Calles

No se notaba tanto dentro del torreón, pero Rocavarancolia estaba cambiando. Pequeños brotes asomaban entre los huecos del adoquinado viejo y las enredaderas se apoderaban con avidez de muros derruidos e invadían ventanas rotas. Sox no había prestado atención al patrón, y ahora no estaba seguro de si se debía a que estaban saliendo de la ciudad o si era solamente uno más de los cambios más recientes.
—¿Creéis que habrá un bosque al otro lado? —inquirió dubitativo. No tenía ninguna experiencia en la naturaleza—. Cada vez hay más verde.

Era curioso como se había acostumbrado a todo eso, ya nunca le picaban las correas e incluso sentía como si le faltara algo cada vez que se quitaba la armadura. Patear grandes distancias no era precisamente una novedad.

-No es por ser pesimista pero viendo lo que hay por la ciudad no quiero pensar en lo que habría dentro de un bosque.

Pensó en todas aquellas plantas creciendo por la ciudad.

-Normalmente diría "No, no ha llovido en meses, no debería ser capaz de crecer tanto verde sin agua" pero las plantas de aquí se están volviendo más saludables cada día. Quizás se alimenten de la energía de la Luna. -Dijo encogiendo los hombros. -Y todas las historias que he escuchado han sido o en la ciudad o en otros mundos, no en otras partes de este.

Barael estaba algo animado, siempre se le notaba un poco más vivo cuando salía del torreón.

Tuvieron que ponerse en marcha temprano para cruzar aquellas montañas que les separaban de lo que fuera que había más allá de Rocavarancolia. Demasiado temprano para que Rádar terminara de digerir la pesadilla de aquella noche, que todavía no le había permitido probar bocado. Se había llevado algo de pan para el hambre que con toda probabilidad le entraría por el camino, pero por el momento no había tenido que tocarlo.

Rocavarancolia reverdecía, sin convertirse en los vergeles que eran el cementerio y los Jardines de la Memoria, pero aquello era, sin duda, todo un cambio con respecto a lo anterior. La ciudad empezaba a romper su insípida monotonía estética, y aquello habría agradado al carabés si no fuera por un cúmulo de factores. No quería más señales de la cercanía de la dichosa Luna Roja, No le agradaba desconocer la a respuesta a "¿cuántas de estas plantas serán mortales? ¿Cuántas serán mortales de dos o más formas simultáneas?". Y, por encima de todo, le irritaba lo indecible cualquier cosa rocavarancolesa que le pudiera gustar lo más mínimo. En especial tras aquella pesadilla.

—Si no nos encontramos los restos del ejército nigromántico de Hurza estaré conforme —fue su respuesta a Sox, todavía con un deje de asco en la voz que no nacía, por una vez, de los sentimientos que le provocaba aquella ciudad—. Supongo que es como las estrellas, el tiempo y el puñetero reloj que ha decidido instalar su vivienda dentro de mi cabeza. Si algún día nos aburrimos hasta podremos jugar a adivinar cuál será el siguiente evento aleatorio que nos regalará Rocavarancolia, o la Luna Roja, o lo que sea culpable de estos cambios.

Había acabado su intento de broma con un resoplido, apretando la empuñadura de la espada con una tensión sutilmente distinta a la que solía sentir.

—Cierto —admitió ante la observación de Barael, aunque sólo tenía una idea muy vaga de los peligros que podía entrañar un bosque normal—. ¿Los evitabais entonces cuando salíais con los animales? —recordaba a los hermanos mencionando que eran una familia de pastores.
Miró al cielo, asintiendo ante las siguientes palabras del nublino. Era verdad que seguía son llover, a pesar de que en ocasiones las nubes encapotaban el horizonte. Oyó entonces el comentario de Rad y resopló.
—Eso es lo peor de la nigromancia. Si la matas da igual, porque puede volver.
A pesar de sus palabras la posibilidad de encontrarse con los no-muertos más allá del perímetro del cementerio le parecía muy lejana. Había sucedido hacía muchísimo tiempo, y seguro que aunque fuera por paranoia los rocavarancoleses se habían encargado de librar la ciudad de ellos.

