Háblame de Islasanta

Recuerdo del primer mensaje :

Una tarde normal de un dia normal en Rocavarancolia, Ulmara se sentía atrapada como siempre en el torreón. Ya habían salido a por comida y a la vuelta siempre sentía un desasosiego extraño, como cuando de pequeña se quedaba hasta tarde jugando con su padre y la metían en la cama a regañadientes. La torre era la cama. Las últimas semanas habían sido una tortura para ella, pero poco a poco veía la luz a nivel anímico (gracias a un montón de conductas tóxicas que todavía no sabía reconocer). En ese instante, la cercana estaba tumbada del revés en el sofá, con la cabeza colgando del asiento y los pies colgados del respaldo. Tenía a Iemai enfrente (aunque la veía boca abajo) y tal vez por la perspectiva extraña a la que se asomaba, se atrevió a hacer una pregunta que había retrasado tanto tiempo.

—Oye, Iemai, ¿te apetece hablarme de Islasanta?

No sabía por qué no había preguntado antes, pero sospechaba que era por la misma razón por la que tardó tanto en plantar a los dioses. La verdad daba miedo a veces y su concepción de Islasanta era tan idílica que no podía ser cierta. ¿O sí?

La sorpresa de Ulmara incomodaba de alguna manera a Iemai. Había evitado aquel tema a toda costa los primeros meses de convivencia, pero la Cercanía estaba cada vez más borrosa en su memoria. ¿Qué más daba contar la verdad? Si ella volvía a su mundo de origen, desde luego no volvería a vivir en aquel nido de ratas si podía evitarlo.

—No estoy segura, imagino que habrá sacerdotes que no lo sepan. Tampoco lo saben los turistas. Los que sí vuelven a sus casas, me refiero —se corrigió, con un tono cargado de ironía.
»No puedo hablar por todos los que viven y trabajan en las islas, pero hay que estar muy ciego para moverse por allí durante años y no darse cuenta de que todo el archipiélago es territorio pirata.

Ulmara resopló a la vez que procesaba todo y en ese momento se dio cuenta de que había una gran pregunta pendiente. Presentía que la respuesta no le gustaría, en el sentido de que Islasanta parecía de repente un agujero de imbéciles similar a Rocavarancolia, aunque quizás en menor grado. Lo de los sacerdotes lo analizaría más tarde.

—¿Cómo acabaste allí? ¿Fuiste uno de esos turistas que no vuelven jamás? —Tal vez fue una pregunta brusca, pero Iemai la conocía lo suficiente como para saber que no iba a malas. Si acaso, le daba algo de pena la idea de que ambas vinieran de un sitio tan parecido y hubieran tenido experiencias tan distantes.

Iemai quería que Ulmara continuase preguntando acerca de las cosas que sucedían en Islasanta, pero en lugar de eso hizo la pregunta que no estaba segura de querer responder. No le importaba explicar por qué había llegado a la isla, pero todavía temía un poco la reacción de su amiga si continuaba haciendo preguntas hasta llegar a enterarse de las cosas que había tenido que hacer para sobrevivir durante aquellos años.
—Sí —dijo tras una pequeña pausa—. Nos atracaron al poco de llegar al puerto. Nos habían estudiado durante el viaje y sabían que nadie nos iba a echar de menos en nuestra casa. A mi padre solía encantarle hablar con cualquiera, antes. —Bufó—. No es fácil recuperarse cuanto tocas fondo en ese sitio. Por eso nunca volvimos.
»¿Vas a hacer algo ahora que sabes la verdad? —le preguntó para cambiar de tema pero también con auténtico interés. La gente normal no podía hablar de lo que pasaba en Islasanta, no sin acabar metidos en los peores problemas de su vida. Pero Ulmara estaba destinada a ser algo más. Que le siguiese importando la Cercanía o no tras ver la Luna ya era otro tema.

