Felicidad al horno

Hacia media mañana, cuando casi todo el mundo andaba desperdigado por el torreón haciendo sus cosas, Qwara se dirigió a la cocina silbando por lo bajo con una media sonrisa pintada en el rostro. Nada más levantarse había dejado preparado un cubo de agua fresca y varios ingredientes que había ido apartando de las cestas a lo largo de los días, cantidades menores que no habían afectado en nada a la dieta del grupo pero que ahora eran suficientes como para preparar el plato del que tenía antojo desde hacía semanas para todo el torreón.

Una vez entre fogones la humana se recogió el pelo, se lavó las manos y empezó a trabajar. Puso a calentar una cacerola con el agua del pozo, pretendiendo solo darle un golpe de calor para que quedara tibia, dejó un poco de mantequilla en un vaso junto al fuego para que se fuera derritiendo y mientras tanto empezó a tamizar harina en un cuenco grande.

En su cabeza podía oír a su padre diciéndole lo prioritario que era usar aceite de oliva y levadura fresca, pero la verdad era que en aquel sentido estaba atada de manos. Dado que lo de salir a comprar a una tienda de alimentación en su situación actual quedaba descartado por completo era importante saber improvisar, se decía la sudafricana, y aunque no quedara igual lo importante era la intención.
—Seguro que estará algo más crujiente de lo habitual… —murmuró en voz alta mientras calculaba medidas a ojo, no muy pendiente de si había alguien cerca o no.

Las dos cercanas volvían del patio juntas con un barreño lleno de colada. Iemai había visto libre a Ulmara y le había pedido ayuda para recoger la ropa tendida, porque a ella le resultaba difícil doblar las sábanas con una sola mano, e iban a ponerse en el salón a hacerlo.

Así fue como vieron que Qwara estaba en la cocina, empezando a preparar algo para comer con bastante antelación. Iemai miró los ingredientes que había reunido en el mesado y se acercó para verlos mejor. Su curiosidad podía resultarle molesta a la humana, así que le preguntó directamente.
—¿Vas a hacer empanada? —Señaló a la masa que parecía estar haciendo con harina en la cazuela.

La habilidad de Qwara en la cocina era excepcional, y eso había hecho que Iemai se interesase cada vez más por las recetas de la chica. Podía aprender muchas cosas observándola, ya que ella misma era bastante inútil cocinando.

La colada no era uno de los fuertes de Ulmara. En la Cercanía era una de las tareas cotidianas que más pereza le daban, en parte porque gastaban mucha ropa, pero también porque sabía que había magos que no tenían que pelearse tanto con la ropa para secarla y guardarla y le picaba la envidia un poquito. Aquí, sin embargo, agradecía tener ropa que tender y destender, que doblar y guardar. Eran como pequeños remansos de cotidianeidad en aquel lugar hostil. Le faltó tiempo para decirle a Iemai que sí que la ayudaba.

Una vez dentro, tampoco se le pasó por alto la cantidad de ingredientes que había sobre la mesa

—Ahora mismo pagaría por una, la verdad —dijo tras Iemai. Fuera o no una empanada, la cercana confiaba en que sería una comida sabrosa. Igual que para las coladas valía cualquiera, todos no cocinaban igual que Qwara.

Mientras esperaba con curiosidad la respuesta de la humana, cogió una de las sábanas y le tendió uno de los extremos a Iemai para comenzar a doblarla entre las dos.

La voz de Iemai le sacó de su ensimismamiento y la sudafricana le dirigió una mirada en al que se podía percibir claramente la confusión de quien se intenta ubicar en el momento presente.
—¿Empanada? No, no es empanada, aunque estaría bien preparar una grande algún día… —contestó, murmurando lo último casi para sí—. Hoy estoy haciendo masa para pizza —aclaró con una sonrisa instantes después, dirigiéndole una disculpa silenciosa a Ulmara por la posible decepción—. Y os adelanto que no hace falta pagar. —rió, sin pararse a pensar que a lo mejor no sabían de qué plato hablaba.

La palabra “pizza”, de hecho, sonaba extraña en aquel nuevo idioma que todos compartían, pero al haber mencionado otro tipo de comida típica de la Tierra a la humana no se le pasaba por la cabeza que no estuvieran familiarizadas con el término.

Qwara dispuso todos los ingredientes frente a ella mientras las dos cercanas se ponían a doblar la colada, trabajando a apenas unos metros de su posición, y ya con todo al alcance sobre la encimera la morena comenzó a trabajar la masa. Primero hizo un hueco en el centro de la harina a modo de volcán, vertiendo el agua, la mantequilla derretida y un pellizco de sal, y a continuación hundió la mano derecha en la mezcla y empezó a mezclarlo todo con movimientos rítmicos.
—¿De que os apetecería que fuera? —les preguntó entonces, soplando un rizo suelto que se le había escapado de la goma de pelo para apartarlo de su frente.

