Ordesta

oof─ ¿Esencia? Hmm… ─ soltó la chica pensativa. Estaba claro que no iba a dejar pasar esta oportunidad. Hacía tiempo que no encontraba nada interesante en los alrededores, y si iba a poder volver a por los otros, técnicamente no se estaría yendo de aventuras sin ellos, sino que solo se les estaría adelantando un poco. ─ Bueno, si pueden venir más adelante no creo que pase nada. ─ cedió. ─ ¿Podemos ir a avisarles cuando me vaya? Ahora están dormidos, y lo mejor sería esperar a mañana, pero no se qué harían sin mí si de repente desaparezco de un día para otro. ─ dijo con inocencia.
oofLa chica estaba realmente preocupada por su pequeña familia, pero la posibilidad de sorprenderles más adelante con aquellas peripecias imposibles le podía. En el fondo sabía que estaba incumpliendo su promesa, aunque estaba convencida de que sus amigos lo entenderían y podrían perdonarle.

Asintió.

—Yo mismo podría hablar con ellos —le dijo. No era una mentira porque estaba usando condicional, claro que no les diría nada, pero poder, lo que es poder, podría hacerlo—. El viaje será largo y debemos partir ya, pero no te preocupes…

Giz conjuró sobre la parqia un potente hechizo de sueño.

—Para ti será como un abrir y cerrar de ojos —pudo escuchar a la vez que se dormía—. Buena suerte, Qirra.

Las alas eran más grandes que ella. O bueno, su envergadura. Tenía que mantenerlas cerradas para poder moverse con soltura en tierra y Saria no lo había tenido en cuenta hasta que despertó en la camilla del laboratorio, medio atontada. Su cabaña de campo, escondida en las montañas de Ordesta, había sido atacada vilmente por una torpeza irremediable. Saria veía los porcentajes y, quisiera o no, se comía las consecuencias. Había tirado tarros, había golpeado sin querer a Chivo y Doce (sus monos de queso), se había quemado las plumas negras mientras cocinaba y así, la lista de pequeñas tragedias era larga.

Por suerte, todo el proceso de adaptación lo estaba pasando allí, en el campo, sin mucha gente que se riera de sus desgracias. Se había planteado varias veces si no habría sido un error, pero tras una semana empezaba… bueno, no es que ya no se chocara con nada, pero se estaba acostumbrando a la nueva cantidad de espacio que necesitaba para moverse. Las alas le pesaban todavía, Giz ya le había avisado que tendría que trabajar el músculo, pero Saria, la Saria Negra, sentía que se acercaba a la imagen que tenía de sí misma en la cabeza. Una amenaza voladora. Una heroína de libro.

Lo de volar todavía no se lo había ni planteado. Esa primera semana la había dedicado solo a acostumbrarse al peso nuevo, a esas dos extremidades que le parecían alienígenas pero, maravillosamente, respondían (como podían) a las órdenes que les mandaba su cerebro. La mala sombra había aprovechado para lo que más urgencia tenía: se había traído los muebles viejos de Idilio Ibex y los estaba restaurando con la ayuda de sus monos. Además, los últimos días había paseado por algunos pueblos cercanos, robando sin ningún pudor cualquier cosa que le pudiera ser útil en su nuevo negocio. A cambio, solía dejarle a los afectados bolsitas de puntos para que comprasen algo mejor. El dinero ordés no valía para nada en Rocavarancolia y Saria lo conseguía con facilidad.

El séptimo día, tras dejar una nota en una tiendecilla de chucherías donde pedía disculpas por el robo y les animaba a comprar un mostrador más bonito, escuchó de refilón algo que le hizo saltar las alarmas. Cosechas perdidas. Árboles marchitos. Extraños patrones en los maizales. Un par de ordeses habían sacado a pasear a sus monos y comentaban horrorizados los efectos tan extraños que había producido una mala racha o un temporal caótico. En Ordesta podían llover ranas, o cristalizarse el barro, o aparecer flotando un pueblo entero durante media hora, pero a todo lo que comentaban les faltaba un valor importantísimo: la aleatoriedad. No solían pasar las mismas cosas a la vez, la Suerte con la que convivían no solía ser tan predecible.

Primero pensó en los extraterrestres de, sí, la Tierra, porque Saria había leído muchas cosas que no parecían servir para nada. Luego, tras un buen tiempo de reflexión, se dio cuenta de que había algo tan aleatorio como la Suerte ordesa, pero a la vez con un patrón claro en lo que se refería a dañar vegetación: Xalk.

Le faltó tiempo para salir pitando. Volando, bueno, levitando pero fingiendo que volaba, viajó hasta el portal y lo cruzó brevemente. Saludó a los guardias de la explanada con un gesto exagerado con la mano y puso una pose erguida, mientras batía las alas sin saber muy bien qué hacía (aparte de actuar).

