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Ofrenda de paz (Letargo, sépitma cosecha)
06/06/17, 11:25 pm
Los capuchas rojas habían mermado tanto la población de rataspines de la plaza que daba pena verlos. Solo algunos, los más pequeños y escurridizos, se habían salvado, y no presentaban una amenaza muy grande para los cosechados cuando iban a recoger provisiones. En cierto modo, hacían gracia cuando alguno se es encaraba, tan raquítico, pero huía despavorido a la primera señal de agresión por parte del grupo. La mayoría de las veces ni siquiera se atrevían a acercarse.
Rena había hablado con alguno de sus compañeros sobre la situación, pero la cosa no había ido más allá de compartir opiniones y decir la pena que les daba. No había mucho que pudieran hacer, los rataspines seguían siendo criaturas hostiles, y todos sabían que sólo no les atacaban porque no estaban en condiciones para ello. Ese era el plan: no hacer nada, rezar quienes solían hacerlo para que la colonia no creciera demasiado o que no tuvieran que verse obligados a hacer otra masacre, esta vez siendo ellos la mano ejecutora.
Claro que a veces los planes se tuercen, y traen alguna que otra sorpresa. Fue en una de las excursiones, saliendo de la plaza. A Rena se le cayó una ciruela de la cesta que cargaba, que rodó hasta una escombrera a un lado del camino. Al ir a recuperarla una cría de rataspín le salió al paso, con la cola erecta apuntando hacia ella en señal de amenaza. Era sin duda el bicho más patético que había visto en su vida: escuálido y cojo, y aun así feroz. La irrense optó por dejarle la ciruela, sin duda se la había ganado al echarle cojones de esa forma.
-No te atragantes con el hueso o me sentiré mal- le susurró al animal, viéndolo marcharse a todo correr ciruela en morro, hasta escabullirse en uno de los agujeros entre las piedras.
No se entretuvo mucho más, alcanzó al grupo y volvieron juntos al torreón sin más incidentes, pero en cuanto pudo buscó a Milo para proponerle una idea loca.
En principio solo supieron del experimento los que iban a salir. Todos debían estar de acuerdo, no iba a poner en peligro al grupo por una tontería, o hacer que alguien se sintiera incómodo, y sorprendentemente todos lo estuvieron. La verdad es que la irrense se dio palmaditas en la espalda por haber logrado vender su idea: dejar comida a los rataespines para que no los tomasen como una amenaza, y así no tener que enfrentarse a ellos cuando iban a por las cestas. Tenían que aprovechar que estaban débiles y que la mayoría de los que quedaban eran crías, una vez se recuperasen sería poco probable que aceptasen el trato, al fin y al cabo, ¿para qué conformarse con una pequeña parte de la comida si podían hacer correr a los cosechados y quedársela toda?
Cuando la bañera aterrizó se apresuraron a seleccionar los alimentos que les dejarían a las alimañas. Apartaron frutas que no les gustaban especialmente o de las que había más cantidad, cecina dura, el pan que menos consumían, todo en la misma cesta, y se llevaron todo lo demás. Rena cogió la cesta que sería para los rataspines, mucho menos voluminosas, y la dejó frente la escombrera de la que solían salir. Algunos rataespinas ya asomaban sus hocicos, de hecho. Enseñaron los dientes cuando la irrense se les acercó, pero no atacaron. Lista para correr o embestir con el escudo si era necesario, Rena volcó la cesta con el pie y la coomida se esparció por el suelo. Se alejó rápidamente, justo para ver como las criaturas se lanzaban a por la comida. Concentrados como estaban ni uno solo volvió a mirar en dirección a los letarguinos, y cuando terminaron de comer el grupo estaba ya fuera de su alcance.
Parecía que el experimento había sido un éxito. En las salidas siguientes repitieron, apartando una cesta como alimento para rataespines, planeando previamente qué alimentos se quedaban para que su dienta no estuviese descompensada. Incluso probaron a llevarles las sobras, ya que aquellos bichos parecian comer absolutamente de todo. No es como si mantuvieran su plan en secreto, pero tampoco lo anunciaron al resto del grupo. Los que habían salido alguna vez o habían estado presentes en alguna conversación sobre las salidas estaban al corriente. En general la locura había tenido un buen recibimiento. Sabían que no debían bajar la guardia, que cientos de peligros acechaban cada vez que ponían un pie fuera del torreón. Seguían teniendo motivos para tener miedo, pero por el momento los rataespines habían dejado de ser uno de ellos. Rena sonreía cuando pensaba en ello, en cierta manera se sentía como una pequeña victoria contra la ciudad.