La ausencia de historias que mencionó Barael le llamó la atención. De improviso se le ocurrió una posibilidad, y se volvió hacia sus compañeros con rapidez, la mente acelerada ante las posibilidades.
—¿Creéis que habrá alguna otra ciudad cerca? —quiso saber—. ¿Y más gente pasando la criba en ella? —la Luna Roja debía iluminar todo el planeta, para algo era una luna. ¿Se verían las luces de aquella ciudad hipotética desde las montañas que planeaban cruzar? ¿Más murciélagos flamígeros, o incluso luces nocturnas de verdad?
—Ya sé que no nos va a pillar la noche allí—buscó la mirada de Rad—, pero me pregunto cómo se debe ver Rocavarancolia desde lejos. Debe recordar bastante a casa, con tantas luces encendidas de noche.
"A casa" fueron unas palabras extrañas. Sox seguía pensando en Carabás como su hogar, pero conforme pasaban los meses sentía una especie de inadecuación cuando se refería a él como tal. Como si le hubieran echado, en lugar de secuestrado.

Cuando Tayron pensaba que no ganaba para sustos llegó a Maciel un rumor de chispas, como una humareda de polvo incandescente. Y con ella el susurro de una nana, o gritos decían algunos de sus compañeros. Lo cierto es que el humano creyó escuchar ambas cosas por momentos así que si le preguntaban diría una cosa cada vez.
Por suerte no fue un incendio, ni Tuétano ardiendo en la puerta de Maciel por fin tras dar con una trampa escondida durante siglos. Se quedó como una de las anécdotas que el chico esperaba poder contar de Rocavarancolia.

Los cambios fueron más que notables, la humedad calaba en los muros fríos del torreón, la oscura noche que antes se presentaba como un toldo de oscuridad era ahora un estampado estrellado. Tayron admiraba las estrellas, le hacía sentir que al menos no estaban en mitad de la nada, y puede que lejos, alguna de aquellas lucecitas fuera su Tierra, ajena a tanta barbarie al tiempo que no dejaba de ser otro horrible lugar para muchos.
Aquello le hacía reflexionar, solo Dafne mitigaba sus temores mientras jugaban entre mantas y abrazados a adivinar qué estarían haciendo sus familiares y amigos.
-Even se habrá echado ya novia.
-Novias.
-Claro, claro, novia por mes quiero decir. Y Dekka seguirá fingiendo que es feliz en el pueblo, cuando todo lo que necesita es salir de allí y ver mundo. Ahora lo sé, porque es lo que necesitaba yo.
-Habría venido con nosotros, y mi hermano también.
-¿Eric?
-No me habría dejado sola, de saberlo estaría aquí. Bueno, de saber todo lo que estaba por llegar creo que nadie hubiese aceptado.
-Pero no todo lo que ha pasado ha sido una puta mierda, es decir, una mierda a secas sí, pero sin “puta” delante. Gracias a esto conocimos al grupo y...- guardó silencio- a veces pienso que fue necesario viajar a otro mundo para que estuviéramos juntos- notó el firme agarré de la noruega en su mano, cálida incluso en el frío de la noche.
-Idiota, eso es porque eres de otro mundo, solo encajas aquí.



-A casa...- repitió Tay en la salida por las calles, estuvo distraído durante todo el trayecto pero aquella mención en especial le condujo a la conversación- a la mía no se parece en nada- dijo mientras reparaba por primera vez en el creciente verdor que la ciudad aparentaba con sus cambios- yo nací en un pueblo y me crié en el mismo pueblo. Nada de grandes establecimientos ni luces de neón ni mucha gente de corbata. Y mucho menos tantos picos como hay aquí.

—No tengo ni idea —respondió a Sox, pensando por primera vez en aquello. En el libro no se mencionaba nada sobre otras ciudades, mientras que en cuanto al uso de la lógica se le ocurrían varias posibilidades—. Quizás sí. O tengan ciudades con esclavos donde se producen las cosas y se envían hacia aquí. O como pueden robar todo lo que necesitan en otros mundos solo tienen esta porque total, no hace falta más —en su mente solo había un modelo de ciudad: el carabés. A pesar de saber que en otros mundos había familias, concentraban las comidas o desconocían la magia todavía le costaba salir de la caja en la que le habían criado. ¿Para qué tener más de una ciudad si no era para producir algo que no se producía en el resto?

