Calles

El kairós asintió ante la pregunta, pero no volvió a hacer ninguna otra cosa aparte de parpadear rítmicamente mientras el demonio raigaurum exponía su razonamiento.
—Lo cierto es que tenía la intención de esperar alrededor de dos días antes de acercarme a los refugios, pero tienes razón en que podríamos prestarles algunos utensilios de serles muy necesarios, en caso de que rechacen ayuda directa. Iré —confirmó—. Será una visita breve, no obstante: no dispongo de personal en la clínica actualmente y cabe la posibilidad de que tenga clientes tras la noche de la salida de la Luna Roja.
No creía necesario explicar por qué. En cualquier caso, Archime también pretendía ayudar a los nuevos irrenses que sobreviviesen a la criba, además no había mejores clientes potenciales que aquellos, porque en la mayoría de casos necesitarían mantenimiento de implantes regular.

El raigaurum asintió cuando Archi dijo que la visita sería breve. Hacía suficiente si iba él en persona, ya que aunque Kin había tratado de ampliar por su cuenta los conocimientos sobre mantenimiento y reparación, la criba podía dejar los implantes demasiado estropeados.
—Entiendo por qué querías esperar, pero supongo que dos días tampoco son suficientes para acostumbrarse a que la ciudad no te ignore. —Se rascó la cabeza, denotando cierta preocupación—. No me hace ninguna gracia, joder. Me parece hipócrita aparecer de repente con ayuda. ¿Crees que podríamos convencer al consejo de que les deje aceite en las cestas de vez en cuando, o herramientas básicas en el torreón? Lo he pensado muchas veces, pero lo más probable es que les importe una mierda tener cosechados mancos.

—No puedo decir que sepa la respuesta a esa pregunta con seguridad, pero si tenemos en cuenta los datos que conocemos acerca del modus operandi del Consejo para con los cosechados… La probabilidad de que se nieguen es bastante alta. Es posible que no encaje con su dogma acerca de la dureza de las cribas. No obstante, si en alguna ocasión quieres solicitar una audiencia no me importa acompañarte, quizás pudiera tratar de convencerles—. El kairós hizo una pausa y se llevó una mano al bolsillo de su bata, acordándose súbitamente de algo—. Es el único terminado, pero te entrego el primero y de este modo podrás avisarme cuando los nuevos irrenses lleguen, si es el caso de que ha sobrevivido alguno. Esta noche terminaré el segundo.
El kairós entregó a Kin uno de los comunicadores cuyos planos habían pedido a los mercenarios de la Brecha.

—Sinceramente, dudo que intente hablar con ellos nunca. Acabaría antes dejando botellas de aceite cerca de sus refugios yo mismo fingiendo que las he perdido —soltó con un bufido. Por desgracia, para saber dónde había irrenses tendría que espiar a los cosechados, y era algo que hasta entonces siempre había tratado de evitar.

El kairós sacó entonces algo de su bolsillo y se lo entregó. Al principio no supo qué era, ya que nunca había llegado a ver los planos, pero cayó en la cuenta casi a la vez que Archi comenzó a explicarlo.
—No deben de ser fáciles de hacer —comentó mientras lo sopesaba entre las manos. A juzgar por el tiempo que le había llevado no podía ser de otro modo—. Bien, pues mañana veremos si funcionan como deberían.

Tras guardárselo en el bolsillo miró al cielo y recordó otra cosa que quería decirle al kairós.
—¿Sabes qué está pasando con eso? —Señaló a la ballena que flotaba en la lejanía. Se dirigía claramente a la costa—. No sé si acercarme a mirar.
Un rayo cayó a lo lejos; la tormenta llevaba tiempo formándose, e iba a empezar a arreciar. El raigaurum se resignó a lo que seguramente acabaría pasando tarde o temprano.

El ingeniero no comentó nada acerca de lo que había dicho Kin sobre dejar aceite fingiendo haberla perdido: posiblemente se tratase de una broma, ya que sabía que el demonio raigaurum no carecía de sentido de la lógica y ya había aprendido que aquella clase de comentarios a menudo no eran en serio.
—Son complejos, aunque ya puedo trabajar en ellos mucho más rápido tras haber acabado el primero —respondió a la apreciación acerca de los comunicadores—. Diría que se trata de una de las creaciones de Giz —le informó cuando preguntó acerca de la ballena voladora—. Lo vi subido en ella desde la distancia, mediante la niebla mágica. Yo también siento curiosidad por el cetáceo. —El sonido de los truenos le hizo darse cuenta de que posiblemente el otro irrense estuviese preocupado por lo inevitable—. Si te alcanza un rayo puedo ayudarte.
Tras el ofrecimiento, siguió al demonio raigaurum en dirección a la costa.

