- Aes
Ficha de cosechado
Nombre: Aniol
Especie: Humano
Habilidades: habilidad manual, automotivación, olfato fino.Personajes : ●Ruth: Humana (Israel)
Demonio de Fuego
●Tayron: Humano (Bélgica)
Lémur
●Fleur: Humana (Francia)
Siwani
●Aniol: Humano (Polonia)
Unidades mágicas : 03/12
Síntomas : Querrá salir más del torreón. En ocasiones, aparecerán destellos de luz a su alrededor que duran un instante.
Status : KANON VOY A POR TI
Humor : Me meo ;D
Promesas (+18)
16/05/20, 12:35 am
Horas después de la visita al Burdel
Una vez se despidió de su amigo Tayron se dirigió a la habitación de la Sede. Como siempre antes de entrar ya supo que no hallaría a nadie allí, Dafne debía encontrarse en la biblioteca y su cuarto se encontraba completamente desierto. Se sentó en la cama con mirada distante, y no tardó en descalzarse, así como desabrocharse los pantalones ceñidos y bajárselos hasta la altura de los tobillos. Ahora mismo le apretaban demasiado por la excitación y fue liberador dejar su paquete erecto al aire libre, desprendiendo un regusto particular en su mano al acariciarse por encima del bóxer. Cada poro de su cuerpo parecía extenderse y alargarse en la misma dirección con claras intenciones, necesitaban... No. Exigían. Exigían sexo, con una imperiosa necesidad que aumentaba su temperatura casi de manera febril. ¿Qué era lo que le había puesto tan cachondo? No se trataba solo de haber pisado un burdel y que su cuerpo decidiera que lo encontrado allí era de su agrado. Yacía bajo su piel una frustración más profunda y al parecer no pasajera, que en aquellos momentos se traducía en un comportamiento poco racional, casi animal. Su ropa interior de color negro cayó al suelo mientras se recostaba con la almohada en la pared, luego se escupió en la palma de la mano y con ritmo pausado se frotó su rosado glande, el cual ya llevaba un rato babeando y lubricando la zona por su cuenta.
Jadeó una vez al sentir el cosquilleo familiar del placer recorrer su cuerpo en forma de ondas, comenzando desde la base de los testículos. Luego cerró los ojos mientras su respiración se hacía pesada. Necesitaba aquello, un momento de desfogar, deshacerse de toda la tensión que su cuerpo acumulaba. Había maneras que eran más de su agrado, por supuesto. Agitar la polla de arriba a abajo era como quedarse a medias, y él no funcionaba a medio gas. En aquel preciso instante no solo echaba de menos la penetración por mucho que toda la imaginación de su mente se encontrara focalizada completamente en ello con fantasías. Extrañaba el mero contacto físico. La calidez de un beso en el cuello, de un aliento erizando la zona de su nuca. También el sonido ahogado del placer provocado por un movimiento de caderas, o incluso por pequeños juegos preliminares, él era mucho de esos. Disfrutaba demorándose, extendiendo el tiro y afloja. Extralimitándose en caricias hasta que un nudo primitivo le pedía más a él o la otra persona. Pero nada de eso era posible ahora.
Tuvo que contentarse con acariciarse el pecho bajo la camiseta sudada, imaginando que los dedos que pellizcaban sus pezones oscuros eran de otra persona, que el roce escalofriante que sentía en la parte interior de los muslos podía ser una lengua, en lugar de sus propias sábanas. Y no dejaba de sentirse impotente, castrado. Incluso cuando su sexo le mandaba claras advertencias electrizantes de que si permitía la velocidad de ese compás todo llegaría a su fin. En esa tesitura se encontraba. Luchaba por no eyacular tan rápido, e un intento de prolongar aquel placer que ya se tornaba doloroso. Era el precio de no descargar a menudo, además de sentirse preso de sus instintos más bajos. No lograba satisfacerse del todo, al igual que con su transformación existían métodos de recarga más óptimos que otros. Era muy móvil y nunca paraba quieto, necesitaba tocar aquí y allá, susurrar o incluso provocar y vacilar un poco. Pero estaba enjaulado, y no del todo cómodo con esa postura.
