Canción de Escudos y Espadas

Kolja estaba sentado en la muralla, un sitio que había empezado a frecuentar en los momentos de ocio, cuando no tenía nada que hacer. Había subido unas cuantas almohadas y se había montado un pequeño pero cómodo lugar en el que pasar las horas haciendo tareas monótonas o simplemente para disfrutar del silencio y tener tiempo para pensar en sus cosas. Cuando se hacía de noche, cubría todo con una manta para que los murciélagos no lo pusiesen todo perdido.

En aquel momento estaba afilando unas espadas y bañándolas en aceite protector, un trabajo que le relajaba. Ni siquiera eran espadas que el fuese a utilizar necesariamente, pero el estado en el que habían dejado todo el equipo de la armería le exasperaba, y cuidarlo se había convertido en una de sus tareas diarias.

Quería hacer caso al consejo de Alec, pero conforme iba acercándose adonde estaba Kolja el sonido del afilar de las espadas aumentaba, al igual que su nerviosismo.

—<<Seguro que es buena persona. Solo le vas a pedir una cosa, nada más>> —pensó, autoconvenciéndose de ello.

Se asomó en la muralla, mirando con impresión el improvisado sitio que montó su quizás futuro entrenador. Kolja estaba ocupado, reparando varias espadas con una habilidad que hizo despertar curiosidad en Adam. Siguió entrando hasta que fuese visible para el alemán.

—¿Se puede? —preguntó por educación. De cerca le inspiraba respeto su gran altura, siendo de las pocas personas que debe mirar a los ojos alzando su cabeza—. Q-quizás pueda ser una tontería lo que quiero pedirte —se maldijo un millón de veces en sus adentros, ¿qué clase de petición empieza así?—, pero… me gustaría participar contigo en tus entrenamientos matutinos —lo miró sintiendo una culpa muy gratuita en su interior, quizás por haber interrumpido su trabajo con las espadas.

Kolja levantó la vista cuando oyó pisadas acercándose. Se trataba del rusky, que venía con cara de nerviosismo. Aquella actitud le hizo preguntarse a Kolja que era lo que le ponía tan nervioso, realmente no le gustaba que la gente lo pasase mal a su alrededor, sino lo contrario. Entonces recordó una conversación pasada, en las escaleras después de haber llevado el desayuno. La verdad es que se había dejado llevar por el enfado reciente y Adam había pagado el pato. Tenía que disculparse.

-Si, claro, mi muralla es su muralla- respondió a la petición del ruso.

Se quedó mirándolo mientras este se ponía aún más nervioso, intentando pedirle algo. Cuando finalmente consiguió expresar su petición, los ojos de Kolja se iluminaron por un segundo, alegre.

-Claro, estaría genial que participase más gente. ¿Habías pensado en alguna clase de entrenamiento en concreto?

Resultó ser más simpático de lo que esperaba, aceptando su petición sin tapujos. Cierto es que tuvo una muy mala primera impresión de Kolja el día que encaró solo a esa monstruosa serpiente por los demás, quizás juzgó un libro solo por la portada.

—Me gustaría ponerme en forma, saber defenderme a mí mismo y a los demás —dejó caer una idea muy vaga en lugar de un régimen de entrenamiento específico. Quería ser de utilidad en las salidas por si acaso hubiese alguna amenaza y enfrentarla.

Ya hizo algo parecido esta mañana cuando salieron al palacete: cardio, abdominales, flexiones; pero agradecería tener a alguien con mayor conocimiento sobre eso, no quería lastimarse. Recordaba que el buen físico que tuvo en su adolescencia era por las constantes salidas que tenía con su grupo, teniendo numerosos escapadas de la policía llegando a correr kilómetros sin cansarse.

—¿Sabrías decir que tipo de rutina debería seguir en concreto? —por un momento vio algo nervioso el filo de una de las espadas.

Escuchó lo que le decía el rusky mientras le pasaba el paño con el aceite a una de las espadas.

-Pues tenía pensado proponer un entrenamiento general, correr con el equipo que cada uno suele llevar en las salidas, quizás añadir unos obstáculos más adelante. En un primer momento podemos empezar por ahí, para aumentar tu resistencia. Además, no es lo mismo correr que correr con un escudo a tu espalda, la armadura rozándote por todas partes y el peso extra en general. Créeme, yo a veces he sangrado más por que la armadura estaba mal acolchada que por una herida en si- recordó.

-A parte de esto, si lo que quieres es aprender a defenderte con un arma primero tienes que elegir. Es mejor concentrarse en un único estilo con una única arma, en un principio, luego ya puedes ampliar repertorio. No se si tenías ya algo pensado, pero si no, podemos bajar a la armería y mirar un poco a ver que es lo que te llama la atención- le propuso.

Adam prestó mucha atención al alemán. Estaba sorprendido de que estuviese tan versado en armas y armaduras, ya no viendo tan raro que Kolja tuviese práctica forjando y afilando armamento.