Rena había hablado con alguno de sus compañeros sobre la situación, pero la cosa no había ido más allá de compartir opiniones y decir la pena que les daba. No había mucho que pudieran hacer, los rataspines seguían siendo criaturas hostiles, y todos sabían que sólo no les atacaban porque no estaban en condiciones para ello. Ese era el plan: no hacer nada, rezar quienes solían hacerlo para que la colonia no creciera demasiado o que no tuvieran que verse obligados a hacer otra masacre, esta vez siendo ellos la mano ejecutora.
Claro que a veces los planes se tuercen, y traen alguna que otra sorpresa. Fue en una de las excursiones, saliendo de la plaza. A Rena se le cayó una ciruela de la cesta que cargaba, que rodó hasta una escombrera a un lado del camino. Al ir a recuperarla una cría de rataspín le salió al paso, con la cola erecta apuntando hacia ella en señal de amenaza. Era sin duda el bicho más patético que había visto en su vida: escuálido y cojo, y aun así feroz. La irrense optó por dejarle la ciruela, sin duda se la había ganado al echarle cojones de esa forma.
-No te atragantes con el hueso o me sentiré mal- le susurró al animal, viéndolo marcharse a todo correr ciruela en morro, hasta escabullirse en uno de los agujeros entre las piedras.
No se entretuvo mucho más, alcanzó al grupo y volvieron juntos al torreón sin más incidentes, pero en cuanto pudo buscó a Milo para proponerle una idea loca.
En principio solo supieron del experimento los que iban a salir. Todos debían estar de acuerdo, no iba a poner en peligro al grupo por una tontería, o hacer que alguien se sintiera incómodo, y sorprendentemente todos lo estuvieron. La verdad es que la irrense se dio palmaditas en la espalda por haber logrado vender su idea: dejar comida a los rataespines para que no los tomasen como una amenaza, y así no tener que enfrentarse a ellos cuando iban a por las cestas. Tenían que aprovechar que estaban débiles y que la mayoría de los que quedaban eran crías, una vez se recuperasen sería poco probable que aceptasen el trato, al fin y al cabo, ¿para qué conformarse con una pequeña parte de la comida si podían hacer correr a los cosechados y quedársela toda?
Cuando la bañera aterrizó se apresuraron a seleccionar los alimentos que les dejarían a las alimañas. Apartaron frutas que no les gustaban especialmente o de las que había más cantidad, cecina dura, el pan que menos consumían, todo en la misma cesta, y se llevaron todo lo demás. Rena cogió la cesta que sería para los rataspines, mucho menos voluminosas, y la dejó frente la escombrera de la que solían salir. Algunos rataespinas ya asomaban sus hocicos, de hecho. Enseñaron los dientes cuando la irrense se les acercó, pero no atacaron. Lista para correr o embestir con el escudo si era necesario, Rena volcó la cesta con el pie y la coomida se esparció por el suelo. Se alejó rápidamente, justo para ver como las criaturas se lanzaban a por la comida. Concentrados como estaban ni uno solo volvió a mirar en dirección a los letarguinos, y cuando terminaron de comer el grupo estaba ya fuera de su alcance.
Parecía que el experimento había sido un éxito. En las salidas siguientes repitieron, apartando una cesta como alimento para rataespines, planeando previamente qué alimentos se quedaban para que su dienta no estuviese descompensada. Incluso probaron a llevarles las sobras, ya que aquellos bichos parecian comer absolutamente de todo. No es como si mantuvieran su plan en secreto, pero tampoco lo anunciaron al resto del grupo. Los que habían salido alguna vez o habían estado presentes en alguna conversación sobre las salidas estaban al corriente. En general la locura había tenido un buen recibimiento. Sabían que no debían bajar la guardia, que cientos de peligros acechaban cada vez que ponían un pie fuera del torreón. Seguían teniendo motivos para tener miedo, pero por el momento los rataespines habían dejado de ser uno de ellos. Rena sonreía cuando pensaba en ello, en cierta manera se sentía como una pequeña victoria contra la ciudad.
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