Háblame de Islasanta

Una tarde normal de un dia normal en Rocavarancolia, Ulmara se sentía atrapada como siempre en el torreón. Ya habían salido a por comida y a la vuelta siempre sentía un desasosiego extraño, como cuando de pequeña se quedaba hasta tarde jugando con su padre y la metían en la cama a regañadientes. La torre era la cama. Las últimas semanas habían sido una tortura para ella, pero poco a poco veía la luz a nivel anímico (gracias a un montón de conductas tóxicas que todavía no sabía reconocer). En ese instante, la cercana estaba tumbada del revés en el sofá, con la cabeza colgando del asiento y los pies colgados del respaldo. Tenía a Iemai enfrente (aunque la veía boca abajo) y tal vez por la perspectiva extraña a la que se asomaba, se atrevió a hacer una pregunta que había retrasado tanto tiempo.

—Oye, Iemai, ¿te apetece hablarme de Islasanta?

No sabía por qué no había preguntado antes, pero sospechaba que era por la misma razón por la que tardó tanto en plantar a los dioses. La verdad daba miedo a veces y su concepción de Islasanta era tan idílica que no podía ser cierta. ¿O sí?

Iemai se encontraba leyendo uno de los libros que habían sacado de la biblioteca. Poco a poco su velocidad de lectura había ido mejorando, y aunque todavía lo hacía a trompicones, si se ponía el libro muy cerca de la cara le costaba un poco menos.

La postura de Ulmara, sin embargo, la distraía. «¿Estará cómoda de verdad?» se preguntaba. En un momento que la vio mirándola se dio cuenta de que le iba a hablar, pero cuando las palabras salieron de su boca, Iemai tardó un poco en digerirlas. No se esperaba esa pregunta, no de ese modo. Al preguntarle si le apetecía hablar de ello, la alaí parecía intuir que no le agradaba hablar de su hogar. Pero no era tan raro, a fin de cuentas había evitado el tema durante meses.

—¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó con cautela. Podría hablar del mar, de los puertos y las tabernas, de los edificios emblemáticos y de los peregrinos, pero sospechaba que le iba a quedar un relato vacío de emoción si se limitaba a enumerar las cosas que atraían a los visitantes a aquellas islas.

Ulmara no se había preparado nada más allá de preguntar por Islasanta y le sorprendió que la respuesta de Iemai fuese otra pregunta, a pesar de que tenía todo el sentido del mundo. Aprovechó para voltearse, que la postura empezaba a molestarle en la cabeza, y ya bien orientada con respecto al suelo se pensó durante un instante cómo responder a la cercana.

—Hmmm... ¿Es tan bonita como la pintan? He oído mil historias sobre la Gran Monitora y el palacio de El Gran Ojo, pero sabiendo lo que sé ahora no sé si me huele tan bien.

No era lo que más le interesaba, tenía más ganas de entender en qué contexto vivía su amiga, pero creía que era mejor ir poco a poco.

Iemai vio a Ulmara ponerse cómoda en el sofá, algo que le hizo pensar que no era una pregunta casual, formulada por aburrimiento. Tal vez le interesaba la respuesta más allá de rellenar un poco las aburridas horas de la tarde.

Iemai se llevó una mano al mentón, pensativa.
—Bonita es, desde luego… —comenzó, insegura—. Seguro que ya has escuchado un montón de cosas del palacio del Gran Ojo, o visto algún dibujo. La luz que sale de él es impresionante… —Iemai suspiró y se detuvo. Aquello no era realmente lo que Ulmara le había preguntado—. ¿Qué es lo que te imaginas? —preguntó en cambio—. ¿Te parece sospechoso que tanta gente se pierda en el mar en su viaje a Islasanta? ¿O te da mala espina la propia Gran Monitora?

Sinceramente, quería saberlo. Quería saber cómo podían estar tan ciegos en los continentes, o si tal vez había montones de personas compradas por la Gran Monitora también allí. No le preocupaba que Ulmara tuviese que guardar el secreto cuando la cosecha acabase, porque Rocavarancolia era un secreto aún mayor que debía guardar. Estaba decidida a contarle todo lo que quisiese saber, pero la idea de que le preguntase acerca de sus propias experiencias entre los piratas le aterraba.

Las preguntas de Iemai le abrieron los ojos, irónicamente, y le hicieron darse cuenta de que incluso sus sospechas podrían quedarse cortas.

—La verdad... No me había planteado lo de los barcos, creía que era una cuestión de... ¿dificultad marítima? —no conocía términos mejores—. Y bueno, por los piratas... —supuso—. Lo de la Gran Monitora sí que me escamaba, ver el futuro es... No lo sé, ¿peligroso a lo mejor? Pero quería creer que utilizaba sus habilidades por el bien común, incluso llegamos a concederle el mérito de la tregua en casa. ¿No es así, verdad?

Iemai miraba a Ulmara con interés, casi echándose a reír con amargura cuando habló de dificultades marítimas.
—Islasanta debería tener influencia suficiente para mantener alejados a los piratas de las islas principales, por lo menos, ¿no? ¿A lo mejor la Gran Monitora podría evitar esos accidentes con sus habilidades? —Eso último sí que hizo que la cercana soltase una carcajada cargada de ironía—. A lo mejor podría, si no fuese la principal beneficiada de que eso siga pasando.

