- Raven
Ficha de cosechado
Nombre: Ethan
Especie: Humano
Habilidades: Buen oído, valor y motivaciónPersonajes : Ethan: Humano, Ingles/Japonés 1.75
Síntomas : En ocasiones, se le desenfocará brevemente la vista. El amuleto curativo se carga el doble de rápido a su contacto y además es más eficaz si lo usa sobre sí mismo.
Armas : Ethan Lanza partesana y una daga
Status : Ciego y cojo, el chiste se cuenta solo.
Una noche helada
13/07/24, 12:13 am
Era noche cerrada y aquella ciudad, al contrario que otras, cobraba más vida cuando el sol se ocultaba tras sus montañas. A lo lejos se escuchaba el aullido constante de lo que parecía ser una manada de lobos y junto a ellos las chispas que hacía una llama al encenderse recorrían un cielo vacío. Los murciélagos salían a danzar entre escombros y ruinas, regalando un espectáculo de luces tan familiar que a esas alturas no lograba captar su atención. Ethan esperaba sin saber muy bien porque a que con suerte esa noche Antorcha quisiera regresar a su lado. Llevaba días sin hacerlo pero quién era él para juzgar cuando la ausencia había sido mutua.
Entre sus manos había una grulla a la que el tiempo había manchado de polvo y muescas, un símil amargo de cómo se encontraba su persona tras los últimos acontecimientos. No había nada en esos instantes que pudiera levantarle el ánimo. Ni el pasar de las semanas podía borrar lo vivido, ni la compañía burda de una vela encendida daba suficiente calor como para que el frío no invadiera sus huesos. No contar con la presencia de su amigo le carcomía aún más pues fallarle a un animal que solo buscaba alimento era tan básico que daba hasta pena.
El papel se manchó entonces, primero por una gota y luego por otra. Ethan temblaba en aquel pequeño rincón del patio, agazapado en un intento nulo de guardar algo de su temperatura. Lloraba en silencio, con la calma sosegada que solo te da una tristeza ya asentada en tu cabeza y aún así, lloró más al percatarse de que estaba estropeando una de sus figuritas. ¿Qué sentido tenían después de todo? Tras contener malamente un sollozo cerró los ojos abrazado en sí mismo, dejando que el pequeño pájaro de papel quedará protegido en su interior para que la lluvia no le pudiera seguir alcanzando.
Por un momento, un solo momento, dejó de sentirse como un joven con demasiadas responsabilidades y se permitió volver a ser un niño indefenso, asustado y preocupado.
-¿Ethan, estás bien? ¿Pasó algo?
La voz no era de ese tiempo, ni de aquel lugar. Jasper le hablaba, arrodillado a su lado. No tenía barba y las pequeñas imperfecciones que recorrían su rostro anunciaban que estaba en plena pubertad. Allí, en un cuarto de tonalidades pastel y multitud de peluches el pequeño Ethan negó con suavidad sin querer salir de su formación de tortuga.
-Hmmm.. ¿Es por mama y papa? ¿Por qué han vuelto a pelear?
El silencio respondió por sí solo. Jasper suspiró chasqueando la lengua sin saber cómo continuar cuando en parte era consciente de que había echado leña a aquel fuego. En el piso de abajo las voces continuaban pero fuera cual fuera la discusión no tenía la suficiente relevancia o Ethan carecía de la suficiente consciencia como para entenderla. Cuando el niño volvió a negar el repiqueteo de unos zapatos alejándose de su lado le hizo levantar el rostro de sus rodillas, alarmado. Su hermano se había distanciado, sí, pero no para irse, si no para buscar algo en el escritorio.
-Okay, vale, podemos, hmm puedo contarte una historia.
Por supuesto no iba a mencionar que el cuento era de su padre, ni de como en su día se había reído de lo absurdo que le parecía. Si de por sí Ethan se sentía poco japonés, él directamente se aborrecía por ni siquiera parecerlo, con la noche que llevaban tampoco quería adentrarse en esa herida familiar. Al menos su hermano era receptivo y tras secarse las lágrimas se acercó arrastrando el culo hacía su lado.
