Roca Sagrada

"Vaya, otro portal en mitad del mar", fue lo primero que pensó Shizel al llegar al otro lado. No había visto motivo alguno para no poner en práctica su plan de darse paseos por los mundos vinculados a partir del mismo día siguiente del anuncio del torneo, y eso había hecho.

Aunque aprender hechizos de camuflaje no le costaba más que tiempo, cosas como amuletos de comunicación sí que requerían liquidez monetaria. Shizel no tenía ganas de hacer más transacciones enojosas de dinero idrino a dinero rocavarancolés, sobre todo porque prefería no abusar de la suerte al retirar mucho dinero de la cuenta de gastos comunes. Todos los mundos donde le fuese necesario hacer uso de la interacción hablada o del camuflaje habían quedado, por consiguiente, descartados de momento.

De entre los restantes había optado por ignorar Libo ya que se acercaba la visita oficial a la que le había invitado Karime. Mundos de naturaleza más salvaje como el Macetero o Dryfus había preferido dejarlos para cuando dispusiera de un arsenal más completo de hechizos relacionados con la supervivencia. Al fin y al cabo solo estaba buscando un paseo.
Tras informarse sobre las distintas medidas de seguridad necesarias en los que quedaban, había decidido que la despoblada Roca Sagrada era el más idóneo para empezar. Era difícil que se encontrase con alguien por mera cuestión de probabilidades, y tenía mucha naturaleza salvaje.

"Tierra-Bruja..." Así habían llamado los custodios del portal a la zona donde había aparecido. Era un continente muy frío, o quizás eso se debiera a que había llegado en invierno. "Me gusta", decidió Shizel al llegar a la costa. Aún meses después de la transformación le divertía advertir a veces que llevaba manga corta cuando algunos de sus compañeros tenían que pertrecharse con ropa de abrigo o hechizos térmicos.

No sabía qué equivalencia temporal había entre Roca Sagrada y Rocavarancolia. Tampoco había llevado ningún reloj, porque había leído que a menos que fueran mágicos la mayoría de dispositivos se estropeaban al cruzar un portal. No obstante no le molestaba aquella falta de medición del tiempo. Lo bueno de aquella nueva independencia en Rocavarancolia era que no tenía que responder a nadie de las horas a las que llegaba, ni siquiera ya a sus propios compañeros de torreón.

El skrýmir por fin descendió a nivel de tierra, y tras una mirada pensativa a su alrededor echó a caminar en cualquier dirección.

-

Levitar le permitía recorrer distancias que a pie habría tardado horas en cubrir. El idrino avanzó a lo largo de un mundo que parecía desierto, como si solo existiese solo para él. Se preguntó qué habría llevado a sus habitantes llamar al continente Tierra Bruja. No parecía un lugar lleno de magia, aunque no por ello dejaba de ser bello.

A lo largo de su periplo encontró incluso restos de algunas ruinas que contempló con interés, y se internó en las que parecían en mejor estado. En alguna ocasión también le pareció ver bandadas de alguna clase de pájaro sobrevolando los cielos, y en cierto momento le pudo la curiosidad y convocó el hechizo de niebla mágica para verlos de cerca.
Se dio cuenta con sorpresa de que se trataba de roquenses en plena migración. Shizel los observó con vivo interés, pero no se dejó ver.

Su viaje llegó a su término cuando tuvo frente a sí un refugio temporal de abajeros, bajo un desfiladero en las montañas a resguardo del gélido viento. Sin atreverse a acercarse más sin conocer embrujos de camuflaje Shizel se limitó a observar desde la distancia, ardiendo en deseos de bajar y mezclarse entre ellos, indagar, hacer preguntas, saber más.

Aunque no podía entender qué decían utilizó un hechizo de amplificación sensorial para sumergirse mejor en lo que le mostraba la niebla mágica. La mezcolanza de ruidos que le llegaban le tradujeron lo que las palabras de aquel idioma caótico no podían decirle: le hablaban de gente que arrimaba el hombro para sobrevivir, trabajo duro, de voces que cantaban y de la voz silenciosa de aquellos que no podían hacerlo reflejada al escribir o pintar.

Regresó al portal a la caída del atardecer, preguntándose indolentemente qué mundo vinculado visitaría al día siguiente. Las ruinas y el haber visto a los roquenses le habían producido una mezcla de calma y curiosidad: aunque había disfrutado disponer de aquel mundo inmenso para él solo le habría gustado poder saber más asimismo de las personas que lo habitaban. Decidió que el próximo mundo nuevo sería uno en el que pudiera hablarles.

[Sigue unos días indefinidos más tarde en Nubla.]

Cosecha de Sinceridad

Aquella jornada había sido bastante fructífera. Su grupo de caza había adoptado una cueva escondida en el bosque y la usaban como refugio y pequeño almacén. Secaban carne, curtían pieles, hacían arcos, lanzas, sacos... A veces había más gente o solo un par, o en ocasiones como aquella, solo un roquense. Ella en aquel caso. Estaba sentada frente a una fogata sobre la que daba vueltas a un par de roedores. La entrada de la cueva estaba cubierta por hierbajos y algo de madera, para evitar que el fuego le descubriera en la noche, y una pequeña abertura en el techo de la cueva dejaba salir al humo, que se perdía entre las copas. Si todo iba bien, mañana volvería a Tierra-Bruja y luego seguiría como siempre. Pero aquello era el bosque y era de noche, y todos sabían que algo podía ir mal y no volver. Precisamente por eso una lanza y un cuchillo* de piedra reposaban a su lado. También había unos pequeños tambores en un rincón para cuando los cazadores podían permitirse tocar algo, normalmente cuando la expedición tenía éxito y lo celebraban con cantos y música. A ella le gustaba tocar, ojo, y de hecho había tocado un poco hacía horas, pero no era momento de hacerlo en mitad de la noche.

