Asistente de quirófano

Para Nihil era un día como otro cualquiera. Había desayunado en su casa pero había salido temprano para el templo. Tenía tareas pendientes, entre otras cosas repasar algunas protecciones y un hechizo de magia roja en el que estaba trabajando. Salvo que se tratase de un proyecto muy personal, le gustaba experimentar en su estudio del templo; tenía a su disposición todos los recursos que pudiese necesitar.

Para ese hechizo en concreto necesitaba repobladores vivos (cinco, para ser exactos), así que mandó a uno de los novicios, un tal Obel, a buscarlos a las mazmorras y llevárselos al estudio.

El estudio de Nihil estaba limpio pero olía muy fuerte a formol y plata quemada. Las paredes estaban pulidas, y las recorría una telaraña tallada que pulsaba con un brillo verdoso. Había jaulas colgadas del techo, todas vacías, pero amenazantes, con las cancelas abiertas como las bocas de monstruos hambrientos. Las estanterías y vitrinas estaban excavadas en la misma roca y protegidas con barreras. Había un esctritorio semi oculto tras un biombo, en el extremo más alejado de la puerta, pero lo más llamativo era una gran mesa de metal en el centro de la estancia y que estaba coronada por un complicado foco de varias lentes.

Obel se hallaba estudiando en uno de los estudios cuando un esclavo se acercó y le dijo que la sacerdotisa Nihil lo necesitaba para que fuera a buscar unos repobladores a las mazmorras.

No había tratado con Nihil directamente casi nada y por eso salió casi volando del estudio dejando allí todas las cosas. Bajó a las mazmorras y se acercó a las celdas donde estaban los repobladores, los paralizó con un hechizo y los metió en un saco para cargarlos mejor que en brazos. Subió y buscó el estudio donde estaba la súcubo de las pesadillas.

-Disculpad la tardanza, sacerdotisa - dijo entrando en la sala,- traigo lo que me habéis pedido. ¿Necesitáis asistencia con algo más?

Para Obel Nihil era una heroína, una salvadora de Rocavarancolia junto a Melodes. Sabía también que una gárgola que había pertenecido al culto que le había hecho mucho daño a la sacerdotisa, aunque no sabía todos los detalles al respecto. Por eso estaba nervioso, no quería recordar malos momentos a alguien que consideraba una leyenda andante.

Nihil había olvidado que Obel era el nombre de la gárgola que había traído Tero y cuando lo vio su cara se contrajo en una mueca de desagrado. Había preguntado por los adeptos disponibles y casi lo había mandado llamar al azar. Tal vez si lo hubiese sabido habría elegido a otro aunque, en realidad, no es que tuviese muchas opciones.

-Tendría que haber dado especificaciones más concretas -dijo, mirando la bolsa que traía con expresión severa. Así paralizados y a oscuras no podían agitarse, entrar en pánico, alimentar el miedo entre ellos mientras veían hacia donde se los llevaban. Suspiró -En fin, esto alargará un poco más el proceso. Quédate, Obel, necesito un asistente. Encontrarás un mandil y guantes en ese armario -señaló una taquilla metálica oxidada que parecía fuera de lugar entre todo el mobiliario antiguo. Ella misma llevaba un mandil negro impermeable y guantes hasta el codo sujetos con correas de cuero.

Mientras Obel se preparaba hizo bajar una de las jaulas vacías y arrojó a los repobladores dentro. En cuanto el hechizo de parálisis se deshizo todos empezaron a chillar y silbar de pavor. Nihil no les dedicó una palabra. Tampoco habría servido de nada, pues ni siquiera les habían dado de beber agua de la fuente. Con toda tranquilidad y parsimonia fue recolectando utensilios de una cajonera próxima y dejándolos en una bandeja de metal sobre la mesa, a la vista de sus futuras víctimas que no hacían si no ponerse cada vez más nerviosos.

-Espero que a estas alturas te hayas acostumbrado a los gritos -le dijo a Obel, sin mirarle -Estate atento a mis indicaciones. Distráete y desearás no haber nacido.

Obel desvió la mirada a la bolsa cuando la sacerdotisa la observó. ¿Había hecho algo mal? Creía que así estaría bien, pero al parecer podría haber hecho algo mejor.