—¡Hola, cielos! Será un momentín y vuelvo adentro, no os quisiera distraer —les dijo. Luego encendió su comunicador y habló para todos sus amigos—: ¡Chicos, chicos! ¡No os lo vais a creer! Tengo la corazonada de que sé dónde está Xalk. Os espero en Ordesta, al otro lado del portal, venid en cuanto podáis, por favor, ¡es urgente!

Saria les esperaría volando sobre el océano. Bueno, sí, flotando como antes. Lista para su pequeña revelación. Pequeña porque todos sabían lo que había hecho, había sido necesario avisar para que Kud no quedase desatendido en los turnos que le tocaban a ella, pero revelación porque nadie, absolutamente nadie salvo sus monos, la habían visto. Las alas eran negras, cubiertas de plumas del mismo tono de su pelaje, como las de los cuervos, pero de envergadura adaptada a su tamaño.

En cuanto cruzasen, les guiñaría un ojo y luego añadiría:

—No es como quería enseñaros mi gran cambio, pero ¿a que molan? Todavía no sé volar, pero doy el pego que ni el águila de cuatro alas verdes y azules. —No era el momento. Ella lo sabía, pero si Xalk había sobrevivido a un viaje por las Uncidas, había aterrizado en Ordesta y había tenido los santos huevos de insecto de no buscar el portal, Saria no creía que se enfadase porque ella presumiese un poco de los resultados de su operación—. Las noticias que tengo son de un pueblo de Cardantea, hay varios parches de vegetación muerta en un bosquecillo cercano y varias cosechas arruinadas, con dibujitos en el suelo. Puto Xalk, menudo cero está hecho —se rió—. Yo os puedo llevar hasta la zona, pero no sé cómo localizarlo con magia. Las maldiciones que estoy estudiando son más de hacer que se pierdan las cosas que de encontrarlas.

Después de darlo por perdido y de todo lo que había ocurrido con Kud, Saria se había emocionado antes de constatar si la información era veraz. Por eso se encontraba de tan buen humor.

No hizo preguntas a Saria a través del comunicador y tuvo que resistir el impulso de traslocarse de inmediato a la explanada de los portales: el resto iba a tardar un rato más en llegar. Pidió que le avisasen cuando estuviesen allí, momento en el que dejó lo que estaba haciendo y apareció en un parpadeo cerca de donde le esperaban Keiria y Kin. Cruzaron el portal para, finalmente, reunirse con la mala sombra.

El kairós notó enseguida la presencia de las alas de la ordesa, pero hasta que ella no comentó acerca de las mismas el irrense había sopesado la posibilidad de que se tratase de un hechizo ilusorio o quizás de alas mágicas temporales de algún tipo. Por lo visto no era así y la mala sombra se había modificado el cuerpo para poder volar con un par de alas genuinas.
—¿Te las ha puesto Giz? —Fue el único comentario que se le ocurrió hacer al respecto.
No se le ocurría nadie más que pudiera haberlo hecho, pero si había más negocios en la ciudad de aquella índole quería saberlo. No eran su competencia directa, pero nunca sabía si podría necesitar colaborar de algún modo con otros especialistas en cirugía.

Fuese como fuese no indagaría más en aquel asunto por el momento, pues había algo mucho más apremiante y que se trataba del auténtico motivo por el que estaban allí: Xalkoth.
—Si se trata de él estoy convencido de que podré rastrearlo —le aseguró tras sus explicaciones.

Kin estaba en la sede cuando recibió el aviso de Saria a través del comunicador. Se levantó de la silla como un resorte y simplemente cogió algunas de sus cosas a toda prisa antes de salir. No tenía ni idea de qué pensar sobre la noticia que acababa de recibir. Parte de él se negaba a hacerse ilusiones, Saria había empleado específicamente la palabra corazonada. Deseaba encontrar al clinger, lógicamente, pero no sabría ni cómo reaccionar si lo conseguían. Intentaba no darle demasiadas vueltas a la cabeza hasta que no hubiese escuchado las noticias, pero no era capaz. No tenía nada mucho mejor que hacer de camino a la explanada de los portales.

No cruzaron el vórtice hasta haberse reunido todos los que habían confirmado haber escuchado el mensaje. Lo cierto es que a Kin le sorprendió encontrarse a Saria alada al otro lado, no porque hubiese olvidado que estaba recuperándose de la operación, sino porque se había centrado tanto en el tema de Xalk que había olvidado prepararse mentalmente para el cambio que se iba a encontrar en la ordesa.

Se la quedó observando durante unos instantes y se dio cuenta de que, a pesar de todo, tenía que estar levitando, algo que confirmó ella poco después. Era lógico, si se tenía en cuenta también que apenas se las había puesto hacía unos días.
—Saria, estás… intimidante —dijo, no encontrando palabras más adecuadas para describir la sensación que daba ahora la mala sombra—. Es como si hubieses crecido de repente.
A decir verdad no sabía qué otra cosa decir. Le iba a costar un poco acostumbrarse al cambio y resultaba desconcertante. Sabía que era absurdo, porque si las alas hubiesen venido en el paquete durante su primera Luna no le habrían extrañado en absoluto.