Sigue en los acantilados.

El grupo se encaminó hacia uno de los lugares que les había indicado la voz en su cabeza la noche anterior, ya que de algún modo sabían llegar instintivamente y sus pasos eran decididos a lo largo de las calles de la ciudad que, de pronto, ya no parecían tan peligrosas como hacía tan solo un par de días. Ahora eran fuertes y se habían convertido en esos dioses de los que hablaba Zobriel, aunque no fuese la palabra que Adrune hubiese preferido usar para describirse. Ella solo quería ser una Capitana digna.

—¿Qué…?
La edeel se detuvo de pronto al posar su vista sobre una enorme estatua que llamaba poderosamente la atención. No obstante, no se fijó en qué representaba la escultura, porque eso era lo de menos: lo que de verdad había captado su interés era el cuerpo empalado en el arma de la estatua. Una figura que no tardó en reconocer, tras asegurarse de que no era su mente la que le estaba jugando una mala pasada.
>>Es él… Está muerto…
La obviedad salió de sus labios mientras mantenía la mirada fija en el hombre escorpión que había matado a Drake y a Ain. Su mente se encontraba en otro lugar, rodeada de fuego, con un brazo roto, rodeada de varios de sus amigos heridos. El crepitar de las llamas volvió a resonar con fuerza en su cabeza durante unos instantes que le resultaron eternos. La sinhadre apretó los puños con fuerza y rechinó los dientes antes de obligarse a apartar la mirada, desviándola hacia algún punto aleatorio frente a sí. No fue capaz de decir nada más, pero tampoco de reemprender la marcha de inmediato.

Poco después, una vez tranquilizaron y convencieron a Eitne y tal y como la voz en el cielo les había dicho, abandonaron el torreón. Neil no se llevó mucho. Además de la gente, no había nada en aquel torreón que quisiera llevarse consigo que no hubiera traído él mismo de Sinhdro. Bueno, la gente y las velas. No sabía exactamente qué le había dado con las velas, pero le gustaba mantenerlas a su lado y jugar con la cera. Había llenado todos los huecos de su ropa de velas hasta dejar las costuras en su límite pero aún así no había podido llevárselas todas y había sido triste tener que dejarlas.

O, al menos, eso había pensado hasta que se percató de que estas le estaban siguiendo, ya fuera en forma de vela como en otras formas. Neil caminaba el primero del grupo mirando extrañado los ríos de cera que le seguían. ¿Acaso su magia se había vuelto tan poderosa que solo con desear algo como aquello lo conseguía? Confuso y divertido, comenzó a corretear, caminar lentamente y saltar de distintos modos con la intención de comprobar si efectivamente la cera imitaba sus movimientos y le seguía sin pausa.

Entretenido con la situación, no se percató de que se había adelantado bastante al grupo y al girar la siguiente esquina de forma distraída, se topó de frente con una chica cuyos ojos eran espejos, quien soltó un agudo chillido. Al momento, Neil, sobresaltado por el chillido, gritó de igual manera, sin percatarse siquiera de la compañía de la chica.

Sinceridad había despertado antes que ella, de forma que bajó a la cocina a hacerle compañía en un último desayuno en lo que, durante un tiempo, había sido su hogar.

Mónica acarició la encimera, recordando la vez en la que se habían sentado allí y bromeado sobre sándwiches. Recordó los buenos y los malos momentos, pero cuando salieron por la puerta, solo lamentó una cosa: no dejar nada que marcara que Lebra había vivido allí. Pero tal vez fuera mejor, porque eso también marcaría que había fallecido allí… y a la humana le gustaba pensar que ahora era libre en el mar y que nunca desaparecería del todo.

Se lo comentó a la roquense y a Lorenzo mientras comenzaban a caminar y, aunque se le llenaron los ojos de lágrimas al ver desaparecer en la lejanía el faro, trató de mantener la compostura distrayéndose: sacó un espejo de su (ahora pesado y repiqueteante) bolsito y se puso a mirar la forma en que reflejaba todo y admirarse a sí misma y a sus estupendos y maravillosos ojos nuevos en él.

