Tenemos que hablar

Si bien la convivencia había mejorado con otros compañeros, Kahlo no podía decir lo mismo en respecto a su relación con Luci. El niño había ido alejándose poco a poco por cuenta propia, carente de energía, y el reflejo empezaba a ser físico por como se descuidaba. La varmana había ido detrás de él varias veces para animarle o entretenerle de algún modo, sin llegar a tocar el asunto directamente, pero al no ver resultados había dejado de intentarlo. Kahlo no tenía paciencia ni la suficiente inteligencia emocional para lidiar con eso. Sencillamente no sabía como hacerlo. También la movía el egoismo y no se mentía al admitirlo: ella tenía bastante con lo suyo como para estar desvanándose los sesos con el malestar de otro.

Sin embargo ese día se estaba haciendo insoportable. Estaba recogiendo la ropa seca -la cual había acelerado con hechizos, porque el patético sol de Rocavarancolia era lento como él solo-, rememorando lo mucho que echaba de menos sus charlas ligeras con Luci en momentos así. No quería seguir evitándole más. Guardó la ropa en una cesta con la intención de repartirla por los cuartos, lanzando el hechizo de levitación sobre la misma para evitarse cargar con el peso. Las veces que pedía ayuda se habían reducido drásticamente gracias a la magia.

Entró, seguida de la cesta flotante. Dentro le hizo un gesto al daeliciano.
—Luci, ven a ayudarme a separar la ropa por favor —dijo con autoridad, a pesar de que minutos antes había dicho que podía recoger la ropa sola, y sin esperar respuesta por parte de nadie subió las escaleras. No quería que fuese nadie más; solo él.

Se sentó en una de las camas, con la cesta a los pies y los brazos cruzados para cuando el daeliciano asomara. A la hora de la verdad su semblante se suavizó, incapaz de echarle en cara nada. Le dio unos toques al colchón para que se sentara a su lado.

—Ven. Quiero hablar contigo.

Luci estaba tirado en el sofá fingiendo dormir la siesta, cuando en realidad estaba mirando fijamente la pata del sillón de enfrente. Llevaba así un rato. Después de desayunar había intentado ponerse con algunas tareas pero le había dado una bajona de energía repentina así que dio el día por terminado antes de empezarlo. Sin embargo, cuando Kahlo lo llamó para que la ayudara obedeció casi por inercia. Se incorporó con un quejido y siguió a la chica escaleras arriba.

Vio a Kahlo sentarse en la cama y llamarlo a su lado y su impulso fue huir. No sabía por qué la chica querría hablar con él a solas pero el ambiente tenía algo que lo incomodaba. ¿Iba a reñirle? ¿Había hecho algo mal? Luci no estaba acostumbrado a las regañinas pero desde que llegó a la ciudad se había llevado unas cuantas.

Al final se resignó y se sentó con Kahlo, aunque en la cama de enfrente. Se cruzó de piernas, con cuidado de cubrirse bien las rodillas con los bajos del blusón que llevaba y se esforzó en adoptar una postura que mostrase interés.

-Muy bien, ¿de qué quieres hablar?

Kahlo no era tonta y supo leer bajo la pose de Luci. Ella tampoco es que estuviera muy cómoda, y un suspiro fue su respuesta a ello, resignada que para empezar no se sentase a su lado. Colocó ambas manos sobre su regazo, con delicadeza, un lenguaje corporal poco hostil.

—¿Qué es lo que te pasa? —le miró directamente a los ojos, seria—. Porque es obvio que algo. ¿Te preocupa algo? Últimamente estas muy... distante, ya no me cuentas nada, pasas mucho tiempo solo... —su voz perdió fuerzas—. Sabes que puedes contarme lo que sea. Estamos pasando por esto juntos.

La varmana había empezado a girar uno de sus anillos entre sus dedos. No sabía si con eso sería suficiente para que el daeliciano se abriese.

Luci no fue capaz de sostenerle la mirada a la varmana así que se miró las manos, entrelazadas y arrugando las mangas de su blusón de los nervios.

-No hay nada en particular que me preocupe -respondió -Bueno, lo que nos preocupa a todos supongo.

La burbuja de optimismo de Luci se había roto hacía mucho tiempo y su cuerpo estaba cansado de reaccionar a todo lo que ocurría a su alrededor. Estar anestesiado emocionalmente era más sencillo y podía mantenerlo al menos el tiempo en que los pensamientos intrusivos y las pesadillas no lo acosaban.

-Supongo que estoy… sobrepasado. Pero todos lo estamos, ¿no? Todos tenemos sueños feos, y vivimos en un sitio feo, y yo no sé qué hacer con todo esto. Pensaba que si me esforzaba o buscaba formas de entretenerme estaría bien, pero estoy muy cansado todo el rato y no me apetece hacer nada, y… Me estoy volviendo feo y no quiero que me miréis.

