- Kanyum
Ficha de cosechado
Nombre: Nohlem
Especie: Varmano granta
Habilidades: Puntería, intuición, carismaPersonajes :
● Jace: Dullahan, humano americano. 1’73m (con cabeza 1’93m)
● Rox: Cambiante, humano australiano/surcoreano. 1’75m
● Kahlo: Aparición nocturna varmana granta. 1’62m
● Nohlem: varmano granta. 1’69m
● Xiao Taozi: Fuzanglong carabés. 1’55m
Unidades mágicas : 5/5
Síntomas : Mayor interés por acumular conocimiento. A veces, durante un par de segundos, aparecerán brillos de distintos colores a su alrededor.
Status : Prrrr prrrrr
La noche de la fiesta
24/03/19, 04:47 am
El manto de la noche había caído sobre la ciudad y las luces que emitía la mansión podían ser vistas en la distancia, iluminando el cielo a través de las ramas del pequeño bosque que la rodeaba. El agitado murmullo de una fiesta era audible desde fuera del recinto, un cóctel de risas, charlas despreocupadas y música en directo. Los joyeros no habían escatimado en gastos, el ambiente era fantástico y el clima perfecto, pero ahí donde más de uno hubiera muerto por entrar, Kahlo estaba muerta por salir.
Sus padres no tenían que pedirle que ocultase su afilada lengua, la joven sabía cómo debía de comportarse, y sin embargo, muchas veces se encontraba a sí misma presionando con fuerza los anillos contra sus dedos hasta el dolor, un regaño por cada vez que se descubría a punto de rodar los ojos al hablar con los invitados. Le preguntaban por su vida, por cada una de sus prendas, por sus planes de futuro, le decían lo hermosa que estaba, pero a ninguno le interesaba realmente lo que tuviera que decir. La varmana sabía que lo único que querían era una mínima oportunidad para hablar de sí mismos, fardar, llenarse la boca de orgullo o ganarse una “amistad” que con suerte a largo plazo se materializaría en favores y regalos, pero ella no estaba dispuesta a darles coba. Actuaba con amabilidad, pero cortaba con sutileza y sin remordimiento alguno toda conversación que se alargaba demasiado. En otra situación, Kahlo habría estado dispuesta a parlotear sobre las tallas que adornaban los numerosos arcos de caoba de su porche, pero esa noche se sentía sobrecargada.
Su futuro esposo había llegado a la fiesta mucho más tarde que el resto de invitados. Claro, eso formaba parte del espectáculo. El chico era alto, de rasgos redondeados y nariz chata, ojos grandes e inocentes de un color verde claro. Su pelo era de un ocre casi dorado que apenas le llegaba por los hombros, sujeto para la ocasión en una pequeña coleta baja que no conseguía recoger la mayor parte de sus mechones más cortos. Su traje, gris con detalles dorados bordados en las mangas, le daba un aspecto maduro y atractivo, pero Kahlo conseguía encontrarle más y más defectos a cada encuentro que habían celebrado. Tenía el labio inferior caído, como si le hubiera picado algún bicho de pequeño y las secuelas no tuvieran remedio, lo mismo que pasaba con sus párpados. Más que alto, era como si lo hubieran estirado con cuerdas de las extremidades, y su cabeza era tan redonda que en conjunto parecía una farola. Su pelo era áspero como un estropajo, y estaba segura de que si lo tocaba se quedaría con el tacto rasposo en las manos. Para más inri era incapaz de cerrar la boca por completo, siempre asomaban sus dientes aunque estuviera mirando al infinito, y la cosa no mejoraba cuando sonreía, momento en el que descubrías que su boca era más encía que dentadura.
La cosa podría haber acabado ahí, pero Ovhirio no tenía mayor interés en Kahlo que el de tenerla de trofeo, alguien del que presumir y que casualmente le estaba solucionando la vida más de lo que ya la tenía solucionada. Una esposa linda con una familia poderosa, algo que disfrutar cuando volviera a casa después de gastar el dinero en apuestas de carreras de osogrifo. Podría ser el heredero de la empresa de su familia y estar siendo educado para ello, pero su atención por el trabajo era bastante escasa. Un niño bien al que, hasta en términos ricos, habían mimado demasiado.
