Sobre lo de Setenta y Siete, palabras pendientes

Recuerdo del primer mensaje :

En cuanto el ruso fue a dejar sus apuntes arriba en su escritorio, bajó las escaleras buscando a una persona en particular. Recordó cuando estaba mal por lo que sucedió aquel día camino al palacete, esa salida que él mismo incentivo y que terminó con la vida de Qirra. Apretó los dientes, teniendo un amargo sentimiento. Ese día tuvo una probada real de lo que podría pasar en la ciudad, con personas como Setenta y Siete. Entre cuatro pudieron reducirlo y matarlo, batalla de la que el propio Adam no fue testigo. Cuando volvieron todo lo que recibieron fueron quejas, lamentos desesperados de Adam quien no estaba para nada conforme. No fue el momento ni el lugar para haber dicho cosas tan horribles a Amira, teniendo una burda queja al alivio que sintió la francesa por deshacerse de aquel monstruo.

No sabía exactamente qué decir mientras fue bajando piso por piso, buscando a la valquiria para disculparse con ella. Era lo menos que podía hacer. Suspiró un poco al no encontrarle en ninguna de las salas comunes de las cinco plantas, quizás estaría en su habitación. Agradeció recordar la planta en la que se alojó ella, yendo a su respectiva puerta donde estaba puesto "Amira" grabado en la madera. Con un par de golpes leves llamó a la puerta.

—¿Amira? ¿Estás dentro? —preguntó con cierta neutralidad. Estaba algo nervioso, era un tema delicado y él mismo lo tenía fresco.

“Maté a alguien”. Al principio le había costado asimilar esas palabras, como si su cerebro no quisiera darle significado a un montón de sonidos, reduciéndolo a puro ruido. Pero una vez las hubo interiorizado no dejaron de repetirse, una y otra vez. ¿Adam? ¿Ese Adam? ¿El que era tan bueno siempre, que no le haría daño ni a una mosca?

Le miró fijamente, aunque estaba perdida en sus pensamientos. ¿Cambiaba eso algo? ¿Cambiaba eso todos aquellos meses de convivencia? Les había mentido, sí, pero… ¿le hubieran acogido en el torreón si se lo hubiera dicho desde el principio? Quería creer que ella sí, pero sabía que era mentira. Especialmente después de ver cómo Setenta y siete había matado a alguien en la plaza.

Podía asegurar, sin embargo, que la opinión que tenía en aquellos momentos de Adam no había cambiado. Sabía lo bastante de él para asegurar que aquel asesinato no se repetiría, no al menos sin una situación de peligro de por medio.
—Gracias por contármelo —tampoco sabía qué decir, «¿Qué se supone que se dice cuando te confiesan un asesinato?» —. No sé si has cambiado o eres el mismo, Adam, pero sé que eres buena persona. Eso es lo que importa.

Casi ni le había dado tiempo a asimilar el cumplido, pero le sacó una sonrisa.
—Vosotros también lo fuisteis cuidando de Kahlo. Había tanta sangre que… —«que quería vomitar», pensó sin acabar la frase.

Pudo ver de reojo la mirada fija de Amira en él, quizás estaría pensando cosas sobre… sobre eso. Se arrepintió un poco al fin y al cabo de decir nada, no lo hacía porque le juzgasen, que también, sino por el pavor que se tenía a sí mismo. Jamás repetiría tales acciones pero muy, muy en el fondo le aterrorizaba ese impulso colérico que le llevo a realizar una acción tan horrible.

De hecho, Amira dejó clara la duda que sentía. ¿Él había cambiado? Esa pregunta que ella se hizo le pilló un poco por sorpresa pero como la conclusión de esta le hizo dibujar una sonrisa.

—Te garantizo que si, preferiría que me maten a ser de nuevo el niñato que fui —dijo con honestidad—. Y gracias a ti por escucharme, eres una grandísima amiga para mí y para el resto —la halagó de nuevo, no tenía palabras para expresar la enorme gratitud que sentía hacia la francesa en esos instantes aun con la creciente incomodidad que era aquel tema.

