Sede de los Taumaturgos

Para Tayron ser Tayron no era nada fácil en absoluto, puede que alguien pensara lo contrario pero significaba tener siempre a Rox en contra en casi cualquier contexto (ahora sabía que también Sinceridad) y además no contaba con habilidades físicas para desviar el juego a su favor. Por suerte así era muchísimo más divertido y el lémur no quería amigos si no era para tirarse los trastos a la cabeza, o los tejos.
—Para no ser tu tipo no paras de ponerte mi careto todas las putas veces —apostilló, pero con la mirada perdida en alguna parte. Su mente estaba ya visualizando la siguiente partida tras la victoria de Nime, esta vez pillaría Adru y luego él.

Tal y como había imaginado la siguiente ronda fue hasta más emocionante que la primera, y el belga participó en todas las trampas, hechizos, flirteos y bromas pesadas posibles. Al final quedó una noche para recordar entre dulces y sustos, y para ser Halloween, muy lejos de sus propios fantasmas.

Sinceridad se pasó el juego con dificultades para no reír después de que les hubiera encontrado. Cuando Tay se picó, cuando el lémur acusó al irrense de haberle tocado, ¡cuando la acusaron de traición!, o cuando unos y otros se reían y estornudaban, o con las voces de ultratumba de Rox, o... bueno, cuando escuchó el tumulto en otra habitación se preocupó, pero pudo ver que solo se habían caído unas cosas y que nadie había salido lesionado. Y después alucinó con el teatro de Tayron y Rox sobre Milo, y su pique entre ellos. ¡De verdad, vaya dos! Mejor así, la verdad, pues con suerte su amigo se olvidaría de haberle tirado el disfraz encima... No, no iba a caer esa breva, y ¡realmente quería ver si había consecuencias!
—Eh, eh, este señor lémur no tiene ni un pelo de feo, oiga —le dijo a Rox. Por defender un poco a su amigo, aunque no hacía falta.

Los mayores habían salido perdiendo (aunque el irrense le debía la captura de Tayron pero con tantos estímulos no le dio tiempo a picarle con eso) y los más jóvenes iban ganando. La roquense vio a Milo moverse por el torreón mientras los buscaba, y así le vio atrapar a Eitne, Neil y finalmente a Nime. La siguiente ronda fue aún más entretenida, y por supuesto la roquense hizo todas las trampas que su transformación le permitía, como adelantarse a oscuras a los pasos de quien buscase y evitar ser cazada. Se lo pasó como una cría, solo que cuando era pequeña no pudo disfrutar de nada semejante por culpa del Coro y ahora sí, por lo que aprovecharía cada oportunidad de ello.

Milo puso los ojos en blanco cuando Nime empezó a gritar con júbilo que había sido la última en ser capturada, pero sonrió a pesar de todo y siguió a la demonio mineral junto a Neil hacia donde esperaban el resto de sus amigos. Agradecía que ahora le tocara buscar a otro, pues aunque había sido divertido tenía que reconocer que era un poco agotador, así que decidió aprovechar la siguiente ronda para descansar en algún sitio resguardado.

Ese era el plan inicial, pero al ver a Rox bromeando con Rena el brujo se acordó de lo mucho por saco que le había dado su novio el turno anterior, así que decidió devolverle las jugarretas y descartó su idea de relajarse.
—¿Estáis todos listos entonces? —preguntó con quizás demasiado entusiasmo, esbozando una sonrisa que seguramente el australiano supiera interpretar a la perfección.

Entre piques, risas, trampas y dulces la noche continuó avanzando, pero se hizo tarde y el sueño comenzó a acosar a la gente. Cuando los bostezos empezaron a descontrolarse, de hecho, se decidió dar por concluida la fiesta, así que recogieron un poco y se acordó limpiar del todo por la mañana. El irrense les dio las buenas noches a todos antes de seguir al cambiante hacia la habitación, riendo en voz baja mientras flirteaban entre susurros.