-Sí, sacerdotisa - respondió entregándole el saco y se acercó veloz al armario para ponerse mandil y los guantes que la súcubo de las pesadillas le había indicado. Se puso las cosas y se acercó a la mesa de operaciones donde estaba la mujer.- Me he acostumbrado, sacerdotisa. Después de un tiempo aquí te acostumbras a todo tipo de sonidos, los gritos el primero de todos - respondió atento a los instrumentos que había dejado cerca.

-No os fallaré - dijo resolutivo.- ¿Qué necesitáis que haga?

Nihil asintió con interés parcial. Terminó de colocar los instrumentos en la bandeja y se la pasó a Obel.

-Desinfecta esto. Si tienes magia para hacer un hechizo de parálisis tienes para hacer uno de limpieza -ordenó.

Mientras Obel se ocupaba de eso se puso a trazar símbolos con el dedo sobre la superficie metálica de la mesa. Pronto varios símbolos empezaron a brillar en ella, de una manera similar a las venas de las paredes. Nihil dibujó un círculo, luego de este sacó una línea recta hasta un círculo más pequeño, en el que dejó una gota de bilis negra, y el rojo brillante de los trazos se tornó negro. A continuación fue a la jaula, donde los repobladores seguían chillando. En cuanto la vieron acercarse se pegaron todos al fondo de la jaula. Nihil no se molestó en meter la mano e hizo levitar a uno al azar para sacarlo. Un par de repobladores intentaron socorrer a su compañero, pero fue en vano. Nihil les soltó una pequeña descarga para mantenerlos a raya y siguió como si nada con el bichito suplicante en sus manos.

En cuanto lo colocó boca arriba sobre la mesa, en el centro del círculo, unos grilletes diminutos surgieron del metal apresando al repoblador por todas sus extremidades y el cuello. No podía moverse ni resistirse, no podía silbar pues su espalda estaba contra la mesa, así que solo podía apelar a su captora en un idioma que no se molestaba en comprender y llorar sin lágrimas.

-Bisturí -ordenó Nihil impasible.

Obel obedeció con premura, el hechizo de limpieza era de los primeros que había aprendido por su cuenta por lo útil que era. Pronto tanto la bandeja como los utensilios quedaron limpios por completo, sin gérmenes que pudieran dificultar la tarea de la sacerdotisa.

Cuando terminó el gárgola se dedicó a observar como trabajaba Nihil. Los símbolos que trazaba en la superficie de la mesa eran desconocidos para el chico y sentía ganas de preguntar qué era lo que hacía la súcubo pero no quiso interrumpir el proceso en ningún momento. Seguro que la mujer no se tomaría a bien las cuestiones mientras trabajaba. Frunció el ceño al observar como al depositar una gota de bilis en el círculo más pequeño el brillo rojo de los símbolos se tornaba negro. Sabía que la sustancia era una droga muy potente pero no que poseyera cualidades mágicas que pudieran usarse en rituales, era algo a tener muy en cuenta.

Siguió observando, inmóvil como una estatua (cosa que se le daba muy bien) como la sacerdotisa cogía mágicamente uno de los repobladores que él había llevado allí y lo depositaba sobre la mesa de la que salieron unos grilletes, atrapando así al ser vegetal. Obel no había coincidido con ningún repoblador durante su cosecha y le pareció curioso ver como la criatura se debatía presa del terror. En realidad aunque no hubiera estado atada debía saber que no tenía ninguna posibilidad de escapar, ¿por qué no se daba por vencida?

Cuando la sacerdotisa pidió un bisturí Obel dudó un segundo sobre los instrumentos que había en la bandeja. Había estudiado en libros dejados por su maestro los distintos instrumentos que se podían usar en diferentes rituales pero nunca había ayudado a nadie en nada parecido. Finalmente y tras un instante eligió el aparato adecuado y se lo tendió a la mujer.

Supuso que iba a abrir al repoblador en canal con el bisturí, quizá necesitara algo del interior del mismo como el corazón. Y además era posible que necesitara que estuviese vivo para el proceso. A Obel en realidad le era indiferente, solo sentía curiosidad por el proceso.

