Cena cutre con erótico resultado (+18)

Recuerdo del primer mensaje :

Por si no quedaba claro va a haber contenido para adultos.

Tras la fiesta de inauguración en la boutique los exletarguinos se habían reunido para volver a la Sede todos juntos, comentando por el camino lo bonito que había quedado el negocio y lo bien que se habían desenvuelto Pelusa y Rox como anfitriones. El ambiente general era aún festivo y por eso le costó un poco separarse de los demás al llegar, pero con la excusa de madrugar al día siguiente se escabulló a la cocina donde no tardó en reunirse con el cambiante.

La idea que tenían era cenar juntos para celebrarlo un poco en privado, pero con todo el catering no es que tuvieran mucho apetito, así que reunieron algunas cosas para picotear y se retiraron al cuarto del australiano. Desde que habían empezado a salir el brujo se ponía nervioso cada vez que franqueaba la puerta de su chico, más de lo que le habría gustado admitir, y en aquella ocasión no fue la excepción. No sabía si era el olor a él que lo impregnaba todo o simplemente el hecho de que se quedaran a solas sin ojos indiscretos, pero cuando se sentó en la cama podía adivinarse un ligero rubor en las mejillas del irrense.
—Oye, has estado genial en la boutique —dijo para no quedarse en silencio, tratando por todos los medios de no sonar tan avergonzado cómo se sentía—. Has tardado mucho menos que yo en adaptarte a tu trabajo, la verdad, parecía que llevabas toda la vida haciendo lo mismo. —reconoció con una sonrisa, refiriéndose tanto a su faceta de modelo como a la de dependiente.

A pesar de no tener hambre se llevó un fruto seco a la boca por reflejo, agradeciendo en silencio la excusa para que no se le notara aún más la turbación mientras esperaba la respuesta del humano.

Cuando Milo le dijo que sí Rox se mordió el labio para controlar la sonrisa tonta que se le estaba poniendo, con la vista perdida en el suelo. Se pegó a él un poco más a modo de empujoncito cariñoso antes de apartarse, riéndose suavemente por su evidente nerviosismo. En realidad estaba un poco igual.
—Si no me pareciera bien no te habría preguntado, bobo —obvió, mirándole de reojo para comprobar su expresión sin que se viera mucho la suya propia.

Ni quitando pijamadas y borracheras sería la primera vez que compartía cama con alguien, aunque esta vez habría diferencias en muchos aspectos. En realidad... siempre las había; con su primer novio cuando no le molestaba el “-anne” de su nombre, al descubrirse a sí mismo con una chica, y ahora con su verdadero yo y un alien. Intentó no darle muchas vueltas, divertido e inquieto a partes iguales. Para darle tiempo a sus mejillas de enfriarse se echó a un lado, cogió los dos vasos de zumo y le tendió uno a Milo.

—Es que... no te lo he contado, pero me cuesta dormir solo. Me he acostumbrado a dormir en comuna como los hippies por vuestra culpa —explicó con humor, buscando deshacerse de la extraña tensión que había dejado en el ambiente. Dio un sorbo antes de seguir—. Y desde lo de las pesadillas esas pues... me cuesta más todavía. Que sé que no me voy a morir soñando, pero sigue siendo una mierda.

>> Lo que quiero decir es que, pues, que no te lo pido por nada... —se bloqueó unos instantes, y desde ese momento dejó de mirar a Milo directamente. Gesticulaba de más con las manos—. ¡Ya sabes!, nada... ¡Por nada sexual, hostia! —le entró la risa floja de verse tan torpe, y al final el trabajo que había hecho para dejar de enrrojecer se fue al traste—. Así que cero presiones, quiero acurrucarme contigo y dormir y ya está. Aunque a ver, que si quieres, pues...
Y en su propio monólogo el australiano apartó el rostro a un lado, apoyando los codos sobre sus rodillas mientras temblaba por la risa.
—¡Mis muertos, cualquiera diría que eres mi primer novio tío!

El suave empujón de Rox le arrancó una sonrisa tonta a Milo, una sonrisa que no se diluyó mientras el ahora peliazul se volvía a apartar y se reía un poco de él. Por su comentario era obvio que no le importaba, si no no se lo habría pedido en primer lugar, pero en aquella situación el cerebro del irrense iba despacito.
—Nunca está de más asegurarse… —respondió por inercia a pesar de todo, reparando en que el chico se cuidaba mucho de que no atisbara claramente su expresión.