Jadeó más fuerte, deslizando su mano con un sonido algo líquido y delatador, había desesperación en sus movimientos, furia o enfado, como si mantuviera un reproche con su propio cuerpo. Lo desconocía en los demás, pero el rumor de que follar mantenía un bienestar mental en su caso era cierto. En ocasiones notaba el resto de sus capacidades obstruidas, y como un estado irascible era más común en él desde hacía unas semanas.
Se había acostumbrado a la presencia de Dafne, como se podía hacer con los pasos de los conocidos cada fantasma tenía su desplazamiento reconocible, su velocidad. Pero no paró, no paró incluso cuando supo con absoluta certeza que la noruega atravesaría los muros de la Sede y le vería en esa situación, a pesar de que no había ocurrido nada semejante desde que Daer segó cuatro vidas incluyendo la suya aquel día, y cambió la de los demás supervivientes para siempre. No frenó aunque sabía que debía, porque era su novia. No tenía que esconderse y tampoco se veía capaz de remediarlo debido a la voracidad que sentía. De ser posible le habría dicho que se agachara a chupársela y él mismo habría guiado su cabeza hasta su extremidad impaciente. Lo habría hecho de manera egoísta, con el ceño fruncido y sin que esperara mucho a cambio. Tal era su éxtasis.
Y sin embargo cuando el rostro etéreo de la chica atravesó el muro se sobresaltó un poco, como un adolescente pillado con las manos en la masa. Dafne esgrimió una expresión de sorpresa y se quedó completamente quieta unos segundos, parpadeando en el proceso pero mostrando cierta naturalidad en su mirada.
-Yo... lo siento -se disculpó, con voz ronca y entrecortada. A pesar de que no sentía nada de lo que estaba pasando allí. Dafne le restó importancia con un gesto de la mano al tiempo que levitaba lentamente hacia él. Le miró de arriba a abajo, en Maciel no habían tenido muchas ocasiones para intimar ni tampoco explayarse demasiado. Verle así desnudo removía cosas en su interior. Clavó sus ojos en los amarillos del belga sin desagrado ni deseo.
-No pasa nada, no voy a espantarme -Tayron asintió sin reprimirse, los movimientos de su mano eran hipnotizantes. Tuvo que concentrarse de veras para apartar la vista de la oscuridad de sus genitales y su pene curvo. Hubo un silencio tácito entre ambos acompañado de un gemido de fondo muy imperceptible, la noruega se dijo que debía provenir del interior de la garganta del lémur- ¿vienes... del burdel?.
-Ajá -sabía que acompañado de la chica murciélago y Obel. Que la gárgola hubiera asistido la tranquilizaba, pero era evidente que mientras ella se había dedicado a charlar con Biblios y buscar compendios de la historia de la ciudad el belga no había perdido el tiempo. Confiaba en él, el hecho de que se estuviera masturbando allí mismo era una prueba irrefutable. Y aún así algo en su interior cuando le miraba andaba mal, una gravedad diferente a la que el lémur ejercía inconscientemente sobre ella, ahora mucho más fuerte.
-¿Y qué? ¿ha estado bien?.
-Sí -contestó de nuevo con aire distraído y algo más cabizbajo, comenzaba a molestarla. Pero actuó por impulso, normalmente no se dejaba llevar pero hizo una excepción, deslizó uno de sus dedos hasta el vientre del chico, rozando levemente el ombligo. Pero su reacción terminó por desanimarla, Tay se echó hacia un lado algo sorprendido, no era la calidez lo que le traspasó, en su lugar le sobrevino un escalofrío que no pertenecía a ese mundo, como ella. Aquella sensación era un recordatorio constante de que las realidades de ambos se encontraban muy alejadas, el único puente que los unía y los separaba a la vez.
-Tenemos que hablar -sentenció con suavidad.
