Biblioteca Mágica

Maila asintió levemente con la teoría de Fleur sobre los efectos de Rua y su piel. Tenia bastante sentido y podría explicar por qué eran tan importantes todas las partes de su cuerpo, ¿no? A la hawaiana le recorrió otro escalofrío al pensar en eso. ¿Habría también partes de ella utilizables? Esperaba que no pero con aquella ciudad nunca se sabía.

-Yo me siento igual que siempre, excepto que me siento perseguida por este estúpido Sahara-. Le siguió la broma a la sueca, ahora ya más animada por ver que la francesa había recuperado su forma humana. Maila pegó un brinco con el grito de Pefka a pleno pulmón diciendo en qué se había transformado, pero se alegró de que él también hubiera hecho avances y rio al verlo hablar tan rápido.

-¿¡Tienes algo, Toni?! ¿Qué has descubierto?- Preguntó emocionada y nerviosa a partes iguales cuando el español se acercó a ella con un libro en la mano.<<Los brujos...¿Soy una bruja? ¿Y la arena es mi dominio?>>  Pensó viendo sus movimientos erráticos de un lado para otro de forma aleatoria. Aleatoria, si, pero no siempre. También había reaccionado a sus deseos algunas veces, de manera consciente o inconsciente. Si, aquello tenía sentido y para darle mayor realidad y porque necesitaba decirlo en voz alta repitió las palabras de su amigo:-Somos eso, brujos... Soy una bruja... de la arena...- Dijo todavía sin creérselo del todo y recordando de nuevo aquel terrible sueño que tuvo. Aún no sabía si era bueno o malo, al fin y al cabo las brujas habían sido siempre malas, ¿no? Cuando vio la cara descompuesta del español enseñándole aquel dibujo Maila le quitó el libro de las manos rápidamente por puro estrés, mientras sentía un puño en el estómago y un sudor en el cuello.

-¡Esperad, esperad!- Exclamó ante la cantidad de preguntas de sus amigos, algo abrumada. -Me parece bien que nos vayamos cuanto antes, pero Toni ha descubierto esto de aquí también.- Dijo enseñándoles el dibujo de aquella especie de bruja de los insectos. No tenía valor para decir en voz alta lo que temía por si se hacía realidad. Pero confiaba en que sus compañeros entendieran el temor que compartían ella y Toni. Empezaban a temblarles las piernas con todo aquello. La arena empezó a girar violetamente como un torbellino por el pasillo contiguo y todos podrían oír como caían los libros de las estanterías.

Tomo una bocanada de aire y miró a Fleur.
—Eso es un poco sexista ¿no? Quiero decir, porque las mujeres se diferenciarían a los hombres en lo de los poderes, no sé yo hago cosas con el viento que me sale de la boca y Maila con la arena que no se donde ha salido— dijo riéndose.

—A ver Rua, mi pelo es sagrado, no me lo quites que me muero. No me ha matado esta ciudad pero si me quitan el pelo me tiro por donde sea que me haga mas daño— le dijo a Rua.— En realidad creo que tienes toda la razón, yo me pienso llevar este libro para estudiarlo de arriba a bajo.
Se quedó callado mirando a Pefka cuando este mencionó la alianza de poderes, podría ser, podría ser, pensaba mientras o miraba fijamente sin articular palabra.

— No vamos a sacar conclusiones, por ahora estamos igual que antes Maila, vamos a estudiarlo a ver que es, igual no son los mismos brujos o sus dominios son otros— terminó diciendo mientras miraba a Maila y se encaminaba a la puerta sin mirar hacia donde se dirigía.

Había demasiadas cuestiones que flotaban alrededor de sus amigos en forma de dudas como para que Fleur pudiera captarlas en medio de toda aquella confusión y euforia. De las pocas que pilló al vuelo poco pudo hacer para entenderlas.

No consiguió comprender, por ejemplo, por qué Toni decía que sus palabras eran algo sexistas. Su realidad había estado distorsionada tanto tiempo que a veces se encontraba con algunos términos que la despistaban. Asintió, de todas maneras, probablemente el español llevara razón. Con el tiempo se había dado cuenta de que su manera de pensar resultaba chocante porque toda la información que le había llegado es que solo las mujeres podían ser brujas, princesas, o hadas. Sin embargo, allí estaban sus amigos, realizando prodigios con viento o hablando más rápido de lo que tardar en caer un rayo.

Todas las teorías le resultaron interesantes, especialmente la de Pefka sobre que Maila y Toni pudieran combinar sus poderes. No estuvo muy conforme con la explicación que dio Rua con los precios. ¿Qué se suponía que significaba aquello? ¿Y manipular la energía superior?

Al final su amiga expresó su propio recelo en alto, al igual que ella ambas podían cambiar de forma de nuevo en mitad de la calle, solo que ya sabían que la sueca corría peligro, y un unicornio era difícil de ocultar.

—Tiene razón —la apoyó, mostrándose mucho más cercana con todos. Luego, intentó mostrarse tranquilizadora mientras miraba a Maila—. Seguro que se trata de otra cosa... nos os preocupéis, a lo mejor solo es la imagen de alguien que pertenece a otro mundo, o que ha terminado transformándose en otra cosa diferente como ha dicho Toni —dijo, intentando calmar sus propias dudas haciendo uso de la lógica.

Poco a poco se fueron dirigiendo a la salida y Fleur sintió que no solo dejaba mil dudas atrás, también se deshacía de cierta oscuridad y salía mucho más resuelta.

Sigue en Torreón Sendar

Alec abrió los portones de la biblioteca sin esfuerzo, entró y los cerró detrás de él. Esperó un par de minutos allí dentro pero sin moverse del sitio por si el bibliotecario aparecía.

-¿Biblios? - preguntó en voz alta cuando se cansó de esperar y el sonido rebotó entre las estanterías.

-¿Nunca te han dicho que en las bibliotecas no se puede hablar en voz alta? - respondió una voz a su espalda.

