Conocidos extrasensoriales

Aquel día Adam estaba regresando de la planta alta, después de realizar algunos estudios mandados por Enredo. Últimamente andaba con buenos ánimos, sintiendo que ha dado muy buenos pasos en poco tiempo. Conoció a dos ciudadanos personalmente: Erknest y Devoss, es aprendiz de un buen médico y encima estaba controlando mejor su transformación. Bajó a la primera planta a por un vaso de agua en la cocina. Mientras llenaba el vaso pensó que, quizás, debería conocer a algún ciudadano de Serpentaria. Llegó a cruzarse con algunos pero no se atrevió a hablar como tal, quizás haya que dar el paso algún día.

Y, de casualidad, escuchó unos pasos detrás suyo y al girarse, dio un bote en el sitio de la impresión al ver un descabezado, ¿muy grande? Adam no recordó verlo antes pero de su cuello salía una especie de humo, unos zarcillos sin forma en particular que emanaban de aparentemente un corte limpio. La posición del cuello indicaban que, si tuviese cabeza, sería particularmente alto. No sabía que decir o si siquiera podía verlo como tal pero, tal y como lo que pensó antes, quiso dar el paso. Se giró hacia el desconocido, vestido con una ropa que le recordaba a algunos miembros de su antigua banda.

—B-Buenas tardes —saludó cortés y nervioso, sonriendo un poco.

Jace no había hecho nada excepcional ese día, y si salía de su habitación era por cumplir sus necesidades básicas antes de ir a trabajar. Que Serpentaria se hubiera llenado de novatos le daba pereza, aunque viendo como había quedado la Sede en la criba anterior no es que pudiera quejarse mucho. Y como era de esperar con los números en la cocina ya había alguien.

La reacción del chaval al percatarse de su presencia no le ofendió, el traspiés, los ojos abiertos de par en par… lo esperable, y aunque le fastidiaba compartir espacio cuando le apetecía cero -cosa que le tocaba arreglar mudándose-, dar susto siempre le hacía sonreír a su particular manera. A pesar del repullo lógico de ver a alguien decapitado, el grandullón tuvo el valor de dirigirle la palabra. Valoraba y le divertía por igual que mostrasen agallas como intento de normalizar su presencia.

«Buenas» respondió sin más dentro de su cerebro, yendo directo a la encimera a la espera del segundo susto. El dullahan le miraba de arriba a abajo aunque no lo pareciera al no tener ojos, ignorando todo ángulo de visión lógica con el humo. Además de reconocerle como humano no distinguió nada diferente en él, asi que supuso que se trataría de un brujo o un licántropo.

Esperando respuesta del desconocido sorbió un poco de agua del vaso. Tragó el agua cuando le habló y Adam frunció el ceño, confuso. Miró hacia atrás, ¿o era arriba? ¿Abajo? Claramente le saludó, ¿él? Se rascó el cuello, analítico. Notaba como se movía el humo de su cabeza y hubo reacción después de ese “buenas” pero el sonido no provenía de él. Mejor dicho no venía de ningún sitio era como si…

Adam alzó las cejas al darse cuenta.

—¿Ha-Has… hablado dentro de mi cabeza? —preguntó señalándose a la sien. Estaba mirando al descabezado como si fuese una mina de oro. No tenía boca para comunicarse y ese efecto extraño era tal y como algunos silentinos describieron su habilidad de comunicarse como pegaso.

Jace por su parte rebuscaba en la despensa cosas que echarle a una tortilla. Tardó un par de segundos en responder, segundos que le sirvieron para cocinar también la respuesta.
«No. ¿Qué dices? ¿Cómo se va a meter nadie dentro de tu cabeza? Estás loco. Si no tiene ni oídos para oirte tío siguió ignorándole como para reforzar que no era él quien hablaba, pero por suerte para el novato actuar no era su punto fuerte. El “sonido”, o más bien el pensamiento de una risa y el ligero sube y baja de su pecho terminó por delatarle.

«¿Cómo te iba a hablar sino?» dejó un par de cosas en la encimera mientras ladeaba hombros y cuello en su dirección; no necesitaba hacer eso para verle mejor pero hacía la conversación más visual. Volvió a darle la espalda para cortar una cebolla. «Meterme en tu cerebro es casi lo menos raro que tengo.»

Parecía que el descabezado estaba a lo suyo pero Adam seguía convencido de que era él el que hablaba. De nuevo esa voz resonó en su cabeza y, en los primeros segundos, creyó por completo que se trataba de otro pero se estuvo riendo, era obvio por el lenguaje corporal de aquel hombre sin cabeza y el pegaso se sintió tonto de narices, pecando de ser muy inocente y enrojeciéndose de la vergüenza.