No contestó a Sox ni a Tay. Las palabras de su compatriota se le habían clavado, haciendo que se preguntara si alguna vez volvería a ver aquella casa que cada día estaba más lejana de su vida y su memoria.

-Comenzare la apuesta diciendo que las piedras se pondrán a preguntarnos qué tal estamos, o que lloviera de una vez, me gustaría que lloviese. -Cualquier cosa simplemente agradable le valía en realidad.

-Solo aquellos sin caminos, donde el ganado se puede perder con facilidad. Pero no había muchos, casi todo es una llanura con grandes arbustos y  escasean los depredadores. Al menos así es la parte de nuestro mundo donde estamos.

-Es pacífico y tranquilo... -Pocas veces no lo asaltaba la nostalgia, los días en que podía pasear bajo la lluvia sin miedo alguno.

-Varanublia está hecha a imitación de Rocavarancolia así que se deben ver parecidas de lejos  imagino.

Menos en ruinas desde luego.

La idea de ciudades esclavas le dejó pensando un momento y no pudo evitar que su pragmatismo saliese a la luz. -Yo dejaría a los esclavos en la ciudad en una alguna zona ahora mismo, sería un gasto inútil tenerlos lejos. Y antes tenían muchísimos mundos a su disposición así que... Mansiones. Si. Mansiones lujosas de los más ricos apartados por las montañas de los mediocres. Eso me espero.

Sox trató de imaginarse el sitio donde había vivido Tay. En Carabás no había muchos enclaves habitados que no fueran grandes ciudades: la mayoría de éstos eran estaciones de observación o experimentales con lo justo para que los científicos vivieran con un mínimo de comodidad.
—Será un sitio frío entonces —aventuró. Los campos climáticos en aquellos lugares eran más pequeños. Precisamente por eso la descripción de Barael se le hizo todavía más difícil: cuando pensaba en una llanura al carabés se le iba la mente inmediatamente a un plano nevado.


Las conjeturaciones de sus compañeros parecían lógicas pero no lograba recordar nada en la ciudad que las confirmase o no, y Sox les dio vueltas durante el resto del camino hasta las afueras de la ciudad. Tenían mucho camino por delante y tuvo tiempo de ello.

Sigue en las Montañas.

Un grito desgarrador había sido lo que le había hecho ir en aquella dirección. Archime se había detenido a una distancia prudencial de la escena, decidiendo que sería su última parada aquella noche antes de regresar a la Clínica. Aquel grupo de ebrios ofrecían un espectáculo desconcertante para el kairós, pero la recarga que estaba obteniendo le resultó lo suficientemente satisfactoria como para detenerse a presenciar aquel despliegue de irracionalidad absoluta, potenciada sin duda por el estado en el que se encontraban.

—¿¿Queréis cerrar la puta boca y ayudarme a bajar de aquí, pedazo de zopencos malparidos??
El bramido de Cerril se podía oír en todo el vecindario: de alguna manera que el irrense no había llegado a presenciar, el enorme guerrero se encontraba colgando de lo alto de la fachada de un edificio, luchando por mantenerse agarrado con sus escasos reflejos de cuba rellena de garrafón de la peor calidad.

Varios metros por debajo de él, su cuadrilla al completo se encontraba demasiado inmersa en una discusión del más elevado nivel de patetismo como para prestar atención a los berridos de socorro –principalmente consistentes en insultos- que profería su jefe. Barne parecía tratar de mediar empleando sus enormes brazos de oso para separar a un Estrago y un Merillion que parecían dispuestos a arrancarse la cabeza el uno al otro en cualquier momento.
—¿Estás seguro de que puedes sentir la presencia de la Luna Roja y no es la sangre que se te ha subido a la cabeza y por eso eres corto de entendederas?
—¿¿Qué?? ¿Cómo te atreves a burlarte de mi maravilloso don, caníbal de medio pelo? El puto trasgo de la taberna intimida más que tú.
—Eso no me lo dices delante de Cerril, nenaza.
—Cerril está ahí arriba, por si no te has dado cuenta —el astrario señaló hacia el guerrero, que seguía insultándoles de formas cada vez más creativas, pero sin dedicarle una sola mirada—. Está claro que en tu caso el tamaño del cerebro es directam… No, ¿cómo se dice? —Se lo pensó durante unos segundos, con rostro de desconcierto hasta que se le iluminó la expresión y sonrió burdamente—. ¡Inversamente! Pro… porpo…Porrporcional a tu tamaño, mastodonte.
—¿Y me lo dice el puto cerdo que no es capaz ni de apuntar dentro del váter?
—¿Qué cojones tiene eso qué ver, Estrago? Además si de eso se trata, todos los días tengo que recoger tus jodidos calzoncillos sucios porque los dejas tirados en el lavabo.

