Krabelin

Kimbra sonrió levemente ante la risa de Irianna y luego, considerando que su estabilidad era ya medianamente aceptable, se apartó del apoyo que Ámarok le brindaba.

- Supongo que eso está muy relacionado con nuestros orígenes también. No encontrarás a nadie aquí con unos ojos como los tuyos. Por otro lado, la heterocromía es norma entre los engendros como yo. Y el ser un engendro es una rareza normalizada en Krabelin. Si es que eso tiene sentido- intentó explicar, pero su mente todavía se encontraba algo embotada.

Tanto Kimbra como Irianna se permitieron familiarizarse con el nuevo conocimiento adquirido durante algún tiempo antes de volver a la ciudad nombrada a devolver el amuleto a su lugar de origen, aunque Kimbra pretendía seguir experimentando con ello y arrastrar a Irianna por el exterior de Bakaiar donde seguramente los colores y las sensaciones serían más variadas y no solo por la fauna y la flora, que seguramente serían interesantes de ver, sino sobre todo por la Fuente de los Nacimientos. Y quizás, con un poco de suerte, la demonio encontrara algún cadáver fresco al que pudiera, literalmente, meter mano.

Irianna rio ante la explicación de Kimbra, aunque no porque fuese realmente graciosa si no porque casi todo le hacía gracia en aquel momento.
—Tienes la razón en que la perspectiva cultural lo cambia todo. A partir de ahora podré comprender nuestras diferencias a ese respecto mucho mejor.

Tras un rato más asimilando los conocimientos del amuleto y haciendo comentarios acerca de lo vibrante de los colores y la belleza de la naturaleza a su alrededor, la nebulomante devolvió el amuleto al cajón del que lo había sacado del mismo modo y sin incidentes. Acompañó a Kimbra allá a donde quiso ir, admirando una vez más el planeta natal de su amiga que, aunque para ella no había cambiado tanto como para la rakshasa, al menos por aquella noche todo le parecía especialmente hermoso.


Sigue en Sinhdro.

Pefka

El Hijo de Luna pudo asistir al Día de la Luna, aunque días atrás había tenido sus dudas sobre llegar a tiempo. Había vuelto un día antes de una expedición a por materiales e ingredientes, y muchas viandas para la fiesta, pero había tenido algún que otro percance por las prisas y la excitación previa a la festividad, además de no querer avergonzarse ante la Luna Levyna.

Aguardó junto a los Nombrados a que los Numerados acabasen en la Fuente. Quien le conociera, reconocería su nerviosismo por el agobio social al que iba a enfrentarse en breves reflejado en el temblor de sus piernas. Sin embargo, cuando comenzaron sus propias celebraciones, su agitación había desaparecido.

Se apuntó a todos los bailes que pudo y aportó música con una flauta de hueso. También narró aventuras ficticias basadas en sus salidas al exterior, y compartió sus conocimientos reales sobre estas con los curiosos, además de toda la caza que pudo traer. Y se remojó en la Fuente como mandaba la tradición poco antes de escabullirse, pletórico.

Su montura esperaba cerca. Montó y se dispuso a agradecer a la Luna su don y su nacimiento a su manera, quemando energía a toda velocidad. Galopó a lomos de Karane durante parte de la noche, y después se detuvieron a descansar en el campo, recostado en el pelaje de la bestia. Mientras comía algo de carne, contemplaba la Luna. También dedicó un pensamiento a los nuevos Hijos de Lunas: que no cometieran sus mismos errores y desperdiciaran sangre y tiempo, por el bien de su comunidad.

- Hace una bonita noche.

De repente, justo al lado de Pefka había aparecido una mujer que miraba al cielo con la misma postura despreocupada. A primera vista, y gracias a la oscuridad, podía parecer que se trataba de una kepryna cualquiera, pero si se prestaba la suficiente atención podían apreciarse algunos detalles, como, por ejemplo, que su coraza se veía bastante más blanda de lo que debería y que, de hecho, en realidad no era de color blanco.

- La verdad es que has elegido un agradable lugar para disfrutar de la luna. Es raro que no estés celebrándolo con los tuyos, pero he de reconocer que ha sido conveniente para mi- comentó tranquilamente la mujer sin dejar de mirar hacia el cielo.

Se sobresaltó cuando escuchó la voz. No se inquietó demasiado, sin embargo, pues fuera quien fuera no parecía a punto de reprenderle por haberse ido antes. Sonrió y asintió levemente.
—Las noches de luna son espléndidas y me gusta compartirlas con todos, primero mi gente y luego con todo esto —y extendió los brazos como si pudiera abarcar todo el campo, que lo remató con un palmoteo cariñoso en el lomo de Karane.