-¿Es que te has propuesto cortarme la paja? -un ansia poco frecuente era notable en él, la manera en que la miraba, entre tozudo y deseoso. La noruega se percató de que si no lo paraba comenzaría a robarle las reservas mágicas sin darse cuenta. El pequeño flujo que sintió desprenderse de ella de forma amena mientras sus miradas parecían chocar en una batalla campal la alertó.
-Para, lo estás haciendo.
-Lo siento -pareció sentirse avergonzado, realizó un gesto tan lastimero y masculino a la vez que Dafne le habría besado allí mismo.
-Simplemente tenemos que hablar -repuso con una media sonrisa, el chico suspiró, sacudiendo la cabeza pero sin negarse. Sabía que lo que venía no iba a gustarle.
-Tay… yo... -¿cómo explicarle todo lo que le estaba pasando? ¿Cómo hacerle entender que se estaba asfixiando? Que el sufrimiento no acababa con la muerte, solo había sido postergado. Que no pasaba ni un solo día en que no se maldijera así misma por coger aquel estúpido colgante de reluciente color azul. Y que sabía en lo más hondo de todo su ser que merecía todo aquello. La muerte de Nad no le sirvió para aprender, era Rocavarancolia y coger una joya podía romperlo todo. La única que merecía morir aquel día fue ella, e irónicamente también la única que debía regresar de la muerte para no poder tocar nunca más a aquellos a los que amaba. Su destino estaba sentenciado, pero no el de Tayron. Era lo que no quería comprender por no agarrarse a él como una niña asustada. Pero ahora lo veía claro y cristalino, más que nunca- te quiero, y precisamente por eso sé perfectamente que ahora... poseemos ciertos límites que no teníamos al principio. Todo esto... es difícil, te echo de menos -logró no emocionarse en el último segundo, pero adivinó los ojos del chico un poco brillosos.
-Yo también, no te imaginas cuánto.
-Lo sé y... somos mayorcitos... ¿no? -aquella pregunta era más para sí misma, seguía tratando de autoconvencerse a cada segundo de lo que quería hacer. ¿Y si era un último acto de desesperación? Para que lo único que la hacía sentir viva no se fuera al traste. Tayron aguardó con expresión inescrutable- quiero que sepas que si en algún momento... te ves tentado de hacer algo con alguien y...
-¡Ni de coña! No sigas, no voy a hacer eso.
-Escúchame
-¡Hostia! Dafne, ¿de qué estás hablando? ¿No estoy en ese punto vale?
-No se trata de eso.
-¡Es increíble!
-¡Tayron! -le levantó la voz con determinación, logrando que se callara. Ignoró su cara de enfado y aprovechó para expresarse- te voy a decir lo que deberías hacer. Si quieres tener algo con alguien, lo harás. Porque no soy una egoísta y mereces vivir algo mejor que todo esto.
-Joder... Dafne -se llevó las manos a la cara ¿se estaba derrumbando? La fantasma vio como apretaba el puño antes de volver a abrir la boca- me da igual lo que merezcamos o no, yo elijo tener esto, contigo y punto. No te traicionaría.
-Pero es que no lo entiendes. Yo -e hizo énfasis vocal en la palabra- yo, necesito que lo hagas -como necesitaba cientos de cosas. Sentir la brisa revolverle el pelo, la sensación del hambre abrirse paso en su estómago, el propio dolor. No sentía nada y se encontraba vacía, aquello era un peso demasiado grande para extenderlo también a su pareja. Ojalá pudiera ser de otro modo, tocarle, besarle. Ahora todas sus necesidades físicas se habían esfumado, se sentía atraída por él, sí, a veces la influencia que tenía sobre ella podía entremezclarse con lo que sentía pero seguía amándole. En cambio, podía mirar su ahora flácido pene sin ninguna pizca de deseo, hasta con indiferencia. Y no por ello dejaba de añorar el roce de su perilla con su barbilla al besarla, o fundir su mano en aquel cabello despeinado y negro como el tizón. Extrañaba el contacto de sus manos recorrer su espalda mientras ella se sentaba encima y notaba la presión de un bulto creciente, dedos generalmente calientes aunque le encantaba sentir la frialdad metálica del anillo plateado que solía portar.
