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Naeryan
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Relatos sobre los sendarios de la cuarta cosecha Empty Relatos sobre los sendarios de la cuarta cosecha

24/03/14, 12:25 am
Os dejo éste de los sendarios de la cuarta cosecha para quien le interese, que pondré en spoiler en caso de que sea necesario para poder maniobrar por este hilo con comodidad.

"Gloria", susurró dama Liviana al oído de Per.
"Un mundo entero que remodelar", oyó Hyter de labios de Ramas.
"Algo diferente de lo que las cámaras y la fama pueden captar", llamó la atención de Flanbly's.
"Un sitio donde te necesiten", hizo aceptar a Dahannei.
"Encontrar tu lugar", sedujo a Ebnun.
"Injusticia real contra la que luchar", convenció dama Puente a Pecir.
"Una nueva tú", fue lo que atrajo a Brina.
"Un universo nuevo por descubrir", le prometió Sepalian a Vava.
"Aventuras", fue lo que decidió a Arafy.
"Cosas más allá de lo que puedas imaginar", dijo Miseria a Corann.
Y ninguno de ellos mentía.

-

Años fantaseando con ser uno de los elegidos. Años recreando en su mente la imagen de sí mismo, triunfante y poderoso, volviendo un año después a Nubla tras haber sido bendecido por la Luna Roja. Años esperando con avidez a que la cosechadora se fijara en él entre la multitud expectante que abarrotaba la plaza principal de su ciudad.
"Eres especial", había dicho dama Liviana por fin. Y aquellas palabras, dirigidas al más pequeño de todos los hijos de aquella familia, fueron todo lo que Per necesitó para aceptar. El nublino despertó en su camastro con un dolor de cabeza y una emoción igual de intensos.
Sabía que no iba a ser el único especial. Sabía que reunirían a gente de otros mundos que también fuese digna del honor de probar su valía en Rocavarancolia, y también sabía que no todos los nublinos que traspasaban el portal cada Samhein regresaban.
No le importaba. No sería un don nadie nunca más: podía cambiar y adoptar el papel que quisiera, y entonces daría igual lo especiales que fuesen los demás porque él sería otra persona, mejor, diferente.
Y efectivamente en los pasillos de las catacumbas fueron confluyendo diferentes especies, diferentes lenguas, diferentes formas de enfrentarse a aquella situación. Un nutrido grupo de cosechados se vieron las caras por primera vez y se miraron entre sí con diferentes grados de desconfianza, desconcierto o maravilla.
Salieron de las mazmorras. Vieron la desolación de Rocavarancolia. Bebieron de la fuente y oyeron la voz de Gahna en sus cabezas.
Y Per supo que aquello había dejado de ser una fantasía.

-

Ver la bañera de las provisiones estrellarse al fondo de la Cicatriz de Arax no fue exactamente la mejor bienvenida posible.
Allí sufrieron las dos primeras bajas.

-

Volvieron a las mazmorras y allí aguardaron pacientemente a que las bañeras volviesen a pasar. Uno de ellos, revestido de los ademanes prácticos y espartanos de un soldado, se las apañó para cocinar un par de ratas a modo de cena. A pesar del hambre, no obstante, pocos aceptaron su ofrecimiento pensando en las cestas del día siguiente.
-A la próxima las cogeremos- dijo alguien, y fue correspondido con murmullos de asentimiento.

-

Volvió a suceder, pero esta vez nadie cometió el error de bajar a la Cicatriz.
Cuando Pecir volvió a ofrecer las ratas casi nadie las rechazó.

-

Emplearon el tiempo restante hasta la salida de la siguiente bañera en buscar un verdadero refugio. Cansados y hambrientos, la visión de un torreón frente a ellos fue como un espejismo en mitad del desierto que era Rocavarancolia.
Los mayores se apresuraron a invadir el edificio, empujándose y peleándose para obtener las mejores habitaciones, las mejores armas, las mejores posibilidades de supervivencia. El resto se quedaron en el patio por prudencia hasta que el reparto de los más fuertes hubiese terminado. Dos de los más pequeños se las apañaron para encontrar un trozo de
carbón con el que empezaron a garabatear encima de la estatua. Los demás se sumieron en un silencio incómodo fruto de las muchas horas de compartir espacio, pero no impresiones.
Dentro estalló una pelea. Ninguno de ellos entró hasta que se hubo solucionado.

-

Los arcos y armas arrojadizas que encontraron en la armería les permitieron por fin volcar el contenido de una de las cestas de las bañeras antes de su fatídico aterrizaje. Entre gritos de júbilo la llevaron de vuelta al torreón.
-Se llama Sendar- murmuró tímidamente Brina, pero su voz pasó desapercibida entre la algarabía general.

-

Una cesta de provisiones para dieciséis personas.
Hyter fue el primero en darse cuenta de que las cuentas no cuadraban.

-

Per mordió el polvo al caer al suelo, aunque el golpe más duro se lo llevó su orgullo.
-¡El siguiente!- oyó una voz disciplente sobre él. Estaban recibiendo todos prácticas de combate, y prácticas de combate más bien quería decir una paliza.
El nublino se incorporó maltrecho y se apartó de la zona de lucha aunque sin llegar a levantarse por completo. Le dolía alzar la espada, le dolía quejarse, le dolía todo, y no se dio cuenta al principio de que alguien le estaba tendiendo la mano para ayudarle a incorporarse. Per alzó la vista para identificarle y lo reconoció como otro nublino que habitaba el torreón, Ebnun.
-Gracias- masculló, envidiando la facilidad con la que estaba tirando de él.
-No hay por qué darlas- repuso el mayor, regresando a su lugar en la cola. Veinte segundos después, otra caída y un segundo grito.
-¡El siguiente!