Sobresaltado el escocés se giró rápidamente y tuvo que alzar la vista, ya que el espíritu se hallaba flotando boca abajo a pocos metros del suelo.

-Vaya vaya, un nuevo tremor - dijo Biblios con voz vivaz.- Hacía tiempo desde el último - comentó moviéndose por el aire hasta quedar tumbado frente a Alec con la cabeza descansando sobre un puño como si estuviera aburrido.- ¿Qué puedo hacer por ti novato?

-Te he traído los libros que cogimos para Silente - señaló la bolsa en que se encontraban los mismos.

-Hasta muerto Silente saca libros de mi biblioteca.

-¿Qué? - preguntó con voz extrañada.

-Ay, novatos. No entienden el humor negro - repuso el espíritu con un suspiro haciendo un gesto hacia los libros, que salieron de la bolsa volando y se dispersaron por el lugar.- ¿Alguna cosa más para que pueda volver a mi infinito aburrimiento?

-Pues sí, quiero libros acerca de los tremores...

-Tengo un compendio del terremoto infinito del mundo vinculado Escala que es una delicia de leer. Si entiendes escalés claro - le interrumpió el bibliotecario.

-La transformación, gracias - continuó el chico ignorando el juego de palabras previo.- También me gustaría uno de Valquirias... que coño, ya que estoy quiero uno al menos de cada uno de mis compañeros.

-¿Ya puestos no quieres una copia del grimorio de Hurza el comeojos? ¿O un tratado acerca de como cultivar manzanas de Arfes? - contestó el espíritu sarcástico.

-No, solo quiero cosas de las transformaciones. No es como que tengas muchas cosas que hacer - replicó el tremor y Biblios bufó poniendo los ojos en blanco.

-Tienes razón, pero eso no quiere decir que vaya a ayudarte. ¿Quieres libros? Búscalos - y con una sonrisa sardónica desapareció.

Con una retahíla de insultos acerca del bibliotecario menos servicial del universo Alec se internó en el lugar. Quizá fuera cosa suya pero la biblioteca parecía infinitamente más grande que antes y por si fuera poco aquel lugar era sumamente caótico en su ordenación.

Por fin dio con la sección donde estaban las transformaciones y los dones de la Luna Roja. Fue buscando uno por uno los libros en los que aparecían sus amigos y los sacó de sus estanterías acumulándolos sobre una mesa. Cuando los tuvo todos los metió en la bolsa y se dirigió a la salida esperando que el bibliotecario no le tocase las narices.

Sigue en las Calles.

Chromsa, como la mayoría de sus compañeros, andaba algo tenso con la búsqueda de los desaparecidos. Habían conseguido contactar con Dama Enigma, una detective profesional, que esperaban que pudiera encontrar algo que los llevara con sus amigos. Había pasado un tiempo desde el día que llegaron a la agencia y por el momento no había demasiados avances. Era un peso continuo que lo atormentaba, pero sabía que tenía que seguir con su vida a pesar de todo.

Ese tiempo lo aprovechó para seguir avanzando en magia y su habilidad con las hojas marchitas, además de aprender de jardinería con Edén. Le estaba gustando mucho las lecciones con el atlante y con esa nueva afición ya había conocido a algún que otro ciudadano más. Se empezaba a plantear si algún día podría crear jardines por la ciudad, aunque todavía era muy pronto para llevar a cabo esa idea.

Por supuesto también habían quedado Adam y él de vez en cuando con Erknest, aunque menos que los meses anteriores. Como ya les había adelantado en su casa, se encontraba trabajando de guardaespaldas con un chico llamado Sagaz. El caballero estaba muy ilusionado con el encargo y de lo bien que iba todo, aprovechando para fardar de sus habilidades (ahora también mágicas gracias a los dos) que hacían que nadie se acercara a su protegido. Uno de esos días incluso fueron a una de las tabernas de la ciudad y pudieron conocerle. A Chromsa le dio la sensación de que no era un comerciante tan legal como pintaba el héroe, aunque no podía negar que era bastante majo. Esa tarde-noche se quedaron conversando hasta más tarde de lo normal charlando, riendo y bebiendo invitados por el héroe. Era un gusto verlo de tan buen humor.

Un día Adam y él habían decidido ir a la biblioteca en busca de algún grimorio con hechizos que pudieran ayudar en la búsqueda o, ya aprovechando, en otras facetas. Habían estado mirando en la Torre Doce también, pero el ochrorio tenía la esperanza de que quedara alguno por allí que tuviera lo necesario para encontrar alguna pista. Después de un rato de mirar entre estanterías y conseguir con esfuerzo que Biblios les echara una mano, se llevaron un par de grimorios que podían investigar ya en Serpentaria.

-Bueno, con algo de suerte tal vez haya algo aquí.- dijo suspirando. Tampoco quería ceder a los nervios, así que decidió cambiar de tema: -La verdad, no recordaba lo curioso que puede ser el bibliotecario. Ya cuando vinimos la primera vez actuaba raro y no se si algún día cambiará. Supongo que es su encanto.- Terminó con una risilla, atento a lo que Adam le respondiera.

Fue entonces cuando una voz llegaría a la cabeza de ambos. En realidad no era una voz, o tal vez sí, pero se escuchaba lejana. Y no solo eso, también había golpes, incluso algún grito ahogado. Cuando el sonido parecía aumentar en volumen un extraño zumbido que al terrestre le recordaría a una estática llenaría la mente de ambos antes de que se hiciera el silencio.

A cada segundo la felicidad del rostro del ochrorio iba cambiando al más absoluto desconcierto y preocupación mientras un sudor frío le empezaba a caer en la nuca. Estaba inmóvil, y se mantuvo así hasta que consiguió mirar a Adam por si no se había imaginado aquello. -A-Adam. ¿Eso era...?- preguntó con el miedo en la voz. Sabía la respuesta, pero no quería reconocerla todavía. Tal vez no fuera eso, ¿no?