Era curioso que su cuerpo se mantuviera al margen de tantas condiciones sujetas a la vida física, y aún así lo necesitaba todo.
-No sería traicionarme si soy consciente de ello- esta vez fue Tayron quien la contempló bien, trataba de comprender hasta qué punto Dafne estaba tan rota, y hasta que punto él podía hacer algo por ella. No quería abrir la relación, aunque fuera solo para sexo. ¿Pero sería capaz de resistirse en un momento así si ya contaba con el permiso de ella? ¿qué pasaría si acudiera al burdel solo? ¿o si se le insinuaba alguien de su gusto en la Sede? Las reglas de la vida y la muerte ya cambiaron una vez y a peor, ¿por qué su cabeza no paraba de pensar entonces en vacíos legales?.
-Me niego -repitió, pero chasqueó la lengua al darse cuenta de que había sonado menos convencido. Resignado se agachó para llegar al pantalón y el bóxer y volver a colocárselos, ahora con el cuerpo algo cortado. Tendría que dejarlo para otro momento, aunque ahora no importaba. Le preocupaba más la mirada de Dafne, intimidante y comprensiva a partes iguales.
-Tay, prométemelo. Prométeme que te lo pensarás al menos -no llegó a contestarle, pero su silencio otorgaba y ya no sentía el ambiente tan enrarecido. Volvieron a mirarse, esta vez parecieron estar en la misma sintonía aunque él no hubiese aceptado del todo. Permaneció callado y pensativo hasta que Dafne quiso volver a la Biblioteca a continuar con sus estudios.
-Y Daf -ella giró la cabeza con medio cuerpo fuera ya de la Sede - ten por seguro que si hay algo que pueda ayudarte... lo encontraré, cueste lo que cueste. Eso sí que te lo prometo.
Ella sonrió y él le devolvió la sonrisa.
Ninguno sabía por entonces que aquellas palabras pudieron ser el principio del fin.
Una vez se despidió de su amigo Tayron se dirigió a la habitación de la Sede. Como siempre antes de entrar ya supo que no hallaría a nadie allí, Dafne debía encontrarse en la biblioteca y su cuarto se encontraba completamente desierto. Se sentó en la cama con mirada distante, y no tardó en descalzarse, así como desabrocharse los pantalones ceñidos y bajárselos hasta la altura de los tobillos. Ahora mismo le apretaban demasiado por la excitación y fue liberador dejar su paquete erecto al aire libre, desprendiendo un regusto particular en su mano al acariciarse por encima del bóxer. Cada poro de su cuerpo parecía extenderse y alargarse en la misma dirección con claras intenciones, necesitaban... No. Exigían. Exigían sexo, con una imperiosa necesidad que aumentaba su temperatura casi de manera febril. ¿Qué era lo que le había puesto tan cachondo? No se trataba solo de haber pisado un burdel y que su cuerpo decidiera que lo encontrado allí era de su agrado. Yacía bajo su piel una frustración más profunda y al parecer no pasajera, que en aquellos momentos se traducía en un comportamiento poco racional, casi animal. Su ropa interior de color negro cayó al suelo mientras se recostaba con la almohada en la pared, luego se escupió en la palma de la mano y con ritmo pausado se frotó su rosado glande, el cual ya llevaba un rato babeando y lubricando la zona por su cuenta.
