Calles

Un par de casas pasaron, con un par de libros que fingían prometer algo y que acababan en palabras al arte. A otra hora hubiera disfrutado en calma de aquellas tontas historias hechas para reír y llorar... que lujoso veía ahora el pasado.

Aquel trote lo sacó por la vía rápida de su registro habitual, por suerte, aquella casa estaba más o menos entera y no había huecos por donde aquella cosa le hubiera visto. El latido se le disparó, estaba claro que hoy no iba a ganar para sustos.

Por una de las ventanas pudo observar parcialmente a aquella cosa enorme de piel rosada y como se dirigía hacia el olfateando el aire. Vio también una de zarpa que auguraba una buena herida.

Tomó una profunda bocanada de aire, si se dejaba dominar por el miedo moriría. Podía intentar escapar, pero no sabía cómo se movería y aquella zarpa no le inspiraba confianza. Si lo viera entero podría intentar sorprenderle y atacar en una esquina de la casa... Con una ventana abierta detrás para poder irse... Quizás un mueble... No parecía resistente al contrario que la hiena monstruo...

Demasiadas opciones a la vez cuando el trote sonaba un paso más cerca. Primero distancia. Decidió avanzando por un pasillo con cautela. Tener que seguir estando alerta a cada paso ahora lo empezaba a poner más nervioso. Se colocó en la esquina al final de este y pensó. Descartó el segundo piso y el sótano. No había comprobado ninguno de los dos aún, ir abajo sería encerrarse y saltar por una de las ventanas de arriba para ganar tiempo era jugársela.

Barael apretó los dientes. Si solo pudiera levitar.

El salón y tirarle un gran mueble encima parecía la mejor opción pero otra vez el suelo podría ceder...

Mierda.

Maldijo a Tuétano mil veces por arrebatarle su mano.

Tenía que decidir, una y dos veces suerte estaban bien, pero no se esperaba una tercera bestia de repente dócil. El nublino se empezó a mover al salón, para más distancia y tener al menos unas dos opciones a mano.

El sonido de escombros rodando empezó a acercarse peligrosamente rápido a lo que Barael apuró el paso hasta el salón escapando de un gruñido que le erizo los pelos. Un extraño brazo articulado y olfateante se asomo por la esquina mientras Barael sopesaba rápidamente que hacer entre el sonido de rocas rodando y pasos ansiosos por probar su carne.

Huir se hacía cada vez más una locura, aquella cosa parecía poder seguir su rastro sin dificultad y levitar parte de su ropa para crear uno falso podría ser completamente inútil.

Que la opción más segura fuera enfrentarse a esa cosa no aliviaba precisamente al nublino.

Corrió hacia una ventana y la abrió con brusquedad con lo que la vieja madera cedió y acabó por romperse. Sin tiempo el nublino corrió hacia el mueble más grande que veía y se preparó para tirárselo encima a aquella cosa, con la esperanza de hacerle daño y clavarle el estoque completo a través de un ojo, o al menos desde donde fuese capaz. Si podía herirle lo suficiente y huir saltando por la ventana quizás viviría para ver a su hermano otro día más.

El aire salía de forma feroz de su boca y el miedo cosquilleaba por todo su cuerpo. Pero no podía morir ahí, no por un monstruo cualquiera, no era tan débil como para que la ciudad se lo llevase tan fácilmente.

Y con ello en mente cogió una buena bocanada de aire cuando aquella cosa apareció, su mano y su escudo agarraron los bordes del mueble y fríamente esperó al momento justo, recordando la mirada de su abuelo.

En cuanto el mueble cedió se echó hacia detrás y garró su estoque pero el caos inundó la sala con polvo, escombros y zarpazos torpes en todas direcciones. Así no podía darle, no había hueco en aquellos golpes sin sentido como los había en los de Sakrilt.

Quedarse aquí es un suicidio. Voló a la cabeza del nublino.

En medio del caos Barael corrió y saltó sin mirar atrás por la ventana rota, ni siquiera notó si se había cortado con algo, simplemente corrió hasta quedar sin aliento por aquel laberinto, tratando de no perderse.

Poco a poco el sol se ponía y Barael entró en una casa ya explorada, con nada más que dos buenos sustos a sus espaldas. Era una casa decente, no la mejor, pero al menos parecía estar entera y no había demasiado moho ni insectos. Preparó una habitación de la primera planta trabando la puerta con un mueble y cubriendo la ventana con otro. Ya había tenido suficiente fiesta por un día.

Se acomodó en una manta y el sueño le fue venciendo mientras un par de hechizos de curación le aliviaban picores en su brazo armado. No tardó en cerrar los ojos.