Tras la importante reunión que todo el grupo de cosechados tuvieron en la Agencia, Adam no hacía otra cosa sino pensar en los desaparecidos. Dama Enigma aportaría sus dotes de investigación para averiguar el paradero de los que faltaban y no dijo que el resto se mantuviese al margen pero una advertencia recibieron sobre los peligros que plagan la ciudad de Rocavarancolia.

El pegaso no pudo quedarse quieto simplemente. Era totalmente incapaz de relajarse sabiendo que todos, hasta Kolja quien consideraba un grandísimo amigo, les faltaban. Sentía el vacío de no querer sentirse siquiera cómodo hasta solucionar el dilema, la intriga lo estaba matando por dentro.

Se tomaba muy, muy en serio el estudio de la magia y de sus propias habilidades, enfocando sus dotes de curación por un lado y los sortilegios básicos por otro. Se pasaba algunos días completos arriba en Serpentaria, investigando, aprendiendo, buscando cualquier cosa útil que les pusiese un poco mas cerca de la verdad. El agotamiento mental estaba ahí, yendo algunos días a dar vueltas, visitar gente conocida de la ciudad, al menos unas distracciones le ayudarían a no estar tan estresado.

En eso entraba Erknest y Chromsa, los dos grandes motivos que lo impulsaban a incluso divertirse de vez en cuando. No eran reuniones tan frecuentes con el Caballero Ciervo ya que se encontraba algo ocupado con el trabajo que encontró de guardaespaldas, sirviendo de mano derecha a un tipo llamado Sagaz. Lo conocieron en persona en una taberna, era un comerciante bastante majo pero algo lo impulsaba a no fiarse del todo de él y no era trigo limpio, pero el héroe no parecía para nada perturbado por ello, ese chico era un ser de luz y Adam no quería que nada malo le pasase a su nuevo amigo.

El fauno también estuvo ahí por supuesto, dando muchísimo apoyo emocional al ruso. Eran más abiertos con respecto a mostrar sus sentimientos el uno por el otro y no había día que le molestase su compañía. Adam nunca tuvo algo similar pero la fortuna que sentía al tener la suerte de tenerlo cerca la tenía bien clara, el ochrorio era una luz que lo purgaba todo, hasta sus miedos mas profundos por el resto y por él mismo. Era gracioso, se sentía tan bien y cómodo con él que hasta le daba culpabilidad no llegar al nivel de Chromsa, sin embargo Adam buscaba aportar al máximo, escuchando y apoyando a su otra mitad en todo lo que hiciese falta.

Hubo un día en que ellos dos decidieron buscar algún libro, pergamino o escrito que los ayudasen a buscarlos. Biblios estaba ahí, hacía tiempo que no veía a aquel curioso ser fantasmagórico y aunque en un principió lo llegó a notar incluso irritante ahora que es más parte de Rocavarancolia que nunca, incluso agradeció recibir sus palabras y consejos para obtener un par de útiles grimorios que ojearían en Serpentaria.

—Espero que sí, Chromsa, espero que sí  —acompañó con otro suspiro a su pareja, dieron un gran esfuerzo en encontrar aquellos grimorios. Escuchó a lo que el ochrorio dijo, con una sonrisa provocada por la risa del fauno—. ¿A que sí? Podría decirse que hasta lo echaba de menos, nunca pensé que diría eso de Biblios —se rio otro poco, mirándolo algo divertido.

De pronto, sin previo aviso, algo azotó las mentes de ambos, humano y ochrorio. ¿Que era? El primer impulso de Adam fue poner su mano derecha en su cabeza, torciendo el rostro. Era una voz, gritos ahogados, impactos, ruido. ¿Qué diantres, era Biblios? No, no podría ser, era desagradable, demasiado como para que fuese algo desencadenado por una migraña leve y no pegaba con el bibliotecario en lo absoluto.

Se hizo un silencio y eso le heló la sangre al pegaso. Si eso lo asusto, ¿a Chromsa?

—Tranquilo, tranquilo... —se tragó el miedo como pudo, no quería empeorar nada en el fauno y en un tono monótono habló—. N-no sé que diantres ha sido eso pero vámonos de aquí ya —agarró con suavidad su mano, si hacía falta tiraría de él dirección a la salida.

Adam parecía menos afectado, o al menos intentaba ocultarlo. Le agarró la mano al ochrorio, buscando que se calmara un poco. Por un instante Chromsa tuvo un atisbo de tranquilidad, pero no era suficiente como para calmar todos los miedos que luchaban por quedarse dentro: -S-Sí- asintió mientras seguía a su pareja fuera de la biblioteca. Todavía procesaba qué había pasado, así que no fueron demasiado rápido hasta el exterior.

El paisaje lúgubre de la ciudad les recibió de vuelta, con una brisa algo fría que no ayudaba a que el fauno se calmara, calándole más de la cuenta. Era un augurio de que algo horrible acababa de suceder.

Volvió a preguntar al ruso sobre lo que habían escuchado, con clara preocupación: -Adam, era el colgante, ¿verdad? Le ha pasado algo- La mano le temblaba de pensar en esa posibilidad. Ya tenían demasiado con los desaparecidos, no quería perder a alguien más. -Tenemos que ir a verle, necesita ayuda.- apretó la mano para intentar parar los escalofríos, que ya se sumaban a casi todo su cuerpo.

Con unos pasos algo robóticos fueron ambos a la salida. En el camino Adam estaba alerta y no caía en qué diablos era aquel sonido en sus cabezas. La ciudad y su exterior fue el paisaje que ahora tenían ante sus ojos, junto a ese silencio tan tétrico. Lo de antes no era un sonido era… ¿telepatía?

La pregunta de Chromsa iba casi en sincronía con el trabajo mental del ruso y abrió mucho sus ojos en un obvio gesto de preocupación. Con mucha bulla en sus gestos buscó en su bolsillo con su mano libre el colgante que el héroe les dio, observándolo con sudores fríos.

