- InvitadoInvitado
La muerte es un lujo que no vas a tener.
30/04/15, 01:06 am
La oscuridad era tan espesa que podía respirarse. Entraba en sus pulmones y los encharcaba, dificultando el respirar. Al mismo tiempo caía, cada vez a menos velocidad, como si la misma densidad del abismo le estuviera frenando. Iba a caer para siempre, comprendió, y también que aquella no era la muerte que le habían prometido. Hiperventilaba, y como consecuencia la oscuridad entraba aún más rápido en sus pulmones. No podía resistirse, el miedo y la angustia lo paralizaban. La voz dulce y susurrante que le había convencido para saltar se había fundido con otros cientos de voces distintas, hablando a la vez en una miríada de dialectos. Se iban uniendo más y más en un susurro áspero e inquieto que taladraba los oidos. El dolor se intensificaba, los susurros se convertían en voces alarmadas, luego en gritos de terror. Se fundían, colapsaban, hasta covertirse en uno.
Era él quien estaba gritando.
Lo primero que sintió al despertar fue su propia garganta desgarrándose. Luego fue consciente del sudor frío, de las legañas escociéndole en los ojos, del sabor a sangre en su boca. Sus pulmones volvían a estar llenos de aire limpio. Respiró agitadamente, mirando a su alrededor con ojos febriles. Aún no era capaz de percibir plenamente su entorno, veía que la oscuridad ya no lo rodeaba, pero la seguía sintiendo en sus venas. Cuando vio a la súcubo acercarse a él rompió a llorar, a pleno pulmón, como un niño desvalido. Estaba aterrado, y no comprendía por qué. Una horrible tristeza se había apoderado de él, y llorar era lo único de lo que era capaz en ese momento. Nihil lo rodeó con sus brazos y empezó a cantarle un hechizo de sueño. Su llanto se fue haciendo cada vez más débil, hasta que se apagó por completo... Y entonces llegaron las pesadillas.
--
-¿Por qué no me dejas morir?- le había preguntado por enésima vez esa mañana.
Zmey había despertado con el sol, negándose reiteradamente a que la hechicera lo pusiese a dormir de nuevo. Las pesadillas no le dejaban en paz, ni siquiera despierto, por lo que había pasado varias horas paseando la mirada de un rincón a otro de la habitación, buscando monstruos. Lo habían instalado en una cama roja, anormalmente mullida, atrapado bajo un edredón de plumas y sin más ropa encima que unos pantalones de algodón. Un ghoul lo alimentaba con cremas ligeras dos veces al día, y por la noche Nihil velaba su sueño, y le cantaba hasta que se dormía. Su voz era hermosa, pero tenía un deje frío y cruel, como si fuese plenamente consciente del dolor que sus nanas provocaban y disfrutase de ello.
-Porque eres mucho más útil para esta ciudad vivo que muerto.- había respondido la súcubo desde su silla.
A veces Nihil se sentaba a trabajar en la mesa junto a la cama de Zmey. Firmaba papiros, escribía en cuadernos de piel, hacía bocetos y anotaciones diminutas, a menudo susurrando palabras inconexas para sí misma. A veces simplemente pintaba.
-Yo no soy útil a nadie aquí. Por favor, déjame morir.- gimió el piromante.
-Eso no lo decides tú, cachorro. Vas a vivir, te guste o no.- dijo la súcubo en tono firme. Y no hubo más discusión.
--
El primer día que se le permitió a Zmey salir de la cama, necesitó apoyo para caminar. Sus piernas estaban débiles, adormiladas, y a cada paso un desagradable hormigueo se apoderaba de sus pies. Tuvo que bajar dos pisos, o más bien bajó medio a pie y el resto en brazos de Lil' que no soportaba que fuese tan lento. La humillación de ser llevado en volandas por un crío al que le sacaba más de una cabeza solo avivó sus ganas de morir.
Lo metieron en una bañera de latón llena de agua perfumada. Había un par de barras de incienso y por el ventanuco entraba la luz del mediodía filtrada por una cortinilla de gasa. Nihil se arrodilló junto a la bañera, haciendo cuenco con las manos para coger agua y echársela al piromante por la cabeza. Zmey se encogió, abrazándose las rodillas. Le incomodaba estar desnudo en presencia de la súcubo. Giró la cabeza para alejarse de su mirada, topándose con la suya propia en su lugar. Había un enorme espejo de bordes desconchados apoyado en la pared. El piromante tardó en reconocerse, pues se había convertido en un espectro, con las mejillas hundidas y los ojos oscuros desquiciados en sus cuencas, emergiendo de unas profundas ojeras. Sus labios estaban agrietados y llenos de llagas a causa de la fiebre que le producían las pesadillas, y su cabello había crecido como una mata desordenada y muerta. Se tapó la cara con las manos, como si quisiera esconderse de su propio reflejo.
No se movió un centímetro a no ser que Nihil se lo pidiera para poder lavarle mejor. La esponja vegetal le raspaba la piel hasta que escocía, luego los aceites calmaban el ardor.
-Nihil.- logró vocalizar Zmey con voz ronca tras un largo rato.- ¿Por qué yo?