Ulmara agachó un poco la mirada, sin saber exactamente qué decirle ante aquella revelación. ¿Un lo siento tenía sentido?

—Que cabrones, dioses —fue todo lo que le salió decir. Respecto a la pregunta de Iemai...—. No lo sé, no tengo claro que pueda hacer nada.  ¿Tú qué harías? —le devolvió la pregunta con curiosidad. Por lo menos Iemai conocía la situación de Islasanta en primera persona y ahora sabían que tal vez obtendrían poderes con la Luna, también que tal vez regresarían a casa, ¿pero realmente servía para algo? ¿Qué podían hacer una o dos personas contra un sistema de mentiras tan arraigadas en la sociedad?—. A veces parece que no es el mismo sitio del que vinimos --añadió en un suspiro, inconsciente de que sólo era así para ella y no para Iemai.

Iemai miró a Ulmara durante unos instantes, sin responder. Le había devuelto la pregunta prácticamente al momento y, a decir verdad, nunca se lo había planteado seriamente antes. Ella tenía claro desde el principio que no podría hacer nada, incluso aunque lograse escapar de aquella ciudad, incluso aunque volviese a la Cercanía, seguiría siendo una cercana más. Aunque lograse aliados rocavarancoleses tras la criba, hacer algo acerca de Islasanta era demasiado pedir si no salía de ellos. Por otro lado, aquella ciudad cometía injusticias peores si cabía, hasta el punto de que los piratas apenas inspiraban miedo a Iemai a aquellas alturas.

—Yo… No lo sé —admitió—. Si se le diese información fiable a los imperios sobre lo que pasa allí seguramente se podría echar abajo toda la mentira. Lo que me pregunto es… ¿qué podría pasar si desapareciese el único territorio neutral que nos queda? ¿No crees que se darían prisa a ver quién se queda con las islas primero en vez de aliarse para expulsar a los piratas? —Iemai no entendía por qué tenían que seguir peleando los imperios y Ulmara ya debía de ser consciente de conversaciones anteriores.
»Si pudiese hacer algo, me gustaría que se acabasen todos los conflictos, pero no creo que eso esté nunca a mi alcance, o al de ninguno de nosotros.
Por no decir que no tenía claro hasta qué punto tenían prohibido los Rocavarancoleses alterar los acontecimientos de otros mundos.

Ulmara resopló y se recostó contra el respaldo del tresillo con expresión de hastío.

—Llevas razón, eso sería servirles la guerra en bandeja. No sé Iritria, pero Alaia está deseando cualquier excusa para desenterrar el hacha —dijo, casi con vergüenza. Lo sabía de primera mano, desde que entró a los entrenamientos del ejército en los que probablemente pasó los mejores meses de su vida. Recordar eso ahora era como masticar arena, su estancia forzada en Rocavarancolia había afeado muchas cosas y no todas eran autóctonas de la ciudad. Iemai tenía razón, no podían hacer nada, eran muy poca cosa y ni tenían la responsabilidad ni el poder para cambiar el rumbo de un planeta entero. Asintió para darle la razón y... —. ¿Qué pasaría si no volvemos? —preguntó de repente, sin pensarlo mucho—. Vimos a una humana con un brazo como el de Reira, ¿y si nos fueramos por ahí, a otro plano? A otro mundo, digo. ¿No te apetece más que volver a... casa?

Estaba dando por hecho muchas cosas, pero en ese instante se sentía con fuerzas para ilusionarse un poco. O para olvidarse de su padre, momentáneamente.

A Iemai le tranquilizaba escuchar a hablar a Ulmara sobre Alaia sin tapujos, sin mentirse a sí misma. No es que Iemai supiese demasiado de política internacional, pero le apenaría que su compatriota solo supiese ver las cosas desde un ángulo. La realidad era mucho más compleja, aún si no acababa de comprenderla.
—Seguramente Iritria también, pero no tengo ni idea —le respondió. Lo poco de sabía de Iritria era realmente porque su padre se lo había contado, y desde que Iemai se había hecho mayor él no estaba precisamente locuaz, ni con ese ni con ningún otro tema.