A pesar de las horas el moreno no se sentía nada cansado, pero aunque lo hubiera estado aquel guapo demonio le habría despertado por completo con sus provocaciones.

Al final, su propia risa fue lo que le condenó y Milo no tardó en encontrarle, aunque no fue algo que le molestara demasiado, ya que le aseguró que le daría el superpolo prometido y Neil pensó que aunque no hubiera ganado se había divertido mucho igualmente y de todas maneras el helado sería buen premio de consolación.

-¡Sí, volvamos a jugar! -exclamó divertido tras Nime una vez ella fue encontrada.

Después de muchos juegos, risas y más dulces y bebidas la noche llegó a su fin y un Neil agotado, pero inmensamente feliz, se durmió pensando en que le encantaría poder repetir el mismo tipo de fiesta al año siguiente, aunque esperaba que la próxima vez hubiera menos sustos, disfraces terroríficos e historias de miedo.

Aquel día no iba a dar cuartelillo a nadie, y particularmente no a ellos. Se encontraba descansando con Neil, ya habiéndose comido el helado que le había dado Arcan y siendo uno de aquellos pocos días que el cansancio le sobrepasaba antes de su hora habitual de dormir, cuando escuchó el pregón. Aún no había tenido tiempo para comentar los otros comentarios que había oído en el cuartel acerca de que habían tenido que empequeñecer el portal de Sinhdro, no dándole prioridad al suponer que estaban intentando proteger su planeta natal de un posible ataque como habían sufrido los otros. Parecía que se equivocaba totalmente, aunque ni siquiera estaba seguro de qué significaba aquello. Durante unos instantes solo pudo mirar a su aurva con expresión horrorizada, sin saber qué decir.

—¿Eso… eso quiere decir…?
El gamusino empezaba a notar que se le humedecían los ojos, pero se frotó con fuerza e intentó cambiar a una cara más neutral antes de volver a hablar a Neil.
>>Sé que hay portales que han vuelto a abrirse. Mjörne, por ejemplo —le dijo sin necesidad de que le preguntase—. Creo que… Vamos a ver a Eara y Ayne, ¿sí?

Sus compañeros también estaban preocupados por ellos, pero tenían la misma información al respecto y no podían aclararles ninguna duda. Les avisaron de que irían en busca de sus otros amigos sinhadres y que volverían lo antes posible. La palabra "permanentemente" flotaría con violencia en su cabeza durante todo el camino.

Sigue en Mesón "El jardín de sevli".

Aquel día había sido agotador, pero Neil pensó que ya todo había pasado y simplemente se dedicaba a descansar junto a Adru no queriendo pensar en todas las cosas que había oído que habían pasado ese día ni pensar en todas aquellas que seguro estaban pasando y él no sabía. Pero el día, claramente, no iba a darle un respiro y tenía más sorpresas desagradables guardadas para ellos.

-No- gimió horrorizado ante la noticia.

Su mundo, su amado mundo lleno de colores y sabores. Neil había asumido hacía algún tiempo que no volvería a su mundo a vivir porque Adru y él eran rocavarancoleses ahora, pero siempre había tenido la posibilidad de hacer un corto viaje ahí como hacía casi todos los días al Macetero. Y esa posibilidad, que nunca se había cuestionado, ahora había desaparecido.

Él, a diferencia de su edeel, no pudo contener las lágrimas ni la expresión de tristeza y, aunque Adru no podía engañarlo con su fingida neutralidad, se apoyó en su fortaleza, fingiendo a su vez que creía sus palabras, y la siguió en busca de sus amigos sinhadres sin poder apartar de su mente la imagen de una vela medio consumida que él mismo había tallado en forma de ave para el primer cumpleaños de Adru que había pasado junto a ella y que todavía debía estar en la repisa de la chimenea de su casa.

Sigue en Mesón “El jardín de sevli”.

