- Raven
Ficha de cosechado
Nombre: Ethan
Especie: Humano
Habilidades: Buen oído, valor y motivaciónPersonajes : Ethan: Humano, Ingles/Japonés 1.75
Síntomas : En ocasiones, se le desenfocará brevemente la vista. El amuleto curativo se carga el doble de rápido a su contacto y además es más eficaz si lo usa sobre sí mismo.
Armas : Ethan Lanza partesana y una daga
Status : Ciego y cojo, el chiste se cuenta solo.
Una noche solitaria
18/09/23, 06:11 pm
El tic tac continuo del reloj marcaba la hora de cierre. El silencio y la penumbra se enlazaban en un matrimonio respetuoso que daba por cerrado una jornada que algunos aún se resistían a terminar. Tras unas últimas pisadas apresuradas por abandonar la oficina solo una pequeña luz quedaba como habitante del lugar, una pantalla que temblaba ganando intensidad cuando alguien volvía a pulsar sobre ella. Era un movimiento repetitivo, el deslizar de arriba a abajo por una lista inmensa de contactos ordenados alfabéticamente. Un proceso tan mecánico como aburrido que había atrapado largos minutos a la dueña de dicho teléfono móvil.
Margaret soltó un suspiro cansado. Las primeras canas asomaban en un rubio perfecto que llevaba tiempo sin ser teñido y en el reflejo de aquel cristal templado podía vislumbrar unas ojeras que a cada día que pasaba ganaban terreno en su rostro. Estaba cansada, más que de costumbre y durante la última semana la presión en su pecho había sido insoportable, una angustia constante a la que aún poniendo nombre no encontraba explicación. ¿A qué se debía tanta preocupación? Su línea de pensamientos siempre tan metódica se veía atrapada en un sin sentido continuo. Ella no era así, era una mujer con los pies sobre la tierra, una que había trabajado día y noche por lograr cumplir sus metas, una mujer divorciada en pos de recuperar su libertad y …. y una madre de nada.
El silencio volvió a invadir la habitación cuando los leves toques cesaron, como un velo de luto que se cernía sobre ella para decorar un funeral del que nunca había conseguido escapar. Ya era conocedora de la pérdida pues desde aquel fatídico día vivía siempre con ella, cargándola como largas cadenas que fingía convertir en un simple accesorio más, un bolso del que no podía desprenderse. No era nuevo, y aún así el dolor continuo de los últimos días era un foso al que regresaba con una extraña sorpresa. Sus sentimientos eran un mar embravecido donde naufragar era el destino menos cruel al que podía aspirar.
Dudó con un nudo en la garganta y volvió a comenzar, no sabía a quién estaba buscando, solo sentía la necesidad de dar con él.
Avanzó por la A sin éxito,
busco consuelo en la B.
La C seguía sin dar respuestas
y la D apenas contenía un par de nombres.
Entonces alcanzó la E y el temblor en su mano la hizo parar, un cosquilleo tan familiar como nostálgico, una amargura que no recordaba y a la que solo podía darle un significado escueto e insulso. Sendas lágrimas recorrieron su rostro cuando dejó atrás esa letra, una pantalla con nuevos brillos que empezó a funcionar de forma errónea ante la lluvía repentina. Ella no era así, ella era fuerte, pero daba igual cuantas veces se lo quisiera repetir, pues nada te podía preparar para lo que era perder un hijo.
La pantalla se apagó y ella se quedó respetando la oscuridad del lugar, sollozando ante un corazón marchito que nadie podría volver a ocupar. Qué solitarias se sentían últimamente las noches.
La luna decoraba el cielo con un brillo que si bien bañaba las calles de un tono azulado también las convertía en un paraje nostálgico. Las farolas titilaban a su paso transportando la incertidumbre de quien caminaba bajo su luz, en un cuesta abajo de sinuosas calles deshabitadas. Pasos que resonaban con una calma fingida, elegancia autoimpuesta para desafiar el enorme portón que decoraba el lugar. Siempre se había preguntado cómo podía ser un lugar tan horrible uno tan bello y es que en aquel entramado de jardines no se encontraba más que el lecho final de tantas vidas inacabadas. Una cama que les había arrebatado entre sus suaves y perfumadas sábanas aquellos a los que más querían.
-¿Otra vez llegando a estas horas? Sabes que está cerrado...
-Y tu sabes que acabo de salir del trabajo, no tengo más horas.
El pequeño hombrecillo que hacía de guardía repitió como otras tantas noches su ritual de culpabilidad. Chasqueo la lengua, se ajustó el chaleco, desvió el rostro hacía ambos lados y volvió a dirigirse a él, con la duda de quien temía perder su trabajo pero la pesadumbre de quien no tenía valor para negar una petición así. Él simplemente aguantó un suspiro de exasperación, cruzó ambos brazos a la altura del pecho y le dejó tiempo para procesar una respuesta que ya se sabía. Aún vestía el traje de oficina, un tono marino que hacía de su porte uno más imponente, la rectitud de la ley convertida en unos rasgos asiáticos tan duros como la fría mirada que reflejaban unos ojos oscuros que ya no reflejaban brillo alguno.
