Una de esas noches

Recuerdo del primer mensaje :

Milo soñaba que buceaba en un mar de luces de neón rodeado de peces de papel, arrastrado por una corriente invisible que le llevaba hacia algún destino incierto del cual no sabía nada. Aquel tipo de sueños extraños eran muy comunes en el subconsciente del brujo, algo que la transformación había acentuado pero que el chico arrastraba desde que era pequeño, y aunque posiblemente olvidara todo cuando abriera los ojos de momento disfrutaba la experiencia con una media sonrisa que se reflejaba también en el mundo real.

En aquella ocasión su delirio onírico no duró demasiado, pues los movimientos de Rox a su lado le arrancaron antes de tiempo de su ya de por sí ligero sueño. El norteño parpadeó confundido durante unos segundos, acostumbrándose a la dimensión de la vigilia con algo de dificultad, y aún con la mirada enturbiada buscó al cambiante en la oscuridad. Su novio aún seguía dormido, pero por su expresión y sus espasmos debía de estar teniendo una pesadilla bastante mala.
—¿Rox? —le llamó en un tono de voz entre suave y angustiado, espabilando por completo al ver el aspecto que tenía el australiano.

Llevaba el pelo largo, como lo tenía durante los últimos meses de cosecha, y su holgada camiseta de tirantes dejaba entrever en su hombro la enorme cicatriz que le había dejado el trasgo arruinado durante aquel fatídico encuentro. Hacía mucho que aquella marca había desaparecido de su cuerpo gracias a las habilidades de su transformación, así que verla de nuevo le hizo tragar saliva.
—Cielo… —volvió a susurrar, medio incorporándose en el colchón para rozar su barbilla con los dedos y traerle de nuevo al presente.

Naeleth, claro que se acordaba de ella. Les había ayudado con lo de Hyun y nada más llegar a la Sede, y él mientras se había comportado como un repelente con ella… bueno, siendo justos había estado repelente con todo el mundo las primeras semanas.
—Una psicóloga en la ciudad… —repitió, exhalando suavemente a modo de risa—. Se va a hacer de oro.

Guardó silencio unos segundos, consciente de que había preocupado al irrense. Le empujó ligeramente con el cuerpo a modo de cariño mientras buscaba las palabras adecuadas: era una suerte de tira y afloja en el que se asustaban y calmaban el uno al otro.

—O sea que si lo hago con el cuerpo es bueno pero si lo hago con el cerebro es malo, ¿no? —bromeó, aunque su tono perdió seguridad a media frase, resultando bastante patético. No estaba bien quitarle hierro al asunto. Quería darle la razón, decirle que buscaría cita con la bruja y que dejaría de trastear con su cerebro, pero el miedo de Milo hacía el suyo propio más real, más duro de enfrentar. Suspiró. Ahí volvía el picor de ojos—. Lo sé. No es bueno. Es una mierda. Y puede ser… —“peligroso”—. Te prometo que buscaré ayuda.

Apoyó el rostro en su hombro, viendo hacia su cuello. Seguía inquieto a pesar del cansancio, alerta como si algo fuera a irrumpir en la habitación en cualquier momento. Necesitaba distraerse aunque fuera a costa del descanso de su pobre novio, el silencio era demasiado escandaloso y desagradable.
—Cuéntame algo. No sé… Lo que sea.

—Seguro que sí. —replicó con una mueca de circunstancias, bufando ligeramente mientras el silencio se extendía por la habitación. No duró demasiado, sin embargo, y cuando Rox le empujó levemente el moreno le pasó un brazo por la cintura esbozando una ligera sonrisa. La broma que el cambiante hizo a continuación perdió algo de fuelle por lo que implicaba y el brujo no pudo evitar que la preocupación volviera a reflejarse en su expresión.

A pesar de todo mantuvo el agarre, deslizando los dedos con suavidad por la base de su espalda mientras el chico suspiraba. Su promesa fue más que suficiente para que parte de su inquietud se esfumara y cuando el humano apoyó la cabeza en su hombro no pudo evitar estremecerse, pues su pelo le hizo cosquillas en la barbilla.
—¿Cualquier cosa… ? —respondió con tono pensativo, no muy seguro de que contar a continuación.