Saria pasó enseguida a contarles sus sospechas. El raigaurum no encontró la información demasiado reveladora al escucharla: podría ser Xalk, o podría ser cualquier otra cosa. Un bromista, otro transformado… Cuando habían descubierto que su rastro se perdía en las Uncidas ninguno supo precisar las probabilidades de que hubiese dado con un mundo conocido y vinculado, pero les habían parecido tremendamente bajas. Claro que hablaban de Xalk, que parecía jugar con los porcentajes de buena suerte del mismo modo que Saria lo hacía con la mala.
—No las tengo todas conmigo —admitió—, pero no pienso marcharme sin comprobarlo.
Probablemente no llevaría demasiado tiempo hacerlo, no con ayuda de Archi.

Tras recibir el mensaje de Saria en el comunicador Keiria le había pedido un cambio de turno a su jefe y había salido pitando en dirección a la explanada de los portales con la cazadora en la mano, cruzando los dedos para que por fin les sonriera la suerte en algo. Desde lo de Kud la kitsune no había dormido muy bien, algo que se apreciaba a simple vista en sus pronunciadas ojeras, y la posibilidad de encontrar a Xalkoth con vida después de que se hubiera perdido en las Uncidas era un soplo de aire fresco tras semanas de incertidumbre.
—¿Creeís que será verdad? —fue su saludo cuando se reunió con ambos irrenses frente al portal, cruzando hacia Ordesta con resolución y cierto nerviosismo.

Al otro lado les esperaba la mala sombra, que llevaba unos días ausente recuperándose de su reciente operación, y aunque sabían lo de sus nuevas alas la ibolense no estaba preparada para aquella visión.
—Wow… son impresionantes, Saria —murmuró con una sonrisa, acercándose a su amiga para darle un abrazo y, de paso, rozar sus plumas con los dedos—. Te quedan genial, de verdad. —la alagó, dejándole espacio para que contara las nuevas sobre el clinger.

Al parecer se habían dado casos de vegetación muerta y cosechas arruinadas sin venir cuento en un pueblo de Cardantea, algo que olía mucho a Xalk, pero la ordesta no tenía forma de rastrearlo con los hechizos que conocía. Por suerte para ellos Krono era un empollón de manual y conocía varios sortilegios de localización, así que solo quedaba ponerse en marcha.
—Fijo que es él, Kin —le respondió al raigaurum con una sonrisa confiada, palmeando su hombro izquierdo mientras sus nueve colas se agitaban inquietas a su espalda. Después de oir la historia estaba más que convencida de ello—. Sabéis perfectamente cómo es y la suerte que tiene, chicos... sería él único que literalmente cumpliría lo de la flor en el culo si no tuviera ese desagradable problema de la piel. —rió por lo bajo, aferrándose al humor para mantener a ralla los nervios.

Saria recibió a sus amigos con una sonrisa orgullosa, tanto por sus alas como por haber dado con una posibilidad de encontrar a Xalk. Les hizo una reverencia exagerada a todos, moviendo las alas como movía las manos, no por añadirle teatro, sino por dificultad para coordinarse de otra forma.

—¡Gracias, gracias! Giz las ha hecho geniales, ahora solo falta que funcionen —se rio. De momento solo le habían servido para darse unas buenas hostias contra el suelo.

Eran pocos, pero suficientes para que la recepción de aquella posibilidad fuera variada. Archi se mostró bastante neutral, Kin parecía más escéptico y Keiria atajó con un optimismo contagioso. Lo de la flor en el culo hizo reír a la mala sombra, entre otras cosas porque era verdad.

—A ver, las probabilidades son bajas, no os voy a engañar —reconocío. Esta vez no eran números que veía, sino cálculos que hacía conscientemente, porcentajes que cualquiera podría realizar con matemáticas de instituto—. Pero os lo juro, estoy con Keiria. Tengo un cosquilleo en la nuca que me dice que va a ser él. ¡Ya veréis!

La ordesa se frotó las manos y les hizo un gesto para que la siguieran, sobrevolando el mar en dirección a Cardantea. Tuvieron la suerte de pasar sobre varios islotes y de toparse con barcos mercantes cargados de piedra vibrante, especias y poca salubridad. Saria saludó a los marineros por el puro placer de causar un poco de caos. Por cada cosa que veían que no fuera agua, Saria se imaginaba a la Suerte, con mayúsculas, guiñándoles un ojo. Uno tras otro, señales de que iban por buen camino. Se sentía eléctrica, llena de entusiasmo y con un positivismo que había tenido que trabajar a pico y pala durante los últimos años.