Sin embargo, el Nombrado no había entendido lo último. Se detuvo a observarle antes de seguir. Era de los suyos, pero entre el cansancio y la agitación no fue capaz de fijarse en los detalles que no terminaban de encajar. Lo más obvio en ese momento era que Karane la observaba en calma sin que él hubiera hecho nada. Por ello, Pefka se preguntó si se conocerían, porque él no la recordaba de nada. Y podía tener mala memoria con las caras de los demás, pero no su montura.
—¿Pero por qué lo último? ¿Te conozco de algo? Normalmente Karane es muy desconfiado...

La mujer sonrió ante el entusiasmo del kepryno. Claramente el krabelinense se veía devoto del culto a las lunas o al menos disfrutaba de ellas como si lo fuera.

- No, no me conoces. Y tu montura tampoco lo hace, en realidad. Supongo que soy buena con los animales o puede que haya sido el hechizo que le he echado. En cualquier caso, no es a por él a por quien vengo, sino a por ti-. La mujer se giró por primera vez para mirarle cara a cara-. Te he estado observando, Pefka. Desde hace tiempo. ¿Alguna vez te has preguntado por qué sientes que no encajas incluso entre los tuyos? Tu lugar no está aquí, Hijo de Kepryna, tu lugar está más allá de las lunas.

A la primera frase le respondió con un leve asentimiento. Con la segunda, en cambio, se tensó, confundido. La segunda parte de la tercera ya fue demasiado y se alejó un paso, empujándose con los pies en la tierra. <<¿Quequequequequé? ¿Un "hechizo"? Karane parece estar bien. ¿Qué es un hechizo? ¿Y qué le has hecho?>> Pero la mujer le miraba directamente y sus siguientes palabras le dejaron anonadado.

Se incorporó y evaluó a su interlocutora. Había dado en el clavo con respecto a él, sí. Demasiado. Y eso sumado a su forma de hablarle... le asustaba y sobrecogía a partes iguales.
—Sí... Pero nada de esto tiene sentido. O bien me has estado espiando por algún motivo que no logro comprender, o bien... —empezó a darle la risa tonta, bajito, nerviosa. No podía ser. ¿"Más allá de las lunas"? Se la jugaría. Si le acusaba de loco frente a los demás, siempre podía largarse con Karane hasta que se olvidaran del incidente—. O bien... ¿o bien no eres de por aquí? ¿"Más allá de las lunas"?

¿"No eres de por aquí"? Menudo eufemismo se había sacado de la manga para lo que se le estaba pasando por la cabeza. Pero era algo tan descabellado e increíble, que no podía reaccionar de otra manera. Para colmo, él no era nadie, así que ¿a lo mejor se estaba confundiendo?  Tampoco quería tener que hablar con el Portador sobre esto y acaparar tanta atención, pero tendría que hacerlo al día siguiente... <<Pero sabe mi nombre, así que será a mí a quien busca>>

Tragó saliva y la miró sin saber qué más pensar. ¡Quizá era una broma y ahora se reirían! O quizá no.

La mujer parecía divertida con la confusión del krabelinense, pero no con la intención de ser ofensiva.

- No soy de aquí, como bien has dicho. Mi nombre es dama Diurna y vengo de Rocavarancolia, la ciudad de los milagros y los portentos. Y la razón por la que estoy aquí es porque tú, Pefka, tienes el potencial para ser uno de esos milagros. Solo tienes que seguirme y yo puedo llevarte a un sitio donde la energía superior no es solo una leyenda.

Mientras hablaba, dama Diurna hizo aparecer sobre su mano de la nada chispas de colores que, gracias a la oscuridad reinante, ofrecieron un bonito espectáculo.

Si hubiera estado de pie, el hijo de lunas se habría caído de culo al suelo debido a la impresión. En su lugar, solo pudo arrastrarse un poco más atrás, pero no mucho, porque estaba paralizado. Había acertado de pleno, pero le asustaba. Debería estar emocionado, saltando, gritando, alegre... Pero estaba sobrecogido y paralizado ahí delante, sentado en el suelo con la boca abierta y mirando fijamente a la mujer y las chispas de colores.