La hechicera pareció pensarse la respuesta. Dibujaba runas con una pasta rojiza en el cuello de Zmey. El pincel suave le hacía cosquillas.
-Los piromantes teneis un gran poder. Prefiero tenerlo yo antes que cualquier otro.
No sabía si estaba satisfecho o no con aquella respuesta, pero tendría que conformarse. Nihil le secó el pelo con un hechizo y lo envolvió con una toalla blanca y suave antes de mandalo de nuevo a su habitación.
Era él quien estaba gritando.
Lo primero que sintió al despertar fue su propia garganta desgarrándose. Luego fue consciente del sudor frío, de las legañas escociéndole en los ojos, del sabor a sangre en su boca. Sus pulmones volvían a estar llenos de aire limpio. Respiró agitadamente, mirando a su alrededor con ojos febriles. Aún no era capaz de percibir plenamente su entorno, veía que la oscuridad ya no lo rodeaba, pero la seguía sintiendo en sus venas. Cuando vio a la súcubo acercarse a él rompió a llorar, a pleno pulmón, como un niño desvalido. Estaba aterrado, y no comprendía por qué. Una horrible tristeza se había apoderado de él, y llorar era lo único de lo que era capaz en ese momento. Nihil lo rodeó con sus brazos y empezó a cantarle un hechizo de sueño. Su llanto se fue haciendo cada vez más débil, hasta que se apagó por completo... Y entonces llegaron las pesadillas.
--
-¿Por qué no me dejas morir?- le había preguntado por enésima vez esa mañana.
Zmey había despertado con el sol, negándose reiteradamente a que la hechicera lo pusiese a dormir de nuevo. Las pesadillas no le dejaban en paz, ni siquiera despierto, por lo que había pasado varias horas paseando la mirada de un rincón a otro de la habitación, buscando monstruos. Lo habían instalado en una cama roja, anormalmente mullida, atrapado bajo un edredón de plumas y sin más ropa encima que unos pantalones de algodón. Un ghoul lo alimentaba con cremas ligeras dos veces al día, y por la noche Nihil velaba su sueño, y le cantaba hasta que se dormía. Su voz era hermosa, pero tenía un deje frío y cruel, como si fuese plenamente consciente del dolor que sus nanas provocaban y disfrutase de ello.
-Porque eres mucho más útil para esta ciudad vivo que muerto.- había respondido la súcubo desde su silla.
A veces Nihil se sentaba a trabajar en la mesa junto a la cama de Zmey. Firmaba papiros, escribía en cuadernos de piel, hacía bocetos y anotaciones diminutas, a menudo susurrando palabras inconexas para sí misma. A veces simplemente pintaba.
-Yo no soy útil a nadie aquí. Por favor, déjame morir.- gimió el piromante.
-Eso no lo decides tú, cachorro. Vas a vivir, te guste o no.- dijo la súcubo en tono firme. Y no hubo más discusión.
--
El primer día que se le permitió a Zmey salir de la cama, necesitó apoyo para caminar. Sus piernas estaban débiles, adormiladas, y a cada paso un desagradable hormigueo se apoderaba de sus pies. Tuvo que bajar dos pisos, o más bien bajó medio a pie y el resto en brazos de Lil' que no soportaba que fuese tan lento. La humillación de ser llevado en volandas por un crío al que le sacaba más de una cabeza solo avivó sus ganas de morir.
Lo metieron en una bañera de latón llena de agua perfumada. Había un par de barras de incienso y por el ventanuco entraba la luz del mediodía filtrada por una cortinilla de gasa. Nihil se arrodilló junto a la bañera, haciendo cuenco con las manos para coger agua y echársela al piromante por la cabeza. Zmey se encogió, abrazándose las rodillas. Le incomodaba estar desnudo en presencia de la súcubo. Giró la cabeza para alejarse de su mirada, topándose con la suya propia en su lugar. Había un enorme espejo de bordes desconchados apoyado en la pared. El piromante tardó en reconocerse, pues se había convertido en un espectro, con las mejillas hundidas y los ojos oscuros desquiciados en sus cuencas, emergiendo de unas profundas ojeras. Sus labios estaban agrietados y llenos de llagas a causa de la fiebre que le producían las pesadillas, y su cabello había crecido como una mata desordenada y muerta. Se tapó la cara con las manos, como si quisiera esconderse de su propio reflejo.
No se movió un centímetro a no ser que Nihil se lo pidiera para poder lavarle mejor. La esponja vegetal le raspaba la piel hasta que escocía, luego los aceites calmaban el ardor.
-Nihil.- logró vocalizar Zmey con voz ronca tras un largo rato.- ¿Por qué yo?
La hechicera pareció pensarse la respuesta. Dibujaba runas con una pasta rojiza en el cuello de Zmey. El pincel suave le hacía cosquillas.
-Los piromantes teneis un gran poder. Prefiero tenerlo yo antes que cualquier otro.
No sabía si estaba satisfecho o no con aquella respuesta, pero tendría que conformarse. Nihil le secó el pelo con un hechizo y lo envolvió con una toalla blanca y suave antes de mandalo de nuevo a su habitación.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.