Suponía que estaba tan nervioso como él mismo, pero antes de poder confirmarlo el cambiante se inclinó a un lado para hacerse con los vasos y le tendió uno.
—Gracias. —murmuró el moreno, tomándolo con cuidado para darle un sorbo mientras el humano explicaba el porqué de su petición. El brujo no necesitaba una justificación, en realidad, pero le dejó hablar sin interrupciones mientras acariciaba con suavidad la base de su espalda.

Ahora que cada uno tenía su propia habitación lo cierto es que dormir se había vuelto más complicado y a pesar de que los meses ya habían pasado aún se lo seguía pareciendo, pero quizás lo de las pesadillas era lo más preocupante. Él también se despertaba a veces en mitad de la noche con el pulso disparado buscando a los demás en la oscuridad sin resultado, así que comprendía a qué se refería.
—Bueno… —empezó a replicar, dispuesto a quitarle importancia, pero antes de poder continuar el australiano prosiguió con su discurso.

Milo, ingenuo hasta el extremo, a punto estuvo de escupir el zumo cuando Rox mencionó que aquella petición no era por nada sexual. Cuando dio a entender, sin embargo, que estaba abierto a sugerencias la cara de tonto del irrense alcanzó limites insospechados.
—No olvides que tú si eres el primero para mí, ¿eh? —acertó a recordarle con una media sonrisa, mirando hacia otro lado con la vergüenza pintada en la cara. A veces se sentía realmente estúpido—. Y bueno… no me importaría hacer algo… —añadió al final en voz muy baja, volviendo el rostro hacia el humano cuando ya parecía que no iba a comentar nada más.

El brujo se obligó a buscar los ojos de su novio, negándose a ser tímido para eso también, pero a esas alturas sus mejillas debían parecer farolillos en la penumbra de la habitación.

No podía ni quería burlarse de Milo, no con ese tema, no estando él mismo así de inquieto. Que le recordase que era más virgen que María no ayudó, y como si así fuera a contener sus risas nerviosas mejor se mordió el labio inferior.

—Seré misericordioso entonces —logró bromear con una sonrisita que intentaba ser maliciosa, aunque el teatrillo se le quedó muy, muy a medias. Dio otro sorbo a su zumo, que terminó siendo un trago largo por la sorpresa del visto bueno. Al apartarse solo había dejado restos—. Me voy a imaginar que esto es piña colada y me puedo emborrachar con ella.

Iba a reírse otra vez, pero se encontró con esos ojos dorados que conseguían que se olvidase de las cosas y se quedó con la expresión a medias. A pesar de sus constantes coñas el irrense le tomaba en serio. Tardó un poco en reaccionar; de forma mecánica dio un último y breve sorbo sin apenas romper el contacto visual y luego dejó el vaso vacío en el suelo. Lo empujó debajo de la cama, y esperando dejarse la vergüenza en el mismo sitio se sentó aún más cerca del otro, de forma que no quedó hueco entre los dos. Podría haberle besado, pero antes tenía que calmarse.

—La verdad es que... te tengo muchas ganas —murmuró, con un notable rubor y una sonrisa tímida en el rostro. Le costó continuar, pero sacó valor para hacerlo sin dejar de mirarle a los ojos—. Soy nuevo con este cuerpo así que creo que estamos en empate.

Milo sonrió mientras Rox bromeaba con él, intentando no revolverse en el sitio para que no se le notara aún más la vergüenza mientras el otro le daba un largo sorbo a su zumo. Le estaba costando mucho y apenas si era capaz de concentrarse en no mover la pierna de arriba a abajo, por lo que cuando el chico mencionó el alcohol se le escapó una leve risa nerviosa.
—Yo prefiero estar consciente, así que mejor no me imagino nada. —replicó con un bufido divertido, quedándose callado cuando el humano le devolvió la mirada.