Igualmente se le pegó un poco de aquella risa, aunque lo hiciese por lo bajo cuando manifestó que no tenía otra forma de hablar ya que carecía de boca alguna para ello. Dejó el vaso sobre la mesa y agarró una mandarina y habló mientras le quitaba la piel.

—Es comprensible, sinceramente me he pegado un buen susto al verte. Y-y no busco ofender tampoco —añadió nervioso, temiendo haber tocado un tema sensible para el ciudadano—. Es la primera vez que escucho a un telépata y leí sobre ello, está bien saber qué es lo que se siente —se le veía nervioso y emocionado, comiendo gajos rápidamente—. ¿Cómo haces para callar tus pensamientos internos? O sea, que no escuchen lo que estás pensando todo el rato —preguntó inconscientemente casi sin filtro sobre ser discreto, siendo tan impulsivo como para no darse cuenta de que ni siquiera se presentó como tal.

«No ofende. Si la Luna me hubiera dejado así y encima no diera miedo sería una puta pena.»

Jace no le dio mucha importancia a la emoción que destilaba el chico, sin embargo la pregunta si que le llamó la atención. Mandar pensamientos involuntarios había sido un problema (uno de tantos en su caso. Eso sí, puede que el más coñazo de todos), pero no era lo típico que te preguntabas a menos que lo hubieras sufrido de algún modo. Antes de transformarse no se habría imaginado la telepatía tan caótica como realmente era. Aún así supuso que el chaval tenía más luces e imaginación que él para las preguntas, algo que conociéndose era fácil.

«Hm. Los separo. En plan...» se rascó el cuello por detrás, acercando el cuchillo peligrosamente a este. De haber tenido cabeza se habría pinchado fijo «Pienso las cosas como si de verdad estuviera diciéndolas. No sé. No es igual cuando hablas contigo mismo y tienes una conversación lógica que cuando estás a tu bola y no sabes ni lo que piensas. Eso es ruido, es fácil de saltar. Solo proyecto las cosas que tengo claras.»

Con el tiempo se había vuelto natural hacerlo, pero incluso con la práctica de quien respira día a día a veces era imposible censurarlo todo. La telepatía tenía un botón de mute minúsculo. Ahora sabía como pulsarlo, pero no podía temblarle el pulso para hacerlo.

«No fue fácil eh. Si ya es fácil cagarla hablando imagínate pensando. Cuando estaba recién hecho... Me han llegado a mandar a callar, comillas comillas, por soltar este tipo de movidas sin darme cuenta.»
Entonces al chico le llegaría una voz disonante muy baja, palabras familiares pero irreconocibles, algo parecido al sonido de una lámpara fluorescente cuando hay silencio y sensaciones ajenas que reconocería como concentración, fastidio y curiosidad. La concentración por estar picando una cebolla, el fastidio de haber tenido que pararse a pensar aquello y la curiosidad que sentía por el nuevo, aunque este no llegaría a recibir ese nivel de detalle. Tan pronto como vino ese incómodo batiburrillo de cosas se detuvo de golpe.

«¿Y tú que eres? A parte de humano, supongo.»

Picada la cebolla se apoyó en la encimera, cuerpo en dirección al castaño. Al mismo tiempo clavó el cuchillo en la tabla. Podría haberlo dejado tumbado, pero el americano era muy extra cuando quería.

El comentario del descabezado le hizo incluso gracia al pegaso, le dio una pequeña vibra positiva el ciudadano por tomarse tan bien el hecho de dar miedo de primeras. Adan pensó que tuvo que ser raro para él perder la cabeza de una noche a la mañana, un cambio tan drástico o has de asumirlo y aceptarlo o puedes quedar algo trastornado cosa que no demostraba él. El propio pegaso estuvo agradecido de quedar prácticamente intacto por fuera, si no fuese por las plumas de sus brazos y tobillos. Hay gente que no ha tenido esa suerte, por supuesto, teniendo transformaciones algo mas grotescas que otras.

Atendió enfocado a la explicación del hombre sin cabeza, derivando en apuntes mentales a veces bajando la mirada. Comprendía que el pensamiento interno y el pensamiento externo eran cosas muy distintas y simplemente hay cosas que piensas en el momento, conclusiones que tu cerebro hace ante cualquier cosa.

Asintió a que no era tan fácil, comprendiendo que el descabezado fuese mandado a callar tal y como Kahlo hizo con el pegaso, por ejemplo. Y sumando a que es imposible no escuchar esas intrusiones mentales debe ser una verdadera tortura recibir durante minutos sonido sin parar.