Jadeó una vez al sentir el cosquilleo familiar del placer recorrer su cuerpo en forma de ondas, comenzando desde la base de los testículos. Luego cerró los ojos mientras su respiración se hacía pesada. Necesitaba aquello, un momento de desfogar, deshacerse de toda la tensión que su cuerpo acumulaba. Había maneras que eran más de su agrado, por supuesto. Agitar la polla de arriba a abajo era como quedarse a medias, y él no funcionaba a medio gas. En aquel preciso instante no solo echaba de menos la penetración por mucho que toda la imaginación de su mente se encontrara focalizada completamente en ello con fantasías. Extrañaba el mero contacto físico. La calidez de un beso en el cuello, de un aliento erizando la zona de su nuca. También el sonido ahogado del placer provocado por un movimiento de caderas, o incluso por pequeños juegos preliminares, él era mucho de esos. Disfrutaba demorándose, extendiendo el tiro y afloja. Extralimitándose en caricias hasta que un nudo primitivo le pedía más a él o la otra persona. Pero nada de eso era posible ahora.
Tuvo que contentarse con acariciarse el pecho bajo la camiseta sudada, imaginando que los dedos que pellizcaban sus pezones oscuros eran de otra persona, que el roce escalofriante que sentía en la parte interior de los muslos podía ser una lengua, en lugar de sus propias sábanas. Y no dejaba de sentirse impotente, castrado. Incluso cuando su sexo le mandaba claras advertencias electrizantes de que si permitía la velocidad de ese compás todo llegaría a su fin. En esa tesitura se encontraba. Luchaba por no eyacular tan rápido, e un intento de prolongar aquel placer que ya se tornaba doloroso. Era el precio de no descargar a menudo, además de sentirse preso de sus instintos más bajos. No lograba satisfacerse del todo, al igual que con su transformación existían métodos de recarga más óptimos que otros. Era muy móvil y nunca paraba quieto, necesitaba tocar aquí y allá, susurrar o incluso provocar y vacilar un poco. Pero estaba enjaulado, y no del todo cómodo con esa postura.
Jadeó más fuerte, deslizando su mano con un sonido algo líquido y delatador, había desesperación en sus movimientos, furia o enfado, como si mantuviera un reproche con su propio cuerpo. Lo desconocía en los demás, pero el rumor de que follar mantenía un bienestar mental en su caso era cierto. En ocasiones notaba el resto de sus capacidades obstruidas, y como un estado irascible era más común en él desde hacía unas semanas.
Se había acostumbrado a la presencia de Dafne, como se podía hacer con los pasos de los conocidos cada fantasma tenía su desplazamiento reconocible, su velocidad. Pero no paró, no paró incluso cuando supo con absoluta certeza que la noruega atravesaría los muros de la Sede y le vería en esa situación, a pesar de que no había ocurrido nada semejante desde que Daer segó cuatro vidas incluyendo la suya aquel día, y cambió la de los demás supervivientes para siempre. No frenó aunque sabía que debía, porque era su novia. No tenía que esconderse y tampoco se veía capaz de remediarlo debido a la voracidad que sentía. De ser posible le habría dicho que se agachara a chupársela y él mismo habría guiado su cabeza hasta su extremidad impaciente. Lo habría hecho de manera egoísta, con el ceño fruncido y sin que esperara mucho a cambio. Tal era su éxtasis.
Y sin embargo cuando el rostro etéreo de la chica atravesó el muro se sobresaltó un poco, como un adolescente pillado con las manos en la masa. Dafne esgrimió una expresión de sorpresa y se quedó completamente quieta unos segundos, parpadeando en el proceso pero mostrando cierta naturalidad en su mirada.
-Yo... lo siento -se disculpó, con voz ronca y entrecortada. A pesar de que no sentía nada de lo que estaba pasando allí. Dafne le restó importancia con un gesto de la mano al tiempo que levitaba lentamente hacia él. Le miró de arriba a abajo, en Maciel no habían tenido muchas ocasiones para intimar ni tampoco explayarse demasiado. Verle así desnudo removía cosas en su interior. Clavó sus ojos en los amarillos del belga sin desagrado ni deseo.
-No pasa nada, no voy a espantarme -Tayron asintió sin reprimirse, los movimientos de su mano eran hipnotizantes. Tuvo que concentrarse de veras para apartar la vista de la oscuridad de sus genitales y su pene curvo. Hubo un silencio tácito entre ambos acompañado de un gemido de fondo muy imperceptible, la noruega se dijo que debía provenir del interior de la garganta del lémur- ¿vienes... del burdel?.