Sin romper el contacto visual el cambiante apuró su vaso y lo dejó en el suelo fuera de peligro, deslizándose sobre el colchón hasta que la distancia entre ellos se redujo a nada. En aquel punto el corazón del brujo ya marchaba a saltos y tenía un ritmo acelerado, pero el humano tuvo que volver a hablar para que su nuez lo traicionara del todo con un movimiento muy significativo.
—Sigues teniendo ventaja… —murmuró tras tragar saliva, inclinándose hacia sus labios de forma impulsiva.

Decidido a no perder al menos en aquello el irrense se había lanzado primero conscientemente, pero en cuanto sus alientos se entrelazaron la mente del chico se quedó en blanco y olvidó cualquier plan maestro para no parecer tan inútil como se sentía. Siempre que besaba al australiano se sentía pletórico de felicidad, pero ahora había algo más ardiente tras aquel sentimiento, y el rubor que empezaba a bajar por el cuello del norteño ya no solo era fruto de la vergüenza.
—¿Puedo pedirte una cosa? —acertó a preguntar a pesar de la sed que sentía, recorriendo la línea de su mandíbula con un dedo —. A lo mejor es una tontería pero me gustaría que siendo nuestra primera vez recuperaras tu rubio original —confesó con una media sonrisa. Quizás estaba feo decirle aquello a un cambiante, pero le costaba guardarse sus pensamientos en aquella situación—. El tono que tenias cuando me enamore de ti me es más familiar...

Rox sonrió brevemente antes de que sus labios se juntaran, sorprendido y complacido con la iniciativa del irrense. Era lo que necesitaban para derretir el hielo. A pesar de la suavidad hubo algo diferente en ese beso, la chispa latente de lo que estaba por venir, el consentimiento a dar otro paso. A tientas torpes buscó el contacto de Milo, sujetándose a las mangas de su chaqueta como si no quisiera que se apartase, por eso cuando lo hizo al cambiante le faltó agachar la cabeza como un cachorro. La caricia que le siguió le profirió un suspiro largo, un ruego no verbal por más.

Al principio su petición le hizo alzar una ceja, cuestión de segundos, porque el motivo fue suficiente para que su alterado corazón se ablandase. Tras una sonrisa embobada volvió a besarle, esta vez con más ahinco. Aquello sumado a toda la tensión acumulada hacían estuviera especialmente envalentonado. Mientras sus bocas se unían sus manos buscaron las del otro para quitarle el vaso; simultáneamente su pelo recuperaba su color y corte original. El beso acabó pronto para que Milo pudiera ver el resultado, con una sonrisa por parte del australiano.

—¿Mejor así? —susurró, entre serio y divertido.
Dejó el vaso a salvo y se descalzó rápidamente, acomodándose en el sitio e invitando al brujo a abandonar el borde de la cama. Ahora que habían empezado no quería aflojar.

Milo temió haber metido la pata cuando Rox alzó una ceja, pero el motivo tras su petición pareció ablandarle y al gesto lo sustituyó una sonrisa embobada a la que siguió un beso más apasionado que el primero. El irrense estaba muy nervioso ante lo que se avecinaba, pero al mismo tiempo se sentía en calma porque era el humano quien le acompañaba, y aquella dicotomía hacía que apenas fuera consciente de nada más que su pareja. Ni siquiera se percató de cómo le arrebataba el vaso de las manos para ponerlo en un lugar seguro, pues cuando acabó aquel segundo beso solo tenía ojos para el sutil cambio de imagen.
—Mejor... —susurró con una media sonrisa, imitando sus gestos para dejar las zapatillas tiradas en el suelo.

Con el corazón agitado el brujo aceptó la invitación del ahora rubio para abandonar el borde de la cama y gateó sobre el colchón hasta su posición, cruzándose de piernas frente a él con el rubor de un primerizo encendiendo sus mejillas. Una sonrisa tonta se le escapó al no saber muy bien donde mirar, pero se quitó la cazadora con un gesto estudiado y la dejó a un lado para que no le estorbara. No tenía precisamente frío, pero de haber tenido vello en los brazos se le habría notado la piel de gallina.

Impulsándose un poco con las manos el hacker se acercó aún más a su novio, rozando sus piernas con las suyas, y sin saber muy bien lo que hacía se inclinó hacia él buscando sus labios de nuevo. Sus manos, ansiosas, se adelantaron hacia el humano y se aferraron a su camiseta, tirando de él en su dirección.

