Calles

La calma inundo el lugar, Bráriz parecía haber muerto por sus propios medios y el nublino por fin empezaba a respirar tranquilo. Bajó la guardia, aunque su mente le gritase que no la montaña rusa de emociones combinada con aquel despertar aterrador lo habían dejado hecho polvo, más mentalmente que otra cosa. Aunque la tensión le pasaba factura a su cuerpo.

Apenas lo vio cuando lo tenía delante, en la oscuridad de la noche. Algo se metió en su camisa y procuró un tacto frio y desagradable en su pecho.

-¿Pero qué? -Medio exclamó sorprendido.

Entonces sintió los dientes atravesar su piel y una sensación de pérdida de energía súbita, similar a la que ocurría cuando lanzaba un hechizo.

El nublino se revolvió alarmado, asustado y sorprendido mientras descargas de dolor le recorrían e intento clavar el estoque a través de su camisa en aquella cosa y hacer pinza con el escudo  para matarla y separarla. Dejó el estoque clavado y saco su daga para comenzar a comenzar a cortar y rajar a aquel bicho con más precisión. Y a su ropa de paso.

Aquella cosa dejo de moverse por fin, pero no se despagaba de su mordisco, y antes de que pudiera separarla algo salió de su cuerpo mandándole a volar.

Y todo se volvió negro.







Por suerte, los ojos del nublino volvieron a abrirse aunque solo para encontrarse con más penumbra. No fue si no el frio de la intemperie lo que le despertó temblando y dolorido, con los dientes de aquella cosa clavados en su pecho a presión debido al estallido mágico.

Se hallaba tirado en el suelo como muñeco sin vida y se levanto torpemente como si un titiritero novato lo moviera, abrazándose en su ropa deshilachada y repleta de vísceras y costras de lo que esperaba que fuese sangre secas. El cansancio lo reclamaba, se sentía vacío al igual que cuando cargaba el anillo hasta altas horas de la mañana, pero ahora el dolor lo acompañaba en vez de desvanecerse.

El anillo es peor. Se repitió para sí en un vago intento de reconfortarse.

Estoy vivo.

El nublino avanzó hacia su estoque que reflejaba la tenue luz entre los escombros, solo para recogerlo con gran parte la punta rota. Claro, estaba en medio. Lo guardó en su funda de todos modos, no veía su daga y un cuchillo no le serviría de mucho si pasaba algo más.

Salió afuera medio tras tropezar un par de veces con montones de escombros que lo cubrían todo, manteniéndose en pie por puro instinto de supervivencia, su cuerpo le decía que simplemente se tirara ahí mismo y durmiera.

Acabo llegando a una de las casas  que ya había registrado y cogiendo unas cuantas mantas para tirarse sobre una vieja cama. Sin magia, se saco los dientes ayudándose con el cuchillo para un par de ellos demasiado profundos y como buenamente puede alguien con una sola mano se tapó un poco la herida.

No pasó ni un minuto tras eso cuando el nublino ya pertenecía al reino de los oniromantes .

Un pequeño movimiento en las mantas marcó el inicio de un nuevo día en aquella habitación, acompañado de un escozor que terminaría por despertarle. Se abrió paso entre ellas mientras buscaba la luz de la ventana en su piel y cuando por fin un frote de ojos despejó su visión, se topó con aquel desastre. Todo su torso se hallaba manchado en sangre y restos de vísceras secas, su camisa y jersey ahora no eran más que unos jirones y los huecos que habían dejado los dientes en su pecho ahora se veían blanquecinos y enrojecidos. Apretó uno de ellos y observó fluir el pus y la sangre.

-Agh....

Pronto le recorrió un escalofrío a causa del frio mañanero, pero estaba acostumbrado.

Hora de moverse.

Apretó las heridas para que saliera el pus y se limpió todo lo que podía con aquellas mantas, la cabeza no le dolía demasiado y no se mareaba, lo cual era buena señal, pero por otra parte notaba que le faltaba algo, una extraña sensación de vacío que solo la falta de magia dejaba. Pero no estaba cansado.