Le había visto al llegar. Sus padres prácticamente la habían arrastrado hasta él, la habían obligado a acompañarlo de la entrada al jardín, a mantener conversación y mostrarse juntos en todo momento. Era un secreto a voces que antes de la cena sus padres darían la noticia de su compromiso, y ella tendría que tragarse todo con una sonrisa, como si la idea le pareciera magnífica y estuviera verdaderamente ilusionada. Todo por el show. Ovhirio le pidió que le llevase hasta el enorme sauce apartado del gentío, en una de las esquinas más verdes y frondosas del jardín, y así lo hizo. No es que hubiera intimidad, solo hacía más llamativo y “romántico” todo lo que hicieran, como una suerte de escenario. Se sacó una cajita adornada del bolsillo de la chaqueta y se la tendió, descubriendo dentro de esta un colgante formado por numerosas perlas de rutenio. Kahlo supo por sus gestos, por lo guionizadas que eran sus palabras, que todo aquello habría sido idea de los progenitores del chico. Dio las gracias con falsa sorpresa, permitiendo que le pusiera el colgante en el cuello mientras sentía miradas clavadas en su nuca. No aguantó más.
Con la excusa de quitarse la gargantilla para así lucir mejor su nueva prenda, retocarse el maquillaje y el pelo, se perdió en el interior de la casa, alejándose del jardín y el amplio salón en el que se encontraba la mayor parte de la gente. Saludaba con ligereza a aquellos que encontraba en su camino, pero no ocultaba la urgencia con la que avanzaban sus pasos, silenciados por el pasillo alfombrado que absorbía el ruido de sus botines. Ya iba directa a la planta superior, pero alguien chocó con ella en la curva de las escaleras. Se acordó de guardar la lengua y no maldecir la vista del desafortunado, preparando una disculpa, eso hasta que se dio cuenta de que se trataba de su hermano.
—Tan inoportuno como el día que nacimos.
—Yo también me alegro de verte —dijo tras sujetarla para evitar que se desequilibrase. Tenía la chaqueta de su traje azul noche colgada a un hombro y los botones de su camisa blanca estaban mal abrochados. Para rematar, la marca de un pintalabios rojo carmesí peligraba con rozar los bordes de seda de la misma, y el listón que adornaba el cuello pendía como un gusano de una rama—. ¿Por qué no estás fuera?
—Te preguntaría lo mismo, pero ya me sé la respuesta.
Una sonrisa traviesa se dibujó en el rostro de su hermano y un brillo malicioso le iluminó los ojos. Llevaba el pelo muy corto por los laterales pero algo más largo por la parte delantera, dejando que una maraña naranja ondulada cayese por su frente hasta sus cejas. Se apartó el pelo del rostro con una mano, pero Kahlo sabía que solo lo hacía para que su sonrisa fuese más obvia, no para peinarlo. Su respiración aún estaba agitada.
—¿Tanto se me nota?
—Por el alma de todos los árboles, Nohlem —chasqueó la lengua y se hizo a un lado con brusquedad para seguir subiendo—. Me da igual si te ven con el pelo hecho un nido de pájaros, pero quítate ese pintalabios barato del cuello. Van a creer que te has tirado a una sirvienta.
Nohlem se llevó una mano al sitio exacto donde tenía la marca, gesto que su hermana interpretó rápidamente. Pretendía lucirlo.
—Espero que padre te desherede si te ve con eso, me ahorrarías todo este numerito. O por lo menos que le hagas abuelo con a saber que pobre incauta. Ah, ahora que lo pienso, el alcalde y su mujer estaban por llegar...
El chico puso los ojos en blanco, finalmente arrastrando el pulgar a presión sobre su cuello para borrar la marca. Kahlo podría haber seguido su camino, pero le ayudó a quitarse el maquillaje y atar su listón: no porque la idea de que su hermano recibiera un rapapolvo no le gustase, sino porque tenían un orgullo como familia que mantener. Eso y que no quería oír más suspiros celosos por parte de otras chicas.