El cambiante aprovechó la pequeña espera para respirar hondo, de forma manual debido a la inquietud. Una sonrisa liberadora respondió a la del brujo, acompañada de una carcajada de simpatía. Le observó quitarse el abrigo con detenimiento, y para no dejarse comer por el nervio por su parte siguió sus pasos quitándose el kimono que llevaba. No quería arrugarlo, y aunque la intención era que no acabase en el suelo poco le importaría al final. Lo dejó encima de la otra prenda con relativo cuidado.

Mantuvo el contacto visual lo poco que tardó Milo en pasar a la acción. Un leve sonido de asombro murió entre sus labios al ser atraído hacia él, pillándole desprevenido, pero aquello sirvió para que sus motores se encendieran con creces. El deseo del irrense añadía leña a su fuego y provocaba que su corazón acelerase. Descubrir nuevas facetas de su novio le entusiasmaba; después de todo había muchas cosas de él que en ese aspecto todavía no se imaginaba.

Ni corto ni perezoso Rox respondió al beso con tanta intensidad como merecía, con un ritmo lento pero ansioso. Se movió despacio, demasiado concentrado en la boca del chico, hasta quedar de rodillas y algo más alto que él por la posición. Con más apuro buscó sus hombros, sujetándose a estos antes de abrazarle y reacomodarse entre sus piernas. Luego le dio un mordisco en el labio inferior, según sus manos ascendían por su nuca para acariciarle el pelo.

La intensa respuesta de Rox a su beso resultaba embriagadora y hacía que el corazón se le apresurara en el pecho, como si anticipara de alguna manera lo que venía después y se estuviera preparando para ello. Todo aquello era nuevo para Milo, incluida la forma en la que sus labios se encontraban, y aunque su cuerpo sabía reaccionar y no se quedaba atrás en ímpetu el irrense sentía algo de vértigo. No era una sensación desagradable, porque aunque las alturas no eran su fuerte sí que sabía disfrutar de la elevación inicial en una montaña rusa.

El moreno acompañó los movimientos del rubio de forma inconsciente, facilitándole las cosas en su cambio de posición mientras acariciaba sus brazos con suavidad y luego bajaba por sus costados hacia la cintura. Cuando el cambiante se acomodó entre sus piernas al brujo se le escapó un suspiro sobresaltado que echó por tierra la poca entereza que le quedaba.

Su ansia creció con el mordisco del humano y un ligero escalofrío descendió por su espalda cuando sus dedos le rozaron la nuca, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. El norteño rodeó con sus brazos al australiano y sus manos se metieron bajo su camiseta, rozando con suavidad la parte baja de su espalda y empezando a subir por su columna.
—Te quiero... —susurró contra su boca, rozando con los labios la línea de su mandíbula en dirección a su cuello.

La respiración de Rox se apuraba más y más a cada caricia del moreno, deshaciéndose en estremecimientos placenteros cuando sintió sus dedos recorriendo su espalda por debajo de la ropa. Ante la necesidad de suspirar había pasado a respirar por la boca a ratos, exhalando cada vez que sus labios se separaban aunque fuera para unirse nuevamente con más sed que antes. Y pensar que hacía un rato estaban hablando de cosas deprimentes.

—Y yo a ti... —susurró, atolondrado por la correspondencia verbal. Sus manos se enrredaron en su pelo con más necesidad que antes, buscando responder a todos los estímulos de alguna forma, y habiendo sido consciente de las reacciones de su novio (y recordando cierto incidente en la biblioteca) regresó a su nuca para presionarla con la punta de tres dedos.

Contuvo la respiración al notar como Milo bajaba con los labios, arqueándose y apartando el rostro para hacerle el camino al cuello más fácil. Durante unos segundos el australiano se quedó quieto dejándose llevar, y sus piernas, tensas y torpes, fueron lo primero en recuperar el movimiento: rodeó con ellas al chico para juntarlos más, sentándose propiamente sobre su regazo.

Tenía calor, pero casi todo estaba concentrado en una misma zona, la misma que hacía que sus pantalones apretasen. Esa reacción natural le hacía tan feliz como avergonzado, aupado por la presencia de Milo y todo lo que estaba sucediendo. Estaba impaciente y no quería parar por nada del mundo, ya ardiera Rocavarancolia.