Hablando de sonidos Adam abrió los ojos sorprendido, asombrado por las frecuencias que estaba procesando su cabeza de parte del descabezado. Eran sonidos, casi que pensamientos, ideas. Eran imágenes mentales en forma de un ruido, sensaciones que formaban una curiosa melodía. Llegó a agarrar su cabeza con la punta de sus dedos, sintiendo toda esa orquesta y entendiendo que la telepatía era más poderosa de lo que pensaba.

Le llegó la pregunta y se sobresaltó con el cuchillo clavado pero le maravilló tanto lo que probó en su cabeza que bajó los brazos y suspiró, bajando su mirada y subiéndola de vuelta al humo del cuello, pensando que quizás allí se hallaba su posible sentido de la vista.

—Je, ni me he llegado a presentar —admitió con un tono de decepción por no tener formas—. Acabo de llegar aquí junto a mi grupo, somos nuevos. Me llamo Adam y podría decirse que soy un telépata… en parte —se rascó el cuello, divagando sobre si decir nada o no. Sabía sobre los posibles riesgos pero, ¿ha vivido algún riesgo o visto algo como para corroborar que ser un pegaso es peligroso? Cada vez ignoraba más las advertencias del libro—. Soy humano pero la luna me ha dado una transformación arriesgada… según un libro que leí. Estoy algo “acojonado” sobre decir nada, siendo sincero, pero en mi otra forma mi telepatía aun se sale de control. Por eso me llamó tanto la atención que me hablases en mi cabeza directamente, no conozco a nadie aparte de mí mismo capaz de eso.

Hablar de sí mismo siempre le sacaba una sonrisa, era la propia de un niño con un nuevo juguete. Poco a poco controlaba mejor la transformación y, para qué mentirse, cualquiera desde la perspectiva del ruso estaría feliz de ser un animal tan elegante y poderoso como lo era el pegaso, una entidad mítica y legendaria que solo existió en ficción hasta ahora. Encima su conexión con la magia curativa era mayor al resto, casi como si fuese el destino. Se sentía recompensado y todo eso se lo dio la Luna, la hermosa y mística Luna Roja que todo bañaba con su bendición.

«Ya decía yo que no era una pregunta normal» complacido se cruzó de brazos. Su humo hacía tirabuzones muy definidos que evidenciaban que no era humo normal, el movimiento ondulante que en él implicaba una sonrisa. «O sea, mola el interés, pero a menos que lo hayas sufrido la peña no pregunta como me callo las cosas.»

Mientras Adam se sinceraba Jace cogió una sartén y un par de huevos. Le chocó un poco que le contase el valor de su transformación aunque no especificase cuál era. Seguramente él hubiera hecho lo mismo de estar en su lugar, como apoyo o compensa por la información, claro que después de 3 años en la ciudad también sabía lo que aquello podía acarrearle.

«O sea que por tu cabeza me darían un pastizal en el mercano, ¿no?» el americano se echó a reír en seguida. Por supuesto que era una broma, pero si el otro no se la tomaba del todo como tal casi mejor. «Normal que te acojones, los primeros pinos de un telépata no son fáciles de esconder. O sea que tienes otro cuerpo... un animal imagino. Tengo una compañera muda que te puede hablar mientras es un gato gigante.»
Cascó los huevos en un bol y empezó a batirlos con un tenedor, el mismo con el que luego señaló a Adam. No era su problema, no tenía que importarle, pero si al chaval se le escapaban cosas mentales sin querer...
«Mira, a mi no me interesa hacerte nada pero no sé el resto. Conozco a alguien que también es de riesgo y...» pensó en su novia. Tuvo que hacer acopio extra para que no se le escapase ningún pensamiento delatador sobre ella. «La cosa es que lo sabemos muy pocas personas. Coño, hasta dentro de nuestro grupo de criba creo que solo lo sabemos unos cuantos. Si la telepatía va a hacer que te pillen tienes que aprender a dejar la mente en blanco, aunque parezcas tonto mirando a la nada.»
Encendió el fuego y puso la sartén encima.
«Ah joder, donde voy... yo soy Cerbero. Dullahan, neoyorquino y jinete en el ejército. Encantao'.»

Cuando el descabezado hizo esa broma sobre dar la cabeza de Adam al mercado por dinero éste último se atemorizó al principio pero logró formar una sonrisa incómoda y forzada ante la reacción del otro, apretando tanto el último gajo de naranja que lo reventó en sus dedos. Aun no se acostumbraba a su recién obtenida fuerza bruta aumentada, que se notaba para algunas cosas cotidianas.

Estaba bromeando el hombre pero Adam suspiró por el susto, agarrando otra mandarina con sentimientos algo mezclados sobre el ciudadano y su actitud tan de colega. No le desagradaba pero… ¿acaso el ruso ya ha cambiado tanto? Recordaba ser algo similar al descabezado cuando tenía quince pero le gustaba pensar que ha amueblado su cabeza cosa que no le transmitía tanto el hombre sin cabeza.

