Sede de los Taumaturgos

Le hizo mucha gracia la respuesta de Tayron y si estuviesen las luces encendidas le habría dedicado una mirada de complicidad a la argos.
—Si las normas lo permiten yo si quieres te cambio el sitio para buscar en la próxima… Solo si quieres —le ofreció al lémur, sobreentendiendo que él no hubiese querido ser encontrado.

Le iba a decir que no quería que Milo y Rox se divorciasen cuando el segundo se acercó a ellos con todavía aquella apariencia perturbadora y empezó a meterse con Tayron. Un súbito estruendo interrumpió la escena que hizo que incluso el gamusino saltase en el sitio de la sorpresa.
—¿Qué ha pasado? ¿Necesitáis ayuda? —gritó después del cambiante.

En realidad a Tayron le daba igual ser el siguiente en pillar, su desagrado provenía de la humillación que sentía al haber sido el primer encontrado y bajo las circunstancias en las que había ocurrido. Pero entendió que igual a Adru le hacía ilusión ser la que buscaba y así él tendría oportunidad de redimirse en la siguiente partida.
—Si las normas lo permiten... ¡Trato hecho!

Una voz antinatural llamó su atención en cambio y el sonido de las uñas rasgando la pared le puso los pelos de punta, especialmente en penumbras donde no veía ni torta. Por supuesto se trataba de Rox y el lémur estuvo a punto de maldecirle cuando un estruendo sonó más allá.
—Anda, ¡Ya la has liado colega! —le dijo al cambiante, fue su primera reacción ante las palabras del australiano de que no había tenido nada que ver pero cuando escuchó que tanto Adru como Rox parecían preocupados cayó en la cuenta de que alguien podría haberse hecho daño. Se sumó a ellos— ¿Chicos, todo bien? —había puesto las tumbas de cartulina de broma pero tampoco era plan de que la palmaran en la noche de Halloween, ni ninguna otra noche además.

Con los brazos extendidos Milo dio un par de pasos titubeantes hacia el interior de la habitación, entornando los ojos en busca de alguna sombra que pareciera más corpórea que el resto de la oscuridad, pero el repentino estruendo a apenas unos metros hizo que diera un salto en el sitio. Con el corazón de nuevo a punto de salírsele del pecho en apenas unos minutos el irrense encendió su linterna por pura inercia, apuntando hacia el origen del ruido con rapidez. El leve temblor del haz de luz era una señal inequívoca de lo sobresaltado que estaba.
—¡¿Rena?! —preguntó con preocupación en cuanto la enfocó en medio del desastre, acercándose con cuidado para no patear nada y armar más revuelo. Había escuchado su maldición un segundo antes de alumbrarla—. ¿Estás bien? —inquirió, buscando alguna señal de que se hubiera hecho daño.

Estaba tan centrado en su amiga que se había olvidado de que estaban jugando a un juego que tenía sus normas, normas que él acababa de infringir flagrantemente. Aún no había visto a Neil y a Nime, sin embargo, pues al contraste con la luz las sombras se habían hecho aún más densas.

Las voces de sus amigos llegaron con claridad desde la sala de entrenamiento que hacía las veces de punto de reunión, y por su tono de preocupación los golpetazos tenían que haber resonado con mucha fuerza. El irrense no sabía qué pensar, pero alzó la voz para que se tranquilizaran.
—¡No os alarméis! ¡Creo que estamos todos bien! —informó sin apartar la mirada de la ursántropa, esperando que ella también lo confirmara.

Neil estaba decidiendo cómo se movería para no hacer ruido cuando Milo se acercara, cuando se oyó el estruendo de metal y madera y a Rena maldecir. El aurva jadeó sorprendido, tanto por el ruido, como por la luz que de repente apuntaba a la irrense y que sostenía Milo, quien le preguntaba preocupado si estaba bien.

Por lo poco que podía ver, Rena estaba bien, sobre todo si se hacía caso al grito de Milo en el que lo confirmaba para los que se encontraban esperando fuera. Nime tampoco parecía haber sido afectada por el caos, aunque el sinhadre había escuchado el pequeño sonido de sorpresa que había hecho desde lo alto y él mismo se había salvado por un maniquí que ya había estado previamente en el suelo y que había evitado que la avalancha llegara a él.

Con cuidado, Neil intentó asomarse sobre el maniquí que le cubría para ver bien a Rena, pero sin que la luz le alumbrara. Una cosa es que siguieran jugando y otra que no estuviera preocupado por sus amigos.

Rena se cubrió la cara con el brazo para protegerse del foco de luz repentino.