—¿No deberías de estar con tu amado? —preguntó. Aún en su burla, Kahlo pudo notar un deje de verdadera preocupación en su tono.
—Sí. Pero como tenga que oler otra vez ese perfume de vieja que lleva creo que voy a vomitar.
—Yo pensaba que olía más bien a cueva.
Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de ambos, con pesar en la de ella y arrepentimiento en la de él. Los años habían creado rivalidad entre los dos, pero ahora que uno de ellos estaba a punto de firmarse perdedor, haberse puesto a prueba resultaba hiriente. El gesto se extinguió pronto del rostro de la muchacha, que ahora le miraba con seriedad.
—Si no quieres que le diga a madre que te has estado revolcando con una mientras recibíamos a la familia de Ovhirio, será mejor que me hagas un favor.
Nohlem suspiró, pero no emitió queja alguna.
—Déjame que adivine…
—Entretenlo un rato, hasta que empiece el brindis. Para entonces ya habré bajado. Ahora mismo estará debajo del sauce, y si es tan malo para relacionarse con otros seres vivos como lo ha sido intentando conocerme prefiero que solo le sufras tú y no el resto de invitados.
—Está bien —agarró la mano de su hermana sobre la barandilla para llamar su atención antes de bajar, dubitativo. Sentía que tenía que decir algo más, pero fuera lo que fuera, no lo hizo—. No tardes, vaya a ser que se me pegue su olor.
—A lo mejor así las mosquitas te dejan en paz —añadió, apartándose sin mirar atrás al subir los escalones.
Su hermano observó en silencio como se perdía escaleras arriba, con el remordimiento en los labios, inconsciente de que posiblemente fuese la última vez que la vería.
Sus padres no tenían que pedirle que ocultase su afilada lengua, la joven sabía cómo debía de comportarse, y sin embargo, muchas veces se encontraba a sí misma presionando con fuerza los anillos contra sus dedos hasta el dolor, un regaño por cada vez que se descubría a punto de rodar los ojos al hablar con los invitados. Le preguntaban por su vida, por cada una de sus prendas, por sus planes de futuro, le decían lo hermosa que estaba, pero a ninguno le interesaba realmente lo que tuviera que decir. La varmana sabía que lo único que querían era una mínima oportunidad para hablar de sí mismos, fardar, llenarse la boca de orgullo o ganarse una “amistad” que con suerte a largo plazo se materializaría en favores y regalos, pero ella no estaba dispuesta a darles coba. Actuaba con amabilidad, pero cortaba con sutileza y sin remordimiento alguno toda conversación que se alargaba demasiado. En otra situación, Kahlo habría estado dispuesta a parlotear sobre las tallas que adornaban los numerosos arcos de caoba de su porche, pero esa noche se sentía sobrecargada.
Su futuro esposo había llegado a la fiesta mucho más tarde que el resto de invitados. Claro, eso formaba parte del espectáculo. El chico era alto, de rasgos redondeados y nariz chata, ojos grandes e inocentes de un color verde claro. Su pelo era de un ocre casi dorado que apenas le llegaba por los hombros, sujeto para la ocasión en una pequeña coleta baja que no conseguía recoger la mayor parte de sus mechones más cortos. Su traje, gris con detalles dorados bordados en las mangas, le daba un aspecto maduro y atractivo, pero Kahlo conseguía encontrarle más y más defectos a cada encuentro que habían celebrado. Tenía el labio inferior caído, como si le hubiera picado algún bicho de pequeño y las secuelas no tuvieran remedio, lo mismo que pasaba con sus párpados. Más que alto, era como si lo hubieran estirado con cuerdas de las extremidades, y su cabeza era tan redonda que en conjunto parecía una farola. Su pelo era áspero como un estropajo, y estaba segura de que si lo tocaba se quedaría con el tacto rasposo en las manos. Para más inri era incapaz de cerrar la boca por completo, siempre asomaban sus dientes aunque estuviera mirando al infinito, y la cosa no mejoraba cuando sonreía, momento en el que descubrías que su boca era más encía que dentadura.
