- InvitadoInvitado
Bienvenido de vuelta, piromante.
10/06/15, 03:57 am
- Zmey +18:
- Aquello era un premio, un sueño olvidado en el fondo de su mente de la época en la que aún se permitía sueños agradables. Nihil conocía bien esos deseos, y no había dudado en pagar por ellos, como corroboraba el tintineo de la bolsita que colgaba del cinturón del piromante. Aun así, él tenía sus propios medios de pago, una de las pocas posesiones personales que conservaba y de la que no podía esperar deshacerse.
El ojo de la puerta lo inspeccionó de arriba a abajo antes de abrirse. Al otro lado no le recibió el tengu como esperaba, sino el mismísimo dueño del burdel. Cain le dedicó una media sonrisa, mirándolo intensamente. Zmey se sintió un poco violento, quedándose clavado en el sitio, como si esperase alguna reprimenda o reproche del invocador.
-Había oído rumores, pero quería verlo con mis propios ojos- dijo con su habitual voz aterciopelada- Bienvenido de nuevo, piromante. ¿Qué va a ser?
No necesitó intercambiar muchas más palabras con Cain, en un instante estaba siguiendo a Sobras por los pasillos del burdel. Había rechazado el baño caliente y había intentado estar en el salón central solo el tiempo necesario para cruzarlo. No quería que nadie lo reconociera. Sus botas hacían crujir la macera del suelo, un sonido desagradable que le ponía nervioso, casi le tentaba levitar. Tuvieron que subir dos pisos, pero cuando llegaron al fin el piromante suspiró aliviado con disimulo. Le sudaban las manos y trataba por todos los medios poner cara de poker, que no se notase su nerviosismo. A juzgar por la cara que le puso Ariven cuando lo recibió apoyada en el marco de la puerta no se le estaba dando muy bien.
-Buenas noches, señor.- saludó como indicaba el protocolo, pero con la burla y la diversión brillando en los ojos.
-Hola.- saludó Zmey tratando de no atragantarse con sus propias palabras.
Sobras se marchó, y Ariven le dió paso a su dormitorio con un gesto, girando sobre sí misma para entrar. La puerta se cerró tras ellos. La habitación estaba decorada todo en tonos oscuros, candelabros de hierro, pirograbados en las paredes y una chimenea decorativa en el centro. Era fuego mágico que no desprendía ningún calor y cambia de color a una orden del convocador. Zmey fijó la vista en las llamas danzantes. El fuego siempre le relajaba.
-¿Tienes algo para mi?- susurró Ariven a su oido, pasando los brazos sobre sus hombros. El piromante rozó su suave piel con la punta de los dedos y ladeó un poco la cabeza para aspirar su aroma. Olía a cenizas, a madera quemada y a flores secas.
-Es posible- respondió él, más relajado.
Se vio empujado a la cama, estallando en una carcajada mientras buscaba el paquete entre sus ropas. En cuanto lo tuvo en sus manos, la nublina extendió el collar y danzó hasta su tocador, admirando como le quedaba.
-No está mal... ¿Qué tal me queda?- se levantó el pelo en una suerte de recogido con ambas manos para que su joven cliente pudiese verle el cuello en todo su esplendor, ahora adornado por las piedras.
-Perfecto- susurró Zmey, echándose hacia atrás sobre el colchón.
Ariven sonrió. Sus manos le subieron por la nuca, liberandose la melena. Volvieron a bajar lentamente, acariciando su nuevo adorno, el pecho, el vientre, las caderas. Ante la presión de sus dedos, la seda casi traslúcida de su vestido se adheria a la piel, añadiendo nuevas líneas a sus contornos. El demonio de fuego empezó a contonearse en un baile hipnótico, al ritmo de una música que solo podía oir en su cabeza, pero cuya melodía contagiaba con su sola presencia. Avanzó hacia Zmey, que en ese momento contenía el aliento, tenso y quieto como una estatua. Cuando llegó a su altura, posó ambas manos sobre los hombros del piromante, las piernas a sendos lados de su regazo. Sus movimientos eran fluidos, y el más joven se estremecía con cada uno, devorándola con los ojos.
Una boca hambrienta se le aproximó, y el chicó sintió su aliento cálido en el oido.
-Ni la más poderosa de tus llamas podrá hacerte sentir más vivo de lo que te voy a hacer sentir yo, cachorro.- jadeó. Zmey sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies.- Conozco tus deseos, sé por qué me has elegido a mi, y acepto tu desafío.
Empujó al chico dejándolo boca arriba sobre la cama. Invocó llamas sobre sus dedos, llamas que redujeron la fina seda que le cubría el cuerpo a nada. Prendió al piromante, y pronto el fuego los envolvió a ambos, extendiéndose por los pétalos de rosa que alguien había extendido sobre las sábanas. Sus labios se encontraron en un beso apasionado, las manos temblorosas de Zmey abrazaron el cuerpo de Ariven, primero inseguras y luego ansiosas. La hizo girar, quedando él encima, con una sonrisa traviesa, algo infantil, en los labios, luchando con los cierres de su camisa. El demonio seguía retorciéndose bajo él, desafiándole con la mirada, sonriendo con picardía.
-Ven a mi, cachorro. -ronroneó.
Antes de que pudiese terminar de desnudarse por completo, ella tomó el control de nuevo. Dos besos rápidos, y sus ojos se pasearon por el cuerpo torneado pero aún tierno de su cliente. Demasiadas cicatrices, demasiadas marcas para su corta edad, pero a ella qué más le daba. Aquella ciudad te hacía crecer rápido, ambos lo sabían. El miembro del piromante abultaba bajo el cuero de sus pantalones, demandando atención. Cuando fue a bajar su boca, dejando un rastro de besos por el vientre de Zmey, este la detuvo, haciendola subir con cuerta brusquedad, rozandole la oreja con los labios.
-No, por favor, no dejes de besarme, en ningún momento. No dejes de abrazarme, no quiero que te separes de mí- se le quebró la voz a mitad de frase. Casi parecía estar suplicando.
Ariven obedeció. En ningún momento dejó de besar al piromante, apenas permitió que sus cuerpos dejasen de rozarse. El sudor se evaporaba a causa de las llamas que les rodeaban, la música con la que bailaban se hizo audible en forma de gemidos y jadeos. Zmey compensaba su inexperiencia con fogosidad. Sus movimientos era impetuosos, violentos, pero una palabra de Ariven era suficiente para desarmarlo y que se deshiciera en caricias y besos, para que olvidase toda la rabia que lo hacía funcionar y se dejase llevar por las atenciones de la nublina. Sus lágrimas también se evaporaron al contacto de su propia piel.
El fuego los nutría. Volvieron una y otra vez a buscar el cuerpo del otro, a veces sin dejar que el pulso se normalizase entre orgasmo y orgasmo. Zmey absorbía el anillo de fuego que los rodeaba casi hasta las brasas para recuperar energías. Tenía a Ariven toda la noche para él, y pensaba aprovechar hasta el último segundo.
Llegado el momento, insistió en recurrir a la magia para poder continuar, pero el demonio le detuvo. Charlaron. De nada en particular, para hacer pasar las escasas horas que les separaban del amanecer. Ariven abrazando a Zmey en todo momento como había prometido. El cachorro no llegó a ver salir el sol, se quedó dormido sobre el pecho de la prostituta, mientras ella le acariciaba el pelo, y le dejaron dormir hasta bien entrado el mediodía.
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