La valquiria reaccionó al cumplido, mencionando que los que escaparon con Kahlo fueron tan valientes como el resto.

—Si… —se le ponían los pelos de punta solo de recordar esa viva imagen de la varmana con su brazo herido—. Gracias Amira aunque yo, bueno, casi me desmayo al ver la herida de Kahlo. Deberías darle las gracias a Chromsa. Él hizo un buen trabajo en mi lugar aunque aún se lamenta por no haber podido salvar el brazo, pobrecillo —recordó esa tarde con el fauno con algo de pena, confesando ese pensamiento intrusivo—. Y en parte yo me siento igual, fue el caso de Kahlo lo que me impulsó a estudiar medicina aquí y ayudar a los que de verdad lo necesiten.

Ladeó la cabeza con curiosidad ante sus palabras. No quería indagar en su pasado, porque tenía pinta de haber sido bastante duro, pero las pequeñas pinceladas que Adam le daba solo le hacían querer saber más, como era antes de todo aquello. Hizo un gesto con la mano quitándole importancia a lo de las gracias por escucharle. Eran amigos, claro que le iba a escuchar, era lo mínimo que podía hacer.
—Seguro que serás buen médico. Quiero decir, si no te desmayas al ver la sangre de la gente en el proceso —dijo, en broma, sacándole la lengua. Le daba igual que lo hiciera de menos, había ayudado a que Kahlo sobreviviera a sus heridas, la había llevado al palacete, la había cuidado. Aquello era de sobra, no entendía cómo se le ocurría decir que sólo debía agradecer a Chromsa.

»Y creo que es una buena elección, porque hacen falta unos cuantos. Osea, mira que panorama es esta puta ciudad.
Y eso sin contar que no podían ayudar a los chavales que acabarían secuestrados ese año. Malditas reglas estúpidas, con lo bien que les hubiera venido que alguien les echara una mano con el lagarto de mierda.

Todo el asunto de contar su mas grande pecado en esta vida, juntado con lo del monstruo que en vida los amenazó a todos ellos… Adam pensó que se derrumbaría de nuevo, que repetiría aquella lamentable escena con Chromsa y Alyssa. Sin embargo, la luz y el cariño que emanaban de Amira con ese halago y esa pequeña broma amistosa sacaron al pegaso de aquel abismo oscuro, brillando sus verdes un poco por lo afortunado que se sentía de tenerla a su lado. Mostró una sonrisa enorme, disminuyendo ese semblante de preocupación que anteriormente tuvo.

—Espero que se me quite, no quiero que los pacientes tengan una impresión de mierda al ver que me dio un patatús —se encogió de hombros en el buen humor, riendo un poco—. Si, la verdad es que la ciudad es caótica como ella sola. No hay muchos doctores la verdad, conocí a un veterinario llamado Edén pero de ahí no mucho más. Espero ayudar en todo lo posible a Rocavarancolia y a sus habitantes, ya que me voy a quedar aquí. Buah, imagínate una clínica con mi nombre. ¿Como la llamarías? ¿Remedios Adam? ¿La Clínica Rocavarancolesca? ¿Ruso Curandero y Asociados?

Ese último nombre le hizo soltar una carcajada tonta que resonó por la habitación, recuperando la compostura exhalando aire sonoramente.

—Y, bueno, ¿tú tienes pensado algo en particular? ¿Algo que te gustaría hacer por aquí, en la ciudad? —no sabía exactamente si Amira quería quedarse o no, o si haría como su pareja con el plan de ir y volver de su mundo de orígen. Igualmente pregunto por curiosidad, por saber más de ella.

Se relajó un poco al ver que la broma había tenido el efecto deseado y no el contrario, porque fácilmente podía haber tocado un tema sensible y haber herido a Adam sin pretenderlo. Le pareció curioso que, con la falta de médicos hubiera un veterinario, pero no iba a indagar más. De hecho hasta le venía bien, teniendo en cuenta que su pegaso no dejaba de ser un animal y podía llegar a necesitar cuidados en algún momento.