La cosa podría haber acabado ahí, pero Ovhirio no tenía mayor interés en Kahlo que el de tenerla de trofeo, alguien del que presumir y que casualmente le estaba solucionando la vida más de lo que ya la tenía solucionada. Una esposa linda con una familia poderosa, algo que disfrutar cuando volviera a casa después de gastar el dinero en apuestas de carreras de osogrifo. Podría ser el heredero de la empresa de su familia y estar siendo educado para ello, pero su atención por el trabajo era bastante escasa. Un niño bien al que, hasta en términos ricos, habían mimado demasiado.
Le había visto al llegar. Sus padres prácticamente la habían arrastrado hasta él, la habían obligado a acompañarlo de la entrada al jardín, a mantener conversación y mostrarse juntos en todo momento. Era un secreto a voces que antes de la cena sus padres darían la noticia de su compromiso, y ella tendría que tragarse todo con una sonrisa, como si la idea le pareciera magnífica y estuviera verdaderamente ilusionada. Todo por el show. Ovhirio le pidió que le llevase hasta el enorme sauce apartado del gentío, en una de las esquinas más verdes y frondosas del jardín, y así lo hizo. No es que hubiera intimidad, solo hacía más llamativo y “romántico” todo lo que hicieran, como una suerte de escenario. Se sacó una cajita adornada del bolsillo de la chaqueta y se la tendió, descubriendo dentro de esta un colgante formado por numerosas perlas de rutenio. Kahlo supo por sus gestos, por lo guionizadas que eran sus palabras, que todo aquello habría sido idea de los progenitores del chico. Dio las gracias con falsa sorpresa, permitiendo que le pusiera el colgante en el cuello mientras sentía miradas clavadas en su nuca. No aguantó más.
Con la excusa de quitarse la gargantilla para así lucir mejor su nueva prenda, retocarse el maquillaje y el pelo, se perdió en el interior de la casa, alejándose del jardín y el amplio salón en el que se encontraba la mayor parte de la gente. Saludaba con ligereza a aquellos que encontraba en su camino, pero no ocultaba la urgencia con la que avanzaban sus pasos, silenciados por el pasillo alfombrado que absorbía el ruido de sus botines. Ya iba directa a la planta superior, pero alguien chocó con ella en la curva de las escaleras. Se acordó de guardar la lengua y no maldecir la vista del desafortunado, preparando una disculpa, eso hasta que se dio cuenta de que se trataba de su hermano.
—Tan inoportuno como el día que nacimos.
—Yo también me alegro de verte —dijo tras sujetarla para evitar que se desequilibrase. Tenía la chaqueta de su traje azul noche colgada a un hombro y los botones de su camisa blanca estaban mal abrochados. Para rematar, la marca de un pintalabios rojo carmesí peligraba con rozar los bordes de seda de la misma, y el listón que adornaba el cuello pendía como un gusano de una rama—. ¿Por qué no estás fuera?
—Te preguntaría lo mismo, pero ya me sé la respuesta.
Una sonrisa traviesa se dibujó en el rostro de su hermano y un brillo malicioso le iluminó los ojos. Llevaba el pelo muy corto por los laterales pero algo más largo por la parte delantera, dejando que una maraña naranja ondulada cayese por su frente hasta sus cejas. Se apartó el pelo del rostro con una mano, pero Kahlo sabía que solo lo hacía para que su sonrisa fuese más obvia, no para peinarlo. Su respiración aún estaba agitada.
—¿Tanto se me nota?
—Por el alma de todos los árboles, Nohlem —chasqueó la lengua y se hizo a un lado con brusquedad para seguir subiendo—. Me da igual si te ven con el pelo hecho un nido de pájaros, pero quítate ese pintalabios barato del cuello. Van a creer que te has tirado a una sirvienta.
Nohlem se llevó una mano al sitio exacto donde tenía la marca, gesto que su hermana interpretó rápidamente. Pretendía lucirlo.
—Espero que padre te desherede si te ve con eso, me ahorrarías todo este numerito. O por lo menos que le hagas abuelo con a saber que pobre incauta. Ah, ahora que lo pienso, el alcalde y su mujer estaban por llegar...