-Ajá -sabía que acompañado de la chica murciélago y Obel. Que la gárgola hubiera asistido la tranquilizaba, pero era evidente que mientras ella se había dedicado a charlar con Biblios y buscar compendios de la historia de la ciudad el belga no había perdido el tiempo. Confiaba en él, el hecho de que se estuviera masturbando allí mismo era una prueba irrefutable. Y aún así algo en su interior cuando le miraba andaba mal, una gravedad diferente a la que el lémur ejercía inconscientemente sobre ella, ahora mucho más fuerte.
-¿Y qué? ¿ha estado bien?.
-Sí -contestó de nuevo con aire distraído y algo más cabizbajo, comenzaba a molestarla. Pero actuó por impulso, normalmente no se dejaba llevar pero hizo una excepción, deslizó uno de sus dedos hasta el vientre del chico, rozando levemente el ombligo. Pero su reacción terminó por desanimarla, Tay se echó hacia un lado algo sorprendido, no era la calidez lo que le traspasó, en su lugar le sobrevino un escalofrío que no pertenecía a ese mundo, como ella. Aquella sensación era un recordatorio constante de que las realidades de ambos se encontraban muy alejadas, el único puente que los unía y los separaba a la vez.
-Tenemos que hablar -sentenció con suavidad.
-¿Es que te has propuesto cortarme la paja? -un ansia poco frecuente era notable en él, la manera en que la miraba, entre tozudo y deseoso. La noruega se percató de que si no lo paraba comenzaría a robarle las reservas mágicas sin darse cuenta. El pequeño flujo que sintió desprenderse de ella de forma amena mientras sus miradas parecían chocar en una batalla campal la alertó.
-Para, lo estás haciendo.
-Lo siento -pareció sentirse avergonzado, realizó un gesto tan lastimero y masculino a la vez que Dafne le habría besado allí mismo.
-Simplemente tenemos que hablar -repuso con una media sonrisa, el chico suspiró, sacudiendo la cabeza pero sin negarse. Sabía que lo que venía no iba a gustarle.
-Tay… yo... -¿cómo explicarle todo lo que le estaba pasando? ¿Cómo hacerle entender que se estaba asfixiando? Que el sufrimiento no acababa con la muerte, solo había sido postergado. Que no pasaba ni un solo día en que no se maldijera así misma por coger aquel estúpido colgante de reluciente color azul. Y que sabía en lo más hondo de todo su ser que merecía todo aquello. La muerte de Nad no le sirvió para aprender, era Rocavarancolia y coger una joya podía romperlo todo. La única que merecía morir aquel día fue ella, e irónicamente también la única que debía regresar de la muerte para no poder tocar nunca más a aquellos a los que amaba. Su destino estaba sentenciado, pero no el de Tayron. Era lo que no quería comprender por no agarrarse a él como una niña asustada. Pero ahora lo veía claro y cristalino, más que nunca- te quiero, y precisamente por eso sé perfectamente que ahora... poseemos ciertos límites que no teníamos al principio. Todo esto... es difícil, te echo de menos -logró no emocionarse en el último segundo, pero adivinó los ojos del chico un poco brillosos.
-Yo también, no te imaginas cuánto.
-Lo sé y... somos mayorcitos... ¿no? -aquella pregunta era más para sí misma, seguía tratando de autoconvencerse a cada segundo de lo que quería hacer. ¿Y si era un último acto de desesperación? Para que lo único que la hacía sentir viva no se fuera al traste. Tayron aguardó con expresión inescrutable- quiero que sepas que si en algún momento... te ves tentado de hacer algo con alguien y...
-¡Ni de coña! No sigas, no voy a hacer eso.
-Escúchame
-¡Hostia! Dafne, ¿de qué estás hablando? ¿No estoy en ese punto vale?