-¿Qué cuento? ¿Ellos… no van a gritar más? ¿Por qué se dicen cosas feas?
La escasa edad no ayudaba a gestionar mejor la separación que estaba ocurriendo. El secretismo continuo sólo provocaba discusiones sin contexto alguno por el hogar y mientras Jasper solía ser partícipe en algunas, Ethan con escasos 7 años solo podía vivirlas confuso y aterrado. Sus padres se odiaban y lo que era peor, a veces parecían odiarlos a ellos. Sus palabras cargadas de ingenuidad tuvieron que trastocar algún engranaje en el interior de su hermano pues tras una rápida mirada al techo y un par de pestañeos simplemente acabó encogiéndose de hombros. No podía darle consuelo en una mentira imposible.
-Es… No lo sé, perdón. -Con una hoja en una mano y el móvil en otra retomó asiento a su lado. -Pero, podemos no pensar en ello por un rato. Solo estamos tú y yo ahora mismo, ¿Vale?
-Valeee.
Firmó el pacto no muy convencido. Por suerte la curiosidad tomó protagonismo cuando vio como buscaba algo en YouTube y tras esperar unos instantes obtuvo un premio un tanto extraño. Jasper estaba doblando el papel de formas muy pintorescas, perdiéndose en diferentes dobleces y repitiendo los mismos 10 segundos del video una y otra vez como si pudieran resolver el puzle tan complicado que estaba haciendo. No lo entendía, por suerte, pronto volvió a hablar.
-Hay un cuento muy famoso en Japón que se llama ¨Las mil grullas¨ y es… bueno, bastante bonito. -Ethan iba asintiendo a cada nueva información regalada, dejando que aquella historia fuese más real que lo que andaba sucediendo fuera de la puerta de su habitación. -Había una vez una niña muy muy pequeña, que estaba muy muy enferma.
-¿Tan pequeña como yo? Pobrecita… A mi no me gusta cuando me duele la tripa…
-Si, parecido. ¡Bueno hmm, a ella no le dolía nada! Solo que estaba enferma, como cuando estás acatarrado y te quedas en cama muy cansado.
-Oh, que mal…
-Yaaa… pero por suerte ella era muy fuerte y como decía una leyenda que a quien hacía mil grullas de papel se le podía conceder un deseo, pues ella empezó a hacerlas. -Un sonoro Ah! salió del peque al darse cuenta de que eso es lo que estaba buscando hacer precisamente su hermano, aunque por ahora la amalgama de papel no tuviera forma concreta. -Una a una, hasta que bueno, se cansó tanto que se murió.
Si, definitivamente no era la mejor historia para contar a un niño, tenía 17 años, tampoco era justo pedirle más. El pobre peque tras el bajón de aquel final se quedó observando a su hermano con los ojos encharcados y el gesto triste marcado en su rostro, esperaba que quizás, después de ese momento hubiera algún final feliz posible.
-Pero…
-No no no no, espera espera, no termina aquí. -Se apresuró a añadir Jasper, la que le faltaba encima era hacer llorar al tonto de Ethan, todavía y se quedaba más semanas castigado sin salir. -Sus amigos y familiares tristes como estas tú, pues se pusieron a seguir haciendo las grullas que le faltaban a la niña, y tras juntar mil pidieron como deseo que ella pudiera ser feliz y estar sana. Los dioses, como recompensa por su esfuerzo dieron otra oportunidad a la joven y así la dejaron volver junto a sus seres queridos.
-¿Y seguía malita?
-No, jode- -Se interrumpió con un carraspeo. -No no, que va, volvió tan recuperada que podía correr cuanto quisiera que no se cansaba!
Ethan se rio en bajito asombrado como solo podía estarlo un niño de su edad tras oír que los deseos se cumplían de esa manera. Jasper con el orgullo hinchado tras terminar de construir una figura un tanto chapucera (Pero para la que por suerte no tenían comparación como para saber lo mal que estaba) le tendió el nuevo regalo a su protegido. El papel aún doblado con torpeza guardaba suficiente amor y cariño como para que la figura de un pájaro fuera medianamente representativa en él. Ethan solo pudo exclamar en alto, halagado por recibir un regalo tan sorprendente.