-

-Quien caza elige primero- había declarado uno de los que rápidamente habían tomado la posición de líderes. A lo largo de los días habían intentado derribar sin éxito más de una cesta de provisiones, y dicha circunstancia les había obligado a salir en partidas de exploración para complementar el magro reparto.
Quien podía pelear salía con el grupo principal a recoger comida o cazar alimañas. Quienes no eran juzgados capaces debían quedarse dentro del torreón, tal y como habían dictaminado los más mayores, a excepción de una sola persona encargada de cargar las piezas y que constituía, aunque nadie lo dijese en voz alta, la víctima más probable en caso
de problemas.
En consecuencia a los riesgos que corrían los exploradores tenían derecho a elegir la comida que reservaban para su consumo. En Sendar imperaba, ahora sí, la ley del más fuerte.
Pecir limpió su espada ensangrentada sobre el pelaje de una bestia a la que acababan de abatir entre muchos. Pensó que lo único que separaba a aquel mundo gris de ser perfecto para un religioso era que Rocavarancolia abusaba demasiado de esa gama del rojo.

-

Corann apenas había pronunciado más que unas palabras desde que había llegado. Sólo observaba desde el refugio de su bufanda, tratando de disociar el casi doloroso contraste entre lo que llegaba a sus oídos y lo que veía, por el contrario, impreso en los cuerpos de los demás. No lograba separar ambas cosas, y en ocasiones miraba al objeto de su
examen con una fijeza tan intensa que asustaba, centrándose solamente en la imagen que tenía delante y dejando que las palabras que estuviese pronunciando se desdibujasen poco a poco en ruido blanco hasta que por fin se se diluían por completo en su cabeza y sólo quedaba el glorioso, bendito silencio.
El idrino no sabía cómo funcionaba mentir, y tratar de descifrarlo le estaba destrozando la mente.

-

Voces más mayores que lo hacían callar, cuartos compartidos, peleas constantes. Venía a ser más o menos lo mismo que en casa, pensaba Per. Miró de reojo la cesta que contenía las magras provisiones.
En casa no pasaba hambre, no pudo evitar pensar con cierto resentimiento.

-

Sendar era un torreón grande, y precisamente por eso era frío. El primer uso de la magia había llegado cuando aquella circunstancia, unida a la humedad que se había colado en el torreón durante la torrencial lluvia de Samhein, había llegado hasta el punto de hacer enfermar a varios de ellos.
Habían echado mano sin miramientos de los libros de embrujos que habían encontrado, que hasta entonces habían sido descartados como meras supersticiones de "los chiflados de los nublinos" y uno por uno todos fueron obligados a probar.
Para la sorpresa o desencanto de varios el primero en lograrlo había sido un varmano que hasta el momento no había destacado mucho, ni para bien ni para mal, en las discusiones que dividían el torreón. Ahora estaban todos congregados alrededor de la hoguera de fuego mágico que calentaba el salón, cenando y celebrándolo a voz en grito.
A Hyter no le importaba que no se lo agradecieran, pero el alboroto no le dejaba leer en paz.

-

Vava era el vigía de la planta de las almenas.
-¡Catorce!- anunció apresuradamente escaleras abajo-. Faltan...
Recordó cuántos habían regresado de la excursión anterior.
-Nadie- completó en voz baja-. No falta nadie.

-

Alguien le había explicado por fin a Corann lo que estaba viendo, y eso solo le había encerrado aún más en su mutismo. Ya no se molestaba en intentar seguir las dobles señales que desplegaba cada persona, prestando atención solamente a los patrones corporales que veía y haciendo caso omiso de las palabras a menos que le fuese imprescindible. La gente que mentía no era de fiar, se lo habían inculcado desde pequeño como esculpiéndolo en su sangre, y saber que todos lo hacían en ese torreón era lo mismo que saber que todos eran una amenaza.
La docilidad con la que aceptaba los mandatos de los demás era falsa, pero la daga con la que dormía bajo la almohada no.

-

-Cuando salgas tú a por las cestas podrás quejarte, enana. ¿Te enteras?
Per le revolvió el cabello a una descorazonada Brina mientras los exploradores se repartían la miel.
-No pasa nada- dijo sin mucho ánimo, aunque pareció consolar a la nublina-. La próxima vez esconderemos un tarro.
"Ojalá os siente mal", pensó con rencor.
Le alegró saber a la mañana siguiente que todos los que habían probado la miel habían pasado la noche en las letrinas.

-

-No.
-No.
-No.
-Superno.
-Ni lo sueñes.
A cada nueva negativa Pecir se frustraba más. El ochrorio se dejó caer al lado del pozo del patio interior junto a Arafy, que descansaba después de entrenar.
-Nadie quiere casarse conmigo- masculló malhumorado. Todos parecían interpretar otra cosa distinta a la que él conocía.
-Me pregunto por qué- concedió la varmana con una risa. Mirarla le recordó algo a Pecir.
-Eh, a ti aún no te he preguntado- señaló con expresión interrogante.
Arafy tardó un poco en contestar. Lo que había vivido aquellas últimas semanas tenía poco que ver con lo que ella había entendido por aventura cuando el espíritu de los árboles la cosechó. Había mucha más muerte, sangre, cosas asquerosas y hambre, pero la parte romántica podía seguir ahí.
-Claro- aceptó con una sonrisa. La que le devolvió el ochrorio le dio esperanzas de haber tomado la primera decisión correcta desde que llegó.

-

Una nueva mañana y con ella una nueva discusión. Incluso entre el grupo de exploradores la tensión podía cortarse con un cuchillo, y se hacía más densa a cada día que pasaba y cazar se volvía cada vez más arriesgado. Llevar la carne ensangrentada de las alimañas a Sendar comportó con el tiempo la aparición de carroñeros que resultaban un peligro
añadido, y no pasaba día sin que éstos hiciesen una intentona de asaltarlos si no a la ida, a la vuelta.
Con el portazo que señalizaba que habían salido regresó la calma al torreón, y con ella la espera. Una apatía enfermiza caía sobre Sendar entonces, en la que todos sentían cómo pendía sobre ellos la amenaza de que los exploradores volviesen con las manos vacías y la frágil paz que imperaba se hiciese pedazos. Y sin embargo ninguno movía un dedo por cambiar la situación ellos mismos, sometidos a la vez por los peligros que acechaban fuera y las posibles represalias de los cabecillas que podían aguardarles a su vuelta.
Per había pasado todo el día sumido en una agitación silenciosa. Nadie había sabido ver las posibilidades de la magia, pero desde que había visto a Hyter encender la hoguera del salón en la mente del nublino se había estado fraguando un plan. Después de armarse de valor localizó a su objetivo leyendo, como siempre, cerca de la estatua.
-Voy a salir a por las cestas- le dijo de sopetón, sintiendo que se le aceleraba el pulso. Ya está, ya estaba dicho. Ahora no podía echarse atrás.
Hyter levantó la mirada del libro para clavarla en él.
-Vas a acabar muerto- dijo con su tono informativo habitual. "Podrías al menos aparentar que te importa", pensó Per molesto.
-No voy a salir solo- respondió con intención. El varmano lo miró fijamente durante unos segundos, como calibrando su resolución.
Finalmente asintió.