A Iemai se le hizo la boca agua pensando en empanadas, igual que a Ulmara, pero no le decepcionó saber que era otra cosa. Escuchó con interés a Qwara, esperando alguna explicación, mientras asistía a Ulmara con las sábanas, porque siendo fieles a la realidad con una mano no se podía considerar que hiciese una parte equitativa del trabajo.

Iemai le dedicó una media sonrisa a la humana cuando mencionó que no era necesario pagar.
—No podríamos pagar ni aunque quisiésemos —bromeó con tono ácido, mientras observaba su particular forma de hacer la masa. Ella habría mezclado todo sin ton ni son, probablemente. Entonces les preguntó de qué querían que fuera aquella “pizza”, y la cercana no sabía ni que podía ser de otros ingredientes. Era la primera vez que escuchaba ese nombre, pero con lo que había sobre la mesa no creía que pudiese salir nada malo—. La verdad es que no sé ni lo que es una pizza. ¿Qué variedades hay?
Le dedicó también una mirada a Ulmara, por si ella lo sabía. Quizá los alaís tuviesen pizzas, aunque ella había vivido casi toda su vida en territorio neutral y no le sonaba de nada el término. Incluso pronunciarlo resultaba extraño.

Ulmara esbozó una sonrisa e hizo un gesto con la mano para quitarle hierro a la disculpa de la humana, cualquier plato que hiciera estaría rico. Era la que más cocinaba desde que habían aterrizado en Rocavarancolia y todavía tenía que salirle un plato malo. A Ulmara le agobiaba la limitación de ingredientes tan bestia que tenían, pero Qwara hacía unos malabares dignos de la hija de cocineros que era.

—No, la verdad —le concedió a Iemai—. Por algún motivo los secuestradores no nos están pagando las mensualidades a tiempo. —Se le escapaba el sarcasmo por entre las costuras de aquella broma, dirigido como siempre a dama Enigma y los suyos. Fueran quienes fuesen—. Te tomo la palabra con la empanada para otro día, la de grillos está de rechupete. —Por motivos culturales, rara vez los cocinaban en el torreón, pero Qwara era de entre humanos y frivys, de las menos aprehensivas.

Entre la mención a dicha empanada y lo obnubilada que se quedaba viendo a la sudafricana cocinando, pasaron dos cosas: la primera es que echó de menos a los panaderos de su pueblo y la segunda, que a veces dejaba a Iemai esperando con la ropa.

—Perdón —dijo en una de esas ocasiones. Acto seguido le devolvió una mirada de desconocimiento, encogiéndose de hombros—. Yo también estoy perdida con las... ¿Pidsas? —En otra ocasión habría hecho otro par de intentos, o habría pedido disculpas por demoler la palabra; sin embargo, el desconocimiento interplanar se había vuelto cotidiano y ella suplía la falta de paciencia con interés genuino—. ¿Son típicas de toda la Tierra o solo de Sudáfrica? —preguntó, antes de añadir—. Si tienes los ingredientes, te diría que hagas la más típica, para que la conozcamos como es debido.

Ante las ocurrencias de ambas cercanas Qwara no pudo evitar reír por lo bajo mientras trabajaba la mezcla, mezclando con movimientos rítmicos aquel engrudo pegajoso, y cuando Ulmara sugirió que la próxima vez podían hacer una empanada de grillos la morena se limitó a asentir con una sonrisa. La entomofagia era bastante común en África y en Sudáfrica, por ejemplo, el mopani (un tipo de oruga) era una fuente de proteínas muy apreciada.

Su suposición inicial de que tal vez conocieran las pizzas resultó estar equivocada, pero a la sudafricana no le extrañó demasiado. Llevaba ya un tiempo conviviendo con sus compañeros alienígenas y aquella suerte de confusiones eran pan de cada día cuando se hablaba de cosas que alguien de tu misma especie podía dar por supuesto.
—La “pizza” no es un plato originario de Sudáfrica —empezó, vocalizando la palabra una vez más para que quedara clara—. La primera de todas nació en Italia, un país del mismo continente del que provienen casi todos mis compatriotas humanos, y si le preguntas a cualquiera te dirá que los italianos son los auténticos maestros de las pizzas —reconoció, comprobando la consistencia de la masa con ojo crítico. Se le pegaba entre los dedos y en general parecía intragable, pero por fin se habían unido todos los ingredientes y podía pasar al siguiente paso—. Desde allí, inevitablemente, se extendió al resto del mundo y se ha convertido en uno de los platos más conocidos de la Tierra.