Se rió con las sugerencias de nombres, especialmente con el último.
—Ese no, ese suena a que van a sacarte los órganos para venderlos mientras te operan de otra cosa.
La verdad es que ella no era mucho mejor con los nombres. Su pegaso seguía sin tener uno, de hecho. La mención a que Adam pensaba quedarse no era tampoco demasiado loca. Al fin y al cabo solo podían volver a la Tierra dos días, y allí nadie les iba a recordar. Todo su hogar era ahora una ciudad medio en ruinas llena de monstruos.

—Bueno…No lo he pensado. Me gustaría ganar algo de dinero y creo que buscaré algo temporal, pero… No tengo idea de si montar un negocio en un futuro.
La verdad es que Adam había elegido rápido, pero ella tenía muchas dudas. La falta de magia no ayudaba a ciertas opciones, el ejército era algo que aborrecía tanto que ni se planteaba, y así con todo.

—Pero si que me gustaría hacer algún viaje a la Tierra. Aunque sea solo para ir de compras y traerme cosas.

No sabía aún si quería ir a ver a sus padres. No se iban a acordar de ella, pero cotillear brevemente si les iba todo bien era algo que se planteaba hacer. No sabía si aquello iba a hacerle daño, si les veía perfectamente felices sin ella allí, por lo que todavía no lo tenía claro.

Adam se rió en sonoras carcajadas con lo de la venta de órganos. No ayudaba a que fuese ruso, era consciente de como el resto del mundo los veía. No era todo tan salvaje ni absurdo, pero la broma caló tan bien que no pudo evitar reírse con ella.

—La verdad es que podrías hacerlo, a ti te veo capaz de ser tu propia jefa. Una empresauria —dijo eso en tono de broma, no le pegaba demasiado hacer esos chistes pero era gracioso en su cabeza riendo un poco más—. Pero ya en serio, tienes una forma de ser que te ayudaría mucho en buscar algo rápido. Yo también le estoy dando vueltas a eso de buscar trabajo o cualquier cosa para tener dinero, por estar tranquilo.

No sabía como funcionaba la economía del todo en Rocavarancolia pero si les daban un tiempo limitado en la Torre Serpentaria por algo sería. Lo primero de todo es aprender a apañárselas uno por su cuenta y cuanto más antes mejor.

—Yo pensé en pasarme para ver un poco Rusia, al fin y al cabo es el país donde me crié… ¿Y cómo es Francia, Amira? Siempre tuve curiosidad por tu país.

Ya que estaban hablando de ello, le hizo esa pregunta ya por pura curiosidad.

Sonrió con el chiste, aunque desde luego ella no se veía a si misma así. No sabría cómo empezar a plantear el negocio, o directamente de qué hacerlo.
—Es que no sé, la verdad. Me gustaría hacer algo útil, pero no sé qué —ladeó la cabeza—. Ya lo pensaré, no corre prisa.

Al menos no era la única que veía lo de conseguir un trabajo rápido algo útil. No sabía las prioridades de Adam, pero las suyas eran conseguir un establo para su caballo, así como todo el material necesario para cuidarle. La verdad era que no había pensado como de caro iba a ser todo, pero le corría prisa tener una puta habitación para ella y no compartida con un bicharraco enorme.

—Pues…depende de la zona, supongo. Yo vivía en París, que es una ciudad muy grande… y muy turística, en verano y vacaciones era horrible tanta gente —frunció el ceño— Pero también tiene muchas cosas que hacer, y museos, y… Mejor no vayas en una protesta, eso sí.
Realmente a Amira eso le importaba poco, y probablemente estaría la primera en el follón. No es que si volvía a la Tierra iba a meterse a eso, pero cuando vivía allí si lo había hecho.

Tampoco se le escapaba que Adam no había mencionado a su familia, pero no quiso indagar en ello por si acaso era un tema doloroso.
»¿Y Rusia? ¿Hace tanto frío como se dice?

