Calles

Asintió a Mónica. Podrían ir a la zona donde les perdieron de vista y partir desde allí a otra parte. Iba a sugerirlo o a preguntar a Lorenzo cuando vio algo que la hizo detenerse en el sitio. Incluso alzó la mano izquierda como en señal de "¡ojo!" Dirigió al diestro una mirada cargada de significado: a las armas, por si acaso. El humano se puso en guardia y preguntó qué había visto.

—He... no sé, creo que he visto algo de pasada... A lo mejor no ha sido nada, pero...

No se fiaba. En ocasiones así en un lugar así, nunca estaba de más prepararse. Desenvainó su espada corta y se pegó al grupo aún más. A lo mejor había sido una idea demasiado precipitada salir los cuatro. ¿Y si por buscar a dos que podrían llevar muertos semanas, morían cuatro más? <<No pienses en eso, céntrate>>

El día era magnífico, y un silencio tranquilizador les envolvía mientras caminaban. Mónica no dejó de aferrar su cuchillo, pero relajó los hombros un tanto. Seguía teniendo dudas acerca de lo que estaban haciendo, claro está, pero hacía un día tan bonito… estaba a punto de ponerse a tararear cuando Doña Plumitas se detuvo en seco alzando una mano en señal de atención y Lorenzo desenvainó su arma velozmente. Mon se puso en tensión de nuevo, acercándose más al grupo y cogiéndose sin querer del brazo de Rapunzel, que soltó en seguida en cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

—¿Qué está pasando? —preguntó, tensa.

De pronto, ya no hacía un buen día. De pronto todo era amenazador. Tembló, mirando a su alrededor, y entonces…

—Chi… chicos… —la chica levantó la mano señalando un dedo tembloroso y señalando a lo que parecían unos ojos flotantes.

«No tendríamos que haber dejado el torreón, no tendríamos que haber dejado el torreón». Su corazón se aceleró y esta letanía comenzó a repetirse en su mente, provocándole una sensación de mareo e impidiéndole razonar correctamente. Levantó el cuchillo a la altura de su nariz.

Los motes:

Sinceridad no entendía nada. Lo que fuera que estuviera pasando, no era natural. ¿Magia? Detestaba aquella realidad tan abstracta con todas sus plumas y cien más.
—No lo sé, joder... ¡Cuidado!

En cuanto lo que fueran aquellos ojos aparecieron frente a la roquense, blandió su espada. Pero allí no había nada, la hoja había atravesado la visión sin siquiera alterarla. ¿Un fantasma como su compatriota? ¿Magia? La imagen le seguía allá donde mirase, como si en lugar de frente a ella estuviera clavada en sus propios oj... <<¡EH, ALGO SE HA MOVIDO ALLÍ!!>>

—Hay que largarse... —retomó el camino, calle arriba, sin despegarse del grupo. Les dirigió un susurro:—¿Veis esos ojos? —y señaló en la "dirección" en que supuestamente los veía. Mónica también parecía ver algo invisible para el resto. No podía enfrentarse a cosas que no podían golpear... ni ver.

Y tenía que pasarles justo ahora, justo cuando empezaba la Búsqueda Dos. <<Joder...>> Siempre podrían volver, pero si podían, si cabía la más mínima posibilidad de escapar de aquella situación tan extraña, ponerse a salvo y buscar a sus compañeros, lo intentarían. O al menos lo intentaría sola. No podría perdonárselo si volvían el mismo día.

“Sobrevive hasta que llegue la Luna” Flan se repetia, como un mantra, silenciosamente.

La Luna… ¿A qué podía referirse? ¿Era simbólico, metafórico o literal? ¿O quizás simplemente le estaba engañando?
Aunque le pegaria, no lo creia.
“Usa a los demás niños como escudos humanos para protegerte si es necesario, pero sobrevive.”