Con la mano libre espolvoreo harina seca sobre la encimera y con un movimiento rápido traslado la mezcla del bol a la superficie de madera. En ese momento empezó a amasarla con las dos manos, estirándola una y otra vez con golpes secos mientras le daba calor con los dedos.
—Lo común en todas las versiones es la masa, pues es la base del plato, pero lo cierto es que incluso en ella hay distintas variaciones. Hay quien la prefiere fina, otros más gruesa, crujiente, suave, etc… —aclaró. Poco a poco la mezcla iba ganando en uniformidad y su olor particular empezó a extenderse por la cocina—. Pero es en lo que le eches por encima donde radica la disparidad de opiniones y salen a flote los gustos de cada uno —dijo riendo—. Tenía pensado preparar una especie de “margarita”, que es la más común —confirmó, dedicándole un asentimiento de cabeza a Ulmara—, pero con el resto podemos verlo juntas si os apetece. Con la cantidad que estoy preparando yo creo que daría para cuatro de buen tamaño...

Iemai quería reírse con la broma de Ulmara, pero mencionar a sus secuestradores siempre lograba amargarle el humor. Se forzó a sonreírle e hizo un gesto de añoranza cuando mencionó la empanada de grillos. Si sus compañeros de torreón aceptasen mejor la comida con insectos ya habría sugerido hacía tiempo que preparasen algo de ese estilo con los grillos que venían a veces en los tarros.
—Mejor no lo digas muy alto o atraerás a alguno de los otros para que venga a hacer gestos de disgusto —comentó a la otra cercana, creyendo que aquello no asustaba a Qwara en concreto.

La humana procedió entonces a explicarles lo que eran aquellas pizzas, empezando por sus orígenes. Parecía un plato extremadamente común en su mundo, pero muy variado en su elaboración e ingredientes. Le resultó un poco intimidante que fuese a dejarlas opinar en cuanto a qué ingredientes echar, porque Iemai no tenía ni idea de qué quedaría bien en aquel plato.
—¿Qué lleva una margarita? ¿Lleva flores? —se sintió un poco estúpida tras preguntarlo, porque sobre el mesado no había ninguna. Lo más parecido a flores que llegaba en las cestas eran coliflores—. Perdona. Es… es que no tengo ni idea de qué le podría quedar bien, para empezar. Prefiero fiarme de ti, que eres quien sabe cocinarla. Pero cuando acabemos de doblar ropa si quieres te ayudo con lo que me digas.
No iba a ser muy útil, a decir verdad. Cortar o pelar ingredientes con la mano izquierda se le daba fatal.

A Ulmara se le escapó una carcajada sonora ante el comentario de Iemai mientras hacía los dobleces más pequeños de otra sábana, para apilarla en el montón de la ropa doblada. Los grillos permitían añadir algo de variedad a los sabores de sus comidas diarias y al principio le sorprendió que tantos de ellos los rechazasen de forma tajante.

Escuchó atenta la explicación de Qwara y esbozó una sonrisa cuando Ia otra cercana puso voz a cierta cuestión.

—Yo también me lo preguntaba —reconoció.

Cuando Iemai se ofreció a ayudar, Ulmara no pudo evitar mirar su brazo. La conocía lo bastante bien como para saber que no había forma de evitar que lo moviera (allí estaba, ayudando a doblar la ropa), así que se dijo a sí misma que aquí no era madre de nadie y sacó la última sábana del cesto. Mientras buscaba las puntas, trató de pronunciar en voz muy baja la palabra pizza, hasta que se quedó satisfecha tras un par de intentos.

—Después de esta sábana solo quedan prendas nuestras, calcetines y poco más, si quieres puedo ir acabándolo y tú le echas un cable a Qwara, que cuatro pizzas parecen mucho más trabajo que esto —ofreció, poniendo énfasis en la palabra nueva—. Yo me puedo unir en cuanto esté todo doblado.

Qwara no pudo evitar reir cuando Iemai preguntó si una pizza margarita llevaba flores, pero se apresuró a aclararlo para que la cercana no se sintiera ofendida.
—Perdona que me ría, de verdad, es que me ha pillado desprevenida —se disculpó con una sonrisa—. Con ese nombre es lógico pensar que lleva flores, pero no es el caso… este tipo de pizza solo lleva salsa de tomate, queso mozzarella y albahaca fresca. El nombre creo que se lo pusieron en honor a una reina o algo así. —explicó mientras daba por acabado el trabajo de amasado: el resultado era una más que decente bola de masa elástica y suave.