-

Tenía que suceder, y había sucedido. Los exploradores habían tentado demasiado a la suerte y ésta por fin les había escupido en la cara.
Corann estaba oculto tras un derrumbe de escombros, encogido sobre sí mismo hasta no ser más que un cúmulo de extremidades angulosas. La estrechez de su escondite ocultaba el violento temblor que le sacudía de pies a cabeza. Las piezas de carne con las que se suponía que debía cargar habían quedado muy atrás.
Una mantícora de cinco metros de envergadura les había salido al paso atraída por el olor de la sangre, y los muy idiotas habían tratado de enfrentarse a ella. Los sonidos de la refriega hacía mucho que habían cesado, sustituidos por los gritos y el ruido de mandíbulas masticando con deleite. Corann se tapó los oídos, tratando de convencerse a sí mismo de que así solo quedarían los más listos en el torreón.
Cerró los ojos e intentó hacerse más pequeño esperando a que todo pasase. El idrino en ocasiones perdía la noción de la realidad y no sabía decir si la carnicería estaba teniendo lugar a escasos metros de él, a varias calles de distancia, o si era él mismo el que estaba siendo devorado.
Corann apretujó la espalda contra la pared y se tapó los oídos con más fuerza, pero aquello no acalló el tumulto en su cabeza.

-

Exclamaciones impresionadas, palmaditas en la espalda y vítores abiertos recibieron a Per y Hyter cuando regresaron de su incursión, el primero cargando con algunas cestas y el segundo haciendo levitar todas las demás. Quienes les habían dejado salir con apatía ahora contemplaban incrédulos su regreso.
Por primera vez Per se sintió en casa, e incluso Hyter correspondió con una pequeña sonrisa a su grito de júbilo.

-

La comida sació el hambre, pero no la ansiedad a medida que pasaban las horas y la partida de cazadores no regresaba.

-

Los carroñeros ya no se limitaban a merodear por el torreón Sendar. Hacía tiempo que la noche había caído, y algunos se habían envalentonado hasta el punto de embestir la puerta.
Arafy se abrazaba a Pecir preguntándole cada cinco minutos si todo iba a salir bien, y las palabras tranquilizadoras del ochrorio perdían bastante calado teniendo en cuenta que tenía lista la espada, en tensión. Brina canturreaba con voz temblorosa para ahuyentar el miedo. Dahannei no dejaba de parlotear nerviosamente todas las razones por las que no serían capaces de entrar, más para calmarse a sí misma que a su compañera. Flanbly's chillaba de tanto en tanto. Alguien no dejaba de murmurar obsesivamente "Vamos a morir, vamos a morir, vamos a..."
Per ya no lo soportó más.
-¡CALLAOS!- gritó a pleno pulmón.
Le sentó bien que le hiciesen caso.

-

Sólo Corann regresó del grupo de exploración a la mañana siguiente, con la mirada perdida y una sola pregunta que ninguno entendió.
-¿Sigo vivo?

-

La calma no había durado mucho. El salón estaba lleno de voces acaloradas, que seguían una discusión en círculo perfecto sobre si deberían salir del torreón a buscar a los extraviados o no. Corann estaba sentado de espaldas a ellos en una butaca, el cuerpo crispado hasta dolerle todos los huesos por lo que estaba teniendo lugar. Habría cerrado los ojos, pero cuando lo hacía tras sus párpados volvía a repetirse como en una película mal filmada la masacre de la tarde anterior.
No aguantaba más mirarles. Eran demasiados gritos, mentiras y descontrol emocional, todo atado en un tenso paquete visual que era demasiado para que pudiese procesarlo.
¿Por qué demonios gritaban tan fuerte? (gritosysangreymasticarybasta,estoy mezclando cosas) Con lo fácil que era la solución, sólo tenían que callarse un momento para verla (pero si se callan volverá el silencio y volveré a oír los gritos, no quiero que se callen) pero seguían discutiendo, qué ruidosos eran (sí quiero que se callen), pero si alguien hiciese la observación justa en el momento justo...
(basta)
Sólo un empujoncito...
(basta)
Nadie se daría cuenta (bastabastabasta)
Y sería tan fácil, los muy idiotas nunca llegarían a saberlo (respira, respira, respira, respira, respira, acuérdate de respirar, estás vivo) y estaban tan ciegos todos, ¿cómo podía ser?
Y los otros dos habían vuelto con la comida, ¿cómo se llamaban...? (me llamo Corann y estoy vivo) No conseguía recordarlo, a pesar de que ahora mismo uno de ellos estaba dando órdenes a grito pelado, a pesar de que se le notaba que no tenía ni idea y que le temblaba la voz aunque los demás no lo advirtiesen y Corann deseaba que se callara de una vez;
los otros también habían gritado mucho justo antes de (BASTA)
¿Estaba muerto entonces? (no, no, no, no, NO)  Aún tenía dudas, nadie se las había llegado a resolver cuando llegó. (Se los comieron a ellos, no a mí) ¿Qué más pruebas tenía? ¿Estaba alucinando, estaba soñando? (Fue a los otros, yo estaba escondido, me acuerdo) Y estaba atrapado en aquel torreón con un montón de personas peligrosas que no dejaban de mentir (pero yo oía cómo masticaba), así que no estaba a salvo en ninguna parte, fuera adonde fuera estaba muerto (fue a mí, a mí, a mí, a mí a quien se han comido-)
"¡Si os calláis y dejáis que el tío nos guíe a donde se perdieron...!", se alzó airada la voz de Per a sus espaldas, y a Corann se le heló la sangre. El tren descarrilado de sus pensamientos frenó bruscamente.
Querían hacerle salir. No era posible, no podía ser, tenía que evitarlo a toda costa. No volvería a poner nunca más un pie fuera de ese maldito torreón nunca más, se mantendría a salvo costase lo que costase, no iba a dejar nunca más que le usaran de cebo. Tenía que asegurarse de que jamás volvía a dudar de si estaba muerto o no.
Pero los murmullos se estaban unificando, y Corann oía el acuerdo en sus voces y sabía que se le estaba acabando el tiempo y que bajarían a la armería y abrirían la puerta del torreón y dirían "Vamos, Corann, muévete y guíanos" y él tendría que obedecer y en cuanto pusiese un pie fuera volvería a no saber si estaba (NO ESTOY MUERTO)
Se estaban moviendo y con ello aumentó el pánico en su estómago. Querían ver si aún podían salvar a los demás (os odiáis entre vosotros, dejad de ser tan hipócritas) pero tenían que hacerlo (no quiero salir), pero él sabía que era inútil, estaban todos muertos (NO QUIERO SALIR) pero iban a obligarle (NO QUIERO SALIR, NOQUIEROSALIRNOQUIEROSALIRNOQUIEROSALIR)
-Ir ahora a buscarles no es buena idea- la desgana de su voz, como si leyese monótonamente de un libro, cuando despegó los labios contrastaba con la tensión interna que amenazaba con partir su cabeza en dos-. La mantícora podría merodear aún por el territorio. Si están ocultos no querrían salir por si acaso, y nosotros nos pondríamos en peligro sin necesidad.
Todos se callaron y después empezaron a comentar la idea entre sí, con más calma. Hyter era el único que aún lo miraba inquisitivo, pero Corann no se dio cuenta. El idrino exhaló aire, dándose cuenta de que había estado conteniendo la respiración todo aquel tiempo.
Se llamaba Corann, y seguía vivo. Todo estaba bien.