Con un click suave y familiar, abrió el parasol.
La fría sombra del tejido blanquecino inmediatamente devoró la pésima luz solar que habia, cubriendo su cara retorcida, rodeada de la oscuridad apropiada a medida que tenia pensamientos siniestros.

Se iban de la torre, aparentemente, habia habido una diferencia de opiniones. ¿Una pelea? No sabría decir, pero aquellos crios iban a irse. Fahran les seguiria de pies juntillas. Se aburria de aquel lugar y su falta de entretenimiento y salubridad. Sus posibilidades de supervivencia eran mucho más altas en este grupo de escudos que pudriendose en aquella torre esperando una salvación divina a recogerle.

Y así, seria la vencedora de este juego. Y Roaxen le alabaria considerablemente.

Despicable, pensaba ella, el sacrificar la vida de otros para la suya propia, sobretodo porque planeaba elegir previsivamente quien seria.
El del sombrero. Lurengo, o algo así se llamaba. Parecia que sabia como usar una espada. Apestaba y aparentaba ser un completo desastre andante, nada elegante, y muy lejando del idel de belleza andrógina que buscaba en un hombre. Por suerte, ni tendria que hacer que se enamorase de ella. Suerte, porque no se habia ganado ningun honor a la mujer con mejores valores morales. La otra chica serviria bien para aquella parte.

Una ventolera les sacudió, tironeando su parasol. Miró hacia adelante, encontrando la ominiosa presencia que se habia materializado enfrente de ellos. Ojos abiertos y, Fahran juraria, que les observaban el alma hasta la última letra, la última onza de podredumbre que tan solo ahora se habia activado.

Temblaba, se habia quedado helada en sitio. La tierra sentia que se movia a medida que el parasol aterrizaba fruto de un accidente.

De pronto, alguien saltó a su brazo. Una chica, una mujer. Era aquella muchacha, temblando a medida que le agarraba del brazo.Paralizada unos segundos por la falta de uso al tacto de otros, Fahran mantuvo silencio.
“Se lista.” le habia dicho.

-Shh… vamos a estar bien.- le susurró a la niña asustada, envolviendo sus brazos entorno a ella. Mantenia el paso con el grupo, incitandola a seguir, mientras miraba a los ojos con expresión protectora.

Un escudo apropiado.

-No te preocupes.-dijo a continuación, a medida que los mechones de pelo color lavanda se alzaban espectralmente.
Una sonrisa siniestra se postraba en su mente. Hileras e hileras de dientes afilados a medida que Fahran sentia pena por aquello.
-Nos protegeremos los unos a los otros, ¿de acuerdo?-

Lorenzo

Bastole con el avisó de Sinceridad para ponerse a la defensiva al instante. Bracamarte y rodela en mano, el español tensose, sus ojos aquilinos recorriendo deprisa grandes cantidades de espacio abierto. Estaban muy expuestos. Debianse mover.

Justo cuando iba a proponer reanudar la marcha, alguien más lo hizo y pusieronse. Logró captar a Mónica con la mirada, pobre ella, quien ya desplomabase ante la mínima. Casi ni culpabala pero sentia alivio de saber que la nena de pelo lavanda la tenia recogida en sus brazos. Parecia ser que, a malas, podrían llegar a trabajar juntos.

No tardó en ahogarse su breve esperanza en un mar de desesperación cuando aquellos orbes, ojos mirantes de ensamble penetrante, les violentaba la consciencia. Tentado como estaba, deseaba poder rajar a uno de ellos a modo de venganza, a medida de que una gota de sudor perlaba su rostro, el español mantuvo la guardia e instó con golpes de voz a que siguieran el ritmo y alejaranse de aquel lugar.

Sinceridad siguió andando. No lograba dejar de ver aquel ojo en su cabeza y la sola idea de que estuviera realmente dentro de su cabeza le daba náusas y mucha grima, pero no podía hacer más que desear con todas sus fuerzas que se fuera por donde había venido. En un vistazo al grupo vio que Fah iba muy pegada a Mónica y... ¿Intentaba consolarla? La roquense alucinaba. Sacudió la cabeza, porque ya tenía bastante con la ilusión del ojo mental, y siguió andando.