—¿Vivías en París? —al pegaso se le iluminaron un poco sus ojos, sorprendido de que ella viviese en ese sitio en concreto. Siempre escuchó cosas maravillosas sobre la capital de Francia y no era de extrañar que hubiese muchísimo turismo—. Me lo puedo imaginar, yo he escuchado muchísimas cosas de París y si hubiese tenido la oportunidad me hubiera ido yo también de turismo —admitió con una sonrisa culpable. Siguió escuchándola, sonaba entretenido si habían tantas cosas que hacer y/o visitar. Eso de las protestas le hizo levantar una ceja, ¿tanto follón había en esa clase de sitios?—. Si voy un día de visita, evitaré esos sitios y me centraré más en ventilarme un croissant —sacó su vena golosa, aunque fuese el dato más obvio y genérico sobre Francia se moría por comerse uno de gran tamaño, viendo la Torre Eiffel y sus hermosas vistas.

Después de eso, Amira le preguntó sobre Rusia. Adam alzó un poco la cabeza, pensativo.

—Hmmm… Creo que es un poco exagerado, tampoco es que te mueras del frío. Pero es cierto que yo vivía en una zona calurosa, al lado de Ucrania. No sé si te suena Rostov del Don —tampoco esperaba que lo supiese, no se le hacía muy conocida a él mismo siquiera—. Ahí tenemos un zoo, muchos parques y… bueno, ¿creo que un museo? —dijo uno por uno, sin embargo le costaba mucho vender su propia ciudad—. Perdón, no me sale describir una ciudad tan normalilla. Tenemos playas, al menos, pero hay sitios muchíiisimos mejores en toda Rusia, créeme. Hasta está catalogada como uno de los sitios con más criminalidad, así que chungo para el turismo —eso último lo dijo con algo de apuro, tampoco se enorgullecía de su ciudad natal.

—Hombre, no te jode, si es el destino turístico de más de medio mundo y le hacen publicidad en todos lados —quería ir de broma, pero el tono le había salido más serio de lo que pretendía. Lo masificada que estaba su ciudad por los turistas y el cómo afectaban a la vida normal era un tema que le molestaba. Rodó los ojos, esta vez con mucha más soltura, cuando mencionó el postre —. ¿En serio? ¿Lo más cliché? Ni siquiera una tarta Saint-Honoré o unos macarons, no.

Se rió. En su opinión había postres más ricos que el típico croissant, y aunque sus “recomendaciones” no se habían alejado especialmente de lo cliché (igual con suerte Adam conocía alguno de los postres) eran cosas que no estaba de más probar si se iba a Francia. Claro que, bueno, la gente de fuera conocía lo que conocía.

Escuchó atentamente la descripción de Adam sobre su ciudad. Lo del clima… claro, Rusia era un país muy grande, y aunque en el norte sí pudiera hacer frío igual en el sur no tanto.
—He…oído hablar de ella. En un podcast de estos de crímenes —lo dejó ahí. Igual mencionar que conocía la ciudad de la que venía su amigo por uno de los asesinos más prolíficos de la Unión Soviética era de demasiado mal gusto. Pero es que qué le iba a hacer, era de lo que la conocía.

Se le escapó un bufido de risa con lo del zoo. Si no había de donde sacar descripción no le culpaba, pero es que había sido tan surrealista que no podía evitarlo.
—Menuda putada. En París hay carterismo, pero como en cualquier ciudad grande con turismo.
Bueno, dependiendo de la zona también podía haber bastante menos seguridad, pero seguro que mucho menos que en Rostov del Don. La verdad es que con la idea que había pintado Adam, no podía culparle demasiado de haberse rodeado de malas compañías de joven.

—Ya, ya. Es que verlo en persona siempre me ha hecho ilusión —admitió un pelín avergonzado por pecar de inocente con el tema, tampoco conocía mucho Europa y mucho menos Francia pero París… eso era el típico lugar del que todo el mundo hablaba. Adam ya se puso un poco colorado cuando ella le señaló lo cliché que era escoger un croissant—. ¡Pero están muy buenos! Ya probaré más cosas, dame cuartelillo —dijo en un tono divertido, ya se le hacía la boca agua con esas cosas que mencionó la valquiria y poco le sonaban, pero sus nombres ya los hacía apetitosos.