Durante un breve instante se planteó ponerle al corriente de Rutilante y de su experiencia con el unicornio, pero rápidamente descartó aquella idea. No era el momento, no con la noche que había pasado su novio, así que retrocedió más hacia el pasado y le habló de uno de sus sueños de infancia.
—¿Sabes que de no haber sido un delincuente me habría encantado ser músico? —le preguntó, bastante seguro de que no había sacado nunca aquel tema a colocación. Se sorprendió a sí mismo, de hecho, pues hacía años que no pensaba en aquello.

—Cualquier cosa —secundó en voz baja. Alargó una mano para acariciarle el brazo no-robótico (por la costumbre de pensar que el otro no era tan sensible) mientras el brujo pensaba. Al oírle el australiano se separó lo justo para poder verle mejor, con una sonrisa incrédula pintada en la cara. También le hizo gracia como hacía que “delincuente” sonase a oficio—. ¿Músico? ¿Querías ser un muerto de hambre?

Rió. Sus ojos se habían hecho a la oscuridad y podía distinguir sus rasgos a grosso modo, pero esa falta de detalles le ayudaba a imaginarle en escenarios muy distintos, literalmente. Al principio no creyó que le pegase, pero… Visualizó a Milo en un estudio casero, tocando uno de esos sintetizadores tan finos de botones de goma y luces de colores. Luego en una discoteca con niebla y focos, con un casco a lo Daft Punk para mantener su anonimato y dedicarse al hackerismo entre concierto y concierto, o usando a una diva virtual para que cantase por él, con hologramas y voces eléctricas… Todo eso le hizo sonreír un poco más.

—¿Pero sabes tocar algo? ¿O dices como cantante o compositor o algo así?

Milo se ruborizó ligeramente cuando Rox señaló que eso no daba de comer, desviando la mirada hacia la ventana con expresión avergonzada. La escasa luz de la habitación, por suerte, ocultó en gran parte su bochorno, y para cuando el cambiante le preguntó si sabía tocar algo el irrense había conseguido sobreponerse.
—No, no sé hacerlo, y en realidad nunca he tenido un instrumento entre las manos —reconoció con una sonrisa de circunstancias—. En donde yo vivía los músicos no abundaban... —añadió con expresión ausente.

La música siempre le había gustado, sin embargo, y uno de sus primeros recuerdos de infancia era el de su madre cantándole para que se durmiera.
—Cantar sí que sé y no se me da muy mal, supongo, pero seguramente también podría componer si estudiara al respecto. —dijo con bastante seguridad. Hincar los codos era uno de sus pocos talentos, así que al decir aquello en voz alta no pretendía sonar soberbio.

—¿Cantas? —preguntó animado, buscando los ojos de Milo en la oscuridad—. ¡Yo quiero oírte!

Entendía que le diera vergüenza (a él se la daría) y por eso nunca le había oído, pero el corazón le pedía insistir igualmente. Se sentía afortunado con su novio, incluso si acababa de despertarse de una pesadilla de mierda.

—Yo no sé ni tocar la flauta dulce que es como el instrumento para tontos que nos enseñaban en el cole. Tampoco aprendí a leer partituras —confesó después para que no se sintiera mal por lo primero—. Yo bailo la música, no la hago. ¡Pero tú puedes aprender, tienes el cerebro más gordo que yo! Además buf, tú tocando la guitarra… —soltó un resoplido de subidas intenciones, seguido una risa entredientes de la misma naturaleza—. Es lo que te falta para matarme. Eso, tatuajes y que me cantes algo.

Milo sonrió avergonzado cuando Rox buscó sus ojos en la oscuridad entusiasmado porque cantara, pero no apartó la mirada y en cambio se sentó un poco más derecho por si al final se animaba con la petición. Lo de la flauta dulce le hizo gracia, aunque también le dio bastante curiosidad, y cuando el chico mencionó que él bailaba la música el brujo no pudo menos que asentir en señal de reconocimiento.
—Y lo haces genial, todo sea dicho. —añadió con un guiño cómplice, en un tono muy similar al que acababa de emplear el cambiante.