-¡Argh, que me vas a dejar ciega! -se quejó. -Estoy bien, anda, baja eso.

Puso atención para cercionarse por segunda vez de que nadie había salido herido por culpa de su torpeza y comenzó a escalar los maniquíes para ir hacia Milo.

-¡ESTOY BIEN, NO HA PASADO NADA! ¡EL JUEGO CONTINÚA! -gritó para el resto.

Cuando llegó hasta Milo le puso la mano en el hombro y lo empujó hacia la entrada de la habitación con ella.

-Y tú has roto las normas así que tienes que volver al punto de partida. Venga, arreando -dijo con una sonrisa. Sabía que su amigo solo había querido asegurarse de que estaba bien, pero quería darle una oportunidad a los otros dos enanos de ganar y así compensar haber metido la pata.

Milo apuntó el haz de luz hacia el suelo cuando Rena le increpó, pero sonrió abiertamente al percatarse de que a la ursántropa no le había pasado. Estaba tan centrado en su amiga que no desvió la mirada a los lados y no vio las sombras que se agitaban en la oscuridad, pero era consciente de que la peliverde no era la única que se había escondido allí.
—¿Seguro que no hay nadie herido? Por cómo ha sonado tienes que haber derribado la mitad de las armaduras de la habitación. —comentó con fingida preocupación, esperando que alguien picara en la pregunta. Dudaba que alguien más se hubiera hecho daño o hubiera escuchado las quejas.

A pesar de todo, cuando la irrense le cogió por el hombro se dejó arrastrar hacia la puerta, apagando la linterna mientras echaba un último vistazo hacia la negrura de la estancia. Aunque fuera por una buena causa sí que había hecho trampas, eso era innegable, y cuando te pillaban haciéndolas lo justo era cumplir el castigo.
—¿Tengo que empezar desde el principio? —se quejó fingiendo agotamiento de camino a la sala de entrenamiento, arrastrando los pies para no escuchar a los que aún no había atrapado si estos decidían cambiar de escondite.

La verdad es que no le importaba mucho volver porque Eitne debía seguir por allí, pero hacer el paripé podía ayudarle más adelante si hacía que alguien bajara la guardia al pensar que estaba cansándose.

Nime se quedó muy callada mientras Rena y Milo hablaban. Agazapada sobre el armario aprovechó el haz de luz para localizar a todas las personas que pudiese haber en el cuarto, y desde aquella posición pudo ver perfectamente la silueta de Neil. Tal vez hubiese alguien más, pero ella no lo había visto.

Cuando Rena se llevó a Milo se dio cuenta de que tenía dos opciones: una cambiar de escondite, con el riesgo que conllevaba de no encontrar algo decente a tiempo; la otra, quedarse donde estaba y cruzar los dedos para que el irrense pensase que había sido Neil quien había hecho todos los ruidos que había escuchado en aquella habitación. Pero para eso necesitaba que el sinhadre no se marchase de allí.
—Creo que no nos ha visto —le susurró—. Intenta no hacer ruido, a ver si no vuelve.

Le habría hecho una mueca de mofa al lémur de estar visibles por echarle la culpa, pero ya le daría un galletazo cuando lo tuviera cerca.

—¡BURROS QUE SOIS! —respondió de vuelta en cuanto supieron que estaban bien.

El sexto sentido le había susurrado antes que había sido de Rena, sobre todo porque Adru, la otra bomba del trombazo, ya estaba con ellos. Volvió a meterse en el cuarto con una risita en los labios y se apoyó en la pared. Mientras tanto aprovecharía para recuperar su disfraz de demonio, más que nada porque como se hiciera la luz y siguiera con esas pintas por descuido lo mismo mataba a Neil de un paro cardíaco.

—Oye tú, panda verde, dime dónde te ha tocado Milo para saber cuantos dedos tengo que cortarle —aunque su tono fuese mortalmente serio un bufido de risa delató su coña al final—. ¡Pero todo con amor, claro! —añadió deprisa al escuchar a ambos irrenses yendo hacia allí.

Dio un brinco en el sitio, feliz de que Tayron hubiese aceptado su propuesta.
—¿Tú qué dices, Rox? ¿Puedo ser yo quien busque en la segunda ronda?
Si le decía que no lo aceptaría sin insistir, pero tenía claro que no iba a molestarse en esconderse bien en la siguiente.                                                                                      

—¡VALE! —gritó de vuelta en respuesta a Rena.
No mucho después la propia ursántropa se acercó con Milo, el cual parecía estar “castigado” por haber roto las normas.
>>Vamos, Milo, ya te quedan pocos —le animó—. Igual si eres rápido Rox no te corta los dedos —rio escuchando el comentario que le hacía el cambiante al lémur.