El ruso abrió un poco de más los ojos. ¿Ella conocía Rostov del Don? Ah, vaya, que contrariedad. La mala fama llegaba a niveles de crímenes y aunque el propio Adam admitía a diestra y siniestra lo suya que era la ciudad, oírlo de alguien que no pertenecía a ella era… algo doloroso.

—Supongo que si pillas por pinzas el asunto, en todos lados hay crímenes de todo tipo —quiso creer, por decir algo. Pensativo, miró al frente—. Realmente en Rostov del Don no me cosecharon, siendo sincero. Ahí me crie pero después de… eso, mis padres y yo nos mudamos a San Petersburgo, bastante lejos de Rostov la verdad. No sabría decirte mucho sobre el lugar, apenas salía de casa —dijo apenado por no poder decir nada acerca de aquella ciudad—. Es un sitio enorme en comparación eso sí, está cerca de Finlandia. Solo iba a clases de piano, no mucho más.

No sabía si se estaba explayando mucho, tenía ese pequeño rechazo a hablar de sí mismo y lo llegaba a ver como un acto de egoísmo. Sin embargo, también se le hacía agradable abrirse más con sus amistades aunque fuese por un ratito.

Se rió suavemente. Claro que los croissants estaban buenos, y claro que iba a dejar que Adam se comiera todos los que quisiera delante de la Torre Eiffel en un sitio que sablase a los turistas, peor eso no iba a evitar que le recomendase todos los dulces (y platos) que quisiera si alguna vez iba. Esperaba que él a cambio le recomendase algún dulce tradicional ruso, aunque no se había planteado siquiera ir a ese país antes.

Su historia sonaba interesante. Podía imaginar el irse, el querer abandonar los recuerdos y las malas compañías. Tenía que ser doloroso el salir a la calle y recordar todo…y ella lo sabía, porque era el motivo por el que evitaba Luna Alta. Habría querido volver al palacete, a pintarse las uñas y a los baños lujosos, pero solo el pensar en el barrio le traía recuerdos de Setenta y siete que de otro modo se quedaban en el fondo de su memoria sin molestar.

Dudó un segundo. Él se había abierto con ella, y quería ser justa.
—Bueno, yo… realmente no nací en París, sino en Argelia —parecía que aquel era el día de sincerarse, o algo —. No tengo recuerdos de allí, mis primeros son ya en París, con mis padres adoptivos. Cuando acepté venir…pensé que me estaban ofreciendo conocer más de mi familia biológica.
Era la primera persona a la que se lo contaba. No porque no quisiera ocultarlo, sino porque aún le dolía que hubieran usado palabras malinterpretables a posta para que aceptase firmar el contrato. Y también que el tiempo allí le había enseñado que daba igual realmente quién hubiera sido su familia biológica. Cuando en la cosecha había pensado con ansiedad y nostalgia en su casa y su familia siempre era París, siempre eran sus padres. Ya casi no merecía la pena saber de dónde venía realmente, porque Rocavarancolia y la Luna habían cumplido enseñándola quién era, y de paso recordándole a quién consideraba familia.

Con el ambiente menos cargado que antes, el pegaso atendió con calma las palabras de Amira. Ella no era de París, procedía de un lugar llamado Argelia del que Adam poco sabía. La valquiria confesó no conocerlo demasiado, además de decir que es una hija adoptada. El ruso levantó una ceja ante ésto, le llamó la atención aquel dato. ¿Cómo se sentiría aquello? Hasta le soltó que fue su principal motivación para viajar a la ciudad y, como no, fue engañada.

—No sabía que viniste aquí, a Rocavarancolia, por… eso —dijo en una sorpresa algo inocente. Levantó la mirada a Amira—. Si te soy sincero no sé exactamente como debe de sentirse. Estarás curiosa por saber quienes son tus verdaderos padres, supongo —lo de “verdaderos” se arrepintió un poco en decirlo, chasqueando la lengua—. Quiero decir ehh, padres biológicos como tú has dicho.