Ante su proposición se detuvo a pensar, ¿cual sería su equipo ideal? No es que fuese muy diestro en armas pero tenía una imagen mental de sí mismo protegiendo a todos, no pudo negar de que su yo idealizado era bastante rocambolesco en comparación a la realidad. De pronto se le vino en mente el escudo que Kahlo recibió como espejo para verse, y ya lo tuvo clarísimo.

—¿Hay más escudos en la armería? Quisiera llevar uno —afirmó con seguridad, aunque todavía le faltaba llevar algo con lo que defenderse. Mirando de nuevo las espadas puso mala cara. Muchas de ellas eran ideales en tamaño para él pero le recordaban demasiado a su maldito puñal. Se sentía estúpido, se miraba a sí mismo y se odiaba, “¿cómo voy a cambiar si sigo recordándolo todo?”. Puso mala cara, al decidir revivir su trauma de nuevo.

—También podría llevar una de esas... espadas —sugirió señalando hacia ellas, asqueado con su filo—, ¿pero podría empezar con una no real? Si las hay, claro —modificó su petición por tenerse algo de autocompasión ante el borde cortante de esas malditas armas cuyo único propósito era dañar, cortar… matar.

Kolja espero mientras Adam pensaba. Cogió otra de las espadas y se puso a revisar el filo, a ver que tal estaba. Levantó la vista cuando el ruso se hubo decidido.

-Si, hay varios escudos en la armería, podemos bajar luego y vemos a ver cual va mejor con tu tamaño y fuerza- sin embargo, cuando el rusky señaló las espadas pudo apreciar un gesto de desprecio, quizás incluso de asco. Kolja levantó una ceja, extrañado, pero decidió dejarlo pasar.

-Entonces puedes aprovechar a sentarte y te enseño como cuidarlas- Le propuso mientras con la mano señalaba al suelo en frente suyo. -Empezaremos con una de las espadas de entrenamiento que he visto en un rincón de la armería, de eso no te preocupes- le quiso tranquilizar.

—Eso sería genial, quizás encuentre alguno cómodo para mí —respondió con algo de ilusión. Se preguntó si quizás estuviesen disponibles escudos distintos al espejo improvisado de Kahlo, quería uno que fuese lo más cómodo posible pero duradero también.

Kolja propuso a Adam sentarse y atender a su tratamiento a las espadas. Siguiendo su sugerencia se sentó, acompañándolo. Soltó un suspiro de alivio al saber que empezaría con una espada no real. Procuró enfrascarse en observar cómo Kolja cuidaba las espadas con meticulosidad.

Era curioso lo contrarios que eran sus sentimientos con respecto a las armas desde su punto de vista: Kolja se encargaba de tratarlas, mantenerlas y perfeccionarlas, mientras que él las repudiaba; deseaba con todas sus fuerzas que la espada que cuidaba con tanto mimo el alemán se partiese en mil pedazos. Se detuvo en sus pensamientos por considerarlos demasiado sombríos para Kolja, no quería que, de pensar tanto eso, sucediese de verdad por una rara casualidad del destino. Aun así se animó a preguntar una cosa.

—¿Por qué cuidas esas espadas? ¿Qué te impulsa a, eso, cuidarlas? —tenía curiosidad genuina. Deseaba saber más sobre el punto de vista de Kolja con respecto a esos horribles filos de metal.

Adam aceptó la invitación a sentarse y Kolja empezó a explicarle como pasar la piedra de afilar por el filo de las espadas y como aplicarles la ligera capa de aceite. En un primer momento el rusky simplemente le escuchó sin intervenir, pero no tardó demasiado en formular una pregunta. Kolja reflexionó un  segundo antes de responderle, para poner en orden los motivos que se le venían a la cabeza.  Le parecía extraña la pregunta, ya que había hecho alusión a su historia familiar unas cuantas veces, pero recordó que Adam había llegado un día más tarde y que seguramente nunca le había oído. Tampoco recordaba haberlo visto por el salón cuando Luci, Alec, Kahlo, Lethe y él hablaron sobre sus mundos y su vida en general.

-Supongo que no te lo había dicho, pero mi familia da mucha importancia a nuestra historia. Un antepasado mio, del siglo XII, era un herrero en una aldea danesa, pero fue desterrado y se instalo en Alemania, no te voy a aburrir con la historia de por qué. La cuestión es que generación tras generación, los directos descendientes fueron heredando la forja, ampliándola y adaptándose a los tiempos en los que vivían. Y así llegó a las manos de mi padre, que nos enseño a mis hermanos y a mi el oficio- contó.

-Además, mi padre, desde una edad muy temprana, me enseñó a utilizar las mismas armas que forjábamos, me apuntaba a ferias y todo tipo de eventos en los que pudiese hacer gala de mi habilidad y al mismo tiempo hacía publicidad del negocio, ya que todo lo que usaba era nuestro, normalmente obra mía. Así que, ya ves, mi vida han sido las armas, desde siempre. El hecho de ver lo mal forjadas y cuidadas que están las de este lugar, me provoca un dolor casi físico y como no puedo volver a forjarlas, por lo menos me ocupo de darles el cuidado que necesitan.  Además, es una buena forma de pasar el tiempo- dijo, encogiéndose de hombros con la última frase.