—¿Todo venía de…? Mierda —era una certeza. ¿De donde vendrían tales sonidos sin procedencia auditiva? Por unos instantes su instinto de preservación lo impulsó a no meterse en eso, era peligroso y menos si pondría en peligro a Chromsa. Pero la afirmativa de éste último y su fuerte apretón que temblaba un poco lo sacaron del trance. En qué mierda estaba pensando, en huir de nuevo de sus problemas. Dudó unos instantes, mordiéndose el labio y respirando un poco fuerte—. De acuerdo, pero vamos deprisa —su tono era frío no por sentimientos iracundos, era de pura preocupación. Inició la marcha hacia la guarida de Erknest, yendo mucho más ligero que lo acostumbrado, pero no tardaría demasiado en iniciar la carrera junto a quien tuvo a su lado, apretando mucho su mano.

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El churumbel entendió que el regalo al que se refería Connor no se parecería en nada al papel aterciopelado que envuelve una muñeca por Navidad. Y aún así, se sorprendió como el resto cuando en lugar de moñas rizadas y tarjetas brillantes lo que llegó a sus oídos fue el entrechocar del acero contra la carne.

Intercambiar aquella mirada cómplice y asustada con Damian no le salvó de ese sonido húmedo que se deslizaba por sus tímpanos, el mismo estrépito de otras ocasiones y al que no llegaba a acostumbrarse. Gracias a Ethan el niño permanecía de espaldas y una de sus orejas quedó amortiguada por las manos del joven, pero no resultó suficiente así que el propio Aniol se tapó la otra y no contentó con eso decidió también cerrar los ojos con fuerza.

A su mente le era imposible divagar sobre nada, ni siquiera sumergirse entre las posibles teorías que Räg, Rick o Airi formulaban sobre las piedrecitas que estallaban. Su madre, como vidente y mística que era, le había hablado alguna vez de personas que usaban runas, pero ninguna explotaba por los aires el cuerpo de un coyote. Algo que lamentaba profundamente y que al mismo tiempo le perturbaba cada vez que un nuevo golpe llegaba más allá de su nuca.

¿Eso era lo que le hacía falta para sentir tristeza por un animalito? ¿Por qué no se lo había pensado dos veces con el jabalí-oso gigante? Lo único que percibió cuando advirtió su cuello ensangrentado fue alivio... sobre todo por Nohlem y Connor.

Ahora... en cambio... sentía incorrecto profanar su cuerpo, por muy chamuscado que  ya estuviera. Y por mucho que deseara enviar un mensaje a las personas que buscaban dañarle.

La pregunta que el italiano esbozó en el aire como una estalactita a punto de hacerse añicos le sirvió como pistoletazo de salida para dar por finalizado aquel acto. Aniol se giró con lentitud, con la piel algo pálida y sin ser capaz de dirigir su mirada a otro sitio que no fuera los antebrazos del motero salpicados de sangre.

No obstante, lo que el bosque mágico escondía no le dejó cavilar sobre lo que opinaba al respecto. Pronto una figura esférica les salió al paso y no tuvieron más remedio que salir corriendo despavoridos por las callejuelas.

Con el corazón retumbando y sus pulmones pidiendo un respiro el polaco frenó cerca de una edificación distintiva a los demás. Apoyó las manos en las rodillas para descansar, dejando que su melena destartalada cayera hacia delante como un tupido velo y sin ver que la estructura de mármol gris les ofrecía un escondite perfecto.

—Esperad... porfi... —su voz sonaba lejana, parecida a la de un niño medio poseído por un autómata hastiado. Un lugar incómodo para alguien de su edad que se debatía entre el miedo cada vez más familiar, y una familiaridad que cada vez otorgaba menos miedo—. Puedu... podemos volver y puedo hacer lo de la otra vez... —sus ojos color miel no indicaban dudas de a qué se refería, pues no salían de la cárcel de poder que ahora representaban sus dedos y la palma de sus manos. Entre tanto huir y coyotes se había cansado de ser el Correcaminos.

El mundo perdía nitidez alrededor de Rick, y no solo por tener los ojos humedecidos. La angustia se estaba apoderando de él a pasos agigantados, dejándolo inmóvil, mientras los miedos y preocupaciones le mantenían la cabeza trabajando a tope en cientos de escenarios a cada cual peor. La voz y los movimientos de sus compañeros sonaban lejanos, casi como si tuviera los oídos taponados. Al menos ayudaba a no escuchar los últimos golpes, pero lo hacía todo más irreal aún. -(Vamos a morir. O nos volveremos locos... o puede que ambas. Pero no vamos a salir de aquí)- su mente llegó cruelmente a esa conclusión, echando más leña al terror que sentía en aquellos momentos. Estaban condenados hicieran lo que hicieran, ¿no? Sus esfuerzos para seguir adelante eran en vano cuando el mal les acechaba en cada momento.

Y aún así... una pequeñísima parte de él no quería tirar la toalla. Intentaría sobrevivir un día más tanto por él como por el grupo, aunque era consciente de que parecía una tarea imposible cuanto más tiempo pasaba. Era una preocupación genuina, aunque tal vez también fuera una forma de darle sentido a una vida que estaba perdiendo desde que estaba en esa ciudad.

Si la duda estaba intentando contener esa chispa, fue un sonido tras el neoyorquino el que la prendió tímidamente. Al escuchar pasos cerca de él, el chico hizo el enorme esfuerzo de girarse hacia él. Era Airi, seguido de muy cerca por Räg. No se fijó demasiado en el resto en primer lugar porque sería centrarse de nuevo en la cesta y el motero por proximidad, y en segundo, porque le sanaí tenía tan mal aspecto como él. Era en momentos así cuando necesitaban no sentirse solos en un mundo hostil y por suerte ese aspecto de Rick no había cambiado todavía. Fue a acercarse despacio a los dos, controlando de nuevo su respiración y enjuagándose antes las lágrimas con la manga, pero luego de dar un par de pasos el mjörní notó algo raro.