A pesar de que el toque del cambiante en su nuca estuvo a punto de fundirle el cerebro Milo siguió bajando por su cuello con diligencia, dejando ligeros besos sobre su piel en su descenso hacia el hombro mientras sus palabras le tintineaban en los oídos. El brujo se movía más por instinto que por pericia, pues en aquella situación sus pensamientos no eran muy coherentes, y aunque sus caricias eran dulces en ellas se percibía claramente la impaciencia propia de la inexperiencia.

Su respiración ya era agitada, pero cuando Rox le rodeó con las piernas y se acomodó en su regazo al moreno se le escapó un jadeo involuntario. La espalda se le tensó ligeramente al notar la creciente presión contra su abdomen, a juego con la que él notaba en sus propios pantalones, e igual de cohibido y feliz que el humano el irrense no pudo contener el impulso de enterrar el rostro brevemente en su clavícula.

El momento de quietud apenas duró unos segundos, pues el deseo era demasiado intenso, y el brujo volvió a la carga dándole un suave bocado en el cuello a su chico. Sus manos, presurosas, se deslizaron bajo su camiseta hacia la cintura y se aferraron al dobladillo de la misma, tirando hacia arriba para librarse de la prenda con movimientos torpes. Con tanta piel a la vista el moreno se quedó ensimismado un instante, admirando las vistas en silencio, y aprovechándose de su posición volvió a atraerle hacia sí para besarle de nuevo.
—Estas muy bien… —susurró avergonzado, arañando suavemente su espalda con la mano izquierda mientras la derecha buscaba el primer botón de su pantalón.

La poesía no era su fuerte.

«No da calambre» acertó a pensar cuando sus dedos abandonaron la nuca del irrense, siendo lo último medianamente lógico que cruzaría su cerebro en un buen rato. Sentir la erección de su novio bajo la suya propia le hacía estar más denso que el Internet Explorer y más inquieto que un dingo en un buffet. Tenía que moderarse, siendo su primera vez no quería sobrecogerle ni presionarle más de la cuenta, asi que dejó que fuese él quien marcase el ritmo, algo que requería mucha voluntad por su parte cuando las ganas eran tantas. El mordisco que le dio hizo que se aferrase a su pelo y pasase del suspiro al jadeo, interrumpido por su propia camiseta cuando fue requerido que se la quitase. Puso de su parte para hacerlo más fácil, y tal como habría pasado con el kimono se zafó de ella sin importar donde caía.

Los segundos que Milo se quedó engatusado mirándole fueron clave para que Rox recuperase la compostura. Se echó para atrás lo justo para que el chico pudiese admirarle mejor, seductor. Claro que sentía algo de vergüenza, pero era más la satisfacción de causar tal efecto en él. Respondió al beso con energías renovadas e intenciones evidentes.

—Pues claro... Mi trabajo me ha costado —respondió en un intento de broma con una sonrisa orgullosa. Entremedias, sin embargo, tuvo que morderse el labio para evitar que un jadeo potencialmente alto le rompiese la voz, a causa del arañazo con la prótesis. Y parecía tonto cuando se enamoró de él—. Pero tú sí que estás buenísimo...

Que desabrochase el botón de su pantalón le puso más nervioso de lo que esperaba. El australiano, que hacía un rato había empezado a mover las caderas sutil e inconscientemente para causar fricción, se detuvo entonces.

—Espera —dijo con urgencia, colocando una mano sobre la suya antes de buscar su mirada—. No... no sé como... como de distintos van a ser —se rió débilmente—. No creo mucho por lo que recuerdo de la película esa de Rena, pero... —tragó saliva—. Quiero que lo hagamos a la vez.

Hizo hueco y deslizó su mano despacio hacia abajo, a los pantalones del brujo, dándole varios besos cortos mientras. Del mismo modo desabrochó botón y cremallera, separándose para pedir permiso con la mirada primero. El rubor ya establecido en su rostro aumentó cuando pudo ver su ropa interior, pero sobre todo con el notable bulto provocado por la excitación. Con una última confirmación, Rox apartaría la prenda tirando suavemente de ella. Su corazón latía ruidosamente, y más que lo haría en cuanto tuvieran mejor visión el uno del otro.