Cardantea tardó, pero acabó asomando por el horizonte, era inconfundible, porque al contrario que las islas, el continente crecía como con avidez, acaparando para sí mismo el horizonte. Se asomaron playas de arenas claras; un enorme acantilado de piedra daba sombra a un pueblo portuario que dañaba a la vista. Había casas de madera y de piedra de distintas alturas, con tejados de infinitas formas y paredes de diversos colores. Algunas viviendas parecían manchadas, en lugar de pintadas, como si el pintor se hubiese aburrido a mitad del trabajo y hubiese vertido un cubo de pintura mal mezclada sobre ellas. Saria descendió a ras del mar, todavía a un par de kilómetros del sitio, y aminoró la marcha.

—Estamos llegando a Nuevo Puerto 4. El pescado al azar que hacen en los chozos a pie de playa sabe genial, a veces. —Soltó una carcajada—. Pero lo importante ahora es que los rumores llegaron al Pezón Izquierdo desde aquí, por unos marinerillos. En este sitio no siembran, así que debieron surgir en algún pueblo cercano, más al interior. —Se giró hacia Archi—. ¿Se puede empezar a buscar aquí? Si no, puedo preguntar a algún vecino.

Tras oír a sus compañeros dirigir un cumplido a Saria por sus nuevas alas el biomécanico se quedó pensativo preguntándose si él también debería hacerlo, pero perdió completamente la oportunidad porque todavía no había dado con las palabras qué decir cuando ya se cambió de tema.

Siguió a la ordesa mediante el hechizo de vuelo y el de invisibilidad, entreteniéndose con el paisaje mientras sobrevolaban el mar y observando las acciones de la mala sombra. No estaba muy convencido de que dejar que nativos viesen a una de los suyos con alas fuese lo más prudente de cara a las restricciones del Consejo, pero tampoco creía que Saria fuese a hacer nada verdaderamente peligroso. Confiaba bastante más en su juicio que en el de Kud o del clinger al que estaban buscando.

Bajó el ritmo cuando ella lo hizo y escuchó lo que tenía que decir volviéndose visible al no haber nadie cerca.
—No lo sabré hasta que lo intente porque desconozco la distancia —le respondió—. Pero creo probable que debamos adentrarnos más.

El comentario de Keiria sobre la suerte de Xalk también consiguió hacer reír a Kin, incluso si aquello no le acababa de convencer. Era cierto que no quería hacerse ilusiones, pero tampoco servía de nada ser unos completos pesimistas con toda la situación.

No tardaron en ponerse en marcha en dirección al lugar que había dicho Saria. Sobrevolaron el mar, y el irrense sintió que sus esfuerzos por pasar desapercibidos se iban por la borda cada vez que la mala sombra decidía saludar a la tripulación de los barcos. «¿Estás segura de que eso es apropiado?» quería preguntarle, pero no era fácil hablar cuando el viento se llevaba sus palabras.

A pesar de todo Kin disfrutó del viaje. Aquella zona costera llena de islas y barcos ofrecía uno de los paisajes que más disfrutaba el irrense, algo atípico para él y lleno de personalidad. El aroma a sal y los pájaros marinos volando a su alrededor solo conseguían añadirle más encanto.

El pueblito costero que sobrevolaron también le llamó la atención, y le dio incluso lástima que no estuviesen allí para hacer turismo. No podían hablar donde alguien pudiese verlos, así que descendieron lejos de allí. Cuando Saria empezó a hablar el irrense tuvo que aguantarse una carcajada al escuchar el nombre del puerto. Estaba cansado de saber la clase de nombres que ponían los ordeses, de hecho lo del pezón izquierdo ya no le cogía por sorpresa a esas alturas, pero no podía imaginarse a alguien nombrando el puerto con más desgana.
—¿A veces? —preguntó en cambio, dejando que pareciera que aquello era lo único que le había hecho gracia—. Habías conseguido que me entrase hambre, pero ahora ya no sé si quiero probar ese pescado.
»¿Sabemos en qué dirección ir? —preguntó mirando a Saria tras la intervención de Archi, y luego a este—. ¿No hay hechizos de rastreo con potencia suficiente para empezar a buscar desde aquí? —Realmente no lo sabía, solo conocía las variantes más simples, que solo usaba para buscar a sus amigos por la ciudad cuando no sabía a dónde habían ido.

Que Saria estuviera de acuerdo con ella reforzaba el optimismo de la kitsune y aumentaba las expectativas que tenía para aquella expedición improvisada, pues los cosquilleos de una malasombra debían tenerse siempre en cuenta.
—¿Qué historia creéis que nos contara para justificar su ausencia prolongada? —preguntó de forma retórica, esbozando una sonrisa divertida mientras seguía a sus amigos por el aire con evidente mejor humor que a su llegada.