Agachó la mirada, asumiendo lo que dijo el otro. ¿Era tan obvio que su cuerpo era el de un animal? Desde luego dio en el clavo y la rápida ascensión de su mirada lo delató en parte. Dándose cuenta de eso asintió levemente. Lo del gato le hizo reír un poco, parecía surrealista las cosas tan absurdas que podía escuchar del resto sobre Rocavarancolia.

Las palabras de quien se estuvo preparando el desayuno se le antojaron sabias en parte, en su tono se notaba que el tiempo en la ciudad lo moldeó.

—Tienes razón. Bueno, siendo sincero últimamente he contado a algunas personas sobre mí pero… no lo sabe tanta gente, solo se lo he dicho a personas de confianza —eso de “de confianza” no se lo creía ni él y encima el tono con el que lo dijo delataba la media mentira de sus palabras. Persona nueva que conocía y le caía medianamente bien de primeras ya sabía su secreto de su propia boca—. Y… ¿Te llamas Cerbero, Cerbero o te cambiaste el nombre? —cuando mencionó el ejército estiró la comisura derecha, no le gustó como sonaba eso. Pero lo del Dullahan le sorprendió, recordó ver alguna que otra película en la que se mencionaban esas criaturas.

Jace no era un experto en leer a las personas, ni de lejos, pero el chaval era tan transparente como un vaso de agua. Habría arqueado las cejas y puesto cara de póker de tener la posibilidad cuando Adam dijo “personas de confianza”, porque era imposible que le considerase una de ellas. No obstante no hizo ningún comentario al respecto, el novato ya parecía bastante afectado, y sencillamente se encogió de hombros. Se centraría en su tortilla.

«En mi país hay gente que pone nombres raros de cojones pero me temo que el mío no era uno de ellos» respondió con un resoplido que expulsó momentáneamente su humo hacia arriba, divertido. «¿Tú de dónde eres?»

La pregunta más que por curiosidad era por alejar el foco de su nombre rocavarancolés. No le apetecía comerse otra mueca de disgusto si le explicaba que se llamaba así por las tres personas que había decapitado en su primera recarga mágica. Le gustaba dar miedo, pero esa parte de sí mismo seguía siendo conflictiva hasta para él. Le quedaba trabajo para aceptar lo que realmente era.

Mientras esperaba las reacciones de Jace, Adam estuvo comiendo otra mandarina. Se le hacía algo difícil leer las emociones de una persona sin rostro pero igual el lenguaje corporal ayudaba. Cerbero le saco una pequeña risa al aclarar lo del nombre, hizo la pregunta por si acaso existía esa pequeña posibilidad.

—Yo soy ruso, pilla bastante lejos de tu país —dijo con una sonrisa cálida—. Recuerdo haber visto mucho sobre tu país, me hubiera gustado visitarlo algún día, hubo una vez que casi voy de viaje a los Estados Unidos —nostálgico desvió la mirada. No era un recuerdo demasiado bonito pero se le pasó por la cabeza aquella vez que tuvo que llamar a un par de contactos neoyorquinos para todo el tema de importación de “material” en su estadía en la Flecha Alzada. Tuvo que aprender a pronunciar el inglés correctamente para que la mujer al otro lado del teléfono entendiese a un chaval ruso de quince años. Alzó la mirada queriendo olvidar eso—. En Rusia nunca he visto gran cosa, quizás es porque me he criado en una ciudad algo… chunga. ¿Conoces Rostov del Don?

«Ruso» exclamó. «Con razón eres tan largo. Entonces somos algo así como enemigos naturales.» Le dio un par de meneos a la sartén. La tortilla le estaba quedando tan amorfa que más bien parecían huevos revueltos. «A mucha gente le mola mi país» había un deje de desdén en su voz. «Supongo que desde fuera parece más impresionante de lo que es.»

¿Le daba asco su ciudad o el rechazo era una forma de protegerse de la certeza de no poder volver? Seguramente hubiera mucho de las dos cosas.

«¡Claro, Rostov del Don, hombre!» dio una palmada a la encimera y se recostó en ella como si fuera obvio. «¡La famosa ciudad rusa! La misma que sé que está en Rusia porque me acabas de decir que eres ruso. ¡Claro! Claro que no.» su tono pasó de animado a muy serio de golpe. Al final le pudo la risa. «Soy un estudiante de mierda y encima yankee tío. No sabría ni señalar París en un mapa de Francia.»

Se sirvió la “tortilla” en un plato simplemente volcando la sartén encima y volvió a ponerse de frente a Adam. Tenía su atención.