Aunque en la situación actual no fuera un cambio demasiado significativo el cumplido del humano hizo que el irrense se sonrojara aún más, pero cuando Rox detuvo sus movimientos con urgencia la vergüenza de Milo pasó rápidamente a un segundo plano. Al principio el brujo miró preocupado a su novio, preguntándose si acaso había hecho algo mal, pero cuando este le aclaró los motivos de la interrupción el moreno no pudo evitar corear la débil risa del rubio.
—Vale, lo hacemos a la vez… —murmuró igual de nervioso, estremeciéndose cuando el humano bajo la mano y sus dedos rozaron su entrepierna.

Los botones se desabrocharon y las cremalleras descendieron casi al mismo tiempo después de que acordaran con una mirada ocuparse del pantalón del otro, revelando las erecciones insinuadas por su ropa interior. En aquel punto el brujo también tragó saliva, pero con la última confirmación visual procedieron a revelar por completo el pastel.
—Oh… —susurró el irrense con los ojos muy abiertos, incapaz de apartar la mirada a pesar de que se le comía la vergüenza.

La timidez a aquellas alturas no tenía mucho sentido, pero tampoco lo tenía darle vueltas en ese momento, así que simplemente buscó las diferencias que el cambiante había insinuado mientras sentía como la cara le ardía. Había algunas muy leves, pero apenas se apreciaban, y siendo honestos al hacker no le importaban en absoluto.
—Y-yo no los veo tan distintos… —dijo con voz temblorosa, desviando la mirada avergonzado cuando su propio miembro traicionó su excitación con una pulsación significativa—. Y el tuyo está tan bien como tú. —susurró, besándole de nuevo mientras sus dedos rodeaban la erección del muchacho.

Agradeció dos cosas: llevar calzoncillos buenos y haber practicado con su cuerpo con antelación. Se centró en sus acciones y no en las del brujo, sin querer exteriorizar que estaba carcomido por los nervios. Incluso se preguntó si le daría tiempo de cambiar cualquier detalle de última hora sin que lo notase, inseguridad que, no obstante, se le olvidó al destaparse las privacidades. Un soplo de sorpresa fue su primera respuesta.
Tal como esperaba no eran tan alienígenas, y de hecho la del irrense se le antojó bonita. También estaba el detalle de que... bueno, no es que Milo tuviese un trabuco de actor porno, pero a simple vista era un poquito mayor que la de su ex (y por ende que la suya, aunque en eso siempre podía hacer trampas). Por mucho que se mordiese el interior de los carrillos su sonrisa era difícil de disimular.

—Que va... —respondió en tono suave, rozando su vientre. El pálpito no pasó desapercibido, el cual le hizo volver a morderse el labio, sediento y embobado. Al seguir lo hizo con cierta voracidad—. A mi me gusta más el tuyo...

Ni queriendo podría expresar verbalmente lo mucho que le encendía ver sus erecciones juntas. Un sonido anhelante se quedó en su garganta cuando Milo le besó, algo más alto cuando sintió como sus dedos se cerraban en torno a él. Tras un temblor producido por el placer profundizó el beso con su lengua, dándole varios mordiscos suaves y lentos antes de imitarle. De haber estado más suelto y menos ocupado no habría usado precisamente las manos.

—Milo... —murmuró sin apenas separarse de su boca. Solo había subido y bajado una vez cuando recordó algo—. E-Espera —giró el rostro a donde estaba la mesita de noche y estiró el brazo hasta el primer cajón. Tuvo que moverse un poco para sacar lo que buscaba, mas no tardó en dar con ello: un botecito de lubricante. Se lo había pedido a su jefa (por escrito) con la última paga—. Es lubricante frivy, creo... es bueno —susurró, y con una sonrisa, el corazón ajetreado y las mejillas rojas se echó un chorro en la palma—. Va a estar un poco frío.

Apoyó su frente contra el chico antes de, con una misma mano, comenzar a masturbarles simulatánea y lentamente. Por el cambio de temperatura se le escapó una exhalación que sería pronto reemplazada por su respiración pesada.

Cualquier posible respuesta que Milo tuviera para el último cumplido de Rox fue silenciada por la lengua del chico y sus suaves mordiscos. El escalofrío que le recorrió el cuerpo cuando los dedos del humano imitaron su propio gesto fue como un latigazo de placer, pero fue el único movimiento de subida y bajada que ambos hicieron lo que le dejó temblando mientras un gemido ahogado se le escapaba entre los dientes.