-

Cuando la prudencia les dio margen suficiente los sendarios que quedaban se pertrecharon y salieron en búsqueda del resto, de acuerdo a las apáticas instrucciones de un Corann que ahora se negaba sistemáticamente a salir del perímetro del torreón. Cuando llegaron al barrio derruido de la mantícora ya no había ni rastro, pero sí encontraron los restos
de su cena.
No hubo gritos histéricos ni estalló ninguna discusión sobre quiénes ocuparían la posición de líderes ahora. De forma automática muchas de las miradas convergieron en Per y Hyter.
El nublino nunca se atrevió a confesar, ni siquiera ante sí mismo, que a pesar de darse asco por ello lo primero que sintió fue alivio.

-

Quedaban dieciocho cristales por cargar.
A la tenue luz de una llamita mágica, amparado por la oscuridad de la madrugada, Corann vaciaba progresivamente la cestita de talismanes. Por su brazo izquierdo ya corría un reguero de sangre, fruto de los cristales que estaban clavados limpiamente en él a diferentes profundidades. Algunos brillaban y otros no, señalizando su nivel de carga.
Hyter se había quedado todos los amuletos poderosos después de los cambios de liderazgo, pero no importaba. Mientras él dispusiese de los cristales suficientes podía igualar o incluso superar sus reservas. Podía mantenerlos permanentemente ocultos bajo sus ropas holgadas para que no pudieran cogerle desprevenido. Nadie podría obligarle a salir. No volvería a creer nunca más que estaba muerto.
Corann se remangó el otro brazo y clavó otro cristal en él sin apenas pestañear.
Quedaban diecisiete.

-

-Yo vi mi casa.
-Yo vi un atajo que llevaba a la Cicatriz.
-Yo vi al tipo que me cosechó.
-Yo oí que Arafy gritaba.
Vava nunca le contó a nadie que la ilusión que le habían mostrado las casas carnívoras había sido un simple árbol.

-

Flanbly's estaba perdida, molesta y no entendía nada, pero estaba enamorada.
A eso se aferraba día tras día en aquel mar de incomodidades, gente rara y abstinencia. Aquella certeza era su tabla de salvación en aquella isla de cosas que no comprendía y de preguntas que nunca le habían enseñado a resolver por sí misma.
Por qué la comida sabía tan mal y era tan poca. Por qué Dahannei miraba de reojo a Hyter y sin embargo no se lo llevaba a la cama como haría cualquier persona normal. Por qué no sonaba música en las calles, por qué todos se miraban con mala cara y qué pasaba exactamente con aquellos que abandonaban el torreón y ya no volvían.
Todo aquello era una prueba para demostrar que era distinta a los demás frivys. Flanbly's estaba segura de que estaba haciéndolo bien, de que era una rary y estaba orgullosa de ello, de que aquella férrea determinación que se había impuesto de reservar su cuerpo no era tozudez sino amor, lo era, no podía ser otra cosa, tenía que ser amor.
Nunca le habían explicado que venía aparejado con algo más que deseo, y cuando el chiquillo que jugaba a ser líder farfullaba y se ponía colorado y aún así la besaba con torpeza Flanbly's estaba convencida de que la correspondía, de que había triunfado, de que había llegado a ese sentimiento sublime con el que los demás frivys no podían ni soñar y que
ella había encontrado solamente allí, entre relatos viejos y gente fea. Jamás renunciaría a él, porque la hacía especial, distinta a todo lo que había dejado atrás; y sobre todo porque le daba sentido a aquel martirio en forma de días grises y noches hecha un ovillo al lado del fuego.
Y cuando su determinación flaqueaba se insinuaba al otro niño de orejas rary's, que solo aceptaba por descargar tensión, ella lo notaba, pero no era importante: su sacrificio era más grande al estar enamorada de dos personas a la vez de formas distintas. Aquello la ayudaba a ignorar las malas miradas de algunos compañeros, la frustración cuando decía algo y se daba cuenta de que había vuelto a usar coletillas que nadie entendía, el mal humor al mirarse al espejo y ver a una extraña despeinada, mal alimentada y con el cansancio pendiéndole de las comisuras de los labios pero sonriente, tenía que recordarlo, debía sonreír siempre...
Flanbly's seguía estando perdida, molesta y aún no entendía nada, pero estaba enamorada.