El chico puso los ojos en blanco, finalmente arrastrando el pulgar a presión sobre su cuello para borrar la marca. Kahlo podría haber seguido su camino, pero le ayudó a quitarse el maquillaje y atar su listón: no porque la idea de que su hermano recibiera un rapapolvo no le gustase, sino porque tenían un orgullo como familia que mantener. Eso y que no quería oír más suspiros celosos por parte de otras chicas.
—¿No deberías de estar con tu amado? —preguntó. Aún en su burla, Kahlo pudo notar un deje de verdadera preocupación en su tono.
—Sí. Pero como tenga que oler otra vez ese perfume de vieja que lleva creo que voy a vomitar.
—Yo pensaba que olía más bien a cueva.
Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de ambos, con pesar en la de ella y arrepentimiento en la de él. Los años habían creado rivalidad entre los dos, pero ahora que uno de ellos estaba a punto de firmarse perdedor, haberse puesto a prueba resultaba hiriente. El gesto se extinguió pronto del rostro de la muchacha, que ahora le miraba con seriedad.
—Si no quieres que le diga a madre que te has estado revolcando con una mientras recibíamos a la familia de Ovhirio, será mejor que me hagas un favor.
Nohlem suspiró, pero no emitió queja alguna.
—Déjame que adivine…
—Entretenlo un rato, hasta que empiece el brindis. Para entonces ya habré bajado. Ahora mismo estará debajo del sauce, y si es tan malo para relacionarse con otros seres vivos como lo ha sido intentando conocerme prefiero que solo le sufras tú y no el resto de invitados.
—Está bien —agarró la mano de su hermana sobre la barandilla para llamar su atención antes de bajar, dubitativo. Sentía que tenía que decir algo más, pero fuera lo que fuera, no lo hizo—. No tardes, vaya a ser que se me pegue su olor.
—A lo mejor así las mosquitas te dejan en paz —añadió, apartándose sin mirar atrás al subir los escalones.
Su hermano observó en silencio como se perdía escaleras arriba, con el remordimiento en los labios, inconsciente de que posiblemente fuese la última vez que la vería.
- ♪♫♬:
- Kanyum
Ficha de cosechado
Nombre: Nohlem
Especie: Varmano granta
Habilidades: Puntería, intuición, carismaPersonajes :
● Jace: Dullahan, humano americano. 1’73m (con cabeza 1’93m)
● Rox: Cambiante, humano australiano/surcoreano. 1’75m
● Kahlo: Aparición nocturna varmana granta. 1’62m
● Nohlem: varmano granta. 1’69m
● Xiao Taozi: Fuzanglong carabés. 1’55m
Unidades mágicas : 5/5
Síntomas : Mayor interés por acumular conocimiento. A veces, durante un par de segundos, aparecerán brillos de distintos colores a su alrededor.
Status : Prrrr prrrrr
Re: La noche de la fiesta
20/03/20, 12:11 pm
Nohlem sonreía con gracia a todo aquel que se encontraba de camino, agachando la cabeza en sutiles reverencias a quienes consideraba apropiado. Lejos de lo que aparentase, no se encontraba bien.
Kahlo y él tenían una relación complicada, como poco. Sabía que su hermana había dejado de apreciarle como tal desde el momento en el que sus padres marcaron el futuro de ambos con mayor firmeza, y él, orgulloso como era, no había hecho mucho para mejorarlo. Siempre había habido rivalidad entre los dos, pero nunca tan violenta como en el último año. Por supuesto que quería heredar el negocio, nada iba a mellar su empeño y no aceptaría ser descatalogado a otra familia como Kahlo, pero ahora que todo estaba apunto de hacerse oficial... se sentía vacío. Aquello debía de ser una victoria para él, pero no se sentía para nada como una.
Había suavizado su conducta egocéntrica en las últimas semanas buscado una forma de pedirle perdón a Kahlo, pero las palabras no salían; igual que no le habían salido minutos atrás. Ya era tarde para sus disculpas y eso tampoco le consolaba.