Entre aquellas viejas mantas el cuerpo del nublino se estremeció confuso, apurándose a salir a trompicones del enredo y quejándose por abandonar el abrazo del calor. No veía nada, ni pensaba nada, el sueño le reñía por tal ofensa y el frio se acercaba a abrazarle ahora que el calor era dejado en aquellas mantas.

Barael tanteó con sus manos por la pared deprisa hasta dar con el mueble de la ventana y una vez estuvo seguro de que era aquel empujó con todas sus fuerzas para quitarlo rápido y salir por la ventana.

Por todo el escándalo sospechó que se trataba del brariz al que había despistado antes, pero en aquel estado no se fiaba ni de si mismo. Con aquel susto su primera opción era volver a alejarse todo lo que pudiera.

El estruendo crecía junto al número de pulsaciones del nublino que salto desesperado por la ventana en cuanto la abrió bruscamente cayendo al suelo de la calle en la que casi no se veía nada y alejándose de la pared no sin un buen traspié antes de seguir e intentar entrar en la siguiente casa, aunque no recordaba con exactitud cuál de todas las que había mirado era.

Cánsate tu solo contra los muros y déjame en paz.  Pensaba ahora enfadado tras su brusco despertar. Y eso trataría, ir de frente era una locura pero quizás pudiera seguir forzándolo a derribar muros hasta que se hiriera o cansase lo suficiente para matarlo. Él tenía sueño, pero solo eso. Y lo iba a aprovechar, aún si la tenue luz de un par de estrellas no diera ni para ver sus piernas.

Un hechizo de luz no me vendría mal.

Atravesó la puerta sin problemas, algo era algo, pero cuando sus manos buscaron a prisa una pared en su camino para guiarse... nada, ni siquiera veía ninguna luz tenue entrando por alguna ventana. Avanzó rápido aún así, ahora no era momento de detenerse y debido a las prisas acabó dándose de bruces contra algo. ¿Qué? Aquello no había sido ni una pared ni un mueble y Barael solo se ponía cada vez más nervioso mientras se frotaba la cara por el golpe y se formulaba una pregunta simple.

¿No he ido de frente al caer por la ventana?

Tanteaba el terreno mientras se alejaba de la puerta e intentaba recordar donde estaba, pero a aquél lugar no había entrado antes. Entonces el estruendo hizo eco por toda la sala. Barael miró hacia atrás y logro distinguir apenas una silueta por la puerta, que cargaba de nuevo contra el muro. El corazón quería salírsele del pecho, no sabía dónde estaba y no encontraba otra salida por la que huir. Apretó los dientes. Ya no me queda otra. El estoque salió de su oscuridad para acabar en otra.

Ahora que estaba quieto, notó la segunda embestida retumbando en sus pies y escuchaba las grietas abrirse como heridas en la pared. Sin tardar llego la tercera, que provocó el sonido de rocas cayendo y volviéndose polvo a la par que la puerta ahora retumbaba contra el suelo. La cuarta fue la última, la pared se derrumbó como una ola levantando más polvo del que el nublino podía soportar, forzándole a taparse la boca y nariz con su brazo, y dejando entrar la muy tenue luz que las estrellas les concedían esta noche. Por suerte, el techo no le cayó encima.

La bestia a la que Barael bautizó como Bráriz para sus adentros se adelanto hacía el nublino, y cuando este ya pensaba que aquí era el todo o nada... Bráriz se desplomó en la entrada.

El polvo se aposentaba, pero el corazón del nublino, incrédulo, prefería seguir corriendo aquella maratón de angustia.

Poco a poco el nublino miró de reojo alrededor, sin saber qué hacer. Aquella sala era muy amplia en comparación a las de las casas que el visitaba y juraría que aquello de allí era algún tipo de baúl o caja rota por los escombros.

Tanteó la silueta de Bráriz, no se fiaba y quería rematarle antes de que armara más destrozos. Se acercó rodeándole por los escombros, sin prisa, buscando ver cómo reaccionaba y encontrando un hueco para terminar esta pesadilla de día.

La calma inundo el lugar, Bráriz parecía haber muerto por sus propios medios y el nublino por fin empezaba a respirar tranquilo. Bajó la guardia, aunque su mente le gritase que no la montaña rusa de emociones combinada con aquel despertar aterrador lo habían dejado hecho polvo, más mentalmente que otra cosa. Aunque la tensión le pasaba factura a su cuerpo.

Apenas lo vio cuando lo tenía delante, en la oscuridad de la noche. Algo se metió en su camisa y procuró un tacto frio y desagradable en su pecho.

-¿Pero qué? -Medio exclamó sorprendido.

Entonces sintió los dientes atravesar su piel y una sensación de pérdida de energía súbita, similar a la que ocurría cuando lanzaba un hechizo.