-

-¡Es una gilipollez de plan!
-¡¿Me estás llamando gilipollas?!
-Te estoy llamando demente en toda tu cara, que es lo que eres. Si quieres el suicidio, inténtalo solo.
Per sintió que la cara le ardía.
-Quéjate cuando traigas tú la comida- espetó.
Ebnun le miró con los ojos entrecerrados pero no rebatió aquello. Per se esforzó todo lo que pudo por sentir triunfo.

-

Todos vieron caer a la última cosechada humana de Sendar al abismo. Acercarse a la carrera fue su perdición, y lo que les salvó la vida fue que Corann estalló en carcajadas de repente, sacándoles de su trance a escasos pasos del borde.
Reía de forma histérica, estridente, como si intentara gritar a pleno pulmón pero no le saliese otra cosa. Con desesperación, hasta que le faltó el aire y se puso la mano en la boca para contener las carcajadas. Las convulsiones silenciosas le dolieron hasta el punto de que las lágrimas se deslizaban por sus mejillas e incluso así seguía riendo. Reía aunque lo que se reflejaba en sus ojos era el terror más animal y primario posible.
Aún lo hacía cuando se lo llevaron a rastras.

-

Aquel día habían optado por tomar una ruta diferente a la salida de la Cicatriz, en dirección a un barrio lleno de callejones.
Mala elección.
-¡Vava!- llamó Per a grito pelado cuando pudo tomar aire al doblar una esquina-. ¡¿Qué ves?!
Que el repoblador se limitase a mirar desde el hombro de uno de ellos cuando tocaba correr le colmaba de mala leche, pero esta se veía mitigada cuando el nublino recordaba que justamente por eso era un vigía estupendo.
-¡Nos sigue!- la vocecita del isleño le llegó claramente, amplificada fruto del pánico-. ¡Por muy poquito!
Los sendarios redoblaron su empuje, sintiendo el aliento de la quimera que les perseguía rozándoles las nucas. Hyter no se dejó desconcentrar por la carrera y trazó uno a uno, lentamente para asegurarse de que lo hacía con precisión, las posiciones del hechizo de levitación. En algún momento sus pasos dejaron de ser sobre el suelo para gradualmente
trasladarse al aire.
De acuerdo a las estrategias que tenían acordadas los sendarios se dispersaron en grupos a lo largo de las callejuelas para despistar a su perseguidor, y dejar que el varmano se ocupara de inutilizarlo antes de iniciar cualquier tipo de ofensiva. El mago se giró entonces en el aire para enfrentarse a la bestia.
No había contado con que la quimera podía alcanzarle. De un poderoso salto el engendro se impulsó sobre sus cuartos traseros y se cernió sobre él. Hyter tuvo que interrumpir el hechizo a la mitad, retrocediendo en el aire con un traspié y un destello de pánico en los ojos...
Y el monstruo profirió un imponente rugido, sus garras detenidas a escasos centímetros del rostro del varmano. A ras de suelo Dahannei había ensartado a la quimera con la lanza, interrumpiéndola en mitad de su salto. Forcejeaba contra su enorme peso a duras penas, las zarpas del engendro no-muerto pugnando iracundas por alcanzarla.
El varmano recuperó la calma y agarró del brazo a Dahannei justo antes de hacerlos intangibles a ambos. A pesar de que incluso en aquellas circunstancias el corazón de la daeliciana se olvidó momentáneamente de latir, estuvo a punto de soltarle con un respingo.
Quemaba.

-

Correr no era lo que les había salvado la vida. Un tipo de cabello rubio se había abalanzado sobre la quimera e increíblemente ambos luchaban en igualdad de condiciones, dando tumbos de un tejado a otro. Vava fue el único en verlo, y el único también en creerlo cuando lo contó.

-

Hacía muchas noches que Corann no despertaba nunca en su cama. Caminaba en sueños indistinguibles de la realidad, y éstos le guiaban a donde lo veían más oportuno. Desde el lugar de las almenas donde despertó aquella noche, el idrino podía ver que el torreón Maciel ardía como un punto brillante en el horizonte.
Se quedó a mirar.

-

Per los vio venir desde el otro extremo de la plazoleta. Dos nublinos y un paliducho, salidos del torreón sureño que habían localizado en los mapas pero que habían creído abandonado en su momento. Corann había sugerido casualmente que podría valer la pena comprobar si había otro puesto de recogida de cestas cerca, y había tenido razón.
Contentos, despreocupados, bien alimentados. Tenían ese punto de aprovisionamiento al lado y no habían tenido que ir más que a la vuelta de la esquina todos los días de la cosecha para hacer uso de él. La injusticia de todo aquello hizo que a Per le hirviese la sangre.
"Que no me jodan", pensó con resentimiento, y la risa despectiva que soltó cuando se quejaron no fue del todo fingida. Le hizo un gesto a Pecir para que aún así recogiese la comida que habían dejado las bañeras.
En ese momento uno de ellos, el albino pálido de la kusarigama, se le echó encima al ochrorio, y los acontecimientos se precipitaron...

-

-Están fuera- dijo Corann, y la sobriedad de su voz resultó aún más lúgubre en el silencio reinante.
Todos estaban demasiado tensos en ese momento para darse cuenta, pero Arafy había enseñado los dientes instintivamente en dirección a la ventana.

-

Era noche cerrada. A la luz de un candil mágico Hyter examinaba la bala, que tras su análisis dejó sobre la mesa.
Per la recogió al día siguiente, y su peso en el bolsillo le recordaba cada día el que cargaban sus decisiones.

-

-Espero no veros más- repuso Ebnun con sinceridad, dando la espalda al grupo de macieleros para regresar a Sendar en compañía de los demás.
Con la culpabilidad que venía aparejada a la honestidad consigo mismo, el nublino reconoció para sí que también esperaba que si morían ellos pudiesen aprovechar sus cestas.