La siguiente pregunta de Ulmara la cogió desprevenida. La miró sin ocultar que estaba sorprendida y casi sonrió. Que la conversación virase hacia temas más agradables era de agradecer.
—No estaría nada mal. ¿No crees que volver a vivir siempre metidos en la niebla sería un poco deprimente? ¿Dónde te gustaría vivir? —Al decir aquello esbozó una sonrisa por fin—. Si no se fuesen a asustar con nuestro aspecto… me gustaría ir a la Tierra y comer un montón de pizsas. A lo mejor en el planeta de Nery’s piensan que vamos disfrazadas a la última moda. Si pudiese ser… cualquier lugar sería mejor que aquí.

Le estaba gustando aquella conversación. La revelación sobre la vida de Iemai había sido una verdadera mierda, pero a la cercana le había gustado poder oírlo de ella, sentir que tenían la confianza para hablar de temas que, hace meses, probablemente la habrían enfadado (por motivos estúpidos). Ahora entendía muchas cosas sobre el funcionamiento de la Cercanía, sobre lo engañadísima que habiá vivido, y de alguna forma se sentía menos sola en ese sentido gracias a Iemai. Si la Luna realmente la volvía poderosa, Ulmara se planteó brevemente la posibilidad de volver solo para dar por culo a todos los que ayudaban a sostener esa mentira. Estaba claro que no iba a cambiar nada, pero aquella idea la divertía.

También le divertía pensar en el resto de mundos:

—Pizzas... Ojalá una ahora —dijo, y luego se rio con el comentario sobre Frivowaldanny—. Seguro que después todos saldrían con picos en la cara y plumas en los pezones —añadió con diversión, antes de contestar la parte más seria—. La verdad es que no me había planteado lo de la niebla, pero sí, no me gustaría volver a eso. Le he cogido gusto al cielo abierto y a ver las estrellas por la noche. Creo que también quiero conocer el de Pefka, seguro que es una pasada ver el dragón gigante que tienen allí... ¡O el de Jara! Tiene que ser divertidísimo.

>>Bueno, será divertidísimo —se corrigió, superconvencida en ese instante—. Todo lo será cuando salgamos de aquí.

Ulmara la miró a los ojos con una sonrisa divertida.

—Hablando de esto, ¿qué crees que serás cuando salga la Luna? ¿Te imaginas ver el futuro como la Gran Monitora?

Gracias a las palabras desenfadas de Ulmara, durante un rato sonreír fue natural para Iemai. Podía imaginarse un futuro idílico donde fuese considerada una igual y visitasen los diferentes mundos en compañía. Si bien le costaba creer que pudiese llegar a alcanzar un futuro así, Ulmara le daba esperanza, y en aquel momento solo quería aferrarse a aquello.
—No me importaría verlos todos —admitió—. Creo que la Cercanía se nos queda pequeña ahora.

La siguiente pregunta de Ulmara fue formulada con total inocencia, pero hizo saltar las alarmas de Iemai, que perdió la sonrisa sin darse cuenta.
—¿No sé? Quiero decir, no sé cuáles son las opciones, pero supongo que ver el futuro podría ser una. A mí me gustaría poder hacer magia algún día —admitió con un suspiro de resignación—. ¿A ti qué te gustaría?

En ese momento Rocavarancolia no parecía peligrosa. A Ulmara se le contagió la sonrisa de Iemai, se le erizaron las plumas durante un instante y simplemente asintió mientras soñaba despierta. Se dejó caer hacia un lado y pasó de estar sentada a tumbarse bocarriba, mirando de vez en cuando a Iemai y de vez en cuando al techo, mientras imaginaba sobre ellas los cielos de decenas de planos, de mundos. "Deberíamos hacer un tour" se dijo divertida, "uno que no acabe saboteado por piratas ni sacerdotes" añadió mentalmente. En aquel instante parecía posible.