Aunque Neil estuvo apunto de contestar a Milo que no había nadie herido, pudo reprimirse a tiempo y quedarse completamente callado, suspirando de alivio cuando Rena sacó al irrense de la habitación y lo castigó a empezar desde el principio.

-¿Crees que volverá? -susurró de vuelta a Nime, a pesar de que sabía que Milo sospechaba que había alguien más a parte de Rena en esa sala-. ¿Cuántos deben quedar? A lo mejor ganamos nosotros.

Eitne se estaba esforzando muy fuerte por no llamar la atención y el ruido que venía de fuera le provocó sentimientos contradictorios. Por un lado no creía que le hubiera pasado a nadie y el ruido podría haber llamado la atención de Milo, pero por otro... ¿Y si sí había pasado algo? Estuvo a punto de salir de su escondite (o bueno, si se le puede llamar salir del escondite a despegarse de una pared), pero por suerte, pronto escuchó a sus amigos hablar sin ningún tipo de preocupación.

Por desgracia, entre las cosas que dijeron, había una cláusula de las normas del juego que había olvidado y que le hizo arrepentirse de no haber aprovechado para moverse de sitio. ¡Mecachis! ¡Le iban a pillar!

En cuanto escuchase a Milo entrar en la habitación, se pondría tan nervioso que se le oiría respirar con claridad. Sin embargo, él estaba convencidísimo de que estaba siendo un ninja de esos de la Tierra, que se movían de puntillas y sin hacer ruido. O algo así...

Desde la lejanía ambos irrenses parecieron coordinarse para dejar claro que nadie estaba herido y que el juego continuaba, un juego del que por desgracia ya no podía tomar parte hasta la siguiente ronda, en la que en principio Adru sería quien buscara entre las tinieblas. Podía seguir chinchando a Rox sin embargo, que era igual de divertido.

—Oh Milo y sus dedos robóticos... —suspiró a la pregunta del cambiante, que simulaba querer cortárselos—. En nuestras veladas siempre le digo que está perdiendo dinero como pianista, o quizá masajista... —hizo una pausa melodramática digna de una telenovela turca y su sonrisa se ensanchó en la oscuridad, aunque pocos o ninguno podrían verlo—. No puedes pararnos Rox... eres como un guardacosta haciendo frente a un tsunami, nosotros somos el tsunami... —luego bufó escupiendo un poco de saliva por la risa, sin cortarse por ver al brujo regresar de nuevo. Se alegraba como todos de que sus amigos fueran pareja, pero ahora poseía más armas para meterse con el australiano, y no las desperdiciaría.

-Si, desde el principio, no me seas listo -respondió Rena empujando a Milo a oscuras hasta donde se congregaban los encontrados. Parecía que seguían con el cachondeo -¿Qué decís de cortarle algo a Milo? Yo lo tengo a mano, le puedo dar un pescozón.

Podía intuir las posiciones de sus amigos con bastante acierto gracias a su olfato, salvo Tayron ya que con los faros que tenía por ojos no hacía falta, aun así los olfateó a todos con el hocico de oso para hacerles cosquillas.

-¿A ver quienes somos los perdedores? Parece que los más enanos nos están pegando una paliza.

Milo refunfuñó un poco cuando la ursántropa le hizo regresar hasta el punto inicial a empujones, pero el diálogo entre Rox y Tayron hizo que se olvidara momentáneamente del juego y de que se estaba empezando a impacientar. Aún seguían de cachondeo, pero le estaban usando a él como motivo de pique.
—Deja de inventar cosas lémur, tu y yo nunca hemos hablado de música —dijo en voz alta con una media sonrisa que nadie podría ver, apartándose de Rena para que esta no pudiera cumplir su amenaza—. Y ahora silencio, por favor, que aún estoy buscando gente y creo que alguien sigue escondido en esta sala. —pidió, caminando silenciosamente hacia la pared en la que la respiración de Eitne resonaba con tanta claridad que casi le daba pena.

Avanzó con los brazos en cruz, preparado para atrapar al daeliciano si este decidía escurrirse, pero la forma nocturna del niño era tan grande que terminó dándole un abrazo y enterrado la cara en su melena. Era como aferrarse a una nube demasiado sólida.
—Lo siento Eitne, pero te he pillado —sentenció, su voz ligeramente amortiguada por su pelaje—. Y he de decir que tu captura ha sido la más gratificante… mucho más agradable que pillar a estos dos tolais, la verdad —añadió con una risita mientras se separaba de la bestia del crepúsculo, sus últimas palabras dirigidas hacia los dos humanos que había en la habitación—. Ale, ya podéis seguir haciendo el tarugo, yo mientras tanto voy a buscar a los que me quedan. —se despidió, abandonando la sala de entrenamiento en dirección a la habitación en la que Rena había derribado la mitad del mobiliario.