En cuanto pudo avanzar siguió un recorrido que no requería ni de luces, ni de ayuda para evitar perderse. Uno que sin ser rebuscado si que era largo, pero que aún así no tenía fallo, pues como aquel que sigue las baldosas amarillas él solo tenía que continuar otro tipo de sendero. Figuritas alicaídas que marcaban un final colorido en un encuentro tan fúnebre, decorando de forma apabullante el panteón al que ahora llamaban hogar. Verlas ahí juntas, dobladas y algunas separadas por el viento le arrancó una suave sonrisa cargada de una curiosa melancolía.
-No ha vuelto…-Pensó en alto para dejar que sus palabras se las llevara la brisa nocturna. Desde hacía unos días aquel pequeño santuario no recibía nuevas visitas y ese detalle estaba generando que aquellas que se veían adoloridas por el paso del tiempo no pudieran ser sustituidas. Pronto el cuadro que alguien de forma anónima había creado para su hijo desaparecía en un triste recuerdo de papel mojado y de alguna manera ese detalle le creaba una punzada mayor de la que quería admitir.
Tomó de entre sus manos una pequeña rana que servía de decoración para un cuadro que ahora se encontraba vacío. Una imagen solitaria en la que un joven Jasper sonreía a cámara, con un encuadre tan mal tomado que prácticamente la otra mitad de la misma no era más que el fondo de un bosque insulso. Carecía de importancia, como otros tantos detalles que en su día a día pasaba por alto, pero aquellas figuras de origami… eran diferentes, entrañables, nostálgicas, en cierta manera dolorosamente cálidas. Le traían recuerdos de un pasado que ya no podía cambiar y de un perdón cuyo destinatario ya no estaba disponible. Un sabor amargo en una boca que nunca supo encontrar las palabras adecuadas para edulcorar la vida del que era su único descendiente y que ahora se acumulaban como una pena tragada en el interior de su pecho.
Cuando era padre no supo serlo, y ahora que había dejado de serlo quería aprender a remendar unos errores que nunca podría solucionar. Tuvo que apartar la mirada cuando perdió enfoque del ambiente, dejando que aquello que no podía hablar encontrará su libertad en unos ojos llorosos, culpables de haber presenciado un final injusto.
-Lo siento.
Lloró en una angustia temblorosa y sin encontrar cómo continuar acabó sentado en el abrigo de grullas, cuidando de no pisar ninguna. Era una noche solitaria pero al menos por hoy, había encontrado consuelo en una compañía inerte.
-¿Ah, noche apagada eh? ¿Siempre son iguales por aquí?
Ethan esperó paciente a que su pequeño compañero se terminara un bicho antes de tirarle otro, con la semana avanzando se había percatado de que de esa forma podía mantenerlo más tiempo a su lado. El animal aún conservaba cierta distancia, precavido, pero la gula llamaba y de vez en cuando tras lamer un suelo vacío, levantaba el hocico hacía él con la intriga de quien quería un poco más. Con un morro que se encogía para olfatear el aire y una cabeza levemente inclinada parecía querer transmitirle que poco entendía de lo que le estaba contando.
-Yaaa… que tontería si tu igual no tienes que ver una mierda, para que pregunto.
Otro insecto voló en su dirección, lo que provocó que rápidamente se girase para buscarlo ignorando su existencia como si nunca hubiera estado allí. Era fascinante que sus alas fueran dos antorchas humeantes pues en la familiaridad del animal aún le costaba adecuarse a un espejismo tan real como ese. A veces, durante el tiempo que compartían juntos se dedicaba a crear una vida ficticia para el chiquitín, se preguntaba si tenía familia o quizá alguna pareja, sí un día iría a visitarlo acompañado o al igual que él se había acostumbrado a una vida solitaria. Desconocía nada de su especie más allá de que por comparación este parecía ser bastante pequeño.
-Vale entiendo que a la otra no me contestaras pero oye, tú llevas aquí más tiempo que yo. ¿Cómo lo han llevado en otros juegos? Seguro que has conocido a más gente.
Las respuestas que recibían eran igual de insulsas. Orejas que se levantan levemente, un rostro que se giraba parcialmente a verlo y una expresividad con la misma confusión que siempre. Ethan no podía evitar reírse con cierta suavidad ante sus gestos, tratando de esconder tras el cansancio la incertidumbre que le asaltaba.