Solo cuando lo mencionó, el neoyorquino prestó atención a sus alrededores y unos segundos después consiguió captar... algo. Extrañado, miró en la dirección de la que parecía provenir intentando ver en el horizonte qué era exactamente. No le traía buenos recuerdos de la última vez que escucharon algo similar a ese ruido, a varios metros bajo tierra. Y para su desgracia, sus temores solo crecieron en cuanto la bola de demolición con patas apareció entre los árboles. En otra situación tal vez podría haber intentado disparar con el arco, pero todo el miedo acumulado de antes no le dio pie más que a una solución. -¡CORRED!- llegó a gritar antes de escapar tan rápido como le permitieran sus fuerzas.

Rick corrió, mirando muy pocas veces hacia atrás por si alguien se estaba quedando rezagado. No le hacía falta hacerlo para saber si la bestia les seguía cuando sus pisadas ya no dejaban duda de que seguía acercándose con tan malas intenciones como el oso-jabalí. El bosque dio paso en poco tiempo a unas calles desconocidas y, aunque fugazmente pudo ver algún edificio llamativo, no sería hasta pasado el peligro que lo recordaría. Solamente cuando el retumbar del "armadillo" sonó algo lejano se permitió parar a tomar grandes bocanadas de aire, exhausto con todo.

-No vale la pena arriesgarse si podemos darle esquinazo- respondió preocupado y todavía algo ahogado de la carrera a Aniol. No dudaba de las capacidades del niño luego de lo ocurrido en los subterráneos (aunque probablemente por ello también recelaba de la facilidad con la que se estaba ofreciendo a repetirlo), pero en esta ocasión no estaban encerrados y tal vez pudieran encontrar algún lugar para esconderse o alguna calle más estrecha... El neoyorquino miró alerta a su alrededor en busca de algo así y no tardó en fijarse en algo muy cerca. -Allí. Podríamos escondernos hasta que esa cosa se vaya- dijo señalando a las puertas abiertas de un edificio en mejor estado que el resto de por allí. Ni siquiera había caído en la posibilidad de que pudiera estar habitado, ahora mismo estaba tenso y solo quería que estuvieran a salvo antes de que la bestia volviera a dar con ellos.

La duda de Damian culminó en Ethan diciendo que sí, que Connor ya había acabado con lo suyo. El italiano asintió, inmediatamente agachando la mirada hacia Aniol quien no solo tenía sus orejas tapados sino que también los ojos cerrados. Esa reacción en específico, juntado con que era la persona más cercana para él en todo el grupo, le hizo sentir bastante mal con todo. Inicialmente lo que fue una pequeña chispa al ver ese animal siendo aplastado fue a más al empaparse del rechazo a oír y ver del polaco. Ethan tampoco pareció reaccionar bien a Connor y Damian no estaba posicionándose, es más, no sabía si opinar siquiera. Habían jodido al otro grupo y sin embargo un sabor agridulce se le quedó.

¿Y por qué? ¿Por qué quiso girarse de nuevo? Un gruñido por lo bajo se le escapó al ver esa cosa, una masa informe de varios matices de rojo, pelo por algún lugar y cosas blancas y duras que rodeaban partes más elásticas, castigadas y hechas mierda. A Connon solo hacía falta verlo para saber que fue quien hizo todo aquello, lleno de salpicaduras de sangre en sus brazos y la maza húmeda, un brillo carmesí que nunca vio reflejado en la luz.

Eso se parecía a lo que era Aria.

—Nos vamos, si.

Cuando el chiquillo contestó a la sugerencia de Connor en un tono dejado, unos fuertes pasos se adueñaron del silencio y Rag se dio cuenta de aquello. Un mundo teñido de rojo no se molestaría en dejarle un respiro para pensar, viendo con pavor como un bicho grande con un caparazón visiblemente duro quería atacarlos y Rick se encargó de dar la alerta que lo hizo correr.

—¡Ah!… ¡Ah!…

Respiraba muy fuerte al correr, no quería frenarse a mirar siquiera. Rocavarancolia era mala con él y a Damian solo le quedaba huir de los peligros lo suficientemente asustado como para dejar el cuchillo en su funda pues el cúmulo de estrés era traicionero y la situación todavía más.

Corrió y corrió y de no se por el aviso de Aniol se hubiese ido a saber donde. Detenerse le hizo notar el cansancio repentino, suspirando todo su aire.

—Buff… Vale. Joder, que coño era eso… —estuvieron a una distancia segura, momento que aprovechó para sacar el cuchillo.

El polaco mostró deseos de hacer lo de “la otra vez”. ¿Eso, lo que se cargó a ese oso tan grande? Damian estuvo de acuerdo asintiendo paro Rick indagó en el tema, prefiriendo no arriesgar el pellejo. El bicho parecía duro y no le pareció mala decisión tampoco y además encontraron un sitio que parecía resistente y las puertas se encontraban abiertas.

—¡Vale, vale! ¡Todos para adentro joder!

Y sin pensarlo dos veces se metió dentro a trote ligero, casi corriendo. Sus pisadas sobre la madera se notaron, sobre todo en la sensación de pisar algo liso y el ruido de estas. Abrió la boca un poco, sorprendido por el cambio de tamaño repentino. ¿Tan grande era por fuera? Pudo contar a primera vista cientos, no, miles de libros por todos lados apoyados en estanterias. Unos más grandes, otros de colores chillones, mesas y sillas esparcidas, hojas, escaleras… ¿Donde se habían metido? Dio pasos hacia delante, esperando al resto e intentando no quitar ojo de la entrada caminado de espaldas. Una silla cayó por no fijarse por donde iba y se asusto.

—¡Ah! Joder... ¡Joder que puto susto! —frustrado pateó la silla pero con no mucha fuerza, desplazándola haciendo algo de ruido.