Tan bien le salió el plan que acabó por realmente no fijarse por dónde estaban andando y se alejó ligeramente de su grupo. Distraída, girando el espejito para captar la luz, se acercó a una bocacalle sin mirar y, de pronto, se chocó con un niño bajito que salía de la misma. Del susto, Mon soltó el espejo y pegó un grito… que el pequeño imitó. Casi un segundo después, una niña con hociquillo y cuernos apareció, por lo que parecía, preocupada, al lado del chillón, lo que volvió a sobresaltar a Mónica y le hizo volver a dar un grito, corto y agudo. Un grito del que avergonzarse, de hecho, por lo que mientras se agachaba para recuperar el fragmento de cristal (que no se había roto porque había caído sobre un charco de cera que había salido de vete tú a saber dónde) a la chica se le colorearon las mejillas y sintió calor en la cara.

Al levantar la vista y ver que los que se acercaban por la calle perpendicular eran parte un grupo («Eso… ¿eso es un oso? ¿Qué coño hace un oso aquí? ¡Un oso!»), la humana sintió algo de miedo y retrocedió hacia el suyo, buscando apoyo en sus conocidos. Luego, aún avergonzada, semisusurró hacia Sinceridad con tono de acusación:
—¡Me ha asustado! ¡Me ha hecho tirar mi espejito!

La despedida no habría sido tan fácil si no hubieran tenido la indicación de salir de allí cuanto antes. Desayunó con sus amigos, recogieron aquello, y cada cual se despidió a su manera. A Sinceridad le habría gustado volar por encima del faro una vez más, pero se tuvo que conformar con subir a lo alto de la linterna unos minutos.

También coincidía con Mónica en desear que Lebra fuera libre. Pero no en aquel mar infestado de monstruos sino en alguna otra parte, como en el aire. Pero no como el fantasma que se le apareció hacía ya tanto tiempo en esos mismos acantilados, porque una existencia sin cuerpo no parecía una alternativa reconfortante. Daba igual, nunca lo sabrían, pero al menos traía cierto consuelo creer que estaría libre en alguna parte.

No como ellos. Iban hacia uno de los refugios. Calles conocidas, calle poco conocidas... La roquense iba desquiciada, dicho en plata, por no poder proteger a sus amigos como habría podido si dominase sus ojos. Había tenido que salir envuelta en la manta, pero le pesaba con la lluvia. Andaba torpe con las armas en el cinto, miraba a todas partes con su mano asomando por un hueco de la tela, y añoraba poder volar. Y para colmo, tenían que ir pendientes de Lorenzo, como si no tuviera suficiente con ella misma y sus mareos.

Pero no podía vigilarlo todo. Podría, en un futuro, y desde el aire sería asombroso si conseguía apañarse con sus ojos entre las nubes. Soñaba con ello sin necesidad de cerrar los ojos.

Pero no todavía. No les vio venir, solo escuchó un chillido seguido de otro. Mónica había salido de su visión y para cuando consiguió girarse en su dirección, esta reculaba hacia atrás.
—¡Mó...!

No acabó el grito, o al menos no acabó el nombre sino que lo convirtió en un "¡AH!" de pura sorpresa por el grupo que se les acercaba. Sacó la otra mano para observarlos mejor antes de que llegasen más cerca. Les examinó, sobrecogida por las diferencias del grupo, mientras se dirigía a ellos. Menuda pose defensiva la suya, un bulto de mantas con cabeza y brazos asomando. Su cresta debería haberse alzado, pero estaba pegada con el agua.
—¿Quiénes sois?

Había de todo, pero no se paró a admirar sus rasgos pues solo buscaba indicios de peligro o amenaza. Se los habría acabado inventando con su propia paranoia si no hubiera reparado en alguien. <<¡¡¡No puede ser!!!>> Por instinto, abrió todos sus ojos, visibles y tapados, y sintió un ligero vahído a causa de ello. Agarró a Mónica del brazo, asustada y mareada a la vez, y señaló a una chica del grupo con la otra mano.
—¡Mira! ¡Es la chica de mi sueño! ¡La chica de mi sueño!