Le asombró. Todo sobre la vida de la Familia de Kolja, su pasión en la herrería, su afinidad a manejar armas, todo era impresionante. La chispa de emoción en los ojos de Adam brilló más que nunca, recibiendo una respuesta que no solo dispersó sus dudas, sino que también le mostró una filosofía sobre el armamento que le fascinaba.

No pudo evitar comparar la familia de Kolja con la suya. No sabía mucho sobre sus antepasados y todo su círculo familiar era normalucho. Tenía como todo el mundo: tíos, primos, abuelos; pero ninguno de ellos terminó de cuajar en él, prefiriendo otras compañías que acabaría por maldecir en la actualidad. Lo único que pudo recordar era a su padre, a quien le gustaba coleccionar navajas y quiso transmitirle ese hobby regalándole una navaja. Nunca lo culpó por darle el arma homicida de aquella noche, siempre se culpó a sí mismo por ser quien cometió ese acto inhumano.

—Entiendo, te debe dar muchisimo coraje ver un estropicio de armamento —respondió con algo de tristeza en sus palabras—. Te admiro mucho, ojalá yo tuviese la fuerza que tú tienes ante las armas —levantó un poco sus comisuras, no mejorando su expresión triste. Miró hacia una de las espadas frunciendo su ceño—. Yo no puedo ver ese filo, puedo sentir como se retuercen mis tripas con solo verlo. Yo solo… lo odio —confesó entre dientes y muy bajo, conteniendo la rabia impotente que bullía en su interior—. Aun así quiero aprender a manejarlas. Quiero ser de ayuda por si sucede algo malo y para eso me veo obligado a enfrentarme a mis miedos.

Kolja se alegró mucho de que hubiese conseguido expresar lo que significaba para él todo aquello, de haber conseguido hacerse entender. Sobretodo después de que Adam expresase sus propias emociones, tan diferentes a las suyas.

-Eso son sentimientos muy fuertes hacia las armas de filo- dijo, confiando en que algún día Adam le explicase el porqué, sin querer hurgar el mismo.- Igual te sentirías mejor aprendiendo a manejar alguna otra arma más diferente, una maza o una estrella del alba por ejemplo.

La verdad es que cuando Kolja hablaba de armas casi parecía otra persona, una mucho más dispuesta a entender los sentimientos y necesidades de otros, una con más tacto, con los pies en la tierra. Pero es que esa parte de su vida le llevaba a un lugar mucho más calmado, donde la relajación era fácil de alcanzar y donde todo lo que se dijese era mucho más racional, más lógico. Donde las diferencias de opinión no causaban peleas y se podían aceptar sin reparos, sin intentos de convencer a la otra persona.
Había perdido ese lugar durante un tiempo, tras la discusión con su padre y sus hermanos, cuando la forja amenazó con dejar de ser un refugio para convertirse en un trabajo. Rocavarancolia le había permitido huir de aquel destino, y eso era algo que agradecía genuinamente, algo por lo que algún día querría darle las gracias a Akeyo.

Que Kolja haya puesto buena cara tras contarle como se sentía hizo que Adam pensase que el alemán le comprendía en cierta manera.

—Si, lo sé —claro que eran sentimientos fuertes. Adam no sabía si su compañero sintió alguna vez el filo de una de sus armas clavarse en una persona, sentir como la punta de una navaja se abre paso sobre la blanda piel, notar a través del mango las fibras musculares resistir en vano la acometida del frío acero, experimentar en sus propias carnes que se siente bañar tu mano en la sangre de un inocente. <<Seguro que no has sentido nada de eso, por eso te encantan estos “juguetes”>> Su cara era ciertamente sombría cuando Kolja le contó acerca de unas alternativas. No sabía lo que era una estrella del alba pero tenía claro que el objetivo de ese artilugio era obedecer a las intenciones asesinas de su usuario.

Adam sabía que algo no andaba bien en él, estaba poniendo una cara terrible ante una persona que solo quería ayudarlo. Sus pensamientos se tornaron algo siniestros y se arrepintió de ello. Tragó saliva y suspiró, mirando fijamente a Kolja.

—No es el tipo, es su función —intentó sonar lo más amistoso posible—. No me gustan por eso, nada más que sirven para herir a los demás. Armas de fuego, armas blancas, no sé ni por qué existe nada de ello —se le escapo una risilla de los nervios—. ¡Incluso vi con mis propios ojos como usan esta maravillosa magia para matar! —bajó la cabeza subiendo su labio inferior—.  Me estoy volviendo loco o algo

Sus ojos verdes pasaron a ser brillosos. Cualquiera se puede dar cuenta de que Adam estaba aguantándose las ganas de llorar.