Airi se había adelantado, pero no lo suficiente como para dejar de escuchar los golpes desagradables. No le dejaban oír nada más en ese momento, como una ponzoña en su mente, por lo que sus oídos se cerraron tratando de ignorarlos. No era consciente de quiénes se encontraban cerca o lejos, al menos hasta que escuchó la voz de Räg a su espalda, ahogada tras sus membranas auditivas, diciendo algo que le puso en alerta todos sus sentidos de nuevo.

No tuvo tiempo de preguntar, y no quiso hacer ningún sonido para poder escuchar mejor. Pasos amortiguados, no muy rápidos. La transparencia del follaje pronto les dejó ver qué se acercaba. Airi nunca había visto nada parecido. Era un animal enorme, con una armadura brillante antinatural encima y, además, carnívoro, porque ya tenía una presa que malamente tuvo tiempo de reconocer entre sus dientes.

Airi se guió por el sonido de sus compañeros arrancando a correr e hizo lo mismo tras ellos. Pronto sabrían cómo de veloz era aquella criatura, aunque no aparentaba ser ágil. Airi tenía miedo de notar un mordisco o unas garras en su espalda, y se preparó para soltar la cesta si hacía falta, o dejar la comida como distracción. Pero su perseguidor resultó ser más persistente que rápido. Poco a poco lograron tomar distancia de él, pero les había hecho llegar a unas calles en las que nunca antes habían estado. La zona parecía a medio camino entre abandonada y restaurada, y algunos edificios destacaban entre los demás. Vieron a lo lejos una torre completamente engullida por la vegetación, algo muy extraño para aquella ciudad, y más adelante, cuando creían haber perdido de vista a su perseguidor, dieron con otro edificio magnífico como nunca había visto antes. Airi quizá había visto cosas similares en ilustraciones, ya que algunas ciudades de su mundo tenían construcciones como aquella, pero en persona y de cerca era la primera vez.

Lo primero que hizo fue dejar la cesta en el suelo y tomar aire, sin percatarse aún de la puerta abierta que les invitaba a entrar. La conversación entre Aniol y Rick le hizo levantar la cabeza con un gesto de preocupación.
—No hay necesidad de hacer eso siempre… —murmuró, incapaz de alzar la voz. Era cierto que podían matar para defenderse de las bestias, pero si no era necesario no debían acabar con sus vidas sin más. Aparte de eso, que la responsabilidad recayese sobre un niño le parecía horrible, y como había dicho Rick era un riesgo. Quien sabía si las escamas brillantes de aquella cosa eran inmunes al hechizo de corte.

Entonces sus compañeros llamaron su atención sobre la puerta abierta al paraíso. La respuesta a sus plegarias parecía haberse materializado delante de sus espinas, de una forma tan ideal que sintió que no era correcto. ¿Tanto tiempo buscando libros y de repente aparecía delante de ellos una biblioteca? Sintió pánico de moverse, pero tampoco fue lo suficientemente rápide como para detener a sus compañeros. Algunos entraron sin que pasase nada, por lo que Airi terminó por seguirlos. Habían visto la cara más amable de la ciudad en el palacio que elle no había visitado, ¿no podía eso ser similar? Tal vez si intentaban robar libros también desaparecerían de repente por la noche, pero estaban allí en ese momento y, si era posible, quería echar un vistazo.
—Tened mucho cuidado, parece demasiado bueno para ser cierto —dijo, esta vez sí alto y claro, mientras atravesaba la puerta.
Cientos de estantes plagados de miles de libros le esperaban al otro lado. Jamás había visto tantos juntos. Y, aunque siempre había amado aprender, jamás había necesitado tanto información como ahora.

El primer golpe reverbero como un mal augurio, para el segundo ya había abrazado a ambos niños en un intento nulo de protegerlos y buscar en su cercanía un consuelo que no recibiría. Los impactos amortiguados se dibujaban demasiado nítidos en su imaginación, unos sonidos desgarradores que le hicieron tragar saliva y contener las náuseas. No, ese no era el plan y no, no se veía capaz de querer seguir otros así mientras la adrenalina no estuviera cegando su mente e invadiendo su cuerpo. Se apegó a los niños como si ese fuera el único refugio donde poder distraerse, tratando de prestar más atención a que el joven Damian no quisiera paliar su curiosidad que al hecho de que la imagen de Aria estaba poco a poco cobrando sentido en su mente.

-Si, ya está, Connor ya terminó, no te preocupes. -respondió mecánicamente a la pregunta del italiano. Su emoción estaba contenida entre la sutileza del miedo y el cabreo. -Esta todo bien.

Pero no lo estaba, ni él, ni nadie. Una de sus manos seguía cerrada en un puño, no solo por la tensión si no por que a pesar del gesto afectuoso seguía sujetando la lanza. En eso consistía aquella ciudad, en no dejarte tranquilo ni cuando querías consolar a un compañero. Con su mano libre revolvió el pelo de Damian antes de alejarse de ambos para dirigirse al único que de allí estaba notablemente tranquilo. El canadiense.

-Eres imbécil. -Le espetó en un susurro que intentaba ser más bajo de lo que en verdad era. -La idea era asustarlos a ellos, no a nosotros.

Había cabreo empapando cada sílaba pues al margen de que le preocupaba la condición del resto del grupo era el primer afectado por la grotesca situación. Verlo salpicado de sangre no es que precisamente ayudará a reducir su malestar pero, para desgracia de ambos, escuchar los pasos agigantados si lo fue. Ethan se quedó a medio camino de darle una colleja a su compañero tras la nuca, una de las que pican más que duelen pero que ante la presencia de un…. espera, eso era un armadillo gigante? Rick no tuvo que insistir para que sus piernas actuarán como un resorte bien engrasado. Su grito fue el pistón de salida a una carrera necesitada.

