Anfiteatro

El kairós le dedicó una mirada rítmicamente parpadeante al idrino cuándo inquirió los motivos por los que no se había expuesto en su primera visita, puesto que ya había aclarado que necesitaba camuflarse. Comprendió a que se refería cuando mencionó a su familia, no obstante.
—Todavía no era el momento de hablar con mi familia, pero lo haré la próxima vez —le explicó—. Mis únicos amigos se encuentran aquí —añadió tras unos instantes.

El cambio de conversación captó su interés, ya que había leído vagamente acerca de la logomancia pero no sabía que había alguien dedicándose a ella como forma de negocio.
—Giz me prestó su amuleto durante unos minutos para realizar una transacción —aclaró—. Para la próxima ocasión pretendía comprar uno con el dinero que he recuperado de mis ahorros, pero si es posible recuperar el idioma de forma permanente… —Titubeó. No sabía cómo preguntar adecuadamente—. ¿Podrías indicarme dónde vive dama Puente y cuánto podría costarme contratar sus servicios?

Hablar con Archi era relajante. Shizel cayó de pronto en la cuenta de por qué al fijarse en que parpadeaba a intervalos exactamente iguales.

Volvió a asentir y no insistió en el tema. Era cierto, había momentos y lugares. Él mismo había esperado a su regreso definitivo para establecer contacto con sus amigos, aunque tuviese ganas de verles.
Siendo sociable por naturaleza, y no necesitando esfuerzo para congregar a gente a su alrededor, Shizel olvidaba que muchas personas no eran así. Se preguntó qué clase de vida recluida había de seguir uno para encontrar no solo por primera vez a la magia en un lugar de espantos, sino a unos primeros amigos.

—Ah, claro -respondió ante su siguiente pregunta-. Solía vivir en Serpentaria, pero ya que se gana muy bien la vida ha tenido ocasión de mudarse al barrio acomodado, Luna Alta- no le ofreció llevarle; si había pasado por allí aunque fuese de pasada supuso que sabría teletransportarse de vuelta. Le dio una tarifa aproximada y luego añadió:-. Te recomiendo esperar antes de recuperar tu idioma, eso sí. Ahora mismo Irraria sigue siendo relativamente nuevo y el precio seguramente vaya acorde a dicha rareza. Pero la demanda debe estar creciendo con la restauración del comercio y para cuando se estabilice seguramente puedas obtener el irrense a un precio mucho más asequible.
Costaba creer que Rocavarancolia se rigiese por el concepto de oferta y demanda, pero para su alivio sí lo hacía. Aún así las finanzas del reino eran bastante fáciles de seguir en comparación con las idrinas.

—El agua de la Plaza de la Fuente está imbuida de un hechizo similar -le advirtió-. Eso seguro que lo habías deducido ya, pero te lo digo para que evites ni mirarla una vez tengas tus idiomas nuevos. Lo borra todo y lo sustituye por rocavarancolés seas cosechado o no.

Grabó en su memoria los datos que el idrino le proporcionó acerca de dama Puente.
—Tiene sentido lo que expones, aunque yo necesito recuperar el lenguaje cuanto antes y calculo que me saldrá más barato llevarlo a cabo de esta forma desde el principio que gastando dinero en comprar un amuleto provisional. Creo poder permitirme su tarifa, aunque solicitaré un presupuesto primero y sopesaré si me compensa. Tal vez pueda llegar a alguna clase de acuerdo con ella.

La advertencia acerca del agua de la fuente que había borrado todo rastro del irrense en un principio no le resultó extraña, pero el kairós no la hubiese necesitado de todas formas.
—Desde luego —confirmó.
Salvo que Shizel continuase con la conversación o entablase otra, el kairós se quedaría en silencio a la espera de que retomasen el entrenamiento. Si pasaban los segundos suficientes de silencio, preguntaría él mismo si continuaban.

Sigue en Luna Alta.

Galiard llegó al anfiteatro con una puntualidad de la que un astrario habría podido presumir. Esta vez había dejado atrás su espada (dudaba que al Consejo le interesara su manejo de las armas), pero no había podido resistirse a llevar encima una daga. No tenía nada que ver con la prueba: simplemente, después de más de un año en Rocavarancolia, se sentía demasiado expuesto sin llevar encima alguna cosa que fuera capaz de cortar cualquier bestia que se le echara encima. Prefería la magia, pero las armas cortantes tenían la ventaja de no necesitar gastar tiempo en pronunciar palabras.

Se acercó a Gahna con pasos medidos y miradas de reojo al entorno. Estaba razonablemente seguro de que no empezaría hasta que le explicaran qué hacer, pero tampoco le parecería extraño que el Consejo simplemente le lanzara algún engendro mágico y le dijera que lo venciera como buenamente pudiera. Aquella ciudad le había enseñado que la cautela no era una virtud que se pudiera tener en exceso.

A pesar de todo, mientras escaneaba mentalmente su entorno (con pequeños movimientos de cabeza, de cuando en cuando, para mejorar su visión periférica) no llegó a echar un barrido hacia atrás, por lo que no llegó a ver a Virai.

En los últimos metros antes de detenerse no pudo evitar sentir un remalazo de envidia y, por encima de todo, admiración, por la hechicera que se encontraba ante él. La había visto en la fiesta de los dragones, pero más de cerca era… Majestuoso, poderoso. Le despertaba una sensación similar a la que él mismo ansiaba provocar en otros cuando supiera más, cuando aprendiera más, cuando tuviera sobre su espalda décadas de experiencia y un océano de conocimiento del cual ahora no había probado ni una mísera gota.

Se detuvo a un par de metros e inclinó la cabeza con respeto. Luego se cuadró un poco.

—Soy Galiard Syl, el aspirante.

Galiard asintió a las palabras de la hechicera. El anfiteatro servía fundamentalmente para una cosa y, por un segundo, pensó si su rival debía ser ella, pero desechó el pensamiento antes de poder siquiera pensar en por qué no le cuadraba.

Un silbido se escuchó a su espalda, y se dio la vuelta con los reflejos producto de más de un año viviendo en aquella mortífera ciudad. Galiard apenas dedicó medio segundo a pensar antes de conjurar un hechizo para desviar el lanzazo mágico. Luego sintió cómo sus labios tiraban hacia arriba al recordar el último hechizo que había logrado dominar.

Trenzó la maldición del castigo a la simetría y la disparó hacia su rival. Antes, sin embargo, gastó un instante en comprobar si su hechizo de desvío había funcionado. En caso negativo daría un simple salto lateral para evitar el lanzazo antes de lanzar su propia ofensiva.

El mago observó cómo su desvío había funcionado y luego, casi a la vez, cómo el otro brujo lo desviaba de vuelta. No hubo tiempo de hacer nada antes de que la luz ochroria le estallara ante los ojos. Galiard Syl maldijo la repentina ciénaga en la que se convirtieron sus pensamientos. Veía acercarse el hechizo y, sin poder pensar bien en el desvío, sus instintos tomaron el control. Se movió hacia un lado, a mayor velocidad y más tiempo del necesario. De haber sido más consciente habría estado agradecido a que la criba primero y pelear durante medio año con una bruja después le había enseñado que, a veces, la solución más sencilla no era la magia.

Galiard ya notaba cómo la luz ochroria iba pasando, pero intentó acelerar el proceso acudiendo, lo más rápido que tuvo, al primer hechizo despejante que pudo recordar.