Mientras hablaba la voz de Luci fue rompiéndose progresivamente y sus ojos se humedecieron. No podía parar de retorcer las mangas de su blusa y sentía el impulso de hacerse pequeño. Quería desaparecer, no quería contarle todo eso a Kahlo pero necesitaba expresarlo de alguna forma.

No apartó los ojos del rostro del daeliciano, atenta a cada reacción que tuviera para saber si decía la verdad o se quedaba a medias tintas. Kahlo no contaba con que Luci fuera a sincerarse tan deprisa, pero se alegró por ello cuando continuó haciéndolo. De verdad que no tenía ganas de pincharle. Sin embargo...

Hizo ademán de quitarse un anillo -solo el gesto- cuando notó como iba perdiendo fuerzas, especialmente tras lo último. Con la boca apretada volvió a hundir el anillo hasta la base del dedo.

—No digas eso —respondió en un tono más bajo. El pequeño estaba a punto de llorar y no sabía si quería verlo; no por falta de empatía, sino por una cuestión de privacidad. Ella nunca lloraba delante de nadie por temor a la burla o a que la tratasen de indefensa, por vergüenza, así que no sabía muy bien que debía hacer en caso contrario. Finalmente se levantó, un tanto insegura, para sentarse al lado de Luci—. No eres feo —dijo, torpe. Recordando lo que su madre hacía cuando ella era pequeña le pasó una mano por el hombro, atrayéndole contra sí en un abrazo—. Eres el más bonito de nuestro torreón.

>>Y... sé que soy de las más herméticas para decir esto, pero... No es bueno que guardes para ti todos esos sentimientos. Llega un momento en el que ya no caben más, y cuando intentas esconderlos no puedes, y... —se quedó en blanco unos segundos en los que se mordió el labio y entrecerró los ojos, como si el consejo lo estuviera oyendo de un tercero y fuese también para ella—. Es peor así. No hay nada malo en admitir que estás mal.

La hipocresía por su incapacidad de aplicarse el cuento le pesaba en los hombros, así como la culpabilidad por todas las veces que se había alejado de Luci en sus peores momentos. Se sentía mal hasta por haberse enfadado en primer lugar.

Luci se sintió un poco tonto porque el que Kahlo le hubiese llamado ‘el más bonito del torreón’ le hubiese sacado una sonrisa. Los lagrimones caían gruesos por sus mejillas, y a pesar del pequeño instante de consuelo así seguirían. Sentía mucho más alivio llorando en presencia de alguien en quien confiaba que estando solo, acababa de darse cuenta.

También se percató, en cuanto tuvo a la varmana a su lado, en lo mucho que añoraba el contacto físico. Al principio de la criba había aceptado los abrazos de Alec y de cualquiera que estuviese dispuesto a dárselos (que no eran muchos). Según iban pasando las semanas, y más en el último periodo en el que había pasado más tiempo a solas, se había acostumbrado a dejar de pedirlos. Correspondió al abrazo de Kahlo, apoyando la barbilla en su hombro para no ensuciarle la ropa de lágrimas y mocos, pero la estrechó con fuerza y se echó a llorar a gusto.

-¡Odio está ciudad! -sollozó -Me hace pensar cosas feas y luego las escribo y me siento todavía peor. Las dibujo y me da miedo mirarlas. Y… y me da miedo lo que podáis pensar de mi. No quiero que penséis que soy feo por dentro también.

No quería decirle a Kahlo que había estado robándole material de escritura a los grupos de traducción, aunque tendría que saberlo tarde o temprano. No quería una regañina, todo lo contrario, quería alabanzas y mimos y cumplidos y que le dijeran lo bonitos que eran sus dibujos y lo encantadoras que eran sus canciones, pero todos sus dibujos eran horribles, crudos y terribles y sus canciones eran deprimentes. Eso era lo único que era capaz de expresar cuando no estaba fingiendo para sus compañeros.

En esos momentos Kahlo estaba tan abrumada por hacer sentir mejor a Luci que ni se replanteó que éste pudiera ensuciarle la ropa. Su yo de inicios de criba sí que hubiera reparado en ello, pero ya no era el caso. La torpeza emocional, eso sí, no se la quitaba nadie ni con los meses. Devolvió el estrujón a Luci mientras con la mano palmeaba su espalda. Verle en un estado tan vulnerable le hacía sentir del mismo modo, y no quería que los sentimientos se le contagiaran. Ella no estaba mentalizada a llorar en público.

—No pasa  nada... —susurró suavemente, tanto para el daeliciano como para sí—. Tienes derecho a odiarla. Tienes derecho a sentirte así.