Esto empeora por momentos.

Fue hacia su mochila a echarse algo rápido a la boca y a pegar un buen trago de agua antes de ponerse a trabajar solo para darse cuenta de que estaba muy húmeda y un montón de cristales se habían dispersado por dentro.

El suspiro resonó por las ruinas, las botellas se habían roto por el choque y él había quedado demasiado atontado  y cubierto de fluidos como para notarlo hasta ahora. Toca volver. No pasaba nada, podía aguantar  un par de días sin beber si la vuelta se torcía, pero no podía negar el miedo a morir de sed en aquella vasta ciudad. Al menos no se me han clavado en la espalda. Apartó los cristales como pudo y tras un muy rápido tentempié seco se levantó a buscar nueva ropa.

No era difícil encontrar nueva ropa, pero si encontrarla en condiciones decentes y para su desgracia no estaba en posición de buscarse lujos así que se conformó con un par de prendas no mohosas, que ya era mucho. Se quitó toda su armadura metálica y rasgó la manga de las ropas que daban a la de cuero pues este no podía quitárselo si no era para no volver a ponerlo. Picaba, y no podía curarse las rozaduras de los brazos así que se tenía que aguantar.

Ya preparado se dirigió hacia el edificio de la explosión, la idea de volver al torreón con las manos vacías le gustaba casi tan poco como la de morirse de sed, aunque era por motivos que no admitiría nunca ni para sí mismo.

Por supuesto.

Contempló la bandada con más cansancio que frustración o rabia.

Mejor entrar por otra parte.

Barael rodeo el edificio en busca de otra entrada y al no ver ningun sitio encamino de vuelta hacia el torreón.

Sigue en Torreón Maciel

Mientras  surcaba los cielos de la ciudad pude ver en la zona sureste los destellos característicos de un duelo mágico a gran escala. Era difícil saber desde aquella distancia lo grande de aquella pelea, o la potencia de los hechizos, pero el hecho de que pudiera verlo y sentirlo desde aquí era suficiente como para saber que aquella no era precisamente una pelea entre novatos. En cualquier caso tenía mis propios problemas con los que lidiar en aquel momento, problemas que acababan de entrar en mi campo de visión.

Acababa de avistar la casa del mago, o lo que quedaba de ella porque estaba en llamas.
En el exterior había un cadáver parcialmente quemado y decapitado, con su cabeza en el suelo a un par de metros. Reconocí la cara: era mi proveedor. Había llegado tarde.
”Oh…”
No muy tarde aun así, porque justo a su lado se encontraba quien supuse sería su asesino: un dullahan que llevaba un estoque de humo en su mano derecha.
Me llamó la atención que una criatura que obtenía su poder de cortar cabezas usara un arma más centrada en perforar que en cortar, pero ahora mismo estaba furioso asi que dejé de pensar en ello y en su lugar me centré en mi siguiente movimiento.
En verdad, lo que quería hacer era simplemente arrasar con todo sin avisar y ya, pero el mago ya estaba muerto y como ya no estaba yendo contrarreloj decidí que, ya que había perdido el tiempo yendo hasta allí para nada, al menos podría averiguar por qué me había dejado sin un trabajador.
Me recompuse detrás del dullahan, a cierta distancia y dirigiendole una mirada de malas pulgas.
–¿Y tu… eres?–

Al ver cómo se quedaba en guardia después de lo que me había dicho no pude evitar que se me escapara una sonrisa mordaz. Si bien el dullahan había dicho eso para darme la posibilidad de evitar un conflicto, los dos sabíamos exactamente que eso no era lo que estaba a punto de pasar.
–En realidad no –respondí a su primera pregunta –pero ya que me había tomado la molestia de venir hasta aquí para encontrarme a alguien matando a mi asistente e interrumpiendo mi trabajo, tenía curiosidad de saber por qué. –Suspiré –Supongo que nunca lo sabré, asi que ahora si me disculpas... –le devolví la mirada de desdén y activé un par de runas con una vibración mágica –me despido.