Ese no era su día, igual que la noche anterior no fue su noche. A pesar de que logro restablecerse de su pesadilla gracias a que Zobriel había dormido con ella, y por tanto tuvo la seguridad total de que no fue abandonada ni tampoco seguía en aquella cosa siendo devorada, el estremecimiento en el cuerpo no la abandono.

Ver la crisálida allí rota en medio de la sala cuando ya tuvo todo recogido para marcharse le provoco cierta incomodidad en ele estomago al revivir el sueño de aquella noche. La mona del queso se sentía frustrada y agotada y eso no mejoro al notar el ajetreo general del torreón que se preparaba para salir. Eso y que seguía lloviendo afuera, solo le hizo querer hacer algo lo, que fuera, no volver a la crisalida, ya no tras esa pesadillas, pero si algo para parar ese tormento.

No se separo de Zobriel durante aquellos instantes, pues se sentía desprotegida y frágil y al menos el nublino tenia sus ojos para dejar K.O a la gente sin mas lo cual daba una cierta calma mental. Eso y que este podía ayudarle a cubrirse las antenas con una manta, que le ayudo a  llevar sobre su cabeza para cubrirse de la lluvia. Esta vez Pam, pese a lo que le iba a costar decidido ir andando, aferrada con una de sus manos a la camiseta de Zobriel, al tiempo que hacia función de sus ojos, pues este no se sentía aun seguro de no mirar afrente en caso de afectar sin querer a sus compañeros.

Y con eso la salida inicio. Pam se vio en la amarga decisión de tener abandonar su cuchillo pela papas, así como su tirachinas  y munición, lo que incrementaba por diez su inseguridad. Fue incapaz de hacer lo mismo con aquellas hojas que tanto le costo obtener y traducir y que mantuvo consigo dentro de su delental.

Y así, con los pies empezando lentamente a mojarse, al ritmo de los pasos de Zobriel  y no muy lejos de Rena por si al final terminaba teniendo que subirse sobre ella, fue avanzando por la ciudad intentando mantenerse enfocada, pues aunque aquella manta que usaba le cubría la antenas del contacto directo de las finas gotas, no por eso la protegía totalmente de todo lo demás. Por suerte aquella mañana nos e atrevió a desayunar, prefiriendo tener el estomago vació ara no acabar vomitando apenas llegasen al dichosos refugio que esperaba no quedase lejos.  <<Espero que no quede mucho y que haya en ese sitio alguna forma de hacer algo con estas estúpidas antenas hiper sensibles >> pensó Pam entre mareada y fastidiada, por es que de verdad, se sentía cual animalito recién nacido.

Fue cuando lo vieron y no lo habría hecho gracia a su confusión, sino fuese porque Zobriel se lo señalo. La expresión de Pam no varió, debería estar horrorizada o incluso feliz de ver que ese había acabado el asesino de Drake y Ain, pero lo que le embargo fue un sentimiento de frustración mezclado con algo de alivio. <<Se merecía esto y mas...pero saber que nunca tendremos la oportunidad de devolverle el daño que nos hizo me cabrea >> pensó Pam mordiéndose el labio inferior. ¿Habrían podido con el? probablemente al principio no, pero  saber que nunca tendría la oportunidad de vengarse de lo que les hizo le ponía de humor. Estaba muerto si, y eso le aprecia mas que perfecto, peor dejaba un cierto regusto amargo saber que no no murió en manos de algunos de ellos. Eso si que habría sido un resultado mas que satisfactorio. Pensar que esa cosa alguna vez fue un niño como ellos le quemaba, ¿llegarían a ser alguno de ellos así? ¿matando a otros críos por puro gusto? Sacudió la cabeza y aunque aquello la mareo enormemente, al menos despejo un poco los turbios pensamientos. <<Seguiremos siendo nosotros, pase lo que pase >> pensó la niña, apartando la vista de escorpión que no merecía mas de sus pensamientos y miradas.Tenia otras cosas mas importantes en las que pensar.