Bajo ellos quedaba el mar salpicado de islotes de Ordesta, un paisaje vasto y extenso que pasaba a toda velocidad en su trayecto a Cardantea, y cada vez que un barquito aparecía a sus pies su anfitriona se divertía dejándose ver para provocar el caos. Keira no conocía las leyes de intervención de aquel mundo, así que se servía de su talento innato para pasar desapercibida, y cuando uno de esos esquifes se dejaba ver ella se ocultaba tras la ilusión de algún ave marina que seguía a Saria en su vuelo frenético.

El viaje fue largo, pero acabaron alcanzando su destino, y cuando estaban a poco más de dos kilómetros de la costa la malasombra redujo la marcha para poder hablar con más facilidad. La ulterana no terminaba de acostumbrarse a algunos de los extraños nombres que usaban los ordeses, pero no comentó nada al respecto por mera educación, y mientras su amiga hablaba ella se limitó a observar con atención el pintoresco pueblo que les señalaba. Todo en el era caótico y hasta los edificios parecían esforzarse en no parecerse entre sí, pero lo cierto era que a la pelirroja le gustaba el conjunto.
—Pues yo si que me atrevo con ese pescado si luego tenemos tiempo. —comentó tras Kin, guiñandole un ojo al demonio raigaurum mientras Archi respondía a las preguntas de Saria.

Según el kairos lo más aconsejable era adentrarse en el continente en busca de esas zonas de cultivo que la malasombra había mencionado, pues los hechizos de localización eran más efectivos cuanto mayor era la proximidad del objetivo, así que el grupo volvió a aumentar la velocidad para alcanzar su destino cuanto antes.

Saria asintió a Archi y luego negó con la cabeza en dirección a Kin.

—La información que tenía sólo nos llevaba hasta aquí,  así que no nos queda de otra que preguntar en Nuevo Puerto 4.

Acto seguido, activó sus protecciones. Una cosa era asustar a unos marineruchos, que probablemente fueran bebidos e, incluso si no, podían achacar aquello al clima extraño de la ciudad y daría para historias divertidas. Otra muy diferente era generar el caos apareciendo en el puerto a la vista de todos los habitantes y los que estaban de paso.

—A veces, sí —retomó lo del pescado brevemente—. Cocinan echando a suertes los ingredientes, entre otras cosas, pero no os rayéis, que tengo muy buen ojo para elegir los buenos —se rio. Ojalá pudieran celebrar de veras el reencuentro con Xalk, ella misma invitaría a Keiria y a quien quisiera a pescado, a dulces… A lo que fuera. Hablando de Xalk, respondió a la kitsune—. Motivos no le faltan para no dar con el portal, pero seguro que tampoco le faltan excusas para no intentarlo mucho —se rió.

Les hizo un gesto para tomar un pequeño desvío hasta una playa cercana y así poder entrar al pueblo andando y no desde el mar, ni flotando en el aire. Una vez allí, Saria tomó la iniciativa y se movió con soltura entre pueblerinos en busca de viandas para la comida y marineros en busca de descanso o fiesta. Entre todo lo que escucharon, pudieron atar cabos para salir de Puerto Nuevo 4 en dirección sudeste hasta Villa 30 Segunda. Les habían hablado de una suerte de pájaro extraño que no parecía tener mucho sentido con lo que buscaban, pero sin duda debía estar relacionado con Xalk, pues lo culpaban de haber destrozado algunas zonas de cultivo más alejadas del pueblo, pudriendo las plantas hasta la raíz.

Con suerte, los hechizos de Archi podrían dar con Xalk antes de que llegaran al pueblo del que se originaban aquellas historias.

Xalkoth:

Llegada a Ordesta:

Durante la noche de la luna roja, bajo el cielo estrellado de un mundo en el que sus habitantes ni siquiera sabían de la existencia del astro rojo, aquellos seres inteligentes y no tan inteligentes que decidieran alzar su vista por encima de sus cabezas descubrirían que la Suerte había decidido regalarles la vista con un suceso poco habitual, ya que en aquel momento caía una estrella fugaz única entre las de su especie.
La estrella no era muy grande, de hecho ni siquiera llegaba a dos metros de diámetro, tenía forma de insecto gigante acurrucado en una bola y la única razón por la que parecía algo mínimamente parecido a una estrella era porque dicho insecto había activado por accidente las protecciones de uno de sus amuletos, protecciones que sacrificaban su efectividad a cambio de brillar y de dejar un rastro de luz al desplazarse, un motivo completamente justificable no sólo para comprar el amuleto sino también para gastarse más dinero del que probablemente costaba. Eso era lo que su portador había pensado.