El dúo continuaba discutiendo, Barne seguía tratando de apaciguarlos con palabras que caían en completo saco roto y apenas se oía un murmullo de su, no obstante, potente voz entre los gritos de ambos, Cerril y las carcajadas de Étrame que se mantenía al margen de la discusión y lloraba literalmente de risa.
—¡¡Étrame!! ¡Bájame de aquí de una puñetera vez! ¡Demuestra que sirves para algo útil como hechicero y dame una buena razón para que no quiera sustituirte por el primer novato que aparezca!
—¡Qué ya voy! Espérate un momento, que creo que aún no hemos llegado a la mejor parte.
El guerrero gritó al desprenderse varios trozos de la fachada sobre los que se sustentaba y se sujetó de nuevo como pudo.
—¡Cuando baje de aquí os voy a soltar tal hostia a cada uno que os pondré en órbita con la Luna Roja!

Los dos que discutían habían comenzado de nuevo otro intercambio de ofensas verbales cuando el biomecánico se dio cuenta de que alguien conocido se acercaba a su posición.

El raigaurum perdió más tiempo del que esperaba observando la ciudad desde lo alto. El ambiente festivo era de locos, a las pavesas de la catedral se le habían sumado fuegos artificiales y una criatura descomunal que surcaba los cielos que no tenía ni idea de dónde había salido. Le gustaría investigar alguno de esos sucesos, pero si encontraba a Archi tal vez podían ir juntos. No se le ocurrió pensar que el kairós ya debía de haber salido a hacer lo propio hacía tiempo, y se dio de bruces con la clínica cerrada.

Decidió probar suerte rastreándole, y el hechizo lo guió de forma errática por la ciudad. Empezaba a pensar que nunca encontraría a su amigo cuando escuchó gente vociferando no muy lejos de donde se encontraba. Le habría dado igual lo que estuvieran haciendo, pero el rastro de Archi lo guiaba hasta allí, y se preguntó si estaría en medio de lo que estuviese pasando.

No era así, y estuvo a punto de dar la vuelta sin más hasta que se percató de que el kairós sí estaba en el lugar, pero no tenía nada que ver con lo que sucedía. Se encontraba escondido detrás de un muro a medio derruir, observando a los desconocidos. Se agazapó a su lado, y antes de poder abrir la boca vio el motivo por el que discutían. Había un tipo colgado de un edificio. Nadie parecía dispuesto a bajarlo; uno de ellos incluso estaba partiéndose de risa.
—¿Pero qué co…? ¿Cómo ha acabado ese ahí arriba? —murmuró, no queriendo delatar su presencia. Unos segundos escuchando fueron suficientes para saber que estaban como cubas.


—Parad de una vez, ¿no veis que no es un buen momento para discutir? —decía Barne, exasperado.
—Siempre es un buen momento —soltó Étrame, entre carcajadas.
—No estaríamos discutiendo si este tipo supiese hacer algo. Algo que no sea beber, claro —Estrago hizo un gesto despectivo hacia el astrario, que no tardó en replicar.
—¡Habló! ¡Al que se le escapan hasta los esclavos sin esencia! ¡No me jodas!