Ahora la mezcla debía reposar para que doblara su tamaño, así que la sudafricana untó un poco de mantequilla derretida en el bol que había usado antes y dejó la bola dentro cubriéndolo todo con un paño de cocina.
—Hay que preparar la salsa de tomate, así que si me quieres ayudar con eso primero por mi encantada —respondió al ofrecimeinto de Iemai mientras dejaba el bol a un lado, llenando a continuación una cazuela con abundante agua para ponerla al fuego—. Lo primero es pelar los tomates —dijo, alcanzando uno para hacerle  dos cortes poco profundos en forma de X en la base—. Tenemos que hacer con todos lo mismo. —aclaró, dejando el primero a un lado y pasando al siguiente tras tenderle un cuchillo a la cercana.

Parecía que tenían ciertos reparos para elegir los ingredientes de las pizzas, pero Qwara sabía que en cuanto vieran el proceso entenderían que no había porqué tenerlos.
—No os preocupéis por elegir ingredientes, enserio, seguro que en la Tierra hay alguna pizza con las cosas que se os puedan ocurrir —rió, dándose cuenta al mismo tiempo de que quizás estaba exagerando un poco—. Bueno, cualquier cosa que se os venga a la cabeza quizás no, que a fin de cuentas venís de otro plano —comentó sonriente, recordando que ella se referían de aquella forma a los planetas de sus compañeros de torreón—. Pero de verdad, que no os de apuro hacer alguna sugerencia, todo es hablarlo y poner ideas en común.

A Iemai no le enfadó que Qwara se riera, pero durante un momento se sintió un poco estúpida, a pesar de saber que era lógico que no conociese algo que no fuese de la Cercanía. Aquel pequeño complejo se debía a que había muchísimas cosas que ignoraba incluso de su propio mundo, y era dolorosamente consciente de ello. No había tenido una educación apropiada, para empezar.

Iemai asintió cuando Ulmara le ofreció dejarle a ella las prendas pequeñas, aunque cuando se acercó al mesado le preocupaba que le fuese a costar hacer las tareas que pudiese pedirle Qwara. Tras su explicación la cercana tomó la palabra.
—Creo que no sé lo que es la alba aca pero con esas cosas tiene pinta de ser algo rico. Bueno, tampoco sé qué tipo de queso es ese, pero todo el queso está bueno.

Qwara explicó lo que había que hacer mientras Ulmara terminaba de doblar la ropa. Eran cosas sencillas, pero cuando Iemai cogió el cuchillo para pelar los tomates prefirió hacerlo con la mano izquierda y eso hizo que todo le llevase el doble de tiempo. No acabó de entender por qué hacían un corte en forma de X a los tomates en vez de arrancarles la piel, pero siguió las instrucciones de la humana.
—¿Pueden hacerse pizzas de pescado? —preguntó cuando ella insistió en lo de las sugerencias—. ¿Qué ingredientes lleva tu pizza favorita, Qwara? ¿Las hacéis diferentes en tu país o son como las que hacen en el continente de los demás? Vuestros países estaban muy lejos, ¿no? Aunque parece que no tenéis mala relación entre continentes.
Al decir aquello miró de reojo a Ulmara. Nunca le había dicho que era originalmente iritre, aunque no tenía menor importancia, mucho menos en las circunstancias en que se encontraban. De hecho, Iemai no se consideraba generalmente de ningún lado.

La propia Ulmara dejó escapar una carcajada al descubrir el origen de la pizza margarita, le había producido una mezcla entre vergüenza y gracia, pero no le preocupaba mucho porque estaba más que acostumbrada a estos malentendidos culturales.

—Reina Margarita, qué poco impone eso —comentó. Le parecía un mal nombre para una reina.

Mientras acababa de doblar la ropa, pegó el oído para enterarse bien de las explicaciones de la africana. Igual que Iemai, ella también desconocía el resto de ingredientes mencionados a excepción del tomate, unos en parte y otros en su totalidad. Por lo de la frescura, Ulmara pensó que tal vez la albahaca fuera carne, pescado o fruta; un abanico demasiado amplio.

Al contrario que la otra cercana, Ulmara se arriesgó y le dio su opinión a Qwara.

—A mí, con lo sé hasta ahora, el cuerpo me pide algo de carne con el tomate y el queso —confesó.

La mención al plano le sacó una sonrisa de complicidad, pues aquella palabra rara vez salía de los humanos o el frivy, que se referían a los distintos planos como mundos a secas. Mientras ella doblaba las últimas prendas, Iemai hizo varias preguntas que le interesaron también a ella. Pendiente de la ropa, no captó la mirada de reojo de su compatriota y, simplemente, se quedó pensando en la suerte que había tenido ella por haber nacido en Islasanta, tanto por ser terreno neutral como por albergar la sede de la iglesia.