-Bueno, como no estamos enfermos creo que no necesitamos tantas para pedir un regalo tan grande.
Ethan asintió acorde, mil sonaba a un número exageradamente grande y su impaciencia le llevaba a querer poder tener esa magia desde ya.
-¿Y ah, cuál es el deseo?
-Ah, no se, tienes que pedirlo tú que es tuya, pero tiene que ser algo pequeñito que solo llevamos una.
-Vale… Puedes… -Hinchó las mejillas pensativo. -Quiero, que tú también puedas tener un deseo!
-Ay tonto, pero eso no funciona así. -Una risa queda, mezclada entre la pena y el agradecimiento salió del chico. -¡Tiene que ser otra cosa!
-Jo, pues, pues… ¡Quiero que estés feliz! Y eh, así cuando yo te haga una puedes pedir que yo también lo esté!
No hubo otra risa, ni siquiera pudo devolverle correctamente la sonrisa que le pedía tener. Jasper vio temblar su mueca en un arroyo emocional tan intenso como inesperado por lo que, para cuando se dio cuenta, ya estaba rompiendo en torpes lágrimas frente a la persona que precisamente no quería que lo viera así. Por mucho que los niños fueran inocentes no eran estúpidos y aunque no fuera conscientemente uno sabía diferenciar una alegría real de una que estaba impuesta. Ethan recordaba que después se fundieron en un abrazo tan fuerte que permanecieron así largo tiempo, hasta que con los días lo que había iniciado como un juego se convirtió en un consuelo para ambos.
Eso eran sus figuritas, un sueño, una esperanza, una ilusión y ahora que la única compañía que le quedaba era la helada brisa de la noche sabía también que eran una farsa. Daba igual cuantas hiciera o cuantas quisiera regalar, eran papel mojado, tan inútil que no protegía, ni cumplía deseo alguno. Por desgracia, entre aquellas ruinas no había lugar para cuentos, las pesadillas que vivían no eran más que un choque de realidad certero. Ni una grulla le salvaría la vida a sus pequeños ni haría justicia a dos jóvenes que habían muerto de forma tan cruel. Ese papel no regalaba sonrisas ni devolvía a los muertos a la vida, era eso, triste papel, un intento de tumba para unas personas que simplemente no se merecían estar enterradas.
Allí, sosteniendo el animal entre sus manos se sintió hueco y allí, con el desamparo de la incertidumbre guío lo que una vez había sido su creación al ascua de la vela. La vio arder de forma vaga cuando la tiró al suelo y para su desgracia, lo único en lo que pudo pensar es que, a pesar de la improvisada hoguera, seguía teniendo mucho frío.
Entre sus manos había una grulla a la que el tiempo había manchado de polvo y muescas, un símil amargo de cómo se encontraba su persona tras los últimos acontecimientos. No había nada en esos instantes que pudiera levantarle el ánimo. Ni el pasar de las semanas podía borrar lo vivido, ni la compañía burda de una vela encendida daba suficiente calor como para que el frío no invadiera sus huesos. No contar con la presencia de su amigo le carcomía aún más pues fallarle a un animal que solo buscaba alimento era tan básico que daba hasta pena.
El papel se manchó entonces, primero por una gota y luego por otra. Ethan temblaba en aquel pequeño rincón del patio, agazapado en un intento nulo de guardar algo de su temperatura. Lloraba en silencio, con la calma sosegada que solo te da una tristeza ya asentada en tu cabeza y aún así, lloró más al percatarse de que estaba estropeando una de sus figuritas. ¿Qué sentido tenían después de todo? Tras contener malamente un sollozo cerró los ojos abrazado en sí mismo, dejando que el pequeño pájaro de papel quedará protegido en su interior para que la lluvia no le pudiera seguir alcanzando.
Por un momento, un solo momento, dejó de sentirse como un joven con demasiadas responsabilidades y se permitió volver a ser un niño indefenso, asustado y preocupado.
-¿Ethan, estás bien? ¿Pasó algo?