No se había planteado aprender a tocar la guitarra, porque la verdad no sabía demasiado de aquel instrumento, pero lo de los tatuajes si que era un punto de su lista de planes a futuro. Que el humano le pinchara al respecto era, en cualquier caso, un aliciente para ambos proyectos.
—Te canto algo, va, pero hazme el favor de no morirte… —accedió, buscando en su memoria algo que sonara bien.

Al final se decidió por algo de la Tierra, una canción de uno de los grupos que Rox le había enseñado y que después de eso había escuchado hasta prácticamente memorizar la letra sin entender realmente el idioma. Ante cualquier otra persona el irrense posiblemente hubiera vacilado, pero amparado por la oscuridad y con Rox como único espectador el hacker se permitió mostrar aquella faceta suya sin que le traicionaran los nervios.

—No lo prometo —contestó con una sonrisa, recolocádose sentado a lo indio para hacer de espectador.

Su sonrisa pasó de desaparecer por la sorpresa a ir haciéndose progresivamente más tonta, ensimismado por la voz del nerd flacucho que era su novio. De normal Milo tenía una voz bonita, aunque puede que eso lo pensase por estar colado de él; ahora sin embargo era un hecho irrefutable. Reconoció la canción, aunque igual que el irrense él tampoco entendía la letra y vagamente recordaba su significado. No podía decir si estaba liándola con la pronunciación pero tampoco le importaba. Cuando terminó de cantar aquel trozo ni corto ni perezoso le besó en los labios, la forma más cercana que tenía de besar su voz.

—¡Cantas muy bien! —dijo con las mejillas templadas, sin apenas separarse de él. Volvió a besarle—. ¡Cantas precioso! ¡Me encantas! —continuó entre pequeñas risas, dejando a cada exhalación sus pesadillas más atrás. Otro beso—. Me casaba contigo, te lo juro.

Sus propias palabras le sacaron los colores y una carcajada, pero lejos de cortarse al cambiante le gustó la idea, al menos para bromear un poco con ella.

—¿Te imaginas una boda aquí? No sé como son las irrenses, pero… —una fiesta en la bahía de los naufragios… al lado del cadáver de algún monstruo marino con más dientes que vértebras… el sucio y deprimente cielo gris… un bufido le interrumpió tanto el habla como el pensamiento.

Cuando terminó de cantar el brujo sonrió algo cohibido, pero antes de que pudiera decir nada el cambiante se le echó encima y le besó con ganas. Milo tardó un instante en reaccionar al haber sido pillado por sorpresa, pero al final le devolvió el gesto de cariño y ocultó parcialmente el rostro en su hombro cuando le lanzó todos aquellos piropos.
—Gracias… —le agradeció con el rostro ligeramente ruborizado, intentando ocultar una pequeña sonrisa tras el dorso de la mano sin buenos resultados.

Su siguiente declaración le hizo dar un respingo sobre la cama, sin embargo, y parpadeando confundido no pudo evitar mirar a su pareja con cara de tonto. Rox solía bromear con muchas cosas y aquello podía ser perfectamente una de sus chanzas, pero a un parte del irrense la idea no le sonaba del todo mal. «¿No es eso ir un poco rápido?» pensó para sí, recomponiéndose mientras se reía por lo bajo al notar la vergüenza oculta tras la carcajada del rubio.
—Si te soy sincero nunca he ido a una en Irraria, pero no son celebraciones demasiado ostentosas —reconoció, confiando en la normalidad con las que los de su raza solían llevar todo el tema del amor de cara al público—. Aquí fijo que hacen las cosas a lo grande, ¿no te parece? Muchas han tenido que ser espantosas por necesidad, pero estoy seguro de que también ha habido muchas dignas de ver. —replicó, dándole un suave pico a su pareja para acallar las posibles quejas que pudieran surgir tras su bufido.

Con el moreno escondiéndose entre sus brazos Rox se sintió violento, del tipo “llevo saliendo con Milo menos de seis meses, pero si le pasase algo mataría a todo el mundo en esta torre y luego me mataría yo”. Le acarició el pelo con cariño, dejando que permaneciese así el rato que quisiera, aunque si se apartaba para dejarse ver con cara de memo avergonzado tampoco se quejaría. Era una de sus caras favoritas en el chico.