Su mano subió hasta su pelo. La varmana había sido forzada a contener sus emociones toda una vida y sabía lo que era sentirse cohibido por ello. "No llores", "ya está", nada de eso solucionaba los problemas. Al parar para preguntarse a sí misma si podía responderle a Luci, en un intento de empatizar más, que ella también odiaba la ciudad, se descubrió no hallando una respuesta concisa. Prefería Varmania mil veces, prefería los lujos al mugriento torreón, echaba de menos el mullido tacto de las alfombras del pasillo, el olor a madera recién encerada y el ruido estático del tocadiscos de su madre, pero eso no significaba que odiase Rocavarancolia. Ni siquiera tenía claro que tanto echaba de menos a su familia. Luci tenía una familia maravillosa en un ambiente donde no tenía que dejarse mangonear, por supuesto que tenía motivos para añorar lo arrebatado. Se mordió el labio. Se estaba metiendo ella sola en terreno pantanoso, pero lo cierto es que tampoco sabía como responder a lo demás.

—El arte es una herramienta excelente para expresarse. Muchos artistas plasman sus pesadillas, sus sueños y sus recuerdos en él, y no tienen por qué enseñarlo a nadie si no lo desean. Es algo personal. Por eso nadie debería decirte si es feo o no, tú eres el único juez. Pero... —se separó de él lo justo para buscarle la mirada—. Si no te ayuda a desahogarte quizás sea mejor que busques otra cosa, Luci. No es bueno que te hagas daño —había una nueva seriedad en su voz, provocada por la propia preocupación. Agachó la cabeza instantes después, insegura—. No lo sé, Luci... —suspiró—. Yo... yo escribo cartas de amor para nadie. Me hacen sentir bien mientras las escribo, hasta me ayudan a dormir por la noche, aunque si me paro a pensar en ellas en retrospectiva... es un poco triste. No voy a encontrar el amor aquí y dudo que lo encuentre en casa, pero... no lo hago para torturarme. Lo importante es que me ayudan mientras las escribo. ¿Te ayuda a ti escribir y dibujar? ¿Por qué lo haces?

Eso era algo que le habían enseñado desde niño: el arte era una herramienta para expresarse. Pero también que todo el arte debía ser bello y agradable a los sentidos.

-El arte debe ser hermoso -dijo, sorbiendo -Hay que pulirlo y moldearlo para estar lo más cerca posible del Mundo Anterior, y lo que yo hago no se acerca en absoluto.

Tomó las manos de Kahlo para no romper el contacto con ella. En otro momento las habría sostenido suavemente, permitiéndo a la chica soltarse en cualquier momento, sin embargo Luci se agarraba con temor a que se alejase.

-Eso es muy bonito -dijo, y le dedicó una pequeña sonrisa. No le parecía triste en absoluto. Era injusto. Una persona como Kahlo debería poder encontrar el amor donde fuera.

Meditó unos segundos las palabras de la varmana. ¿Le ayudaba arañar las puertas del armario con garabatos? ¿Le ayudaba robar materiales preciados a sus amigos para escribir sus poemas deprimentes? Se sentía horrible cuando lo hacía, y después de hacerlo tenía miedo y vergüenza. Pero…

-Si no lo hago siento que me ahogo.

Agachó la mirada y la clavó en las manos de su amiga mientras todavía las sostenía. Algunas lágrimas cayeron sobre ellas.

-Si no lo saco de alguna forma siento que esta ciudad va a comerme entero.

Kahlo también entendía que el arte debía ser hermoso, pero a la vez, ¿no consideraba cada uno "hermoso" cosas muy diversas? Suspiró suavemente por la frustración que Luci reflejaba. No le molestaba en que le agarrara las manos, e incluso se las estrujó con mimo usando ambos pulgares para transmitirle calma.

—A veces lo triste puede ser bonito —le devolvió la sonrisa a Luci—. Puede que hasta eso le añada valor —y rio suavemente.

Esperó a que el daeliciano pensase, examinando su rostro con cautela y curiosidad. Cuando este respondió y el llanto siguió a su voz Kahlo volvió a sentirse pequeña e incierta. Con dificultad tragó saliva, pestañeando varias veces para evitar que sus propios ojos se humedecieran. Quería limpiarle las lágrimas del rostro, las lágrimas que ahora mojaban sus anillos, pero el pequeño se agarraba fuertemente a sus manos impidiéndole ningún gesto.

—Entiendo... —meditó unos segundos, y si el agarre aflojaba, con suavidad apartaría una mano para poder limpiar sus mejillas. Y pensar que antes había contenido rabia hacia él... — Pues no quiero que la ciudad se te coma. Me quedaría muy sola así. ¿Crees que enseñarme tus obras te ayudaría? ¿Y si dibujásemos juntos? A lo mejor si dejas de esconderlo te sientes menos reprimido...