En la cocina una nueva silueta no conocida se hallaba parada frente a uno de los armarios. El pequeño gigante de dos metros veinte sobre los que se posaban una gran cornamenta de algo parecido al cuarzo lechoso tenía su pelo blanco revuelto y alborotado. Unas ojeras terribles que indicaban que había dormido poco y mal y una expresión irritada, sosteniendo un tarro en cada mano a los cuales pasaba la mirada de uno a otro con confusión. Llevaba una serie de pendientes en solo la oreja derecha coronados por un "ear cuff" negro con una filigrana de plata mágica, unos pantalones de chándal simples grises con unas zapatillas celestes que le quedaban algo pequeñas. Lo más destacable era un reloj negro muy elegante en su muñeca, el cual parecía representar la Luna roja bajo su cúpula.

Su aura actuaba quisiera él o no. Dando la sensación extraña de que había alguien peligroso mirando dos tarros de mermelada en pijama.

El cambiante a lo sumo habría dormido tres horas. Aquella había sido su primera noche de luna como ciudadanos, y habiendo pasado ya por suficientes penurias él y sus amigos se permitieron el lujo de disfrutar y dejarse llevar por el astro dentro y fuera del refugio. En una sola noche su cuerpo había cambiado más que en sus tres primeros meses de transformado, que despertase con su aspecto reconocible y no como el licántropo arruinado de una especie por identificar fue un verdadero milagro.

Le despertaron las necesidades básicas de todo ser vivo, que sumadas a la presión de la luna bastaron para espabilarle más de la cuenta. Milo estaba profundamente dormido, así que se levantó sin hacer ruido, se puso la vieja y holgada camisa de tela gruesa que había usado de abrigo la noche anterior y salió del cuarto. Tras una pausa en el baño bajó a por agua con la que revivir su garganta, con las pintas y la parsimonia de quien ignora que tiene compañeros de piso nuevos. Por eso al ver en la cocina a un desconocido más grande que una nevera Rox hizo un lento giro de 360º, primero 180 para pirarse por donde había venido y luego otros 180 para retomar el rumbo, no ser ridículo y coger un puto vaso de agua. La cosa es que cuanto más cerca estaba de aquel gigante emplumado menos ganas tenía de estarlo. No le había visto nunca así que tenía que ser un novato, y siendo un novato no tenía porqué intimidarle, pero claro, no era lo mismo un brujo recién horneado que… bueno, dos metros y pico de persona con plumas y cuernos. Incluso sin aura el chaval intimidaba. Todo el concepto de recibir novatos lo hacía.

Con tal de no hacer las cosas más incómodas, darle un repullo apareciendo de repente -y los riesgos que eso conyevase- o ser un maleducado, Rox carraspeó para hacerse notar antes de entrar en su rango de visión.

—Buenos días —dijo mientras abría la estantería. Aunque ya no sufría de ojeras a menos que fueran voluntarias, su carencia de descanso se notaba en la falta de brío de sus gestos o el no saber ni como darle la bienvenida. Con escueta discreción echó un vistazo a lo que tenía entre manos. ¿Por qué parecía tan tenso por unos tarros?


*la camisa-abrigo es rollo esto, que no se describirlo

Ni siquiera se dio cuenta de que había alguien más hasta que Rox le habló, demasiado centrado solo en lo que tenía delante dado el cansancio y aquel ruido blanco que no parecía querer irse.

Se sobresaltó un poco por el despiste que llevaba, haciendo que su luz se incrementara por unos momentos tan solo para volver a rebajarse al ver que tenía una persona normal a su lado. Sus alas se abrieron ligeramente, incluso dobladas podía intuirse que seguramente serían más grandes que una cama, especialmente para quien hubiera tenido que estudiar aquellas cosas como lo era el australiano. Al girarse para saludarse se reveló también aquella marca entre horrible y preciosa. Una cicatriz de su sangre obsidiana cristalizada por el toque de Kyllikki, que se extendía como copos de nieve por todo su pectoral izquierdo hasta casi su cuello y hombro.