Corrio y corrio bien, pues el dolor que en su día lo habría retrasado dejó de existir antes de si quiera llegar a suceder. El miedo quedó encerrado entre el no querer adelantar a los pequeños y verse expuesto como primera línea ante aquel monstruo pero por suerte el eco lejano de sus pasos perdiéndose en la distancia marcó que no era tan rápido como insistente. Ahora la única compañía que compartían era la falta de aliento y las ideas descabelladas que había alimentado en el pequeño Aniol.

Ethan negó en el sitio mientras se guardaba la lanza en la espada para más comodidad y su colgante volvía a resplandecer de un verde armonioso bajo su camisa de tela. Podía acostumbrarse a eso, a no verse invalido tras una mala pisada o una fuerte persecución. Movió la pierna  en círculos por costumbre, tratando de habituarse a la extraña sensación de no encontrarse cojo en una situación en la que debería de estarlo.

-Peque, no dudo que no puedas pero mejor será si nos guardamos toda la magia posible por si acaso. -Coincidió con Rick aunque sus palabras no fueran exactamente las mismas. -Vamos, anda.

Le ofreció la mano para poder ir juntos al nuevo lugar. Que Damian no hubiera explotado nada más entrar era una buena señal aunque al igual que demostraba Airi su desconfianza por la tranquilidad era tan cierta como todo lo que habían vivido. Era demasiado bueno para ser cierto, un edificio que al lado del palacio era modesto en su espectacularidad pero que no por ello dejaba de ser sorprendente. Parecía una biblioteca, una de las que salen en Harry Potter presidiendo una escuela de magos. La intranquilidad pronto empezó a dejar paso a la euforia pues si de verdad los libros voladores no eran sus nuevos enemigos estaban ante una posibilidad de igualar a sus cazadores. Podían aprender mucho más de aquel lugar, de aquellos macabros juegos o al menos, encontrar una mejor forma de defenderse.

-Damian no te alejes mucho. -Comentó más como una orden que como una sugerencia conociendo como era el chico. -Airi tiene razón, aún no sabemos si es seguro.

Estaba claro que aquel lugar nunca iba a concederles ni un respiro para recuperarse de nada. La explosión, la medida extrema de Connor, y de pronto un extraño animal de gran tamaño que parecía hecho de hierro… Daba igual cuál fuera el origen de su malestar, siempre había algo más esperándoles. O persiguiéndoles, como aquel caso. El grito de Rick disipó cualquier posible parálisis por el miedo y echó a correr, asegurándose de que Airi no se quedaba atrás porque su enfermedad le diese problemas en el peor momento posible.
No supo cuánto corrieron, ni sabía dónde se encontraban. Tampoco prestó atención al hecho de que su aguante parecía mayor de lo que hubiese esperado. Solo quería perder de vista a aquel ser cuanto antes, que por suerte no era especialmente rápido. Cuando vieron las puertas abiertas de aquel edificio en buen estado, el mjörní no pensó en todo lo que podía salir mal: entrar ahí y resguardarse sonaba a la mejor idea que tenían.

Desde luego, no quería que Aniol hiciese lo que estaba sugiriendo. Le preocupaba considerablemente el simple hecho de que lo hubiese propuesto con tanta facilidad. Era cierto que les había salvado de aquel animal furioso en los subterráneos y que había sido lo mejor en ese momento, pero… No, un niño no debería tener que pensar en matar animales como si fuese lo más normal del mundo. Evidentemente, si no lograban darle esquinazo, él mismo se ofrecería a ayudar a intentar detener a la bestia, incluso si tenían que acabar con su vida. Rezaba a la Sanación por no tener que llegar a ello, aunque no iba a dudar en acabar con un animal salvaje si eso significaba ponerlos a todos a salvo. Le alegró ver que no era el único que pensaba que el polaco no debería hacer eso.

Por suerte para todos, una vez estuvieron en el interior de aquel enorme edificio (¿era tan grande?) el extraño ser que les perseguía dio repentinamente la vuelta. Por alguna razón no hizo amago de entrar siquiera allí dentro. Eso le alivió enormemente de forma momentánea, pero, al igual que varios más de sus compañeros estaban teniendo dudas sobre el lugar en el que se encontraban, fue el inicio de las suyas propias. El aviso de Airi y la corroboración de Ethan le hizo asentir por inercia aunque no estaba mirándoles siquiera en ese momento. De igual manera, pensó en las historias que sus compañeros contaban sobre aquel lugar lleno de lujos donde habían estado, pero desde luego eso no bastaba para confirmar que iba a ser el mismo caso.

A Räg también le impresionó la ingente cantidad de libros que había allí. Él sí había estado en una biblioteca grande, pero desde luego al lado de aquel lugar palidecía por completo. Una parte de él dudaba mucho, pero otra quería acercarse a las estanterías y comprobar qué contenían todos aquellos tomos. ¿Podrían haber tenido finalmente un golpe de suerte y haber dado con el lugar que contenía la información que necesitaban? Lo cierto era que si lo pensaba bien y si el otro grupo tenía su refugio por allí cerca…

Un golpe sordo le sobresaltó y miró en dirección al origen. Se acercó rápidamente a Damian y volvió a poner la silla que se había caído en su sitio.
—¿Estás bien? —le preguntó al italiano con preocupación y mirando a su alrededor, temeroso de que el sonido hubiese provocado… algo. No sabía el qué, pero a aquellas alturas esperaba cualquier cosa.

Las palabras de Rick resonaron con una lógica aplastante en la mente del niño, tanto, que incluso levantó la vista hacia el chico de ojos multicolores mientras observaba su respiración entrecortada. Su caso era similar, todo el mundo sabía que su físico no era envidiable y aquel día incluso Ethan parecía correr más de lo habitual. Pero no era la asfixia de los pulmones lo único que le apresaba en ese instante. Era la incertidumbre de sentirse poderoso pero no saber que hacer con tanta fuerza mágica.

¿Acaso no había entrenado para eso? Pero por otra parte... sabía que el muchacho tenía razón. Y cuando Ethan y Airi se sumaron a desestimar la idea terminó de comprenderlo del todo. Lograron dar esquinazo a la criatura. Fin del tema.