Ulmara abrió los ojos con sorpresa y se achaparró en el sofá para mirar más de cerca a Iemai.

—¿Me estás diciendo que la Gran Monitora ES una pirata? Pero.... —A Ulmara no le salían las palabras en ese instante—. ¿Y lo sabéis todos? ¿Y los turistas qué? —La cercana se había quedado atónita y no salía de la sorpresa.

La sorpresa de Ulmara incomodaba de alguna manera a Iemai. Había evitado aquel tema a toda costa los primeros meses de convivencia, pero la Cercanía estaba cada vez más borrosa en su memoria. ¿Qué más daba contar la verdad? Si ella volvía a su mundo de origen, desde luego no volvería a vivir en aquel nido de ratas si podía evitarlo.

—No estoy segura, imagino que habrá sacerdotes que no lo sepan. Tampoco lo saben los turistas. Los que sí vuelven a sus casas, me refiero —se corrigió, con un tono cargado de ironía.
»No puedo hablar por todos los que viven y trabajan en las islas, pero hay que estar muy ciego para moverse por allí durante años y no darse cuenta de que todo el archipiélago es territorio pirata.

Ulmara resopló a la vez que procesaba todo y en ese momento se dio cuenta de que había una gran pregunta pendiente. Presentía que la respuesta no le gustaría, en el sentido de que Islasanta parecía de repente un agujero de imbéciles similar a Rocavarancolia, aunque quizás en menor grado. Lo de los sacerdotes lo analizaría más tarde.

—¿Cómo acabaste allí? ¿Fuiste uno de esos turistas que no vuelven jamás? —Tal vez fue una pregunta brusca, pero Iemai la conocía lo suficiente como para saber que no iba a malas. Si acaso, le daba algo de pena la idea de que ambas vinieran de un sitio tan parecido y hubieran tenido experiencias tan distantes.

Iemai quería que Ulmara continuase preguntando acerca de las cosas que sucedían en Islasanta, pero en lugar de eso hizo la pregunta que no estaba segura de querer responder. No le importaba explicar por qué había llegado a la isla, pero todavía temía un poco la reacción de su amiga si continuaba haciendo preguntas hasta llegar a enterarse de las cosas que había tenido que hacer para sobrevivir durante aquellos años.
—Sí —dijo tras una pequeña pausa—. Nos atracaron al poco de llegar al puerto. Nos habían estudiado durante el viaje y sabían que nadie nos iba a echar de menos en nuestra casa. A mi padre solía encantarle hablar con cualquiera, antes. —Bufó—. No es fácil recuperarse cuanto tocas fondo en ese sitio. Por eso nunca volvimos.
»¿Vas a hacer algo ahora que sabes la verdad? —le preguntó para cambiar de tema pero también con auténtico interés. La gente normal no podía hablar de lo que pasaba en Islasanta, no sin acabar metidos en los peores problemas de su vida. Pero Ulmara estaba destinada a ser algo más. Que le siguiese importando la Cercanía o no tras ver la Luna ya era otro tema.

Ulmara agachó un poco la mirada, sin saber exactamente qué decirle ante aquella revelación. ¿Un lo siento tenía sentido?

—Que cabrones, dioses —fue todo lo que le salió decir. Respecto a la pregunta de Iemai...—. No lo sé, no tengo claro que pueda hacer nada.  ¿Tú qué harías? —le devolvió la pregunta con curiosidad. Por lo menos Iemai conocía la situación de Islasanta en primera persona y ahora sabían que tal vez obtendrían poderes con la Luna, también que tal vez regresarían a casa, ¿pero realmente servía para algo? ¿Qué podían hacer una o dos personas contra un sistema de mentiras tan arraigadas en la sociedad?—. A veces parece que no es el mismo sitio del que vinimos --añadió en un suspiro, inconsciente de que sólo era así para ella y no para Iemai.

Iemai miró a Ulmara durante unos instantes, sin responder. Le había devuelto la pregunta prácticamente al momento y, a decir verdad, nunca se lo había planteado seriamente antes. Ella tenía claro desde el principio que no podría hacer nada, incluso aunque lograse escapar de aquella ciudad, incluso aunque volviese a la Cercanía, seguiría siendo una cercana más. Aunque lograse aliados rocavarancoleses tras la criba, hacer algo acerca de Islasanta era demasiado pedir si no salía de ellos. Por otro lado, aquella ciudad cometía injusticias peores si cabía, hasta el punto de que los piratas apenas inspiraban miedo a Iemai a aquellas alturas.

—Yo… No lo sé —admitió—. Si se le diese información fiable a los imperios sobre lo que pasa allí seguramente se podría echar abajo toda la mentira. Lo que me pregunto es… ¿qué podría pasar si desapareciese el único territorio neutral que nos queda? ¿No crees que se darían prisa a ver quién se queda con las islas primero en vez de aliarse para expulsar a los piratas? —Iemai no entendía por qué tenían que seguir peleando los imperios y Ulmara ya debía de ser consciente de conversaciones anteriores.
»Si pudiese hacer algo, me gustaría que se acabasen todos los conflictos, pero no creo que eso esté nunca a mi alcance, o al de ninguno de nosotros.
Por no decir que no tenía claro hasta qué punto tenían prohibido los Rocavarancoleses alterar los acontecimientos de otros mundos.