—Tal vez la magia te tarde más en llegar, simplemente. Al fin y al cabo nos la prometieron —dijo, sin saber del todo los mecanismos de la magia, ni los impedimentos personales de su amiga. Conocía historias de gente que había descubierto sus capacidades mágicas a distintas edades, así que no le parecía raro—. Sobre mí... No te rías, ¿vale? —le pidió con gesto divertido—. Creo que me gustaría volar. O yo que sé, flotar como las tortugas. ¿O teletransportarme? Así viajaríamos más rápido... Tampoco me importaría tener poderes curativos —dijo ligeramente más seria—. Le daríamos un descanso a Rua y su papel.

Su padre estaba ya lejos, en el sentido literal. Hacía meses que no sabía de él y bien podría haber muerto, o haberlo olvidado todo. Aun así, seguía en el fondo de su conciencia y de vez en cuando salía a relucir en detalles como aquel, como una deuda sentada en un rincón de su cerebro, a la espera del trámite. Le dolía mucho pensar en él todavía, pero no tanto como cabría esperar en aquel rincón lúgubre y seco del universo.

A Iemai no le quedó otra que forzarse a sonreír ante las palabras esperanzadoras de Ulmara, no queriendo estropear sus buenas intenciones sin un aparente motivo de peso.
—No me voy a reír —confirmó, totalmente seria. Fuera lo que fuera no sería tan ridículo, suponía, o no lo estaría diciendo en voz alta. De todas formas no iba a reírse de Ulmara pasase lo que pasase, y las ilusiones de la otra cercana no estaban tan alejadas de las suyas propias. Todo lo que listaba la chica se podía hacer con magia, y eran muchas de las cosas por las que Iemai la anhelaba.
—Alguna de esas podrás hacer, digo yo —respondió con una sonrisa—. Con magia o… con lo que sea. Me parece normal que te interesen todas esas cosas, no sé por qué pensaste que me reiría.
»Yo ni siquiera sé si quiero la magia por motivos egoístas o para algo más grande, pero no importa. Ya lo pensaré si realmente puedo hacer algo más adelante.

Decir aquello no había agriado de nuevo su estado de ánimo. Puede que tras la Luna ella siguiese atada de pies y manos, pero sus amigos tal vez podrían hacer algo contra Lasca o contra las injusticias de la ciudad. Solo tal vez.
—¿Qué crees que haremos después? ¿Nos iremos de los torreones? Estaban todos vacíos cuando llegamos.

Iemai aceptó no reírse y, aunque presentía que no lo haría igualmente, Ulmara se quedó más tranquila. Flotar era algo casi al alcance de sus manos, en concreto de Rua y otros compañeros, y volar era algo que salía natural de cientos de aves y otras criaturas, las dos cosas se parecían mucho y resultaban tan poco poderosas que parecía malgastar la oportunidad que les daba la Luna Roja. Si es que se la podía considerar una oportunidad. Aún así, la cercana lo sentía de veras como un deseo, quizás por el mismo motivo que cada vez sentía más a menudo la necesidad de salir.

—Tengo curiosidad por ver qué harás con ella —le dijo, respecto a la magia, todavía convencida de que la Luna se la acabaría concediendo a todos.

Su siguiente pregunta la pilló desprevenida. Superar la prueba que les habían impuesto tras secuestrarlos traía consecuencias de diferentes magnitudes y era obvio pensar en volver a casa, en los dones nuevos o en las formas que tendrían de usarlos para hacer algo bueno (o no). En lo que no pensaba era en las consecuencias a pequeña escala como esa, ¿qué pasaría con el torreón?