Xalkoth tenía alas, de hecho había estado usándolas hasta momentos atrás mientras giraba alrededor de una ballena gigante preciosa a la que quería acariciar, pero el universo tenía otros planes y mientras se disponía a cambiar de rumbo para aterrizar en el mamífero volador gigante de repente los conceptos de tiempo y lugar se habían girado sobre sí mismos. El clinger no sabía lo que había pasado, ni cuánto tiempo había durado la traslación, pero su sentido de la orientación, equilibrio y todas sus funciones sensoriales en general se habían vuelto locas de repente y para cuando recuperó el sentido de la orientación ya estaba en caída libre sin saber en qué dirección estaba “arriba”
Fue un aterrizaje digno de una piedra: brusco, sin elegancia ninguna, y con un par de rebotes en el proceso, pero dejando al objeto que había impactado sin sufrir daños. Las protecciones que había activado por accidente podrían no ser las mejores, pero si el cuerpo de la plaga destacaba por algo era en que era tan duro como la mollera de su dueño.

–¿Eh?
Xalkoth había necesitado unos segundos tras estrellarse para ordenar sus pensamientos, pero no necesitó pensar demasiado para darse cuenta de que había ATERRIZADO, a pesar de haber estado sobrevolando el océano, una contradicción que no entendía.
Miró a su alrededor: jungla. ¿Había tierra con vegetación en medio de la baía? Era muy raro, pero en aquel lugar había más trozos de cosas que casi mar, asi que quizas no fuera tan imposible...
–¡Ey! ¡Creo que he encontrado una isla! –Gritó para los de arriba por si le interesaba a alguno. No hubo respuesta, de hecho hacía tiempo que no escuchaba la ballena.
–¿ME OÍS? ¡HOOOOOOOLAAAAAAAA! –Gritó de nuevo, esta vez más alto, pero de nuevo silencio. Aquello era muy raro así que decidió echar a volar para ver qué era lo que estaba pasando y una vez hubo rebasado las copas de los árboles empezó a ser consciente de su situación.
La bahía ya no estaba, a su alrededor solo había vegetación hasta donde alcanzaba la vista y en el cielo faltaba la luna, los terremotos, la energía que normalmente saturaba el aire en esa época… fue en ese momento cuando fue consciente: ya no se encontraba en Rocavarancolia.




Un mes después:

Xalkoth "cabalgaba" por el bosque a lomos de Metro, un ave rasa anormalmente grande con la que se había hecho amigo hacía ya un tiempo, si por amigo se contaba el secuestro por interés que había acabado bien por pura casualidad. El nombre se lo dio porque estaba pensando en su amigo Krono cuando se encontró con la criatura.
Lo que había sucedido era que, cuando dicha ave había intentado espantar al clinger con sus alas con forma de ojos gigantes, pues como cabría esperar provocó el efecto contrario y Xalkoth se encariño con el animal, pero por si aquello no fuera suficiente, la plaga no tardó en descubrir que su nuevo amigo, pese a ser un ave, no podía volar y como aquello le dio pena decidió agarrarla por el lomo y llevársela volando de vez en cuando por ahí para que pudiera experimentar la sensación… sensación de pánico que la desafortunada ave había acabado por aceptar con resignación debido a que aquel insecto gigante misterioso le daba de comer y funcionaba mucho mejor como fuerza disuasoria de depredadores.

Pasaron más semanas y poco a poco Xalk empezó a acostumbrarse a su nueva vida, pero aquello hizo que fuera estando cada vez más triste. Su condición como Clinger y como plaga lo volvían extremadamente dificil de matar y su resistencia mental era considerable, tanto por su historial como habitante de Dryfus como por su tozudez mental natural. Probablemente podría pasar el resto de sus días en aquel mundo desconocido sin mayores problemas pero echaba de menos a sus amigos y aunque Metro había cubierto, voluntariamente o no, el hueco que habían dejado durante un tiempo… no era suficiente. Por suerte para él su estado mental no llegó a peligrar demasiado, ya que pocos días después la Suerte lo llevaría a un encuentro de azar que le devolvería las esperanzas una vez más.

Hasta aquel momento, por lo que sabía, podía estar en cualquier mundo, sin forma de saber si había portal siquiera, o donde. Pero una noche, por pura coincidencia, mientras llevaba a Metro a dar un paseito nocturno se encontró con un asentamiento de seres inteligentes, y no cualquier tipo de seres:

–¡ORDESES! –Gritó sin previo aviso asustando a su mascota que con el sobresalto extendió sus “alas-ojo” a su máxima envergadura y le otorgó a Xalk una apariencia todavía más terrorífica de la que su condición como plaga le ofrecía por defecto. Sobra decir que cundió el pánico y que una nueva leyenda de un ave rasa voladora gigante que aparecía por las noches para comerse a los niños malos se extendió por la región como los bolsillos por la ropa de los marsupiales inteligentes de aquel planeta.