Oír su nombre en los labios del cambiante era como miel para sus oídos, pero antes de que pudiera decir nada el rubio detuvo sus movimientos. El brujo lo miró unos segundos confundido, los ojos ligeramente enturbiados por el deseo, y cuando el australiano se inclinó hacia la mesita no pudo evitar recorrer su torso con las manos.
—¿Lubricante... ? —acertó a murmurar cuando le enseñó lo que había estado buscando, costándole entender a qué se refería por una mezcla de desconocimiento y obnubilamiento.

El irrense observó los movimientos de su novio con curiosidad, siguiendo sus pasos mientras el chico se echaba una cantidad generosa a la palma de la mano, pero a pesar de sus advertencias no se esperaba para nada la reacción que tuvo cuando aquel líquido rozó su piel. Gimió sorprendido y arqueó la espalda mientras el cambiante empezaba a masturbarles con una sola mano. El contraste entre el frío y el calor que sentía era abismal, una sensación inesperada y sumamente placentera.

Milo tuvo que morderse el labio inferior para no hacer más ruido del necesario, pero su respiración agitada y sus mejillas febriles eran señales más que evidentes de lo que sentía en aquellos momentos. Con el brazo izquierdo volvió a aferrarse a Rox, atrayéndolo hacia sí con desesperación, y con la mano libre entrelazo sus dedos con los del muchacho para ayudarle con el movimiento acelerando ligeramente.

Rox sonrió débilmente por el gemido de su novio, tan armónico como provocativo, pero fuera de un suspiro complacido no tuvo espacio para otra respuesta. Hablar o siquiera pensar no era su prioridad en aquel momento. Correspondió con un abrazo tosco en cuanto estuvieron más pegados, recorriendo su espalda con la otra mano. Aunque fuera despacio, la excitación, la fricción piel contra piel y las ganas provocaron que sus jadeos se hicieran audibles pronto, in crescendo cuando Milo se unió a la causa. La presión añadida y el aumento del ritmo sirvió para arrancarle un primer gemido, cohibido por el desconocimiento y la inseguridad; le daba apuro sonar femenino, remanescencias de su disforia, de cuando debía contener y forzar la voz para que sus agudos no saltasen. No obstante fue su propio tono, dulce pero grave, el que le recordó que ya no tenía que pretender nada. Escucharse derribó un ladrillo de aquella muralla. Al segundo gemido cayó otro. Jadeo, más rápido. Otro. Beso, mordisco. Otro. Así hasta que fueron ruinas.

Sus dedos se cerraron en torno a la camiseta de su novio, tirando de ella hacia arriba hasta dejarle media espalda al aire, aferrándose a la tela para no arañarle según aceleraba el compás. Si su erección no había alcanzado toda su rigidez antes con certeza ya no era el caso. Los sonidos eran un eco atrapado en su garganta, solo algunos escapaban cuando su boca no se encontraba besando la piel del brujo: mandíbula, mejilla, oreja, cuello, labios. En consecuencia de los escalofríos relámpagos blancos atravesaban su columna de abajo a arriba, entre sus omoplatos y sus costados, hilos de los que perdía el control al sumirse en las sensaciones.

—Te quiero... —susurró con la respiración agitada, habiéndose apoyado en su hombro con los ojos cerrados—. Te quiero, te quiero...

Tanteó el miembro de Milo con la yema de los dedos, deleitándose no solo con el placer físico que recibía, también con las sutiles formas de su tacto. El calor que emitía, la dureza, la humedad del lubricante, el recorrido de sus venas marcadas... Quizás no llevasen demasiado pero se sentía cerca de sus límites. Haría “trampas” de ser necesario, haciendo de su zona erógena más o menos sensible para aguantar tanto como él. Siendo su primera vez quería que estuvieran juntos en eso.

Milo apenas se percató del fresco en su espalda cuando se le subió la camiseta como consecuencia del agarrón de Rox, pues el calor que irradiaban los dos chicos era muy superior, pero en cambio sí que oyó con claridad los primeros gemidos que había emitido el rubio. De haber podido pensar con claridad el brujo le habría dicho que sonaba jodidamente delicioso, pero apenas si era capaz de coordinarse para que su mano no parara de subir y bajar en aquel movimiento de bombeo que iba poco a poco in crescendo.