Salió al jardín donde se encontraban la inmensa mayoría de invitados, buscando al pedante de Ovhirio, el f̶̟̲̭̜̟̹̫͍̔͋̀̕ṵ̸̢̧͍̦̼̜̒̈́̈̑̓͜͠t̷͙̍̏̇͊ṳ̴̧̜͇̞̈́̽̈́̌͋͛̿̈́͆͠r̸̢̙͉͔͓͇̱͋̈̇o̸̯̥̬̗̟̫̗͒̎͌͒̽̄͗͆ͅ ̵̨̧͙̖̗̪̻̮̏̿͜p̶̞͉̃̿r̵̛̥̱̖̱̪͙̭̦͐̆̄̄̓͂̑̌͗ơ̸̯̭͔̘̣̜͖͇̣͐̒̓m̵̨̠͕̝̠̒̅̍̆͗̂e̵̟͕̫̮̘̦̍̋ț̴̢̡̮̼̪̯̙̈́͊̔̍̋͛̌i̸̳͕̰̍ͅḏ̸̢̛͈͍̞͂̽͑̍͆ǒ̶̢̡̲̟̻̳̞̮̔̑̍̓ ̸̻̞͈̏̇̄̿̎̂̄ de su h̷̡̫̖̻̰͋̏̇̏͐͘͠e̴̹̺͎̼͚̩͆̓̓̇̓͝r̸̾̂̋̊̎͜͝͠m̸̡̲̼̫̼͎̟͂̋̏͋͝a̸̛̱̓͋́̓͝ǹ̷͕̈́ã̴̢̬̝̝͍̰̯̌͑̂͋́. Al menos ̶̘̠̚c̵̲̝͚̲͋͑̊̒ư̴͎͕̈́͠m̸̗͙͆p̶̝͙͆̚͘l̸͕̏̓̓̀ͅi̸̠̔́̽͛ṟ̷͚̱̿̈́̚í̴̺̾̈́â̵̙̆͂̔ con ese ̷̜̦̓̅̀̕ų̸́̂̋̑l̴̞͎̮͒̌̒ṯ̴̫̾́͂̕i̸̟͂̔̎̕m̶̝͊ỏ̸̭̉̾ͅ ̴̪̅̓̌ḟ̷̡̤͚̪̑a̸̡͉͓͝v̶̡͚̐̂͠o̵̝͉̯̣̎͂̒͝r̴͍̐̾ ̷̨͍̼͒̀̓̄p̵̙͙̋ǫ̷̛̤̺ͅr̷̰̎̈ ̵̢̦̈́̾͑͘e̵̺͊̒̒͝l̶̲̳͝l̴̪̠̹̽̽ȧ̷̹͓̝͎͑͠͝.̶͖̫͌̂́
Dudó. Según se acercaba, una creciente inseguridad anidó en su pecho. Disminuyó la velocidad de su andar para mirar a su alrededor, sutilmente confuso, como si acabase de pisar ese sitio por primera vez. Por unos segundos ni siquiera fue capaz de reconocer su jardín. ¿A qué había salido? ¿Qué estaba haciendo...?
La sensación apenas duró unos instantes y su vergüenza se hizo de notar en un suave rubor de mejillas, divertido. Tanta gente le había distraído. El joven que buscaba estaba apoyado en el enorme sauce a orillas del estanque, mirando el ir y venir de los peces. Le conocía vagamente. Sus padres le habían pedido que hiciera migas con él por el bien y futuro del negocio. Debía de ser muy importante si por ello habían montado semejante evento, desde luego.
—Ovhirio —le llamó, tendiéndole la mano. En la sonrisa del hijo único no quedaba rastro de ansiedad ni inseguridad alguna: ¿por qué debía haberlas?—. Un placer verte aquí.
Kahlo y él tenían una relación complicada, como poco. Sabía que su hermana había dejado de apreciarle como tal desde el momento en el que sus padres marcaron el futuro de ambos con mayor firmeza, y él, orgulloso como era, no había hecho mucho para mejorarlo. Siempre había habido rivalidad entre los dos, pero nunca tan violenta como en el último año. Por supuesto que quería heredar el negocio, nada iba a mellar su empeño y no aceptaría ser descatalogado a otra familia como Kahlo, pero ahora que todo estaba apunto de hacerse oficial... se sentía vacío. Aquello debía de ser una victoria para él, pero no se sentía para nada como una.