Fue justo ahí cuando un grito se escucho y Pam levanto al cabeza tan de golpe que todo el mundo dio vueltas por un segundo, gruñendo entre dientes cuando logro enfocarse y ver que había alcanzando a Neil y Adru...y otra chica que no conocía de nada. La mona del queso no pudo evitar observar confundida la chica <<Luce hecha polvo...¿es como nosotros? >> pensó pues le quedaba claro que había mas gente en otro puntos de la ciudad, habían conocido al fin de cuentas a los secundarios que seguramente también encontrarían en algún punto y Eorlir e Inna venían también de otro grupo. <<¿Serán ellos?>> pensó Pam  tan concentrada en analizar a la chica que hasta por un instante logró olvidarse del mareo.

Pero aquella chica no tuvo su atención demasiado tiempo, no otro...algo mas lo hizo, dos algo mas lo hicieron mas bien. Un hombre, pues imaginaba era hombre por la barba que acaba siendo un cuadrúpedo de cintura para abajo. <<¿Eh?>> la mente de Pam intentaba procesar aquella imagen sin saber muy bien que decir al respecto. ¿Un persona que obtuvo un cuerpo de cuadrúpedo de cintura para abajo o un cuadrúpedo que obtuvo la mitad de un cuerpo de persona de cuello para arriba? <<...Parecer un cortar y pegar parte de dos criaturas independientes...>> pensó Pam con la confusión aun tan fuerte en ella que ni cuenta d ella lluvia se estaba dando ya.

Y por sino fuera poco para terminar el cuadro, pues la única normal era la chica, estaba la otra. Pam no podía estar segura cuanto delo que veía era cosa de la luna y cuanto era el cosechado original, fuesen esa gente recién transformados como ellos o no. Pues la visión de dos patas de ave por debajo de la manta, largos dedos finalizando unos largos brazos y una cabeza redondeada con una especie de pico, con protuberancias por todas partes que parecían ser ojos, era la imagen mas perturbadora que había visto en su vida. Todos esos ojos le hizo recordar a la araña de sus pesadillas y Pam miro al ¿ave? O lo que fuera con cierta aprehensión. << No, calmate, calma, es un pájaro no una araña, un pajaro con manos...¿¡pero que demonios!? Es algo, no se que es, pero esa chica parece confiar en el de algún mods. Y espera...¿que dice?>>  la mona del queso frunció ceño cuando vio al pájaro apuntar con sus largos dedos a su compañera, viendo que este apuntaba directamente a Nime y decía algo sin sentido.

Ceñuda, se adelanto un poco, tirando eso si de Zobriel que era quien medio al protegía de la lluvia con la manta, en tensión. No es como si pudieran hacer anda en su estado actual, pero verle apuntar a Nime le incomodó y le hizo ponerse un poco a la defensiva. Mas cuando decía algo de conocerle de un sueño. <<Diciendo cosas extrañas sobre esto igual que Erevelyn>>no sabia que pensar realmente, en principio mucha confianza no le despertaban. Pero eso se explicaba con facildiad. Nadie le despertaba a confianza de primeras.y menos ahora que no tenía como defenderse por si misma.

-¿Quienes sois?- pregunto Pam haciendose oír intentando no sonar hostil pero sin despejar sus ojos de los recién llegados que aprecian solo saber comunicarse a gritos.

Neil volvió a gritar cuando la chica lo hizo de nuevo. Él había sentido la presencia de Adru reaccionando a su grito y acercándose, pero no esperaba que eso hiciera gritar de nuevo a la chica. Lo que sí había visto fue el espejito caer a un charco de su cera solidificada y, por unos segundos, se vió a sí mismo gritando en el reflejo. A pesar de lo mucho que le confundió no pudo pensar demasiado en ello ya que reaccionó al instante a la acusación de la chica jadeando indignado.

- ¿Qué? ¡No! Ella gritó primero- se defendió mirando al pájaro con ojos en las manos, ignorando este hecho por el momento, mitad por el bien de su salud mental, mitad porque todavía se sentía indignado y avergonzado por los gritos de hace un momento y se sentía en la necesidad de defender su punto-. ¡Ella gritó primero!- exclamó de nuevo esta vez en dirección a su edeel.

Rena seguía teniendo el llanto desconsolado de Eitne en los oídos a pesar de que el niño hacía rato que se había callado. Por alguna razón se había destransformado, pero ella no. Fue como una confirmación de que iba a quedarse en esa forma bestial para siempre y le dieron ganas de llorar.