—¿Crees que nos echarán de aquí? Me daría un poco de pena —reconoció—. Pero a la vez... No sé. Quizás esté bien cambiar de sitio. ¿A lo mejor nos dan una de las casas vacías? O en ruinas. —Incluso aquello no le parecía del todo mal, construír algo nuevo.

Iemai escuchó las teorías de Ulmara con una pequeña sonrisa, que la otra cercana no sabía que se debía a que Iemai sabía lo que pasaría y le hacían gracia sus ideas.
—Seguramente sí que nos echen, quiero decir… nos dijeron que buscásemos los refugios, y este no es nuevo precisamente, así que deben de usar los mismos una y otra vez. En los baúles había ropa de otros mundos, de gente que estuvo antes que nosotros… —Iemai había estado a punto de decir que no sabía por qué no se la habían llevado con ellos, pero sí se lo podía imaginar; la transformación era una de las razones, a veces, y lo más frecuente probablemente era la muerte del cosechado en cuestión.
»¿De verdad crees que nos darán algo después de habernos tratado así? Yo no estaría tan segura —bromeó Iemai, tratando de olvidar lo que acababa de pensar—. Supongo que tendremos que buscarnos la vida, pero quién sabe. Si tuviésemos poderes mágicos buscarse la vida aquí no sería más difícil que buscársela en la Cercanía, ¿no crees?
Iemai lo creía, su mundo de origen tampoco la había tratado bien, y no conocía su lado más amable.

Iemai llevaba razón, como otras tantas veces desde que habían llegado. Ulmara no tuvo más remedio que asentir, no había dudas ahora de que no seguirían en Sendar cuando llegase el dichoso astro. <<Espero no llevar la ropa de un muerto>> pensó, incapaz de poner esa idea en común sin sentirse un poco mal consigo misma.

—Si no nos dan nada, nos las apañaremos como hasta ahora —estaba decidida de ello—. Y sí, no puede ser tan dificil con poderes.

Pensó que para ella la Cercanía no había sido tan dura, que el dolor que le provocaba su hogar tenía que ver con la gente que había dejado allí y que aún le preocupaba. Las dificultades habían sido puramente emocionales, pero había tenido una buena vida aun así. De repente, se sintió un poco mal por lo que acababa de decir. Peor que si hubiese comentado lo de la ropa.

—Bueno, no puedo hablar por ti... ¿Fue duro, verdad? En Islasanta. —De su tono y su rostro se fue la Ulmara soñadora y volvió la preocupada. No insistiría si Iemai decidía esquivar la pregunta, pero sí quería dejarle claro que podía hablar con ella, que no la juzgaría en absoluto. Rocavarancolia los había puesto a todos en el mismo sitio y, con todo lo que había descubierto, no estaba en posición de juzgar a nadie más que a los putos secuestradores.

Cuando Ulmara dijo que no podía hablar por ella, Iemai no entendió el tren de pensamientos que la había llevado a ello, o al menos hasta que escuchó su siguiente pregunta. Su mirada se desvió a sus pies durante un momento hasta que se forzó a actuar con naturalidad.
—Podría haber sido peor, entonces no estaría aquí. —Su intento de broma le hizo daño incluso a ella misma. No le resultaba sencillo quitar hierro al asunto, pero no quería preocupar a Ulmara ni inspirarla para hacer preguntas más difíciles de contestar. Sabiendo que seguramente se lo había notado en la cara, continuó—. Pero fue difícil, lo suficiente como para que Rocavarancolia no dé tanto miedo. A lo mejor no es una buena comparación —se apresuró a remendar—, pero al menos no venía de una vida cómoda para acabar… aquí.
Las experiencias de su vida pasada le habían ayudado sobre todo a sobrevivir sirviendo a Lasca, no tanto en los problemas que había tenido como “cosechada”. Aunque sí era cierto lo que acababa de decir. Incluso si la hubiesen cosechado convencionalmente, no habría llegado a Rocavarancolia esperando vivir entre algodones, y habría desconfiado hasta de su propia sombra.