»Yo la verdad es que vine para escapar, de tener una segunda oportunidad y empezar de cero. Me dieron una solución mágica y la acepté —se veía a sí mismo como un cobarde por ello, pero no se arrepintió en ningún momento. Suspiró por la nariz en una pequeña risa melancólica—. Abandoné a mis padres de golpe, quizás deba  tomar responsabilidad y decirles a ellos la… decisión que tomé. ¿Sería una buena idea?

Para ser honestos, quería despedirse de ellos. No se veía como un buen hijo y también quería alejarse todo lo posible pero su padre y su madre, aún seguían frescos en su memoria. Debía formalizar su mudanza, era lo menos que podía hacer por ellos.

—Me sentía estúpida con que fuera por eso —confesó. Era uno de los motivos por los que nunca había detallado el qué le habían dicho, porque le dolía haber sido tan tonta, haber creído en una desconocida en medio de la calle.

Puso los ojos en blanco y negó enérgicamente con la cabeza con el desliz de Adam, pero dejando claro en su lenguaje corporal que no le había sentado mal. La gente la cagaba cuando le sacabas de lo que era “normal” para ellos, y sabía que Adam no lo había hecho a malas incluso antes de corregirse, así que no le culpaba.

Y los motivos para que Adam hubiera aceptado los había conseguido hilar con la confesión del asesinato de su amigo. En su situación ella hubiera hecho lo mismo, el tener una solución tan fácil al alcance de la mano… Incluso aun sabiendo lo que esperaba en la ciudad era mejor que una vida manchada en la Tierra, sabiendo lo mucho que juzgaba la gente.

—Ah…No creo que puedas —ladeó la cabeza. Ella había investigado mucho al respecto. Había querido volver a casa, como les habían prometido a algunos, y a más sabía de la Tierra más sabía que era imposible retomar la vida pasada —. Les borran la memoria cuando nos traen aquí. No recuerdan nada de nosotros, es como si no hubiéramos existido.
Bufó. Odiaba aquel sistema, odiaba que nunca pudiera ir a ver a sus padres, decirles que estaba bien. Y aunque pudiera, no iba a ser más que una desconocida para ellos, así que no tenía sentido.
»Y el portal solo se abre un par de días, además. A los humanos nos han jodido con las normas para volver a casa.

—Ah, no… no quería ofenderte con ello. Aunque nos drogaron para empezar, así que creo que todos estamos en las mismas: habríamos aceptado sí o sí.

Cuando la vio rodando los ojos no pudo evitar sentir una ligera incomodidad. Quizás se había pasado con sus palabras y por eso dijo lo siguiente, creía firmemente que no tenían opción desde el momento en que aquel humo verde fue inhalado por ellos. El ruso recordó no haberse sentido despierto, era todo como un sueño en el que era fácil decir que sí a todo.

Pero lo siguiente, lo que Amira le contestó, no se lo esperó. Reaccionó tarde a ello, simplemente no tenía el cuerpo preparado. Abrió sus ojos, mucho, demasiado. ¿En qué momento? ¿Cómo? ¿Sus padres? ¿¡Todos!? Adam se bloqueó por completo, reuniendo fuerzas, tragando saliva.

—N-no hagas esas bromas, Amira. ¿No nos habían dicho que…? —quiso rebatir, con la confusión en su mirada. Sin embargo, la que Amira le devolvió tenia sinceridad. No le costaría mucho convencer al pegaso, ¿que motivos tendría para mentir o bromear de ello?— ¿Es… verdad?