La voz no era de ese tiempo, ni de aquel lugar. Jasper le hablaba, arrodillado a su lado. No tenía barba y las pequeñas imperfecciones que recorrían su rostro anunciaban que estaba en plena pubertad. Allí, en un cuarto de tonalidades pastel y multitud de peluches el pequeño Ethan negó con suavidad sin querer salir de su formación de tortuga.
-Hmmm.. ¿Es por mama y papa? ¿Por qué han vuelto a pelear?
El silencio respondió por sí solo. Jasper suspiró chasqueando la lengua sin saber cómo continuar cuando en parte era consciente de que había echado leña a aquel fuego. En el piso de abajo las voces continuaban pero fuera cual fuera la discusión no tenía la suficiente relevancia o Ethan carecía de la suficiente consciencia como para entenderla. Cuando el niño volvió a negar el repiqueteo de unos zapatos alejándose de su lado le hizo levantar el rostro de sus rodillas, alarmado. Su hermano se había distanciado, sí, pero no para irse, si no para buscar algo en el escritorio.
-Okay, vale, podemos, hmm puedo contarte una historia.
Por supuesto no iba a mencionar que el cuento era de su padre, ni de como en su día se había reído de lo absurdo que le parecía. Si de por sí Ethan se sentía poco japonés, él directamente se aborrecía por ni siquiera parecerlo, con la noche que llevaban tampoco quería adentrarse en esa herida familiar. Al menos su hermano era receptivo y tras secarse las lágrimas se acercó arrastrando el culo hacía su lado.
-¿Qué cuento? ¿Ellos… no van a gritar más? ¿Por qué se dicen cosas feas?
La escasa edad no ayudaba a gestionar mejor la separación que estaba ocurriendo. El secretismo continuo sólo provocaba discusiones sin contexto alguno por el hogar y mientras Jasper solía ser partícipe en algunas, Ethan con escasos 7 años solo podía vivirlas confuso y aterrado. Sus padres se odiaban y lo que era peor, a veces parecían odiarlos a ellos. Sus palabras cargadas de ingenuidad tuvieron que trastocar algún engranaje en el interior de su hermano pues tras una rápida mirada al techo y un par de pestañeos simplemente acabó encogiéndose de hombros. No podía darle consuelo en una mentira imposible.
-Es… No lo sé, perdón. -Con una hoja en una mano y el móvil en otra retomó asiento a su lado. -Pero, podemos no pensar en ello por un rato. Solo estamos tú y yo ahora mismo, ¿Vale?
-Valeee.
Firmó el pacto no muy convencido. Por suerte la curiosidad tomó protagonismo cuando vio como buscaba algo en YouTube y tras esperar unos instantes obtuvo un premio un tanto extraño. Jasper estaba doblando el papel de formas muy pintorescas, perdiéndose en diferentes dobleces y repitiendo los mismos 10 segundos del video una y otra vez como si pudieran resolver el puzle tan complicado que estaba haciendo. No lo entendía, por suerte, pronto volvió a hablar.
-Hay un cuento muy famoso en Japón que se llama ¨Las mil grullas¨ y es… bueno, bastante bonito. -Ethan iba asintiendo a cada nueva información regalada, dejando que aquella historia fuese más real que lo que andaba sucediendo fuera de la puerta de su habitación. -Había una vez una niña muy muy pequeña, que estaba muy muy enferma.
-¿Tan pequeña como yo? Pobrecita… A mi no me gusta cuando me duele la tripa…
-Si, parecido. ¡Bueno hmm, a ella no le dolía nada! Solo que estaba enferma, como cuando estás acatarrado y te quedas en cama muy cansado.
-Oh, que mal…
-Yaaa… pero por suerte ella era muy fuerte y como decía una leyenda que a quien hacía mil grullas de papel se le podía conceder un deseo, pues ella empezó a hacerlas. -Un sonoro Ah! salió del peque al darse cuenta de que eso es lo que estaba buscando hacer precisamente su hermano, aunque por ahora la amalgama de papel no tuviera forma concreta. -Una a una, hasta que bueno, se cansó tanto que se murió.