Sus intentos por comunicarse con ellos fueron… nulos. Por lo general huían todos, y en los casos extremadamente raros en los que el insecto gigante logró atrapar a alguno se dio cuenta muy deprisa de que no hablaban el mismo idioma. En cualquier caso ahora tenía esperanzas: estaba en un mundo vinculado con especies cosechables. si hacía el suficiente ruido podría lograr que se enteraran en la ciudad y que mandaran a buscarle pero ¿cómo podría hacerlo? No solo tenía que causar un escándalo… tenía que ser algo que dejara claro que había influencia de otros mundos…

–¡YA LO TENGO! – Gritó de repente, para nadie en particular, mientras una exclamación imaginaria se le dibujaba sobre las antenas y Metro le gruñía por no dejarle dormir. Había hablado con los mercenarios de la grieta en varias ocasiones y uno de ellos, el que tenía plumas que se endurecen, le había comentado que en la Tierra, cuando la visitaban seres de otros mundos, dibujaban círculos en las cosechas de la gente para dejar constancia de que habían estado allí. Eso podría funcionar.

De ese modo, durante los últimos días había estado poniendo en marcha su plan. Por las noches se desplazaba a asentamientos y, si había curiosos, los espantaba con las alas de Metro. Una vez apartados los testigos solo tenía que posarse en las cosechas, activar sus toxinas y moverse para trazar los dibujos que quería hacer mientras la vegetación moría al tocar su caparazón.
No estaba seguro del patrón apropiado así que probó de todo: Círculos solitarios, círculos concéntricos, círculos en fila y en cruz, círculos con círculos, cuadrados con círculos… “¿Quizás funcionaría dibujar un círculo con cuadrados?” Se preguntó una vez…


En ningún momento se le pasó por la mente que escribir en rocavarancolés probablemente hubiera sido una mejor idea para su plan.

—Sí —respondió a Kin—. Pero no conozco las variantes más potentes y desconozco si alguna de ellas permite rastrear sin poseer nada del ser al que se busca. No tuve en cuenta poder necesitarlas en alguna ocasión. Es evidente que me equivoqué.

Dejó que sus amigos hablasen un rato más sobre aquel pescado y lo que quisieran y se puso manos a la obra para iniciar el rastreo. Tal y como sospechaba no obtuvo nada, por lo que el grupo tuvo que averiguar un poco más acerca de aquellos rumores. Xalkoth no era, desde luego, un pájaro, pero se preguntó si tal vez alguien lo había confundido con uno al verlo volar desde la distancia.

Siguieron a Saria Omen en dirección al lugar que habían mencionado los pueblerinos y estuvieron durante un tiempo sobrevolando hectáreas y hectáreas de cultivos mientras el kairós seguía tratando de rastrear al clinger. No tardó demasiado en encontrar, por fin, un rastro y se lo hizo saber a los demás. Siguiendo dicho rastro empezaron a notar el sello personal del plaga en el planeta: patrones extraños de plantas echadas a perder en medio de los terrenos agrícolas.
—Está muy cerca.

El hechizo le condujo a un solitario árbol cerca de uno de aquellos cultivos de curiosos patrones. Lo primero que vio el biomecánico fue una larga cola de un animal emplumado y se dirigió hacia ella extrañado. No había duda de que el rastreo terminaba allí mismo.
—¿Xalkoth? —probó a pronunciar.

En el instante en que Krono Rádem pronunció su nombre, la cola emplumada que el Kairós había visto desapareció tras el árbol a toda velocidad fruto de un sobresalto. Apenas un segundo después, dos alas enormes con apariencia de ojos surgieron a ambos lados del tronco del árbol y al mismo tiempo…

–¿...Krono? –La voz de Xalkoth surgió del mismo punto que las alas, bajito, como si el dueño de la misma no estuviera seguro de que debiera hablar, de que debiera creerse la presencia que quien le observaba… bueno, quien intentaba observarle porque el árbol seguía en medio. Oh cierto, el árbol estaba en medio.

Una cabeza familiar para todos los presentes se asomó por un lateral del tronco. Sus antenas se erizaron y sus ojos, los seis, se iluminaron inmediatamente mientras el insecto asimilaba la presencia de los que se encontraban allí.  
–¡KROOOONOOOOOO! –Chilló inmediatamente al reconocerlo, mientras se tiraba sobre él en un abrazo de… ¿de insecto?
No se soltó, se quedó abrazando al Kairós tanto como le dejaran mientras gemía con ilusión y pena a partes iguales, en la versión clinger que podría considerarse el llanto para los de su especie.
–N-no… No estaba seguro de que fuera capaz de volver a veros… – Logró decir entre sollozos, mirando al resto mientras seguía sin soltar a Krono.

En el árbol, las alas-ojo desaparecieron tras el tronco, y a los pocos segundos se acabaría asomándose la cabeza curiosa de Metro, pero no se acercaría más.