Sí era verdad que nadie recordaba a Nohlem en su hogar, podría no ser el único, pero… ¿Qué elección harían para decidir a quienes les borraban de la memoría y a quienes no? Pensándolo en frío su caso tenía que ser de los lamentables que no requerían de un recurso así de grande, al fin y al cabo, ¿a quién le iba a importar? Llevaba meses sin hablar con sus amigos, semanas desde que mandó por última vez a la mierda a sus padres y prácticamente un año desde que no quiso saber nada del fisio. No, nadie se daría cuenta de su desaparición.
Que noche tan apagada pensó mirando un cielo que siquiera tenía la decencia de acicalarse para dar menos miedo y que irónico, que teniendo tanta compañía, pudiera sentirse tan solo.
Margaret soltó un suspiro cansado. Las primeras canas asomaban en un rubio perfecto que llevaba tiempo sin ser teñido y en el reflejo de aquel cristal templado podía vislumbrar unas ojeras que a cada día que pasaba ganaban terreno en su rostro. Estaba cansada, más que de costumbre y durante la última semana la presión en su pecho había sido insoportable, una angustia constante a la que aún poniendo nombre no encontraba explicación. ¿A qué se debía tanta preocupación? Su línea de pensamientos siempre tan metódica se veía atrapada en un sin sentido continuo. Ella no era así, era una mujer con los pies sobre la tierra, una que había trabajado día y noche por lograr cumplir sus metas, una mujer divorciada en pos de recuperar su libertad y …. y una madre de nada.
El silencio volvió a invadir la habitación cuando los leves toques cesaron, como un velo de luto que se cernía sobre ella para decorar un funeral del que nunca había conseguido escapar. Ya era conocedora de la pérdida pues desde aquel fatídico día vivía siempre con ella, cargándola como largas cadenas que fingía convertir en un simple accesorio más, un bolso del que no podía desprenderse. No era nuevo, y aún así el dolor continuo de los últimos días era un foso al que regresaba con una extraña sorpresa. Sus sentimientos eran un mar embravecido donde naufragar era el destino menos cruel al que podía aspirar.
Dudó con un nudo en la garganta y volvió a comenzar, no sabía a quién estaba buscando, solo sentía la necesidad de dar con él.
Avanzó por la A sin éxito,
busco consuelo en la B.
La C seguía sin dar respuestas
y la D apenas contenía un par de nombres.
Entonces alcanzó la E y el temblor en su mano la hizo parar, un cosquilleo tan familiar como nostálgico, una amargura que no recordaba y a la que solo podía darle un significado escueto e insulso. Sendas lágrimas recorrieron su rostro cuando dejó atrás esa letra, una pantalla con nuevos brillos que empezó a funcionar de forma errónea ante la lluvía repentina. Ella no era así, ella era fuerte, pero daba igual cuantas veces se lo quisiera repetir, pues nada te podía preparar para lo que era perder un hijo.
La pantalla se apagó y ella se quedó respetando la oscuridad del lugar, sollozando ante un corazón marchito que nadie podría volver a ocupar. Qué solitarias se sentían últimamente las noches.
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La luna decoraba el cielo con un brillo que si bien bañaba las calles de un tono azulado también las convertía en un paraje nostálgico. Las farolas titilaban a su paso transportando la incertidumbre de quien caminaba bajo su luz, en un cuesta abajo de sinuosas calles deshabitadas. Pasos que resonaban con una calma fingida, elegancia autoimpuesta para desafiar el enorme portón que decoraba el lugar. Siempre se había preguntado cómo podía ser un lugar tan horrible uno tan bello y es que en aquel entramado de jardines no se encontraba más que el lecho final de tantas vidas inacabadas. Una cama que les había arrebatado entre sus suaves y perfumadas sábanas aquellos a los que más querían.
-¿Otra vez llegando a estas horas? Sabes que está cerrado...
-Y tu sabes que acabo de salir del trabajo, no tengo más horas.
El pequeño hombrecillo que hacía de guardía repitió como otras tantas noches su ritual de culpabilidad. Chasqueo la lengua, se ajustó el chaleco, desvió el rostro hacía ambos lados y volvió a dirigirse a él, con la duda de quien temía perder su trabajo pero la pesadumbre de quien no tenía valor para negar una petición así. Él simplemente aguantó un suspiro de exasperación, cruzó ambos brazos a la altura del pecho y le dejó tiempo para procesar una respuesta que ya se sabía. Aún vestía el traje de oficina, un tono marino que hacía de su porte uno más imponente, la rectitud de la ley convertida en unos rasgos asiáticos tan duros como la fría mirada que reflejaban unos ojos oscuros que ya no reflejaban brillo alguno.
