se lamentaba de no conocer a nadie en el ámbito romántico no incluía un escarceo o un encuentro fugaz en algún rincón o callejón. Solo le interesaba enlazarse con alguien en profundidad, como una relación de pareja o una amistad intensa. Pero tampoco es que pudiera darle vueltas a algo así en aquellos momentos, en mitad del concierto, con tanto alcohol en vena y con aún más energía dentro. Prefería bailar, brincar y gritar con Tay y el grupo.

Por eso le invitaría a subir al escenario cuando terminaron. Se fue para el borde, se agachó y le ofreció la mano derecha.
—¡Sube, Tay! ¡Ven, que vamos a tocar otra que me sé! ¡Solo sube y berrea conmigo!

Iban a destrozar el tema y seguramente espantarían al nublino que tenía echado el ojo al lémur, pero qué demonios.

Tay continuaba bailando y dando saltos en el sitio mientras la taberna estaba a reventar de gente que hacía ruidos y vítores gracias a la actuación que se daba a lugar. El lémur se movía de un lado a otro y su cola lo hacía al mismo ritmo como si tuviera vida propia pues se encontraba pletórico y el efecto del alcohol en vena lo transportaba a otro mundo. Él no se sentía ni un milagro ni un portento. Pero solo quería olvidar, y pasárselo de miedo. Gracias a su amiga estaba sucediendo.

Aceptó la mano de Sinceridad sin ningún tipo de duda, y aprovechándose del agarre tomó impulso para subirse al escenario. En aquel momento, sus ojos amarillos estaban un poco nublados y ya arrastraba un poco las palabras al hablar. Miró a la roquense, más bien a todos sus ojos, y supo que la noche sería una inolvidable. Era como si la argos estuviera en todo su esplendor y despidiera rayos de luz que contagiaban a la gente.
—¡Canto como el puto culo! —de repente le estaba entrando mucha calor, fruto de la excitación— ¡Pero tú lo has querido! —y al son de una nueva canción, procedería a vociferar lo que le echaran como si no hubiera un mañana.

Le dolía la garganta de hablar tanto alto y cantar como un grillo. Pero no solo estaba gritando por la emoción si no que por su boca salían despedidos muchos demonios internos.

Oh. Cómo necesitaba coger un buen pedo.