-

Corann miraba desde las almenas al grupo de letarguinos que aguardaba abajo.
-¿Dónde os habéis dejado al nublino, por cierto?- el idrino se inclinó sobre la balaustrada. Al hacerlo apoyó su peso sobre los brazos, y los pequeños calambrazos de dolor que viajaron desde los cristales clavados bajo la ropa le recordaron que no estaba soñando-. ¿Se ha muerto?
"Sigo vivo", se dijo mientras una chispa extraña se encendía en sus ojos. Apretó los puños y el dolor volvió a confirmárselo. "Sigo vivo", se repitió hasta que dejó de sentir los antebrazos.

-

La caída de Brina la mató instantáneamente. El frivy que la acompañaba no tuvo tanta suerte.

-

-A casa- repitió Per con voz inexpresiva, con la mirada perdida en algún lugar del fondo de la fosa. Sendar era un refugio, no un hogar, pero se dio cuenta de que todo deseo que hubiera podido sentir de regresar a su antigua casa en Nubla había desaparecido con el tiempo, emborronado junto a sus esperanzas de salir de aquel ciclo infinito de días esquivando amenazas y huyendo de los peligros. Ni él ni nadie tenían otro lugar adonde ir más que a aquel torreón.
Ebnun parecía pensar algo similar, porque no dijo nada más.

-

Cerca del anfiteatro Hyter seguía con determinación febril la pista de un hechizo de rastreo, con los ojos empapados en negro y niebla mágica.
En su hombro Vava se había desmayado al haberle sido exigida demasiada energía.

-

-¿Qué pasa, gran líder? ¿Tienes miedo de admitir que se te muere gente?
"Sí", pensó Per, y la fuerza que le faltó el valor de poner en otro puñetazo la redobló en la presa que ejercía sobre el cuello de Corann.

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Dahannei despertó de la pesadilla empapada en sudor frío.
Se preguntó si el nublino que había visto en ella estaría ya muerto, como Brina.

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Corann despertó en el sótano de Sendar, sin saber si caminaba en la vigilia o aún en el sueño. Contrajo los puños a modo de prueba para que el dolor de los amuletos clavados se lo confirmara. Una, dos, tres veces.
"Sigo vivo", se dijo aliviado.

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-¿En qué crees que te vas a transformar tras la Luna Roja?- preguntó Arafy.
Ebnun se limitó a lanzar una piedra al otro lado del foso, con desgana. Impactó impecablemente contra la ventana del edificio de enfrente.
-Mientras no me transforme en cadáver me conformaré con cualquier cosa.

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"Veinte", contó Corann esa madrugada con el sudor frío empapándole la piel.
En sueños había visto a Brina.

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-Per, ¿Brina superno va a...?
-Cállate- le espetó el nublino con los ojos cerrados, sin despegar las manos de las sienes.
-¿Dónde está Hyter?- le llegó una segunda voz.
-No lo sé.
-¿Qué vamos a hacer?- y una tercera.
-¡NO LO SÉ, JODER!- estalló el nublino. En un silencio atónito todos presenciaron cómo la mesa de madera a la que estaba sentado se partía en dos.

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Aquella mañana Corann necesitó cincuenta y dos pinchazos para asegurarse de que seguía vivo.

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Cada vez aparecían más estrellas en el cielo desolado de Rocavarancolia, y con ellas más cambios.
El pelirrojo de las bombas hacía tiempo que había renunciado a la ofensiva y se había mudado a Maciel, atrincherado tras las defensas que el idrino de cabello blanco se ocupaba de comprobar día tras día. Entre ambos torreones había una tregua tensa, en la que ambos coincidían en que a nadie le convenía buscar pelea con el torreón enemigo. La excepción solo la constituían las veces en que los sendarios cogían al pelirrojo fuera e iban a por él, acompañado o no.
Pero al pecoso no le habían dejado volver, y tampoco acudían en su ayuda. Estaba solo, y de vez en cuando intentaba alguna ofensiva suicida que era prestamente frustrada por los habitantes de Sendar. Poco a poco habían ido arrinconándolo, y si no lo habían reducido ya había sido por la orden tajante de Per de que no se arriesgasen a acabar muertos. Desde la muerte de Brina el nublino se había vuelto más taciturno y malhumorado, pero pensaba más las cosas.
El único al que excedía dicha norma era Hyter. El varmano pasaba periodos de tiempo cada vez más largos fuera del torreón, pertrechado con amuletos mágicos que eran sus salvavidas en el mar de muerte que era la ciudad; y entraba y salía de Sendar sin rendir cuentas a nadie. Per sólo le consultaba para la logística del torreón, y el resto guardaban las distancias.
En muchas de esas ocasiones Hyter acudía al barrio del anfiteatro. Allí intercambiaba ofensivas con el niño pecoso, uno en forma de explosivos y el otro en forma de magia. No solían durar mucho, lo justo para no dejar de ser una mera declaración de intenciones.
Era irracional, Hyter lo sabía. Era una pérdida de tiempo y de energía mágica.
E irracionalmente había empezado a disfrutarlo.

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La noche de la Luna Corann ya no fue capaz de discernir si seguía vivo o no.

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Curiosamente lo que puso en guardia a todo el torreón cuando salió la Luna no fueron los monstruos, ni la tenebrosa luz roja.
Fueron los alaridos de Dahannei al quemarse viva. Ante los ojos confusos de los demás, los últimos rayos del sol se colaban inocentemente por una ventana abierta.

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Había odiado los Jardines de la Memoria desde el primer momento en que los había visto. Muchos de los esquemas de prácticas que Hyter dibujaba por las noches consistían en remodelamientos varmanos de aquel espacio asilvestrado.
El joven recorría el inmenso vergel con paso firme y un solo objetivo en la mente. Sus ojos verdes estaban enturbiados como sumidos en una fiebre permanente.
Muchos de los setos estaban defendidos por medidas mágicas. El varmano pasó de uno a otro con expresión crispada, probándolos individualmente.
Protegido.
Protegido.
Protegido.
Hyter no entendía por qué a cada negativa su frustración crecía más y más.
Finalmente aquello cambió cuando el muchacho por fin encontró un esqueje recién germinado, que aún no había sido protegido, y se agachó junto a él.
"Es un buen brote", evaluó.
Prenderlo fue como una bocanada de aire después de mucho tiempo sumergido.