Mientras el resto del grupo recogía la osa se dedicó rebuscar en los arcones con el hocico, buscando sus pertenencias. Se dio cuenta de que no las podía cargar; ni las figuras de rol, ni su mono, ni sus vaqueros ni sus botas de trabajo… tendría que dejarlo todo allí. Lo único que se llevó fue su implante, que salvo por la parte por la que había sido arrancado estaba en perfectas condiciones. Intentó servirle a Eitne de apoyo cuando bajaron las escaleras, siendo más un estorbo que otra cosa pues en realidad ambos estaban igual de cojos. No se giró a despedirse del torreón.

El camino hacia la Sede estuvo lleno de sentimientos contradictorios. Tenía miedo y dudas, y desconfianza por el mensaje que les había llegado la noche anterior. Si era un mensaje oficial, ¿significaba que realmente iban a aprender algo? ¿Se les iba a dar lo que les habían prometido cuando se los llevaron? ¿Y por qué habían tenido que morir tantos para conseguirlo? Una visión macabra interrumpió sus pensamientos: El hombre escorpión. No supo que sentir al respecto, puede que fuera un regalo de la ciudad o puede que una extraña forma de justicia. Todo allí funcionaba con muerte y dolor, tenía sentido que así impartieran sus castigos << Pero podrían haberlo detenido>> pensó con amargura. Que estuviera muerto no servía de nada cuando el daño que les había hecho era irreparable.

De pronto, Neil gritó. El chico se había alejado del grupo e iba unos pasos en cabeza. ¿Se habría encontrado con algún monstruo? Rena cargó hacia el callejón por el que había girado el niño, con el corazón en la garganta y su brazo aún en la boca. Adru la adelantó con facilidad. Cuando los alcanzó se encontró con un grupo de desconocidos, también bestias como ellos que aún olían a sangre y lágrimas. Los miró con desconfianza y se puso delante de los sinhadres en actitud protectora. No podía hablar ni hacer preguntas, solo lanzar gruñidos de advertencia.

Aquella noche de repente parecía cualquier otra, una vez todo hubo pasado y se metieron en cama. Pero las cosas eran tan diferentes que Nime no podía conciliar el sueño ni estando agotada. Los cristales le resultaron molestos para tumbarse y se puso bocaabajo, pero aun así algunas aristas se enganchaban en las sábanas. Aquellas sensaciones nuevas no la ayudaban a conseguir dormir. Sin embargo lo logró, pasado un tiempo, y tuvo sueños vívidos y agridulces toda la noche.

Al día siguiente Nime hizo una rápida selección de los bichos menos comunes de su colección y empaquetó sus cosas en una chaqueta, llevándose también el conjunto con el que había llegado a la ciudad para echarlo a la lava como había prometido. Se sentía extraño dejar atrás aquel torreón sin saber bien lo que les esperaba, pero ya se había hecho a la idea la noche anterior.

Decidió permanecer cerca de Eitne para la caminata, apenada por cómo le había afectado volver a la normalidad. Cuando se alejaron del torreón no pudo evitar volver la vista atrás varias veces. ¿Sería mejor el lugar al que se dirigían?

Tuvieron que detenerse dos veces durante el camino. La primera fue un encuentro desagradable con un cadáver. Uno al que Nime no conocía de nada pero pudo identificar por la cola de la que había oído hablar, entre otros rasgos, sumado al reconocimiento por parte del resto del grupo. El miedo y el asco por toparse aquello en medio de la calle no desaparecieron por saber quién era el muerto, pero sin duda era menos grave que si se tratase de alguien inocente. Y aunque Ain y Drake no estarían menos muertos, aquel monstruo ya no podría matar a nadie más.

El segundo encuentro no fue menos desconcertante pero sí menos desagradable. Se toparon con otros transformados a los que no habían visto nunca antes. Nime se preguntó si serían otros del grupo de Erevelin, o del que se habían perdido los sinhadres que iban a la cola de la comitiva, pero antes de que pudiese preguntar cuando Neil y aquella chica dejaron de gritar, un bulto de mantas con ojos en las manos la empezó a señalar. Nime se señaló a sí misma con desconcierto.
—¿Eh? ¿Yo?

Una vez Eitne estuvo más tranquilo se puso a recoger sus cosas con cuidado, su colección de juguetes había crecido desde que llego aquí. Cuando se dieron cuenta que fuera pasaba algo, más pendicularias salieron de entre las sombras y rincones, y con aspecto de entusiasmo se acercaron a Guille.