En cuanto pudo avanzar siguió un recorrido que no requería ni de luces, ni de ayuda para evitar perderse. Uno que sin ser rebuscado si que era largo, pero que aún así no tenía fallo, pues como aquel que sigue las baldosas amarillas él solo tenía que continuar otro tipo de sendero. Figuritas alicaídas que marcaban un final colorido en un encuentro tan fúnebre, decorando de forma apabullante el panteón al que ahora llamaban hogar. Verlas ahí juntas, dobladas y algunas separadas por el viento le arrancó una suave sonrisa cargada de una curiosa melancolía.
-No ha vuelto…-Pensó en alto para dejar que sus palabras se las llevara la brisa nocturna. Desde hacía unos días aquel pequeño santuario no recibía nuevas visitas y ese detalle estaba generando que aquellas que se veían adoloridas por el paso del tiempo no pudieran ser sustituidas. Pronto el cuadro que alguien de forma anónima había creado para su hijo desaparecía en un triste recuerdo de papel mojado y de alguna manera ese detalle le creaba una punzada mayor de la que quería admitir.
Tomó de entre sus manos una pequeña rana que servía de decoración para un cuadro que ahora se encontraba vacío. Una imagen solitaria en la que un joven Jasper sonreía a cámara, con un encuadre tan mal tomado que prácticamente la otra mitad de la misma no era más que el fondo de un bosque insulso. Carecía de importancia, como otros tantos detalles que en su día a día pasaba por alto, pero aquellas figuras de origami… eran diferentes, entrañables, nostálgicas, en cierta manera dolorosamente cálidas. Le traían recuerdos de un pasado que ya no podía cambiar y de un perdón cuyo destinatario ya no estaba disponible. Un sabor amargo en una boca que nunca supo encontrar las palabras adecuadas para edulcorar la vida del que era su único descendiente y que ahora se acumulaban como una pena tragada en el interior de su pecho.
Cuando era padre no supo serlo, y ahora que había dejado de serlo quería aprender a remendar unos errores que nunca podría solucionar. Tuvo que apartar la mirada cuando perdió enfoque del ambiente, dejando que aquello que no podía hablar encontrará su libertad en unos ojos llorosos, culpables de haber presenciado un final injusto.
-Lo siento.
Lloró en una angustia temblorosa y sin encontrar cómo continuar acabó sentado en el abrigo de grullas, cuidando de no pisar ninguna. Era una noche solitaria pero al menos por hoy, había encontrado consuelo en una compañía inerte.
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-¿Ah, noche apagada eh? ¿Siempre son iguales por aquí?
Ethan esperó paciente a que su pequeño compañero se terminara un bicho antes de tirarle otro, con la semana avanzando se había percatado de que de esa forma podía mantenerlo más tiempo a su lado. El animal aún conservaba cierta distancia, precavido, pero la gula llamaba y de vez en cuando tras lamer un suelo vacío, levantaba el hocico hacía él con la intriga de quien quería un poco más. Con un morro que se encogía para olfatear el aire y una cabeza levemente inclinada parecía querer transmitirle que poco entendía de lo que le estaba contando.
-Yaaa… que tontería si tu igual no tienes que ver una mierda, para que pregunto.
Otro insecto voló en su dirección, lo que provocó que rápidamente se girase para buscarlo ignorando su existencia como si nunca hubiera estado allí. Era fascinante que sus alas fueran dos antorchas humeantes pues en la familiaridad del animal aún le costaba adecuarse a un espejismo tan real como ese. A veces, durante el tiempo que compartían juntos se dedicaba a crear una vida ficticia para el chiquitín, se preguntaba si tenía familia o quizá alguna pareja, sí un día iría a visitarlo acompañado o al igual que él se había acostumbrado a una vida solitaria. Desconocía nada de su especie más allá de que por comparación este parecía ser bastante pequeño.
-Vale entiendo que a la otra no me contestaras pero oye, tú llevas aquí más tiempo que yo. ¿Cómo lo han llevado en otros juegos? Seguro que has conocido a más gente.
Las respuestas que recibían eran igual de insulsas. Orejas que se levantan levemente, un rostro que se giraba parcialmente a verlo y una expresividad con la misma confusión que siempre. Ethan no podía evitar reírse con cierta suavidad ante sus gestos, tratando de esconder tras el cansancio la incertidumbre que le asaltaba.
Sí era verdad que nadie recordaba a Nohlem en su hogar, podría no ser el único, pero… ¿Qué elección harían para decidir a quienes les borraban de la memoría y a quienes no? Pensándolo en frío su caso tenía que ser de los lamentables que no requerían de un recurso así de grande, al fin y al cabo, ¿a quién le iba a importar? Llevaba meses sin hablar con sus amigos, semanas desde que mandó por última vez a la mierda a sus padres y prácticamente un año desde que no quiso saber nada del fisio. No, nadie se daría cuenta de su desaparición.
Que noche tan apagada pensó mirando un cielo que siquiera tenía la decencia de acicalarse para dar menos miedo y que irónico, que teniendo tanta compañía, pudiera sentirse tan solo.
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