Sueño de Erika

Gente correteando de un lado para otro, todos parecían tener prisa. Lo único que hacían era murmurar, haciendo que no pudiera entender lo que decían.
Las mascarillas no faltaban en la sala, todos llevaban una...excepto yo. Una de las mujeres que lleva una mascarilla me tiende un bisturí y me habla de algo que no llego a entender, ¿Paciente?, ¿De que esta hablando? Miro a mi alrededor, pero sigo viendo la misma situación que antes; gente corriendo, con mascarillas y que no paran de mirarme. Eso me ponía nerviosa.
Sin embargo miro al frente y veo un cuerpo, abierto y lo peor aún, con el hígado al descubierto. El bisturí se me resbala de las manos pero consigo cogerlo de nuevo antes de que caiga al suelo. Cada vez que miraba el cuerpo me entraban arcadas. El enfermero de mi izquierda empieza a meterme prisa y yo sin saber que hacer le cedo el bisturí:
-Toma hazlo tu.- Mis manos tiemblan y empiezan a sudar, ¿Que se supone que estoy haciendo aquí? El panorama era desde luego estresante y los pitidos constantes de fondo aumentaban mi ansiedad, pero algo que no me quitaba de la cabeza era, ¿Yo, doctora?

Me sentía más cómoda en la otra habitación, sin pitidos, sin gente y principalmente sin sangre a la vista.
El enfermero me tiende una taza de café que cojo amablemente y antes de que pueda dar un sorbo me pega una bofetada. Me llevo las manos a la mejilla, eso si que no me lo esperaba. Para colmo me empieza a echar la charla, ¡Ni que fuera mi madre!, estaba preparada para contestarle pero me agarra del brazo y me lleva de nuevo a la habitación. Agarro el nuevo bisturí que me da y me planto delante del cuerpo, que en estos momentos se jugaba la vida, ¿Seguro que era yo su única esperanza? Porque entonces el pobre iba a tener muy mala suerte.
Otra de las muchas personas que hay presentes en la sala me tiende un teléfono, un tal Hoffs, desde Zurich. Me llevo el auricular a la oreja y el hombre, empieza a darme instrucciones.
Lo único que hago es escuchar, no muevo ni un solo musculo, no me atrevía a "jugar" con el cuerpo de otra persona. Miro fijamente el bisturí y lentamente lo dejo sobre un lado de la camilla. Miro a todos los presentes en la sala:
-Lo siento, no puedo, cometí un error al elegir ser cirujana...- Aunque no lo entendía muy bien, ¡¿En que estaría yo pensando para elegir ser cirujana?!

Los sollozos de la niña me ponen los pelos de punta:
-Bueno...supongo que si sigo las instrucciones saldrá bien.- Me agacho y acaricio la cara a la pequeña.- No te preocupes, mamá se pondrá bien.- Le dedico una sonrisa poco convincente.
Vuelvo a coger el teléfono y le pido al hombre que hay al otro lado que repita cada uno de lo pasos. Agarro el bisturí y ante la atenta mirada de todos lo acerco al hígado, con los ojos cerrados, como si así tratase de evitar lo que esta a punto de suceder.

Al terminar la operación me sentía algo extraña. Por una parte estaba feliz, le había salvado la vida pero por la otra todavía no me lo creía, nunca había hecho nada parecido, sin embargo, había salido todo perfectamente.
Todo el mundo me felicitaba o me daba palmaditas en el hombro,pero sin duda, lo que más me emociono fue el abrazo de aquella niña. Marchaba todo bien, pero no por mucho tiempo...Aquella alarma no daba muy buen presagio. Los enfermeros que estaban ya calmados tras la operación volvieron a las andadas, se llevaron la camilla con rapidez pero trajeron una sustituta rápidamente. Esta vez aquel pitido que se oía de fondo era continuo y yo sabía lo que eso significaba.
Me volvieron a tender el teléfono que cogí sin ningún tipo de queja. Estas vez las instrucciones eran más claras. Me dispuse a intervenir de inmediato cuando de pronto, al quitarle la manta que cubría su cuerpo me quede de piedra, paralizada...Era mi padre. Una oleada de sentimientos se peleaban entre sí, todos querían salir. Los ojos se me nublaron y deje escapar alguna lágrima. Mire al enfermero de mi izquierda, el mismo que me había dado la bofetada anteriormente:
-Este hombre...es mi padre, ¿Qué hace aquí?- La voz se me quebraba, apenas podía articular palabra.

Sigo los primeros pasos al pie de la letra, sin quejas. Cuando abro su pecho, la sangre corre entre mis manos, cierro los ojos y respiro profundamente unas tres veces. Era mi padre tenía que salvarle.
Cuando abro los ojos de nuevo me encuentro mucho mejor, me estaba costando hacer todo esto, pero sabía que podía. Cuando el señor Hoffs me indica los últimos pasos me quedo paralizada, el teléfono se cae al suelo y no me molesto en recogerlo. Todos me miran, sorprendidos por lo que acaba de ocurrir:
-¡Esta loco!- Miro a mi padre, inmóvil, sobre la camilla. Totalmente frágil y abierto de par en par.

Miro a ambos enfermeros, si ese es el procedimiento no me gusta nada de nada. Estaba claro que no quería llevarme otra bofetada, pero tampoco quería hacerle eso a mi padre.
Me había acostumbrado al pitido de fondo y sabía perfectamente que ese sonido no iba a cambiar:
-Si su padre estuviera en esa camilla tumbado, medio muerto, ¿Haría usted lo mismo?- Miro al enfermero de mi izquierda, totalmente seria, con los brazos cruzados.