Un recuerdo ahora amargo y doloroso de lo que pudo ser y no fue. Al menos a ojos del ángel. Al menos de aquella noche.

—Buenos días... —sonaba cansado y abatido. Le echó un vistazo rápido a aquella persona, la primera que veía por ahí, su primer vecino. Incluso con aquellas pintas le pareció atractivo y casi le salió reírse al verlo tan hecho un trapo como el mismo. Casi. Se preguntó qué clase de fiestas habría por ahí, no solo dentro de la habitación de sus amigas. De todas maneras le venía bastante bien su aparición.

—Oye, siento molestarte pero... ¿Cuál de estas dos es una "franbessa"? — giró los tarros hacia él para que los viera. En uno había un dibujo de una frambuesa y en el otro de una granada abierta. Su tono era amable y muy suave, intentando que su aura le jodiera lo menos posible y también tratar de caerle lo mejor posible a lo que suponía un nuevo vecino.

Cuando el chaval empezó a brillar Rox creyó que se le estaba apareciendo el espíritu santo, que lejos de traerle paz le trajo ganas de pillar puerta. Supuso rápidamente que era un ángel (¿qué diantres iba a ser sino) por mucho que los tuviera en su cabeza… bueno, menos mamados. Pero no fue por atractivo, músculos, alas o su inhumana altura por lo que el cambiante se le quedó mirando, sino porque le reconoció. Empanado y todo su memoria visual era impecable, y a ese tío le había visto en las revistas frivys de su jefa, las mismas que había tenido que estudiarse para sus propios cambios. Si no era el mismo se le parecía muchísimo.

Iba a preguntar obviedades cuando se le adelantó con una pregunta que no habría esperado de un recién transformado, tanto que su primera reacción dentro de la confusión fue reírse. Se cortó rápidamente.

—Frambuesa —le corrigió, acercándose para ver los botes y señalar el que era. En el mismo momento se fijó en el reloj que llevaba, por el cual tardó unos segundos en caer. Era de la boutique, y más concretamente el mismo que le había vendido a plazos a dama Abrazos y Raelene. Si lo llevaba es porque era el amigo en criba de la guerrera, el que era famoso… las cosas encajaban—. Hostia —musitó.

Con el puño se frotó un ojo para espabilarse, recuperar las distancias y retomar sus intenciones: servirse agua y preguntar. ¿Dónde estaba su grupo? ¿Acababan de llegar o habían pasado la noche en Sede? ¿Y esa herida? ¿Estaba bien? Pero el cambiante recordaba su primer día como si hubiera sido ayer, toda la sobrecarga de información y preguntas, la gente repentinamente interesada por ellos, su propia hostilidad… asi que dosificaría su curiosidad.

—Eres nuevo, ¿verdad? ¿Cuándo has llegado?

Se rió brevemente él también cuando su vecino lo hizo. Preguntándose si estaba siendo muy patético o si aquello era lo normal. Fuera como fuese estaba siendo agradable ver caras nuevas, como si estuviesen encontrando otro torreón perdido. Aquellos últimos meses habían sido toda una... experiencia.

—Gracias —le dijo sinceramente. Estar perdido era una sensación horrorosa, incluso en aquellos pequeños detalles. Y aquella mañana se sentía realmente así por culpa de lo pasado la noche anterior. Ya no tenía ese apoyo. Un pilar tan claro para seguir adelante.

—Esta misma noche —le contestó confirmando así que era nuevo. —Unas amigas de aquí me encontraron y vinimos junto a una... —hubo una pequeña pausa. ¿Cómo debía mentarla? Su luz mermó hasta ser terriblemente tenue al punto de prácticamente desaparecer. Él vórtice en su interior parecía querer despedazarle. —Una amiga del torreón. —Al menos eran amigos, ¿verdad?