Cuando el primer roedor estuvo listo, lo sacó del fuego y le hincó el diente con hambre. Cenaría, se cercioraría de que la puerta estaba bien atrancada, y se echaría a dormir unas horas.

¿De dónde salía aquello? Le pilló totalmente desprevenida y la cena se le cayó a la fogata por el susto. Asió su lanza con rapidez y miró hacia el fondo de la cueva. <<¡Se suponía que estaba limpia! ¿No será algún bromista? Como sean los chicos, se van a llevar una buena tunda>>

No había escuchado nunca nada igual, ni siquiera era su idioma <<Se lo están inventando... ¡Pero suena genial!>> Estaba segura de que era una broma, pues no se imaginaba a nadie cantando de esa forma tan evolvente...

Encontró el pasaje oculto por el que venía la voz y se adentró en la cueva. La música le llevaba, casi tiraba de ella, y poco a poco sentía que no corría peligro, pero no soltó la lanza. Llegó a un sitio espectacular. <<Tengo que enseñarles esto...>> pero algo más importante llamó su atención: quien fuera quien estaba cantando estaba allí delante, frente a una hoguera. Entendió su gesto de la cabeza como un saludo y abrió la boca para responder, pero solo se oyó el golpe de la lanza contra el suelo. Cantaba demasiado bien. Le encantaba. Tanto que le costó un poco lograr articular bien para preguntar algo que consideraba necesario. No porque desconfiara de esa figura, cosa que era imposible: nadie malvado podría cantar así. Pero obviamente no era ninguno de sus amigos. ¿Un viajero que dio con otra entrada a la cueva?

—¿Qui... quién eres? Cantas... genial —dijo algo emocionada.

Se le acercó un poco más, quería escuchar más de cerca, sentarse cerca y perderse en la canción. Era su cueva, su refugio de caza, estaba a salvo y dormiría del tirón con aquella canción reverberando en las paredes de piedra.

Allí estaba ocurriendo algo raro que la roquense no fue capaz de identificar, tan hechizada por la canción como estaba. De alguna forma pudo ver mejor a la criatura que cantaba. Aquello no era roquense, pero no le importó ni se sintió de ninguna otra forma distinta a relajada y emocionada.

Pero también estaba intrigada.
—¿Qué... misión? Since... Soy Sinceridad. No sabía que esta cueva tuviera... Que estuvieras aquí; yo... estaba al otro lado —dijo, despacio, mientras movía la cabeza al ritmo de la canción, que se le había quedado grabada. Si se descuidaba, se le cerraban los ojos.

Si ya estaba atrapada, sus palabras multiplicaron el efecto. ¿Reclutar? ¿Hazaña, milagro, grandeza? ¿Ir con él, convertirse en milagro? Sacudió la cabeza, intentando encontrar sentido a aquello, pero solo tenía uno posible: era algo idéntico a cuando conoció a Sinrastro. Casi, si ignoramos el detalle de la música tan perfecta...

—¿Por qué yo? —inquirió pero negó con la cabeza pues pensaba que le diría lo mismo que su amiga—. No eres de Tierra-Bruja... ¿Eres chamán de Silencio? Por eso el aspecto, camuflado... Si... si mi gente se beneficia..., aceptaré.

En su fuero interno, no obstante, quería aceptar ya. Quería ir a donde ese Mikk, que seguramente era un deseo codificado, le dijera. Quería formar parte de aquello. ¡No podía ser malo! La misma música se lo había hecho sentir. Pero... necesitaba asegurarse. Una parte de ella le gritaba que no se arrepentiría, que sería como cuando Sinrastro le convenció... Pero quería asegurarse y ya había planteado sus dudas.

<<No es de este mundo... ¿Es un dios? ¿Un enviado? ¿Yo tampoco? ¿M-magia? ¿Potencial?>> Para cuando Mikk se puso en pie, Sinceridad tenía la cabeza embotada solo con lo que le había dicho. Era imposible, pero al mismo tiempo algo le decía que era verdad, que todo aquello era cierto... Y qué mejor prueba que lo que sucedió a continuación.

Ahogó un grito al ver la llama ascender a su mano como si nada. Parte de ella quiso retroceder, pero la curiosidad o quizá el hechizo fueron más fuertes y tan solo tembló en el sitio con los ojos como platos y sus extremidades paralizadas pero recorridas por fugaces sacudidas. Tuvo que forzarse a parpadear pues lo que Mikk siguió diciendo era demasiado maravilloso y se le habrían secado de mirarle con tanta intensidad. Cuando acabó su explicación pidiéndole ayuda...solo se le ocurría una respuesta. Tomó aire, intentó decirlo sin éxito pero al tercer intento pudo lograr una sola palabra con bastante firmeza para el estado de “emoción imposible y temblequeante” en que se encontraba.

–Iré.