Cuando se detuvo, no lo hizo en seco sino que se giró, espada por delante, y buscó el origen del grito. No lo encontró ni delante ni a su derecha, ni siquiera detrás del grupo, y con una mirada rápida pudo comprobar que tampoco a su izquierda. De todas formas daba igual, con semejante criatura justo detrás de ellos. No se lo pensó dos veces y gritó:

—¡Corred, pero ni os separéis ni os alejéis!

Para la roquense era obvio que quienes debían huir eran Mónica y Fah mientras ella y Lorenzo intentaban algo contra aquella criatura deforme... sin que se separasen, que no habían salido a buscar a dos perdidos para dividirse y perder más gente. Y, lo peor, es que sería su culpa si algo les pasaba a cualquiera de los tres. <<Aún no ha pasado nada...>> Dejó la bolsa de cosas en el suelo y cambió una de las jabalinas que siempre llevaba a la espalda por la espada corta. Si Lorenzo empleaba su espada, ella podría acosar al esperpento por otro lado o por el aire, pero no quería estar cerca de esos cuernos ni por asomo. Y que, además, no podría volar y maniobrar bien si no la soltaba. Miró al diestro, como preguntándose y preguntándole qué hacer. Nunca habían luchado juntos, solo en entrenamientos, y no sentía esa camaradería que sentía en sus días de caza en Tierra Bruja con sus compañeros. Pero debía confiar en él. Se preparó para saltar en cualquier momento.

Justo en el momento en el que se dio cuenta de que en realidad lo que veía estaba en su mente y comenzaba a sacudirse el miedo de encima («No pueden hacerme daño. Mi mente es una fortaleza» se dijo) notó que alguien la abrazaba y la empujaba a seguir caminando. Mónica se sobresaltó de nuevo cuando, al levantar la vista, vio a Rapunzel. De todos sus compañeros ella habría sido la última persona que pensó que podría estar tranquilizándola, pero el cerco de sus brazos alrededor de su cuerpo comenzó a incomodarla rápidamente: no le gustaba que la tocaran tanto tiempo seguido.

«Suéltame, ¿por qué tocas?» pensó como acto reflejo, aunque calló. No quería enemistarse con ella y menos cuando parecía que por fin estaba siendo maja. Y encima con ella.

—No me preocupo —le sonrió mientras continuaban andando—. No es real. Está dentro de nuestra cabeza y ahí no puede hacernos daño. Me acabo de dar cuenta.

Se soltó con suavidad del abrazo, apretándole levemente la mano por un segundo y volviéndole a sonreír, esta vez con alivio por encontrarse libre de la cárcel de sus brazos… pero su sonrisa se congeló cuando un sonido, como uñas en una pizarra, resonó tras ellos. No, no tras ellos. En sus mentes. Mónica se volvió despacio y cuando vio el esperpento se le puso la piel de gallina.

—Qué asco. Dios, ¿no podemos encontrarnos con cosas bonitas, como flores y hadas? —masculló con una gran mueca de repugnancia, casi sintiendo ganas de vomitar.

El grito de la roquense la sorprendió. ¿Quería que huyeran? Mónica le dirigió una mirada torva mientras se colocaba en una postura defensiva y enarbolaba su cuchillo al tiempo que se disponía a pelear con ellos: ella no era una cobarde. No era débil. ¿Para qué se pensaban que había estado haciendo ejercicio todo ese tiempo? ¿Para sentarse en el sofá como una damita victoriana?

«Odio que me traten como a una inútil».

La adrenalina recorrió su cuerpo como un chute de cafeína y, de pronto, a pesar del miedo, esbozó una sonrisa. Si querían alejarla de allí y abandonar a sus compañeros tendrían que hacerlo por la fuerza.