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Sangre, muerte, cambio, Luna Roja. Había monstruos por todas partes y a la frivy cada vez le costaba más localizar a sus compañeros. Iban a morir.
Hasta el momento Flanbly's nunca había entendido realmente lo que eso significaba.

-

El cuerpo de Corann se desdibujaba en el aire al mismo tiempo que lo hacían los límites de su cordura. Enemigos reales e imaginarios se sucedían sin orden ni concierto, y el idrino arremetía contra todos ellos.
Ocasionalmente veía al irlandés pecoso correteando como una cucaracha en el interior de su fortaleza. Le daba igual: iba a tirarla abajo, tenía que tirarla abajo, algo dentro de él se lo ordenaba. El íncubo de las pesadillas a medio transformar embestía a plena potencia contra la construcción con un hechizo de impacto tras otro.
En una ocasión vio cómo el niño-monstruo se asomaba a una de las ventanas. La cara del irlandés se deformó, se amplió a límites demenciales y se transfiguró imposiblemente en la mantícora que se había tragado a sus compañeros a inicios de cosecha, esbozando una sonrisa llena de cartílago masticado entre los dientes.
Corann aulló de terror, y la siguiente detonación destruyó el muro del edificio.

-

Hyter seguía la luminaria candente que marcaba el Barrio de los Callejones sin Salida. Vigas, tejados y muros eran aliviados de su carga a medida que el varmano dejaba que las llamas de los incendios acudiesen a él. Sin embargo no se detuvo a dejar su fuego en ninguna parte, prosiguiendo su camino impasible. Los edificios no eran importantes: bastaba una orden humana para erigirlos o hacerlos caer. No crecían sin permiso; era un desperdicio a ojos del varmano cebarse en ellos.
La Luna le susurraba que con la magia de su parte podía quemar el mundo entero hasta que fuese perfecto.
Por fin distinguió al otro piromante frente a él y reconoció lo que anidaba en sus ojos. No era el mismo tipo de locura, pero su esencia era la misma.
-¿Quemas edificios, chaval?- oyó las llamas en su propia voz cuando habló-. Yo prefiero quemar plantas.

-

La Luna Roja tan esperada, tan cacareada, estaba rota.
De no haber estado casi partido en dos por el estómago Ebnun se habría echado a reír justo antes de perder el conocimiento.

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Pecir empezó a aullar en plena refriega, y Pardo terminó el aullido por él. Horas más tarde Musgo emprendía junto a él la carrera hacia las montañas, a tal velocidad que Arafy quedó atrás en algún momento.

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-¡¿Y tú donde estabas, saco de mierda?!
Hyter no se inmutó lo más mínimo. El piromante estaba pálido, ojeroso y cargaba la mirada febril de quien ha dejado que la magia lo consuma demasiado en demasiado poco tiempo.
-La Luna me llamó- dijo solamente. La apatía de su voz casaba perfectamente con el interior vacío de Sendar, adonde había acudido para recoger sus cosas antes de marcharse a Serpentaria y donde se había encontrado, por suerte o por desgracia, con otro que venía a hacer lo mismo.
-La luna mis cojones- siseó Per. No solo le temblaba la voz, y tensó el cuerpo para ocultarlo-. No vuelvas por aquí.
Hyter se limitó a asentir impasible y subir las escaleras. Per se quedó abajo, con los puños apretados tan fuerte que las uñas le hacían marcas en las palmas de las manos.
"Pero no sé qué vamos a hacer si te vas", completó en su cabeza. El rencor y el desasosiego se anulaban entre sí, y en ese momento el nublino no sentía más que vacío.

-

-Sí, una barrera humana para detener a la loca de la sangre- se burló Ebnun cuando alguien propuso que entre los guerreros de la sede sujetaran a Dahannei.
"La loca de la sangre", repitió la daeliciana en silencio, haciéndose a la idea de que se referían a ella. Su mirada circuló entre sus compañeros.
Dos brujos con dominios a sus órdenes. Un guerrero con fuerza aumentada. Una maga que no había sufrido la más mínima pizca de cambio físico.
"No es justo", pensó.

-

"Frío", pensó Hyter al chocar por error contra el skrýmir en las escaleras de Serpentaria.
"Frío", volvió a pensar esa noche, al darse cuenta de que la chimenea de Sendar no existía en la torre. Convocó una llamita entre las manos para ahuyentarlo y la acunó hasta dormirse.

-

-Brina- llamó Ebnun. A pesar de que ahora su perfil era más imponente el nublino seguía hablando con la misma mezcla de suavidad y firmeza.
La muchacha exorcista no había vuelto a reclamarla junto a sí, pero después de visitar a los que se habían instalado en Serpentaria la nublina no había regresado a la Sede. Sin embargo Ebnun había intuido dónde podía encontrarse, y había acudido a Sendar.
Y allí estaba, sentada silenciosamente sobre una de las almenas del torreón que había sido su hogar, su mirada hundida en algún lugar de la profunda sima donde meses atrás había perdido la vida.
-Ayer fue una locura- continuó Ebnun con voz tranquilizadora como si le hablase a una cría de linac herida, caminando lentamente hacia donde ella se encontraba como si temiese espantarla-. Pero a partir de mañana todo va a ir mejor. Hasta Per va a ser menos gilipollas que antes- la animó intentando hacerla reír.
Por fin llegó al pie del torreón y pudo enlazar desde abajo su mirada con la de ella.
-Ya oíste a dama Liviana cuando nos cosechó- le recordó-. Rocavarancolia es la ciudad de los milagros. Conseguiremos revivirte.
Brina se limitó a sonreír con tristeza. No sabía, al fin y al cabo, si siendo un fantasma aún era capaz de llorar.