Archi confirmó que tampoco tenía acceso a las variantes más potentes de rastreo, por lo que los interrogatorios continuaron. La información parecía prometedora, aunque contradictoria, pero pronto tuvieron la confirmación de que el rastro del clinger podía seguirse desde allí, y el irrense realmente se quedó sin palabras. No podían haber recibido mejores noticias pero, a la vez que había sentido alegría y un alivio inmenso, también crecían en él las ganas de darle tal colleja a Xalk que le hiciese mudar el exoesqueleto de un golpe.

Los patrones por los que pasaron mientras le buscaban, cuanto más los miraba, más parecían señales de un clinger cabezahueca queriendo llamar la atención. Daba gracias que las supersticiones de los ordeses le hubiesen salvado de tener un juicio al volver a Rocavarancolia.

Quien sabía la distancia restante hasta el destino que marcaba el hechizo era Archi. Kin se limitaba a seguirlo, observando distraídamente aquel nuevo mundo a su alrededor, hasta que escuchó la voz del biomecánico llamar al clinger. Se giró, no viéndolo por ningún lado, o al menos no viendo lo que esperaba ver.

Xalk emergió de detrás de un tronco donde parecía haber un ave y se abalanzó sobre Archi, estrujándolo y aferrándose a él como si fuese a desaparecer de un momento a otro. Sus sollozos y su alegría vaciaron la mente del raigaurum mientras se acercaba a ellos dos. Ya no se acordaba si iba a partirle el caparazón o echarle la reprimenda de su vida cuando se cernió sobre el plaga. Para sorpresa del propio Kin, acabó echando el brazo sobre el hombro del clinger, uniéndose también al abrazo.
—No vuelvas a hacer una gilipollez así, bicho de las pelotas.
Probablemente era demasiado pedir.

Como Archi no tenía acceso a hechizos de rastreo de alto nivel el grupo se vió obligado a entrar al pueblo costero a la caza de historias que les ayudaran con la búsqueda del clinger, pero por suerte fue una incursión productiva y al rato Saria ya había averiguado algunas cosas que no tardaron en ponerles sobre la pista de Xalk. La malasombra incluso había tenido tiempo de reunir algunos ingredientes para el almuerzo, algo que la kitsune agradeció apropiadamente antes de ponerse en marcha de nuevo.

Tardaron un rato en llegar hasta el punto que les habían indicado en Nuevo Puerto 4 y aún un poco más en que el kairós rastreara con éxito a su amigo, pero en cierto momento empezaron a avistar señales de la presencia del clinger en la zona: extrañas señales en los cultivos que se parecían sospechosamente a los círculos alienígenas que los visitantes espaciales dejaban en la Tierra según Kud.
—¿De verdad? —preguntó la pelirroja cuando el biomecánico anunció la proximidad del insecto, observando nerviosa los alrededores hasta que dieron con aquel solitario árbol y su emplumado ocupante.

Cuando Archi lo llamó la kitsune dió un respingo mientras lo buscaba con la mirada, pero a pesar de estar preparada no pudo evitar sobresaltarse cuando Xalkoth salió de detrás del árbol para abalanzarse sobre el irrense, declarando entre sollozos que no sabía si volvería a verlos. Kin no tardó en sumarse al abrazo grupal con un comentario muy oportuno y Keiria, no queriendo ser menos, los rodeó a los tres con los brazos y los estrujó con fuerza, preparada para hacer hueco a Saria si ésta decidía unirse.
—¿Pensabas que no removeríamos cielo y tierra para buscarte? —le preguntó sin soltarles, riendo aliviada por haber encontrado a su amigo de una pieza.

Saria dio un bote de la emoción cuando Archi les confirmó que había dado con él.

—¡No me lo creo! —exclamó entusiasmada—. Bueno, por toda la Suerte del mundo, ¡sí que me lo creo!

Solo había una cosa más gratificante para la mala sombra que cuando sus corazonadas se cumplían: cuando se cumplían y además traían a la plaga de vuelta. Voló nerviosa pero concentrada en todo lo que le diría a Xalk sobre el susto que les había dado y la imprudencia que había cometido y…. Sin embargo, en cuanto lo vieron, se le humedecieron los ojos y lo único que fue capaz de hacer fue unirse al abrazo que se había iniciado en la pierna de Krono, para decirle, con mucho cariño:

—¡Puta plaga, te quiero mucho! —no fue hasta que se separó, porque le molestaban las alas nuevas, que añadió—: No vuelvas a dejar en manos de la Suerte tu vida, que ya le debes un favor muy gordo.

>>¡Pero bueno! ¡Cuéntanos! ¿Cómo has sobrevivido? ¿Qué has comido? ¿Qué has hecho todo este tiempo? ¿No habrás… —cayó en ese instante en el pájaro que asomó brevemente—. ¿Esa ave rasa no será tuya? —y se echó a reír a carcajadas.