Los besos, mordiscos y caricias se sucedían uno detrás de otro a un ritmo frenético, casi sediento, y poco a poco el irrense iba perdiendo la razón. La suavidad de su piel, su olor en el hocico y sus jadeos en el oído resultaban embriagadores, pero era el punto donde sus dedos se entrelazaban empapados por el lubricante donde se concentraba casi toda la electricidad.
—Y yo a ti… —susurró de vuelta con idéntica agitación, escondiendo la cara en su cuello mientras volvía a arañar con suavidad la espalda ligeramente deshilachada del cambiante—. Te quiero, Rox…

Un nuevo gemido se escapó de la garganta del irrense cuando las yemas del humano presionaron su erección, uno que aunque perdió fuerza contra la clavícula del rubio sonó mucho más alto que los anteriores. Milo no quiso perder el tiempo y le devolvió la “caricia” a su novio segundos después, despegándose lo justo para poder besarle de nuevo y ahogar cualquier sonido contra sus labios. En aquellos momentos se sentía en una nube ardiente de la que no deseaba bajarse nunca, pero su inexperiencia y su deseo no iban a permitirle seguir a aquel ritmo mucho más tiempo.

Las pulsaciones frenéticas del miembro del brujo fueron la primera señal de lo que estaba a punto de ocurrir, pero por si eso no fuera suficiente su columna se arqueó por completo al tiempo que la fuerza de su agarre se incrementaba en un último pico de intensidad. Era la primera vez que Milo experimentaba un orgasmo de verdad.

La mano con la que sujetaba la camiseta de Milo siguió subiendo hasta dejar su espalda entera al aire, y ante la necesidad de algo más firme se agarró a la prótesis de Milo, cerca de las juntas de su hombro. Clavó sus dedos en ella cuando recibió la presión de vuelta, algo que le habría costado un gemido considerable de no ser porque fue acallado con un beso. Este, sin embargo, no evitó que varios quejidos escapasen de su boca al entreabrirla para responderle con toda la lujuria que sentía.

No hicieron falta muchos trucos para aguantar más o menos lo que el irrense. El inicio del clímax de su novio fue su vía libre, y si tardó un poco en seguirle fue por haberse quedado maravillado de sus reacciones; cuestión de apenas dos segundos, porque el impetuoso agarre y la curva de intensidad hicieron que aguantase el aliento ante las puertas del orgasmo. Su cuerpo se tensó mientras su otra mano descendía del metal hasta la piel, abrazando y arañando con fuerza moderada su omoplato sin hincar del todo las uñas a la vez que sus pulmones recuperaban aire ruidosamente. De cada exhalación de sus jadeos escandalosos hubo un gemido agotado, decreciendo en volumen según se sucedían. El placer deshizo buena parte de su concentración, literalmente: la cara exterior de sus brazos vibró en blanco, los relámpagos de su espalda pasaron a ser pinceladas de brocha gorda y su pelo se erizó como el de los personajes de las películas Ghibli al enfadarse. Los espasmos y palpitaciones duraron lo suyo, dejándole muy acalorado, con las piernas temblorosas, la mano pringosa anclada in situ y un hilillo de saliva sobre la pobre camiseta del moreno donde había ido a enterrar el rostro.

Carente de energía tardaría un rato en hacer nada salvo modo koala. Estaba cómodamente envuelto por el sueño post-clímax, el calor residual de sus cuerpos y el sonido de sus respiraciones en pos de regresar a la calma, cada vez más discreto. Cuando estuvo menos atontato frotó su mejilla contra el cuello del brujo como un felino, con una sonrisa adormilada pero satisfecha. Se había manchado un poco el vientre y sus manos necesitaban urgente un hechizo de limpieza, pero no podía estar más contento.

—¿Te ha gustado...? —preguntó con suavidad, apoyando frente contra frente para darle un beso esquimal desmañado. Una pregunta típica pero importante. La pérdida de temperatura le regaló un escalofrío, esta vez de frío de verdad, lo que le indicó que sería bueno que se adecentasen pronto.