Los motes:

Lorenzo

Mirando pra atrás, el diestro volteaba la cabeza constantemente por su hombro, esperando algo siniestro aparecer. No hubo que esperar demasiado, pues pronto materializose tan esperpento. Vestiase como un ciervo, pero cual torvada criatura abyecta más propia del averno de Hades, postrabase como un lobo, garras y colmillos, y cornamenta como un arbol de luces, tan solo que por orbes mostraba los injuriosos ojos que les aterraban el alma. Chirridos resquebrajaron las sus orejas, vocalizando su discomformidad en un grito de angustia, el diestro santiguose con el pulgar, mientras trataba de lograr concentrarse.
Un cuadrúpedo la criatura era. Garras en las pezuñas y, posiblemente, más velocidad que la que ellos podrían emplear. Preocupabale más bien si fuese de veras como un lobo e intentase cercarles al salto en vez de al embite. Si fuera así, en ambos casos, armas de saje non eran las más adecuadas. Ibales a detener cuando vió que Sinceridad ya estaba examinando la posibilidad de hacerle frente sin tener que decirle nada.
Asintio una vez. Miró a su bracamarte. Aquello non seria lo adecuado. De una vitria, envainolo con mano izquierda mientras que sacaba su otra opción de arma: Un ristroso alfilerino estoque. Aun sin nombrar. Torciosele el bigote sobre los labios. Una desgracia.

—¡Armas de asta, prepara para la carga!—ladró con ferocidad hacia Sinceridad, tomando la mitad de la calle, intercediendo entre la criatura y los demás en la postura de la penitencia.

Non habia razón pra intentar cazarlo con una espada, ni habia razón que no podrían huir si no se le espantaba primero. Mejor seria evitar el conflicto pareciendo la mayor amenaza, pues, supuso, la bestia, bestia era, y non tenia motivo pra atacarles.

Y habiendosela encarado, comenzó a hacer virguerias, casi en una danza, sacudiendo la espada en arquivalencias a la vez que acompasaba con la rodela. Aquella danza, que en tantos ejercicios habiase practicado, era para ser capaz de recomponer la defensa de uno al instante, asi que el diestro hizola con confianza de que bien intimidaria al animal o lo provocaria a atacar pensandole vulnerable.
—¡EH!—entonó con un grito más alto que el chirrido.—¡Ven aqui pra acá, venadito crudo! ¡Viate yo meter en el puchero pra que pruebenlo los nenos aqui cocina de mi tierra!—

Mónica se asustó también cuando el —asqueroso— ser se sobresaltó con el gesto de Íñigo Montoya. Cuando el bicho se encabritó, se echó un par de pasos para atrás y se detuvo, dividida entre la grima y el dolor, al notar cómo al chirriar de uñas en una pizarra se le unía una horrible sensación en su piel, como si se la estuvieran arañando con miles de espinas diminutas. Sin embargo, el ser no atacó.

—Chicos —dijo, susurrando después de pensar un momento—, no parece que nos vaya a atacar si nosotros no le hacemos nada. Está quieto, sin más, dando asco. Podemos probar a seguir caminando como si no fuéramos una amenaza.

Sin esperar la aprobación de su grupo se movió un par de pasos experimentales y comenzó a hablar al monstruo con lo que ella consideraba una voz suave y tranquilizadora.

—Shhh, no estamos haciendo nada raro, solo estamos dando un paseíto. Esto no es sospechoso, así que tú por tu lado y nosotros por el nuestro. Sé un buen mutante y vete por ahí a hacer cosas de mutante, ¿sí?

Los motes:

Le sorprendió mucho y para bien que Mónica decidiera quedarse. Poco iban a durar como grupo de expedición si dependían de Lorenzo y la misma roquense. No dijo nada, tan solo le hizo un gesto con la cabeza.

No le gustaba nada cómo se desarrollaba aquello. El bicho parecía haberse asustado por Lorenzo, pero le chocaba que un monstruo de aquella ciudad de pudiera asustar de ellos. Estaba pensando en algo cuando tuvo aquella sensación tan rara.