—Supongo que para ti es parecido —dijo al cabo de un momento—. Quiero decir, vienes del ejército, eso también tiene que ser duro a su manera, ¿no?
Su madre había estado en el ejército iritre, pero no recordaba nada de ella ni de lo que solía hacer cuando estaba viva. En Islasanta no había ejército, y sobre las actividades y entrenamientos de un soldado solo conocía alguna información fragmentada.

La respuesta de Iemai la pilló por sorpresa, aun cuando dijo que la comparación tal vez no era la mejor. Ulmara entendía que, si la había hecho, era porque la cercana lo había pasado realmente mal. Su cabeza empezó a elucubrar y todas las ideas que se le ocurrían no le gustaban en absoluto. Incluso valoró la posibilidad de que los piratas la hubiesen esclavizado y por eso se sintiese tan aliviada de haber salido de allí. O tal vez... ¿Y si acabó siendo ella una pirata más? ¿Qué había tenido que hacer para sobrevivir? No preguntó en voz alta porque intuyó en su rostro que no era buena idea.

Y luego vino una nueva pregunta que le avergonzaba responder a ella, pero quería ser sincera.

—No te creas... Estuve muy poco tiempo, pero la verdad es que lo disfruté, no te voy a mentir. Los entrenamientos eran duros, pero divertidos, y creía que iba a formar parte de algo grande e importante... —Bajó la cabeza y resopló a modo de sonrisa irónica—. Pero jamás participé en algo fuera de los ejercicios prácticos de las clases y ahora sé que no tienen nada que ver con la realidad.

No quería tocar el tema más a fondo, porque no quería darle vueltas a sus motivos para volver a casa, ni a la rabia que sintió por tener que abandonar antes de tiempo el sitio en el que mejor se había sentido nunca. Tampoco le parecía justo por Iemai, que no había tenido su suerte en absoluto.

—Qué asco... —fue todo lo que le salió. <<Qué asco doy>> fue lo que pensó realmente—. Ojalá poder cambiar algo. —Volvió a lo que ya habían hablado, su mente estaba un poco en bucle en ese instante—. O por lo menos romperle la boca a los mandamases —aquello sería consuelo suficiente para Ulmara, al menos en teoría.

La respuesta de Ulmara cogió a Iemai por sorpresa, pero le alegró. Que hubiese vivido engañada no era algo malo, lo que importaba era que había estado bien creyéndolo. Tal vez se habría convertido en alguien que siguiese órdenes sin planteárselas, o tal vez no, pero eso ya no tenía importancia.

El último comentario de su amiga le hizo gracia, y si no se rió fue porque el ambiente se había ensombrecido hablando de sus pasados. Aquella le parecía la actitud correcta, independientemente de que pudiese llegar a hacer algo al respecto.
—Por mi parte… creo que ya no me importa tanto nada de lo que pasó. Ahora estoy aquí, las cosas han cambiado, y es lo que cuenta. Aunque no podamos cambiar el mundo, yo al menos me alegro de haber podido escapar. Esta ciudad no es lo que nos prometieron pero por lo menos, no sé… Podemos mirar atrás y ver las cosas de otra manera. El mundo me parece mucho más enorme ahora.

De ninguna manera Iemai sentía que le debía un agradecimiento a Rocavarancolia, pero si fuese una cosechada real la cosa cambiaría muchísimo. A cambio de una prueba de supervivencia –algo a lo que ya se había enfrentado a diario– obtendría unos poderes sobrehumanos, y garantías de pertenecer realmente a algún lugar. Sentía verdadera envidia hacia los Rocavarancoleses a la vez que los odiaba. Le costaba ver a sus compañeros de torreón como los monstruos en los que había pensado que se convertirían, y es que saber que no todos los rocavarancoleses eran malos era muy diferente de verlo de primera mano.