Sabiendo dónde se dirigía recorrió el pasillo con mucha más seguridad que la primera vez, dando zancadas largas para ganar algo de tiempo, y en cuanto sus dedos rozaron el marco de la puerta carraspeó para anunciar su llegada.
—Solo faltáis dos y sé que estáis por aquí… —dijo para ponerles nerviosos, adentrándose en la estancia con los ojos entrecerrados. Empezaba a acostumbrarse a la oscuridad, pero en aquella sala había demasiados trastos y temía tropezar con alguno como le había ocurrido a la irrense—. Al penúltimo que pille le invito a un superpolo irrense. —añadió. Con suerte eso sembraría algo de discordia entre Nime y Neil.

—Hmm, eso sería hacerle un favor a Tayron y eso es algo pésimo... —respondió a Adru, fingiendo ponerle mucho pensamiento—. Aunque así puedo encargarme de que le pillen el primero otra vez... ¡vale!

Miró los farolillos del lémur para ver como cambiaban su luz, cualquier señal que indicase que le estaba picando, claro que el cabrón sabía que teclas pulsar para devolvérsela. Rox no se consideraba celoso, o al menos eso creía hasta que el chico habló de su novio y tuvo ganas de calentarle la nuca a hostias. Era incapaz de distinguir los celos del pique que ya tenían de serie. Iba a responderle a Rena y a Adru que prefería que la víctima fuera Tayron cuando la irrense le atacó con unas cosquillas que le pillaron tan de improviso que sus risas fueron más grito que carcajada. Milo se encargó de darle calabazas, lo que le sacó entredientes un par de risas más.

—Si crees que los dedos de Milo son mágicos es que no conoces los míos —susurró al belga especialmente bajo, cerca suya para no entorpecer la captura de nadie—. No son la única parte de mi cuerpo que puedo alargar.

>>¡Eh! —se quejó en seguida, dándose por aludido—. ¡Que he sido yo quien te ha pillado, leñe!
Para demostrar su ofensa, aunque no se viera, se cruzó de brazos y ondeó la cola de un lado a otro haciendo infinitos (ochos tumbados) con ella. Quizás le diese a Adru, Rena o a Tayron sin darse cuenta.
Era verdad que habían caído antes que los enanos, siendo Eitne el primero del equipo renacuajo. Estaba claro que cuanta menos edad más en serio se tomaban esos juegos, eso y que era más fácil esconderse cuando no eras una osa patosa, un lémur con demasiados enemigos, un conejo hiperactivo o un niño en el cuerpo de un león.

Mientras Milo estuvo alejado y se oía el barullo de la sala contigua, Nime aprovechó para contestarle a Neil:
—Creo que sí que lo somos, hay muchas voces ya.
Y eso quería decir que Milo volvería. Había escuchado muchos ruidos en aquella habitación y no podía relacionarlos todos con Rena.

Cuando el irrense regresó y Nime escuchó los pasos, se puso expectante. Tenía que coger primero a Neil, era más fácil. Su pregunta casi le hizo soltarle un «¡no quiero un estúpido helado!» ofendida, pero tenía las manos apretadas contra la boca, porque en el fondo sabía lo bocazas que era. Ya se lo diría cuando hubiese ganado aquel estúpido juego.

Neil asintió en dirección a la voz de Nime aunque sabía que esta no podía verlo por la oscuridad de la sala. Con cuidado, sabiendo que Milo estaba algo lejos, se sentó en el suelo contra la pared y se hizo bolita al rededor de su propio disfraz pensando que siendo la pared contraria al desastre hecho por Rena y todavía detrás de un maniquí, Milo no podría verle aunque volviera, a pesar de lo redondo de su disfraz.

Cuando Milo volvió e intentó chantajearles, Neil estuvo a punto de saltar para preguntar el sabor del helado, pero se reprimió rápidamente mordiéndose los labios y diciéndose a sí mismo que él podía prepararse helado si lo quería. Con lo que el aurva no contaba era que, ante su absurda autoreprimenda, se le escaparía una risita baja que calló lo más rápido que pudo tapándose la boca con las dos manos y haciéndose más bolita en el suelo.