Nihil tomó el bisturí sin ni siquiera mirar a Obel. Sus ojos robados estaban fijos en el repoblador. Necesitaba hacer contacto visual, necesitaba que su víctima captase la crueldad que emanaba su mirada, la fría determinación de que, daba igual cuanto gritase o se revolviese, su destino estaba sellado, y su agresora no iba a sentir ni el más mínimo remordimiento. Además, sabía que junto a su imagen el repoblador estaba siendo testigo de las alucinaciones propias de la bilis negra. Filtrada por varios hechizos, su efecto no era tan potente para que el bichito no perdiese del todo el contacto con la situación, pero era más que suficiente para aumentar su miedo. Porque ahí estaba la clave de todo: el miedo. Era la base del hechizo en el que estaba trabajando, un miedo muy concreto cocinado a fuego lento por todos los elementos de la escena. Y así como esa primera víctima se cocinaba, también lo hacían sus compañeros que chillaban dentro de la jaula. Esta había empezado a balancearse por sus embestidas, sus intentos desesperados por… ¿Por qué? ¿Abrir la jaula? ¿Alcanzar a su amigo secuestrado? ¿A su captora?

En cierto modo, resultaba sorprendente que Nihil fuera capaz de mantener la concentración con semejante alboroto. Toda la sala vibraba por los chillidos agudos y silbidos de los repobladores, los quejidos de las cadenas y el chisporroteo de la magia. Desde luego los de los repobladores no eran los gritos más agradables de escuchar, pero su tamaño era el más conveniente para su hechizo. Sin que le temblase el pulso, una vez consideró que la pausa dramática había sido suficiente, hizo exactamente lo que Obel había imaginado que haría: abrió el torso del repoblador con este aún consciente. El corte debía ser preciso para no dañar ninguno de los órganos internos. La savia empezó a derramarse sobre la mesa, impulsada por el corazoncito acelerado del repoblador. Si no se daba prisa se desangraría antes de que pudiera cumplir su objetivo. Con un gesto diestro Nihil sacó el corazón diminuto del pecho del repoblador, que murió al instante. Con mucho cuidado colocó el órgano en la bandeja que Obel sujetaba, y a su lado el bisturí.

Como buena nigromante, Nihil no desperdiciaba nada. Deshizo los grilletes que sujetaban el cuerpo a la mesa y lo dejó cuidadosamente a un lado. Cuando toda la operación acabase se quedaría con los cadáveres que más le gustasen y el resto servirían de alimento para algún trasgo o ghoul de los que vivían en el templo.

Obel no se movió de su posición, observando atentamente a Nihil. Le fascinó la frialdad clínica con la que trabajaba la súcubo de las pesadillas, parecía que hubiera hecho aquello cientos de veces y si no era aquello en concreto algo muy parecido.

Los chillidos, el rechinar de las cadenas... la sala se llenó de sonidos estridentes que el gárgola ignoró por completo, se había acostumbrado a ignorar sonidos cuando se encontraba en forma de estatua y quería descansar, pero le sorprendió lo poco que molestaban a Nihil cuya concentración no se rompió en ningún momento.

<<Qué pequeño>> pensó cuando la sacerdotisa depositó el corazón sobre la bandeja que sostenía. Tenía lógica claro, ser pequeño, corazón pequeño.

-¿Para que sirve este ritual, sacerdotisa? - preguntó curioso en ese momento.- Disculpad, es que me interesan todos los temas que tienen que ver con la magia... - dijo esperando que no se molestase por la pregunta.

Nihil se sorprendió de que Obel le hablase. Normalmente los asistentes que pedía no se atrevían a abrir la boca. Lo evaluó con la mirada unos instantes para decidir si ese acto había sido llevado por la impulsividad o por la estupidez, y si tomárselo o no como una falta de respeto. Finalmente respondió a la pregunta de la gárgola.

-Algo para hacerles la vida imposible a los mentalistas -dijo con una pequeña sonrisa.

Sacó un segundo repoblador de la misma manera que el primero, pero esta vez el resto no trató de alcanzarlo si no que se quedaron temblando en el fondo de la jaula. Repitió el proceso de inmovilizar a la víctima en la mesa metálica y todos los símbolos que había dibujado al principio se encendieron una vez más.

-Estoy haciendo semillas. Semillas de miedo -explicó -Una de las infinitas formas de infectar la mente. El tamaño de los repobladores los hace idóneos para este ritual, pues puedo concentrar todo el miedo de un solo individuo en un pequeño corazoncito.

Puso la bilis en el círculo de luz y el repoblador pasó de un patético gimoteo a gritar con todas sus fuerzas.

-La bilis ayuda a que no se desmallen -continuó, sin importarle mucho si su explicación se oía por encima de los alaridos -Es importante que el sentimiento esté a flor de piel cuando se extrae el corazón o no serviría para nada.

Además también era importante que el sentimiento fuese concreto y claro, por eso el miedo era uno de los más fáciles de conseguir.