-

Su castigo por los daños de la Luna habían sido leve en comparación a los de otros cosechados. Consistía solamente en adecentar los Jardines de la Memoria, siempre bajo
vigilancia. Mover rastrojos, plantar brotes, reparar los daños.
Y sin embargo para el piromante estaba resultando una tortura.
Quería quemarlos, quería reducirlos a cenizas, quería...
El impulso fue tan fuerte que Hyter se alegró de que Sepalian estuviera vigilándole. Arrancó el siguiente matojo con fuerza renovada para ocultar que le temblaban las manos.

-

"No sé si volveré", fue la nota que encontraron Flanbly's y Per sobre la cama de Dahannei a la mañana siguiente de la visita del otro vampiro.
Flanbly's se descubrió preguntándose con una mezcla de tristeza y desconcierto, mientras el arranque de ira del brujo destrozaba los muebles, por qué de todos los que se habían ido la daeliciana había sido la única en dejar una nota.

-

-¿Por qué no estás con los demás?
La voz que se coló en su infierno particular no denotaba preocupación, sólo deseo de saber. Dahannei alzó la mirada entre las hilachas de cabello sucio que enmarcaban su rostro y divisó la silueta de Hyter en el umbral del sótano en el que estaba agazapada.
"No tengo sed, no tengo sed, no tengo sed, no tengo..."
La vampira empezó a salivar.
Percibiendo el peligro Hyter se hizo intangible, y Dahannei casi rompió a llorar a la vez de rabia y de alivio porque el delicioso olor de su sangre se hubiese esfumado.
-¿Qué- la voz de la daeliciana sonó rasposa, no sabía si por la sed o por el cansancio-, ahora has decidido que ya no nos necesitas?
Supo cuál iba a ser su respuesta antes incluso de que abandonara los labios del varmano. Tibia, sin inflexiones, simplemente enunciando un hecho.
-Nunca os necesité.
El peso de su respuesta quedó momentáneamente olvidado cuando frente a Dahannei correteó una gorda rata de entre las que anidaban en el subterráneo. Rápida como el rayo la daeliciana la atrapó y la sed se apoderó de ella.
En algún momento mientras los huesos crujían entre sus dientes y la sangre fluía por su garganta la vampira recordó vagamente que una vez había bebido los vientos por el varmano a pesar de saber que no estaba interesado en ella, de que no estaba interesado ni siquiera en Flanbly's, de que no estaba interesado en nadie que no fuese él mismo. Se le vinieron
a la mente ocasiones en las que nunca le llevaba la contraria, cuando ponía siempre especial cuidado en que tuviese buena opinión de ella.
Para cuando se acordó de soltar una carcajada hacía mucho que Hyter se había ido.

-

-Vamos a conseguirnos nuestro propio sitio- como siempre la voz autoritaria de Per se alzó por encima de las demás, y como siempre fue Ebnun el primero en mirarle de forma escéptica.
-¿Sí? ¿Y cómo?
El brujo ya no miraba instintivamente a su alrededor antes de tomar una decisión, advirtió el guerrero justo antes de que éste contestara.
-Somos un grupo y podemos trabajar para conseguir dinero- dijo firmemente-. Somos muy distintos y juntos podemos abarcar más cosas, y ni siquiera necesitamos pagar una casa. Con conseguir un terreno abandonado y limpiarlo de alimañas bastará. La madera me obedece: no tenemos que pagar a un constructor, sólo los materiales. Con el resto ya nos
las apañaremos.
-Va a ser un edificio feo de cojones- comentó Ebnun. Per se giró inmediatamente para replicarle, pero paró en seco al ver que el guerrero sonreía. Tras un par de segundos de desconcierto él también acabó haciéndolo. Ambos cayeron en la cuenta de que hacía bastante que aquella coincidencia no sucedía. No era suficiente para reparar los meses de malas respuestas, jugarretas y discusiones a gritos, pero era un comienzo.
-Vamos a salir adelante- dictaminó Per finalmente.
La habitación se llenó de voces acaloradas y planes, como tratando de ocupar el espacio que habían dejado atrás los que ya no estaban.

-

Flanbly's soltaba grititos de emoción ante una túnica que acababa de ver en uno de los puestos del mercado. Vava acababa de ensillar a uno de sus armadillos y ordenó a los demás que cargasen con él para poder ver qué había despertado la atención de la maga. Incluso Brina parecía haber olvidado por un momento su condición fantasmal y flotó por encima de
ellos para comentar animadamente con la frivy qué cosas podían irle mejor con aquella prenda.
Los dos nublinos permanecían aparte esperando a que terminaran de comprar, lejos del gentío.
-Bueno, ahora eres el líder de verdad, sin Hyter y Corann manejándote por detrás- comentó Ebnun-. Supongo que era lo que querías.
Per pensó en todos sus sueños de magia y gloria. Pensó en la perspectiva de volver a casa triunfante, victorioso, y de demostrar a todos que había cambiado a alguien nuevo, mejor, lleno de poder. También pensó en todos sus compañeros muertos, en su inseguridad, en el sabor del fracaso en la garganta aunque sus labios supiesen a triunfo después de
imponer la orden de otro a gritos.
El peso de la bala en su bolsillo le recordó que no podía cambiar nada de eso.
-Sí- dijo sin devolverle la mirada-. Era lo que quería.

-

-He vuelto- fueron las cautelosas palabras de Dahannei cuando le abrieron la puerta. No dijo nada cuando no pudo evitar pensar en lo deliciosa que olía Flanbly's cuando se le echó encima para abrazarla. De igual forma todos tuvieron buen cuidado de no mencionar que la vampira estaba bien alimentada.
-Creo que así funciona Rocavarancolia- opinaría Vava unos días más tarde, y todos le darían la razón.

-

Un intercambio de miradas accidental, entre la multitud que rodeaba el anfiteatro el día del pregón del torneo.
Hyter pensó que Per parecía más cansado, pero también más mayor.
Per pensó que Hyter no había cambiado en absoluto.
Ambos fingieron no haberse visto y siguieron su camino.

-

Corann miraba hacia arriba desde los pies de la colosal construcción negra. La torre soñaba, lo percibía.
Se preguntó si podría internarse en su sueño.
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