Había suavizado su conducta egocéntrica en las últimas semanas buscado una forma de pedirle perdón a Kahlo, pero las palabras no salían; igual que no le habían salido minutos atrás. Ya era tarde para sus disculpas y eso tampoco le consolaba.
Salió al jardín donde se encontraban la inmensa mayoría de invitados, buscando al pedante de Ovhirio, el f̶̟̲̭̜̟̹̫͍̔͋̀̕ṵ̸̢̧͍̦̼̜̒̈́̈̑̓͜͠t̷͙̍̏̇͊ṳ̴̧̜͇̞̈́̽̈́̌͋͛̿̈́͆͠r̸̢̙͉͔͓͇̱͋̈̇o̸̯̥̬̗̟̫̗͒̎͌͒̽̄͗͆ͅ ̵̨̧͙̖̗̪̻̮̏̿͜p̶̞͉̃̿r̵̛̥̱̖̱̪͙̭̦͐̆̄̄̓͂̑̌͗ơ̸̯̭͔̘̣̜͖͇̣͐̒̓m̵̨̠͕̝̠̒̅̍̆͗̂e̵̟͕̫̮̘̦̍̋ț̴̢̡̮̼̪̯̙̈́͊̔̍̋͛̌i̸̳͕̰̍ͅḏ̸̢̛͈͍̞͂̽͑̍͆ǒ̶̢̡̲̟̻̳̞̮̔̑̍̓ ̸̻̞͈̏̇̄̿̎̂̄ de su h̷̡̫̖̻̰͋̏̇̏͐͘͠e̴̹̺͎̼͚̩͆̓̓̇̓͝r̸̾̂̋̊̎͜͝͠m̸̡̲̼̫̼͎̟͂̋̏͋͝a̸̛̱̓͋́̓͝ǹ̷͕̈́ã̴̢̬̝̝͍̰̯̌͑̂͋́. Al menos ̶̘̠̚c̵̲̝͚̲͋͑̊̒ư̴͎͕̈́͠m̸̗͙͆p̶̝͙͆̚͘l̸͕̏̓̓̀ͅi̸̠̔́̽͛ṟ̷͚̱̿̈́̚í̴̺̾̈́â̵̙̆͂̔ con ese ̷̜̦̓̅̀̕ų̸́̂̋̑l̴̞͎̮͒̌̒ṯ̴̫̾́͂̕i̸̟͂̔̎̕m̶̝͊ỏ̸̭̉̾ͅ ̴̪̅̓̌ḟ̷̡̤͚̪̑a̸̡͉͓͝v̶̡͚̐̂͠o̵̝͉̯̣̎͂̒͝r̴͍̐̾ ̷̨͍̼͒̀̓̄p̵̙͙̋ǫ̷̛̤̺ͅr̷̰̎̈ ̵̢̦̈́̾͑͘e̵̺͊̒̒͝l̶̲̳͝l̴̪̠̹̽̽ȧ̷̹͓̝͎͑͠͝.̶͖̫͌̂́
Dudó. Según se acercaba, una creciente inseguridad anidó en su pecho. Disminuyó la velocidad de su andar para mirar a su alrededor, sutilmente confuso, como si acabase de pisar ese sitio por primera vez. Por unos segundos ni siquiera fue capaz de reconocer su jardín. ¿A qué había salido? ¿Qué estaba haciendo...?
La sensación apenas duró unos instantes y su vergüenza se hizo de notar en un suave rubor de mejillas, divertido. Tanta gente le había distraído. El joven que buscaba estaba apoyado en el enorme sauce a orillas del estanque, mirando el ir y venir de los peces. Le conocía vagamente. Sus padres le habían pedido que hiciera migas con él por el bien y futuro del negocio. Debía de ser muy importante si por ello habían montado semejante evento, desde luego.
—Ovhirio —le llamó, tendiéndole la mano. En la sonrisa del hijo único no quedaba rastro de ansiedad ni inseguridad alguna: ¿por qué debía haberlas?—. Un placer verte aquí.
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