—¿Vives aquí? —Comenzó a guardar el otro tarro, espeso y algo torpe.

De cerca, en sus gestos y su tono, se notaba mucho que era nuevo, lo cual le daba un contraste curioso a todo su aspecto. Le confirmó que había dormido ahí, supuso que en el cuarto de la maga y la guerrera, y la reacción que tuvo al mencionar a su acompañante no se le pasó por alto: difícilmente lo habría hecho cuando el chaval era una bombilla regulable. Algo pasaba con ella, ¿una transformación complicada tal vez? Como fuere, no sabía hasta que punto era adecuado inmiscuirse.

—Ya veo. Bienvenido a la Sede entonces —le sonrió, viéndose interrumpido por un bostezo instantes después. Pidió perdón con un gesto—. Sí… Yo y mis compañeros de torreón todavía vivimos aquí. Soy de la criba previa, de letargo. Ah, hm —cambió su vaso de mano y le tendió la dominante, dando un breve sorbo primero—. Me llamo Rox. Encantado.

Cerró el armario perezosamente y se giró a mirarle. Esta vez con algo más de atención al no estar preocupado por la mermelada. Incluso ya habiendo visto unos cuantos humanos seguían apareciendo con rasgos y caras tan diferentes... Era una cosa que al menos le gustaba de todo aquello, la variedad. Habían mencionado algo así ellas la noche anterior. Intentándole darle ánimos con nuevas perspectivas. Desde luego era una manera de quitarsela de la cabeza, pero en cuanto pensaba en ella se le caí todo. No le gustaba ningún otro cuerpo ni cara así, ninguna sonrisa o estupidez como la suya, sus dejes, manías...

Su primer amor.

—Soy... —dudó. Después de todo aquello, todos esos días pensando en el torreón sobre sí mismo, como allí había cambiado su vida de nuevo y tras aquella maravillosa y terrible noche... Miró a sus alas, aquel regalo final de su hermana para el frivy.

—Agh... ¿Sabes? Que le den. Nuevo cuerpo nueva vida, ¿cierto? — le sonrió tendiendo su mano y tomó con suavidad la de Rox, cuidándose de no pasarse con su nueva fuerza.

—Mi nombre es Neariel, puedes llamarme Nea si lo prefieres.

El chico estaba en babia y no podía culparle por ello en su primera noche; seguramente ni hubiera dormido y a saber las cosas por las que habría pasado hasta entonces. Lo que no imaginó es que fuera a cambiarse el nombre en ese mismo momento, o al menos eso pareció por lo que había dicho. Como fuere, Rox se limitó a estrecharle la mano (que por su tamaño parecía sacada de un manga homoerótico japonés) y sonreír.

—Nea. Me gusta —le dio un sorbo largo a su vaso y echó el agua restante por el fregadero. Después se apoyó sobre la encimera con los brazos cruzados, “relajado” entre comillas porque Nea seguía siendo intimidante pero no quería hacerle sentir incómodo haciéndole consciente de ello—. ¿Eres frivy, verdad? —inclinó la cabeza a un lado con curiosidad—. Este debe ser el único sitio donde la gente te pregunta por tu especie y no por tu nacionalidad —rió—. Es que me suenas muchísimo. Creo que he tenido revistas con tu cara.
«Por no decir que creo que he tenido tu cara.»

Prefería empezar por ahí antes que por las preguntas sobre su grupo de criba, si es que se atrevía a hacerlas siquiera.

—Me alegra que te guste. Estaba un poco preocupado de que sonara extraño —sonrió con cierta amargura, se notaba que bien no estaba.

Viendo como su nuevo vecino se acomodaba decidió hacer lo mismo y... casi se sienta en la encimera al intentar apoyarse de espalda.
«Nota mental: mi culo ahora está por encima de las encimeras.»