Una explosión se originó en el lugar donde se encontraba el dullahan. Mientras lo envolvían las llamas y el humo saqué un pequeño pergamino enrollado y cerrado con un sello de cera. Rompí el sello con el pulgar y lo solté. Luego me deshice en polvo y rodeé el pergamino, ahora en el aire, mientras se activaba su hechizo.

Aquel pergamino tenía escrito un circuito rúnico de un solo uso diseñado para activarse un segundo después de que el sello se rompiera. Su propósito: anclar un hechizo de opacidad sobre aquello sobre lo que tuviera contacto físico, en este caso mi polvo.

En aquel combate tenía una posible ventaja y una desventaja. La ventaja era que acababa de combatir contra un mago, y aunque aquel idiota nunca había sido bueno peleando confiaba en que hubiera logrado dañar algo las defensas de su asesino.
En cuanto a la desventaja: mi oponente era un dullahan y el mago había muerto por decapitación. Eso significaba que tendría sus reservas de magia bien cargadas.
Mi plan era recomponerme en una azotea y desde allí disparar una bola de luz y una flecha de impacto, un ataque físico y uno mágico para ver cómo reaccionaba a cada uno e intentar averiguar cuáles de sus protecciones estaban en peor estado.

La ventaja que me daba pelear en un edificio en ruinas era que había gran variedad de rendijas, grietas y todo tipo de huecos y agujeros por los que podía escabullirme, por lo que para cuando el dullahan alcanzó la azotea yo ya no estaba allí.
Atravesando las grietas y agujeros del suelo me recompuse en el piso inferior, evitando así el vendaval que mi oponente acababa de desatar arriba. Luego conjuré mi propia niebla mágica para saber dónde estaba y tras eso me pondría a cubierto y dispararía una flecha explosiva al techo, justo bajo sus pies.

Al ver las heridas del dullahan confirmé que sus protecciones físicas se habían agotado, pero mi pequeña victoria duró solamente el tiempo que le llevó hacerse intangible. Solté un gruñido enfadado.
“Al menos eso significa no tendré que que preocuparme de que me ataque cuerpo a cuerpo.”
Me había mantenido a cubierto, esperando un contraataque que al final no llegó. En cuanto vi que el Dullahan había decidido esperar a que atacara yo usé ese tiempo para cargar dos flechas paralizantes en los dos huecos de mi guantelete que habían quedado vacíos tras disparar las dos flechas explosivas de antes y en aplicarme un gradiente de retangibilidad.

Mi plan era fingir que no me había dado cuenta de que el dullahan ahora era intangible y buscar un combate cuerpo a cuerpo. Si conseguía acercarme solo necesitaba tocarle y en cuanto lo hiciera dispararía una flecha de parálisis a quemarropa en la zona de su cuerpo que se hubiera tangibilizado.

Quizás fue la falta de sueño, quizás mi ira, o puede que fueran ambas. En cualquier caso me había confiado demasiado con aquel último movimiento, y lo que antes había sido una pelea a distancia en la que tenía yo la ventaja ahora se había convertido en un enfrentamiento a quemarropa en el que mi oponente tenía acceso a un arsenal de armas de humo mientras que yo iba prácticamente a puños.
En cuanto vi el escudo dirigiéndose hacia mí pegué un salto hacia atrás en un intento instintivo de recuperar la distancia que había acortado apenas unos momentos antes. El dullahan hizo lo mismo, algo que no me esperaba, pero no tuve tiempo para sorprenderme porque reconocí los gestos que precedían al lanzazo mágico. Mis defensas seguían intactas de modo que decidí recibir el golpe directamente y usar aquel tiempo para conjurar y dispararle una garra etérea con la esperanza de que no tuviera tiempo de esquivar el golpe por tirársela a la vez que él me lanzaba su conjuro.
Mi gradiente de retangibilización seguía activo asi que, si lo de la garra me salía bien, mi siguiente movimiento sería lanzarlo hacia un lado hasta dejarlo incrustado a medias en una pared. Luego le golpearía para que se retangibilizara dentro de la roca.