La furia del trasgo crispó su postura. Miró fijamente a Merillion y pateó el suelo.
—¡Que os jodan! ¡Yo me largo! No voy a desprerdiciar la noche de Luna con vosortros.
—¡Me cago en…! ¡Estrago! ¡Que me bajes de aquí! ¡Étrame! —Cerril cada vez se revolvía más, incapaz de contener la furia. El trasgo se estaba marchando y nadie parecía dispuesto a detenerlo, aunque lo único que quería el guerrero era que alguien lo bajase de allí—. ¿A qué esperas ahora, saco infecto?
—¡Que ya voy, coño! —respondió el chaneque. Chasqueó la lengua y comenzó a conjurar levitación sobre el guerrero. Lo que había olvidado era que había desperdiciado toda su magia celebrando la Luna, y el guerrero se desplomó a medio camino.
—¡Hostia mier…! —fue todo lo que llegó a decir antes de que Cerril le cayese encima. El guerrero gritó, frotándose las rodillas, y no se levantó de inmediato. Cuando lo hizo, Étrame estaba inconsciente.
—Te pasa por gilipollas —gruñó su jefe, que se sacudió la tierra y echó a andar en la dirección en la que se había marchado Estrago con toda la dignidad que pudo. Barne y Merillion se miraron, asintieron, y cada uno agarró al chaneque por una pierna para arrastrarlo con ellos.

—¿Pero qué cojones? —Kin susurraba mientras se tapaba la boca para evitar estallar en carcajadas. No supo de dónde sacó el autocontrol, porque cuanto menos quería delatar su presencia, más difícil se hacía. Se alegró de que estuviesen tan borrachos, o hacía tiempo que habrían escuchado sus pobres intentos de aguantarse la risa—. No puedo —le dijo al kairós cuando parecía que por fin se iban a ir, y en cuanto se alejaron por fin pudo quedarse a gusto—. Estoy llorando, joder. —Cuando empezaba a recuperar la compostura se frotó los ojos un par de veces—. Voy a tener que seguirte más a menudo.

—Esa es una buena pregunta, pero lo desconozco: ya se hallaba ahí arriba cuando llegué. Sus compañeros no parecen muy dispuestos a ayudarlo —le respondió a Kin todavía un tanto perplejo, antes de volver a prestar su atención a la conclusión de tan desconcertante escena.
Sin duda la embriaguez afectaba al razonamiento de aquellos individuos hasta niveles ridículos, pero al kairós le costaba procesar de todas formas lo que estaba presenciando. Nunca hubiese intervenido salvo que el guerrero que colgaba de la fachada hubiese estado en peligro de muerte, pues sin duda juzgaba a aquel un grupo muy problemático. Esperó a que el demonio raigaurum se recuperase de aquel ataque de risa en silencio, observando como desaparecían a través de las ruinas.
>>Siéntete libre de unirte cuando quieras si te divierte: no es la primera vez que presencio escenas similares… Aunque creo que esta ha sido la más confusa—. Le respondió ante su último comentario—. Deduzco que me buscabas, ¿es así? —añadió casi de inmediato.

El raigaurum estaba acostumbrado a las –casi inexistentes– reacciones de Archi, pero le costaba entender cómo podía ser tan indiferente a lo que acababan de presenciar. Por un momento incluso pensó que no debía de haber sido tan gracioso y tenía él el día tonto por la presencia de la Luna.

—Perdona, perdí el hilo por completo —respondió a su pregunta, frotándose la cara una última vez para recuperar la seriedad por completo—. Quería hablar contigo acerca de mañana. ¿Recuerdas a mi amigo Ippon? Cuando fui a verle me contó que había varios cosechados irrenses, creo que te lo dije. No sé si habrán superado la criba, pero si mañana no estás liado, ¿podrías pasarte por los refugios con herramientas cuando ya se hayan instalado? O si no tienes tiempo, préstame algunas. No tengo ni idea de cómo estarán sus brazos después de la criba y la Luna, pero si están como estuve yo… ni puñetera gracia. —Soltó un suspiro de fastidio—. No creo que tengan ganas de recibir nuestra ayuda tan pronto, a mí me habría jodido horrores después de meses de ser ignorados. Pero dependiendo de cómo esté el ambiente podemos simplemente dejarles aceite y herramientas a mano.

El kairós asintió ante la pregunta, pero no volvió a hacer ninguna otra cosa aparte de parpadear rítmicamente mientras el demonio raigaurum exponía su razonamiento.
—Lo cierto es que tenía la intención de esperar alrededor de dos días antes de acercarme a los refugios, pero tienes razón en que podríamos prestarles algunos utensilios de serles muy necesarios, en caso de que rechacen ayuda directa. Iré —confirmó—. Será una visita breve, no obstante: no dispongo de personal en la clínica actualmente y cabe la posibilidad de que tenga clientes tras la noche de la salida de la Luna Roja.
No creía necesario explicar por qué. En cualquier caso, Archime también pretendía ayudar a los nuevos irrenses que sobreviviesen a la criba, además no había mejores clientes potenciales que aquellos, porque en la mayoría de casos necesitarían mantenimiento de implantes regular.