Y para su infortunio el pico no le callaría. Tras reacomodarse en su sitio le miró con una sonrisa ladina.

—Vaya sosos. Fijo que hacéis las bodas por videollamada y duran menos de media hora. O solo cambiáis vuestro estado en Facebook… —rió entredientes aunque la comparativa solo la entendiera él. Por suerte atacar las costumbres irrenses no era su único objetivo; Rocavarancolia también cobraría—. A saber que mierdas han hecho aquí. Sacrificios masivos para, no sé, ¿desearle malísima suerte a los novios y que se maten pronto? O lo mismo torturan y destripan bueyes —volvió a reír—. O invitan a un montón de monstruos y hacen la boda más estrafalaria posible. Imagínate: son acompañados por un oso y una hada calva al altar, mientras un conejo con cuernos reparte flores a la velocidad de la luz, un león de humo se cuela en el ponche… —empezó con tono casual, aunque iba cada vez más atento a su reacción con una sonrisita y un pequeño rubor en la cara. Al final la risa le pudo, y para que el pobre brujo no se lo tomase muy en serio echó el peso de su cuerpo sobre él, empujándole con un hombro con el objetivo de tumbarle.

—¡Casi se me olvida que he tenido una pesadilla de mierda, tú!

Milo puso los ojos en blanco ante las burlas del humano, pero sonrió a pesar de todo e intervino antes de que el rubio continuara poniendo a caldo a los rocavarancoleses.
—No es ser soso, es ser práctico, en Irraria  casi nadie tiene los recursos para montarse los fiestorros que por lo que me imagino debéis organizar en la Tierra —se justificó pellizcándole en el costado—. De todos modos en los pueblos sí que se organizan cosas sencillas, para la familia y amigos cercanos sobre todo, porque aunque lo de casarse no es más que papeleo de cara al sistema no está de más celebrarlo con las personas que quieres… —añadió con un encogimiento de hombros.

Aunque el último ejemplo de boda monstruosa si que le hizo sobresaltarse en el buen sentido los otros dos le dieron bastante mal rollo.
—Como te pasas… —carraspeó, intentando de nuevo disimular sus reacciones sin demasiado éxito al ser consciente de lo que pretendía el rubio—. Que sepas que si esto pretende ser una propuesta formal de matrimonio está siendo un poco rara. —le acusó al final con una media sonrisa, prefiriendo pasar al ataque antes que seguir siendo presionado de aquella forma mientras el otro se le echaba encima entre risas.

El brujo se dejó caer sobre el colchón y arrastró a su novio con firmeza, rodeándole con los brazos mientras hundía el hocico en su cabello e inspiraba con suavidad.
—Siempre es un placer ayudarte a olvidar, ya lo sabes... —replicó feliz, contento de que el miedo que le había abrumado al despertar se hubiera esfumado del todo.

Sus ojos se abrieron como platos al no esperarse el contrataque, escapándosele la risa con las mejillas cálidas en consecuencia, ya tumbado sobre el colchón junto a Milo.
—Soy un novio terrible, lo confieso —se puso una mano en la frente teatralmente—.Pero pedir tu mano siendo súper incómodo es más divertido.
Le dio un estrujón, desquitándose de la vergüenza hundiendo el rostro entre sus clavículas.
—Es broma —susurró rápidamente después. Casarse no había sido un plan que tuviera en mente a tan corto plazo, ni siquiera a largo, aunque la idea le encantaba ahora que la habían sacado al aire—. El día que te pida matrimonio lo haré en serio. A la humana —mató un suspiro antes de salir e inevitablemente regresó su rubor—. No tan pronto, pero… —entre risas nerviosas—. Eso. ¡JODER, me estoy dando vergüenza ajena! ¡Hazme olvidar esta conversación, por favor!

Milo sonrió para sí mientras el cambiante confesaba teatralmente el terrible novio que era al optar por una declaración super incómoda por ser más divertida, pero antes de continuar con todo aquello terminó echándose para atrás aclarando que era todo una broma. O al menos lo era en parte.
—¿Lo harás en serio? —preguntó el brujo con un bufido divertido que escondía algo de asombro, pasando los dedos por su espalda en un gesto cariñoso—. La verdad es que estoy impaciente por verlo. —reconoció en voz baja con una pizca de seriedad que no tardó en desaparecer al contagiársele su risa nerviosa.