—Pues sí —confirmó sorprendido con una risa suave ante la bromilla, algo arrastrada por su estado. —La verdad no me esperaba que tuvieses revistas de frivo por aquí, y menos que alguien me reconociera así —rio de nuevo. —Era algo así como un modelo por allí, aunque supongo que me habrán sustituido ya... —quedó algo pensativo, su reentrada a frivo iba a ser una cosa extraña con su nuevo cuerpo. Tenía que hablar con el consejo, cuando Rae le dejara. Sabía que sus amigas tenían algún que otro plan de enseñarle la ciudad y que de todas maneras no podía volver hasta dentro de un mes cuando se fuese la Luna. Así que, qué demonios. Mejor pasarlo todo lo bien posible.

La imagen de Kiki en su cabeza se interpuso con aquellas nuevas fuerzas. Siempre había querido pasarlo bien allí... con ella... Su luz titubeaba.

—Tú eres.... ¿humanis? —quería distraerse, hablar de lo que fuera.

Rox se sentía regular por estar preguntando tonterías cuando se notaba que Nea no estaba en su mejor momento. «Normal». Quizás empezar por las cosas ligeras y no por las importantes no había sido lo mejor. Al menos, supuso, se estaba riendo.

—Mi jefa es frivy y yo también soy modelo, así que me las daba para darme ideas —se encogió de hombros con una sonrisa—. Me servían de inspiración. Y tengo una memoria espeluznante para las caras —sonrió un poco más, aunque cohibido por su aparente melancolía. No sabía como eran las políticas de borrado de memoria en Frivo ni su situación personal, pero fuera como fuese desaparecer de tu planeta normalmente no era algo agradable. Él se pasó una noche entera llorando como no lo había hecho en meses al enterarse de que nadie en la Tierra le recordaba. La paz de no haberle dado sufrimiento a sus seres queridos llegó poco después, pero igual seguía siendo doloroso. Y ahora Nea se estaba apagando, literalmente. El cambiante se sintió peor por ello.

—Soy… sí, humano. De la misma tierra que Raelene —mencionó su nombre a posta, por ver si efectivamente era el “grandullón” (ya entendía eso) del que habían hablado—. O sea, tierra no solo de planeta Tierra, de país —inclinó la espalda hacia atrás, en una pose menos relajada y más receptiva—. Pero oye, ¿estás bien? Si quieres hablar...o no, si lo que quieres es descansar no te cortes, que sé lo mierda que es el primer día y… y todos los anteriores —añadió con empatizante amargura.

«¿Jefa frivy? ¿Modelo?» Una de las frivys venidas aquí se sobreponía sobre las demás en aquella situación. Podría estar equivocado pero... Aquello era cuanto menos curioso. Y por si fuera poco soltar aquel nombre así. A Neariel se le elevaron las comisuras de los labios, entretenido y alzó una ceja en una pregunta silenciosa ante aquello. Parecía que su vecino sabía más cosas de las que aparentaba a primera vista. Le resultaba curioso.

Se encrespó un poco con la pregunta. ¿Tanto se le notaba? Hubiera esperado que todo pasase solo como si tuviera resaca... Debía lucir peor de lo que imaginaba. Agarró el tarro con ambas manos y centró su vista en él, los párpados algo caídos por su estado de ánimo, la mirada perdida.

—Es... agh... Es solo una tontería. Quiero decir con todo lo que esta pasando, la situación, los cambios —sostuvo el tarro con tan solo un dedo en equilibrio perfecto, algo que hubiera sido complicado ahora era tan solo un movimiento más. Su cuerpo ya no era el mismo. Nadie lo era. — lo que ha pasado... Y yo aquí lamentándome por problemas amorosos en vez de todo lo demás. —se giró hacia él con una sonrisa amargamente falsa y los ojos cerrados. —Patético, ¿verdad? — soltó una risa corta. —No quiero aburrirte con ello, y menos que tengas que aguantarme según nos hemos conocido...

Sus manos temblaban, su luz se había ido. Parecía estar manteniendo la compostura a la fuerza.