De pronto, uno de sus muchos pensamientos hizo mella y se expandió. ¡Modales! Se incorporó, se sacudió de tierra la capa (aunque serviría de poco porque estaba de barro hasta arriba por haberse revolcado un par de veces antes), y procedió a disculparse. Pero no tenía ni idea de qué decir. ¿Cómo se le habla a una enviada de las lunas?
—Lamento mucho mi reacción. Es... inaudito... ¡Mi comportamiento, quiero decir, mis modales! No tan inaudito como que las lunas envíen a alguien... No sabíamos que podían hacer eso... porque es lo que eres, ¿no? Y... y me habéis —tragó saliva— elegido a mí? Estoy cubierto de pieles y barro, quizá... —¿Acaso estaba cuestionando a las lunas? Le sobrevino una risa nerviosa y miró al cielo un momento, titubeante—. N-no, no, sois las lunas, no podéis equivocaros, disculpadme, no era mi intención...

Apoyó la cabeza en el lomo de Karane, que les observaba como si estuviera medio dormido, y cerró los ojos un momento contra su pelaje. Necesitaba tranquilizarse. Y lo consiguió, brevemente pero lo consiguió. Dama Diurna podría oír cómo le hablaba en voz baja al kerlax.
—¿Lo has escuchado, Karane? Quieren llevarnos a otra ciudad, con la energía superior de las lunas. Correremos más aventuras juntos... Sí, sirviendo a las lunas.

¿Pero y si era una broma? ¿O un truco con ungüentos? No podía serlo. Karane no reaccionaba. Y a la mujer la había visto usar energía superior con sus manos y parecía creíble. Bastante. Solo esto ya era un hito en la historia de su raza. ¿Pero... pero qué potencial podía tener él? Solo domaba bestias. Solo eso. ¿Era eso? Volvió a mirar a la mujer.
—Acaso... ¿Acaso se necesita mi dom en esa... Rocaqué? L-lo siento, le pi-pido que entienda que co-con la impresión no recuerde el no-nombre.

Dejó de hablar, como para esperar su respuesta a todo, pero entretanto cayó en algo y volvió a abrir la boca. ¿Y si la había ofendido al olvidar el nombre de su ciudad? ¿Pero y si les daba igual? Volvió a cerrar la boca. Estaba quedando como un verdadero idiota. Pero eran diosas y una enviada. ¿Se ofenderían por nimiedades así?

Dama Diurna sonrió socarronamente con la efusividad del Hijo de Lunas, casi enternecida por su confusión. Los devotos eran más fáciles de convencer que los escépticos.

- Lamentablemente, Karane no va a poder acompañarte. Hay ciertas normas en el lugar al que vamos y, a no ser que quieras que muera, vas a tener que dejar a tu montura aquí- explicó señalando al kerlax-. Tienes que ser consciente de que si todo se limitara a tu don, cualquier kepryno me habría servido. Esto no tiene que ver con lo que eres ahora, Pefka, sino con lo que puedes llegar a ser. Ven conmigo y tendrás al alcance más conocimiento del que nunca podrías imaginar- dijo tendiéndole la mano.

Su respuesta le sentó, primero, como un jarro de agua fría; y después, como un soplo de aire fresco. Acarició el lomo de Karane cuando escuchó lo de las normas, sin dejar de mirar a la mujer. No quería que sufriera por él, de ninguna manera, y la palabra de las lunas era su ley.

Pero lo que Diurna dijo sobre él, sobre él mismo, sobre su futuro, le impresionó. Sí que le habían elegido, por alguna razón. No podía creérselo, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Sus dudas eran tan grandes como la cúpula del cielo sobre sus cabezas, pero no podía negarse, y ya tendría tiempo para entenderlo. Asintió levemente con la cabeza, y la dejó agachada un rato. No quería dejar a Karane, no quería. No le había dado tiempo a tener un vínculo que le hiciera emocionarse al despedirse, llevaban poco juntos en comparación con el tiempo que llevarían si le hubiera domado en su momento. Aun así, no quería dejarlo tan pronto. Pero debía.
—Lo entiendo... Dame un momento, por favor. Será solo un segundo.

Se giró hacia su montura y se inclinó sobre su frente. No podía irse sin despedirse. Le habló mientras le acariciaba el pelaje, por detrás de la cabeza y el mentón.
—Te echaré de menos, amigo mío. Corre, caza, vive libre, y cuídate mucho.

Se separó con un último abrazo y se giró a Dama Diurna. Esta vez sí le miró a los ojos, luchando contra el impulso de girarse hacia el kerlax otra vez. No se habían separado desde la doma. Ni siquiera sabía si volvería a verlo, ni a esa ni a otras bestias del rebaño. Ni su propio mundo. Pero no importaba. Ahora no.

Inspiró antes de alargar la mano. Rozó los dedos... Y cayó en un sueño extraño, superior a él, como si estuviera atrapado, y del que no sería consciente hasta que despertara al otro lado.