El raigaurum asintió cuando Archi dijo que la visita sería breve. Hacía suficiente si iba él en persona, ya que aunque Kin había tratado de ampliar por su cuenta los conocimientos sobre mantenimiento y reparación, la criba podía dejar los implantes demasiado estropeados.
—Entiendo por qué querías esperar, pero supongo que dos días tampoco son suficientes para acostumbrarse a que la ciudad no te ignore. —Se rascó la cabeza, denotando cierta preocupación—. No me hace ninguna gracia, joder. Me parece hipócrita aparecer de repente con ayuda. ¿Crees que podríamos convencer al consejo de que les deje aceite en las cestas de vez en cuando, o herramientas básicas en el torreón? Lo he pensado muchas veces, pero lo más probable es que les importe una mierda tener cosechados mancos.

—No puedo decir que sepa la respuesta a esa pregunta con seguridad, pero si tenemos en cuenta los datos que conocemos acerca del modus operandi del Consejo para con los cosechados… La probabilidad de que se nieguen es bastante alta. Es posible que no encaje con su dogma acerca de la dureza de las cribas. No obstante, si en alguna ocasión quieres solicitar una audiencia no me importa acompañarte, quizás pudiera tratar de convencerles—. El kairós hizo una pausa y se llevó una mano al bolsillo de su bata, acordándose súbitamente de algo—. Es el único terminado, pero te entrego el primero y de este modo podrás avisarme cuando los nuevos irrenses lleguen, si es el caso de que ha sobrevivido alguno. Esta noche terminaré el segundo.
El kairós entregó a Kin uno de los comunicadores cuyos planos habían pedido a los mercenarios de la Brecha.

—Sinceramente, dudo que intente hablar con ellos nunca. Acabaría antes dejando botellas de aceite cerca de sus refugios yo mismo fingiendo que las he perdido —soltó con un bufido. Por desgracia, para saber dónde había irrenses tendría que espiar a los cosechados, y era algo que hasta entonces siempre había tratado de evitar.

El kairós sacó entonces algo de su bolsillo y se lo entregó. Al principio no supo qué era, ya que nunca había llegado a ver los planos, pero cayó en la cuenta casi a la vez que Archi comenzó a explicarlo.
—No deben de ser fáciles de hacer —comentó mientras lo sopesaba entre las manos. A juzgar por el tiempo que le había llevado no podía ser de otro modo—. Bien, pues mañana veremos si funcionan como deberían.

Tras guardárselo en el bolsillo miró al cielo y recordó otra cosa que quería decirle al kairós.
—¿Sabes qué está pasando con eso? —Señaló a la ballena que flotaba en la lejanía. Se dirigía claramente a la costa—. No sé si acercarme a mirar.
Un rayo cayó a lo lejos; la tormenta llevaba tiempo formándose, e iba a empezar a arreciar. El raigaurum se resignó a lo que seguramente acabaría pasando tarde o temprano.

El ingeniero no comentó nada acerca de lo que había dicho Kin sobre dejar aceite fingiendo haberla perdido: posiblemente se tratase de una broma, ya que sabía que el demonio raigaurum no carecía de sentido de la lógica y ya había aprendido que aquella clase de comentarios a menudo no eran en serio.
—Son complejos, aunque ya puedo trabajar en ellos mucho más rápido tras haber acabado el primero —respondió a la apreciación acerca de los comunicadores—. Diría que se trata de una de las creaciones de Giz —le informó cuando preguntó acerca de la ballena voladora—. Lo vi subido en ella desde la distancia, mediante la niebla mágica. Yo también siento curiosidad por el cetáceo. —El sonido de los truenos le hizo darse cuenta de que posiblemente el otro irrense estuviese preocupado por lo inevitable—. Si te alcanza un rayo puedo ayudarte.
Tras el ofrecimiento, siguió al demonio raigaurum en dirección a la costa.

Sigue en los acantilados.