-¿Que queréis?- dijo con el cejó fruncido- estoy recogiendo las cosas que me tengo que llevar a nuestra nueva casa.

Poco más les faltó a las Pendicularias para darse por aludidas, si tuvieran piernas las habrían visto correr a lo loco para ayudar a Guille, aunque empezaron a quitarle de entre las manos los juguetes que ya había recogido y tres se tiraron de Lechuga para decidir quien lo llevaría. Las que no habian tenido la suerte de pillar o esta peleando por algun juguete empezaron a coger muebles y objetos de torreón.

-Nooooooo!!! Me van a regañar!! Parar parar!!- dijo corriendo detras de ellas y salvando a Lechuga en el momento justo para que sus costuras no cedieran- si queréis llevar cosas cada una una y os las dos yo, pero tener mucho cuidado y no podeis coger nada del torreón que no diga, entendido?- regañandolas como su fueran unos cachorros revoltosos, acabo de recoger, y dio un juguete a cada una, Guille se quedo con Lechuga, y se vistió quizás con mas capas de ropa de las que deba, pero últimamente el tiempo estaba loco no sabia lo que podia pasar y asi estaba mas cómodo.

Las que consiguieron objeto que llevar iban contentas y orgullosas detrás de Guillermo cuando salieron del torreón. Guillermo iba con un poco de vergüenza por todo el protagonismo que despertaría si le veia mas gente. Miro por ultima vez el torreón "gracias por protegernos todo este tiempo" pensó agradeciendo a Letargo antes de que comenzaran a dirigirse a su nuevo

-No se que hacer con ellas no me dejan en paz- dijo en bajito a Eitne y Nime mientras echaba miradas a las Pendicularias que le seguían, e intentando sacar conversación en el camino.

Cuando vio llegar al grupo de gente desconocida de acerco a Mine y Eitne pensando en protegerse entre los tres. Pronto pudo ver como un centaura, un monstruo tapado con ojos en las manos (que juraría que vio en alguna película) y una chica humana, que comenzó a compartir gritos con Neil. Guillermo no paro de darle vueltas donde había visto a esa chica. Dejando hablar a la gente mientras le daba vueltas, lo tenia en la punta de la lengua.

-Aaaaa!!! Eres Lapis!! Lapislazuli!! Te he reconocido por los ojos- dijo mientras se acercaba corriendo hacia Mónica. Sin ningún tipo de preocupación, mientras las manos se llevaban las manos a la cabeza por su despreocupación, claro esta si tuvieran cabeza

Eitne caminaba distraído, buscando con mirada triste cualquier peligro que pudiera acecharles. Ayer se sintió invencible a la carrera, hoy, necesitado de muletas, solo vulnerable. Sentía que en cualquier momento podía salir de entre las sombras un nuevo lagarto sierrapiernas, al fin y al cabo, era la primera vez que salía de Letargo como cojo. No habló apenas por sí mismo, no dejaba de pensar en qué haría falta para volver a ser un felino de humo (si es que había alguna forma), pero sí que respondió a Guille.

—No sé… —las manos le seguían como las vhadkhitas a la yaya—. Parece que sean tu rebaño —rio levemente—. ¿A lo mejor tienes que domesticarlas?

Cuando se toparon con tres ciudadanos, lo primero que hizo fue sobresaltarse e impulsarse con las muletas detrás de los más adultos. Pasado el susto inicial, se dedicó a obsevarlos en silencio desde una distancia prudencial. El chico equino era muy difícil de mirar, Eitne le apartó enseguida la mirada y se sintió culpable. Siguió con sus compañeros, pasando primero por una figura cubierta de ropa y con ojos en las manos. El escalofrío que le dio le hizo pasar a la tercera persona del grupo, cuyos ojos espejados le llamaron poderosamente la atención. No tenía un cuerpo tan extraño como el equino, ni transmitía un misterio como la de los ojos, pero había algo en sus ojos de espejo que la convertía en la más difícil de mirar. Eitne ya tenía suficiente con ser un niño cojo, no quería verlo de manera externa.

Acabó por bajar la mirada y saludó algo cohibido, después de ver que Guille reconocía a la chica.

—Hola… —su voz con cascabeles sonó directamente como un susurro en los oídos de los tres desconocidos.