El nublino se revolvió alarmado, asustado y sorprendido mientras descargas de dolor le recorrían e intento clavar el estoque a través de su camisa en aquella cosa y hacer pinza con el escudo  para matarla y separarla. Dejó el estoque clavado y saco su daga para comenzar a comenzar a cortar y rajar a aquel bicho con más precisión. Y a su ropa de paso.

Aquella cosa dejo de moverse por fin, pero no se despagaba de su mordisco, y antes de que pudiera separarla algo salió de su cuerpo mandándole a volar.

Y todo se volvió negro.







Por suerte, los ojos del nublino volvieron a abrirse aunque solo para encontrarse con más penumbra. No fue si no el frio de la intemperie lo que le despertó temblando y dolorido, con los dientes de aquella cosa clavados en su pecho a presión debido al estallido mágico.

Se hallaba tirado en el suelo como muñeco sin vida y se levanto torpemente como si un titiritero novato lo moviera, abrazándose en su ropa deshilachada y repleta de vísceras y costras de lo que esperaba que fuese sangre secas. El cansancio lo reclamaba, se sentía vacío al igual que cuando cargaba el anillo hasta altas horas de la mañana, pero ahora el dolor lo acompañaba en vez de desvanecerse.

El anillo es peor. Se repitió para sí en un vago intento de reconfortarse.

Estoy vivo.

El nublino avanzó hacia su estoque que reflejaba la tenue luz entre los escombros, solo para recogerlo con gran parte la punta rota. Claro, estaba en medio. Lo guardó en su funda de todos modos, no veía su daga y un cuchillo no le serviría de mucho si pasaba algo más.

Salió afuera medio tras tropezar un par de veces con montones de escombros que lo cubrían todo, manteniéndose en pie por puro instinto de supervivencia, su cuerpo le decía que simplemente se tirara ahí mismo y durmiera.

Acabo llegando a una de las casas  que ya había registrado y cogiendo unas cuantas mantas para tirarse sobre una vieja cama. Sin magia, se saco los dientes ayudándose con el cuchillo para un par de ellos demasiado profundos y como buenamente puede alguien con una sola mano se tapó un poco la herida.

No pasó ni un minuto tras eso cuando el nublino ya pertenecía al reino de los oniromantes .

Un pequeño movimiento en las mantas marcó el inicio de un nuevo día en aquella habitación, acompañado de un escozor que terminaría por despertarle. Se abrió paso entre ellas mientras buscaba la luz de la ventana en su piel y cuando por fin un frote de ojos despejó su visión, se topó con aquel desastre. Todo su torso se hallaba manchado en sangre y restos de vísceras secas, su camisa y jersey ahora no eran más que unos jirones y los huecos que habían dejado los dientes en su pecho ahora se veían blanquecinos y enrojecidos. Apretó uno de ellos y observó fluir el pus y la sangre.

-Agh....

Pronto le recorrió un escalofrío a causa del frio mañanero, pero estaba acostumbrado.

Hora de moverse.

Apretó las heridas para que saliera el pus y se limpió todo lo que podía con aquellas mantas, la cabeza no le dolía demasiado y no se mareaba, lo cual era buena señal, pero por otra parte notaba que le faltaba algo, una extraña sensación de vacío que solo la falta de magia dejaba. Pero no estaba cansado.

Esto empeora por momentos.

Fue hacia su mochila a echarse algo rápido a la boca y a pegar un buen trago de agua antes de ponerse a trabajar solo para darse cuenta de que estaba muy húmeda y un montón de cristales se habían dispersado por dentro.

El suspiro resonó por las ruinas, las botellas se habían roto por el choque y él había quedado demasiado atontado  y cubierto de fluidos como para notarlo hasta ahora. Toca volver. No pasaba nada, podía aguantar  un par de días sin beber si la vuelta se torcía, pero no podía negar el miedo a morir de sed en aquella vasta ciudad. Al menos no se me han clavado en la espalda. Apartó los cristales como pudo y tras un muy rápido tentempié seco se levantó a buscar nueva ropa.

No era difícil encontrar nueva ropa, pero si encontrarla en condiciones decentes y para su desgracia no estaba en posición de buscarse lujos así que se conformó con un par de prendas no mohosas, que ya era mucho. Se quitó toda su armadura metálica y rasgó la manga de las ropas que daban a la de cuero pues este no podía quitárselo si no era para no volver a ponerlo. Picaba, y no podía curarse las rozaduras de los brazos así que se tenía que aguantar.

Ya preparado se dirigió hacia el edificio de la explosión, la idea de volver al torreón con las manos vacías le gustaba casi tan poco como la de morirse de sed, aunque era por motivos que no admitiría nunca ni para sí mismo.