-No se trata de eso.
-¡Es increíble!
-¡Tayron! -le levantó la voz con determinación, logrando que se callara. Ignoró su cara de enfado y aprovechó para expresarse- te voy a decir lo que deberías hacer. Si quieres tener algo con alguien, lo harás. Porque no soy una egoísta y mereces vivir algo mejor que todo esto.
-Joder... Dafne -se llevó las manos a la cara ¿se estaba derrumbando? La fantasma vio como apretaba el puño antes de volver a abrir la boca- me da igual lo que merezcamos o no, yo elijo tener esto, contigo y punto. No te traicionaría.
-Pero es que no lo entiendes. Yo -e hizo énfasis vocal en la palabra- yo, necesito que lo hagas -como necesitaba cientos de cosas. Sentir la brisa revolverle el pelo, la sensación del hambre abrirse paso en su estómago, el propio dolor. No sentía nada y se encontraba vacía, aquello era un peso demasiado grande para extenderlo también a su pareja. Ojalá pudiera ser de otro modo, tocarle, besarle. Ahora todas sus necesidades físicas se habían esfumado, se sentía atraída por él, sí, a veces la influencia que tenía sobre ella podía entremezclarse con lo que sentía pero seguía amándole. En cambio, podía mirar su ahora flácido pene sin ninguna pizca de deseo, hasta con indiferencia. Y no por ello dejaba de añorar el roce de su perilla con su barbilla al besarla, o fundir su mano en aquel cabello despeinado y negro como el tizón. Extrañaba el contacto de sus manos recorrer su espalda mientras ella se sentaba encima y notaba la presión de un bulto creciente, dedos generalmente calientes aunque le encantaba sentir la frialdad metálica del anillo plateado que solía portar.
Era curioso que su cuerpo se mantuviera al margen de tantas condiciones sujetas a la vida física, y aún así lo necesitaba todo.
-No sería traicionarme si soy consciente de ello- esta vez fue Tayron quien la contempló bien, trataba de comprender hasta qué punto Dafne estaba tan rota, y hasta que punto él podía hacer algo por ella. No quería abrir la relación, aunque fuera solo para sexo. ¿Pero sería capaz de resistirse en un momento así si ya contaba con el permiso de ella? ¿qué pasaría si acudiera al burdel solo? ¿o si se le insinuaba alguien de su gusto en la Sede? Las reglas de la vida y la muerte ya cambiaron una vez y a peor, ¿por qué su cabeza no paraba de pensar entonces en vacíos legales?.
-Me niego -repitió, pero chasqueó la lengua al darse cuenta de que había sonado menos convencido. Resignado se agachó para llegar al pantalón y el bóxer y volver a colocárselos, ahora con el cuerpo algo cortado. Tendría que dejarlo para otro momento, aunque ahora no importaba. Le preocupaba más la mirada de Dafne, intimidante y comprensiva a partes iguales.
-Tay, prométemelo. Prométeme que te lo pensarás al menos -no llegó a contestarle, pero su silencio otorgaba y ya no sentía el ambiente tan enrarecido. Volvieron a mirarse, esta vez parecieron estar en la misma sintonía aunque él no hubiese aceptado del todo. Permaneció callado y pensativo hasta que Dafne quiso volver a la Biblioteca a continuar con sus estudios.
-Y Daf -ella giró la cabeza con medio cuerpo fuera ya de la Sede - ten por seguro que si hay algo que pueda ayudarte... lo encontraré, cueste lo que cueste. Eso sí que te lo prometo.
Ella sonrió y él le devolvió la sonrisa.
Ninguno sabía por entonces que aquellas palabras pudieron ser el principio del fin.
"Ya No Hay Fuego, Pero Sigue Quemando."
"Son Un Sentimiento Suspendido En El Tiempo, A Veces Un Evento Terrible Condenado A Repetirse."
"Deja Que Tu Fe Sea Más Grande Que Tus Miedos."
"¡Se Lo Diré Al Señor Santa!"
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