—Vali... —resopló, recobrando el aliento y con la mirada gacha. No es que deseara hacer daño a ningún animal por grande y temible que le pareciera, pero no podía evitar preguntarse qué pasaría si se lo encontraban más tarde, y de ocurrir, qué le sucedería a cualquiera que no contara con su maravilloso corte salvavidas.

Aniol entró de la mano de Ethan, sin alejarse en absoluto de él y jugando con el tacto de la palma de su mano para tranquilizarse así mismo. De vez en cuando se la apretaba de manera inconsciente, en especial cuando la Biblioteca se expandió ante sus ojos.

Rocavarancolia siempre esgrimía una sucesión de acontecimientos caóticos a los que si no procesabas de la manera adecuada te era difícil adaptarte. Hacía unos minutos se encontraban manipulando las cestas, después tuvieron que correr por su vida, y ahora hileras de estanterías repletas de libros provocaban chiribitas en sus ojos. Lo bueno de ser un niño es que nuestro pequeño hasta podía encapsular los sentimientos negativos que albergaba hacia Connor por tal de maravillarse con aquel despliegue imposible.

El polaco pegó un bote del susto cuando un ser se materializó en sus narices. Sin embargo, más allá de flotar con cara de disgusto no parecía peligroso.

—Damian... —aquella palabra se quedó suspendida en el aire como aquel tipo. Mira que era su mejor amigo pero... ¿Por qué siempre tenía que complicarlo todo?—. ¡Pídele perdón a la silla! No te había hecho nada... —confabularse con la persona que les interpelaba fue demasiado rápido incluso para él, pero no había nada fingido en su voz porque la fascinación que sentía en esos momentos era muy real y tangible. Apretó la mano de Ethan antes de volver a hablar, como si quisiera tenerle de apoyo—. Usted debe de ser el GUARDIÁN DE LOS LIBROS... ¿nu? —la mirada de Aniol se posó en Rick y Räg antes de proseguir—. Pero entonces... ¿Por qué tiene esos libros de allí encerrados en una jaula? —señaló con la mano—. ¿No te dan penita?.

Al neoyorquino le alivió saber que el resto también prefería evitar un enfrentamiento contra esa cosa. Habían conseguido sacarle algo de ventaja durante la huida, le parecía lo más sensato usarla a su favor para evitar por completo al monstruo. Estaba de acuerdo con Ethan con lo que dijo, más les valía que se guardaran la magia para cuando hiciera falta. -(Aunque lo ideal sería que no nos viéramos en esa situación en primer lugar)- pensó intentando no recordar el viaje por las galerías. Asintió a Aniol para reforzar las palabras del británico y, sin tardar más, se internó en el edificio.

Y fue justo a tiempo, porque al estar dentro pudo escuchar como los pasos se acercaban a donde habían estado momentos antes. Rick se giró en guardia por si iban a tener que frenar al armadillo gigante pero... se marchó. -Menos mal- dijo luego de un profundo suspiro que se llevó gran parte de su tensión. Esperaba que al salir no les estuviera esperando por allí cerca, pero de momento estaban a salvo. Aunque, ¿dónde exactamente?

En cuanto pudo fijarse en lo que había allí dentro, el neoyorquino se sorprendió con creces. Desde que habían encontrado el libro de cocina habían intentado encontrar más grimorios en cada lugar por el que habían pasado, sin demasiado éxito. Pero por un golpe de casualidad ahora se encontraban en una biblioteca enorme, probablemente incluso más que las de su ciudad. El chico miraba los pasillos llenos de estanterías con la boca abierta, más aún cuando notó algunas peculiaridades. -¿Libros que vuelan?- dijo casi para sí mismo mientras veía algunos tomos revolotear. Si allí no había libros de magia, entonces no sabía dónde buscar más.

Sin embargo aunque pareciera todo un milagro, sus compañeros no tardaron en recordarle el lado más realista del lugar. En el palacete habían tenido suerte, pero aquel sitio si que podía tener a alguien por allí. Ciertamente parecía demasiado bueno teniendo en cuenta lo que habían estado buscando. -Habrá que estar atentos- añadió mientras prestaba atención a su alrededor y se iba a acercando a las estanterías. En el mejor de los casos tendrían tiempo de investigar antes de que...

Un estruendo le hizo girarse al instante, alerta. Poco le faltó para sacar alguna de sus armas, aunque en cuanto se fijó qué había sido se calmó un poco. Se imaginaba que quitando el tropiezo Damian estaba bien, así que se dedicó a revisar que nada se había enterado del ruido que había hecho. Parecía que no, pero entonces llegó el suspiro y la caída de un libro. Si Rick ya entró en tensión con la voz en el aire, en cuanto del libro salió lo que parecía un fantasma se le encendieron todas las alarmas. El neoyorquino se llevó la mano a la empuñadura del sable, listo para desenvainar si resultaba ser un peligro.

Pero en lugar de un ataque, lo que Biblios hizo fue darles una explicación de dónde estaban y quién era. El chico fue relajando su postura con cada palabra que decía el bibliotecario, aunque seguía algo extrañado por la... curiosa actitud respecto a ellos y al mobiliario de la biblioteca. Miró confuso al resto del grupo, coincidiendo con la mirada de Aniol. Si de verdad podían usar los libros sería una buenísima noticia, aunque recordando el primer día en la ciudad había algunas cosas que no le cuadraban aparte de lo curioso de los libros en jaulas. -En el discurso de bienvenida nos hablaron de comida y refugio... pero juraría que no hablaron de más ayudas. ¿Podemos fiarnos de que no es una trampa?- argumentó con duda en la voz, aunque con el matiz del que estaba más que dispuesto a aceptar la ayuda en caso de que no hubiera un truco. Quería confiar en él y en la de cosas que podrían aprender entre los tomos, pero la cautela era un valor muy importante, más después de la última vez.