-Y aquí está -dijo, sosteniendo con las pinzas el segundo corazón arrancado. -Una perfecta semillita. Un corazón de alguien de tu tamaño tendría que trocearlo, y eso le quita intensidad.

Obel asintió acercando sus ojos a la mesa y observando atentamente las runas inscritas en la mesa por la súcubo.

-Qué interesante - murmuró rascando suavemente su barbilla haciendo el sonido de dos piedras al frotarse.- ¿Algún tipo de barrera mental que implica el terror? - el murmullo era lo suficientemente alto como para que la mujer oyese al gárgola elucubrar sobre como podía funcionar el proceso.- Quizá podría conseguirse el mismo efecto con otro tipo de droga alucinógena...

>>Lo cierto es que no estoy muy puesto en mentalismo - comentó volviendo a acercar los útiles a la mujer cuando se los pedía.- Pero entiendo el efecto del miedo sobre la mente - vaya si lo entendía.- Y además es práctico usar repobladores para esto, te ahorra tiempo y potencia el efecto - dijo con voz apreciativa.- Las runas son solo para que no se muevan, ¿verdad?

-No, no son una barrera -respondió Nihil. Dejó el corazón junto a los demás y comenzó una vez más el proceso -Y no te atrevas a comparar la bilis negra con una vulgar droga alucinógena o te arrancaré la lengua. Es un preciado regalo de nuestra diosa Ewa, no un ingrediente de alquimia que encuentres en el mercado.

Su voz era gélida y amenazante y su actitud hacia la gárgola había pasado de tranquila indiferencia a una peligrosa irritación. Solo los sacerdotes del culto tenían permiso para administrar y utilizar la bilis negra y cualquiera en la secta que se plantease siquiera en hacerlo sería automáticamente ejecutado. Detuvo su tarea un momento.

-¿Realmente crees que iba a trazar una cadena de runas así de compleja para algo tan sencillo? Utiliza el cerebro antes de abrir la boca -le espetó. -Y esto no es tu clase de magia particular, estás aquí para asistirme.

Había tolerado las preguntas de la gárgola mientras no le resultaran molestas, y había atribuido su indiferencia ante el sufrimiento de los repobladores a que tal vez fuera un niño roto, igual que Tero, pero empezaba a pensar si no sería más bien denso. No le importaba que hubiera idiotas entre sus fieles, era útil, siempre y cuando supiesen cual era su lugar. Clavó la mirada en Obel, evaluando la reacción a sus palabras.

Obel palideció ligeramente, cosa que lo hizo pasar a un gris más claro. La sacerdotisa había malinterpretado las palabras del gárgola y no se lo había tomado bien.

-No era mi intención comparar el sagrado elixir de Ewa con alucinógenos del tres al cuarto, sacerdotisa - trató de aclarar de forma atropellada,- solamente me refería a que si yo tuviese que hacer algo por el estilo debería usar algún pobre sustitutivo. No soy digno para plantearme siquiera tocar el precioso líquido.

Ni suicida, pero eso no lo añadió a sus palabras.

Cuando Nihil clavó su mirada en Obel éste sintió la tentación de escapar corriendo, pero eso no solo hablaría pobremente de él, si no que probablemente la mujer misma lo matase antes siquiera de que alcanzase la puerta. El corazón se le aceleró y la respiración se le cortó de forma inconsciente. Miedo, una sensación que había sido tan común para Obel durante la cosecha y de la que no se había desecho...

En lugar de seguir su primer instinto Obel bajó la cabeza en señal de sumisión.

-Sí, sacerdotisa. Perdonad mi incompetencia y cualquier posible ofensa de mis palabras, por favor - expresó sumiso en voz queda.- Gracias por permitir que os sirva de ayuda.

Se apartó ligeramente de la mesa y volvió a coger la bandeja con útiles dispuesto a continuar ayudando a la mujer y no volver a hablar a menos que ella le dirigiese la palabra.

Una vez el miedo pasó no dio paso a la ira o el enfado si no a la emoción. Aquello era por lo que estaba allí, la presencia de Nihil... solo una mirada y unas frías palabras habían bastado para ponerlo en alerta máxima. Poder, poder para proteger a sus amigos en lo que pudiera y para ello tenía que bajar la mirada, callar y aprender.

Por eso, a pesar de no decir nada los ojos de Obel no perdían detalle del proceso que realizaba la mujer, no sabía si aquello le sería útil en algún momento pero no perdía nada por prestar atención.