—¿Lo habéis notado? Iuuugh —se estremeció.

Mónica había llegado a casi la misma conclusión que ella. Casi. <<Si se asustó... Si está probando su magia con nosotros... ¿Podría ser una cría de algo mayor? ¿Y si la madre está cerca observando?>>

—Buena idea... Vámonos despacio, no le deis la espalda, pero atentos a cualquier cosa alrededor -y empezó a caminar.

No quería poner sus miedos en voz alta. Aún temía que la ciudad fuera capaz de escucharle y de hacerlos realidad.

«Porfa, no nos hagas daño. No nos hagas daño» repetía como un mantra mientras seguía caminando. Sus compañeros habían estado de acuerdo con ella, de modo que retrocedían sin darle la espalda.

«Todo va a salir bien, todo va a salir bien» se dijo mientras miraba con firmeza a uno de los ojos de la criatura… hasta que esta se hizo invisible. Mónica se tensó mirando a su alrededor, buscándolo sin éxito.

Y de pronto, la calma. El tacto rasposo se desvaneció. El sonido chirriante también.

—Lo… ¡hemos conseguido! —saltó con una gran sonrisa, ignorando la sensación de sentirse observada, que todavía permanecía—. ¡Sí! ¡No hemos muerto!

Esbozó un bailecito de la victoria, una mezcla del Moonwalk y Saturday night fever, y finalmente miró a los demás, muy sonriente. No sabía si ellos todavía notaban las miradas, pero ella estaba más que dispuesta a pasarlas por alto.

—¿Seguimos?

Y, girándose por fin, echó a andar.

Los motes:

Funcionó. De alguna forma, funcionó. La criatura retrocedió sin dejar de "mirarles" y al cabo de unos segundos desapareció sin dejar ni rastro. La roquense entró momentáneamente en pánico y se agitó y se giró en el sitio, mirando en todas direcciones para buscar a la criatura por si, en realidad, se había movido exageradamente rápido a otro sitio, pero no dio con ella. En su lugar, dio con una humana haciendo un baile muy extraño. Le dieron ganas tanto de darle una colleja como de reír, pero no hizo ni lo uno ni lo otro.

—¿Se ha ido? ¿O hemos dejado de verla? No cantes victoria tan rápido, Mon, no sabemos...

Pero la chica tenía razón: seguían vivos. Seguían teniendo esas extrañas sensaciones y esos ojos en la cabeza, pero el mayor peligro parecía haber desaparecido por el momento. Suspiró y retomó el camino junto al grupo.

—¿Vas a bailar así cada vez que sobrevivamos? —bromeó, y esta vez sí se rió.

Al cabo de una cantidad de tiempo indescriptible para la roquense, pues no tenía forma de medir el tiempo, solo se guiaba por el sol, la visión de los ojos abandonó su cabeza y ya pudo respirar tranquila del todo. El camino había seguido sin problemas pero no podían confiarse, con demasiadas criaturas con magia se habían topado desde su llegada a la ciudad.

Se adentraron en unas callejuelas poco conocidas, pero le llegaba el olor a sal del mar así que los Acantilados del Eterno (como les llamaba ella) deberían estar cerca. Los sinhadres deberían haber dado la vuelta si hubieran topado con esa frontera natural de la ciudad, a no ser que...

—¿Qué es eso? —Sinceridad se detuvo y señaló a un extraño edificio que destacaba entre los demás. Parecía otro torreón, pero acababa en una estructura que no había visto nunca. ¿Estaba iluminado? —Si os hubierais separado de vuestro grupo y perdido... ¿os habríais acercado a ver qué es? Podríamos probar.


Hecha la sugerencia, reanudó el camino mientras respondían. Total, a las malas podrían pisar otra zona de la ciudad o, si coincidían en intentarlo, subir a lo alto y tener una mejor visión de la ciudad desde lo alto, pero no iría si no había acuerdo entre todos... Pero al final lo hubo.

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