Luci no comprendía cómo algo triste podía ser bonito. La tristeza, aunque a veces no se podía evitar, implicaba sufrimiento. Aun así, en ese momento estaba algo más cerca de entenderlo de lo que habría estado el primer día de su encierro. De alguna forma, verse arrancado de todo lo que conocía le estaba obligando a arañar la belleza de donde pudiese.

El daeliciano no pudo evitar una sonrisa, a su pesar, al oír que la varmana lo echaría de menos. Se sentía bien saberse apreciado. Quería creer que Kahlo y él habrían llegado a ser amigos incluso si no se hubiesen conocido en condiciones tan hostiles.

-No sé…

No tenía muy claro si quería que Kahlo viese sus dibujos. Le daba miedo verse juzgado. ¿Y si pensaba que no estaba bien de la cabeza? ¿Y si se lo contaba a los demás? << No, no seas tonto, Kahlo no haría eso>> se dijo, enfadado repentinamente consigo mismo por haber dudado así de la varmana. Le había dicho que tenía que compartir sus sentimientos y esos dibujos eran, en cierto modo, parte de sus sentimientos.

-Ven.

La guió hasta el cuarto que usaba para esconderse. Había un plato con restos de bizcocho en el suelo. Las puertas del armario estaban entornadas, ya que con las mantas no podían cerrarse bien. Dentro estaba el hatillo donde guardaba los materiales. Con el pulso algo tembloroso, Luci abrió las puertas para mostrar la totalidad de su obra. Ahí estaba todo: los pájaros negros que acompañaban a su secuestrador, el lagarto asesino salpicado de sangre, los reyes arácnidos mencionados en los libros de historia… Y sobre ellos el astro rojo, misterioso y amenazante.

Que Luci sonriera fue un alivio tremendo. No era consciente de cuanta tensión tenía en el cuerpo hasta que la liberó, muy poco hecha a ese tipo de situaciones. Aquello la había agotado más que las clases de esgrima, aunque se tratase de un cansancio diferente. La sonrisa sin embargo había dejado un regusto agradable en ella, un logro.

Se levantó con otra mentalidad, positiva, sin imaginar a que nivel llegaba lo que estaba a punto de ver. Entró tras Luci y se quedó mirando el plato con restos del suelo, debatiéndose en si recogerlo o no decir nada mientras el daeliciano se dirigía al armario. Kahlo creyó que ahí es donde guardaría los folios, no que el mueble entero fuera el lienzo. En cuanto abrió sus puertas el plato quedó en segundo plano.

Era macabro. Macabro como algo que un niño de 13 años no debería conocer. Kahlo se forzó a mirar en detalle sabiendo que era importante para él, intentando difícilmente que las expresiones en su rostro no delatasen lo que sentía. Podía apreciar la belleza de la tragedia en el arte, el dolor en una poesía o el desamor en una novela, pero para aquello no tenía palabras. El niño había conseguido que la Luna, a la cual le tenía un profundo agradecimiento por suponer era la fuente de su don mágico, la misma que tanto ansiaba admirar, se viera como algo grotesco e impasible sobre los horrores. Bien es cierto que podía ser la culpable de todos los males de esa ciudad, la responsable de su secuestro, pero la granta no estaba lista para considerarla como tal. Mentalmente necesitaba aferrarse a ella. La representación le provocó vértigo.

Con el estoicismo roto miró a Luci y sin decir nada le abrazó, mordiéndose el labio para no desmoronarse. No era solo por el impacto de ver algo así, sino por pensar en todo lo que tendría que haber pasado el menor solo. Le visualizaba dentro del armario entre tintes negros y rojos, habiendo hecho de ese su sitio seguro. Luci no estaba bien y se sentía horrible por no haber hecho nada antes. No era justo. Para más inri ahora tendría que haber actuado con serenidad, serle de ayuda, pero no encontraba forma de verbalizar una calma que no le correspondía.

Los ojos del daeliciano estaban clavados en Kahlo, estudiando con ansiedad los cambios en su expresión mientras arrugaba obsesivamente los bajos de su jersey. Por mucho que se hubiese intentado convencer de que debía confiar en ella, el miedo a que le rechazase seguía allí.

Tuvo un momento de absoluto pánico. Kahlo no decía nada, no parpadeaba siquiera. Cuando le miró temió una reprimenda, pero en su lugar tuvo un abrazo. Luci no pudo evitar echarse a llorar de nuevo.

-Lo siento mucho -dijo. No sabía por qué se estaba disculpando, o si había siquiera una razón por la que disculparse. ¿De dónde salía esa vergüenza? ¿Por qué tenía tanto miedo? Respondió al abrazo ocultando la cara en el hombro de la varmana. -Sé que son horribles. Soy feo por dentro. Hay algo mal en mi cabeza.