El moreno no sabía cómo borrar aquella conversación, pues el mentalismo no era una rama de la magia a la que le hubiera dedicado demasiado tiempo, pero se le ocurrían un par de formas de hacer que Rox pensara en otras cosas.
—A sus ordenes… —susurró, rodeando su rostro con las manos mientras se inclinaba en busca de sus labios.

Respondió abrazándole con más fuerza y con un sonido gutural, un quejido porque sus bromas para ponerle nervioso se hubieran vuelto en su contra. Seguía teniendo la risa floja, risa que no menguó cuando Milo le sujetó el rostro con un objetivo evidente. El cambiante cerró los ojos y dejó que sus labios se unieran con una sonrisa, no pudiendo evitar que el soplido de una carcajada le interrumpiera un par de veces al corresponderle. Sus manos buscaron el cuello del irrense, deslizándose por su nuca para acariciarle el pelo y alargar aquello más. El truco funcionó de lujo, porque quitando la vergüenza inicial Rox se entregó al beso y dejó la mente en blanco.

Al separarse se lamió los labios, con la cara de mendrugo enamorado que solo el brujo hacía que pusiera.
—¿De qué estábamos hablando? —bromeó con tono ensoñador y rió entredientes. Sus manos bajaron a su espalda y estrujaron su camiseta al volver a besarle de forma mucho más breve—. Te quiero. Gracias.

Muy diferente a la angustia con la que había despertado, el sueño volvió a él con el corazón caliente y contento. Llevó la mano hasta la mandíbula del moreno y acarició la comisura de sus labios con el pulgar, y ahí, tumbado al lado suya, quedó magnetizado por el color de sus ojos. Se conocía tan bien su rostro que podría copiarlo tan rápido como el suyo propio.
—Un chiste también me habría servido —su sonrisa bien podía ser perenne, pues ni cuando sus párpados se cerraron desapareció.

Milo también se olvidó de todo mientras sus labios se encontraban, pues aunque la iniciativa había sido cosa suya el sabor del cambiante no tardó en hacer cortocircuitar su cerebro. Era embriagador y estimulante, como beber agua cuando llevas mucho tiempo sediento, y por eso tenía la misma cara de tonto que su novio cuando por fin se separaron.
—Yo tampoco me acuerdo —reconoció con el mismo tono de voz, riendo con suavidad mientras juntaba su frente con la del chico y rozaba la piel de su brazo con los nudillos—. Y no hace falta que me lo agradezcas, enserio... —murmuró en respuesta.

Ahora que Rox estaba mucho más tranquilo y parecía haber superado la pesadilla el brujo notó como el sueño regresaba con fuerza, arrastrándole con firmeza hacia la inconsciencia. La caricia del rubio contribuyó a acelerar el proceso, de hecho, y el irrense empezó a ronronear con suavidad mientras besaba sus dedos con ojos velados.
—Un chiste habría sido menos efectivo —respondió, sonriendo con satisfacción mientras su mente empezaba a alejarse—. Yo también te quiero, Rox… —susurró por último, sujetando su mano como si quisiera entrar con él al mundo onírico.

—Te he despertado a las mil de la madrugada, las gracias son lo mínimo…

Sus pensamientos iban y venían de forma agradable, con el tipo de cansancio que te lleva al sueño tan pronto bajas la guardia, y sin la presencia del miedo Rox podría bajarla cuando quisiese. Su caricia se volvió automática, progresivamente más lenta hasta detenerse por completo según se sentía más lejos de la realidad.

—Va un caracol y derrapa… Buenísimo… —masculló, como si eso probase que Milo se equivocaba, pero gracias a su tono de borracho de sueño resultó menos convincente de lo que ya era—. Buenas noches caragato —acertó a decir antes de caer redondo y empezar a babear la almohada.

Mañana le tocaría pensar seriamente en su salud mental. De momento disfrutaría del trozo de pan atrapa-pesadillas con el que compartía cama.