Si, definitivamente no era la mejor historia para contar a un niño, tenía 17 años, tampoco era justo pedirle más. El pobre peque tras el bajón de aquel final se quedó observando a su hermano con los ojos encharcados y el gesto triste marcado en su rostro, esperaba que quizás, después de ese momento hubiera algún final feliz posible.
-Pero…
-No no no no, espera espera, no termina aquí. -Se apresuró a añadir Jasper, la que le faltaba encima era hacer llorar al tonto de Ethan, todavía y se quedaba más semanas castigado sin salir. -Sus amigos y familiares tristes como estas tú, pues se pusieron a seguir haciendo las grullas que le faltaban a la niña, y tras juntar mil pidieron como deseo que ella pudiera ser feliz y estar sana. Los dioses, como recompensa por su esfuerzo dieron otra oportunidad a la joven y así la dejaron volver junto a sus seres queridos.
-¿Y seguía malita?
-No, jode- -Se interrumpió con un carraspeo. -No no, que va, volvió tan recuperada que podía correr cuanto quisiera que no se cansaba!
Ethan se rio en bajito asombrado como solo podía estarlo un niño de su edad tras oír que los deseos se cumplían de esa manera. Jasper con el orgullo hinchado tras terminar de construir una figura un tanto chapucera (Pero para la que por suerte no tenían comparación como para saber lo mal que estaba) le tendió el nuevo regalo a su protegido. El papel aún doblado con torpeza guardaba suficiente amor y cariño como para que la figura de un pájaro fuera medianamente representativa en él. Ethan solo pudo exclamar en alto, halagado por recibir un regalo tan sorprendente.
-Bueno, como no estamos enfermos creo que no necesitamos tantas para pedir un regalo tan grande.
Ethan asintió acorde, mil sonaba a un número exageradamente grande y su impaciencia le llevaba a querer poder tener esa magia desde ya.
-¿Y ah, cuál es el deseo?
-Ah, no se, tienes que pedirlo tú que es tuya, pero tiene que ser algo pequeñito que solo llevamos una.
-Vale… Puedes… -Hinchó las mejillas pensativo. -Quiero, que tú también puedas tener un deseo!
-Ay tonto, pero eso no funciona así. -Una risa queda, mezclada entre la pena y el agradecimiento salió del chico. -¡Tiene que ser otra cosa!
-Jo, pues, pues… ¡Quiero que estés feliz! Y eh, así cuando yo te haga una puedes pedir que yo también lo esté!
No hubo otra risa, ni siquiera pudo devolverle correctamente la sonrisa que le pedía tener. Jasper vio temblar su mueca en un arroyo emocional tan intenso como inesperado por lo que, para cuando se dio cuenta, ya estaba rompiendo en torpes lágrimas frente a la persona que precisamente no quería que lo viera así. Por mucho que los niños fueran inocentes no eran estúpidos y aunque no fuera conscientemente uno sabía diferenciar una alegría real de una que estaba impuesta. Ethan recordaba que después se fundieron en un abrazo tan fuerte que permanecieron así largo tiempo, hasta que con los días lo que había iniciado como un juego se convirtió en un consuelo para ambos.
Eso eran sus figuritas, un sueño, una esperanza, una ilusión y ahora que la única compañía que le quedaba era la helada brisa de la noche sabía también que eran una farsa. Daba igual cuantas hiciera o cuantas quisiera regalar, eran papel mojado, tan inútil que no protegía, ni cumplía deseo alguno. Por desgracia, entre aquellas ruinas no había lugar para cuentos, las pesadillas que vivían no eran más que un choque de realidad certero. Ni una grulla le salvaría la vida a sus pequeños ni haría justicia a dos jóvenes que habían muerto de forma tan cruel. Ese papel no regalaba sonrisas ni devolvía a los muertos a la vida, era eso, triste papel, un intento de tumba para unas personas que simplemente no se merecían estar enterradas.
Allí, sosteniendo el animal entre sus manos se sintió hueco y allí, con el desamparo de la incertidumbre guío lo que una vez había sido su creación al ascua de la vela. La vio arder de forma vaga cuando la tiró al suelo y para su desgracia, lo único en lo que pudo pensar es que, a pesar de la improvisada hoguera, seguía teniendo mucho frío.
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