Perdió su mirada al infinito. ¿Nunca han existido, era eso posible? Sus padres no lo recordarían nunca, sería como si ellos… nunca lo hubieran tenido, a su propio hijo. El sentimiento era agridulce, demasiado agridulce como para ser bueno. Sin embargo no era por él mismo, no paraba de pensar en otra persona. «Chromsa», repetía en su mente. Tuvo recuerdos de las anécdotas de su pareja con respecto a su familia, los duelos ante sus propios cambios en fauno…

—Mierda, no me esperaba eso. N-nos han olvidado... joder —agachó la cabeza con las manos en ella—. ¿Es… igual en Ochroria? —alzó la cabeza abruptamente mirando a la valquiria algo paliducho y preguntó con un nudo en la garganta, necesitaba respuestas desesperadamente. Le importaba una mierda su propio caso, estaba enfocando toda su preocupación en Chromsa, en su familia, él quería volver a verlos.

Adam tenía razón en eso. Les habían drogado para que aceptasen, ella lo había tenido claro desde que había despertado y había recordado que la noche anterior había firmado un contrato sin siquiera leerlo. Ella, que estudiaba Derecho. Claro que el ir drogada no hacía que se culpase menos por caer en algo tan tonto, cuando normalmente no se hubiera parado a hablar con alguien por la calle.

Le miró con amargura ante su reacción. Ojalá fuera broma. Se moría de ganas de volver a casa, de decirle a sus padres que estaba bien, que no le había pasado nada ni estaba muerta, porque lo último que habían sabido de ella era que se iba de fiesta. Y cuando había descubierto que no podía tener nada de eso, porque sus padres la habían olvidado para siempre.
—Ojalá fuera broma. Nos mintieron mucho más de lo que parecía.

Ahora solo les quedaba Rocavarancolia como hogar, porque por mucho que volvieran a la Tierra nunca nadie se acordaría de ellos. Era ridículo. Les habían prometido que podrían volver, pero ocultar las condiciones de esa manera… Suspiró cuando le preguntó por el mundo de Chromsa. Claro que Adam iba a preocuparse por su pareja, pero ella no iba a poder responder a eso.
—No lo sé. Sé que no en todos los mundos lo hacen, pero solo investigué lo específico de la Tierra —. Chromsa y él iban a tener que buscarlo por su cuenta, y esperaba que no fueran malas noticias cuando lo hicieran.

—Y-ya veo, esto es… difícil de tragar —recibir aquella noticia de golpe le estaba generando una presión en el pecho—. B-bueno Amira, tengo que irme. Siento marchar así, pero tengo que investigar sobre ello o… pensar, quizás eso.

No paraba de bajar la mirada, aun con el aturdimiento. Tragó saliva de nuevo, apretando los puños y la boca momentos antes de incorporarse y dirigirse a la puerta.

—Gracias por escucharme, estoy bien pero Chromsa… Tengo que buscar sobre su mundo, es algo que como no mire ahora no estaré tranquilo. N-nos vemos— Con movimientos mecánicos abrió la puerta, mirando por unos breves instantes a Amira con el rostro algo pálido y una sonrisa tranquilizadora pero igualmente falsa—. Y, por favor, prométeme que no le dirás nada de esto a él. Siento que no va a ser una noticia que le agrade aunque no tengamos la certeza de que sea cierto en Ochroria.

Lo sentía por ella, hasta por ponerla en aquel compromiso, pero aquella noticia era demasiado, no podía estar ahí. Cerró la puerta con lentitud, pensando en todo lo que podría acontecer ante tamaña información.

Dedicaría todo un día en leer cualquier cosa relacionada con Ochroria.

No le sorprendió demasiado esa reacción. Era una noticia dura, y Adam no lo estaba llevando bien… pero ella no había sido mejor. En vez de miedo había sentido ira, y le había gritado a su almohada más de lo que le gustaba admitir. Que entendiese cómo Adam se sentía no hacía más cómodo aquellas prisas y frases atropelladas, pero se limitó a asentir.

—Te prometo que no le diré nada —le dijo con tranquilidad. Tampoco es que tuviera ganas de hacerlo. Adam era su pareja, y probablemente le supiera dar las noticias de una manera mucho más apropiada de lo que lo haría ella, porque no sabía qué clases de rodeos se podían dar para que aquello no sonase tan mal.

Se recostó en la silla mientras veía a Adam salir. Esperaba que Chromsa pudiera ver a su familia, de verdad lo hacía.